Cuando querer
investigar era volverse submarino con ballenas, piratas y otros peces grandes
del cine
Me consta que tus proyectos para
hacer investigación experimental, o ultraestructural, o neurobiológica en tu
tierra resultaron, un fao al stand. Así los describiste vos mismo. Sumadas a
tus disparatadas complicaciones personales era por demás evidente que las
primeras dificultades ya te las habían planteado precisamente tus colegas, los mismísimos
de tu propia universidad. Recuerdo que me explicaste como al estar recién
llegado del norte, a quienes les hablabas de tus proyectos, les parecían sencillamente
absurdos. Lo elemental era que a nadie le podrían interesar porque sencillamente,
eran “vainas improductivas”. ¡Lo importante son los cobres mijo! Eso te decían.
Al relatarme estos hechos, recordé a mi amigo Robert Conmarcas, quien dice ser
un escritor frustrado, y quien siempre insiste en que la nuestra es una
sociedad de fenicios. La investigación que en principio no produce dinero, es
una actividad crematísticamente improductiva, e indudablemente, entre fenicios,
insistir en la investigación científica siempre habrá de parecer un exabrupto.
Además todos te decían que la investigación no era actividad para ejercerla en
estas latitudes. Insistían en que no era un trabajo compatible con estos climas
tropicales, ni para nosotros como pueblo hispano-parlante. Repetían que deberíamos dejar esas cosas para los
gringos que tienen muchos dólares. Estas y otras más y mucho peores te las machacaban
a diario, todos sin excepción, como en una especie de coro en perpetua y
persistente negación. Sé que es muy cierto lo del rechazo a la investigación, y
no ha variado mucho con el correr de los años. Ahora, en los tiempos actuales
es mil veces peor… Así me lo contaste y así debo creértelo pues me consta que en nuestro
país, “así son las cosas”, como repetía el brillante periodista Oscar Yánez,
lamentablemente difunto. Recuerdo haber oído tus explicaciones sobre los
esfuerzos por convencerles, sin lograrlo. Finalmente, para vos, tu regreso se
transformó en una tragicomedia. Ni un Martín Romaña como el de Bryce lograría
una constelación de eventos tan disparatados y rocambolescos como los que vos
protagonizaste. Esto, lo digo yo. Cuando te preguntaban para qué puede servir
tanta publicadera de experimentos, de
vainas sobre animales enfermos, ¡y en revistas que están otro idioma! , me
dijiste que vos no sabías si reír o llorar. Estaba visto que sin existir ni una
pizca de interés en tus interlocutores, tu esfuerzo no tendría mucho sentido y
supusiste que sería mejor margullirte, hacerte el loco y transformarte
realmente en una especie de investigador submarino. De allí surgió la idea de
darte ese apodo, más allá del susurrante Rodrigo, serías una especie de Maik
Nelson, el investigador submarino y habrías de distinguirte cómo un personaje
singular siempre errático en medio de tus elípticas elucubraciones sobre el
trabajo científico, la vida y el amor. Me lo explicaste de esa manera.
Submarino, me dije y recordé a James Mason en el Nautilus, para luego pensar en
Ismael, el grumete de Melville, y mi mente regional me llevaba de vuelta a otro
Ismael, regresaba a Ismael Urdaneta, el legionario poeta, pues era evidente que
la lucha en tus predios parecía transformarse en una batalla que aparentemente científicamente
tendría que ser librada a largo plazo.
A propósito de Ismael y habiendo
nombrado a Moby Dick, que fue uno de
los libros preferidos como lectura infantil de Pablo Antonio, mi hijo en sus
años de infancia allá en nuestro hogar caraqueño, en la Avenida El Parque de
Las Acacias, quiero igualmente recordar que utilicé el simil de la ballena blanca
para uno de mis personajes femeninos, la seductora valquiria maracaibera Alicia
Barrera en mi novela “Escribir en La Habana”. En realidad he llegado hasta aquí
para hablar más del cine que de la investigación y caí sin querer en el tema de
las ballenas y de los balleneros quizás porque tuvieron siempre un poderoso
atractivo para mí, tanto así, que una historieta gráfica, que podrían denominar
“comic” para entendernos mejor, dibujada por mi durante el bachillerato, y la tengo
en cartulinas y coloreados cada cuadro con creyones, quizás “prismacolor”, trataba
yo el tema de un ballenero, el Forward, y en sus cuadros dibujaba con afán la
caza de ballenas, antes de que existiese la película de la ballena blanca de
Melville. En realidad, como lo mencionara antes, Walt Disney había creado en
1954 ya el Nautilus de Julio Verne en Veintemil
Leguas de viaje submarino y James Mason como su capitán me gustó más en su
sobria actuación que el papel desempeñado por Gregory Peck como Ahab al frente
del ballenero Pequod, (sin duda que mejor estuvo en Matar a un ruiseñor) aunque la imagen de Orson Wells como el
predicador en una noche tenebrosa fue inolvidable. En 1956, John Huston dirigió
la película Moby Dick que fue protagonizada por Gregory Peck, con Richard
Basehart, Leo Genn, James Robertson Justice, y Orson Welles en los papeles
principales. El guion, basado en la novela de Herman Melville, fue escrito por
Ray Bradbury y John Huston. Ray Douglas Bradbury (1920-2012) fue un escritor estadounidense del
género fantástico, terror y de ciencia ficción, conocido por sus obras “Crónicas
marcianas” y la novela “Fahrenheit 451”. Por primera y única vez Ray Bradbury
aceptó elaborar el guion final de una película y con John Houston trabajó duramente
para hacerlo en Moby Dick. Estuvo ocho
largos meses en Irlanda dedicado a hacer su trabajo para el que se leyó nueve
veces la novela asegurando que terminó en una horrible depresión sintiéndose aplastado,
casi transfigurado por la figura de Melville. Bradbury no sólo cultivó la ciencia ficción y
la literatura de corte fantástico, sino que escribió también libros realistas e
incluso incursionó en el relato policial. Su prosa caracterizada por una gran
universalidad también escribiría acerca de la condición humana y sus temáticas
fueron logradas a través de un estilo poético. Regresando al tema que nos
ocupa, (Vilma´s dixit) algunas escenas de Moby
Dick fueron grabadas en la costa oeste de Irlanda, pero el director decidió
que en ese lugar la película tendría una atmósfera lúgubre, y sólo se filmaron allá
en días de niebla. Los exteriores de Moby
Dick fueron rodados en aguas de Gran Canaria y de la portuguesa isla de
Madeira donde se hicieron reales tomas de la caza de ballenas, lideradas por
los balleneros madeirenses. El rodaje en la bahía de Las Palmas de Gran Canaria
se realizó durante la Navidad de 1954, y la presencia en la isla del director
de cine John Huston y del actor Gregory
Peck hizo de este rodaje el más
importante de los realizados en las Islas Canarias. En unos astilleros del
Puerto de La Luz en Las Palmas de Gran Canaria la casa Firestone construyó la maqueta de la
gran ballena blanca y para la secuencia final de la película estuvieron
presentes en Canarias varios especialistas de la cinematografía norteamericana.
En sus memorias, John Huston relató cómo el plano más importante de la película, aquel
cuando el brazo inerte del capitán Ahab a lomos de la gran ballena blanca se
mueve al vaivén de las olas como señalándole a sus marineros que prosigan la
caza, surgió de forma imprevista, gracias a una mezcla de fortuna y pericia por
parte de los técnicos que se encargaban de transportar sobre las aguas la gran
maqueta del animal. Curiosamente, el barco que se usó para la filmación de esta
película fue una goleta de 1870 que ya había sido utilizada para la grabación
de Hispanola, la adaptación de Walt Disney de La isla del tesoro. Esta observación me retrotrae a mi infancia y
al libro de Stevenson. Leí muchas veces La isla del Tesoro y me aprendí de
memoria un poema en su inicio que siempre pensé era del autor y que no resisto
la tentación de escribirlo, aunque sea linealmente como si fuera en prosa: Si las leyendas de islas ignoradas/De
tesoros ocultos, de bandidos/De naves y goletas destrozadas/De náufragos
perdidos/De piratas y efigies del Averno/Que en mi mocedad fueron lectura/Te
interesan a ti, lector moderno/Abre y lee este libro de aventuras. Si por lo nuevo echaste en el olvido/A los
Kingston, a Cooper el viajero/Al viejo Ballantyne, tiempo perdido!/Deposítalos
conmigo en una fosa/Donde reposa la musa que inspiró libros tan bellos/Libros y
autores, todo en una fosa. Regreso a La
isla del tesoro que Disney produjo después de la adaptación de la novela de
Robert Louis Stevenson emprendida por Victor Fleming en el año 1934. Walt
Disney encargó una nueva versión a Byron Haskin conminándolo a que se centrase
en la relación entre Jim y John Silver. Tal opción conllevaba cierta fidelidad
no sólo hacia la historia ideada por el escritor, sino también hacia su sentido
dramático y lo cierto es que para mí resultó inolvidable el papel de Robert
Newton como John Long Silver con un ojo que giraba casi independientemente y de
Bobby Driscoll como el niño Jim Hawkins en aquella película del año 1950. Todavía
recuerdo el loro gritando “piezas de ocho, piezas de ocho”. Con tanto mar y
peces grandes no es posible dejar de mencionar la aventura del viejo lobo de
mar Santiago en El viejo y el mar (Spencer
Tracy en 1958, o Anthony Quinn en 1990), quien tras 84 días de mala suerte sin
pescar, se hace a la mar con el objetivo de atrapar un gigantesco pez espada. John
Sturges, Henry King y Fred Zinnemann, dirigieron el film en 1958 (The old man and the sea) basado en la
novela homónima de Ernest Hemingway; la fotografía y actor (Spencer Tracy)
fueron nominados al Oscar ese año 58 y ganaría la banda sonora del film dirigida
por Dimitri Tiomkin. Pero como hemos hablado de mamíferos y peces grandes, no
debo dejar de mencionar el film de Tim Burton Big Fish, con Ewan McGregor, Albert Finney, y Jessica Lange con las interminables y
fantásticas historias que cuenta el padre (Albert Finney) de William Bloom
(Billy Crudup) quien padece una enfermedad terminal. Como comentario final, con
tantos regresos a la infancia o adolescencia y el cine, debo mencionar a Bbby
Driscoll porque el niño actuó para Walt Disney en Canción del sur (1946), Dentro
de mi corazón (1948), y ya lo mencionamos en La isla del tesoro (1950) que ese año recibió un Premio Óscar
Juvenil por su excelente trabajo actoral y quien igualmente sirvió como modelo
de animación y le dio la voz al personaje principal de Peter Pan la película de dibujos animados de Disney del año 1953. El personaje inolvidable del
niño que no quiere crecer y vive en la tierra de Nunca Jamás, del escritor inglés
James Matthew Barrie, famoso por haber Peter Pan, basado en sus amigos, los
niños Llewellyn Davies en 1904 ha sido llevado al cine en más de 15 películas,
algunas poco conocidas, sin duda, para mí en particular me resulta inolvidable el
film de Steven Spielberg Hook: el capital
garfio, con la genial actuación
de Robin Williams.
Jorge García Tamayo
Maracaibo, junio del año 2015
No hay comentarios:
Publicar un comentario