El año de la lepra
Jorge García Tamayo, 2011
Capítulo 20
SEGUNDA PARTE
Nicolai Martinovic aquella tarde del sábado,
había seguido al auto Mazda plateado de su jefe, el teniente Dimitri Yakolev
hasta el Laboratorio de La
Cañada de Urdaneta. Luego de reconocer las inmediaciones del
sitio, el serbio regresó al hotel donde se había alojado en el centro de la
ciudad. Allí habría de completar durante la tarde los preparativos de cuanto
habían ya planificado sobre la colocación de varias cargas de C4 en
determinados puntos, ya precisados de acuerdo con lo señalado en un mapa del
Laboratorio de Investigaciones para Dasypus del CIET. Preparó 6 cargas de
gelatina plástica y estuvo arreglando los detonadores de manera de poder
concretar la hora que deberían estallar todos juntos. Luego, con mucho cuidado,
los introdujo en un maletín de lona que sacó a la calle y lo llevó para
colocarlo en el maletero de su auto, un chevrolet Aveo que había alquilado
previamente en el mismo aeropuerto, tres días antes cuando arribó a la “ciudad
de fuego”. A las 10 de la noche se dirigió lentamente hasta San Francisco y
luego torció hacia la izquierda y luego hacia el sur por una carretera bastante
desolada que lo conduciría hacia La
Cañada de Urdaneta. Se acercó a la puerta del cercado que
rodeaba el edificio del Laboratorio y cuando el vigilante apareció para
preguntarle quien era, le dijo que él venía a buscar al profesor Korzeniowski
quien se sentía indispuesto. Le aclaró que su amigo Dimitri quien estaba con
él, le había llamado para que viniese. El vigilante decidió que antes debería
ir a preguntarle al profesor y al voltearse, Nicolai sin mediar palabras y
usando un revolver Colt King Cobra Magnun 357 con silenciador, de dos disparos
impidió que Pedro el vigilante diera más de un paso. El serbio forzó la puerta.
Arrastró el cadáver del “wachiman” hasta la caseta que había a la entrada y con
una cadena y un candado, usando el manojo de llaves que le quitó al occiso,
cerró de nuevo la puerta.
***
Sergio y Brinolfo continúan alumbrándose con
la linterna amarilla y van penetrando en un túnel que es caminable. Avanzan con
el agua a la cintura hasta un momento cuando deben detenerse pues aunque les
parece mentira, creen escuchar música. ¡Un reguetón! Es evidente que los
sonidos vienen desde lejos y parecen
crear ecos. En voz muy baja, acuerdan avanzar hacia delante todavía metidos en
el agua. La humedad y el calor hacen cada vez más sofocante el ambiente cuando observan
que las paredes se pierden hacia los lados por lo que al notar que la caverna
parece ensancharse deciden apagar la linterna. La música ha cambiado a una
salsa. Evidentemente proviene de una radio. Ellos la escuchan más cerca. La
presencia de un leve resplandor parece orientarlos hacia un sitio en medio de
la oscuridad. Se detienen y luego de
considerar si regresar o seguir, deciden
continuar. Pronto se acercan hasta divisar un área, todavía lejana cuyas
paredes parecen estar iluminada por luz blanca. Brinolfo le dice en el oído a
Sergio.
– ¡Coño mano, usan los bombillos de bajo
rendimiento!
Continúan avanzando hasta que tienen que
ponerse de rodillas para dejar solamente la cabeza fuera del agua. A lo lejos
detectan dos figuras humanas. Parecen ser dos hombres y están vestidos de verde
oliva, como uniformados, por lo que ofrecen la apariencia de soldados o de
guardias. Una cosa es evidente. Ambos están armados. Uno de ellos porta una
ametralladora, o metralleta y el otro tiene terciado un máuser. Evidentemente
poseen un “walkie–talkie” que comienza a hacer ruidos guturales y de estática,
por lo que de momento parecen estar comunicándose con alguien, pero desde tan
lejos, ellos no logran entender lo que dicen. Ante esta situación ambos se
hacen señas y deciden regresar por donde han venido.
***
Después de haber discutido con Silvester, de
haberle golpeado en la cabeza y de tomar la determinación de inmovilizarlo,
Dimitri Yakolev salió del edificio y ya en la oscuridad comenzó a silbar
quedamente para localizar al serbio Martinovic. Nicolai, quien esperaba por su
jefe, le escuchó y pronto se hizo presente. Dimitri conversaría un momento con
él para asegurarse de que cumpliese su trabajo a cabalidad. Le recordó el
cuidado que debería tener al colocar las cargas de C4, y de cómo tendría que
ubicarlas con toda la precisión señalada en el plano que le entregara en la
tarde. Nicolai ya estaba totalmente empapado de lo que tenía que hacer. Le
comunicó a su jefe que había tenido que liquidar al portero. En voz baja, el
teniente Yakolev le preguntó por Pinilla, y le recordó al serbio ciertos
detalles ya antes conversados con él sobre lo que tendría que hacer el día
siguiente. Luego le señaló la conveniencia de colocar el cadáver del vigilante
tumbado entre la hilera de crotos sembrados a lo largo de la pared del mismo
edificio donde deberían ir tres de las cargas de C4. Le explicó entonces, que
allí contra la pared del Laboratorio donde se encuentran los animales, cuando
vuele todo, los restos del vigilante desaparecerán totalmente. Yakolev dejará
al serbio haciendo su trabajo, e irá hasta su auto Mazda plateado que estaba estacionado
en el interior del recinto cercado del Laboratorio. Abrirá el maletero y tomará
un maletín de aluminio. Tras atisbar hacia los lados y no detectar luces ni movimiento
alguno, regresará al edificio central.
***
Cuando Sergio y Brinolfo llegaron caminando y
nadando hasta la parte más amplia de la caverna, pudieron percatarse de que en
el agua que les rodeaba se sentía un reflujo que parecía llegar desde lejos. Notaron
igualmente un destello lejano y hacia allí se dirigieron caminando con el agua
a la cintura en la búsqueda de una salida. Cuando finalmente Sergio decidió
volver a encender la linterna, tuvieron una agradable sorpresa. Estaban en una
especie de caverna de techo muy bajo pero muy amplia en donde brillaban como un
par de joyas, dos lanchas de corte ultramoderno, de fibra de vidrio y con toda
la apariencia de ser motolanchas de carrera. Eran blancas con arabescos rojos
que creaban dibujos de llamaradas, y cada una de ellas tenía en la popa un par
de poderosos motores fuera de borda. Brinolfo se acercó hasta ellas y las tocó
como si fuesen algo irreal, por lo que mientras acariciaba su superficie le
dijo a su amigo.
–Se parecen a los autos de Fórmula–uno, pero
para correr en el agua, ¡que belleza de bichas!
Sergio las enfocaba con la linterna y notó
que estaban ancladas y que otro mecate las sostenía atándolas a algunos pilotes
seguramente clavados en el fondo arenoso. Un destello pareció iluminarlos y un
momento después percibieron la trepidación de un trueno. Sergio se acercó a
Brino para comentarle lo que se le estaba ocurriendo.
–Tenemos que llevarnos una de estas lanchas.
Hay que sacarla de aquí para poder escapar de esta isla lo antes posible. Vamos
a soltarle el ancla, mientras yo la desataré. Creo que nos la podemos llevar
empujada hacia afuera. Un relámpago iluminó en ese preciso instante la salida
de la caverna, que parecía estar no muy lejos del sitio donde se encontraban. Al
soltar las amarras y meter el ancla dentro de la lancha, comenzaron a
impulsarla sobre el agua arrastrándola hacia donde de nuevo otro relámpago les
mostró el blanco espumoso tope de las olas en la salida. Hasta allí llevaron la
lancha para sacarla hacia las aguas del lago. Cuando lograron trasponer la
salida y estando ya afuera, notaron que había comenzado a lloviznar y se sentía
el oleaje mucho más fuerte que cuando entraron casi una hora antes. Continuaron
en el agua, y nadando fueron empujando la lancha hasta dejar atrás las ramas de
los mangle para arribar hasta la orilla de la playa cerca del cementerio.
Fijaron el ancla en tierra y se quedaron por un momento descansando, sentados en
la oscuridad sobre la arena de la playa. Entonces fue Brinolfo quien habló.
–¿Qué hora es? Debemos avisarle a Víctor y a
Rubén que estamos aquí…
***
Retazos del diario de Ruth
1 de febrero 2006.
El profesor Sarmiento ha conversado conmigo y
mi cargo y mi posición en el laboratorio ya es estable. Ha sido un logro y sin
embargo no estoy feliz. No quiero hablarte más nada sobre mi vida personal.
Creo que es un desacierto seguir en esto. Lo siento, diario querido. Lo siento.
Es como todo lo que nos ocurre, como si fuera necesario ser sumisa o bajar la
cerviz ante lo que nos sucede a todos en el país. Vivimos en un estado de
crispación permanente. Mi vida es igualmente un caos. Mis hermanos no olvidan
el episodio televisado hace ya varios años, aquel del pito y del grito de,
“¡fuera!” El despido de más de quince mil empleados de PDVSA, y la pobreza en
la que se sumieron muchos de los familiares de ellos, nos ha transformado a
todos. Ese sacrificio masivo de los empleados de la principal industria del país
sin ofrecerles ninguna compensación, en lo personal ha sido una crueldad y la
nación se resentirá por la pérdida de tantísimas personas ya capacitadas,
botadas sin ninguna contemplación. Para la principal industria del país este ha
sido un golpe que provocará un daño irreparable. Brinolfo quien es tan solo un
médico veterinario, tan solo no, él es un excelente profesional, sé que es muy
bueno, y está pasando las de Caín, por lo que yo me pregunto. ¿Qué mal puede
haberle hecho a nadie ese cristiano para que lo hayan despedido de su trabajo?
¿Por haber firmado? ¡Gran cosota!, digo yo. Volvió a ser aceptado en el ICLAM, gracias
a que el director, un militar cambió, y luego fue un ingeniero agrónomo que le
conoce. Esta que es una institución del Estado, que ahora ya no es de nuestro
Estado puesto que como todo en este nuevo sistema, lo han puesto a depender del
gobierno central. El Instituto para la preservación del lago Coquivacoa, cambió
de nuevo de director. Claro está, la lista de Maisanta o de Tascón todavía
funciona y en dos semanas ya salió Brino, otra vez, como corcho de limonada. Él
con sus ideales ecológicos, él a quien le duele la terrible contaminación de, como
lo llama él, “el lago de los poetas”, y ya está, lo despidieron. En medio del
asunto de la Lenma
y del negocio que se tejió alrededor de la proliferación y de la recolección de
la llamada lenteja de agua, se le ocurrió a mi hermanito explicarles lo que
estaba sucediendo a los de la Junta Directiva, ¡tremenda corrupción! Eso bastó.
De nuevo, ¡botado! En fin, ahora, dice Brino, que quien se bañe en el lago se
le infecta la piel y si prueba un sorbito, se muere como si se hubiese bebido
un tetero piche. Así de expresivo es mi hermanito, y es cierto. Los niños que
se bañan en el lago terminan llenos de ronchas y con un salpullido que al rascarse
por la piquiña terminan haciendo una infección de cocos muy característica, esa
que la gente antes llamaba “brasa” y la trataban nuestros abuelos con violeta
de genciana. Siento que estamos regresando a aquellas, como decían los viejos,
“etapas ya superadas”. El comentario de Brino sobre el tetero, creo que se lo
hizo al Director del Instituto, otro militar que a la vez es personero del
partido de gobierno, y claro está, con eso y las lentejas de agua, ¡fuera!, lo
botaron. Cuando lo sacaron del MAC donde estuvo trabajando en unas granjas
avícolas con Sergio, su amigo, fue por algo parecido y es que Sergio también es
muy “adeco” casado con Zulay ya tiene un bebé y ahora necesitan asentarse. Estas
cosas cuando las hablo con Brino le producen terror, ¡dígame si yo estuviese
casado y con hijos!, lo dice y lo entiendo. Ellos siguen estando en su trabajo
de visitar las fincas y las polleras, y siempre terminaban hablando mal del gobierno,
y bueno, es que tienen que controlarse, puesto que sino lo hacen, logran lo que
le espera a cualquiera cuando en este país no se acopla al sistema. Pero yo no
lo haré. Lo he hablado con Víctor muchas veces. Yo tampoco me acoplo, y ellos,
mis hermanos y Sergio, cada día menos. Ellos dicen resolverse solos e insisten
que cada quien debe rascarse con sus propias uñas. Pero a mi lo que me da es
rabia y tristeza pues se cuanto estudiaron y como se han sacrificado Sergio y
Brino para ser unos buenos profesionales, eran unos expertos en las gripes de
los pollos y las gallinas, que si el virus de Newcastle, que si el moquillo,
¡que se yo! Ahora andan dando más vueltas que un perro para echarse. Víctor se
ha reintegrado a sus experimentos con Silvester Korzeniowski. Brinolfo y Sergio
percibirán sueldo a través de su ayuda
profesional y los contratarán en el bioterio
de La Cañada. Yo
ya lo ha decidido, no voy a escribir nada más sobre mi vida y mis problemas con
Alejo, lo siento querido diario, lo siento en el alma. No puedo más… No me
atrevo, o no quiero decir nada, lo que es igual. Ya está.
10 de mayo, 2006.
Hace unos días ahorcaron a Sadam Hussein. El
amigo de nuestro señor presidente fue ajusticiado sin que el otro loco de Bush
pudiese hallar las armas de destrucción masiva. Así parece ser la situación de
la empresa petrolera del país. Destrucción masiva. Todavía Rubén no quiere
dejar el país. Después de que al presidente le falló lo de su amistad con el
dictador de Irak, ahora se le ha metido en la cabeza estrechar lazos con los
jefes de Irán y de Libia. Su amor con Castro el dictador cubano es fuente de
chistes pues algunas veces lo que da es risa por lo grotesco de sus
declaraciones, por la adulancia y sobretodo, esto, lo que damos como país es
lástima, porque él les está regalando nuestro
petróleo. El espacio aéreo del país ha sido
cerrado para los aviones de Norteamérica y todos creen que lo que se busca es
facilitar el tráfico de drogas, en eso se dice que está muy involucrada la
cúpula militar. También han despedido a la Misión Norteamericana
en Caracas. Tiene el tipo una obsesión con la CIA que la ve hasta en la sopa… Dije que no te contaba
nada más sobre mi vida personal… ¿Que puedo hablarte sobre Alejo?, puras cosas
tristes, ya hasta ha perdido su cargo en la Universidad. Yo no
se si será cierto, la verdad es que sale tambaleante, ya se mueve con un par de
bastones, algunas veces deja la silla de ruedas y se mete en el auto y regresa
borracho. Es algo espantoso. Todo esto que nos está sucediendo es una
pesadilla. Por eso te lo repito diario mío, esto se acabó y no seré yo quien
diga nada más…
20 de diciembre, 2006.
El 3 de diciembre hubo elecciones y el
presidente fue ratificado hasta el 2013, la abstención fue muy grande. Brinolfo
no lo cree ni Sergio tampoco, dicen que fueron más de ocho millones de votos
pero ellos, se reúnen y conversan sobre como matar al presidente. Lo hacen como
catarsis. Un día de estos se van a meter en un problema, eso les digo yo. Con
el triunfo del presidente, Alejo cogió una pea horrorosa. Varios días seguidos
bebiendo y ahora la ha dado por pelear y volverse irascible cuando lo hace
puede durar un par de días de pleito. Me da la impresión de que ha regresado en
su parálisis de las piernas y no quiere ir al fisiatra ni se ha hecho más
terapias. Es algo tan serio que creo influyó en el infarto de papá. Eusebio ha
estado bastante mal, afortunadamente él si es muy ordenado y cumple con sus tratamientos.
***
El serbio Martinovic, terminó de ubicar las
cargas y programó el disparador para las 6:30 am. Finalizada su labor y
considerando que todo estaba listo, como ya había pasado la media noche,
decidió avisarle a su jefe que se iba a ir. Penetró en el edificio y con un
tono burlón y marcial le dijo al teniente Yakolev.
–Permiso para marcharme mi teniente.
A Dimitri le gustó muy poco el saludo de
despedida. Él estaba por bajar a tomar las muestras para guardarlas en su
maletín y no quería perder más tiempo con Nicolai, así que le dijo que podía
irse pero que no debería olvidarse de cumplir lo que ya había acordado con él para
hacerlo al día siguiente. Finalmente le recordó que él volaría en un avión a
las 6 de la mañana hacia la capital, y que no quería estar en la “ciudad de
fuego” cuando justamente el fuego debería arrasar el laboratorio donde estaban
en aquel momento. El serbio salió dejando el portón de la cerca entreabierto
para facilitar la salida de su jefe y se marchó sin prisas tratando de no hacer
mucho ruido. No quería despertar a quienes seguramente dormirían a esas horas
de la noche por aquellas soledades. El ambiente cálido de una noche sin luna
estaba cambiando y una sensación de lluvia y de viento comenzaba a presentarse
levantado el polvo de los terrenos alrededor de la carretera. El serbio pensó por
un momento en su amigo, el gordo Pinilla y decidió comunicarse con él por su
teléfono celular. Al contactarlo, notó que Pinilla estaba francamente eufórico.
Recién había conversado con Don Cheo y estaba seguro de que pronto recibiría su
paga, de manera que invitó a Nicolai para verse en el NightClub
ChiquitaNais–Bar en el Mall Las Galeras. Martinovic aceptó la invitación de
buena gana puesto que pensaba que luego de haber trabajado con el teniente, él
bien se merecía un rato de esparcimiento. Su amigo finalmente le dijo.
–Después te prometo, ¡una guevoná!, una noche
especial en el Aladín. Te aseguro Nicola que la vamos a pasar muy bien.
El serbio sonrió y estuvo de acuerdo con él.
Justamente en el momento cuando salió de la carretera de tierra y entró en la
autopista, Nicolai notó que comenzaba a llover…
***
Silvester está mareado y respira cada vez con
mayor dificultad, se siente muy mal y piensa que la situación que está
confrontando es realmente absurda. Está atado, con las manos hacia atrás en su
silla giratoria y con el mismo rollo de “tape de plomo” que utilizó Dimitri
para inmovilizarlo, tiene la boca cruzada por una banda plateada que gira alrededor
de su cabeza. Cuando el teniente Yakolev salió de la habitación, él comenzó a
moverse y la silla cayó sobre un lado, de manera que ya no está sentado. Se
encuentra tumbado de lado, sobre el piso de linóleo y esa posición es sumamente
incómoda por lo que él comienza a pensar en que quizás esta vez no logrará
superar la situación. Ver acercarse la muerte después de los ochenta años de
edad no es para él una novedad, en otras ocasiones ha considerado que a su
edad, en cualquier momento podía haber sido sorprendido por la parca, pero el
instante que está atravesando es muy desagradable, es casi ridículo y por demás
decepcionante. Él regresa mentalmente a los momentos de la supuesta amistad que
durante meses sostuvo con el bieloruso y se llena de rabia al sentir que ha
sido estúpidamente engañado. Como un tonto. Lo dice para sí, y se enfurece ante
la
impotencia de no poder moverse. Se le han
dormido los brazos y suda frío mientras comienza a sentirse cada vez más
disneico.
***
Dimitri Yakolev ha dejado a Silvester en su
oficina, amarrado en una silla. Pasará por allí, lo mirará de reojo y luego se
dirigirá al Laboratorio donde él sabe que están los frezeers y varias
refrigeradoras. Allí él recuerda que es donde están los animales enfermos y las
bacterias mutadas. Al menos así lo entendió durante la visita guiada que hizo temprano
esa misma noche en compañía del profesor Korzeniowski. Dimitri se ha colocado
dos pares de guantes de látex en cada mano y lleva el maletín de aluminio en su
mano derecha. Toma una máscara de las que están colgadas en la pared y se la
coloca. Respira sintiendo el olor del plástico con un leve toque de
desinfectante y piensa en que estará protegido. Repite para sí que no debe
tener ningún problema. Toma el maletín y desciende por la escalera de caracol.
Trata de abrir una puerta de vidrio que deja ver el interior de dos áreas
estancas donde espera hallar lo que busca. Hace girar el picaporte de la puerta
pero está cerrada. Rompe el vidrio y abre por dentro. En el primer ambiente de paredes
de vidrio con grandes ductos en un techo bajo, puede ver desde el sitio los
aparatos de refrigeración. Toma una bata desechable, suelta el maletín por un
momento y se la coloca apretándosela con una cinta. Avanza y traspone una
segunda puerta.
***
A la mente de Silvester llegan en oleadas las
imágenes de la gente que pudiese venir en su auxilio pero no le cuadran las
cuentas. Sabe que a esa hora de la madrugada nadie pasaría por el Laboratorio.
Luego piensa en Ruth, la doctora quien ha de venir muy temprano al Bioterio. Tiene
un par de dasypus que mirar, uno de ellos estaba por morirse, de un momento a
otro. Ella tiene que hacer la necropsia. Ella vendrá… Lo piensa y por momentos
se siente reconfortado para de inmediato pensar ¿llegaré yo hasta esa hora? Después
dice para si que la esperanza en lo último que se pierde. ¡Así dice Víctor!
¿Donde estará? Tan lejos de la ciudad, en La Cañada de Urdaneta, él sabe que es prácticamente
imposible que alguien pueda venir en su ayuda. Quizás cuando llegue Ruth ya
habré pasado al otro mundo. Esto lo piensa y hasta logra sonreír nervioso, al
repetirse que alguien tiene que venir a salvarlo de ese curioso ser, un demente,
en quien se le ha convertido ahora su amigo, el bieloruso, el teniente Dimitri
Yakolev, ahora transfi gurado en un funcionario de la KGB de Belarus... Es
increíble, se repite interiormente. Todo esto es sencillamente irreal.
***
Dimitri voltea a mirar hacia atrás, divisa el
pasillo y las tres puertas de vidrio que él ha dejado abiertas. A su derecha están
las jaulas y él observa a los cachicamos enfermos, su aspecto es deplorable, le
inspiran cierto temor. A pesar de la máscara percibe un vaho fétido y piensa en
las glándulas odoríferas de los dasypus y en sus efluvios aceitosos. Apestan. Abre
una refrigeradora y puede divisar un sin fin de tubos con tapones de goma y con
siglas escritas en el vidrio con marcador negro. Dentro existen algunas masas
de material granular y friable, otras de aspecto mucoso muestran pegostes de
color gris que parece crecer en capas y en algunos tubos parecen ir cubriendo
sus paredes internas. Toma varios que aparentemente están repletos. Abre el
maletín y los coloca dentro. Continúa seleccionando más tubos, los que ve más
llenos de algo que a la vista es repugnante, los separa y luego los guarda en
el maletín. Mira su reloj, luego busca algo con la mirada y encuentra sobre el
mesón un par de inyectadotas y un bisturí. Con el escalpelo en la mano se
acerca a uno de los cachicamos que yace postrado con apariencia monstruosa y hiende
con la lanceta el tejido amarillo grisáceo del lomo del dasypus. Un chorro de
un líquido seropurulento fluye y salpica su bata. Con alguna dificultad le
quita un fragmento de tejido blando que nace entre las placas del lomo. Lo
sostiene en la mano y acerca el mismo a la luz de una lámpara para observarlo
cuidadosamente. Extrae de la maleta unas bolsas de plástico y coloca dentro de
ellas varios fragmentos de los tejidos. El animal hace ruidos y pareciera
mirarlo, sus gruñidos obligan a Dimitri a voltearse y acercarse de nuevo hasta
la jaula. Súbitamente el cachicamo enfermo produce un chillido agudo. Dimitri
se retira asustado y por ende molesto. Se acerca hasta los congeladores. Los
abre y de uno de ellos, extrae algunas placas con muestras que parecen ser
tejidos pero están congeladas. Coloca varias en los empaques de plástico, los cierra y los pone igualmente dentro de la
pequeña maleta. Voltea a mirar hacia todos lados. De nuevo comprueba la hora.
Son las dos y media de la mañana. Regresa por donde llegó pero al abrir la
puerta de salida se tropieza con el vidrio que había partido para abrirla y
siente que se ha cortado en el dorso de la mano con el borde del cristal
astillado. Maldice y se sacude, se le han roto los dos guantes de látex que
cubrían su mano derecha y sangra. Se quita la máscara y se acerca a un
lavamanos de metal que se encuentra adosado a la pared. Se despoja de los
guantes y con rabia nota que sigue sangrando por el corte en la mano derecha. Escapa
del área donde ha estado, y asciende rápidamente por la escalera de caracol. Se
encuentra en una habitación con mesones donde hay varios microscopios y
estufas, un microtomo y libros en una biblioteca. Dimitri nota que en la pared
hay una caja de madera con una cruz roja. Se acerca y la abre para sacar una
botella de alcohol y una gasa con la que se limpia la herida de la mano. Espera
un rato y luego de hacerle presión, cuando deja de sangrar, se coloca sobre la
mano tintura de yodo y vuelve a maldecir. Se envuelve la mano con el rollo de
gasa, la anuda. Se detiene a mirarse la mano, luego nota la bata salpicada de una
sustancia cremosa que se ha tornado amarillenta. Se quita la bata y se sacude
la ropa. Maldice de nuevo y sale de la habitación portando el maletín plateado.
Se dirige a la oficina del profesor Korzeniowski.
***
Subieron por la escalera metálica y tras
empujar la puerta hacia arriba, ambos lograron salir a la noche, de tal manera que al
cerrarla nuevamente regresó la oscuridad total. Un momento después, la
noche fue iluminada por un relámpago. El viento con olor a lluvia les hizo detenerse para
orientarse y Rubén decidió que sin importarle nada más, él iba a encender
su linterna puesto que ambos habían decidido regresar y no deberían perder más tiempo
entre las ruinas del hospital de los leprosos. Víctor le siguió e iniciaron la caminata de
vuelta hacia donde les esperaban sus amigos. Envueltos en una ventisca como
hálito lluvioso en menos de un cuarto de hora y guiados por la luz de la linterna, ambos se
encontraron en el cementerio. Había comenzado a lloviznar cuando descendieron hasta la playa
para sorprenderse al alumbrar lo que les pareció una lancha de carreras. Sergio y Brinolfo ya
habían trasladado los cuatro remos de la lancha del viejo Caronte hasta
la motolancha de fibra de vidrio y sin detenerse a conversar mucho,
bajo un cielo relampagueante y la lluvia arreciando, decidieron zarpar.
Lo hicieron remando silenciosamente. Sergio recordaba a los guardias
que había visto escuchando radio dentro de la caverna mientras remaba
en la popa. En la proa, Víctor le informó a Brinolfo que él y Rubén
habían hallado un túnel con una puerta que los llevó debajo de la tierra.
Todos remaban en la oscuridad cuando Sergio insistió en que sin saber de
lo que se trataba tenía la impresión de que se estaban salvando de
milagro.
–Tenemos que largarnos de aquí, y hay que
remar bastante hasta estar lejos de la costa.
Los relámpagos iluminaban la lancha y la
lluvia repiqueteaba sobre el casco de fibra de vidrio. El viento comenzó a
soplar con más fuerza. Víctor le dijo a Rubén que tratase de acercarse a los
motores para ver si de verdad funcionaban. El ingeniero petrolero se acercó
hasta la popa y examinó la situación.
–Veamos si estos motores responden, deben
hacerlo como los buenos,
son unos Yamaha…
***
Pinilla encendió el limpiaparabrisas al notar
que comenzaba a llover. Pensó en salir de la autopista antes del último
semáforo en el sector conocido como El Amparo, y avanzó lentamente bajo la
lluvia. No había notado que a ambos lados de su Ford Fiesta le seguían de cerca
un par de hombres en motocicletas. Cuando se detuvo en un semáforo que estaba
en luz roja, sintió que le tocaban su ventana, la lluvia y los vidrios empañados,
no le permitían ver quien golpeaba por lo que bajó el vidrio y se enfrentó con
una pistola Walter P–38 que le puso bajo las narices el acompañante del
motorizado, un chamo menor de edad con la cabeza rapada quien había descendido
de la moto y le gritó amenazante.
–Dame lo tuyo gordo o te vuelo la cabeza.
Pinilla pensó en su Beretta pero la tenía con
su cinturón a la espalda, después imaginó lo que pasaría con “la boloña” y como
un relámpago arrancó a toda velocidad cruzando de inmediato hacia la izquierda de
manera que el chamo perdió el balance y corrió tras el auto. Su compañero
motorizado cruzó también y la motocicleta con la pareja que se hallaba por el
lado izquierdo del auto también aceleró mientras el acompañante del conductor
desde la parrilla trasera con una treinta y ocho le hizo un par de disparos
reventando los vidrios. El gordo recuperó la estabilidad de su auto pero
también sintió un agudo dolor en el hombro derecho y sin embargo, pensando en
que tenía que llegar
hasta Las Galeras instintivamente trató de
sacar su Beretta pero algo en su hombro como un corrientazo le hizo gritar una
maldición y no logró hacerlo. Decidió frenar el auto que giró patinando en
medio de la lluvia y desviándose hasta que se estrelló contra un poste.
Acostándose en el asiento que ya comenzaba a pintarse de sangre, Pinilla tomó
su Beretta con las dos manos y disparó hacia fuera con los ojos cerrados. En
ese momento ambos motorizados lo alcanzaron. El chamo que iba de “parrillero” casi
metió su pistola por la ventanilla y a quemarropa le disparó al chofer en la
cabeza recibiendo él también en el rostro los impactos de los disparos que con
su pistola hacía desesperadamente el gordo chofer. Los hombres descendieron de
las motocicletas bajo el aguacero, abrieron las puertas del auto y tiraron de
las piernas al gordo Pinilla quien cayó al suelo sangrando por la cabeza. El
chamo de la moto con la cara destrozada yacía boca arriba en el suelo tumbado
al lado de chofer. Uno de los atracadores lo removió con el pie y al ver que
estaba muerto tomó su pistola y se la metió en el cinto, otro de ellos le quitó
la Beretta de
las manos del gordo quien ya no respiraba, le sacó la cartera de un bolsillo trasero,
lo pateó igualmente por lo que el cadáver terminó metido casi debajo del auto.
Revisaron el asiento delantero y al abrir la bolsa negra, se miraron entre
ellos. Los tres hombres jóvenes de las motos se acercaron para terminar de
creer que era cierto lo que veían. Un bojote de dólares verdes, ¡de dólares!
Las dos motocicletas partieron con los tres hombres dejando una estela de humo
y se metieron en una de las calles colaterales del sector. Seguramente iban muy
felices los motorizados cuando se perdieron en la noche lluviosa.
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