jueves, 1 de mayo de 2014

Capítulo 15 de "El año de la lepra" (novela)



El año de la lepra
Jorge García Tamayo, 2011
Capítulo 15

Martes 18 de julio, 1871; 7:00 pm
El cansancio ha invadido tu cuerpo en otro afanoso día cuando regresas del trabajo sin los resultados esperados. Tras el trajín de los enfermos y los ungüentos, del calor y de haber tenido que discutir de nuevo con el doctor Sheringan, estás envuelto en un sopor hirviente que te obliga a seguir allí, tumbado, nuevamente con los ojos cerrados, en un intento por regresar a tus querencias lejanas, a tus ansias de regresar y sentirás que tal vez puedes lograrlo en medio de la noche que se precipita sobre el río. Irás sintiendo con el vaivén del cayuco en el ondular de las ondas del río, una pasividad tal, cual si flotases inerme, al compás del chapoteo repetido, del golpeteo del canalete de tu sobrino José. Él hiende las aguas pausadamente, esforzándose por no despertarte, mansamente, y el sonido del toque ligero del remo con la madera del casco, completa el compás, una y otra vez. El desmadejado cansancio que te envuelve pareciera arrullarte. Relajarás entonces los párpados ante el sueño que te asedia y confunde tus pensamientos. Reorganizarás tus recuerdos.
Sentirás una lágrima que cosquillea sobre tu mejilla. Lagrimearán tus ojos al rememorar la otra isla, no la del lazareto en el sitio donde llegan a entrecruzarse los ríos Esequibo y Mazaruni, tú allí tumbado, pensarás en la otra isla, una bajo el sol, la tuya, barrida por el viento salobre del Caribemar y ese recuerdo pareciera de momento disipar tus miedos. La isla de Los Santos, la que reluce con la espuma que salta entre los riscos, cristalina, chispeante y cientos de gaviotas ruidosas van cruzando el cielo. Sentirás encresparse el oleaje en los arrecifes, y verás la costanera de La Deseada y la orilla arenosa de La Pequeña Tierra, las islas hermanas de tu Guadalupe natal, refulgiendo bajo el sol. Entonces te sentirás extasiado ante un mar verde como un cañamelar ondulante que se pierde en el horizonte, allá lejos, muy lejos, tantos años atrás… En el fondo del bote, estás con lo ojos cerrados, apretados y volverás a verlo todo, como si fuese ayer. Allí estará él, sonriente, tu amigo, monsieur Papillón, el coquille, Cristofe Paulin de Freminiville. Mariposas azules con arabescos negros y polvo dorado sobre sus frágiles escamas, y las verás mover sutilmente su aparato bucal, filiforme… Mariposas rojas bordeadas por encajes negros y chispas de oro, las antenas, sus ojos… Los alfileres sobre la mesa de tu habitación. Clavadas ellas, brillando allí bajo la luz solar que penetra por el ventanal. Te asomarás para admirar a lo lejos los farallones del acantilado y volverás a ver la espuma en las coralinas rompientes y las gaviotas en un cielo azul añil sin una sola nube… Tu isla. Aceptarás echado en el fondo del bote mientras simulas dormir, que sin duda alguna, fue Cristofe quien insufló en ti la idea de estudiar los misterios de la naturaleza. Aleteaban chillando las gaviotas, revoloteando sobre los veleros y las chalupas de los pescadores en la bahía de Santa Rosa, cuando te verás tú mismo, niño, de la mano de tu padre, paso a paso acercándose hasta la fragata “Nereida”, la del banderín flotando. Tremolantes, verticales, tres colores en el palo mayor. Volverás a subir al puente con tu padre y será ese el día cuando conocerás a monsieur Papillón. Como un torrente los recuerdos fluirán en la noche de tus ojos cerrados y se hará la luz nuevamente, espejeante sobre las cajas con las tapas de cristal, plenas de mariposas y los alfileres sosteniéndolas con sus alas multicolores, ellas clavadas sobre las tablillas con su nombre escrito en letra cursiva. Escucharás la risa explosiva del joven oficial y te estremecerás al recordar las carcajadas del buen amigo de tu padre, monsieur Papillón, siempre dispuesto a enseñarte los secretos de los pequeños seres, animales…
Aquellos misterios que para ti comenzarían con las mariposas, centenares de ellas por las que precisamente él había ganado su apodo, y tú, te iniciarías en aquel mundo maravilloso bajo su tutela. La colección de insectos y después vendrían las conchuelas marinas. Tan solo eras un niño cuando los insectos se transformarían para ti en una verdadera pasión. Sentirías un irrefrenable deseo por aprender todo cuanto el segundo oficial de la fragata “Nereida” te pudiese enseñar. Rememorarás como a tan temprana edad, no solo aprenderías los complejos nombres de la colección de lepidópteros, decenas de hermosas mariposas con sus nombres latinos, sino que más allá, regresarán a tu memoria las complejas denominaciones de las conchuelas marinas y tu afán por buscarlas en la orilla del mar para clasificarlas con tu amigo, el experto     oficial francés. Almejas, ostras, mejillones, y caracolas que aprendiste a denominar, como la crepidula fornicata, la calliostoma zizyphinun, las constrictas y las ventricosas, nombres estos que te señalaba el oficial Papillón quien todo lo sabía sobre las conchuelas del Mar Caribe y gracias a las cuales
gozaba entre los marineros y los oficiales de su otro apodo, “monsieur
coquille”.

Debo creer que realmente fue  su amistad inicial con el Señor de Fremiville lo que llevó a Luís Daniel a ser un apasionado investigador. Por eso creo debo ampliar dentro de la historia del médico de Cumaná, algunos datos sobre la vida de aquel suboficial de fragata, Monsieur Papillón.

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