He sido
invitado por el Movimiento poético de Maracaibo, a recrear por escrito y
brevemente a un Quijote, uno que sea mío, y por ende, apócrifo. Tendrá que
serlo, pues ni nací en Alcalá de Henares, ni batallé en Lepanto y ha mucho
tiempo que no estamos en el siglo de oro español. Acepté el reto para poder
hablarles de un Quijote nuestro, uno criollo, uno que además tuve la suerte de
conocer personalmente, uno nacido en un lugar del país donde las arenas son
tibias y bajo el claror de la luna un chuchube modula un cantar. En Coro la
ciudad de los médanos, el año 1905, nació Pedro Iturbe Leiba, nuestro Quijote y
tendría una larga y meritoria vida que dejaría una huella imborrable en el
Zulia y en la medicina nacional.
Pedro Iturbe,
se fue de Coro a Caracas, estudió medicina y al graduarse, se dedicaría a la
neumonología. Hizo post grados de medicina del tórax en Italia, en Francia y en
los Estados Unidos, y se vino a esta tierra para fundar en 1932, un Dispensario
Antituberculoso. Lo hizo cerca de un camino de trillas que iba hacia el sur de
Maracaibo. San Francisco en aquellos días era un pueblecito de sembradores
lleno de molinos de viento, que Pedro Iturbe no confundió con gigantes, por el
contario, allá lejos, al final de la
Arreaga y Los Haticos, lanza en ristre se montó sobre un
cerro de piedra de ojo, situado al comienzo de una vía que se estaba
creando para los automóviles y luego de una curva que originaba la entonces
conocida Carretera de los Pozos se perdía una larga vía que conducía a unos
pozos de agua en el camino hacia Perijá, los cuales fueron el inicio del
acueducto en Maracaibo, precisamente allá sobre aquel cerro, creó “el
Dispensario”.
Ese Dispensario
al final de Los Haticos, se transformó luego, en 1948, en el Sanatorio Antituberculoso
de Maracaibo, y hoy es el hospital General del Sur que lleva su nombre. Allí nuestro Quijote, no solamente combatiría
la tuberculosis sino que enseñaría a cientos de enfermos a trabajar en
manualidades, orfebrería, ebanistería, labores de terapia para a los pacientes
formándolos para el trabajo. Además crearía un extraordinario grupo de médicos
y cirujanos, donde ya desde aquellos años comenzarían a hacerse maravillas,
existía un microscopio electrónico y hacían hasta transplante de órganos.
Desde mis años
de estudiante, el doctor Iturbe había sido un ejemplo de dedicación y entereza
en la lucha por demostrar como la
Medicina podía transformarse en un apostolado y podía llenar
toda la vida de un hombre proyectándola sobre su pueblo. Esto solo es posible
cuando se trabaja con un gran entusiasmo y cuando se hace en pos de un ideal;
esto nos lo decía él. El objetivo de sus campañas había sido la salud pública
de los más necesitados. El incansable Quijote Iturbe,
desarrolló intensas campañas para detectar los indígenas que estaban enfermos
de los pulmones siguiendo una estrategia de pesquisa en camiones equipados con
aparatos de Rayos X, que se movían por
las polvorientas trillas arenosas de la región, con personal adiestrado, hasta
que se logró acabar con la tuberculosis que diezmaba las tribus de los
indígenas wayúus. Su tenacidad lo llevó a modificar las cifras
estadísticas en la mortalidad por tuberculosis hasta conseguir que este flagelo
casi desapareciera en el occidente del país. Se centraban sus luchas en
particular en la defensa de nuestra desprotegida y empobrecida población
indígena.
En lo personal,
yo ningún éxito hubiera tenido en mi loca empresa de hacer investigación si no
hubiese contado con el apoyo de este don Quijote quien además era el padrino de
mi promoción médica del año 63. Sus ideales de luchador incansable, sus axiomas
visionarios, sus maneras de enfrentar los problemas, donde muchas de sus
actuaciones ejemplificaban su manera de ser, que él consideraba artimañas de
zorro viejo, todo esto y más, lo fui copiando, tratando de imitar, absorbiendo
y aprendí con él a desear muchas cosas, a querer mucho más de lo que uno espera
poder conseguir lo anhelado. El nos decía que para lograr las cosas uno debe
pelear duro, pedir por más de cien si aspira por una sola, porque así es
nuestro medio.
Este don
Quijote, Pedro Iturbe, era pequeñito y arrugado, pero tenía una vitalidad tal
que asombraba a todos los que le conocían. Como don Quijote de la Mancha tuvo grandes
obstáculos en sus luchas, fue execrado, y lo acusaron los políticos, dijeron
que como Fernández Morán era un loco y además, perezjimenista, y tuvo siempre
que moverse sorteando dificultades en todos los frentes para lograr sus
objetivos. Él decía que prefería que creyesen que de veras era loco, que era
más fácil así, hacerse el loco para lograr sus propósitos. Siempre nos mostraba
un cuadro del pintor zuliano Gabriel Bracho, el abanderado, donde un obrero va
hacia delante portando la bandera del triunfo, casi envuelto en ella. Así hay
que ser, nos decía.
El Dr. Iturbe
no podía descansar sobre sus laureles y se dedicó en sus últimos años a la medicina
familiar, esta es aquella medicina de principios del siglo XX que de cierta
manea practicaron los viejos médicos de la ciudad, los que hacían visitas a
domicilio, y educaban, y ayudaba en lo posible y cobraban honorarios muy bajos
o simplemente su trabajo lo hacían gratis. Los méritos de nuestro don Quijote
Pedro Iturbe en este campo, lo llevaron a ser considerado hoy día, como “el
padre de la medicina familiar”. Moriría en esta ciudad de Maracaibo en 1993.
Hoy a propósito de celebrar la aparción del Quijote de Avellaneda que
impulsaría a Cervantes a publicar la segunda parte de don Quijote de la Mancha, que querido
recordarlo y presentarlo ante ustedes para que compartan conmigo la emoción de
haber conocido a un Quijote en Maracaibo.
Maracaibo, abril del año 2014
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