Conchupancia en Barbados
El día 07 de julio de 2019, El Nacional presentó un trabajo de Manuel Ocando Finol donde
nos mostró uno de Los pequeños
episodios,
de un seriado de crónicas promovidas por La Comisión para los Derechos Humanos del Estado
Zulia (Codhez) con la edición
de Norberto José Olivar. En esta oportunidad, me atreveré a hacer una síntesis para
los lectores de este blog de ese trabajo con retazos del texto. Este resumen,
lo hago con
asombro, ante la decisión los políticos que se jactan de dirigir al depauperado
pueblo venezolano, para “conversar” dicen, en Barbados con los delincuentes del
narcorégimen que ha llevado al país a la situación actual. La síntesis de ese
trabajo reciente que descarnadamente nos recuerda la realidad del pueblo
venezolano, concluirá enfatizando la imposibilidad lógica de “conversar” con
quienes son traidores a la patria, los asesinos y narcotraficantes que intentan
perpetuarse reactivando “el legado” del "engendro de Sabaneta".
“La revolución bolivariana o socialismo del siglo XXI, si en algo tuvo
éxito fue en su afán de desterrar a los venezolanos a un infierno lleno de
hambre, carestía, podredumbre moral y desarticulación de vínculos familiares”. El
Musulmán es un personaje del escritor Primo Levi en su obra Si esto es un hombre, crónica de su
tiempo de horror en Auschwitz. En
Venezuela también se puede encontrar al Musulmán. Yo lo encontré una tarde,
cuando regresaba a casa con mis hijos.
Maracaibo es odiada por el sol y este ataca a la ciudad con
todas las armas disponibles a su alcance, hasta el hartazgo, extendiendo su
dominio incluso por las noches, en las cuales aún se puede sentir su
inclemencia sobre el cemento, los techos y las sillas sobre las cuales ha
descargado su ira desmedida. El hambre ha sido uno de los factores que más
estragos ha causado en la Venezuela chavista. El hambre, la desidia, la destrucción casi total de un país tienen unos
responsables concretos, puntuales, con nombres y apellidos.
“Me encontré súbitamente con
una escena que podría haber salido del infierno de Dante: un hombre, casi
muerto, un musulmán, de esos que
describe Primo Levi, yacía en la puerta de una de las casas. Golpeado por el
sol inclemente, envejecido, con poca ropa, la cual no era suficiente para tapar
los estragos que el hambre había causado en el resto de su desnudez, se
entregaba a la muerte en las escalinatas que daban a la vivienda a la que
desgraciadamente había llegado a morir.
El calor era despiadado y un
hombre le arrojaba agua con un cuenco por todo el cuerpo. Era muy cruel intuir
que se le negaba incluso el lugar donde había escogido para ir a posarse a
esperar la muerte. Mi reacción fue cobarde. Para que no mis hijos no tuvieran
que ver lo mismo que a mí me causaba dolor ver, imitando la conducta del
personaje de la película La vida es bella, interpretado por
Roberto Begnini, logré distraerlos y bajé para ver de qué manera podía seguir
ayudando…
Durante una noche de 2018,
manejando por Maracaibo, pude ver, en un mismo sector, la inauguración de un
hotel de lujo, los brillos en los trajes largos de los invitados y las luces
cegadoras de la recepción, contrastaban con la oscuridad imperante en el sector
debido a cortes de electricidad. Pude ver a una mujer con una copa de champán
en la mano, observando la ciudad desde una terraza y casi al voltear mi vista,
vi gente buscando comida en la basura unas cuadras más abajo.
De hecho, el hambre es tan
omnipresente como el sol. Sin haber vivido estas cosas es difícil hacerte una
idea de los que nos ha tocado vivir a los venezolanos, que sin lugar a dudas
escapaba al futuro que habíamos proyectado. El venezolano, ha tenido que
reducir su existencia a la satisfacción de sus necesidades más primitivas y en
los muchos casos en que no ha podido llenar esas carencias, o cuando ha temido
en exceso no poder satisfacerlas, ha optado por el exilio, incluso partiendo de
la patria propia a pie, en busca de mejorar su suerte. Afirmar que la gente le
tenga más miedo al hambre que a la inseguridad resulta revelador.
El vecino que trataba de
removerlo de su puerta, había logrado, que el Musulmán se levantara del suelo y
ponerlo en pie para que se marchara. Fue entonces cuando le ofrecí más agua. El
hombre bebió. Dentro de las preguntas,
la más obvia era preguntar su nombre. Fue la primera y la única que quiso
responder. “Para usted mi nombre es Eduardo”. Luego simplemente siguió su
camino Como se ha dicho también en relación con la barbarie cometida por el
régimen nazi, comprender los motivos de
los verdugos está intrínsecamente ligado al acto de perdonar, algo que nunca estaré dispuesto a hacer…”
Al resumir el trabajo de El
Nacional para ustedes en este blog, repito la manida frase de mi primo Ernesto: “¡Quien tenga oídos, que oiga!”
Mississauga, Ontario, lunes 8 de julio, 2019.
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