lunes, 8 de julio de 2019

Conchupancia en Barbados



Conchupancia en Barbados

El día 07 de julio de 2019, El Nacional presentó un trabajo de Manuel Ocando Finol  donde nos mostró uno de Los pequeños episodios, de un seriado de crónicas promovidas por La Comisión para los Derechos Humanos del Estado Zulia (Codhez) con la edición de Norberto José Olivar. En esta oportunidad, me atreveré a hacer una síntesis para los lectores de este blog de ese trabajo con retazos del texto. Este resumen, lo hago con asombro, ante la decisión los políticos que se jactan de dirigir al depauperado pueblo venezolano, para “conversar” dicen, en Barbados con los delincuentes del narcorégimen que ha llevado al país a la situación actual. La síntesis de ese trabajo reciente que descarnadamente nos recuerda la realidad del pueblo venezolano, concluirá enfatizando la imposibilidad lógica de “conversar” con quienes son traidores a la patria, los asesinos y narcotraficantes que intentan perpetuarse reactivando “el legado” del "engendro de Sabaneta".  

“La revolución bolivariana o socialismo del siglo XXI, si en algo tuvo éxito fue en su afán de desterrar a los venezolanos a un infierno lleno de hambre, carestía, podredumbre moral y desarticulación de vínculos familiares”. El Musulmán es un personaje del escritor Primo Levi en su obra Si esto es un hombre, crónica de su tiempo de horror en Auschwitz. En Venezuela también se puede encontrar al Musulmán. Yo lo encontré una tarde, cuando regresaba a casa con mis hijos. 

Maracaibo es odiada por el sol y este ataca a la ciudad con todas las armas disponibles a su alcance, hasta el hartazgo, extendiendo su dominio incluso por las noches, en las cuales aún se puede sentir su inclemencia sobre el cemento, los techos y las sillas sobre las cuales ha descargado su ira desmedida. El hambre ha sido uno de los factores que más estragos ha causado en la Venezuela chavista. El hambre, la desidia, la destrucción casi total de un país tienen unos responsables concretos, puntuales, con nombres y apellidos. 

“Me encontré súbitamente con una escena que podría haber salido del infierno de Dante: un hombre, casi muerto, un  musulmán, de esos que describe Primo Levi, yacía en la puerta de una de las casas. Golpeado por el sol inclemente, envejecido, con poca ropa, la cual no era suficiente para tapar los estragos que el hambre había causado en el resto de su desnudez, se entregaba a la muerte en las escalinatas que daban a la vivienda a la que desgraciadamente había llegado a morir. 

El calor era despiadado y un hombre le arrojaba agua con un cuenco por todo el cuerpo. Era muy cruel intuir que se le negaba incluso el lugar donde había escogido para ir a posarse a esperar la muerte. Mi reacción fue cobarde. Para que no mis hijos no tuvieran que ver lo mismo que a mí me causaba dolor ver, imitando la conducta del personaje de la película La vida es bella, interpretado por Roberto Begnini, logré distraerlos y bajé para ver de qué manera podía seguir ayudando…

Durante una noche de 2018, manejando por Maracaibo, pude ver, en un mismo sector, la inauguración de un hotel de lujo, los brillos en los trajes largos de los invitados y las luces cegadoras de la recepción, contrastaban con la oscuridad imperante en el sector debido a cortes de electricidad. Pude ver a una mujer con una copa de champán en la mano, observando la ciudad desde una terraza y casi al voltear mi vista, vi gente buscando comida en la basura unas cuadras más abajo. 

De hecho, el hambre es tan omnipresente como el sol. Sin haber vivido estas cosas es difícil hacerte una idea de los que nos ha tocado vivir a los venezolanos, que sin lugar a dudas escapaba al futuro que habíamos proyectado. El venezolano, ha tenido que reducir su existencia a la satisfacción de sus necesidades más primitivas y en los muchos casos en que no ha podido llenar esas carencias, o cuando ha temido en exceso no poder satisfacerlas, ha optado por el exilio, incluso partiendo de la patria propia a pie, en busca de mejorar su suerte. Afirmar que la gente le tenga más miedo al hambre que a la inseguridad resulta revelador. 

El vecino que trataba de removerlo de su puerta, había logrado, que el Musulmán se levantara del suelo y ponerlo en pie para que se marchara. Fue entonces cuando le ofrecí más agua. El hombre bebió.  Dentro de las preguntas, la más obvia era preguntar su nombre. Fue la primera y la única que quiso responder. “Para usted mi nombre es Eduardo”. Luego simplemente siguió su camino Como se ha dicho también en relación con la barbarie cometida por el régimen nazi, comprender los motivos de los verdugos está intrínsecamente ligado al acto de perdonar, algo que nunca estaré dispuesto a hacer…”

Al resumir el trabajo de El Nacional para ustedes en este blog, repito la manida frase de mi primo Ernesto: “¡Quien tenga oídos, que oiga!”

Mississauga, Ontario, lunes 8 de julio, 2019.

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