miércoles, 24 de junio de 2015

Investigación submarina y el cine imperecedero






Cuando querer investigar era volverse submarino con ballenas, piratas y otros peces grandes del cine
Me consta que tus proyectos para hacer investigación experimental, o ultraestructural, o neurobiológica en tu tierra resultaron, un fao al stand. Así los describiste vos mismo. Sumadas a tus disparatadas complicaciones personales era por demás evidente que las primeras dificultades ya te las habían planteado precisamente tus colegas, los mismísimos de tu propia universidad. Recuerdo que me explicaste como al estar recién llegado del norte, a quienes les hablabas de tus proyectos, les parecían sencillamente absurdos. Lo elemental era que a nadie le podrían interesar porque sencillamente, eran “vainas improductivas”. ¡Lo importante son los cobres mijo! Eso te decían. Al relatarme estos hechos, recordé a mi amigo Robert Conmarcas, quien dice ser un escritor frustrado, y quien siempre insiste en que la nuestra es una sociedad de fenicios. La investigación que en principio no produce dinero, es una actividad crematísticamente improductiva, e indudablemente, entre fenicios, insistir en la investigación científica siempre habrá de parecer un exabrupto. Además todos te decían que la investigación no era actividad para ejercerla en estas latitudes. Insistían en que no era un trabajo compatible con estos climas tropicales, ni para nosotros como pueblo hispano-parlante. Repetían  que deberíamos dejar esas cosas para los gringos que tienen muchos dólares. Estas y otras más y mucho peores te las machacaban a diario, todos sin excepción, como en una especie de coro en perpetua y persistente negación. Sé que es muy cierto lo del rechazo a la investigación, y no ha variado mucho con el correr de los años. Ahora, en los tiempos actuales es mil veces peor… Así me lo contaste y así  debo creértelo pues me consta que en nuestro país, “así son las cosas”, como repetía el brillante periodista Oscar Yánez, lamentablemente difunto. Recuerdo haber oído tus explicaciones sobre los esfuerzos por convencerles, sin lograrlo. Finalmente, para vos, tu regreso se transformó en una tragicomedia. Ni un Martín Romaña como el de Bryce lograría una constelación de eventos tan disparatados y rocambolescos como los que vos protagonizaste. Esto, lo digo yo. Cuando te preguntaban para qué puede servir tanta  publicadera de experimentos, de vainas sobre animales enfermos, ¡y en revistas que están otro idioma! , me dijiste que vos no sabías si reír o llorar. Estaba visto que sin existir ni una pizca de interés en tus interlocutores, tu esfuerzo no tendría mucho sentido y supusiste que sería mejor margullirte, hacerte el loco y transformarte realmente en una especie de investigador submarino. De allí surgió la idea de darte ese apodo, más allá del susurrante Rodrigo, serías una especie de Maik Nelson, el investigador submarino y habrías de distinguirte cómo un personaje singular siempre errático en medio de tus elípticas elucubraciones sobre el trabajo científico, la vida y el amor. Me lo explicaste de esa manera. Submarino, me dije y recordé a James Mason en el Nautilus, para luego pensar en Ismael, el grumete de Melville, y mi mente regional me llevaba de vuelta a otro Ismael, regresaba a Ismael Urdaneta, el legionario poeta, pues era evidente que la lucha en tus predios parecía transformarse en una batalla que aparentemente científicamente tendría que ser librada a largo plazo.
A propósito de Ismael y habiendo nombrado a Moby Dick, que fue uno de los libros preferidos como lectura infantil de Pablo Antonio, mi hijo en sus años de infancia allá en nuestro hogar caraqueño, en la Avenida El Parque de Las Acacias, quiero igualmente recordar que utilicé el simil de la ballena blanca para uno de mis personajes femeninos, la seductora valquiria maracaibera Alicia Barrera en mi novela “Escribir en La Habana”. En realidad he llegado hasta aquí para hablar más del cine que de la investigación y caí sin querer en el tema de las ballenas y de los balleneros quizás porque tuvieron siempre un poderoso atractivo para mí, tanto así, que una historieta gráfica, que podrían denominar “comic” para entendernos mejor, dibujada por mi durante el bachillerato, y la tengo en cartulinas y coloreados cada cuadro con creyones, quizás “prismacolor”, trataba yo el tema de un ballenero, el Forward, y en sus cuadros dibujaba con afán la caza de ballenas, antes de que existiese la película de la ballena blanca de Melville. En realidad, como lo mencionara antes, Walt Disney había creado en 1954 ya el Nautilus de Julio Verne en Veintemil Leguas de viaje submarino y James Mason como su capitán me gustó más en su sobria actuación que el papel desempeñado por Gregory Peck como Ahab al frente del ballenero Pequod, (sin duda que mejor estuvo en Matar a un ruiseñor) aunque la imagen de Orson Wells como el predicador en una noche tenebrosa fue inolvidable. En 1956, John Huston dirigió la película Moby Dick que fue protagonizada por Gregory Peck, con Richard Basehart, Leo Genn, James Robertson Justice, y Orson Welles en los papeles principales. El guion, basado en la novela de Herman Melville, fue escrito por Ray Bradbury y John Huston. Ray Douglas Bradbury  (1920-2012) fue un escritor estadounidense del género fantástico, terror y de ciencia ficción, conocido por sus obras “Crónicas marcianas” y la novela “Fahrenheit 451”. Por primera y única vez Ray Bradbury aceptó elaborar el guion final de una película y con John Houston trabajó duramente para hacerlo en Moby Dick. Estuvo ocho largos meses en Irlanda dedicado a hacer su trabajo para el que se leyó nueve veces la novela asegurando que terminó en una horrible depresión sintiéndose aplastado, casi transfigurado por la figura de Melville.  Bradbury no sólo cultivó la ciencia ficción y la literatura de corte fantástico, sino que escribió también libros realistas e incluso incursionó en el relato policial. Su prosa caracterizada por una gran universalidad también escribiría acerca de la condición humana y sus temáticas fueron logradas a través de un estilo poético. Regresando al tema que nos ocupa, (Vilma´s dixit) algunas escenas de Moby Dick fueron grabadas en la costa oeste de Irlanda, pero el director decidió que en ese lugar la película tendría una atmósfera lúgubre, y sólo se filmaron allá en días de niebla. Los exteriores de Moby Dick fueron rodados en aguas de Gran Canaria y de la portuguesa isla de Madeira donde se hicieron reales tomas de la caza de ballenas, lideradas por los balleneros madeirenses. El rodaje en la bahía de Las Palmas de Gran Canaria se realizó durante la Navidad de 1954, y la presencia en la isla del director de cine  John Huston y del actor Gregory Peck  hizo de este rodaje el más importante de los realizados en las Islas Canarias. En unos astilleros del Puerto de La Luz en Las Palmas de Gran Canaria  la casa Firestone construyó la maqueta de la gran ballena blanca y para la secuencia final de la película estuvieron presentes en Canarias varios especialistas de la cinematografía norteamericana. En sus memorias, John Huston  relató  cómo el plano más importante de la película, aquel cuando el brazo inerte del capitán Ahab a lomos de la gran ballena blanca se mueve al vaivén de las olas como señalándole a sus marineros que prosigan la caza, surgió de forma imprevista, gracias a una mezcla de fortuna y pericia por parte de los técnicos que se encargaban de transportar sobre las aguas la gran maqueta del animal. Curiosamente, el barco que se usó para la filmación de esta película fue una goleta de 1870 que ya había sido utilizada para la grabación de Hispanola, la adaptación de Walt Disney de La isla del tesoro. Esta observación me retrotrae a mi infancia y al libro de Stevenson. Leí muchas veces La isla del Tesoro y me aprendí de memoria un poema en su inicio que siempre pensé era del autor y que no resisto la tentación de escribirlo, aunque sea linealmente como si fuera en prosa: Si las leyendas de islas ignoradas/De tesoros ocultos, de bandidos/De naves y goletas destrozadas/De náufragos perdidos/De piratas y efigies del Averno/Que en mi mocedad fueron lectura/Te interesan a ti, lector moderno/Abre y lee este libro de aventuras.    Si por lo nuevo echaste en el olvido/A los Kingston, a Cooper el viajero/Al viejo Ballantyne, tiempo perdido!/Deposítalos conmigo en una fosa/Donde reposa la musa que inspiró libros tan bellos/Libros y autores, todo en una fosa. Regreso a La isla del tesoro que Disney produjo después de la adaptación de la novela de Robert Louis Stevenson emprendida por Victor Fleming en el año 1934. Walt Disney encargó una nueva versión a Byron Haskin conminándolo a que se centrase en la relación entre Jim y John Silver. Tal opción conllevaba cierta fidelidad no sólo hacia la historia ideada por el escritor, sino también hacia su sentido dramático y lo cierto es que para mí resultó inolvidable el papel de Robert Newton como John Long Silver con un ojo que giraba casi independientemente y de Bobby Driscoll como el niño Jim Hawkins en aquella película del año 1950. Todavía recuerdo el loro gritando “piezas de ocho, piezas de ocho”. Con tanto mar y peces grandes no es posible dejar de mencionar la aventura del viejo lobo de mar Santiago en El viejo y el mar (Spencer Tracy en 1958, o Anthony Quinn en 1990), quien tras 84 días de mala suerte sin pescar, se hace a la mar con el objetivo de atrapar un gigantesco pez espada. John Sturges, Henry King y Fred Zinnemann, dirigieron el film en 1958 (The old man and the sea) basado en la novela homónima de Ernest Hemingway; la fotografía y actor (Spencer Tracy) fueron nominados al Oscar ese año 58 y ganaría la banda sonora del film dirigida por Dimitri Tiomkin. Pero como hemos hablado de mamíferos y peces grandes, no debo dejar de mencionar el film de Tim Burton Big Fish, con Ewan McGregor, Albert Finney,  y Jessica Lange con las interminables y fantásticas historias que cuenta el padre (Albert Finney) de William Bloom (Billy Crudup) quien padece una enfermedad terminal. Como comentario final, con tantos regresos a la infancia o adolescencia y el cine, debo mencionar a Bbby Driscoll porque el niño actuó para Walt Disney en Canción del sur (1946), Dentro de mi corazón (1948), y ya lo mencionamos en La isla del tesoro (1950) que ese año recibió un Premio Óscar Juvenil por su excelente trabajo actoral y quien igualmente sirvió como modelo de animación y le dio la voz al personaje principal de Peter Pan la película de dibujos animados de Disney  del año 1953. El personaje inolvidable del niño que no quiere crecer y vive en la tierra de Nunca Jamás, del escritor inglés James Matthew Barrie, famoso por haber Peter Pan, basado en sus amigos, los niños Llewellyn Davies en 1904 ha sido llevado al cine en más de 15 películas, algunas poco conocidas, sin duda, para mí en particular me resulta inolvidable el film de Steven Spielberg Hook: el capital garfio, con la genial actuación de Robin Williams.
Jorge García Tamayo
Maracaibo, junio del año 2015

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