sábado, 26 de abril de 2014

Segunda parte del CAPITULO 14 de "El año de la lepra"(novela).



El año de la lepra
Jorge García Tamayo, 2011
Capítulo 14
Segunda parte
***

El sol caía ya casi verticalmente cuando Víctor de pie en la orilla de la playa escuchaba la canción de la rockola, mientras miraba a los lejos con fingida indiferencia hacia “su isla”. Silenciosa cubierta de vegetación rala, sobrevolada por algunas gaviotas, la isla de Providencia, era el objetivo inmediato de Víctor Pitaluga. Él estaba rememorando su última visita, hacía ya varios años, cuando estaban interesados en tomar muestras de diversas arenas para investigar sobre la hipótesis surgida en un país de la América Central. Una teoría sobre la sílice en las arenas de algunos volcanes y su calentamiento para el tratamiento de la Lehismaniasis cutánea y, ¿por que no de la lepra? Aunque aquellos resultados no habían ofrecido ninguna respuesta, la visita a la isla en compañía de Ruth había resultado para él una experiencia inolvidable, por eso tal vez, en aquel momento, él creyó haber logrado un resurgir del pasado ya para ambos casi pisado, aunque siempre existía una esperanza en el fondo de sus recuerdos. Ahora, cuando estaba decidido a volver, se repetía “es lo último que se pierde” y prefería no retornar sobre sus sentimientos personales, por el contrario, pensaba que mejor estarían allí sin Ruth, preferiría protegerla, y entrecerrando los ojos creyó detectar tras la maraña verde de mangles y cujíes que crecían en la costa oriental de su isla el brillo de algunas paredes encaladas en lo que él calculaba eran los terrenos del antiguo cementerio. En aquel momento sin duda alguna, sus motivaciones para acercarse de nuevo hasta el antiguo leprosario, eran diferentes. “ … Haberse muerto papá y mamá que me quería, que mala suerte la mía, que mala suerte la mía, no hay más que conformidad”. Al otro lado, en la margen opuesta del lago, sin vestigios de sombra alguna, los edificios y las casas de la urbe de fuego parecen refulgir bruñidos por un ígneo resplandor. Entre palmeras enanas cargadas de cocos dorados, bajo la filigrana azul y trémula de las grandes hojas de los uveros de playa, Víctor percibió la brisa que soplaba leda y le traía por el aire las palabras del cantor. “Ya véis hermano querido te estáis portando tirano, acordate de tu hermano que en la isla está metido, él se encuentra dolorido, todo lleno de pesar”… Estaban los amigos charlando y Víctor cada vez más ensimismado en sus pensamientos, cuando tras el chirrido de un frenazo levantando una polvareda apareció Rubén en su auto y descendió de el saludando a gritos. Venía acompañado por un desconocido. Abrazó a su hermano Brinolfo y palmoteó efusivo a Sergio y a Víctor quien se acercó desde la orilla, mientras Rubén les informaba a todos que quería presentarle el visitante.
–Es Ábrego Jota Soto.
Esto les dijo y aclaró.
–Además de guionista cinematográfico es escritor, y sobretodo es mi amigo. Sí señores, éste que se llama Ábrego, ¡casi nada!, es un verdadero artista de la cinematografía…
El hombre, barbudo y de ojos claros, replicó pausado y sonriente.
–Soy un camarógrafo, sencillamente, eso es lo que soy.
Lo dijo el hombre rascándose su barba entrecana mientras volteaba al escuchar la exclamación y la pregunta de Brinolfo.
–¡Vergación!, ¿y vos te llamáis Ábrego?, ¿de verdad?
El barbudo asintió en silencio y tras atrapar sendas botellas heladas, los recién llegados se sentaron todos en las sillas de madera y cuero de chivo. De inmediato comenzó Brinolfo a hacer chistes a propósito de Ábrego, y sobre el nombre raro de alguna gente, una bien conocida peculiaridad regional.
–¡Miércoles, con ese nombre, vos tenéis que ser de por aquí!
Rubén respondió por él.
–¡Si, este tremendo cineasta, mis amigo, es de esta tierra caliente!
Sergio se volteó para dirigirse a él.
–Es que vos, ni parecéis maracucho, sois medio catire, de ojos claros y con esa barba, te digo que a mi vos no me cuadráis…
Por un momento hicieron silencio para escuchar la voz del cantor que salía desde la rockola finalizando la carta al hermano. ”Hermano mandá a decir si es que temor me tenéis, y yo lo paso a creer cuando no queréis venir. Ya yo me voy a morir, solo me falta expirar. No me queréis visitar ni por la última vez, a Dios yo le encargo pues, a Dios yo le encargo pues que no me vayáis a llorar”.
Hubo un momento de silencio y de nuevo, Ábrego retomó la conversación y como queriendo afianzar su vinculación con los recién conocidos regionalistas amigos y compadres. Entonces les dijo riendo.
–Pues sepan que yo soy criollo, soy un macho vernáculo, como decía Rómulón, soy nativo de la ciudad del lago y las palmeras, paque se lo cepillen, ja jaja...
Con esta respuesta, Ábrego Jota pareció aclarar su situación y se sintió incorporado al círculo de los degustadores de la cerveza helada en la taguara favorita de Los Puertos de Altagracia.


***

El gordo moreno emergió lentamente de su “Ford Fiesta”, un auto pequeño de color gris ratón. Desde muy temprano en la mañana cuando el serbio Nicolai Martinovic lo despertó por el teléfono, Germán  Pinilla no dejaba de pensar en su jefe inmediato (…si el hijoeputa e Nicola no me paga hoy tendremos otro verguero…). Se había estacionado en el Centro Comercial Las Galeras y cerraba la puerta de su auto rememorando la reunión de la noche anterior entre Martinovic y el señor José Luís Ortega. Él también estaba presente y recién estaba conociendo a Don Cheo, un empresario con importantes conexiones (…eso dijo Nicola y al parecer no eran güevonadas…). Al final y como una consecuencia directa de esa reunión, él iba ahora a contactar al tuerto Manuel, un viejo malandrín muy bien enterado de cualquier situación relacionada con el movimiento de la cocaína en la “ciudad de fuego”. El gordo miró hacia los lados frunciendo el ceño (…en esta movida como que me va a ir mejor que con el mielda e Nicola…). Eran las once de la mañana del sábado 4 de diciembre y el sol brillaba incandescente sobre su cabeza (…mielda e calor!...), se caló su gorra de pelotero con la insignia NY, presionó el botón del control del seguro del auto y esperó por el clic–clack (…seguro mató a confi ao…) antes de avanzar hacia “Las Galeras Mall”. Iba tarareando un reguetón (…lo que pasó pasó, ay y pasó…) desplazándose hacia el gran edificio de tres plantas y lo hacía entre los automóviles que estacionados llenaban el “parking lot”. Empujó una de las grandes puertas de vidrio que lucía un letrero de “empuje–push” y percibió al entrar una onda densa de calor y de humedad (…stoscoñoemadres como que solo prenden los aires cuando les saledelforroeloscojones!...). Con paso firme se dirigió por un pasillo lateral entre la gente que iba y venía percibiendo el frescor que emergía a las puertas de cada establecimiento comercial. Al final y en el otro extremo del “Mall” vio el aviso del negocio de “el tuerto Manuel”. Caminó entre el gentío vocinglero (…esto está hastaerpapoegente, ¡viirga!...) pensando que sus contactos ya precisados por el señor Ortega no se le “echarían pa atrás” (…todavía no es mediodía, pero ya el tuerto Manuel debe estar en su chamba…). Un cilindro de neón parpadeante en rojo le hacía marco al aviso: “Terminales Manú” cuando el gordo Pinilla recordó “la pinta” del Manú (…más feo que un camión por debajo, el coñoemadre…). Llegó hasta el local, le dijo “holachama” a Yajaira, la jovencita que estaba detrás del mostrador y de inmediato se dirigió a una puerta trasera donde decía “Privado–Private” (…vamos a ver dijo un ciego y paltuerto voy…). La abrió sin tocar. “El Manú” era un individuo corpulento con nariz de boxeador retirado y la cara picada de viruela y de acné quien lucía un gran bigote que le tapaba la boca. Estaba sentado de frente a la puerta, ante una mesa con una botella de “Old Parr”, unos vasos y un envase de plástico amarillo lleno con cubos de hielo. “El Chicho” sentado a su lado, era un flaco paliducho que no llegaría a los 20 años, lucía su pelo lacio, largo y pintado de azul. El gordo Pinilla impertérrito tomó un vaso, le colocó hielo y mientras escanció el whisky, le preguntó al tuerto.
–¿I como te amaneció la verga hoy?, mi estimado mano Manú…
“El Chicho” se restregó la nariz con furia mientras no dejaba de mirar al gordo moreno con cara de asombro, todo en el mismo momento cuando Manú soltó una carcajada y con su vozarrón muy ronco le respondió a Germán Pinilla como si fuesen viejos amigos.
–¡Gordo marico!, aquí estamos volviendo verga al “viejo Parra”, desde antes de la hora que abren los botiquines, jája, pa que vos veáis!
Pinilla chasqueó la lengua tras beberse todo el contenido de su vaso y le respondió al tuerto.
–¡Así me gusta!, pero decime una vaina Manú, ¿quien coños es este vergajito?
Pinilla miraba a “El Chicho” con desconfianza (…stegüón es “una aspiradora” y lo que está es bebiéndose al tuerto, no joda!...), y mientras el muchacho inspiraba ruidoso dándose en la nariz con la palma de la mano, observaba como “el tuerto” le señalaba una silla al gordo Pinilla y decidió avisarle que ya Don Cheo le había dicho que él llegaría en la mañana. Luego completó su información diciéndole.
–¡Pa cobrar si venís espitao, como una bala, gordomarico!
–¡Diez palos ahora, y eso es solo un adelanto porque esta noche ya está cuadrá la mielda de Don Cheo, y pa la madrugada de seguro que les arrimo toda “la boloña” que es verde. Si iñol, “vegde” como dice un amigo, un mardito cubano que no es ningún güevonsón.
–¡Ay Diosito!
“El Chicho” lo dijo con un gritito y se quedó parpadeando y dándose de nuevo en la nariz. Pinilla nuevamente “lo miró feo” y se sirvió el whisky llenando su vaso sin quitarle la vista, le puso un par de hielos y volteando hacia el tuerto le preguntó.
–¿Cómo es la verga Manú?, ¿Qué pitos toca este mariquito en el negocio?
“El tuerto” sonrió y trató de explicarle al molesto gordo Pinilla, en su lenguaje gutural, que el muchacho era solo un “güón” que “no andaba en nada” y lo acompañaba para no beberse solo al “viejo Parra”. Después le confió con un ronco murmullo, que con toda seguridad si esa noche les conseguía la otra parte de los “biyuyos verdes”, cerrarían el trato porque “los cucos” del “cartel” ya tenían todo precisado con “la Guardia”, aunque “en ese tipo de vergas” era mejor no “envolatarse”, pero que había que estar tranquilo ya que todo iba a salir bien porque no era la primera “movida” que cuadraban con “mi General Henares”.
–Los negocios con él nunca fallan, así que tranculo güón, no hay porque preocuparse… ¡Que vamos sobre seguros, gordo marico!


***

Víctor Pitaluga nuevamente se encontró atisbando de reojo la isla, su isla, y quiso indagar sobre si acaso Ábrego Jota quería acompañarles en la noche, pero Rubén intervino sin darle tiempo a responder y excusó a su amigo el cineasta explicándoles que él tendría que irse antes del anochecer.
–Vendrán a buscarlo en un jeep para llevárselo hasta Quisiro… Ábrego quiere investigar unas locaciones al amanecer de mañana, serán unos sitios en los arrozales y ya se imaginarán en la mañana, los colores y la luz en las casas del pueblo, frente al mar, ya saben cuanto puede sacarle un cineasta bueno como Ábrego a esa región… Terminará de seguro, haciendo una película fantástica…
Sergio intervino para expresar cuanto le gustaba el cine y como desde muy joven había sentido un gran interés por el cine europeo.
–Todo ese cine en blanco y negro, me gusta por las posibilidades de expresión plástica. En esto, me parece que el cine francés llenó toda una época, la de la nouvelle vague, con un realismo que nunca más creo que se ha vuelto a ver.
–Si, es cierto, – le respondió Ábrego. –Films como “Rifi fí entre los hombres”, o “Celui qui doit mourir”, ambos de Jules Dasin, son de la época de oro del cine francés, pero no te creas, también el Neorrealismo Italiano marcó toda una época…
–¿Y qué tal “las Diabólicas”?
La pregunta vino de Brinolfo quien también era aficionado, como su amigo, al cine francés.
– “Fanfan La Tulipe”, “Gervaise”, “Los cuatrocientos golpes”, “Casque d´or”, y otros films hermosos, como “Hiroshima mon amour”…
Era el mismo Ábrego quien le respondía a Brinolfo, y seguidamente le dijo.
– Sin embargo no hay para mi, nada tan importante en la evolución de la cinematografía europea como el Neorrealismo italiano.
Sergio volvió a tomar la palabra.
–¡Ah el Neorrealismo! A mi me gustaban los films de Totó, hablando napolitano, y “Ladrones de bicicletas”, “Ana” con Silvana Mangano, o “Roma cuidad abierta”, después aquella películas de Antonini y su desierto rojo, de Zefirelli con su Romeo y Julieta, y todo el cine de Vitorio De Sica, y especialmente el de Federico Fellini, fueron unas películas fenomenales...
Sergio hablaba entusiasmado ante la oportunidad de conversar sobre uno de los temas que le apasionaban, cuando Víctor intervino regresando a su preocupación fundamental sobre los planes para la noche y lo que podrían esperar de su isla de los leprosos.
–Pues es una lástima Ábrego que no puedas acompañarnos esta noche, me hubiese gustado mucho que vinieras con nosotros. Quizás allí, en la isla, te hubieses inspirado para realizar una nueva película, como estoy seguro lo harás ante el amanecer hermoso que te tocará ver en Quisiro….
Ábrego entonces pareció querer decirles también algo sobre la isla, esa que él no habría de visitar en la noche.
–Hace un par de años me tocó participar en la filmación de un documental sobre la isla. Sí, sobre esa que tenemos allá al frente, la de la divina providencia, o la de los lázaros. Yo estuve allí y aprendí muchas cosas sobre la lepra. Terrible enfermedad. Las cosas que supe tenían más relación con los enfermos y sus problemas personales y los de sus familiares y no tanto con lo que estudian ustedes, que según me ha contado Rubén es sobre los cachicamos y los bacilos. Me involucré en el terrible problema del mal de Lázaro por culpa de una jovencita cineasta, una niña brillante que me enseñó cómo mirar a través del lente de la cámara para captar algunas de las tragedias que se derivaban de haber arrasado con todo lo que había en la isla, una acción que había provocado el desarraigo de muchas familias y había hecho de la vida de algunos enfermos una verdadera tragedia. Fue como haber pulverizado muchas historias de años y años, una tragedia donde fue destruido todo lo que era una institución que había sido fundada por El Libertador Simón Bolívar. Con Priscila Arteaga, me tocó ver situaciones muy tristes, personajes patéticos y ella con pericia nos dirigió para que filmásemos muchas secuencias de los enfermos y sus familiares creando una espectacular película. A partir de esa experiencia, seguí interesándome no solo en el uso de la cámara, sino en como hablar con las imágenes, como captar en detalle muchas cosas que me abrieron la mente hacia todo lo que es dirección y producción fílmica. Ahora que han pasado unos años, ya Priscila es famosa. Yo no la he vuelto a ver. Estuve una temporada larga en Centroamérica filmando varios documentales sobre los templos mayas,  con National Geographic. Pero ahora, que ya estoy de vuelta en mi tierra, quizás la busque, porque me han contado que ella está haciendo cosas muy interesantes. Es una chica lista, de escuela, tiene gran oficio de cineasta. Priscila se formó en Francia y en San Antonio de los Baños, la escuela de cine que creó García Márquez en Cuba, pero yo diría que lo mejor es que Priscila finalmente se está deslastrando del horror de la política que ha llegado a contaminar hasta en el ejercicio de la profesión a algunos de los cineastas nacionales.


***

José Luis Ortega a través de su “buen amigo”, ahora “dilecto socio”, como se atrevía a llamarle él mismo al General Alcides Henares, durante los últimos meses del año 2011, había logrado organizar todo un tinglado de conexiones, seguras, de lo más precisas y por ende no muy diversificadas, las cuales le valieron para conectarse con ciertos y determinados personajes claves de “El Cartel de La Guajira”. Así fue como el binomio “Ortega & Henares”, en la intimidad el mismo de Cheo y Alcides, entraron “en una conchupancia tal”, (así decía Omar Yagüe) que los negocios de Omar y de Cheo, léase de “Yagüe & Ortega”, sólidos y productivos otrora, basados todos en una larga y sentida amistad, fueron reconsiderados por el mismo “Don Cheo” a la luz de sus nuevas y efectivas conexiones con diversos personeros de “El Régimen”. Tras una breve y descarnada exploración, “el Cheito” hubo de llegar al convencimiento de que aquellos negocios en los que ambos se habían metido con relativo éxito, eran todos a mediano o a largo plazo, y que todos ellos fueron tan solo “negocitos”, y ninguno con una tan prolongada espera como el proyecto de “la isla de la fantasía” en el cual actualmente parecía que comenzaban a verse destellos de productividad. Pero tan solo ahora, justamente tras más de una década de gobierno socialista, podrían decir que “poco queso se le veía a la tostada”. Una tontería como esa, que justificaba para el mismo Cheo, la razón de ser de sus actuales acciones, donde él, con seguridad no iba nunca a dejar a Omarcito como la guayabera, por fuera; pero sin lugar a dudas, para él, no habría de ser nunca la satisfacción personal de su amigo, la primera prioridad. Había venido a ser ahora, cuando Omar aceptando sus consejos, parecía comenzar a comprender que toda aquella ridícula parafernalia del regionalismo, y otras ancestrales y aberrantes costumbres que marcaban a los habitantes de la llamada “tierra del sol amada” tenían que pasar a ser lejanos recuerdos de un pasado de colonialismo y de perversión capitalista, afortunadamente ya superados por el nuevo orden imperante en el país nacional.


***

El tuerto Manuel se levantó de su silla y ronroneante le informó a Pinilla que iba a pagarle lo convenido con Don Cheo.
–Voy a traerte tu verga de aquí al lado, así que mejor será que me esperéis sentao echándote el palo.
El gordo moreno le vio salir y se bebió de un trago todo el whisky de su vaso mientras se quedó mirando a “El Chicho” quien organizaba con una tarjeta, una raya de polvo blanco sobre el linóleo de la mesa (… está güelío el pericúo este…). Manú dejó la puerta entreabierta de manera que Pinilla le escuchó murmurar desde afuera algo y sintió hablar a Yajaira, sonó el timbre de una caja registradora y entonces se distrajo viendo como el del pelo azul aspiraba la raya utilizando como tubo un billete sepia de 100 bolívares. Pinilla le pasó un dedo al polvillo que quedaba sobre la mesa y se lo llevó a la boca (…stá fina la nieve del mariquito…). Regresó Manú con una nueva botella de whisky que colocó sobre la mesa y se dispuso a encender un tabaco provocando una espesa nube de humo. Sin prestarle atención a “El Chicho”, el tuerto le lanzó
un paquete al gordo diciéndole.
–Contá esa verga gordomarico, diez palos, mientras desvirgo esta nueva botellita paque le sigamos dándole “medio palo” al “viejo Parra”.
Pinilla rompió el papel y comenzó a contar uno tras otro, billetes de cien bolívares.

***

Rubén interrumpió la perorata de ÁbregoJota quien hablaba animadamente sobre Priscila Arteaga su admirada joven cineasta, para señalar algo puntual.
–Esto de los cineastas y los escritores y sus claudicaciones por motivos políticos en una historia de larga data. Yo la he conversado con mi cuñado, Alejo que es escritor, y lo del cine viene a cuenta también para los escritores, desde Solyenitzin y Pasternak hasta Heberto Padilla. Julio Cortazar también se metió en la política, les digo que la política amargó la vida a varios escritores cubanos como a Reynaldo Arenas y a Cabrera Infante, el infante difunto... Sergio quiso acotar de nuevo y se puso de pie para decir ante sus amigos lo que pensaba.
–¡Ya va!, un momento… Porque con los cineastas la cosa también tiene su lado muy triste, el caso de Elia Kazan fue emblemático, en los tiempos del maccarthysmo en Hollywood, pero las claudicaciones son algo que sigue sucediendo, fíjense en que más recientemente, Coppola, Lynch, Catherine Deneuve y Jeanne Moureau estuvieron invitados todos a cenar con el rey de Marruecos, Mohamev VI, un dictador criminal y corrupto, y quizás por ser español y por conocer mejor la historia, Almodóvar se negó a asistir a ese banquete. Por esas cosas hay que conocer bien la historia, que además, se repite y se repite…
–Sin querer hacer comparaciones, –dijo Brinolfo, quien intervino para acotar enfático. –¿Podríamos hablar de la bochornosa postración ante la bota militar del cineasta preferido de nuestra ya lejana democracia? Román cediendo su dignidad por dinero… ¿No han visto el film, Zamora? ¡Ufa!
–Ah ¿y que decir de la versión tergiversada del Caracazo? ¡Que triste papel!
Rubén decidió regresar a tomar el hilo de la discusión para destacar cosas más recientes, las cuales a él particularmente le enervaban...
–La preocupación de nuestro señor presidente, y sabemos que aquí ni una hoja se mueve sin su venia, por crear un cine supuestamente revolucionario, se ha hecho con una inversión millonaria y no en “simones”, ¡ha sido en dólares norteamericanos!, muchos millones para la llamada Villa del Cine para unos cuantos que se han bañado en eso chorro. ¿No recuerdan a Oliver Stone y la alfombra roja en Venecia?
–¿Qué me dicen de los dólares que se les dio a Sam Penn y Danny Glover? Sergio les recordó algo más para ampliar sus preguntas. –A Glover le dieron 18 millones de dólares para hacer un film sobre Toussaint–Louverture. Nunca veremos esa película…
Ábrego pareció de pronto querer cerrar el tema, al insistir en hablar sobre la joven cineasta local que él admiraba.
–Priscila ya ha dejado esas poses politiqueras, afortunadamente y tal pareciera que al fin ha entendido hacia donde va el país en las manos de una cáfila de ladrones uniformados…
Hubo un silencio momentáneo y después Ábrego retomó su plática.
–Tengo planes para filmar en Costa Rica una película, y ya las gestiones económicas están bastante avanzadas. Ojala pudiese entusiasmar a Priscila. Por todo esto de lo que hablamos, de verdad siento que debo hablar con ella.
Entonces Víctor decidió conversar fríamente sobre cuestiones relacionadas con la isla, su isla. Enfiló su conversación hacia el cineasta pensando explicarle cuales eran los objetivos que perseguían a cortísmo plazo. Le contó sobre el trabajo en La Cañada de Urdaneta, dándole detalles específicos sobre el curioso bioterio, de cómo habían iniciado la cría de cachicamos, y en particular y con decidido entusiasmo le habló de la doctora Ruth Romero, la hermana de Rubén y de Brino. Le comentó algunas anécdotas que hablaban de su dedicación al proyecto. Rubén con Sergio y Brinolfo se habían alejado y caminaron juntos por la ribera del lago mientras Víctor proseguía en voz baja conversando con Ábrego. Se sinceró con él relatándole los curiosos fenómenos de las alteraciones de los cachicamos, lo sorprendente de la emergencia de las lesiones y de la impresión que ellos tenían de que se había producido una mutación en los bacilos, un fenómeno que científicamente pronto habrían de presentar ante el mundo. Le expuso someramente al cineasta algunos de los alcances de ese descubrimiento. Ábrego escuchaba interesado pero silencioso todas las explicaciones que le ofrecía Víctor hasta el momento cuando Rubén se acercó hasta donde estaban ellos. Lo hizo en compañía de Sergio y de Brinolfo pues todos querían indagar directamente ante Víctor sobre algunos detalles de la visita que previamente hiciera él a la isla unos años atrás. ¿Cómo habrán cambiado las cosas? Rubén habló.
–¿Habrá cambiado mucho topográficamente el islote?, o quizás tan solo hallaremos ruinas y la misma tierra arrasada, quien sabe, quizás… ¿Sin túneles ni edificios subterráneos? Coño Víctor, en el fondo, creo que esto es lo que más deseo…
Víctor conversó entonces sobre el tema de la teoría de las arenas, la sílice y el calor, y les relató la relación entre el sol y las arenas y del fenómeno del regreso de las tortugas a las playas con las arenas donde habían nacido, tal vez quince o más años después, un fenómeno de energía solar y de física quántica. Le dijo que por todas esas cosas era que ellos buscaron muestras, las que deberían ser las más adecuadas, unas recogidas en algunos volcanes de Centroamérica y hasta en el río Esequibo, arenas de la isla de los leprosos en medio de aquel río. De nuevo Víctor habló in extenso sobre la hermana de Brinolfo y de Rubén con emocionada admiración. Les comentó como Ruth y él habían tomado muestras de las arenas de la isla donde el doctor Beauperthuy había trabajado durante meses buscando una curación para la lepra, pero, concluyó, al final todos los experimentos habían resultado esfuerzos en vano. Víctor terminó diciéndoles….
–Ni idea tengo de si lo que dicen sobre los túneles y los edificios subterráneos o submarinos sea verdad, pero algo si creo que es muy cierto, lo que hicimos sobre arenas y cachicamos, todos estos trabajos, han servido para que comprendiésemos que en nuestros experimentos, la temperatura era un factor crucial…
Les confió a todos como cuando estuvo en la isla, no existían las sospechas actuales, no había ninguna restricción para acceder a sus costas y para husmear en las ruinas de los edificios del viejo leprocomio. Entonces, insistió Víctor, para aquellos días no había nada, solo ruinas y soledad, pero ahora, en realidad, les dijo que él estaba muy preocupado por las cosas que decía saber Rubén, aunque de ellas ni él, ni Rubén tenían evidencia alguna.
–Solo sospechas y además son colaterales. Esto les dijo, y continuó.
–Fíjense en lo difícil que fue tramitar un permiso para ir hasta la isla. Debo informarte Ábrego, que la autorización nos fue negada. En realidad desde hace ya casi dos años, nadie puede acercarse a la isla…
Finalmente Víctor comentó con sus amigos que esa noche aclararían que cosa era lo que sucedía, e insistió en que, en la noche de ese día sábado, con seguridad lo que fuese, lo iban a resolver. El pescador amigo de Genívero y de Diógenes quien estaba dispuesto a ayudarles se llamaba Caronte Fernández y ya estaba contratado. Él y sus lanchas…


domingo, 20 de abril de 2014

Primera parte del Capítulo 14 de "El año de la lepra"(novela)



El año de la lepra
Jorge García Tamayo, 2011

Capítulo 14

Jaim Grudzinsky y Silvester se conocieron en Venecia el año 1951 cuando él estaba recién llegado a Italia desde Dubrovnick y vivía con una familia sefardita en una calle en el geto judío veneciano. En esos días Silvester estudiaba preparándose como aspirante a la Facultad de Medicina de la Universidad de Padova y Jaim, un par de años mayor que él, también procedente de una familia hebraica de polacos, esperaba igualmente iniciar sus estudios de Leyes en la Universidad de Florencia. Jaim era mejor conocedor del mundo y poseía un inusitado interés por la cultura y el arte del Renacimiento. Ambos amigos se mudaron a una pensión donde Silvester se extasiaba escuchando cuanto sabía su amigo quien le hablaba en detalle sobre los famosos pintores y escultores italianos, particularmente de los maestros renacentistas y se extendía con entusiasmo al destacar su peculiar interés por la historia del papado. Para Silvester todo aquello le resultaba algo curioso pues para él eran temas totalmente desconocidos. Él se preguntaba como aquel joven judío quien había como él sobrevivido a los horrores de la guerra, podía haberse interesado precisamente en los asuntos religiosos de los jerarcas de la Iglesia Católica. Especialmente le hablaba Jaim sobre la figura del papa Alejandro VI y detalles particulares sobre ciertas familias italianas como los Borgia y los Medici. Silvester aumentó el caudal de sus conocimientos hasta entonces ocupado casi solamente en la historia de médicos cazadores de microbios y admiró cuanto sabía sobre el arte, la música y de la historia de Italia su nuevo amigo aspirante a estudiar Leyes en Florencia. En sueños recurrentes la magra figura de Savornarola achicharrándose en un poste despertaría durante años a Silvester por las noches. Él había conocido en detalle la historia del fanático fraile dominico por boca de Jaim Grudzinsky y este como otros tantos relatos permanecerían en su subconsciente, quizás para desplazar las reales penurias de la guerra y de la persecución padecidas por él y por todos los miembros de la gran familia hebraica. Algunas de estas anormales apariciones que se daban en sus sueños se las relataría Silvester a Nadja y le hablaría frecuentemente sobre su buen amigo estudiante de Leyes. Juntos planificarían viajar hasta Florencia algún día para visitar a Jaim. En 1956 Silvester regresó con Nadja hasta Dubrovnik. Lo hicieron por mar en un viaje que resultó complicado por una tormenta, y en el cual ellos vomitaron hasta deshidratarse. La pasaron muy mal, hasta que finalmente llegaron a la casa del doctor Cohen y de Simona, maltrechos y enfermos. Fueron acogidos como sus hijos, con gran cariño, y permanecieron en cama unos días hasta estar totalmente recuperados. Sintiéndose como en su hogar, Silvester le mostraría a Nadja la ciudad. Juntos recorrerían las calles de piedra caliza y admirarían los edificios de estilo barroco. Al norte de la calle donde vivía el doctor Ángelo y su familia, en la periferia del barrio judío, visitarían la Sinagoga, la Zudioska le dijo él, y entonces trataría de explicarle a Nadja cuanto sabía sobre los sefarditas de la ciudad, y de las bondades de su padre adoptivo. Nadja le escucho hablar emocionado de aquella Zudioska que era la tercera Sinagoga más antigua de Europa y en la plaza Luza, tomados de las manos, ambos admirarían la Torre del Reloj con los zelenci, dos hombres verdes de bronce que golpeaban las campanas cada hora. Nadja le habló entonces por vez primera de cuan católicos eran todos en su familia y tras estas consideraciones Silvester conversaría largamente con su padre adoptivo sobre el tema religioso. El doctor Cohen le expresaría el temor que sentía al verlo tan enamorado de una joven que no profesaba como él la religión de sus ancestros. La pareja regresaría a Padova por tierra, enamorados y cada vez más decididos a vivir juntos para siempre. Sería Jaim Grudzinsky quien llegaría a visitarles sorpresivamente y sin previo aviso. Se presentó en Padova tocando la puerta de la buhardilla que compartían los jóvenes, muy cerca de la Universidad y su arrolladora personalidad impactó a Nadja y alegró la vida de su amigo Silvester quien buscó como acomodarlo bajo el mismo techo. Silvester descuidó por unas semanas sus estudios para estar todo el tiempo que le fue posible con su extrovertido amigo. Luego de largas conversaciones donde Jaim les revelaría sus proyectos sobre el arte y las leyes y sobre “su mecenas”, puesto que había logrado una muy beneficiosa conexión con un hombre muy rico Aron Kisling quien le daba apoyo económico, Jaim destacó estar en muy buena posición y les dijo estar dispuesto a ayudarles pues sus amigos no poseían bienes de fortuna, tan solo libros y mucho cariño entre ellos. Regresó Jaim a Florencia y durante meses fue un tema de conversación obligado para ambos. Silvester prefirió no confiarle a Nadja lo que antes de partir le expresara su amigo sobre ella. Jaim le confesó estar perdidamente enamorado de Nadja, de su mujer por lo que le juró que les dejaba con dolor para no faltarle a él, porque ella le había desmigajado el corazón. La madre de Nadja quien estaba casi ciega había enfermado y la jovencita debió dedicarle parte de su tiempo para atenderla. Así durante varios meses ella vivió separada de Silvester hasta que finalmente la señora fue hospitalizada y tras una infección pulmonar fallecería. Se habían prometido ir a Florencia en el verano del año 1957 y a pesar de que los trabajos en el laboratorio del hospital que paralelamente a sus estudios realizaba Silvester se lo impedían, cedió ante la insistencia de Nadja y arribaron por tren a la ciudad en un caluroso día del mes de julio, deseosos de conocer las maravillas artísticas de la capital de la Toscana. Era previsible que entre Jaim y Nadja iba a florecer algo más que la amistad y lamentablemente no sería Silvester quien lo captaría, de manera que al despedirse un par de semanas más tarde, quizás si él hubiese sido algo más perspicaz, desde aquel momento habría podido prever lo que le depararía el futuro. A través de sus contactos con la gran familia hebraica y gracias a la recomendación de su padre putativo el doctor Cohen, Silvester había recibido una propuesta para terminar su carrera de medicina en Viena. Se trasladaría en julio del año 1958 a la grande y famosa universidad austriaca donde el profesor Hoffman le había aceptado para que ampliase algunos trabajos de bacteriología que él venía haciendo sobre el bacilo de la tuberculosis. Lo había conversado varias veces con Nadja quien se mostró siempre entusiasmada sobre el viaje, sobre todo después de que cambiaran de vivienda para una habitación más amplia en la ribera del Brenta, más lejos de la Universidad y donde al parecer vivirían más tranquilos. No obstante, unas semanas antes de viajar a Viena, al regresar una tarde a su casa, Silvester no encontró a Nadja. No estaban sus ropas y no existía ni una nota para explicar su desaparición. La buscó en la ciudad, y luego viajó por tren a Florencia donde ella y su amigo Jaim parecían haber desaparecido. Luego de un mes de esperar y de indagar infructuosamente, Silvester partió hacia Viena para cursar el final de su carrera médica en la Universidad de la capital austriaca mientras simultáneamente trabajaría en el Laboratorio bacteriológico del sabio doctor Joseph Hoffman.
El mes de julio del año 1959, Silvester comenzó a estudiar las asignaturas que le faltaban para cumplir con su último año de su actividad hospitalaria. Había pasado a ser uno de los discípulos más importantes del profesor Hoffman. El trabajo en los laboratorios de bacteriología le proporcionaba un ingreso adicional que le permitió ubicarse en una habitación decorosa, comprar libros y tratar de olvidarse de Nadja. El mes de diciembre de ese año regresaba a su casa en medio de la ventisca sobrevenida tras una nevada, para encontrarse en el portal de su vivienda a Nadja quien le aguardaba con una niña pequeñita en el regazo. Silvester aceptó que Irina, ya de 11 meses era su hija, y sin mucha discusión aceptó que madre e hija ingresaran para quedarse en la calidez de su casa. Varios meses tardó Nadja en relatarle a Silvester sobre Jaim y las dudas de ella. Le habló llorosa de cómo habían vivido ambos en Paris hasta cuando comenzó a percibir que tras el nacimiento de Irina, Jaim pareció cambiar y la dejaba para salir solo por lo que ella notó que había comenzado a enfriarse en él su cariño. Una vez les dejó solas durante varias semanas. Tras haber desaparecido nuevamente ya por casi un mes, Nadja le dijo que hizo las indagaciones pertinentes y supo de Silvester y de su vida en Viena. Así fue como decidió regresar a su casa de donde le dijo, se arrepentía por haberse escapado. A mediados del año 1960 Silvester Korzeniowski se graduó como Médico Clínico en la Universidad de Viena y el profesor Hoffman le otorgó un reconocimiento especial de manera que fue aceptado en el Laboratorio de Microbiología recién creado por la Universidad y donde habría de percibir un buen salario y tendría tiempo para dedicarse a trabajar haciendo investigación sobre los bacilos de Koch. Durante el mes de marzo del año 1961, Nadja volvería a desaparecer. Se había ido con Irina, de nuevo sin dejar rastro y Silvester decidió que ésta vez habría de ser para siempre. En el mes de Julio fue enviado a presentar un trabajo en el Congreso Mundial de Microbiología que se daba en París y sería allí donde dos médicos venezolanos, el doctor Piero Itriago y yo, Arístides Sarmiento, quien para ese año recién había cumplido 25 años, haríamos contacto con el joven doctor Korzeniowski de 30 años y le propondríamos que creyese en nosotros y aceptase la oferta de venir a trabajar en un Sanatorio Antituberculoso y en el Leprocomio de la isla de Providencia en la ciudad de Maracaibo, conocida como “la tierra del sol amada”, para otros sencillamente la “ciudad de fuego”. Nunca me dijo Silvester si su desdichada historia personal con Nadja había influenciado su decisión, bastante rápida. Unos meses más tarde ya estaba entre nosotros, y para siempre.


***

El sábado 4 de diciembre, del año 2011 a las diez de la mañana, Sergio conducía su desarticulado escarabajo alejándose de la “ciudad de fuego” mientras Brinolfo conversaba con Víctor quien estaba incrustado en el asiento trasero. Habían cruzado los ocho kilómetros del puente sobre el lago Coquivacoa y enfilaban hacia el norte de la costa oriental rumbo a Los Puertos de Altagracia. Brino había acordado con su hermano Rubén encontrarse en “la taguara” de Genívero, conocida ahora como Bar La Providencia. A pesar de este cambio de nombre, el establecimiento seguía siendo “un abasto” donde vendían a discreción latas de atún, de pepitonas, sardinas y diablitos, amén de “artículos para el hogar” según rezaba en el anuncio frontal. Ya con licencia para licores, Genívero y su hermano decidieron expender ron y hasta caña clara por lo que pretenciosamente ambos, él y Diógenes, insistieron en bautizar de nuevo a la Bodega La Providencia como “Bar”. De cualquier manera, en el tradicional abasto siempre se pudo beber cerveza helada en “el solar” trasero. “La choza”, era como mentaban los vecinos a la taguara  de los dos hermanos, con sus dos puertas pintadas de azul añil y siempre abiertas hacia la calle soleada. Detrás del mostrador, existía una pieza que fungía de cocina y donde entre hileras de cajas de cerveza que llegaban hasta el techo, se podía pasar de perfil hacia un terreno amplio con varias palmeras y matas de uvas playeras que sombreaban la tierra frente a la playa. Los marullos del lago, llegaban hasta la orilla, susurrantes y algunos turpiales y periquitos enjaulados invitaban con sus trinos a un plácido descanso, apto para “cervecearse”. Este era un sitio de reunión frecuente para Brinolfo y Sergio. Lo habían seleccionado desde hacía varios años, posiblemente por la música que albergaba la vieja “rockola” del compadre Genívero quien siempre disfrutaba acompañándoles con su cuatro o sencillamente escuchando interesado las pláticas de los jóvenes. Ellos bebían cerveza mientras sonaba la música zuliana y conversando animadamente se complacían en atisbar a su querida “ciudad de fuego”, lejana, brillando perdida al otro lado del lago. Acostumbraban a cantar bebiendo cerveza puesto que nunca faltaba un par de cuatros o una guitarra para pasar de la rockola a la canción in vivo, mientras los marullos murmuraban en la orilla donde siempre soplaba tibia la brisa bajo la sombra cambiante de los uveros. En el momento mismo cuando Brinolfo dijo que ese día no parecía ser un sábado puesto que “la jaiba” estaba como “medio tristona”, Sergio le pidió a Genívero arrancar con la música y éste rechifló para que su hermano Diógenes “enchufara” la rockola. Una danza zuliana surgió para acallar los turpiales y sorprender a dos parejas de periquitos enjaulados. Brino se levantó y fue directamente a discriminar entre vallenatos y rancheras, para remarcar números y letras que tenía ya “bien precisados” y hacer surgir su selección de bambucos, contradanzas y valses zulianos. La rockola de La Providencia estaba codificada con música del terruño, “fríamente calculada” en el decir de Sergio y preparada para los amigos venidos desde el otro lado del lago. Cuando Diógenes con la cava repleta de botellas de cerveza helada llegó hasta el patio, ya arrancaba tempranera en K7, la voz de “el cantor de todos los tiempos”, Don Armando Molero. Del negro surco de 45 nació su voz y los inconfundibles acordes de su guitarra interpretando las primeras estrofas de “El Lázaro”. “Voy a cumplir ocho años metido en este desierto y de mi hermano Heriberto he visto mi desengaño, desde un pequeño tamaño, sufrodestaenfermedad”…


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No es el momento, pero debo hablar sobre mis problemas, de los cuales estoy consciente y debo aceptarlos. Creo entender que durante años he sido avasallado por eso que la gente llama, el demonio de los celos… O mejor no, tal vez debo dejar tan solo que sea Ruth quien hable sobre esto… A uno se le hace difícil… Me cuesta, aunque debería intentarlo. Estoy de acuerdo en que si reflexiono, debe existir una causa específi ca, más allá de mi mala suerte y como parte de ella misma, el infortunado accidente que arruinó mi vida condicionándome a esta grave discapacidad que arrastro. Tal vez si hubiese detectado antes estos, mis problemas conductuales, hubiese visto con más claridad todo cuanto habría de acontecer. En consecuencia, estoy consciente de que mi amargura tiene varios motivos, son algunas las causas y ellas pueden ser de peso, además debo aceptar que esta desazón que embarga mi espíritu se ha venido consolidando durante los últimos años. Puedo intentar atreverme a escribir sobre el problema de mis celos y de sus posibles explicaciones como un fenómeno psicológico. Debo aceptar que se incrustó en mí ser como una maldición. Es un hecho real, o quizás debo decir, fue, y lo acepto. Tal vez es ahora, quizás tardíamente cuando lo asumo. He venido durante años transformándome en un enfermo celópata. Esto es algo que me remite al Otelo de Shakespeare, y me parece que he asumido el papel del moro veneciano, sin un Yago que haya labrado mi desdicha. He contado, para excusarme quizás, con los temores que me ocasiona mi discapacidad física y acepto que pocas veces traté de entender las motivaciones reales de Ruth. Esperaba yo, siempre estúpidamente romántico, que fuese ella solamente y para siempre, la razón de mi vida. No obstante, presiento que desde mi infancia he tenido una especie de dificultad psicológica para entender a las mujeres. No trato de excusarme, o de buscar justificaciones para mi conducta. Acepto por demás que desde hace muchos años padezco de una cierta inseguridad personal y puede ser que ella misma se haya traducido en mis celos patológicos. Las mujeres han sido para mí un terrible misterio. De ellas una vez alguien dijo, “son como un perro verde”, fueron palabras creo, de un afamado actor quien me imagino no tuvo mucha suerte en el amor, pero pienso que son acertadas. Yo así lo creo. Para mi son seres muy difíciles de descifrar, me parecen impredecibles. Sin embargo son muy necesarias, indispensables, la verdad sea dicha, además son nuestras madres, y las madres de nuestros hijos y conforman nuestro apoyo en la vida cuando decidimos compartirla con ellas. No ha sido buscando tan solo excusarme que he examinado concienzudamente estas cosas. Siento que debo revelar una serie de consideraciones introspectivas para tratar de analizar quien soy, de donde vengo para regresar hasta donde llegué en mis relaciones con Ruth y con otras mujeres durante el curso de mi vida. Esto me parece indispensable antes de tratar hoy día de analizar el asunto de mis celos. Seguramente hubiese sido más difícil escribir sobre este tema sin haber contado con algo que me pudiese servir de guía, como de orientación, y esto es francamente lo que he tratado de hacer con los cuadernos de Ruth. También, claro está, ha sido también para mi una manera de entenderla mejor.

Retazos del diario de Ruth
Abril del año 2003: Parece que toda la agitación vivida durante el año ya ha cesado. Vivimos como una especie de tregua, como si el país comenzara a recuperarse. Después del despido masivo de los trabajadores petroleros, mi hermano Rubén está viviendo con Mayra y sus 3 hijos en la casa grande. Papá dice que a él no le importa, que se queden. Le encanta hablar con sus pequeños nietos. Otros opinamos que es mejor que se vayan del país. Rubén, está medio desconcertado, y todavía no sabe que es lo que va a hacer. Confía en que con algo le resarcirán los directivos de la Industria Petrolera, puesto que el despido se dio después de años de trabajo, y él no tuvo la previsión de ahorrar mucho dinero. Muchos somos los que pensamos en que no les van a dar nada, por el contrario algunos creen que quizás les persigan. Yo siento que cualquier cosa les puede pasar. El mundo está como loco, varios presidentes han entrado como en una onda de agresividad durante el pasado mes de marzo, ¿serán los “idus” de Julio César?, Bush apoyado por Aznar y Tony Blair decidió invadir a Irak. Lo vimos por la tele, miles de cohetes y de bombas sobre la antigua Babilonia. Un horror de muerte donde los civiles pagaban el pato. Bush habla de guerra preventiva y asegura que hallará armas de destrucción masiva en manos de Sadam Hussein. Hay demasiada violencia en todo el mundo. Yo creo que las cosas se están descomponiendo y si quiero hacer carrera académica en nuestra universidad, debería más bien pensar en seguir con el proyecto de mi Maestría, que está por lo demás ya iniciado. Calculo que en menos de un año podría concluirla, sobretodo si tomo varias asignaturas en la UCV. Esto supondría tener que regresar a Caracas por un tiempo, pero, ya sabes querido diario, Alejo no quiere oírme hablar sobre esto, le entra una especie de terror. ¿Ataque de inseguridad en lo personal o quizás de celos?, no lo sé, pero creo yo que algo de esto hay y hemos tenido algunas diferencias sobre mi trabajo. Le he dicho que él no debe tratar de conducirme en asuntos que no son de su competencia, digo, en la parte  de la investigación y de mis obligaciones con el grupo del doctor Sarmiento. Ayer le dije que era como que si yo me pusiera a indicarle sobre lo que debe él decir en sus clases de Literatura o de Historia y se molestó mucho. Pobre, yo lo entiendo, pero es que él es demasiado absorbente.
10 de Julio, 2003: Querido diario, te voy a tener que dejar en casa, y me duele contarte esto, pero es que ya hemos tenido otra pelea y he tomado una muy firme determinación. Siento que debo regresar a la capital para terminar mi Maestría. Me tomará menos de un año y entonces si siento que así, académicamente, estaré mejor capacitada para trabajar de lleno en los proyectos del Centro de Investigaciones que aspira consolidar el profesor Arístides Sarmiento sobre los bacilos de la lepra. Otra decisión, de hoy mismo. He comprado un cuaderno hoy en la mañana, y con un nuevo impulso, voy a destinarlo a proseguir contigo mi querido diario, seguir escribiendo para ti durante mi Maestría. Lo que he reunido, a mitad de camino, está todo en un cuaderno que ya está llegando a la mitad. Lo dejo en mi tierra del sol amada y aguardará por mi regreso. Volveré y mi estancia en la UCV estará condensada en este nuevo cuaderno de ahorita, con tapas de colores y espiral blanco. Mi diario querido, aquí seguiré contigo, tú conmigo, yo narrándote mis peripecias. No quiero entrar en detalles sobre las diferencias con mi Ale178 jo, le he dicho a él que es un tonto al darle rienda suelta a su imaginación. Él tiene que entenderme, que aceptarme, él necesita creer en mí.
20 de julio, 2003: Hago un paréntesis para informarte diario querido, hablando contigo aquí en la capital, que Rubén sigue muy mal de situación por todo lo del trabajo, ellos están allá lejos en mi tierra caliente y te informo que yo solo sé de la vida de mi pobre Alejo a través de Rubén y de Mayra quienes me escriben semanalmente. Las cartas llegan tarde, algunas veces no llegan, pero estamos acostumbrados a este pésimo servicio de nuestro correo. Alejo no me dice ni una palabra, al parecer está muy enojado. Rubén y Mayra me cuentan que PDEVESA pareciera ir hacia una recuperación, pero presenta grandes fallas. El personal que se ha quedado no está capacitado y mientras tanto, el país entero espera. Creemos que al llegar al final de este año podremos ir a votar en un Referéndum Revocatorio, para el cual creo que solo contamos con Súmate, una organización privada que trata de convencer a la gente que debemos participar en la decisión final. Ya veremos. En su última carta Rubén me dice que quiere venirse a la capital, me imagino que será para buscar algún amigo dentro del gobierno central, alguien que pueda ayudarlo. No creo que consiga nada, como están las cosas… Yo sigo en la casa de mi tía en La Pastora y allí espero que pueda llegar Rubén también.
30 de julio, 2003: Rubén me trajo noticias preocupantes sobre mi Alejo, yo le llamo por teléfono y pocas veces lo puedo localizar, pero Rubén me contó que sale casi todas las noches. Me dijo preocupado, que él ahora tiene unas malas juntas, amigos de su trabajo con quienes bebe cerveza y parrandea. Él, mi Alejo, antes no era así, por lo que no sé, pero me parece que he cometido un error al dejarlo solo en nuestra ciudad. Trataré de convencerlo de que se venga cuando comiencen formalmente las vacaciones del Liceo, ya veremos que decide hacer.
10 de Noviembre, 2003: Una muy buena noticia mi querido diario. Finalmente el profesor Arístides Sarmiento ha logrado con la Universidad un cargo para mí como investigadora asociada. A pesar de hallarme todavía fuera del recinto de mi universidad, me comenzarán a pagar el sueldo pues considerarán que estoy estudiando para regresar a mi trabajo. Escribo de noche, en el silencio y la tranquilidad con el friito de noviembre ya entrando por la ventana y debo decirte querido diario que de nuevo estoy, es decir estamos, felices. Alejo hace varias semanas que está conmigo, viviendo aquí con la bondad y la simpatía que le caracteriza, él vive haciendo la felicidad de quienes le rodeamos, especialmente en la vida de mi tía Eloisa quien siempre ha sido una “fan” de él. En este silencio roto por el cui cuí de ranitas nocturnas, puedo relatarte un rato algo sobre la dolorosa experiencia que representó para mi Alejo, el abandono al que lo sometí durante meses. Esto me duele bastante pues me hace sentir mal. Yo sé que una puede ser muy egoísta, pero no sabía yo cuanto puedo ser capaz de hacerle daño a quien tanto me quiere. Alejo dejó su cargo en los liceos y pidió un permiso no remunerado en la Universidad para venirse a estar conmigo aquí en la casa de Eloisa y yo ese gesto lo valoro mucho, aunque se que debería gritarlo al mundo, lo expreso, lo exteriorizo muy superficialmente. No se si es que me estoy transformando en una mujer dura, poco amable y no quisiera aceptar esta idea, o si de veras es que hay algo que me obliga a no ser tan cariñosa como era antes. Esta aseveración, que en ocasiones siento que puedo palpar, me preocupa, pero creo que es consecuencia de tantas disputas y diferencias por estúpidas cuestiones de trabajo, o por el tema de Víctor y los proyectos de investigación, y como siempre por los celos de Alejo. Esto es un hecho que no sé como manejar. Hace ya dos semanas que Víctor está de nuevo en el Instituto del hospital Vargas, aquí en Caracas, y yo no hallo como decírselo a Alejo. Se que se va a poner como loco. Le he explicado a Víctor que es mejor que regrese a nuestra ciudad, me aterra pensar que Alejo pueda enterarse de que Víctor está aquí, pero de veras Víctor vino por su amistad con el profesor Balda y son sus proyectos y sus investigaciones las que le traen. Caramba, si es cierto que conocía a Víctor antes de que Alejo apareciese en Caracas por primera vez, y también es verdad que Víctor me cortejaba y que pudimos llegar a tener algo más serio, todo esto es cierto, pero eso nunca se dio, así que no hay nada entre él y yo. Lo de Víctor no es nada que tenga que ver conmigo. Esto es una aseveración que reafirmo, aunque en el fondo siento como si no terminase de aceptarla pues a la vez me digo, ¿porqué debo renunciar a su compañía?, ¡cuanto no aprendemos juntos! Imagínate querido diario que estamos llevando adelante ahora toda una investigación sobre las arenas de los volcanes, ¿te suena una locura?, pues son arenas que poseen ciertas propiedades, como las que obligan al regreso de las tortugas al sitio en la playa donde nacieron, esta es una explicación misteriosa de la cual te hablaré detalladamente en otra oportunidad puesto que algunos creen que puede ayudar en el tratamiento de la lepra.
15 deDiciembre, 2003: Iremos algunos días, del 20 de diciembre al 2 de enero para la casa grande para celebrar la Navidad con papá. Nosotros regresaremos a nuestro pequeño apartamento en Maracaibo y te digo que menos mal que decidimos continuar pagando el alquiler, si no, ¿dónde íbamos a vivir al regresar? Esto no lo digo por Rubén y Mayra y los nietos de mi papá Eusebio, puesto que ellos están peor que nadie. Mayra está transformada en una gran repostera, Rubén se está ayudando con clases de matemáticas en un par de colegios, todavía no se decide a irse. Alejo me habla constantemente de la situación económica precaria, la que vivimos, y yo entiendo que él quisiera tener más ingresos, pero es difícil en su campo. Imagínate querido diario que llegó a plantearme en la capital que él podría usar su auto trabajando como taxista. Aquí en Caracas, él solo ha hallado un cargo como profesor en el Liceo Gran Colombia. Menos mal que en enero abrirán varios cargos en otros liceos y que por otra parte él se mantiene ocupado con su novela sobre el médico de Cumaná. Hace un par de días, el 13 de diciembre, el presidente Bush le anunció al mundo sobre su tan deseada detención de Saddam Hussein, lo hallaron metido en una especie de hueco, como uno de aquellos refugios que usaban los vietnamitas, ¡que cosa! Con Alejo he conversado sobre esto, y me gusta que lo hagamos, me parece muy bueno que volvamos a hablar. En las noches, algunas veces hablamos ambos, largo y tendido, y siento que lo quiero, con todas sus manías y sus miedos, sé que podemos seguir amándonos y que mamita desde el cielo nos ayudará… Alejo me habla del argumento de su novela, que es historia que a mi me parece de lo más interesante. Lo más curioso es que ese señor en vida hizo cosas muy importantes y es muy conocido por los jefes míos, digo los profes Sarmiento y Korzeniowski. Ellos ensayaron algunas de sus terapias y revisaron las cosas que el doctor Beauperthuy escribió hace ya muchos años, sobre la lepra. Es una curiosa coincidencia. Después te cuento más.


***

Dimitri Yakolev se acercó hasta la casa del profesor Silvester Korzeniowski el día sábado 4 de diciembre. Llegó en su auto, un Mazda plateado un poco antes de las once de la mañana. Silvester le recibió en la cocina donde burbujeante en una greca, hervía el café. Sirvió dos tazas grandes y le invitó a sentarse. Dimitri de inmediato quiso reiterarle su interés en la invitación que el profesor le hiciera la noche anterior.
–Después del mediodía espero que podamos ir a almorzar en un restaurante que me han recomendado. Es por aquí cerca. Me han contado que es de unos peruanos, pero la especialidad es la comida criolla. Me dijeron que pidiéramos los… ¿bollitos pelones?, son, ¿cómo dicen aquí?... ¡Mundiales! También supe que la vista desde el sitio es sensacional, me dijeron que se ve el puente sobre el lago de Coquivacoa muy cerca.
Silvester bromeó con él sobre sus conocimientos del turismo local y de su interés por la cocina criolla. El bieloruso se veía amigable y extrajo un papel del bolsillo interno de su chaqueta. Le mostró a Silvester un plano del sector con las instrucciones para salir de la autopista y de como dirigirse al restaurante de la comida criolla a orillas del lago. Silvester notó que ciertamente el restaurante estaba cerca del puente y también le llamó la atención ver varias líneas rojas que en el papel demarcaban las rutas. Hicieron silencio por un momento mientras continuaban degustando el café cuando el anciano investigador le preguntó con curiosidad.
–¿Quién te elaboró ese mapa? No sabía que tenías tan buenas conexiones en la ciudad. Tú dices “me dijeron”, pero no me dices quienes te señalan todas las rutas y te recomiendan las comidas criollas… ¿Son algunos nuevos amigos tuyos?
Dimitri sorbió el café demorando su respuesta. Silvester sonriente no le quitaba la vista de encima cuando el bieloruso pasaría a explicarle que fue en el hotel donde estaba viviendo donde le orientaron para llevarlo a un buen sitio para almorzar.
–Les pedí que fuese cerca de su casa. No quiero que se aleje tampoco de su laboratorio. Todo está cerca… ¿Verdad?
Silvester entonces pareció querer desviar la conversación hacia los supuestos intereses literarios de Dimitri y pasó a preguntarle por el libro que escribía con las historias de las familias de polacos venezolanos que sobrevivieron al Holocausto. Mirándolo también fijamente el anciano investigador le comentó.
–Esa si que me parece una tarea titánica, puesto que ya casi todos estamos, iba a decirte muertos, pero mejor será, como dicen por aquí, más de allá que de acá.
Entonces Dimitri le aseguró que estaba ya todo bastante adelantado, le informó que tenía grabadas conversaciones con algunos sobrevivientes quienes como Silvester habitaban en diversas ciudades del país y no deseando hablar más del tema, le dijo resignadamente.
–Estoy completando un censo y este será algo definitivo.
En su fuero interno el bieloruso maquinaba buscando la manera de desviar la conversación hacia tópicos de ciencia con la esperanza de conversar sobre los bacilos de la lepra. No obstante como le pareció percibir cierta resistencia en Silvester, prefirió proseguir en una perorata pseudoliteraria inventando falsedades sobre las familias de polacos que había contactado, hasta comprender que definitivamente el profesor parecía estar distraído. En realidad Silvester no se sentía bien. Había despertado tarde. La prolongada plática de la noche anterior le había revuelto viejas vivencias de su infancia y adolescencia que cual si fuesen parte de un mal sueño, todavía ensombrecían su espíritu. Bebiendo sorbos de café, escuchó divagar a Dimitri mientras en el fondo su mente volvía sobre viejos afectos y pensó entonces en su difunta mujer, Ángeles, y percibió borrosas imágenes de Kopel y sus partisanos. Por un momento llegó a recordar también a Nadja y a Irina y a sus nietos. Era evidente que no deseaba escuchar más nada de lo que Dimitri le comentaba. De repente pareció salir de su mutismo cuando el teniente Yakolev le dijo con la mayor franqueza, que esperaba por lo que él mismo le había prometido la noche anterior. Cuando reiteró su deseo de que se pudiese dar ese mismo día… Silvester se preguntó a si mismo, ¿de que me habla ahora este hombre?... Así fue como Dimitri finiquitó su solicitud diciéndole esclarecedor…
–Quizás después del almuerzo. Es que no aguanto la curiosidad de visitar su Laboratorio en la Cañada de Urdaneta. Me pareció tan interesante todo cuanto hablamos anoche sobre las Leyes de la Termodinámica y la entropía. Me comentó usted sobre la importancia de la física, me habló de la temperatura y de sus posibles efectos sobre los genes bacterianos. ¿Lo recuerda? Yo estaría encantado de poder acompañarle, y de que me ofreciese esa oportunidad.

CONTINUARÁ

viernes, 18 de abril de 2014

Capítulo 13 de "El año de la lepra"



El año de la lepra
 Jorge García Tamayo, 2011
Capítulo 13
En 1841 decidió Luís Daniel quedarse para siempre en el país donde ya su hermano vivía, en la tierra firme de América. No lo hizo en Maturín. Razones del corazón le llevaron a decidirse por la ciudad primogénita de Venezuela. Cumaná descansaba rendida a la sombra de El Castillo de San Antonio, sobre el cerro Colorado y su gente habitaba plácidamente en casas que habían crecido en las riberas del Manzanares e iban hasta su desembocadura en el mar que baña las costas serenas del Golfo de Cariaco. Cumaná, donde tenía su asiento la casona de la familia de Don Dionisio Sánchez Centeno y doña Inés Mayz Alcalá, padres de Ignacia Sánchez Mayz. Luís Daniel recordaba persistentemente a la Ignacia de su juventud. Era una niña, cuando él la vio por vez primera, y luego durante sus viajes y en sus sueños, el amor le comenzó a desmigajar el alma. Luís Daniel quedó prendado de ella desde el primer momento, la tarde de su visita a la familia Mayz de Cumaná. Había viajado por el país de la tierra firme por primera vez y lo hacía como “viajero naturalista”. Después de regresar a Europa para finalizar sus estudios de medicina, volvería al país donde conociera a Ignacia. Al año siguiente de haber regresado a Cumaná, el diez de noviembre del año 1842, Luís Daniel de 35 años e Ignacia de 16, contraerían matrimonio, y de aquella unión nacerían tres hijos hasta que la muerte tuviese a mal separarles para siempre.

Cuando en el mes de febrero del año 1871 el doctor Beauperthuy tomó la decisión de dejar su casa de Cumaná para irse a la Guayana Inglesa, abandonó aquella casona donde habían transcurrido casi 30 años de su vida. Una casa que él había construido para su esposa Ignacia Sánchez Mayz, y al irse de viaje, no supo porqué, pero tuvo el extraño presentimiento de que no volvería a verla. Había aceptado con emoción la propuesta de los ingleses y se fue de Venezuela ya siendo un hombre mayor. Tenía sesenta años y se iba fuera de su país para vivir en precarias condiciones, en una casa de madera a orillas de un río en medio de la selva. Abandonó su casa, allá donde él y su esposa vieron nacer y crecer a sus tres hijos Pedro Daniel, Ignacia e Inés, y se fue de Cumaná, ilusionado y a trabajar en un pequeño hospital, también de paredes de madera, recién creado, en una isla en medio del río Esequibo, un sitio atestado de enfermos de lepra. Otro leprosario.

Pensarás en ella haciendo un análisis retrospectivo y no podrás evitar que el aroma a melaza y a papelón venido desde el trapiche de tus soñadas haciendas en Cumanacoa llegue hasta ti con el eco de los gritos de los hijos y de los sobrinos. Recordarás sus travesuras y todas las vicisitudes de la vida hogareña te llegarán en torrentes. Los recuerdos de los días de felicidad con Ignacia y de las épocas vividas en tu finca La Rinconada. Piedra sobre piedra y la argamasa y la pintura blanca, en la resolana de los días de trabajo sabroso, los emocionantes ratos de tantas vivencias como fueran las que conllevaron a la construcción de aquella casa de la hacienda, en la vecindad de las montañas verdes a la sombra de los grandes apamates y desde donde se divisaban las siembras de café. Una vida entera en compañía de ella y de tus hijos pequeños, se agolpará en tus ojos como lagrimones y asediará los muros de tu conciencia. Volverás a ver el verdor de la montaña y a sentir a tus sobrinos correteando por los sembradíos de caña y de tabaco. El aroma del café llegará hasta ti. Vivencias estas que alimentarán tu espíritu abatido ante los pobres resultados de tus intentos por curar el terrible mal que deforma a los pacientes de la isla Kaow. Rememorarás entonces la muerte de
Inesita, tu hija menor y a pesar de que sientes profundamente una triste y cristiana resignación, no cesarás de pensar en ella. Pasarás entonces a relatarle por carta a tu mujer, cuan presente tienes en tu memoria a tu querida hija, tan jovencita y fallecida tan poco tiempo atrás…

Martes 24 de junio, 1871; 11:00 pm
El rudo trabajo diario se traduce para ti en noches de insomnio, en un inmenso cansancio que abate tu humanidad. En tu hamaca, sudoroso, no duermes escuchando el rumor de las aguas del Esequibo y los ruidos de la selva, graznidos y el ulular de agoreras aves nocturnas, ladridos lejanos de monos araguatos, y se te hace estridente el chirrido interminable de cientos de insectos en la oscuridad cambiante. Ellos te acompañan en tu desvelo. Sabes que lo has dejado todo para vivir entre esos leprosos indigentes, y no cesas de pensar en tu mujer Ignacia, y en tu casa solariega, lejana, allá en Cumaná…
Piensas también en tus hijos, y los recuerdos del pasado llegan hasta tu espíritu abatido, piensas especialmente en Inés tu hija menor, fallecida soltera a los 18 años, y padeces ante los lentos resultados de tus intentos por curar el mal que deforma a tus pacientes. Te levantas y con la claridad de la luna, mientras observas acongojado las aguas del río, las ves correr rumorosas y escuchando lejanos murmullos y gritos sientes como se van creando ecos en la selva. Atisbas la sombra azul magenta de la isla y tratas de detectar los techos del pequeño hospital, pero no observas más luces que las de los cocuyos que aparecen y desaparecen. Tú, Luís Daniel, tú quien estabas tan seguro de que en esa pequeña isla habrías de hallar la cura para el terrible mal…
Te levantas de la hamaca y te sientas frente a la mesa. Después de pensar un rato en tus hijos fijas de nuevo la atención en Inés. Se nos fue. Lo dices para ti mientras te sientes arrastrado por la nostalgia y la tristeza. Entonces suspiras e imaginas la figura de tu mujer y quieres recrearte en las líneas de su rostro cuando hundes la pluma en el tintero, y extiendes el papel donde le escribes:
“Querida Ignacia: este lugar destinado para vivir con José y Lorencita, es sano, bien ventilado. La casa es grande, pero no podría albergar una familia tan grande como la mía”…
Después piensas en el doctor Sheringan y en las contradicciones que asedian el natural desarrollo de tus actividades laborales en la isla Kawo, pero tuerces la boca en un gesto amargo y desechas los malos pensamientos para escribir a continuación.
“Los enfermos están ya en curación. El gobierno de Demerara y sus habitantes favorecen mi empresa y estaría feliz si no fuera por la separación de mi familia”.
Estas vivencias eran revisadas por Luís Daniel en su casa de madera a orillas de río Esequibo para luego regresar a las cosas que se habían sucedido en el curso de los últimos meses. Como el río lleva sus aguas hasta la mar, así vería él transcurrir las horas y los días, y sus recuerdos  también viajaban hacia el mar, hasta su tierra tan lejana, su familia allá en Cumaná, y Luís Daniel comenzará a padecer los efectos de una profunda depresión. Sentirá una gran soledad por la ausencia de su esposa y de sus gentes. Intentará cada día convencerse a si mismo de que está viviendo una situación temporal, de que a pesar de todo, él se debe a todos aquellos infelices que padecen por el horrible y deformante mal de la lepra. Le escribe nuevamente a su mujer e insiste en que pronto llegará el momento en que descubrirá la verdadera cura para el mal… Beuperthuy el médico, había nacido en una isla del Caribe y se formó en Paris. Había tenido la oportunidad de dedicar parte de su tiempo a viajar por diversas ciudades de Venezuela en la tierra firme de América por lo que conocía bastante del país. Estuvo en Caracas la primera vez  cuando tras visitar a su hermano en Maturín, había recorrido los llanos y los valles de Aragua para en su condición de viajero naturalista, informar al museo de París sus hallazgos sobre la naturaleza y los habitantes de la tierra de gracia. Ya radicado en Cumaná, habría de volver a los llanos, y estaría ausente del país unos meses para visitar a sus padres en su tierra natal, la isla de Guadalupe. Dos años después de haberse radicado en Cumaná, el 20 de mayo de 1844, Luís Daniel habría de revalidar su título de Médico en la Universidad de Caracas, y pasaría a formar parte de Juntas de Sanidad siendo designado con diversos cargos por su desempeño como un eficiente médico dedicado al cuidado de los enfermos e interesado en temas sobre la salud pública. Entre 1853 y 1854 ejercería como médico en su ciudad, Cumaná, cuando esta fue destruida por un violento terremoto y azotada su población luego por epidemias de fiebre amarilla, de viruela y de cólera. Fue nombrado Médico de los pobres y Desvalidos en 1865 y en 1867 se le otorgó un nombramiento de Médico del hospital de Lázaros.