sábado, 27 de junio de 2015

Cuando tuve la suerte de conocer a Natascha




     Cuando tuve la suerte de conocer a Natascha
Esa noche serena conversaría allí con Natasha, y Anabella quien había decidido llamarla, la rusa, o más despectivamente, la funcionaria, le dedicaría unas cuantas indirectas sobre la base de su supuesta coquetería, inadmisible para ella en una señora que ya era abuela. Ese detalle, no sé por qué, pareció impactarla. Una abuelita linda e inteligente, eso pareció provocarle un corto circuito neuronal... Simultáneamente, yo me entusiasmaría más y más atendiéndole a su charla de ametralladora checa y a sus ojos de gacela y asimilando sus ideas drásticas pero prístinas sobre un comunismo radical. Decía las cosas con un mohín en el lunar sobre su labio, sus colmillos superiores eran algo prominentes, ¡uf!, ¿y qué tal la arañita vascular sobre la ceja? Pequeño vestigio de un Gorbachow en ciernes, eso le dije y le causó bastante risa... Era un hecho evidente que Eduardo Imaz estaba en la misma onda, zumbando como un abejorro en el panal de los encantos de la bella Natasha. Pronto llegó Anabella y se situó a mi lado. Alicia para mi tranquilidad se mantuvo sentada en el salón, cerca de los mesones de comida y entonces fue cuando hablamos interminablemente, ininterrumpidamente y más que nadie, Eduardo y Natasha quienes como dementes no cesaban de cotorrear sobre todas y cada una de las cosas de este y del otro mundo, al este y al oeste del telón de acero, tan cerca y a la vez tan lejos de Mayami, desde aquí, desde la tierra de Martí. Escuchándola hablar sobre la política y el proletariado mundial, sobre la importancia del internacionalismo activo y militante, yo pensé nuevamente en el paquete y me volví a sentir como si fuese una especie de espía de medio pelo, ignorante del rol que desempeñaba, ¿en una supuesta conspiración?, ¿un plan urdido por el narcotráfico internacional?, o quizás, ¿por una legión de gusanos?, o probablemente era sólo mi imaginación... ¿Cómo saberlo? Anabella estaba enviándome mensajes codificados desde el verdor de sus hermosos ojos y no podía dejar de preocuparme, pensando en que probablemente nos habíamos metido en un berenjenal y saltábamos haciendo cabriolas, como peleles, ante Natasha. ¿Qué peligro corríamos?, quizás tener que enfrentarnos con la KGB o con los servicios de inteligencia cubanos. ¿Transmutados en una hermosa mujer? Natasha, la rusa. Entretanto la luna había ascendido y asomada entre las nubes se reflejaba cabrilleando en el mar. Desde dentro, el sonsonete del montuno repicaba en los cristales de puertas y ventanales. Natasha entornó sus párpados. Romy Schneider me dije recordando a Sissi la emperatriz que habitaba en el palacio de Schombrun. En ese instante ella miraba a Eduardo inquisitivamente y luego con aire de misterio nos dijo quedamente.
-El tiempo es Krisna, pero para los chinos es el yiking y el iching. El tiempo mueve todos los ejes, pero es inmutable. El tiempo es el que le da sentido a nuestras vidas...
Yo estaba más que anonadado, en realidad vivía un estado temporal de extasiada idolatría. Quizás notando mi embeleso por la escultural funcionaria cubana, Anabella decidió interrumpirla y con aplomo sentenció.
-Ay mija, Albert Einstein ya definió la dimensión desconocida desde hace añales, y con fórmulas matemáticas él ya precisó todas esas cuestiones del tiempo y del espacio...
Yo me preguntaba si era el hecho de parecer una diosa de alabastro el motivo que provocaba el embeleso de Eduardo Imaz. ¡Rayos! Definitivamente ella le coqueteaba. Él sonreído, tan sólo murmuraba, un qué se yo sobre la masa, sobre la luz y su velocidad al cuadrado mientras Natasha sin inmutarse continuaba ante él, frente a todos su plática embriagante.
-Cada una de nosotras, quizás somos sólo las facetas, como los lados de extrañas figuras geométricas, poliedros construidos con el tiempo y las vidas de cada quien y al mirarnos en ellas reflejados, concienciamos como son esas facetas donde todos estamos, muchos en una, atrapados. Somos partes de un todo, trozos, reflejos o quizás fragmentos de un sistema imperfecto, que tiende permanentemente a la desorganización y todo esto a pesar de la física y de las leyes que controlan el Universo, porque vaya, si la vida existe es porque hay muerte, la entropía...
Anabella trató de interrumpirla y ella le dijo.
-Espera Anabella, espera, porque la vida, la tuya y la mía también están reflejadas en este sistema geométrico. Están cautivas, presas, como partes de un todo cosmogónico. Las vidas son como líneas entrecruzadas, la imbricación de unos triángulos, los hilos entrelazados, el ovillo hasta llegar al mandala.
Entonces fríamente le respondió Anabella.
-¿Te refieres a la Stella del Universo? ¿Al ombligo del mundo? ¿Tú quieres decir que cada quien es el ónfalos de su propio cosmos?
Yo tuve que reírme sorprendido ante las preguntas de Anabella e intervine diciendo algo así como...
-Pienso que las cosas dependen de cada quien, y de donde tú estés. Claro está que también cada uno mira a su propio universo de un modo muy personal...
-¿El color del cristal con que se miren las cosas? ¿Es eso lo que dices tú Marcelo?
-Sí, más o menos es eso, Anabella querida, pero en cierto sentido más que un cristal que colorea el entorno, dependerá del ángulo de tu visión, de ese sitio que en ocasiones existe en el espacio de un instante, como el Aleph de Borges, pero no todos tendrán la suerte de encontrar ese rincón y mirar desde allí. Es algo que puede perseguirse de por vida, es como el punto vélico, ese que logra equilibrar todas las fuerzas que tironean del velamen de una goleta en alta mar. Ese cruce de todos los caminos tiene mucho que ver con el tiempo, bien lo decía Natasha, o, ¿quizás con los espejos?, puede que sea con eso que denominan, ¿el destino?
Anabella parecía extasiada y como noté que me miraba queriendo interrumpirme, yo la deje acotar.
-Hablas de Borges, pero existe otro escritor, otro argentino a quien yo admiro emocionadamente, ¿cómo te digo?, ahora lo estoy pensando con todo esto del tiempo y de los hilos enredando el mandala, ¿te digo?, es Julio Cortázar.
Eduardo con aire pensativo le preguntó a Natasha.
-¿Es cierto que Cortázar siempre fue muy amigo de la revolución cubana?
-Y de todos los movimientos progresistas.
Le respondí yo interrumpiendo la afirmación de ella. Luego volteando a mirar a la hermosa Anabella, le comenté.
-Cuanto me alegro que coincidamos nuevamente compañera maracaibera, debo decirte que Cortázar es uno de mis escritores preferidos.
Natasha acercó su rostro a Eduardo Imaz, ella tenía un cigarrillo en la boca y le entregó su pequeño yesquero mientras decía entre labios, insinuante.
-Ese enredo de Oliveira en Rayuela es exactamente lo mismo que estamos discutiendo en este instante, yo insisto en que la vida tiene un profundo sentido cosmogónico.
-Sí Natascha.
Anabella lo dijo rápidamente aprovechando cuando "la rusa" aspiraba su cigarrillo turco y prosiguió.
-Yo me pregunto si tú conoces un cuento que vincula a Cortázar con el Che y con Fidel. ¿Tú has leído "La Reunión"?
Natasha le respondió prontamente.
-Si querida, es un relato hermoso, lleno de imágenes reales y a la vez de una insensatez tal, que los hechos sólo pueden explicarse porque fueron así, es la verdad presentada por Cortázar como una pieza surrealista.
Anabella pareció no estar complacida con su respuesta y terció.
-Más bien yo diría que el cuento de Cortázar es un relato homérico. ¿No te parece a ti Natasha que toda la revolución es como una epopeya?
Yo notaba la pugna de mi joven amiga literata enfrentada a una Diana cazadora, que tomaba las riendas con un dechado de embrujadora destreza.
-Para quienes la hemos vivido, es difícil asumir la revolución como un poema.
Natasha se detuvo un instante, exhaló por su linda nariz dos nubes de humo y continuó.
-En ocasiones tenemos que vivir situaciones que son muy difíciles, pero son, como te dije sobre el cuento de Cortázar, son esas cosas que nos ocurren, que sabiéndolas reales nos resultan tan kafkianas que tú te dices, ¡vaya esto parece un cuento!
Entonces volvió Anabella a la carga.
-Es la metamorfosis de todo un pueblo, facilitada por estar en una isla, es como vivir en el cuarto de Gregorio Samsa, aquí mismito, adentro, aisladas, se protegen la cucarachas, pero ustedes son adversados por el peor Calibán de la historia, ¡nada menos que por el imperialismo yanqui!
Decidí intervenir rápidamente y les pedí que regresásemos a Cortázar. Eduardo estaba ya totalmente hipnotizado por Natasha, no sabía yo si era el efecto del humo de su cigarrillo de tabaco negro o era algo embrujador que prefería creer producto de los mojitos o de la yerbabuena con zapote mamey. Dije entonces, creo que comenté algo así...
-Quizás una de las cosas que más me gustan de Cortázar es lo elaborado de sus juegos mentales, juegos que están escritos, dentro de esa obsesión por perseguir lo inaccesible, el aroma de misterio que exudan sus relatos, el claroscuro de su gramática transformacional, llena de anagramas y de palindromas, con esa propensión a cosificar a cualquier individuo.
Anabella me interrumpió para decir dictando cátedra.
-Opuesto totalmente a Felisberto Hernández quien siempre vivificó las cosas, ¿es o no es cierto?
Dejó la pregunta en el aire con erudita picardía. Pensé que ella estudiaba el efecto que sus palabras, una a una, lograrían sobre la dama rusa. Ante tal situación decidí adoptar una pose parsimoniosa y le respondí a mi joven amiga, como si fuese yo un viejo catedrático de lengua, ¿o de chachachá? ¿Tal vez el profesor Ruiz Ras?
-Blá, blá, blá, en realidad son estilos diferentes, aunque ambos autores sean unos expertos en eso de escribir un cuento. Es cierto lo que tú dices sobre las cosas cuando son vistas por el escritor uruguayo, pero los personajes de Cortázar a mi modo de ver, viven en un plano más universal, son como el tiempo mismo, son infinitos. Puede que duren tan sólo un instante, quizás el de estrellarse contra un árbol en el camino de Kinderberg, o la prolongada obsesión de Johnny el negro saxofonista persiguiendo el tiempo, ¿o el jazz?, asediado por la droga y por los años, o el mágico momento cuando Alina Reyes, sobre el puente de los leones entre Buda y Pest, allá sobre el Danubio, es abrazada por la mendiga y entonces se identifica con ella, se consustancia con ella para siempre jamás...
Me interrumpió Anabella aplaudiéndome y diciendo, ¡bravo, bravo!, bien por mi dóctor, y yo, me sentí más que cortado, sorprendido por su explosiva expresividad, espontanea, estentórea, ¿juvenil?, ¡vaya con la muchacha maracucha! Sólo atiné decirle que quizás cuando llegase a tener mi edad, vería lo necesario de perseguir siempre un Aleph y no sé qué estupideces dije porque me sentí viejo, balbuceando sandeces, queriendo alternar con jóvenes, quizás demasiado capacitados para aceptar mis disparatadas disquisiciones culturosas. Hice silencio y de reojo observé la sonrisa de Natasha, noté su mano sobre el brazo de Eduardo y entonces ella me miró con ese impresionante parecido a Romy Schneider. El humo de su cigarrillo hacia volutas de un azul blanquecino, plateado por efecto de la luz de la luna, arqueó la ceja y noté el arabesco bermejo palideciendo, ¿Gorbi?, seiscientos sesenta y seis, el signo del anticristo, ¿la mancha rebelde? El resplandor de sus pupilas de gacela estaba cuajado de misteriosa simpatía, ellas despedían un extraño fulgor con tonos grises y destellos magenta, tal vez de un malva indefinido...  Entonces me sonrió, ¡a mí solo!, y me sentí su cómplice, ella y yo como si no existiese más nadie en todo el universo. Sentí un susto, casi un miedo interior, porque solo quería en ese instante arrojarme a sus pies, adorarla, contemplarla así con esa velada y hechicera sonrisa bajo el resplandor plateado de la luna. En ese instante apareció, como era de esperarse, Alicia, la inefable guardiana de mi destino preconcebido en este viaje singular. ¡Nos vamos ya! Lo dijo autoritariamente y en menos de media hora, ya estaba aquí, sentado, cuartillas por delante, sintiéndome obligado a escribir como si fuese Pedro Camacho el boliviano fabricante de folletines radiales, y me inclino a creer que muchas de estas cosas que relato no son reales y que tal vez todo lo vivido lo he soñado... Sueño que estuve en esa reunión, cabeceo durmiéndome sentado y sueño que estoy aquí, de estas prisiones cargado y pienso que son cadenas las que me han de pesar en una mazmorra del Castillo del Morro, pues me temo he servido de correo a planes subversivos, los desconozco pero seguramente se relacionan con el narcotráfico, con alguna incierta conspiración, tal vez con una sombría intención desestabilizadora... Yo no quise hacerlo, me digo que no soy culpable, yo no fui... Cerré los ojos y soñé que existía en otro estado más lisonjero, al fin y al cabo que, ¡rayos! ¿Una ilusión? Una sombra, una ficción y el mayor bien es pequeño, que toda la vida es sueño y los sueños, ¿sueños son? Casi me duermo escribiendo y no obstante creo que puedo revivir escenas de los minutos finales, cuando veníamos regresando, Natasha al volante. Algunas de las cosas que conversamos hace un rato... La fiesta suspendida por real mandato de mi estimada doctora Barrera... Quizás, posiblemente esa suspensión fue una correcta decisión. Mañana me corresponde hablar ante una audiencia de expertos. A las once dictaré mi ponencia sobre los leucocitos asesinos en el SIDA. Lo cierto es que en su cochecito polaco, íbamos como sardinas en lata Alicia y Anabella en el asiento trasero y yo disfrutando del perfil de Natasha, cuando mi joven compañera volvió a la carga con el tema de lo real e imaginario y el barroco. Me sorprendió la Romy Schneider comentando con todo aplomo entre un cambio de velocidad y otro algo así como...
-Lo imaginario puede que sea real y en la literatura no es necesario que lo real sea críptico para que te logre cautivar. Algo escrito por Nietzsche o por Jorge Luis Borges no es tan complicado y no obstante puede encerrar profundidades difíciles de bucear, simples en su estilo pero complejas para descifrar. Más allá del juego de las apariencias y del reflejo de las imágenes en los espejos, de lo invisible, de eso que Marcelo dice está oculto en un rincón oscuro, más allá de todo eso, está la esencia de cada autor, lo que cada quien quiere significar y el escritor puede ir y regresar de lo real maravilloso a lo irreal y humano, quizás diciéndonos con su trabajo como el alma de un poeta puede vivir eternamente. Un poeta o un escritor de verdad pueden lograr eso. La aspiración de cada artista siempre ha sido una sola, vencer a la muerte.
Yo estaba espabilado, había calculado que nuestra hermosa abuelita, funcionaria, erudita, pasionaria, comunista poco ortodoxa, adoradora de Fidel, era todo eso y más, pero no imaginaba que poseía esa pasión para defender la poesía y la autoría intelectual de cualquier ente. Estas reveladoras expresiones, señalaban que mi funcionaria, mi rusa, mi estatua alabastrina, mi Diana cazadora, pudiera ser no tan sectaria como ella misma decía ser. Tal vez ella solo trata de ofrecernos la imagen de una mujer estricta, parece estar preñada de ideales y al final como que se nos vuelve, ¿pura prosopopeya bolchevique? Ella con su propaganda comunista y su fanatismo internacionalista explayado ante nosotros quienes la estábamos conociendo por primera vez... Una esperanza parecía existir de qué ella fuese accesible, eso me dije yo, ¿podría ser vulnerable? Si ama la poesía, me dije, puede ser ella el ser humano que me ayude en el trance de este lío que pareciera estar naciendo alrededor del paquete bendito y los pequeños trozos del misterioso microfilm. ¿Atreverme con ella a hablar? La funcionaria, resulta que tiene alma de poeta. ¿Qué me puede ocurrir? Pensé estremecido en los horrores de la Siberia y el archipiélago de Gulag, imaginé a la KGB en el tropical ambiente caribeño. Anabella le hablaba desde el asiento trasero…
-Lo que tú dices es muy cierto, tú te refieres a la otredad, ese ser otro y ser uno a la vez y ser todos, eso que posee el escritor, que es parte de cada artista, eso que tiene cada autor, una especie de poder transformarse en otro ser, una segunda naturaleza, como la creada por Lezama. Las obras de arte son... Mira te lo voy a decir parafraseándote a José Martí: "el arte, decía el apóstol, no es más que la naturaleza creada por el hombre.
-¡Vaya niña!, que buena está la cosa, está muy bien que tú me respondas con una cita de Martí. ¡Óigame caballero! Esta jovencita de tu tierra, Marcelo, ¡es pura candela! Entonces yo traté de regresar al tema central.
-El hombre, es un animal de costumbres, el hombre, crea, pinta, escribe y hace todas esas cosas que llamamos el arte, pero está obligado a adoptar una posición en el devenir histórico y la historia se hace sobre los restos de lo que va dejando el hombre, sobre las ruinas de sus ciudades, de sus creaciones suplantadas por la acción devastadora del hombre mismo. Crear y destruir, hasta ir acabando con este planeta tierra. Así es la historia, cíclicamente registra muerte y destrucción. Sobre estas crudas realidades, como una rosa en el desierto, lo único que se alza, es la poesía, es el arte, es la creación de la mente...
Anabella me interrumpió, afortunadamente, porque no sé qué derroteros pensaba yo tomar, con los dislates que decía en mi locura, mirando el perfil de aquella bella criatura al volante. Creo que en el fondo, pensé en Alicia, hundida en el asiento de aquella lata de sardinas polaca, su silencio me preocupaba un tanto, pero no quería voltearme a mirarla para no tropezarme con algún guiño fuera de tono o para no verla como creía debía estar, la mismísima bella durmiente del bosque esperando el beso de su príncipe azul que ella soñó... En ese momento Anabella expresó su opinión contundente.
-Eso de la destrucción y la creación humana trae a colación el tema de la revolución cubana. Sin duda, -prosiguió Anabella, -este sistema está fundado, asentado, sobre la dialéctica marxista del castrocomunismo en América, sobreviviendo en estos días gracias a la ayuda soviética, paño de lágrimas de los cubanos habitantes de esta isla cercada por el imperialismo yanqui. Pero, chica, ¿dime por qué no terminas de aceptar la cruda realidad de que los beneficiarios de este sistema político están pasando las de Caín? Yo siento como si fuesen nuestras, todas las privaciones y las necesidades que soportan los compañeros cubanos. A mí me impresiona tu tranquilidad. ¿Por qué no las ves tú? Aquí estamos sobre las ruinas de La Habana, ciudad que representa un sistema diferente, pero yo te pregunto de nuevo, Natasha. ¿Esto es el máximo de la felicidad que el nuevo orden de ustedes le ofrece a tu gente? Bien están las conquistas sociales y la educación y la asistencia hospitalaria gratuita, pero dime, ¿podemos discutir ahora el tema de la libertad? Yo por ejemplo quisiera hablar la verdad de cada quien, de la oportunidad que cada cubano pueda tener para disentir.
En silencio, yo no salía de mi asombro ante la descarga de Anabella, no era la brigada ligera a la carga, ¡era plomo del grueso lo que lanzaba la carricita! Natasha con seriedad y muy pausadamente le respondió.
-Esos individualismos, que no tienen nada que ver con la poesía, ni con el arte, que era el tema del que hablábamos, esos resabios reaccionarios que se perciben en tus preguntas son los que nosotras hemos superado. Tú no lo entiendes chiquita, porque eres de otro mundo, tú eres parte de un sistema cruel, capitalista, individualista, burgués y explotador que sólo sirve para que cada quien se beneficie a costillas de los demás. Un grupito que vive mientras la mayoría padece.
Anabella volvió a interrumpirla.
-Pero Natasha por favor. ¿Tú no has oído hablar del libre albedrío? ¡Cómo te explico lo que significa la libertad de cada individuo, por separado! Tú hablas del arte y de la creación, pero ¿cómo puede florecer la creatividad en un sistema que restringe el pensamiento?
Yo le atendía los dos puntos de vista, pero estaba sorprendido. Me parecía extraño escuchar a Anabella, la misma de las canciones de Silvio y de Pablito, con sus lecturas de Martí, Guillén, Lezama y Carpentier, con el fidelismo de su padre el guajiro zuliano Antonio Julio, en su más plena e ilusionada juventud, planteándole a nuestra recién conocida belleza cubana una defensa de la libertad y del libertinaje de nuestro mundo capitalista, y era tal el énfasis que estaba desplegando en su argumentación que no quería yo saber cuán lejos iba a llegar. Todavía el silencio de Alicia me crispaba los nervios mientras miraba los ojos fulgurantes de Anabella, quizás por ello decidí como un árbitro, o como un referí en el ring, mediar con una salvadora ocurrencia.
-¿No será que todo esto no es real? ¿Que todo es una cosa imaginaria y que somos víctimas de un sueño? ¿No será que todo esto es una broma mental cuyo asiento, no son las ruinas de La Habana, sino nuestro intelecto que no encuentra asidero para el frágil principio de la verdad?
Natasha entonces pausadamente contestó mis preguntas.
-¡Quien sabe Marcelo! La verdad... Óyeme tú, para que algo bello se produzca, para crear algo que valga la pena, es necesario soñar y apartarse de la realidad, porque primero siempre estarán los ideales y la verdad siempre es amarga. Por eso es que a ustedes les impacta esta sociedad nuestra, les parece extraña, esta ciudad, para ustedes es kafkiana y surrealista, por eso, no terminan de entendernos, somos latinoamericanos como ustedes pero pienso que hemos logrado tener una concepción de la vida diferente...
Ya el sueño me impide continuar escribiendo, es demasiado para un día. Cuando cesó la discusión, Anabella se paseó por el romanticismo y la poesía, se refirió a la economía de los medios de expresión que utilizan los poetas, curioso comentario en la tesista del barroco, más por allí, nos condujo sin parar a Vallejos, a Neruda, a Octavio Paz y a Vicente Huidobro. El exceso de poesía en un instante pasó a ser de un barroquismo total. En la madrugada, enlatados en aquella especie de Fiat polaco, llegamos con el frenazo final ante la casa de protocolo y despertó Alicia, quien seguramente ya iba en un tercer plano de la anestesia onírica, tal vez descendiendo por una madriguera de conejos o discutiendo con reyes de barajas, por lo que se había perdido de nuestra comidilla sobre política y literatura, sobre la vida y los pesares de los habitantes del país de las maravillas, de los sufridos isleños de la tierra donde nace la palma, todo esto que he tratado de escribir sobre todo aquello que conversáramos la noche de la fiesta en el Club de los Trabajadores, cuando tuve la suerte de conocer a Natascha.
……………………………………………….
Jorge García Tamayo
Texto extraído del Capítulo VII de la novela “Escribir en La Habana” Premiada en la Bienal de Literatura José Rafael Pocaterra del Ateneo de Valencia el año 1994.

miércoles, 24 de junio de 2015

Investigación submarina y el cine imperecedero






Cuando querer investigar era volverse submarino con ballenas, piratas y otros peces grandes del cine
Me consta que tus proyectos para hacer investigación experimental, o ultraestructural, o neurobiológica en tu tierra resultaron, un fao al stand. Así los describiste vos mismo. Sumadas a tus disparatadas complicaciones personales era por demás evidente que las primeras dificultades ya te las habían planteado precisamente tus colegas, los mismísimos de tu propia universidad. Recuerdo que me explicaste como al estar recién llegado del norte, a quienes les hablabas de tus proyectos, les parecían sencillamente absurdos. Lo elemental era que a nadie le podrían interesar porque sencillamente, eran “vainas improductivas”. ¡Lo importante son los cobres mijo! Eso te decían. Al relatarme estos hechos, recordé a mi amigo Robert Conmarcas, quien dice ser un escritor frustrado, y quien siempre insiste en que la nuestra es una sociedad de fenicios. La investigación que en principio no produce dinero, es una actividad crematísticamente improductiva, e indudablemente, entre fenicios, insistir en la investigación científica siempre habrá de parecer un exabrupto. Además todos te decían que la investigación no era actividad para ejercerla en estas latitudes. Insistían en que no era un trabajo compatible con estos climas tropicales, ni para nosotros como pueblo hispano-parlante. Repetían  que deberíamos dejar esas cosas para los gringos que tienen muchos dólares. Estas y otras más y mucho peores te las machacaban a diario, todos sin excepción, como en una especie de coro en perpetua y persistente negación. Sé que es muy cierto lo del rechazo a la investigación, y no ha variado mucho con el correr de los años. Ahora, en los tiempos actuales es mil veces peor… Así me lo contaste y así  debo creértelo pues me consta que en nuestro país, “así son las cosas”, como repetía el brillante periodista Oscar Yánez, lamentablemente difunto. Recuerdo haber oído tus explicaciones sobre los esfuerzos por convencerles, sin lograrlo. Finalmente, para vos, tu regreso se transformó en una tragicomedia. Ni un Martín Romaña como el de Bryce lograría una constelación de eventos tan disparatados y rocambolescos como los que vos protagonizaste. Esto, lo digo yo. Cuando te preguntaban para qué puede servir tanta  publicadera de experimentos, de vainas sobre animales enfermos, ¡y en revistas que están otro idioma! , me dijiste que vos no sabías si reír o llorar. Estaba visto que sin existir ni una pizca de interés en tus interlocutores, tu esfuerzo no tendría mucho sentido y supusiste que sería mejor margullirte, hacerte el loco y transformarte realmente en una especie de investigador submarino. De allí surgió la idea de darte ese apodo, más allá del susurrante Rodrigo, serías una especie de Maik Nelson, el investigador submarino y habrías de distinguirte cómo un personaje singular siempre errático en medio de tus elípticas elucubraciones sobre el trabajo científico, la vida y el amor. Me lo explicaste de esa manera. Submarino, me dije y recordé a James Mason en el Nautilus, para luego pensar en Ismael, el grumete de Melville, y mi mente regional me llevaba de vuelta a otro Ismael, regresaba a Ismael Urdaneta, el legionario poeta, pues era evidente que la lucha en tus predios parecía transformarse en una batalla que aparentemente científicamente tendría que ser librada a largo plazo.
A propósito de Ismael y habiendo nombrado a Moby Dick, que fue uno de los libros preferidos como lectura infantil de Pablo Antonio, mi hijo en sus años de infancia allá en nuestro hogar caraqueño, en la Avenida El Parque de Las Acacias, quiero igualmente recordar que utilicé el simil de la ballena blanca para uno de mis personajes femeninos, la seductora valquiria maracaibera Alicia Barrera en mi novela “Escribir en La Habana”. En realidad he llegado hasta aquí para hablar más del cine que de la investigación y caí sin querer en el tema de las ballenas y de los balleneros quizás porque tuvieron siempre un poderoso atractivo para mí, tanto así, que una historieta gráfica, que podrían denominar “comic” para entendernos mejor, dibujada por mi durante el bachillerato, y la tengo en cartulinas y coloreados cada cuadro con creyones, quizás “prismacolor”, trataba yo el tema de un ballenero, el Forward, y en sus cuadros dibujaba con afán la caza de ballenas, antes de que existiese la película de la ballena blanca de Melville. En realidad, como lo mencionara antes, Walt Disney había creado en 1954 ya el Nautilus de Julio Verne en Veintemil Leguas de viaje submarino y James Mason como su capitán me gustó más en su sobria actuación que el papel desempeñado por Gregory Peck como Ahab al frente del ballenero Pequod, (sin duda que mejor estuvo en Matar a un ruiseñor) aunque la imagen de Orson Wells como el predicador en una noche tenebrosa fue inolvidable. En 1956, John Huston dirigió la película Moby Dick que fue protagonizada por Gregory Peck, con Richard Basehart, Leo Genn, James Robertson Justice, y Orson Welles en los papeles principales. El guion, basado en la novela de Herman Melville, fue escrito por Ray Bradbury y John Huston. Ray Douglas Bradbury  (1920-2012) fue un escritor estadounidense del género fantástico, terror y de ciencia ficción, conocido por sus obras “Crónicas marcianas” y la novela “Fahrenheit 451”. Por primera y única vez Ray Bradbury aceptó elaborar el guion final de una película y con John Houston trabajó duramente para hacerlo en Moby Dick. Estuvo ocho largos meses en Irlanda dedicado a hacer su trabajo para el que se leyó nueve veces la novela asegurando que terminó en una horrible depresión sintiéndose aplastado, casi transfigurado por la figura de Melville.  Bradbury no sólo cultivó la ciencia ficción y la literatura de corte fantástico, sino que escribió también libros realistas e incluso incursionó en el relato policial. Su prosa caracterizada por una gran universalidad también escribiría acerca de la condición humana y sus temáticas fueron logradas a través de un estilo poético. Regresando al tema que nos ocupa, (Vilma´s dixit) algunas escenas de Moby Dick fueron grabadas en la costa oeste de Irlanda, pero el director decidió que en ese lugar la película tendría una atmósfera lúgubre, y sólo se filmaron allá en días de niebla. Los exteriores de Moby Dick fueron rodados en aguas de Gran Canaria y de la portuguesa isla de Madeira donde se hicieron reales tomas de la caza de ballenas, lideradas por los balleneros madeirenses. El rodaje en la bahía de Las Palmas de Gran Canaria se realizó durante la Navidad de 1954, y la presencia en la isla del director de cine  John Huston y del actor Gregory Peck  hizo de este rodaje el más importante de los realizados en las Islas Canarias. En unos astilleros del Puerto de La Luz en Las Palmas de Gran Canaria  la casa Firestone construyó la maqueta de la gran ballena blanca y para la secuencia final de la película estuvieron presentes en Canarias varios especialistas de la cinematografía norteamericana. En sus memorias, John Huston  relató  cómo el plano más importante de la película, aquel cuando el brazo inerte del capitán Ahab a lomos de la gran ballena blanca se mueve al vaivén de las olas como señalándole a sus marineros que prosigan la caza, surgió de forma imprevista, gracias a una mezcla de fortuna y pericia por parte de los técnicos que se encargaban de transportar sobre las aguas la gran maqueta del animal. Curiosamente, el barco que se usó para la filmación de esta película fue una goleta de 1870 que ya había sido utilizada para la grabación de Hispanola, la adaptación de Walt Disney de La isla del tesoro. Esta observación me retrotrae a mi infancia y al libro de Stevenson. Leí muchas veces La isla del Tesoro y me aprendí de memoria un poema en su inicio que siempre pensé era del autor y que no resisto la tentación de escribirlo, aunque sea linealmente como si fuera en prosa: Si las leyendas de islas ignoradas/De tesoros ocultos, de bandidos/De naves y goletas destrozadas/De náufragos perdidos/De piratas y efigies del Averno/Que en mi mocedad fueron lectura/Te interesan a ti, lector moderno/Abre y lee este libro de aventuras.    Si por lo nuevo echaste en el olvido/A los Kingston, a Cooper el viajero/Al viejo Ballantyne, tiempo perdido!/Deposítalos conmigo en una fosa/Donde reposa la musa que inspiró libros tan bellos/Libros y autores, todo en una fosa. Regreso a La isla del tesoro que Disney produjo después de la adaptación de la novela de Robert Louis Stevenson emprendida por Victor Fleming en el año 1934. Walt Disney encargó una nueva versión a Byron Haskin conminándolo a que se centrase en la relación entre Jim y John Silver. Tal opción conllevaba cierta fidelidad no sólo hacia la historia ideada por el escritor, sino también hacia su sentido dramático y lo cierto es que para mí resultó inolvidable el papel de Robert Newton como John Long Silver con un ojo que giraba casi independientemente y de Bobby Driscoll como el niño Jim Hawkins en aquella película del año 1950. Todavía recuerdo el loro gritando “piezas de ocho, piezas de ocho”. Con tanto mar y peces grandes no es posible dejar de mencionar la aventura del viejo lobo de mar Santiago en El viejo y el mar (Spencer Tracy en 1958, o Anthony Quinn en 1990), quien tras 84 días de mala suerte sin pescar, se hace a la mar con el objetivo de atrapar un gigantesco pez espada. John Sturges, Henry King y Fred Zinnemann, dirigieron el film en 1958 (The old man and the sea) basado en la novela homónima de Ernest Hemingway; la fotografía y actor (Spencer Tracy) fueron nominados al Oscar ese año 58 y ganaría la banda sonora del film dirigida por Dimitri Tiomkin. Pero como hemos hablado de mamíferos y peces grandes, no debo dejar de mencionar el film de Tim Burton Big Fish, con Ewan McGregor, Albert Finney,  y Jessica Lange con las interminables y fantásticas historias que cuenta el padre (Albert Finney) de William Bloom (Billy Crudup) quien padece una enfermedad terminal. Como comentario final, con tantos regresos a la infancia o adolescencia y el cine, debo mencionar a Bbby Driscoll porque el niño actuó para Walt Disney en Canción del sur (1946), Dentro de mi corazón (1948), y ya lo mencionamos en La isla del tesoro (1950) que ese año recibió un Premio Óscar Juvenil por su excelente trabajo actoral y quien igualmente sirvió como modelo de animación y le dio la voz al personaje principal de Peter Pan la película de dibujos animados de Disney  del año 1953. El personaje inolvidable del niño que no quiere crecer y vive en la tierra de Nunca Jamás, del escritor inglés James Matthew Barrie, famoso por haber Peter Pan, basado en sus amigos, los niños Llewellyn Davies en 1904 ha sido llevado al cine en más de 15 películas, algunas poco conocidas, sin duda, para mí en particular me resulta inolvidable el film de Steven Spielberg Hook: el capital garfio, con la genial actuación de Robin Williams.
Jorge García Tamayo
Maracaibo, junio del año 2015

martes, 23 de junio de 2015

El apartamento, film de Billy Wilder





El apartamento es en la filmografía de Billy Wilder, quizás más negra y menos ligera que lo habitual de sus películas, pero posiblemente es la más wilderiana de todas.

The apartment fue filmada después de Some Like it Hot (Una Eva y dos Adanes), Jack Lemmon con Tony Curtis y Marilyn Monroe habían formado parte este film que ha sido aclamado mundialmente como una de las mejores comedias jamás hechas, que está en el  primer puesto de la lista de las grandes comedias de la American Film Institute y es la número 14 en la Lista de las 100 mejores películas americanas. 
Billy Wilder decidió llevarse a Jack Lemmon para que protagonizara el proyecto que tenía en mente donde el reparto lo completaban la joven Shirley McLaine y Fred McMurray quien ya había trabajado con Wilder en Double Indemnity, (1944). La magistral dirección de Wilder  con la música inolvidable de Adolph Deutsch y una excelente fotografía de Joseph Laselle fue complementada con un guión satírico para la actuación de los personajes donde Wilder logra crear una clima de melancolía, nocturnidad y amargura al abordar temas profundos como la deshumanización, la explotación laboral, la jerarquía social, la soledad, la infidelidad, la honradez, la dignidad y la búsqueda amorosa.  

The apartment resultó ser una obra maestra de la cinematografía 
 donde el maestro Billy Wilder parece mostrarnos una comedia que se transforma en un drama agridulce. La dirección de los personajes por parte de Wilder y la ejecución interpretativa de Jack Lemmon (Buxter) un hombre amable, íntegro, honesto, que rara vez tiene una palabra negativa, lo que conocemos como una buena persona, aunque con el propósito de escalar en su empresa ceda su apartamento a sus jefes para que estos lo usen con sus amantes, lo que le da otorgará una equivocada fama de conquistador entre sus vecinos, pero siendo un personaje gris y poco importante, Buxter, en realidad está enamorado sin esperanzas de una amable ascensorista llamada Fran Kubelik (Shirley MacLaine). La actuación de Jack Lemmon, es insuperable, al igual que la del personaje femenino principal encarnado por la joven Shirley MacLaine como  una muchacha sensible y encantadora pero enamorada de un hombre casado, el vértice del triángulo representado por Fred MacMurray. Esta trama le valdrá a Wilder para describir la psicología del amante ante la situación conflictiva vista desde la perspectiva de Fran, alejándose de la usual crítica de la posible causante del divorcio matrimonial. El apartamento ganó cinco premios Oscar en 1960, incluyendo film y director, y se ha convertido en uno de los grandes clásicos de la historia del Cine.

domingo, 21 de junio de 2015

Periplous. Fue un ir y volver a los Andes...



periplous
¿Cómo no recordarla?, sufrí lo indecible, lo que se dice pasar por una mala racha, de mala leche, una vaina de lo más arrecha, era siempre una rockola sonando, el disco de 45 girando y todo aquello que me rodeaba, me era indiferente, y yo, tras no haber logrado fundirme totalmente, deseaba retornar. Necesitaba saber qué había sucedido con todo aquello que pareció una vez un sueño idealizado, algo que yo mismo viví y lo destruí. Así fue como alebrestado por el aguardiente, entre nubes, o quizás era humo, ¿cómo saberlo?, todos se reían, siempre había como una mota difusa que nos envolvía, una bruma, mientras ellos se carcajeaban. Creo que en realidad no entendía nada. Para todos yo parecía ser una vaina para desternillarse, sabía que era la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser. Entonces decidí regresar. Me fui en un autobús, de esos que hacen viajes largos, no tan caros, un pasaje baratón, el bus decía algo así como "Expresos Cordilleranos", y fueron muchas horas de viaje, ¿para despertar en Cabudare?, abrir los ojos en el Vigía, o quizás fue en Agua Viva. Yo llevaba una mona imbricada en otra, ¿o era la mona la que cargaba conmigo?, nos tolerábamos. Sentía la lengua como una cotiza, ¡no supe si en un momento me cambiaron de autobus!, era por distraerme al bajarme a beber, pelaba bola, pero había que hacerlo, después estaría más atento, carterita en mano, así era, ¡coño! La sed es una vaina seria, la sed es algo insaciable. En Motatán estábamos cuando se bajaron del bus, a miar me figuro yo. En eso andaba yo también y cuando me lo sacudía escuché retumbar un trueno. ¡A la verga, va a llover!, así me dije, y escuché clarito: usté stá en San Rajael y vaser una lloviznita no más… Eso me musitó al oído un vejete tocado con un sombrerito de paja. Mascaba chimó, escupía y chispeaba de sepia el mundo. Yo veía como el escupitazo se arropaba en la arena, ¿busté quierechimó?, me lo ofrecía y yo me estremecía. Debo haberme dormido porque desperté sediento. Miré el paisaje y no estaba en el autobús. Creí entender que todavía estaba en SanRajel. ¿Unos michitos? Sonreí aliviado. Le pasé el brazo, él encorvado y conmigo fuimos ambos, caminamos, el hombre del sombrerito de paja me ofreció de su chimó que yo mascaba y escupía. Cuando llegamos al sitio, me pareció una pulpería, de paredes verdes, con una gran rockola en el mero medio, y desde ella a pesar del frío y la llovedera, fluía cálida la música. Calentaba como un reverbero y entibiándose allí estaban dos mujeres con mucho colorete, una era más gorda que la otra, en realidad la fémina repuesta era inmensa, se me antojó que era una masa de manteca entalcada de olor con dos chapas bermejas, la otra era morena pelolacio. Recostadas ambas a la rockola parecían ser parte del colorido mientras la música emergía vibrando tibia desde la máquina. Yo las veía y ellas se meneaban con la corriente musical…y si me dices que tu amor me esperará, tendré la luz que mi sendero alumbrará, y vooolveré, como ave que retorna a su nidal… Trepidaba la rockola. Me trataron bien, en el sitio aquel. Con cariño, supongo yo puesto que más caña no podíamos beber, tal vez fueron varios días, ¡vaya a saberlo usted!, al final me señalaron mi rumbo, era mi destino. Se me va diendo hasta Mérida, derechito ques paondebusté va, ¿sí? ¡Coño!, ¿voy a pasar el páramo? Ande mi chumpito, ellas así me decían, me hacían carantoñas, y yo me reía. Ellas a gritos me despedían, pero yo me les regresé por otra puerta. Yo sufro lo indecible porque me mata... Jaramillo estaba sentado en una esquina y punteaba la guitarra. Tenía una pata puesta sobre una silleta y me miró sin dejar de darle a las cuerdas, mientras yo orgulloso estaba de haber dado la media vuelta, y nuevamente le sonreía a mi sorprendida gordinflona. ¿Cómo coños me voy ahora? Que se llena de angustia mi corazón... ¡Era pacojer palco! Las ficheras me hacían ojitos y Julio berreaba. Tu carita de pena mi dulce amor... Inenarrable era la vaina aquella. Indescriptible, no hay palabras para echar el cuento. Me duele tanto el llanto que tú derramas... El tipo allí fajao punteando su guitarra y cantando mientras yo, andaba como tenía que estar, extasiado en mis recuerdos, contemplando como afuera se veía la lluvia caer y adentro, yo, con la vía abierta, la tripa cañera alborotada. El camino se le hará carretera, vea, la vía se anda, ya no más parranda, el andar se hace trasandino, después de la noche mire que le llegará el día, aquel viejito del carajo estaba fino, pero quizás hablando mucha paja, ¡no sea pingo vea!, usted debe llegar a Mérida, ¡nosiaterco!, ¡en escarpines pasaré yo por el pico!, váyase por el Vigía. En pico e zamuro estaré. Véngase compañero, ¿otro palo?, sonreído, muy reído, Julio brindaba para seguir la farra mientras se afincaba en su guitarra. Arrancaba con amor cobarde, yo pude hasta reconocer la letra, aquella era de momento su canción, yo no quiero que nadie sepa la historia… ¿Ido?, pa El Vigía. Mérida tan lejana, los crueles desengaños que me dejó… Cataratas de lluvia comenzaron a caer afuera, un aguacero de los mil demonios, ¿otro palo? Esperando la muerte como regalo… Él sonriendo me miraba y cantaba, lo de ese amor tan cobarde que así mintió… De pronto estaba en el sitio. Me hallé lejos de SanRaja y del Vigía, ¿y que será esta mierda? me dije, estaba en el sitio, el propio sitio y sin embargo habría de esperar. Es que de pronto me encontré en una oscurana, entre un diluvio del carajo, una vaina lavada de eternidad, ¡oralepués! Silencio en la noche y frío. Después de la lluvia ya había descendido la neblina. Yo estaba helado mientras escuchaba mil chirridos, ¿eran grillos? Había luces de cocuyos, un silencio total. Ya no se oye nada, me dije y pensé. ¿Será cuando muere la noche? La oscuridad me apaciguaba. Negro era todo, en calma, ¡respiraba puro miche!, y un total silencio. ¿Otro trago?, del bolsillo trasero salía el frasquito, ¿más caña? Me da pena, ¡ah bendita carterita!, penas y penas y penas… Rockolas malditas de luces fosforescentes, el disco negro siempre girando y ese guiñar persistente, ese pestañear intermitente, interminable, inminente, es una pena, es inclemente. ¿Una pena de amor?, amorcito corazón… ¿Coño, me iré a infartar? Las arterias se lavan con aguardiente, tranquilo, no pasa nada, no me quieras matar corazón… No desmayes corazón, estaba acercándome al momento de la verdad, estaba viviendo la noche fatal, noche decisiva, noche de agonía, helado y entre la neblina, noche muerta para mí, ¿soñar?, morir, ¿dormir?, noche muere junto conmigo… Muerto de frío, heladoparcoño era como estaba, como un polo, ¿y la humedad?, el agua iba chorreándome congelado y temblaba, castañeteaban mis dientes, entumecido, ensopado, agua flotando en el aire y enchumbando mis zapatos, ¿tenía zapatos?, encharcados, los dedos engarrotados. Si las copas traen consuelo… Esto me decía, sabía que tenía que ahogarlas, allí en mi desespero, y así dentro de mi cabeza, escuché de nuevo su voz. Algo me decía sorbiendo las palabras, quedamente, decí por Dios que te han dao que estáis tan cambiao, y yo volteaba, y me sacudía, y no sabía qué hacer. ¿Malevaje?, o quizás siempre había sido así y todo era natural, era como una consecuencia. Yo aullaba afónico en medio de la noche densa, buscando la luna, me preguntaba si acaso, ¿seguiría siendo en el fondo un salvaje?, recordé al rey Licaón, ¿un asesino?, ¿sería yo como él?, ¿para complacer a quién?, ¿a Zeus?, no, yo no, estas cosas supongo que me las susurraba mi inquilino. Él se reía por lo bajito, chillona pero casi silente, sibilante, percibía la voz burlona de mi inquilino, yo debería invitarlo a beber, eso me dije, ¡así se acabará esta güevonada! Pensé entonces que venía cabizbajo a buscarlos, a ellos, pero me veía cual el Saturno de Goya, a punto de devorarlos, ¿cómo resistir la tentación?, a beber, era mejor así y no importaba nada más, como Licaón, mis descendientes, penarían por mis culpas, seremos también hombres lobos, todos, cubiertos de pelos y con garras. Aullé de nuevo, estaba tristemente afónico, tan solo emitía un rugido lúgubre y prolongado, un aullido apagado que se extinguió en la densa negrura de aquella noche empantanada. No pude resolver el problema planteado, quise aclararlo de un solo golpe y no lo pude lograr. Mi salida fue volver sobre mis pasos y encerrarme en el miche. Me aparté, me enconché en aquella pensión y me oculté. Sí, ahora puedo decirlo, y hasta escribirlo, lo reconozco. Con el rabo entre las piernas, reculé y me escondí. Allí estaba más tranquilo, muy cerca del mercado, en un catre repleto de pulgas, ellas se movían entrando y saliendo de la ruana, y allí, sabiéndome tan cerca de todo lo que amaba, de cuanto pensaba yo que me importaba en la vida, perdí el control del tiempo. Aquí vengo para eso, me lo repetía y no encontraba el coraje. Era una paradoja. Ahora sí que la veo, pero en aquel entonces no me importó que corrieran los días, ni pensé en mis nuevos compromisos, convencido estaba de que iba a perder el cargo en el Seguro, pero aquello no era relevante, me acercaba al día, a la noche, al instante cuando me iba a atrever, me ocultaba bajo una ruana piojosa a rumiar mi locura. Escondido, al atardecer, o ya por las noches, caminaba hasta la mansión, y desde lejos, los veía entrar y salir de la casa. En el silencio helado, ocultándome, algo iba a decirle a la luna, ¿que estaba loco por ti? ¡Cómo habían crecido! Abrazado de un árbol, si salía la luna volvían las imágenes de Licaón, y me obligaban a regresar, y así seguí, oculto, creo que fue durante varias semanas, no lo sé. Había miche hasta saturarme, entretanto iba mordisqueando mis penas. Al fin, una madrugada, ella no estaba, no había llegado aún. Eso pensaba yo, y aquello era como dicen con lenguaje de culebrón radial, una insana pasión. El chalet estaba en silencio, me deslicé por la verja, me metí en el jardín, llovía y había una neblina artera, yo estaba aterido hasta la médula de los huesos y el ruido de mis dientes era ensordecedor, por el castañeteo me acuerdo del frío, luego forcé una ventana, no hice ruido alguno, actuaba como un ladrón, todo era anormal y truculento, torcido y estúpido, todo era así como una pesadilla, irreal, y así fue como tropecé, hice ruidos y cuando se encendió una luz, ella estaba apuntándome de frente. En su mano derecha, firme, estaba el arma, niquelada, cañón corto. Segundos que duraron una eternidad. Pensé que iba a despacharme allí mismo. ¡Oh, como lo desee en aquel momento! No lo hizo. Ni sabía yo que se había transformado en una mujer de armas tomar. ¡La vi al fin!, en su esplendorosa hermosura, y deslumbrado quedé. Así debió dejarme el fogonazo del disparo cuando sentí como se me rompía el corazón en medio de aquella noche triste. No escuché detonación alguna. Tuve que oírle su discurso, todo, me había quedado paralizado, palabra tras palabra, gota a gota, vertidas sobre mi humanidad. Sus verdades de nuevo eran salpicadas, rociadas, pringando hasta ensoparme, ácidas, como fuego, me quemaban, las percibí una a una, sin aliento, el nombre de la otra saltaba en cada frase, y yo allí, de pie, ¡y no me pude morir! Así de simple, así de sencillo fue. Ella no me disparó otra cosa sino palabras y estas bastaron, fueron suficientes. Así, me despidió por la puerta principal, ni tan siquiera los pude ver, estaban dormidos, creo en realidad, no sé si estaba demasiado borracho, o si fue oír todo aquello, lo que ella me dijo. Me convenció fácilmente. Era mía toda la cruel, despiadada e insostenible incuria, por lo que evidentemente era mejor desaparecer. Tendría ventajas para todos si yo lograse permanecer como muerto, sería lo más conveniente, un premio familiar, un galardón, mi deceso pasaría a ser un beneficio colectivo. Había asimilado todo aquello, como un púgil en el ring. Puedo revivir las escenas cual si estuviesen plasmadas en una vieja película. En medio de todo, pienso que aquel viaje abominable hacia el pasado fue como atravesar una maldita pared, como romper una barrera. Me fui de allí, derrotado, pero más tranquilo, llevaba una filosofía para rumiar, la del buen perdedor. Después de aquella noche triste todo se resumió para mí en una sola palabra, ¡sobrevivir! Tenía que lograrlo. Me parece impresionante la capacidad de adaptación de uno. Después de un año, o más, un año que ha sido una especie de siglo, sentí que estaba comenzando a recuperarme. Percibí cual si me estuviesen brotando retoños, del torso a los cabellos como decía Andrés Eloy. Aun cuando me sentía cubierto de costras, creo que terminé por irme reponiendo y así, logré un cargo como médico general en el hospital Vargas, y viví alquilado en una pensión en San José. Comencé a escribir. Me lo pegaba, sí, es verdad, sí, pero ya no era como antes, ya no me desesperaba queriendo acabar con todo el aguardiente del mundo. Comencé a ser una persona diferente, digo yo, hasta amigos tuve y buenos, conocidos, vecinos, casi ningún colega, otros, los de viejas parrandas, no los desamparé, y pude ayudarles en muchas cosas, pacientes agradecidos, muy pobres, indigentes la mayoría de ellos, los que más apoyo me dieron fueron los más humildes. Hay barrios, por allá, en San Juan y en los Mecedores, donde fui el doctor de todos, tuve  amigos y supongo todavía me quieren, ellos restablecieron mi confianza en los seres humanos”. 
 
Relato extraído con sensibles  modificaciones, de la novela La Peste Loca.
Jorge García Tamayo
Maracaibo, 23 de junio del año 2015