viernes, 30 de marzo de 2018

El último hombre de la tierra




El último hombre de la tierra

En este blog lapesteloca nos hemos referido en otras oportunidades a Mary Shelley y a lo acontecido durante unas vacaciones vividas con varios amigos en una villa en Suiza el año 1816, cuando Mary concibió su célebre "Frankenstein el moderno prometeo" (http://bit.ly/1SpDHxq). Lo sucedido alrededor de aquel idílico estilo de vida, lamentablemente no duró mucho. En 1822 Percy Shelley murió ahogado (https://bit.ly/2pSXezK) durante una tormenta que hizo zozobrar su embarcación. El mismo año, un accidente con su carruaje casi le costó la vida a Mary y sólo dos años después, su hermanastra y la ex-mujer de Percy se suicidarían al tiempo que Lord Byron mientras combatía en Grecia contra los turcos al lado de los helenos, fallecía tras caer enfermo.

También en este blog hemos reiterado el interés por diversos aspectos de la “ciencia ficción” (http://bit.ly/2yYQwfL). Existe una novela apocalíptica de ciencia ficción escrita por Mary Shelley, publicada en 1826, titulada “El último hombre en la tierra” donde se narra la historia del mundo arrasado por una plaga a finales de este siglo XXI. Fue su última novela. Dos ediciones de El último hombre fueron publicadas por Henry Colburn en Londres en 1826, y una edición en París en 1826 por Galignani. El último hombre recibió las peores críticas de todas las novelas de Mary Shelley. La novela fue tan duramente criticada en su época que parecía haber desaparecido hasta que los historiadores la resucitaron en la década de 1960.

Mary Shelley siempre quiso publicar una biografía de su marido, pero su suegro se lo prohibiría por lo que ella, seguramente tras largas meditaciones decidió insuflar su personalidad en uno de los protagonistas de “El último hombre en la tierra”, el utópico Adrian, conde de Windsor, quien como Percy con su naturaleza enfermiza y retraída se convierte en un líder con seguidores en busca de un paraíso natural, aunque terminará, como su marido muriendo ahogado durante una tormenta. El poeta Lord Byron pareciera igualmente estará representado en Lord Raymond quien luchará al lado de los griegos. Así, la última novela de Mary Shelley resulta ser un tributo a sus amigos ya fallecidos y a su vez explora sus propios sentimientos de pérdida, tristeza y aislamiento por las muertes de todos ellos y las de sus hijos.

Se ha señalado que la novela “El último hombre en la tierra” Mary Shelley no sólo lamenta la pérdida de sus amigos sino que igualmente, cuestiona los ideales políticos del Romanticismo.  La plaga es metafórica, y arrasa con el idilio revolucionario de aquel, su grupo, de aquella élite que aparecerá en el siglo XXI corroída por los defectos de la naturaleza humana. El historiador Kari Lokke, ha señalado que “El último hombre constituye un desafío profundo y profético al humanismo occidental”, y destaca como Mary Shelley, al hacer referencias a las fallas de la Revolución francesa, y a las respuestas de sus padres los filósofos William Godwin y Mary Wollstonecraft, así como las de Edmund Burke hacia la misma revolución, “ataca a la fe de la Ilustración de la inevitabilidad del progreso a través del esfuerzo colectivo”. Valgan estas referencias para dar a conocer una novela que fue pensada por la autora de “Frankenstein, para este caótico siglo XXI...

Maracaibo 30 de marzo  2018

jueves, 29 de marzo de 2018

Amores de manicomio




Amores de manicomio

Corría el año 1959 cuando el doctor José Asunción Carloni comenzó a trabajar como médico–interno en el Manicomio de la ciudad de fuego. En esa época tenía tan solo 24 años y para él, tener que lidiar con dementes era una novedad. Ágatha Gallegos era en aquel entonces una esbelta y juncal jovencita de 22 años. Su tez era tan blanca que parecía translúcida, de rubia cabellera y con una mirada de un color ultramarino, a veces claro e indefinido. Un año antes había sustituido a una tía abuela en sus obligaciones como auxiliar en el Manicomio y era muy querida por el personal de enfermería, por las auxiliares y por algunas monjitas que todavía laboraban en el hospital.

Ágatha estudiaba en las noches y estaba gestionando su ingreso en la Escuela de Enfermeras con la ilusión de ser una mujer como “la dama de la lámpara”, su admirada e idealizada Florencia Nightingale, de quién años atrás había tenido la oportunidad de leer una biografía. Cheo Carloni–Corso habría de recordar toda su vida la primera vez que se encontró con Ágatha Gallegos. Al verla sintió que las piernas se le llenaban de espuma helada y las rodillas se le derretían cual barras de mantequilla al fuego. Ante ella, su corazón se le desbocó dentro del pecho como un potro salvaje al galope tendido. Ese día había llovido torrencialmente y el denso y asfixiante calor húmedo  transformaba el ambiente de la consulta en una caldera. En la tarde, al  concluir su labor, el médico abandonó aquel sofoco y abrió las puertas para respirar aire puro. Emergió hacia un patio central rodeado de nardos por lo que al sentirse envuelto en el vaho perfumado de las pequeñas flores blancas, a su mente llegó con los recuerdos el aroma de las coronas del entierro de su padre.

En esto estaba cuando súbitamente la divisó, de pie, en el centro de uno de los patios enladrillados del Manicomio, reflejada en los charcos de agua que tachonaban el piso de mosaicos pintados con arabescos negros y amarillos. Allí estaba ella, aureolada por la reverberación vespertina del sol de los venados que ya naranjeaba por todo lo alto el reborde de las tejas, y destacaba su grácil figura creando una extraña luminiscencia casi extraterrena con una corona de reina nacida de los reflejos y destellos del sol en su dorada cabellera. Ágatha lo miró fijamente y de sus manos se deslizaron hasta el suelo un par de sábanas que llevaba a guardar y así transcurrieron eternos segundos hasta que ella se percató de que la lencería estaba a sus pies ensopada de agua y que ante ella estaba el joven aquel, que la miraba fijamente y boquiabierto, envuelto en su inmaculada bata blanca.

Texto (con mínimas modificaciones ) del Capitulo 21 (Amores de manicomio) de mi novela “Ratones desnudos”. Edit: elotroo@elmismo, Mérida, Ven 2011.

      Maracaibo 29 de marzo 2018

lunes, 26 de marzo de 2018

Siempre Paganini




Siempre Paganini

Ayer vi en Youtube a una chinita de seis años interpretando magistralmente un concierto para violín y orquesta, de Paganini, y recordé algo que me pareció podría ser una anécdota interesante. El año 1986 llegué a Viena invitado por mi amigo Hernando Salazar patólogo colombiano que vivía en Pittsburgh desde hacía muchos años, a participar en un Simposio sobre Patología Ginecológica en un evento de la International Academy of Pathology. Había llegado un día antes que mi amigo y estaba alojado en un pequeño hotel. Estaba todo silencioso y en la calle, un violinista dejaba escuchar su melodía. Cuando Hernando irrumpió como una tromba, después de saludarnos, él le decía “con un rompecostillas”, me señaló que el violinista en la calle estaba interpretando a Paganini. Era la misma enrevesada melodía que la chinita de seis años tocaba para mí, ayer en Youtube, solo que llegaba a mis oídos casi 32 años después y más de 17 años después de la partida de mi amigo, Hernando, en Julio de año 2000. Yo, muy poco sabía de música y ni conocía a Paganini, mi amigo experto en patología ginecológica era conocedor de la música clásica y fanático de la ópera. A Hernando en su obituario, yo lo denominé “un caballero de la patología universal”( Patología (Mex) 38: 233-238, 2000).

Niccolò Paganini (1782-1840) fue un violinista y compositor italiano, nacido en Genova, quien es considerado uno de los violinistas más virtuosos de todos los tiempos. Con sus aportaciones, Paganini contribuyó al desarrollo de una moderna técnica para violín y sus obras han servido de inspiración a numerosos compositores posteriores. Empezó a estudiar la mandolina con su padre a los cinco años y a los siete comenzó a tocar el violín. Estudió  en Génova con músicos locales. Hizo su primera aparición pública a los nueve años y a los trece realizó una gira por varias ciudades de Lombardía.  Con dieciséis años era ya conocido, pero abusando de su éxito se emborrachaba continuamente. Se dice que una dama desconocida lo salvó de esa vida licenciosa para llevarlo a su villa donde aprendió a tocar la guitarra y el piano.

En 1801 compuso más de veinte obras en las que combinaba la guitarra con otros instrumentos. De 1805a 1813 fue director musical en la corte de Maria Anna Elisa Bacciohi, princesa de Lucca y Piombini y hermana de Napoleón. En 1813  ya se le consideraba un virtuoso del violín y sería entonces cuando comenzaría a hacer giras por Italia, donde su forma de interpretar atrajo la atención de quienes le escuchaban. Su técnica asombraba tanto al público de la época que llegaron a pensar que existía algún influjo diabólico sobre él. Se ha dicho que padecía del síndrome de Marfán y del síndrome de Ehlers-Danlos, pero lo cierto es que su figura no presentaba estos rasgos y sus manos no eran anormalmente largas como se deduce del existente molde de su mano derecha en yeso. Aunque su apariencia se notaba algo extraña, sus adelantos musicales eran una verdadera obra de arte. Se decía que en la mayoría de sus apuntes aparecía una nota extraña la cual decía "nota 13". Podía interpretar obras de gran dificultad únicamente con una de las cuatro cuerdas del violín, y continuaba tocando a dos o tres voces, de forma que parecían varios los violines que sonaban. Además en la mayoría de sus espectáculos usaba la improvisación. Esto indica lo cercano que estaba su arte al mundo del espectáculo.

En 1828 fue a Viena, más tarde a París y en 1831 a Londres.En París conoció al pianista y compositor húngaro Franz Listz, quien fascinado por su técnica, desarrolló un correlato pianístico inspirado en lo que Paganini había hecho con el violín. Fue además tutor del violinista italiano Antonio Bassini, a quien motivó para que iniciara su carrera como concertista. Su imaginativa técnica influyó notablemente en compositores posteriores como Franz Liszt, Johannes Brahms, Sergei Rachmaninoff, Boris Blacher, Andrew Lloyd Webber, George Rochberg, Witold Lutosławski y Robert Fripp entre otros. Sus obras incluyen 24 caprichos para violín Op 1(1802-1817), seis conciertos y varias sonatas. Además creó numerosas obras en las que involucraba de alguna manera a la guitarra, exactamente 200 piezas. Llegó a poseer cinco violines, dos Stradivarius, dos Amati y un Guarnerius (su violín favorito) llamado Il Cannone. Paganini renunció a las giras en 1834. Su salud se había ido deteriorando al padecer de tuberculosis diagnosticada en 1819. En los años 1834 y 1840 tuvo dos fuertes  episodios de hemoptisis. Durante el avance de la enfermedad, que pasó de sus pulmones a la ,laringe, padeció afonía crónica los dos últimos años de su vida. El músico además se medicaba con mercurio para tratar la sífilis que también padecía. Con tan solo 57 años de edad, falleció en Niza el 27 de mayo de 1840. 
 
Paganini en el cine: “Kinski Paganini” también conocida sencillamente como “Paganini” es un filme biográfico italo-francés escrito, dirigido y actuado por el mismo Klaus Kinski. Fue la última película de Kinski quien falleció en 1991. Para saber m+as de Kinski ver en lapesteloca (https://bit.ly/2ez5U8p). “El violinista del diablo” es una película basada en la historia de la vida del violinista italiano y compositor Niccolò Paganini, dirigida y escrita por Bernand Rose  con el violinista David Garrett en el rol de Niccolò Paganini, quien realiza muchas de las piezas de Paganini durante el transcurso de la película, incluyendo el Caprice No. 24 en La menor y el Carnaval de Venecia. La filmación comenzó el 22 de octubre de 2012 en Alemania, Austria e Italia y se estrenó en octubre de 2013 en Alemania, en diciembre de 2013, Ucrania, el 27 de febrero 2014 en Italia y en el Festival Internacional de Cine de Miami Estados Unidos el 10 de marzo de 2014.

Maracaibo 26 de marzo 2018

sábado, 24 de marzo de 2018

“Yo quiero patólogos…”



“Yo quiero patólogos…”

Con este título, insisto en mis deseos de hace casi 30 años, y aunque ya desde 1998 estoy jubilado de la docencia, sigo sintiéndome maestro de mis numerosos discípulos para quienes les repito, como quisiera verlos ejercer.

”Yo quiero patólogos que todo lo indaguen, que entiendan de historia, que aprecien la música… Yo quiero patólogos que todo lo sepan, que sientan el soplo de la poesía, que escuchen a Mozart, a Bach y a Ilan Chester, que todos los días cuando lean la prensa les duela la patria… Que al diagnosticar un tumor muy malo, de esos que no saca cualquier cacha e palo, tengan siempre en mente que ustedes trabajan para ese paciente, sin falsos alardes, sin echonerías, estudiando mucho, con tanto tesón y tal gallardía que en todos sus actos se irradie alegría.
Patólogos quiero que bien se conozcan nuestra geografía y la idiosincrasia de nuestras regiones, que capten del hombre común de esta tierra de gracia sus entonaciones. Yo quiero patólogos que sepan de beisbol y literatura, que tengan buen juicio haciendo el diagnóstico diferencial entre Omar Vizquel y Luis Aparicio, que capten como un testarazo de Hugo Sánchez es una cosa tan hermosa como una salpingitis ístmica nodosa y que si han de enfrentarse con un tumor que es grado III, lo sepan precisar como si fuese una canasta triple del mago Sheppard, ves? 
Quisiera patólogos que se entusiasmasen y se llenasen de emoción al ver publicados los resultados de sus trabajos de investigación, que les guste Chaplin, Agua Santa y la Bassinger catira y que disfruten por igual de una película de Bertolucci que de un filme de Kurosawa Akira; que consideren de los escritos de Santa Teresa, su mística grandeza, de van Gogh el colorido de su cielo arlesiano con todo y el dolor de sus retorcidas encinas y castaños, y que de Héctor Battifora sepan reconocer los ocres tonos de la diaminobencidina; que sean unos propios expertos en dar buenos diagnósticos, que sepan de estrategia, de terapéutica y un poco de logística para que semanalmente discutan y relean la columna de Alexis Márquez sobre nuestra lingüística.
Quisiera patólogos que se encanten repasando los textos de Asturias, Lezama Lima y Alejo Carpentier, que no solo disfruten a rabiar con el Robbins y el Anderson y el Enzinger y Weiss, que gocen por igual con Carlos Fuentes o con el Gabo García Márquez y que también, pues claro está, se lean el Baltzakis, y de memoria, bien caletreadita se aprendan la Santa Biblia de Juancito Rosai. Confío en que logren entender la austera prosa de la doctora Dallembach, ojalá que en el Delta, vean sonriendo el reflejo de las casi setecientas palmeras que plantó José Balza y que tras sus largas medianoches de vídeo, reconozcan al mago de la cara de vidrio que creó Eduardo Liendo. Que sientan palpitar la inmensidad infinita del Unare tal y como la viviera Armas Alfonso, y les alcance el tiempo para tener el goce de releer a Uslar  y al maestro Gallegos, volver sobre Canaima y Doña Bárbara, una por una, y así también quisiera que tuviesen la suerte de disfrutar de la amistad sincera de nuestro hermano mexicano Mario Armando Luna, que conozcan a Ayala y a Nelson Ordoñez, al singular Carlos Bedrossian y a varios de nuestros famosos vecinos colombianos como Carlos Restrepo, a Salazar y a Pelayo Correa, y que sepan que de los patólogos latinoamericanos, el chivo, o sea, el gran gallo, sigue siendo y será el gran maestro Don Ruy Pérez Tamayo.
Yo quisiera tener muchos patólogos cantantes, pero no de esos que solo lo hacen en sus regaderas, no, yo digo de los que pegan lecos con emoción sincera y a quienes siempre les sale su coro como un eco; patólogos que hagan vibrar un aria igual que una ranchera, o un suave valsecito peruano, que disfruten tanto de un cuatro o una bandola como del escuchar un concierto de viola y que gocen con un pasaje o un joropo, o una gaita de cualquier buen zuliano, y claro está, también de un buen polo coriano; que igual les guste el teatro de Breth que el de Ibsen o el de Cabrujas el brillante maestro, que se vuelvan expertos en la llamada salsa erótica, hasta que aprendan tanto como el doctor Mujica, el nuestro, a percibir los encantos de la ópera.
Quisiera ver a los patólogos diciendo lo que sienten, gritando lo que quieren, que sean contestatarios, luchadores sociales, no quiero verlos encerrados en los sótanos de los hospitales; que entiendan que el secreto de la felicidad estriba en querer con pasión su trabajo y decir todo el tiempo la verdad; que limen las aristas, que pulan asperezas... Que perciban y conozcan de frente las luchas, los pesares y las grandes desdichas de nuestros inocentes y sufridos ciudadanos y que por ellos batallen sin desgano, les ofrezcan su mano para modificar tantos entuertos como se ven en el entorno nuestro... Hay un detalle en el que quiero insistir: al patólogo, nunca le estará permitido mentir. Debe ser vertical y sin dobleces, sin verdades a medias, sin mentiras piadosas, sin titubear ni pensarlo dos veces si es necesario reconsiderar una opinión juiciosa...
           Estos son retazos: el discurso de clausura de la SVAP  del año 1991 ya estuvo publicado en este blog el 5 de diciembre de 2013
Maracaibo, 24 de marzo 2018