sábado, 31 de mayo de 2014

El año de la lepra (novela) Capítulo 21



El año de la lepra
Jorge García Tamayo, 2011

Capítulo 21
Con delicada claridad le avisaste a tus colegas sobre la profundidad y la trascendencia de tus originales planteamientos. Hasta allí debería haber llegado el dogma científico que para la época dominaba todo cuanto se sabía sobre muchas enfermedades tropicales y su transmisión. Tus planteamientos arrasaban con la teoría miasmática. Suponer que aquellos efluvios que parecían originarse de las materias vegeto–animales en descomposición, esos que se creía flotaban en las charcas y penetraban por el olfato, eran los culpables de los males, y que esos humores eran los que iban a enfermar a los seres humanos, claramente te sonaba como algo disparatado. Para ti, los miasmas dejaban de existir al aparecer ciertos y determinados insectos, que tú bien los habías estudiado y sabías sobre su capacidad para transmitir las enfermedades. Podías intuir que otros elementos tenían que existir para que los zancudos pudiesen transmitir los males, sabías que serían ellos, los agentes externos, los denominados animáculos por el genial italiano Spallanzani, la causa de todos esos males. Unos pequeños gérmenes que seguramente transportaban los mosquitos, incluyendo seguramente al responsable de la lepra. Cuando captaste la realidad de lo que parecía una inverosímil idea, e insististe en que era un mosquito, uno especialmente, el de las patas rayadas de blanco, el elemento responsable de la transmisión de la fiebre amarilla, y hasta de la malaria, afirmaste enfáticamente que era éste, al introducir su aguijón en la piel humana y bombear parte de la sangre que ya traía en su interior, sangre que venía siendo infectada con un germen desconocido, era él, sin duda, el responsable de dichas fiebres que en ocasiones inducían al vómito negro. Tú señalaste que tenía que ser la mezcla de aquella sangre infectada con la de la persona sana a quien el zancudo patas blancas decidiese picar, la razón de ser para que a la postre se diese la enfermedad conocida como la fiebre amarilla…
En tu microscopio observabas y tomabas notas. También habías venido cuidando y tratando muchos pacientes leprosos durante largos años de ejercicio. Extraías de las semillas verdes de merey un aceite cáustico y habías ensayado su poder destructivo sobre aquellas lesiones en la piel de los enfermos e ibas controlando su efecto gracias a las mezclas oleosas que fabricabas. Las mejorías que lograbas eran impresionantes.
Enviaste toda la información y tus conclusiones con una detallada explicación escrita a los médicos de la Academia de Ciencias de París. El año 1861 había sido publicada en los Comptes Rendus. Estos datos se sumarían, a tus escritos sobre la lepra. Parecía que nadie se atrevía a creer en los resultados de tus investigaciones. Escribiste muchos detalles sobre el tratamiento de las distintas lesiones infiltrativas y exudativas de los leprosos. Quizás pensaste que con la lepra no sucedería como con aquellas exhaustivas memorias sobre los tipularios desatendidas por los académicos franceses. Pero algunas de tus publicaciones, afortunadamente fueron antendidas, aunque al final, los papeles escritos de tu puño y letra, aquellos que guardabas en la casa de madera de Demerara, frente al Esequibo, también terminarían perdiéndose en el olvido.

Transcurrirán lentos, densos, lerdos, los días y las semanas, mientras tú viviendo en la isla Kaow regresarás todas las tardes a la casa de madera en la ribera del Esequibo, de manera tal que el trabajo se te habría ido transformando en un obsesionante apostolado y con frecuencia sentirías que este iba más allá de tus fuerzas. Escribirás constantemente y en legajos de papeles en los cuales habrías comenzado a plasmar en letras tus experiencias sobre el tratamiento de los pacientes leprosos de la isla, tus angustiantes estudios clínicos y los resultados de las unciones oleosas, fueron quedando, caso tras caso, detalladamente descritos, mientras en largas noches de insomnio, volverás a revivir tu pasado. Con el pensamiento retornarás a recrearte en tiempos más felices que parecen desdibujarse en la soledad de tantos estudios e investigaciones sobre la curación de la lepra…

martes, 27 de mayo de 2014

Final del capítulo 20 de EL AÑO DE LA LEPRA



El año de la lepra
Jorge García Tamayo, 2011
Capítulo 20
SEGUNDA PARTE


Nicolai Martinovic aquella tarde del sábado, había seguido al auto Mazda plateado de su jefe, el teniente Dimitri Yakolev hasta el Laboratorio de La Cañada de Urdaneta. Luego de reconocer las inmediaciones del sitio, el serbio regresó al hotel donde se había alojado en el centro de la ciudad. Allí habría de completar durante la tarde los preparativos de cuanto habían ya planificado sobre la colocación de varias cargas de C4 en determinados puntos, ya precisados de acuerdo con lo señalado en un mapa del Laboratorio de Investigaciones para Dasypus del CIET. Preparó 6 cargas de gelatina plástica y estuvo arreglando los detonadores de manera de poder concretar la hora que deberían estallar todos juntos. Luego, con mucho cuidado, los introdujo en un maletín de lona que sacó a la calle y lo llevó para colocarlo en el maletero de su auto, un chevrolet Aveo que había alquilado previamente en el mismo aeropuerto, tres días antes cuando arribó a la “ciudad de fuego”. A las 10 de la noche se dirigió lentamente hasta San Francisco y luego torció hacia la izquierda y luego hacia el sur por una carretera bastante desolada que lo conduciría hacia La Cañada de Urdaneta. Se acercó a la puerta del cercado que rodeaba el edificio del Laboratorio y cuando el vigilante apareció para preguntarle quien era, le dijo que él venía a buscar al profesor Korzeniowski quien se sentía indispuesto. Le aclaró que su amigo Dimitri quien estaba con él, le había llamado para que viniese. El vigilante decidió que antes debería ir a preguntarle al profesor y al voltearse, Nicolai sin mediar palabras y usando un revolver Colt King Cobra Magnun 357 con silenciador, de dos disparos impidió que Pedro el vigilante diera más de un paso. El serbio forzó la puerta. Arrastró el cadáver del “wachiman” hasta la caseta que había a la entrada y con una cadena y un candado, usando el manojo de llaves que le quitó al occiso, cerró de nuevo la puerta.

***
Sergio y Brinolfo continúan alumbrándose con la linterna amarilla y van penetrando en un túnel que es caminable. Avanzan con el agua a la cintura hasta un momento cuando deben detenerse pues aunque les parece mentira, creen escuchar música. ¡Un reguetón! Es evidente que los sonidos vienen desde lejos y parecen crear ecos. En voz muy baja, acuerdan avanzar hacia delante todavía metidos en el agua. La humedad y el calor hacen cada vez más sofocante el ambiente cuando observan que las paredes se pierden hacia los lados por lo que al notar que la caverna parece ensancharse deciden apagar la linterna. La música ha cambiado a una salsa. Evidentemente proviene de una radio. Ellos la escuchan más cerca. La presencia de un leve resplandor parece orientarlos hacia un sitio en medio de la oscuridad. Se detienen y luego de
considerar si regresar o seguir, deciden continuar. Pronto se acercan hasta divisar un área, todavía lejana cuyas paredes parecen estar iluminada por luz blanca. Brinolfo le dice en el oído a Sergio.
– ¡Coño mano, usan los bombillos de bajo rendimiento!
Continúan avanzando hasta que tienen que ponerse de rodillas para dejar solamente la cabeza fuera del agua. A lo lejos detectan dos figuras humanas. Parecen ser dos hombres y están vestidos de verde oliva, como uniformados, por lo que ofrecen la apariencia de soldados o de guardias. Una cosa es evidente. Ambos están armados. Uno de ellos porta una ametralladora, o metralleta y el otro tiene terciado un máuser. Evidentemente poseen un “walkie–talkie” que comienza a hacer ruidos guturales y de estática, por lo que de momento parecen estar comunicándose con alguien, pero desde tan lejos, ellos no logran entender lo que dicen. Ante esta situación ambos se hacen señas y deciden regresar por donde han venido.

***
Después de haber discutido con Silvester, de haberle golpeado en la cabeza y de tomar la determinación de inmovilizarlo, Dimitri Yakolev salió del edificio y ya en la oscuridad comenzó a silbar quedamente para localizar al serbio Martinovic. Nicolai, quien esperaba por su jefe, le escuchó y pronto se hizo presente. Dimitri conversaría un momento con él para asegurarse de que cumpliese su trabajo a cabalidad. Le recordó el cuidado que debería tener al colocar las cargas de C4, y de cómo tendría que ubicarlas con toda la precisión señalada en el plano que le entregara en la tarde. Nicolai ya estaba totalmente empapado de lo que tenía que hacer. Le comunicó a su jefe que había tenido que liquidar al portero. En voz baja, el teniente Yakolev le preguntó por Pinilla, y le recordó al serbio ciertos detalles ya antes conversados con él sobre lo que tendría que hacer el día siguiente. Luego le señaló la conveniencia de colocar el cadáver del vigilante tumbado entre la hilera de crotos sembrados a lo largo de la pared del mismo edificio donde deberían ir tres de las cargas de C4. Le explicó entonces, que allí contra la pared del Laboratorio donde se encuentran los animales, cuando vuele todo, los restos del vigilante desaparecerán totalmente. Yakolev dejará al serbio haciendo su trabajo, e irá hasta su auto Mazda plateado que estaba estacionado en el interior del recinto cercado del Laboratorio. Abrirá el maletero y tomará un maletín de aluminio. Tras atisbar hacia los lados y no detectar luces ni movimiento alguno, regresará al edificio central.

***
Cuando Sergio y Brinolfo llegaron caminando y nadando hasta la parte más amplia de la caverna, pudieron percatarse de que en el agua que les rodeaba se sentía un reflujo que parecía llegar desde lejos. Notaron igualmente un destello lejano y hacia allí se dirigieron caminando con el agua a la cintura en la búsqueda de una salida. Cuando finalmente Sergio decidió volver a encender la linterna, tuvieron una agradable sorpresa. Estaban en una especie de caverna de techo muy bajo pero muy amplia en donde brillaban como un par de joyas, dos lanchas de corte ultramoderno, de fibra de vidrio y con toda la apariencia de ser motolanchas de carrera. Eran blancas con arabescos rojos que creaban dibujos de llamaradas, y cada una de ellas tenía en la popa un par de poderosos motores fuera de borda. Brinolfo se acercó hasta ellas y las tocó como si fuesen algo irreal, por lo que mientras acariciaba su superficie le dijo a su amigo.
–Se parecen a los autos de Fórmula–uno, pero para correr en el agua, ¡que belleza de bichas!
Sergio las enfocaba con la linterna y notó que estaban ancladas y que otro mecate las sostenía atándolas a algunos pilotes seguramente clavados en el fondo arenoso. Un destello pareció iluminarlos y un momento después percibieron la trepidación de un trueno. Sergio se acercó a Brino para comentarle lo que se le estaba ocurriendo.
–Tenemos que llevarnos una de estas lanchas. Hay que sacarla de aquí para poder escapar de esta isla lo antes posible. Vamos a soltarle el ancla, mientras yo la desataré. Creo que nos la podemos llevar empujada hacia afuera. Un relámpago iluminó en ese preciso instante la salida de la caverna, que parecía estar no muy lejos del sitio donde se encontraban. Al soltar las amarras y meter el ancla dentro de la lancha, comenzaron a impulsarla sobre el agua arrastrándola hacia donde de nuevo otro relámpago les mostró el blanco espumoso tope de las olas en la salida. Hasta allí llevaron la lancha para sacarla hacia las aguas del lago. Cuando lograron trasponer la salida y estando ya afuera, notaron que había comenzado a lloviznar y se sentía el oleaje mucho más fuerte que cuando entraron casi una hora antes. Continuaron en el agua, y nadando fueron empujando la lancha hasta dejar atrás las ramas de los mangle para arribar hasta la orilla de la playa cerca del cementerio. Fijaron el ancla en tierra y se quedaron por un momento descansando, sentados en la oscuridad sobre la arena de la playa. Entonces fue Brinolfo quien habló.
–¿Qué hora es? Debemos avisarle a Víctor y a Rubén que estamos aquí…

***
Retazos del diario de Ruth
1 de febrero 2006.
El profesor Sarmiento ha conversado conmigo y mi cargo y mi posición en el laboratorio ya es estable. Ha sido un logro y sin embargo no estoy feliz. No quiero hablarte más nada sobre mi vida personal. Creo que es un desacierto seguir en esto. Lo siento, diario querido. Lo siento. Es como todo lo que nos ocurre, como si fuera necesario ser sumisa o bajar la cerviz ante lo que nos sucede a todos en el país. Vivimos en un estado de crispación permanente. Mi vida es igualmente un caos. Mis hermanos no olvidan el episodio televisado hace ya varios años, aquel del pito y del grito de, “¡fuera!” El despido de más de quince mil empleados de PDVSA, y la pobreza en la que se sumieron muchos de los familiares de ellos, nos ha transformado a todos. Ese sacrificio masivo de los empleados de la principal industria del país sin ofrecerles ninguna compensación, en lo personal ha sido una crueldad y la nación se resentirá por la pérdida de tantísimas personas ya capacitadas, botadas sin ninguna contemplación. Para la principal industria del país este ha sido un golpe que provocará un daño irreparable. Brinolfo quien es tan solo un médico veterinario, tan solo no, él es un excelente profesional, sé que es muy bueno, y está pasando las de Caín, por lo que yo me pregunto. ¿Qué mal puede haberle hecho a nadie ese cristiano para que lo hayan despedido de su trabajo? ¿Por haber firmado? ¡Gran cosota!, digo yo. Volvió a ser aceptado en el ICLAM, gracias a que el director, un militar cambió, y luego fue un ingeniero agrónomo que le conoce. Esta que es una institución del Estado, que ahora ya no es de nuestro Estado puesto que como todo en este nuevo sistema, lo han puesto a depender del gobierno central. El Instituto para la preservación del lago Coquivacoa, cambió de nuevo de director. Claro está, la lista de Maisanta o de Tascón todavía funciona y en dos semanas ya salió Brino, otra vez, como corcho de limonada. Él con sus ideales ecológicos, él a quien le duele la terrible contaminación de, como lo llama él, “el lago de los poetas”, y ya está, lo despidieron. En medio del asunto de la Lenma y del negocio que se tejió alrededor de la proliferación y de la recolección de la llamada lenteja de agua, se le ocurrió a mi hermanito explicarles lo que estaba sucediendo a los de la Junta Directiva, ¡tremenda corrupción! Eso bastó. De nuevo, ¡botado! En fin, ahora, dice Brino, que quien se bañe en el lago se le infecta la piel y si prueba un sorbito, se muere como si se hubiese bebido un tetero piche. Así de expresivo es mi hermanito, y es cierto. Los niños que se bañan en el lago terminan llenos de ronchas y con un salpullido que al rascarse por la piquiña terminan haciendo una infección de cocos muy característica, esa que la gente antes llamaba “brasa” y la trataban nuestros abuelos con violeta de genciana. Siento que estamos regresando a aquellas, como decían los viejos, “etapas ya superadas”. El comentario de Brino sobre el tetero, creo que se lo hizo al Director del Instituto, otro militar que a la vez es personero del partido de gobierno, y claro está, con eso y las lentejas de agua, ¡fuera!, lo botaron. Cuando lo sacaron del MAC donde estuvo trabajando en unas granjas avícolas con Sergio, su amigo, fue por algo parecido y es que Sergio también es muy “adeco” casado con Zulay ya tiene un bebé y ahora necesitan asentarse. Estas cosas cuando las hablo con Brino le producen terror, ¡dígame si yo estuviese casado y con hijos!, lo dice y lo entiendo. Ellos siguen estando en su trabajo de visitar las fincas y las polleras, y siempre terminaban hablando mal del gobierno, y bueno, es que tienen que controlarse, puesto que sino lo hacen, logran lo que le espera a cualquiera cuando en este país no se acopla al sistema. Pero yo no lo haré. Lo he hablado con Víctor muchas veces. Yo tampoco me acoplo, y ellos, mis hermanos y Sergio, cada día menos. Ellos dicen resolverse solos e insisten que cada quien debe rascarse con sus propias uñas. Pero a mi lo que me da es rabia y tristeza pues se cuanto estudiaron y como se han sacrificado Sergio y Brino para ser unos buenos profesionales, eran unos expertos en las gripes de los pollos y las gallinas, que si el virus de Newcastle, que si el moquillo, ¡que se yo! Ahora andan dando más vueltas que un perro para echarse. Víctor se ha reintegrado a sus experimentos con Silvester Korzeniowski. Brinolfo y Sergio percibirán sueldo a través de su ayuda
profesional y los contratarán en el bioterio de La Cañada. Yo ya lo ha decidido, no voy a escribir nada más sobre mi vida y mis problemas con Alejo, lo siento querido diario, lo siento en el alma. No puedo más… No me atrevo, o no quiero decir nada, lo que es igual. Ya está.
10 de mayo, 2006.
Hace unos días ahorcaron a Sadam Hussein. El amigo de nuestro señor presidente fue ajusticiado sin que el otro loco de Bush pudiese hallar las armas de destrucción masiva. Así parece ser la situación de la empresa petrolera del país. Destrucción masiva. Todavía Rubén no quiere dejar el país. Después de que al presidente le falló lo de su amistad con el dictador de Irak, ahora se le ha metido en la cabeza estrechar lazos con los jefes de Irán y de Libia. Su amor con Castro el dictador cubano es fuente de chistes pues algunas veces lo que da es risa por lo grotesco de sus declaraciones, por la adulancia y sobretodo, esto, lo que damos como país es lástima, porque él les está regalando nuestro
petróleo. El espacio aéreo del país ha sido cerrado para los aviones de Norteamérica y todos creen que lo que se busca es facilitar el tráfico de drogas, en eso se dice que está muy involucrada la cúpula militar. También han despedido a la Misión Norteamericana en Caracas. Tiene el tipo una obsesión con la CIA que la ve hasta en la sopa… Dije que no te contaba nada más sobre mi vida personal… ¿Que puedo hablarte sobre Alejo?, puras cosas tristes, ya hasta ha perdido su cargo en la Universidad. Yo no se si será cierto, la verdad es que sale tambaleante, ya se mueve con un par de bastones, algunas veces deja la silla de ruedas y se mete en el auto y regresa borracho. Es algo espantoso. Todo esto que nos está sucediendo es una pesadilla. Por eso te lo repito diario mío, esto se acabó y no seré yo quien diga nada más…
20 de diciembre, 2006.
El 3 de diciembre hubo elecciones y el presidente fue ratificado hasta el 2013, la abstención fue muy grande. Brinolfo no lo cree ni Sergio tampoco, dicen que fueron más de ocho millones de votos pero ellos, se reúnen y conversan sobre como matar al presidente. Lo hacen como catarsis. Un día de estos se van a meter en un problema, eso les digo yo. Con el triunfo del presidente, Alejo cogió una pea horrorosa. Varios días seguidos bebiendo y ahora la ha dado por pelear y volverse irascible cuando lo hace puede durar un par de días de pleito. Me da la impresión de que ha regresado en su parálisis de las piernas y no quiere ir al fisiatra ni se ha hecho más terapias. Es algo tan serio que creo influyó en el infarto de papá. Eusebio ha estado bastante mal, afortunadamente él si es muy ordenado y cumple con sus tratamientos.

***
El serbio Martinovic, terminó de ubicar las cargas y programó el disparador para las 6:30 am. Finalizada su labor y considerando que todo estaba listo, como ya había pasado la media noche, decidió avisarle a su jefe que se iba a ir. Penetró en el edificio y con un tono burlón y marcial le dijo al teniente Yakolev.
–Permiso para marcharme mi teniente.
A Dimitri le gustó muy poco el saludo de despedida. Él estaba por bajar a tomar las muestras para guardarlas en su maletín y no quería perder más tiempo con Nicolai, así que le dijo que podía irse pero que no debería olvidarse de cumplir lo que ya había acordado con él para hacerlo al día siguiente. Finalmente le recordó que él volaría en un avión a las 6 de la mañana hacia la capital, y que no quería estar en la “ciudad de fuego” cuando justamente el fuego debería arrasar el laboratorio donde estaban en aquel momento. El serbio salió dejando el portón de la cerca entreabierto para facilitar la salida de su jefe y se marchó sin prisas tratando de no hacer mucho ruido. No quería despertar a quienes seguramente dormirían a esas horas de la noche por aquellas soledades. El ambiente cálido de una noche sin luna estaba cambiando y una sensación de lluvia y de viento comenzaba a presentarse levantado el polvo de los terrenos alrededor de la carretera. El serbio pensó por un momento en su amigo, el gordo Pinilla y decidió comunicarse con él por su teléfono celular. Al contactarlo, notó que Pinilla estaba francamente eufórico. Recién había conversado con Don Cheo y estaba seguro de que pronto recibiría su paga, de manera que invitó a Nicolai para verse en el NightClub ChiquitaNais–Bar en el Mall Las Galeras. Martinovic aceptó la invitación de buena gana puesto que pensaba que luego de haber trabajado con el teniente, él bien se merecía un rato de esparcimiento. Su amigo finalmente le dijo.
–Después te prometo, ¡una guevoná!, una noche especial en el Aladín. Te aseguro Nicola que la vamos a pasar muy bien.
El serbio sonrió y estuvo de acuerdo con él. Justamente en el momento cuando salió de la carretera de tierra y entró en la autopista, Nicolai notó que comenzaba a llover…

***
Silvester está mareado y respira cada vez con mayor dificultad, se siente muy mal y piensa que la situación que está confrontando es realmente absurda. Está atado, con las manos hacia atrás en su silla giratoria y con el mismo rollo de “tape de plomo” que utilizó Dimitri para inmovilizarlo, tiene la boca cruzada por una banda plateada que gira alrededor de su cabeza. Cuando el teniente Yakolev salió de la habitación, él comenzó a moverse y la silla cayó sobre un lado, de manera que ya no está sentado. Se encuentra tumbado de lado, sobre el piso de linóleo y esa posición es sumamente incómoda por lo que él comienza a pensar en que quizás esta vez no logrará superar la situación. Ver acercarse la muerte después de los ochenta años de edad no es para él una novedad, en otras ocasiones ha considerado que a su edad, en cualquier momento podía haber sido sorprendido por la parca, pero el instante que está atravesando es muy desagradable, es casi ridículo y por demás decepcionante. Él regresa mentalmente a los momentos de la supuesta amistad que durante meses sostuvo con el bieloruso y se llena de rabia al sentir que ha sido estúpidamente engañado. Como un tonto. Lo dice para sí, y se enfurece ante la
impotencia de no poder moverse. Se le han dormido los brazos y suda frío mientras comienza a sentirse cada vez más disneico.

***

Dimitri Yakolev ha dejado a Silvester en su oficina, amarrado en una silla. Pasará por allí, lo mirará de reojo y luego se dirigirá al Laboratorio donde él sabe que están los frezeers y varias refrigeradoras. Allí él recuerda que es donde están los animales enfermos y las bacterias mutadas. Al menos así lo entendió durante la visita guiada que hizo temprano esa misma noche en compañía del profesor Korzeniowski. Dimitri se ha colocado dos pares de guantes de látex en cada mano y lleva el maletín de aluminio en su mano derecha. Toma una máscara de las que están colgadas en la pared y se la coloca. Respira sintiendo el olor del plástico con un leve toque de desinfectante y piensa en que estará protegido. Repite para sí que no debe tener ningún problema. Toma el maletín y desciende por la escalera de caracol. Trata de abrir una puerta de vidrio que deja ver el interior de dos áreas estancas donde espera hallar lo que busca. Hace girar el picaporte de la puerta pero está cerrada. Rompe el vidrio y abre por dentro. En el primer ambiente de paredes de vidrio con grandes ductos en un techo bajo, puede ver desde el sitio los aparatos de refrigeración. Toma una bata desechable, suelta el maletín por un momento y se la coloca apretándosela con una cinta. Avanza y traspone una segunda puerta.

***

A la mente de Silvester llegan en oleadas las imágenes de la gente que pudiese venir en su auxilio pero no le cuadran las cuentas. Sabe que a esa hora de la madrugada nadie pasaría por el Laboratorio. Luego piensa en Ruth, la doctora quien ha de venir muy temprano al Bioterio. Tiene un par de dasypus que mirar, uno de ellos estaba por morirse, de un momento a otro. Ella tiene que hacer la necropsia. Ella vendrá… Lo piensa y por momentos se siente reconfortado para de inmediato pensar ¿llegaré yo hasta esa hora? Después dice para si que la esperanza en lo último que se pierde. ¡Así dice Víctor! ¿Donde estará? Tan lejos de la ciudad, en La Cañada de Urdaneta, él sabe que es prácticamente imposible que alguien pueda venir en su ayuda. Quizás cuando llegue Ruth ya habré pasado al otro mundo. Esto lo piensa y hasta logra sonreír nervioso, al repetirse que alguien tiene que venir a salvarlo de ese curioso ser, un demente, en quien se le ha convertido ahora su amigo, el bieloruso, el teniente Dimitri Yakolev, ahora transfi gurado en un funcionario de la KGB de Belarus... Es increíble, se repite interiormente. Todo esto es sencillamente irreal.


***

Dimitri voltea a mirar hacia atrás, divisa el pasillo y las tres puertas de vidrio que él ha dejado abiertas. A su derecha están las jaulas y él observa a los cachicamos enfermos, su aspecto es deplorable, le inspiran cierto temor. A pesar de la máscara percibe un vaho fétido y piensa en las glándulas odoríferas de los dasypus y en sus efluvios aceitosos. Apestan. Abre una refrigeradora y puede divisar un sin fin de tubos con tapones de goma y con siglas escritas en el vidrio con marcador negro. Dentro existen algunas masas de material granular y friable, otras de aspecto mucoso muestran pegostes de color gris que parece crecer en capas y en algunos tubos parecen ir cubriendo sus paredes internas. Toma varios que aparentemente están repletos. Abre el maletín y los coloca dentro. Continúa seleccionando más tubos, los que ve más llenos de algo que a la vista es repugnante, los separa y luego los guarda en el maletín. Mira su reloj, luego busca algo con la mirada y encuentra sobre el mesón un par de inyectadotas y un bisturí. Con el escalpelo en la mano se acerca a uno de los cachicamos que yace postrado con apariencia monstruosa y hiende con la lanceta el tejido amarillo grisáceo del lomo del dasypus. Un chorro de un líquido seropurulento fluye y salpica su bata. Con alguna dificultad le quita un fragmento de tejido blando que nace entre las placas del lomo. Lo sostiene en la mano y acerca el mismo a la luz de una lámpara para observarlo cuidadosamente. Extrae de la maleta unas bolsas de plástico y coloca dentro de ellas varios fragmentos de los tejidos. El animal hace ruidos y pareciera mirarlo, sus gruñidos obligan a Dimitri a voltearse y acercarse de nuevo hasta la jaula. Súbitamente el cachicamo enfermo produce un chillido agudo. Dimitri se retira asustado y por ende molesto. Se acerca hasta los congeladores. Los abre y de uno de ellos, extrae algunas placas con muestras que parecen ser tejidos pero están congeladas. Coloca varias en los empaques de plástico, los cierra y los pone igualmente dentro de la pequeña maleta. Voltea a mirar hacia todos lados. De nuevo comprueba la hora. Son las dos y media de la mañana. Regresa por donde llegó pero al abrir la puerta de salida se tropieza con el vidrio que había partido para abrirla y siente que se ha cortado en el dorso de la mano con el borde del cristal astillado. Maldice y se sacude, se le han roto los dos guantes de látex que cubrían su mano derecha y sangra. Se quita la máscara y se acerca a un lavamanos de metal que se encuentra adosado a la pared. Se despoja de los guantes y con rabia nota que sigue sangrando por el corte en la mano derecha. Escapa del área donde ha estado, y asciende rápidamente por la escalera de caracol. Se encuentra en una habitación con mesones donde hay varios microscopios y estufas, un microtomo y libros en una biblioteca. Dimitri nota que en la pared hay una caja de madera con una cruz roja. Se acerca y la abre para sacar una botella de alcohol y una gasa con la que se limpia la herida de la mano. Espera un rato y luego de hacerle presión, cuando deja de sangrar, se coloca sobre la mano tintura de yodo y vuelve a maldecir. Se envuelve la mano con el rollo de gasa, la anuda. Se detiene a mirarse la mano, luego nota la bata salpicada de una sustancia cremosa que se ha tornado amarillenta. Se quita la bata y se sacude la ropa. Maldice de nuevo y sale de la habitación portando el maletín plateado. Se dirige a la oficina del profesor Korzeniowski.


***

Subieron por la escalera metálica y tras empujar la puerta hacia arriba, ambos lograron salir a la noche, de tal manera que al cerrarla nuevamente regresó la oscuridad total. Un momento después, la noche fue iluminada por un relámpago. El viento con olor a lluvia les hizo detenerse para orientarse y Rubén decidió que sin importarle nada más, él iba a encender su linterna puesto que ambos habían decidido regresar y no deberían perder más tiempo entre las ruinas del hospital de los leprosos. Víctor le siguió e iniciaron la caminata de vuelta hacia donde les esperaban sus amigos. Envueltos en una ventisca como hálito lluvioso en menos de un cuarto de hora y guiados por la luz de la linterna, ambos se encontraron en el cementerio. Había comenzado a lloviznar cuando descendieron hasta la playa para sorprenderse al alumbrar lo que les pareció una lancha de carreras. Sergio y Brinolfo ya habían trasladado los cuatro remos de la lancha del viejo Caronte hasta la motolancha de fibra de vidrio y sin detenerse a conversar mucho, bajo un cielo relampagueante y la lluvia arreciando, decidieron zarpar. Lo hicieron remando silenciosamente. Sergio recordaba a los guardias que había visto escuchando radio dentro de la caverna mientras remaba en la popa. En la proa, Víctor le informó a Brinolfo que él y Rubén habían hallado un túnel con una puerta que los llevó debajo de la tierra. Todos remaban en la oscuridad cuando Sergio insistió en que sin saber de lo que se trataba tenía la impresión de que se estaban salvando de milagro.
–Tenemos que largarnos de aquí, y hay que remar bastante hasta estar lejos de la costa.
Los relámpagos iluminaban la lancha y la lluvia repiqueteaba sobre el casco de fibra de vidrio. El viento comenzó a soplar con más fuerza. Víctor le dijo a Rubén que tratase de acercarse a los motores para ver si de verdad funcionaban. El ingeniero petrolero se acercó hasta la popa y examinó la situación.
–Veamos si estos motores responden, deben hacerlo como los buenos,
son unos Yamaha…


***

Pinilla encendió el limpiaparabrisas al notar que comenzaba a llover. Pensó en salir de la autopista antes del último semáforo en el sector conocido como El Amparo, y avanzó lentamente bajo la lluvia. No había notado que a ambos lados de su Ford Fiesta le seguían de cerca un par de hombres en motocicletas. Cuando se detuvo en un semáforo que estaba en luz roja, sintió que le tocaban su ventana, la lluvia y los vidrios empañados, no le permitían ver quien golpeaba por lo que bajó el vidrio y se enfrentó con una pistola Walter P–38 que le puso bajo las narices el acompañante del motorizado, un chamo menor de edad con la cabeza rapada quien había descendido de la moto y le gritó amenazante.
–Dame lo tuyo gordo o te vuelo la cabeza.
Pinilla pensó en su Beretta pero la tenía con su cinturón a la espalda, después imaginó lo que pasaría con “la boloña” y como un relámpago arrancó a toda velocidad cruzando de inmediato hacia la izquierda de manera que el chamo perdió el balance y corrió tras el auto. Su compañero motorizado cruzó también y la motocicleta con la pareja que se hallaba por el lado izquierdo del auto también aceleró mientras el acompañante del conductor desde la parrilla trasera con una treinta y ocho le hizo un par de disparos reventando los vidrios. El gordo recuperó la estabilidad de su auto pero también sintió un agudo dolor en el hombro derecho y sin embargo, pensando en que tenía que llegar
hasta Las Galeras instintivamente trató de sacar su Beretta pero algo en su hombro como un corrientazo le hizo gritar una maldición y no logró hacerlo. Decidió frenar el auto que giró patinando en medio de la lluvia y desviándose hasta que se estrelló contra un poste. Acostándose en el asiento que ya comenzaba a pintarse de sangre, Pinilla tomó su Beretta con las dos manos y disparó hacia fuera con los ojos cerrados. En ese momento ambos motorizados lo alcanzaron. El chamo que iba de “parrillero” casi metió su pistola por la ventanilla y a quemarropa le disparó al chofer en la cabeza recibiendo él también en el rostro los impactos de los disparos que con su pistola hacía desesperadamente el gordo chofer. Los hombres descendieron de las motocicletas bajo el aguacero, abrieron las puertas del auto y tiraron de las piernas al gordo Pinilla quien cayó al suelo sangrando por la cabeza. El chamo de la moto con la cara destrozada yacía boca arriba en el suelo tumbado al lado de chofer. Uno de los atracadores lo removió con el pie y al ver que estaba muerto tomó su pistola y se la metió en el cinto, otro de ellos le quitó la Beretta de las manos del gordo quien ya no respiraba, le sacó la cartera de un bolsillo trasero, lo pateó igualmente por lo que el cadáver terminó metido casi debajo del auto. Revisaron el asiento delantero y al abrir la bolsa negra, se miraron entre ellos. Los tres hombres jóvenes de las motos se acercaron para terminar de creer que era cierto lo que veían. Un bojote de dólares verdes, ¡de dólares! Las dos motocicletas partieron con los tres hombres dejando una estela de humo y se metieron en una de las calles colaterales del sector. Seguramente iban muy felices los motorizados cuando se perdieron en la noche lluviosa.

sábado, 24 de mayo de 2014

Primera parte del Capítulo 20 de "El año de la lepra"



El año de la lepra
Jorge García Tamayo, 2011

Capítulo 20
El gordo Pinilla se encuentra mal, está periqueao y se ha bebido toda la botella de “Something Special”. No suelta su Beretta y mira desconcertado al cura. Tiene un humor de perros (…que clase evaina me ha echado el coñoemadre de Don Cheo…). La cara desencajada de Omar quien ya ha dejado de sangrar por la brecha en la frente está muy pálida. Él, está tembloroso, con las magulladuras en nariz y pómulos(…este güón, creo questácagao…) producidas por los cachazos y su cuerpo se estremece adolorido por las patadas (…parece un machorro…). El gordo piensa en lo que le ha comunicado Don Cheo (…¡que bolas!, que se lo lleve a Goncalves, nojoda!...). Él sabe que sería más fácil “despachar” al curita. Con meterlo en la maleta del auto “FiatUno” y hacerlo desparecer bastaría (…¡auf!, ya lo tendría resuelto…), una chatarra ahumada en “palito Blanco” o en la vía de La Paz, y fuera cacho, pero ¡mielda no!, (que ladilla DonCheo, en vez de apurar lo de “su boloña” ponerme a mi en estagüevonáa…). Las instrucciones fueron muy certeras y él, casi prefiere hablar con su cautivo golpeado (…stácagao el mardito este…) para pedirle una colaboración mínima, puesto que es lo menos que puede exigirle. Al fin y al cabo, no lo va a mandar para el otro mundo. Mira a Omar y golpeándolo en la pierna con la Beretta le dice exigente…
–A ver malparío, te estáis salvando de verguita, pero tenéis que pararte, ya, porque vamos a salir.
Omar comenzaba a enderezar su cuerpo y los dolores lo obligaron a replegarse quejándose. Mientras gime y se lleva las manos a la cabeza, mira como el gordo da un brinco, se pone de pie y pistola en mano sale rápidamente de la sala, para un momento después estar de vuelta. Ha ido hasta el dormitorio y le trae un pantalón y una franela, negras.
–Ponéte esta mierda que está seca, porque tenemos que dar unas vueltas para visitar a unos amigos.
Omar se levantó y tembloroso comenzó a vestirse, y cuando ya se había puesto la franela, el gordo sacó su gorra de pelotero del bolsillo de atrás y se la encasquetó hasta los ojos. Después lo miró y se rió a carcajadas, señalándolo, con la mano derecha sin soltar la pistola
–Te veis como un carajo fino y casi que ni se te notan los coñazos. Atendeme. Ve güevon, vamos a salir en mi carro y vos vais a conocer a unos coños amigos míos, pero tenéis que tener la jeta cerrada. Vos solo actuá como si fueras mi pana. Si te portáis bien, puede que salgáis vivo de esta. ¿Comprinfais?
Omar hizo gestos afirmativos y el gordo tomó su paquete bajo el brazo. Apagó la luz y fue abriendo la puerta de la casa.
–Vámonos rápido pues– le dijo y sin soltar la Beretta lo llevó delante de sí, clavándosela en las costillas hasta su auto “Ford Fiesta”.

***
Rubén y Víctor se despidieron silenciosamente de sus amigos quienes ya habían iniciado el proceso de buscar unas palmas secas y unos rastrojos para ocultar la lancha. Desaparecieron en la oscuridad dirigiéndose hacia el norte. Iban en dirección al sector donde antes estuvieron los edificios del leprocomio. Dando traspiés sortearon una maleza de arbustos y cujíes cuyo piso estaba remplazado por una sucesión de raíces multitentaculares y de piedras, o escombros que hacía difícil avanzar entre las sombras. Después de un rato de sentirse perdidos y desorientados en la soledad de la noche, lograron detectar las sombras de algunas paredes que se divisaban en un área con escasa vegetación. Hacia el sur, más lejos, creyeron ver entre las oquedades de la noche vestigios de paredes aún erguidas e imaginaron que deberían corresponder a lo que había sido el hospital del derruido leprocomio. Se acercaron sigilosamente y pronto resultaron atraídos por un hilo de luz, muy fino y vertical que parecía nacer del suelo y se elevaba casi a un metro de altura, sin proyectar luz en derredor. Decidieron acercarse más hasta notar que la línea de luz provenía de una hendidura vertical que brillaba en la base de una amplia superficie de unos trescientos metros de ancho, cubierta de arena y de escombros rodeada por cuatro paredes parcialmente derruidas y cuya altura no superaba los cuatro metros. Rubén tomo por el brazo a Víctor quien parecía hipnotizado por la línea vertical de luz, tan blanca, que parecía casi azul, y muy quedamente le habló al oído.
–Es de allí de donde sale, de las ruinas del hospital, pero tenemos que acercarnos más.
Víctor solo musitó que lo hicieran poco a poco, y con el pecho en tierra ambos comenzaron a arrastrarse hacia las ruinas. Rubén se detuvo y poniéndose de rodillas atisbó cuidadosamente lo que estaba ante él.
–Hay una especie de platabanda bien disimulada, es como de un metro de altura y de allí sale la luz.
Víctor vio a su amigo acercarse reptando hasta el sitio y pensó. Allí va el ingeniero petrolero, el hermano mayor de Ruth y de Brino, el marido de Mayra, él, quien tiene tres hijos, mi amigo, él es el hijo de Eusebio, ¡coño!, quizás no hemos debido meternos en esto, ¿que le diré a Ruth si algo le sucede?, y yo aquí, pensando que decir y quien sabe si acaso salimos de esta con vida… Él comenzó a arrastrase también detrás de Rubén, quien se había detenido frente al filo de luz. Tocando los bordes de la platabanda, su mano se iluminó y entonces le dijo a Víctor una sola palabra.
–Frío.
Le miró sonriente y musitó.
–Sale frío desde allá abajo… Después, ante el reflejo que emitía el hilo de luz, quedamente habló para explicarle.
–Es un frío que sale de debajo de la tierra y sale con la luz. Han fabricado una platabanda para que no se vea nada desde arriba, lo que existe allá abajo está camuflado con piedras y tierra. Fíjate que es como un gran encofrado que se halla encuadrado por esas paredes en ruinas. No llega a tener ni un metro de alto, pero hacia abajo, si que tiene que existir algo, luminoso y refrigerado.
Víctor lo miró murmurando quedamente.
–Es como si lo que está abajo formara parte de un túnel. Lo hicieron disimulado, pero dejaron ese fi lo de luz y se jodieron. Creo que hallamos lo que estábamos buscando.
Rubén hizo signos afirmativos y con un gesto de silencio, murmuró en el oído de Víctor…
–No hagamos ruido, pero tiene que existir una puerta para entrar a ese hueco frío, y la hallaremos.
Ambos amigos comenzaron a arrastrarse sobre la platabanda procurando ser silenciosos. Rubén puso una oreja en la tierra y le hizo gestos a Víctor para que le imitase.
–¿Sientes la vibración?, se escucha un run rum como de motores lejanos, ¿lo percibes?
Víctor hizo señales afirmativas y Rubén se puso de pie sobre la platabanda para decirle a su amigo que él se dejaría ya de pendejeras, que para que cuidarse si aparentemente no había “moros en la costa”.
–Voy a buscar una linterna en mi morral y vamos a hallar la manera de bajar. Aquí arriba no hay nadie, así que, ¿que importa si tenemos luz?, la necesitamos para buscar la puerta.


***

Pinilla silencioso, conducía velozmente su auto. A su lado Omar Yagüe con la gorra de los Yankees de Nueva York encajada hasta las cejas no decía una palabra mientras repasaba un calidoscopio de imágenes contradictorias que se sucedían dentro de su maltratada cabeza. Pensó en abrir la puerta y lanzarse del auto en marcha. Miraba la Beretta que reposaba apuntándolo debajo de la panza del chofer y no se atrevía a moverse. La imagen de Cheo se le aparecía como un flash y podía escuchar su risa transformándose en carcajadas. A su lado, sobre el asiento, entre Pinilla y él, descansaba el paquete forrado en plástico negro. Omar lo miraba de soslayo y casi podía ver el ángulo roto por donde se divisaban apretados los billetes verdes. Mis lechugas pensó el, e imaginó la cara del profesor Sarmiento con una expresión de reproche, el bigote poblado del General Henares y el flash seguía iluminando al sonriente José Luís, su Cheito Ortega con un rictus burlón. Pinilla ingresó raudo y veloz en la autopista No 1 que se dirige al sur, rumbo al puente sobre el lago, cuando finalmente decidió hablarle al cura.
–Vamos a llegar hasta Sabaneta para visitar a un amigo. El carajo es un portu que tiene un hotel donde vais a poder descansar hasta que llegue la hora.
Casi como un susurro y mirándolo fijamente Omar le preguntó a su captor.
– ¿Hasta que me llegue la hora de que?
– Yo solo sigo las instrucciones que me han dado, nojoda, así que no te me vayáis a alebrestar otra vez porque no quiero tener que volverte a coñacear.
Omar no dijo nada y comenzó de nuevo a castañetear los dientes y a estremecerse como si tuviese mucho frío sin poder articular una palabra. Prefirió cerrar los ojos y sintió que todo giraba en derredor por lo que volvió a mirar hacia adelante con una sensación nauseosa y pensó que iba a vomitar. Entonces gimió...
–Tengo nauseas, creo que vomitaré.
El gordo sin mirarlo tan solo dijo con un tono francamente amenazador.
–Si me vomitáis el carro, te mato aquí de una vez, piazoecoño. Así que ¡tené mucho cuidao con lo que hacéis!
Omar creyó que iba a ponerse a llorar, pero se contuvo. El “FordFiesta” se estacionó frente a una casa de tres pisos con un letrero en luces de neón que decía “Pensión–hotel–Taormin”. El gordo Pinilla descendió del auto con la Beretta en la derecha, el paquete negro bajo el brazo, e iba empujando a Omar hacia la puerta de entrada cuado esta se abrió. Joao Golcalves, un viejo amigo de Cheo Ortega quien también conocía a Omar, apareció con los brazos extendidos para recibirlo. El portugués abrazó afectuosamente al cura.
–Ay padre Omareyagüe, padre mío, ¡que clase de vaina la que se ha echado usted!
Continuó diciéndole atropelladamente cuanto sentía la mala hora que estaba viviendo y jurándole que lo desagradable ya había pasado, podía asegurárselo. Luego insistió en que a partir de ese momento se tenía que sentir como en su casa. Le aseguró que ya nada malo le sucedería. Omar estaba tan mal que prefirió no responderle una sola palabra. Había visto a Joao un par de veces, en compañía de Cheo Ortega e imaginándose cualquier barbaridad que hubiesen planificado en su contra, decidió que era mejor no preguntar ni decir una sola palabra. Se quitó la gorra y lo llevaron a una habitación donde Joao le propuso curarle la herida de la frente. Un momento después regresó con gasa, algodón, mercurocromo y adhesivo. Pinilla sonreído estaba vigilante y no soltaba ni la pistola ni el paquete que apretaba debajo del brazo. Joao le dijo a Omar que seguramente en un hospital le hubieran suturado unos tres puntos, pero que ya la herida no sangraba y el no sabía coser. Se rió él mismo de su chiste, y le dijo que se la iba a cerrar con el adhesivo. Al final, le vendó la cabeza creándole una especie de turbante con la gasa y se retiró para mirar como había quedado. Omar con su cabeza vendada y un adhesivo sobre el ojo izquierdo no decía nada. Antes de salir de la habitación el portugués le dijo que se acostara en la cama que él le traería algo de beber.
–Has perdido bastante sangre y eso siempre da mucha sed, ¿te traigo una frescolita?, ¿si?
Pinilla tomó su gorra de los Yankees y se dirigió a Joao antes de que saliera de la habitación.
–Como la cachucha es mía, es mejor que le busquéis un gorrito al curita porque con la cabeza tapada así se va a ver más feo quercoño.
El portugués regreso con el refresco y una gorra anaranjada de Las Águilas del Zulia. Omar se bebió toda la frescolita y de inmediato se recostó en la cama y se durmió profundamente. Pinilla le pidió una bolsa plástica a Joao para guardar en ella su paquete forrado en plástico negro. Miró el reloj. Eran las diez y media. El portugués regresó con una bolsa negra grande. El gordo Pinilla introdujo en ella su “boloña”, y antes de salir le preguntó al portugués.
– ¿Burundanga?
– Seguimos las indicaciones. La escopolamina es efectiva por pequeña que sea la dosis. En menos de una hora estarán aquí Jairo y Dioves con las dos mujeres, y se lo llevarán al Aladin. Después de la coñiza que le diste, me parece que el pobre Omar se merece pasarla bien en “la alfombra mágica”.
– ¡Me voy par coño!
Lo dijo Pinilla volteándose para salir de la habitación, pero Joao lo detuvo…
– Epa gordo, no te me vayáis sin bajarte de la mula. No se te olviden los tres palos para cubrir los gastos.
Pinilla quien ya casi se marchaba, maldijo por lo bajo a Don Cheo y sus locas ocurrencias. Extrajo de su bolsillo unos billetes de cien. Los contó hasta llegar a treinta y se los extendió a Golcalves.
– Aquí tenéis los cobres, yo tengo que irme. Si puedo, al salir de Las Galeras en la madrugada te aseguro que pasaré por El Aladín, no voy a pelar ese bonche, ¿vos no váis?
Joao riéndose y mirando a Omar quien roncaba como un bendito, le dijo.
– ¡Paloebonche!, ellos estarán en la habitación 28. Yo no podré ir, porque tengo que quedarme cuidando el negocio. Pinilla tan solo dijo sin voltear la cabeza.
–Chao chao Joao. Nos vemos…

***

Brinolfo y Sergio se dirigieron por la orilla hacia el norte de la isla, y en menos de cinco minutos se encontraron en una pequeña península boscosa detrás de la cual se podían divisar las luces de Maracaibo. Sergio que había estudiado en detalle la topografía de la isla, le dijo a Brinolfo.
–Estamos en una punta que forma una de las patas chuecas de la tortuga aplastada, ¿ves a los lejos las luces de la ciudad?… Si regresamos y subimos por esa ladera, caeremos derechito en el cementerio.
–Parecen cocuyos,– le dijo Brinolfo quien avanzó hasta el borde de la ladera y comenzó a subir aferrándose a las raíces de mangles que finalmente se hundían en el lago. Era más de la una y media de la mañana cuando sintieron una trepidación y luego continuó como en un ronroneo que parecía lejano. Sergio se volteó y le dijo a Brino que le parecía como si el murmullo viniese del centro de la tierra.
–Son quizás unos motores que han arrancado, y ahora van más lentos, estoy casi seguro…
Al llegar a cementerio, se hallaron ante una explanada rectangular cubierta de arbustos y de ruinosos montones de piedras, donde sobresalían todavía algunas cruces. Brinolfo le propuso a Sergio que esperasen por sus amigos porque ya no deberían seguir buscando nada más.
– Creo que es mejor que no nos movamos de aquí, no vaya a resultar que regresen Rubén y Víctor. Vamos a esperar y hasta creo que vale la pena que descansemos un rato…
Sergio aceptó la propuesta y ambos tomaron asiento debajo de un cují oteando en los alrededores, donde solo había noche y soledad. Por debajo en la tierra aún se percibía una leve vibración…

***

Silvester Korzeniowski, el investigador judeo–polaco estaba que no salía de su asombro y a la vez muy molesto, pero después de reflexionar por unos instantes se dirigió a su interlocutor hasta aquel momento su aparente amigo bieloruso, e imponiéndose una dosis de calma que a él mismo lograba sorprenderle le dijo.
–Tengo que informarte sobre algunos pequeños detalles que pareces desconocer. Estimado Dimitri, la lepra, ese mal bíblico que es provocado por bacilos normales, las corinebacterias o los micobacterium leprae, es una enfermedad muy antigua pero muy particular y creo que tú ignoras algunos detalles sobre la misma. Los bacilos de la lepra están en muchos sitios del medio ambiente, pero solo un 25% de las personas que entran en contacto con ellos resultan enfermas, así que el contacto con estos gérmenes no asegura la infección. Esto sucede por que existe el sistema inmune que nos protege. Así que te voy a explicar la razón de porqué esa idea tuya, la del regalito que te ha obsesionado durante años, es un soberano disparate. Si es verdad que el ADN de los bacilos de la lepra que infectan a los humanos es igual al que infecta y no enferma a los cachicamos, Eso lo sabes tú y lo sabemos nosotros, pero te informaré que cuando los bacilos han mutado, el ADN sigue siendo el mismo aunque tenga cambios en las secuencias de las proteínas que codifican ciertas peculiaridades de esos bacilos, y esas características no tienen nada que ver con la supuesta maldad de los bacilos, ellos no excretan exotoxinas, porque las micobacterias no poseen ni exo ni endotoxinas, así que tú estas obligado a aprender en este momento, por si no lo sabes, o a entender, como y porqué se producen los daños durante la infección con esos bacilos mutados. Yakolev tenía una ceja levantada y miraba al profesor con una expresión escéptica, aunque evidentemente se mostraba bastante tenso, tanto que hizo un gesto para interrumpirle y le dijo.
– ¿Usted que cree? Yo no he venido estudiando todo eso que me dice desde hace años en balde. No me diga tonterías que toda la gente conoce, ustedes tienen unos bacilos que han mutado y esos ya no son los mismos que no logran infectar ni al 75% de los seres sanos, esos son los porcentajes de los que me habló, pero cuando mutan, esos bacilos de la lepra ya son diferentes…
– Dimitri, estás equivocado y yo te lo voy a repetir. Te diré porqué. Las micobacterias de la lepra actúan cuando se hacen intracelulares, así que tienen que ingresar en el organismo y el cuerpo para poder eliminarlas tiene que actuar a través de sus sistemas de defensa con los macrófagos y con la producción de linfokinas que inducen los fenómenos inflamatorios para que se produzca el daño tisular. Estos cambios que representan una lucha entre el sistema inmune de cada animal o individuo enfermo, representan la enfermedad, son lesiones que nacen de la persona y no las puedes crear con tus “bombitas”. Así que te adelanto que tu idea es un soberano disparate y cualquier investigador médico en Belarus, en Pakistán o en Timboctú, puede explicarte que tu regalito para tu presi Lukashenko, si se lo llevas en un frasquito, no pasará de ser una broma pesada que quizás termine por asegurarte un boleto para la mera Siberia, jajajá.


***

Los amigos se acomodaron en tierra como pudieron, un rato más tarde Brinolfo se había dormido. Sergio abrió los ojos. Él sabía que estaba dormido pero no le importaba, suponía que había despertado, y decía para sí. “A ñoña me sabe que yo mismo me crea dormido”. Al aceptar que lo que tiene ante sus ojos es algo real, ni intenta explicárselo. “Con los cantos se me ocurre…”. Eso dice mentalmente, dándoselas de escéptico, mientras insiste dentro de su cabeza en que él sabe, que jura y perjura que todo cuanto le sucede “es una vaina extraña pero que ya se veía venir”. Algo buscado por ellos mismos, por él y por su amigo, una situación casi premeditada. I es todo esto y más lo que le viene y se regresa precipitadamente de su cabeza. “Puedo probarlo, seguro estoy de que sí”... Lo piensa y como él está alerta, “despiertísmo estoy”, lo repite en su mente y enfatiza, murmurando “estoy despierto e bola”. Él sabe bien que nadie le hará creer que todo es parte de un sueño. “Esto que me está pasando, es algo especial, es una vaina rara, pero pa mis cojones, yo voy a aprovecharla; sí, no me chorriaré, le sacaré punta no sea que en un instante vaya todo a explotar par coño… Mira las lápidas rotas, la tierra en túmulos y un zarzal creciendo ante ellos y entonces, mira la gelatina aérea y se dice… “Si esto es así, ya veremos como es la verga”... La figura flotante está ante él, pero parece no haberle visto. Es verde, translúcida, y él puede oler un vaho de pudrición que la circunda mientras la ve aletear sobre su amigo. Brino su compañero descansa como un bello durmiente. Al mirarlo allí echado se le ocurre que él mismo debería estar también durmiendo. “Ni pasando una pea me ha sucedido una verga así”, lo piensa y se pregunta si lo que le está ocurriendo será acaso una especie de delirio. “¡Un delirium tremens, o una alucinación, de seguro!” Eso es lo que le viene a su cabeza además imaginándose en una pea piensa en aquello de “arcohol marditoarcol”, para luego recordar que no han bebido más que las cervezas del día anterior y que por lo tanto no puede ser… No es posible. Lo dice para sí, enfático, mientras atisba de reojo la figura que flota, y la detalla. “Verga si es que es feo par coño, y no se a quien se parece”. “Es un carajo transparentón y mucilaginoso. ¡Pero como hiede el mardito!”… Esto lo piensa Sergio mientras no puede explicarse porqué será que no siente nada de miedo. En aquel momento nota como Brinolfo abre un ojo. Está tumbado en el suelo con un ojo abierto. “¡No me jodan!”, dice Sergio para si, mientras no le quita la vista. De repente logra ver como parpadea y luego Brino abre el otro ojo. Entonces Sergio acepta que su compañero está despierto, tan alerta como él, y por lo tanto, él tiene también que estar mirando al bicho flotante. De nuevo mira a la figura que parece ser de puro moco transparente, flotante y hediondo, pero es ahora Brino, quien lo mira a él, como si no lograra percatarse de nada, le sonríe y parece querer volver a dormirse, cierra los ojos y se estira como un gato. “Con la pepa e Billy Queen me calo esta verga yo solo”. Esto es lo que de inmediato piensa Sergio que estira su mano hasta agarrar a Brinolfo por el hombro, lo mueve, lo estremece, lo jamaquea. “¿Qué pasa?” Es Brino quien le contesta, pero muy quedo, como si estuviese tratando de no despertar a los muertos. “¿Estáis viendo esa verga?” Sergio le pregunta mientras señala con el índice de su mano derecha hacia la masa que flota sobre las piedras del cementerio. Brinolfo achica sus ojos, los abre luego y arruga la frente, entonces sonríe y se vuelve hacia Sergio para decirle en voz baja. “Sí, seguro que es un fantasma”. “¡Veeeerga!” Es la expresión que espeta Sergio y entonces Brinolfo le susurra. “No joda, ni te preocupéis, que de repente y tal, es solo el ectoplasma de algún difunto leproso”. “¿Coño Brino y te parece que esa verga es normal?” Sergio se lo pregunta también en voz baja pero con una palidez inusual en su rostro. De pronto sucede que comienza a difuminarse el personaje y pareciera transformarse en burbujas de gas de un tono azul verdoso. “¿Estáis viendo lo que le sucede?” Brinolfo se ríe. Sergio está boquiabierto.“ !Se está borrando par coño!” “¿Véis?” Es lo único que le responde Brinolfo, quien tranquilamente añade. “Te aseguro que eso solo es lo que llaman un fuego fatuo, una vaina de esas que se ven normalmente en los cementerios, ya vos sabéis”. Sergio busca la figura y ya no la ve, entonces mira a su amigo y le dice queriendo tranquilizarse. “No, ¡pinga!, yo no se ni sabía nada de eso, ¡cementerios, con la verga!, y no creo que haya sido una alucinación, no estoy loco, todavía”. Brinolfo sonríe y de nuevo le pide que se calme. “Quedate tranquilo Sergio. Tratá de dormir un rato más, ve que tenemos que estar listos antes de que amanezca. Victor y Rubén deben estar ya afuera, ya van a ser las tres y a lo mejor ya están esperando por nosotros para regresar.” Sergio atisba entre las dunas a los lejos sin ver ni una luz. Se voltea y le dice a su amigo. “Mirá Brino es mejor que vayamos a buscarlos en las ruinas del hospital. ¿Porqué no dejamos la lancha amarrada aquí, y nos vamos ya de este cementerio del coño?” Brino afirmativo, le responde. “Si, es como demasiado tarde, quizás es mejor que salgamos a buscarlos”…


***

Pinilla acariciaba “la boloña” dentro de una bolsa de plástico negra, que reposaba a su lado mientras iba manejando su Fordcito, enrumbado hacia la autopista nuevamente y pensando que pronto su trabajo del día culminaría cuando ya casi era la media noche. Con seguridad Don Cheo, ante el magistral cumplimiento de sus obligaciones le premiaría con una ya prometida jugosa mesada. Ingresó en la autopista número 2, con rumbo a Las Galeras y decidió llamarlo por su celular para reportarse. Él sabía que la entrega de las lechugas del curita tenían que cerrar la operación de Alcides Henares y Cheo Ortega con el cartel de la Guajira, y que tendría que darse antes de la medianoche, pero ignoraba si la operación se haría a través del tuerto Manú, o con unos paisas enviados desde el Envigado con escala en Paraguachón, pero él estaba radiante de felicidad puesto que iba a cobrar antes que nadie y ya se imaginaba a la vuelta, estar de paso por “la alfombra mágica” quizás con Diove y con Jairo y seguramente que con un par de putas buenas. Iban a gozar “una y parte de la otra”.
–Aló, aló, ¿Don Cheo?, si, Don Cheo, soy yo, Germán y le tengo buenas noticias… Sí, ya voy embalao pa llá. Listo Don Cheo, sí, todo salió bien. Aquí lo tengo. Tranquilo. Sí, también está resuelto ya. Le pagué a Joao y con Diove y Jairo lo pondrán en El Aladín “como bolsillo e polero”, jejeje. Le llego a Las Galeras por detrás, ¡upa!, y lo veo a que Yolanda en menos de diez minutos… Si como quedamos, sí, en el naitclub ChiquitaNais. Okay okey jefe, si voy en camino. Nos vemos…


***

Víctor y Rubén después de buscar un rato una puerta que los condujera hacia el sitio bajo tierra desde donde salía el hilo de luz y el chorro de frío, se alejaron del terraplén. Rubén sin disimular alumbraba con su linterna hacia todos lados tratando se imaginar donde pudiese existir una entrada escondida hacia lo que fuera que existiese bajo tierra. Caminando entre las ruinas de lo que posiblemente había sido años atrás el hospital, hallarán algunas paredes todavía en pie y les llamará la atención una puerta cerrada en lo que pareciera haber sido antes un baño. Un detalle curioso, notarán que tiene techo. Forzarán la puerta y dentro, en el piso, se toparán con una puerta de madera, de casi un metro cuadrado con una abrazadera metálica para poder abrirla. La puerta posee cinco grandes bisagras nuevas que permiten que esta se abra suave y silenciosamente. Miran hacia abajo y detectan una escalera de metal que desciende unos diez escalones hasta un espacio circular muy iluminado. Al descender, se encuentran ambos ante un túnel de paredes muy brillantes que parecen estar revestidas por pintura plástica de color blanco. El ambiente se percibe frío y los amigos notan que el aire acondicionado fluye desde rejillas en un largo ducto de aluminio que corre por el techo. Aproximadamente cada cuatro metros observan como adheridos al ducto, hay cilindros de neón que alumbran linealmente el túnel. Hay un silencio absoluto. Rubén y Víctor avanzan paso a paso, tratando de no hacer ruido, con temor pues saben que están sin armas y en un terreno desconocido donde cualquier cosa puede acontecerles. Cuando han caminado unos diez metros el túnel se bifurca y miran hacia una de sus vías donde la luz titila oscureciéndose en algunos sectores hasta que se les pierde a lo lejos al cruzar a una distancia de cerca de veinte metros, el otro túnel se trifurca y parece ensancharse. Aquí los amigos se detienen. Se miran y sin pensar en nada más, ambos deciden regresar…


***

El teniente Dimitri Yakolev se había molestado por el tono burlón  con el que Silvester le había hablado. Estaba comenzando a crearse dentro de él una de esas preocupantes rabietas, conocidas por quienes le trataban personalmente y le temían por sus arranques de cólera. No obstante, él tragó grueso y decidió insistir ante el profesor Korzeniowski sobre sus elucubradas teorías relativas a la capacidad de diseminación de las bacterias mutadas y de cómo las bombas en racimo podrían conllevar otros elementos que hiciesen mucho más efectivas sus necesarias acciones.
–Ocurre amigo Silvester que usted de estos temas de bombas, de armamentos, y de posibilidades de hacer la guerra, poco sabe, y es por eso mismo que sus opiniones no tienen ningún valor, ni aquí, ni en ninguna parte del mundo. Debe dejar esas cosas para quienes estamos en esto desde siempre.
El profesor Korzeniowski se puso de pie, y sonrió mirando su reloj. Parecía decidido a dar por terminada la entrevista y se dirigió a su amigo bieloruso.
–Se ha hecho ya demasiado tarde Dimitri, y es mejor que nos marchemos. Mañana será otro día y si quieres, podremos volver a discutir esas disparatadas ideas tuyas, aunque preferiría creer que todo cuanto me has dicho es tan solo un asunto teórico y que con toda seguridad, resultaría sumamente impráctico si a alguien se le ocurre ensayarlo.
Dimitri apretaba los dientes cuando con una voz casi inaudible y mirándole a los ojos, murmuró.
–Usted no se va, profesor. Esta noche, nosotros no nos vamos. De aquí no va a salir. Sepa que ya no debemos, no podemos hacerlo. Todo ya se encuentra encaminado a dar por concluida mi larga espera y mañana domingo es el día señalado. Me iré de este país y comenzará el regreso triunfal a mi patria. Mis proyectos tan meditados y muchas veces revisados, se harán realidad a partir de esta noche, o en esta madrugada si se quiere…
Silvester, todavía de pie, comenzó a sentirse preocupado cuando insistió.
–No digas estupideces Dimitri Yakolev. Con este tipo de cosas no se juega. ¿Acaso no sabes el peligro que corremos si se diseminan las bacterias mutadas? ¿No te he mostrado la cantidad de mecanismos de bioseguridad que hemos tenido que diseñar para mantener este laboratorio funcionando sin accidentes?
Le hizo un gesto negando con la cabeza, como diciéndole que deberían partir y tomó un libro en sus manos cuando observó con asombro que Dimitri se colocaba frente a él y levantaba su mano que debía sostener algo pesado pues el golpe le hizo ver estrellas y sintió que todo giraba alrededor de él hasta que se oscureció la oficina en medio de un zumbido cuando cayó sin sentido al suelo.

***

Sergio y Brinolfo han descendido hasta la orilla de la playa por una ladera desde donde está el cementerio abandonado. Notan que el viento ha comenzado a soplar y se siente humedad en el ambiente. Se detienen por un momento y escuchan una trepidación debajo de la tierra. Se percibe en los pies, como una especie de rum run run, y se les antoja que en algún sitio de la isla hay un motor funcionando. Lo comentan en voz muy baja y continúan de manera que en medio de la oscuridad llegan hasta la orilla. Sergio saca del morral una linterna pequeña, de color amarillo. Se la muestra a Brino y le explica.
–Es contra agua.
Se lo dijo mientras le entregaba la linterna impermeable que Brinolfo tomó encendiéndola y de inmediato alumbró hacia todos lados para aceptar que definitivamente así las cosas cambiaban. Él pensó que ya se estaba acostumbrando a la oscuridad absoluta de la noche sin luna y al apagarla creyó notar de momento que el cielo comenzaba a encapotarse. Cuando iluminaron hacia la orilla notaron ante ellos una ramazón de mangles que interrumpía el camino. Las raíces y las ramas del mangle crecían hacia arriba por un talud de arena y piedras. Los amigos se acercaron hasta el sitio donde las raices se entrelazaban creando una intrincada barrera. Se quitaron los zapatos de goma y los anudaron con sus cordones al cuello para introducirse en el agua. Con el escaso oleaje que silencioso llegaba hasta la orilla, a Brino le pareció que el agua estaba curiosamente tibia. Sergio se hizo cargo de la linterna y ya con el agua a la cintura, comenzó a rodear la ramazón del mangle. Con Brinolfo siguiéndolo llegaron hasta un sitio donde las ramas y las raíces les dejaron entrever una oscura boca tapiada por una hojarasca donde el agua parecía entrar y salir chapoteando. Sergio se acercó y con la linterna alumbró hacia la densa oquedad. Pronto notaron como tras las ramas existía una depresión en el talud de tierra y piedras, lo que parecía ser una cueva. Sergio volteó y le hizo señas a Brino quien nadaba flotando en el agua. Sergio esperó que su amigo estuviese a su lado para decirle muy quedo.
–Vamos a entrar, pero será nadando porque es como una caverna y parece estar llena de agua.
Ambos penetraron apartando la ramazón y pronto notarían que había arena donde posar sus pies, y que podían caminar con el agua hasta la cintura de manera que más que una cueva, lo que estaban descubriendo era la entrada, o la salida, de un túnel. Sergio iluminó el techo y las paredes con su linterna amarilla y notó como se extendía hacia adentro en la oscuridad. Entonces, sonriendo le dijo a Brino.
–Palante es que brinca el sapo.
Brinolfo mirando como la luz brillaba a lo lejos en el agua del túnel cuyas paredes se perdían de vista, tan solo le respondió.
–Palante la lagartija…

***