sábado, 30 de enero de 2016

Don Quijote en el cine -2-





DON QUIJOTE EN EL CINE  (2)

      Nuevamente don Quijote, ahora en el cine. Me referiré tan solo a un par de películas sobre el rey de los hidalgos y señor de los tristes, como le llamara Ruben Darío.  Son muchas las películas que se han filmado sobre la obra de Miguel de Cervantes, algunas como documentales, otras en dibujos animados, y en films de duración variable, existen unos cuantos largometrajes, la mayoría de ellos filmados en España, otros en Francia, Estados Unidos, Dinamarca, Italia, Inglaterra, Alemania, Australia, Rusia y Hungría. Como una curiosidad Mario Moreno participó en dos películas sobre don Quijote, filmadas en México, en 1969 “Un Quijote sin mancha” y en 1972 “Don Quijote cabalga de nuevo” dirigida esta por Roberto Gavaldón y con F. Fernán Gómez en el papel de don Quijote y Cantinflas como Sancho Panza.

     Rusia y Bulgaria coprodujeron en 1996 “Don Kikhot vozvratshch ayetsya”, sin embargo, en esta oportunidad quiero referirme a otra película rusa sobre don Quijote de la Mancha titulada “Don Kihot” de Grígori Mijaílovich Kózintsev, producida el año 1957, y la cual tuve la suerte de ver hace ya muchos años. Recuerdo que me impresionó muy favorablemente, y le comentaba hace tiempo a mi hijo Francisco, amigo del cine, cuanto me había gustado aquella película, tanto, que los paisajes de La Mancha eslava de Kózintsev regresarían a mi mente de conductor muchas veces durante muchos de los viajes por tierra que me tocó  hacer, usualmente con mis hijos, por nuestro hermoso país.

    Don Kihot
     Grígori Mijaílovich Kózintsev natural de Kiev, atraído por la literatura clásica, dedicó buena parte de su carrera a la adaptación de obras fundamentales, por ejemplo, Hamlet (1964), Karol Lir (El Rey Lear, 1971) y Don Kihot (Don Quijote, 1957). El cineasta ucraniano discípulo de Eisenstein, filmó un Don Quijote en color, con Nikolai Cherkassov en el papel de hidalgo, excelentemente ambientado por el escultor español Alberto Sánches, exiliado en la Unión Soviética desde el fin de la Guerra Civil. Kozintsev en su afán por subrayar la condición de símbolo de la justicia de don Quijote, nos presentó, a un caballero que "no está loco. Es un hombre de extrema buena voluntad, un profeta, que sale a los campos de Castilla a predicar su buena nueva y fracasa. Los libros de caballería no le secaron el cerebro, aunque el cura y el barbero los quemen en el patio. Sólo sirvieron para darle una idea falsa de la sociedad y proporcionarle el molde -el caballero andante, desfacedor de entuertos- donde volcar sus ansias justicieras. Así, cuando Don Quijote muere, no muere de vuelta de ninguna locura, sino agotado, aplastado por ese fracaso. Y si Sancho llora a su lado, él le consolará, apuntando la posibilidad de que el día de mañana otros hombres salgan a los campos del mundo a continuar la empresa con mejor fortuna que ellos.



     La crítica española de la época recibió la cinta con simpatía. José Luis Borau destacó en 1958 la «realización experta y grandiosa» del director ruso, por encima de cierta frialdad y de una ocasional caída en «el espectáculo teatral, como las escenas en la plaza del pueblo, con un movimiento de masas, sonriendo y agitando los brazos, que rozan la ópera italiana».  La Mancha eslava de Kózintsev se nos antoja hoy más evocadora, más próxima a ese territorio cuya geografía sólo existe en la escritura cervantina. Dos actores eminentes, de una propiedad inmejorable, Nikolai Cherkasov y Yuri Tolubeyev, representarían al utópico hidalgo y a su escudero con finura y satisfacción orgullosa.

     El Hombre que mató a Don Quijote
       Conversamos también con Fernando y Francisco sobre este film, “el don  Quijote de Terry Guilliam”, que parece ser el proyecto fílmico que ha enfrentado más obstáculos para ser realizado, quizás más que los que padeció el ingenioso hidalgo durante su largo periplo por La Mancha. más que los que sufrió Orson Wells, sobre quien ya comentamos se obsesionó igualmente con don Quijote de La Mancha.  Terry Gilliam empezó a trabajar en la película en 1998 pero, tras una serie de infortunios que incluyeron inundaciones, problemas financieros, la Fuerza Aérea de España y la mala salud de su primer actor protagónico, se vio forzado a interrumpir y posponer la producción indefinidamente.
     Terry Gilliam es un cineasta norteamericano, nació en Estados Unidos, pero se nacionalizó británico a finales de los 60. Durante el período en el que trabajó en la BBC formó parte de la legendaria tropa de cómicos Monty Python, primero como animador y luego como guionista, actor y director. Entre sus muchos créditos están las películas "Bandidos del Tiempo", "Brasil", "Las Aventuras del Barón Munschausen" y "Los Hermanos Grimm".



      Tras anunciar un séptimo intento el año pasado, con nueva financiación, nuevo libreto y un nuevo protagonista, la película se podría derrumbar más estrepitosamente que el Quijote bajo las aspas de un molino. La razón principal es que el actor británico, John Hurt, seleccionado para interpretar a Don Quijote, acaba de revelar a sólo dos meses de empezar el nuevo rodaje, que sufre de cáncer pancreático.
Con la financiación de Amazon, el rodaje empezaría en 2016 y contaría con la participación de Jack O'Connell como el publicista y John Hurt como Don Quijote. El cáncer de Hurt pone la producción otra vez en entredicho, aunque el actor expresó que su enfermedad está en las etapas primarias, que está bien de salud y que está decidido a hacer la película.

Maracaibo, 31 de enero del 2016

Don Quijote en el cine -1- Orson Wells y Eñ Quijote




DON QUIJOTE EN EL CINE  (1)
Orson Welles   y  El Quijote

Don Quijote es la mitad de España y Sancho la otra mitad. El hidalgo es el sueño español de la caballerosidad en toda su absurda maravilla. Es la locura llena de nobleza, de dignidad y de incorruptible galantería que ilumina el carácter español. Su escudero es la tierra española misma. Es todos los hombres que han vivido sobre esa tierra desde que se aró por vez primera. (Orson Welles.)

       Si a algún director de cine se le puede aplicar, sin temor a equivocarse, el adjetivo de quijotesco es a Orson Welles (El ciudadano Kane, La dama de Shanghai). Excepto contadas excepciones, el rodaje de sus películas fue siempre una aventura comparable a las del ingenioso hidalgo de La Mancha. Si el personaje de Cervantes se enfrentó con los molinos de viento para dejar en alto su honor de caballero andante, Welles, decidido a hacer arte sin la incómoda supervisión de los productores de Hollywood, también tuvo que lidiar con obstáculos de todo tipo. Desde inversionistas que le fallaban en el último momento hasta actrices que se arrepentían de hacer el papel de Desdémona en su adaptación de Otelo. Una perenne falta de presupuesto lo obligaba a interrumpir sus filmaciones y no le quedaba otra alternativa que sumarse al elenco de películas de dudosa calidad, que lo reclamaban como actor, o dirigir algún documental para la televisión con tal de poder reunir el dinero que le permitiría sacar adelante sus proyectos personales.

      Enamorado de España y de su cultura, Welles soñó siempre con adaptar al cine El Quijote. Por eso, cuando en 1957 el canal de televisión CBS le encargó un documental de media hora de duración, no dudó en proponer como tema la famosa novela de Cervantes. El rodaje comenzó en Ciudad de México y las escenas iniciales mostraban al propio Welles narrándole a una niña americana llamada Dulcie las aventuras del caballero y su escudero. Por cierto, el papel de Dulcie lo interpretaba Patricia McCormack, quien en 1956 había dejado perplejo al público al encarnar a una encantadora niña asesina en el thriller La mala semilla.

        Los pasajes en los que aparecían el Quijote y Sancho fueron concebidos por Welles en el estilo de las comedias silentes. Para dar vida a los famosos personajes seleccionó a dos excelentes artistas. Francisco Reiguera, actor nacido en Madrid, pero enraizado en México, era el hidalgo ideal: alto, enjuto, demacrado, con una larga barba blanca y un inusitado ímpetu. El rol del escudero estaba a cargo de Akim Tamiroff, el versátil y carismático actor estadounidense de origen georgiano que también colaboró con Welles en Sed de mal, Mr. Arkadin y El proceso.  Según cuentan, Welles estaba tan entusiasmado con su Quijote que no se afectó mucho cuando los productores, después de ver las secuencias iniciales, decidieron cancelar el proyecto. El arreglo al que llegaron le permitiría usar el material filmado en una obra personal. Estaba decidido a prescindir del personaje de la niña y hacer algo más que un simple documental. El Quijote y Sancho hablarían. Recrearía sus andanzas. Tenía en mente todo un largometraje inspirado en la obra de Cervantes.   Pero… ¿y el dinero?
        De forma intermitente, Welles se las ingenió para continuar rodando cada vez que reunía algo de dinero. Los fieles Reiguera y Tamiroff, enamorados también del proyecto, acudían a su reclamo siempre que el cineasta les avisaba que podían continuar. De esa manera siguieron filmando distintas escenas, hasta finales de los años 60, en locaciones de México, Italia y España. Habitualmente una película tiene un único director de fotografía; por la producción del Quijote de Welles pasaron, sucesivamente, siete. También utilizó cinco editores diferentes para montar algunas secuencias. Y mientras tanto, filmaba dos de sus grandes creaciones, también basadas en obras maestras de la literatura: El proceso (1963), sobre la novela de Franz Kafka, y Campanadas a medianoche (1966), adaptación de varias obras teatrales de William Shakespeare.

       Según Audrey Stainton, quien fuera secretaria de Welles durante esta época, la relación del director con El Quijote era algo intensamente privado y personal, una suerte de “psicoanálisis secreto” de sí mismo. Su versión dista mucho de ser una adaptación fiel del texto de Cervantes: Alonso Quijano y Sancho Panza viajan por la España de Franco, son testigos de procesiones religiosas y de corridas de toros, y se admiran ante invenciones como la televisión.

        Cuando a mediados de los 1960 un grupo de periodistas le hizo en el aeropuerto de Roma la consabida pregunta “¿Cuándo piensa terminar El Quijote?”, Welles explicó que se trataba de una película experimental, “casera”: el tipo de trabajo que a él le gustaba hacer. Y por último les aclaró que no tenía apuro por concluirla. “Cuando la termine, la estrenaré”. Quizás su falta de prisa tuviera relación con algo que expresó por esa época: “Don Quijote y Sancho no son marionetas; son libres, curiosamente independientes. Lo que me preocupa para poner fin a la película es que quizás el mundo moderno les destruiría. Y sin embargo no logro ver a Don Quijote destruido. Ése es mi problema”.

        Después de más de una década de rodaje, la muerte de los dos protagonistas paralizó definitivamente el proyecto. Reiguera falleció en Ciudad de México, en 1969, y Tamiroff en California, tres años más tarde. Orson Welles los sobrevivió hasta 1985 y, según parece, poco antes de su muerte estuvo revisando las escenas editadas del más quijotesco de sus filmes, con la intención de replanteárselo una vez más y sacarlo a la luz.  Hasta entonces El Quijote de Welles había sido una leyenda, una película de la que todos hablaban, pero sin saber con certeza de qué se trataba. Al año siguiente de la muerte del realizador, en el festival de cine de Cannes 1986 se estrenó una versión de 40 minutos de duración, preparada por el griego Costa Gavras con los negativos que pudo localizar con la ayuda de la Cinemateca Francesa. El público quedó admirado y sorprendido. Pero no fue hasta 1992, durante la exposición mundial de Sevilla, que se pudo apreciar una versión más extensa, de 116 minutos, preparada por el español Jess Franco, quien había trabajado con Welles en la realización de Campanadas a medianoche. Para presentar esta nueva reconstrucción, hubo que realizar un trabajo de detective, pues los rollos filmados entre 1957 y 1968 estaban dispersos por distintos países.

          Finalmente, Franco logró reunir decenas de cajas que contenían  más de 100 mil metros de película (un filme común y corriente tiene unos 3 mil metros de duración) y durante varios meses se dio a la tarea de armar el complejo rompecabezas. Para hacerlo, se guió por las instrucciones escritas que había dejado Welles. Aunque este montaje ha sido criticado por algunos, es un esfuerzo admirable. De acuerdo, no es exactamente la película que Welles tenía en su cabeza, pero al menos nos permite acercarnos a la originalidad, el humor y el humanismo de la lectura que hizo el más grande director de cine de todos los tiempos de una novela que, cuatro siglos después de su primera edición, sigue fascinando a lectores del mundo entero. Welles no trató de trasladar El Quijote al cine, sino que, por así decirlo, optó por llevar el cine al universo de El Quijote. Su aventura fílmica, sorprendente y quijotesca de principio a fin, es uno de los más sentidos homenajes que jamás se hayan rendido a la obra cumbre de Cervantes.

Este trabajo apareció en Internet: Posted on October 24, 2012
Lo reproduzco en el blog por haber escrito hace unos días algunos comentarios sobre la novela de Cervantes.
Maracaibo 31 de enero del año 2016

jueves, 28 de enero de 2016

Final de un "discurso"





FINAL DE UN “DISCURSO”

El 11 de diciembre del año 1997, me correspondió decir unas palabras en el Salón de Situaciones del Palacio de Gobierno del Estado Zulia, en Maracaibo en representación de “los escritores publicados” por la Secretaría de Cultura del Estado Zulia. Recién venía desde Caracas a “bautizar” la publicación de “La Peste Loca”, gracias a la iniciativa de la Secretaría de Cultura de la Gobernación del Estado y en particular a los buenos oficios de Jesús Ángel Parra, quien se había entusiasmado con mi novela y auspició su publicación para iniciar una nueva colección que llevaría el nombre de “Madréporas”.

Comencé diciendo… “Hace un par de días recibí con emoción un fax con la invitación de la Secretaría de Cultura del Estado para asistir a este importante evento y debo confesarles que me llenó de preocupación una nota al pie de la página. En ella se me anunciaba que tenía que intervenir en el protocolo, y que debería hacerlo en representación de todos los escritores publicados. Debo agradecerles sinceramente por esta deferencia y les confieso que lo hago en medio del susto que me embarga frente a semejante compromiso”.

Luego quise abundar en detalles sobre la evolución histórica de la literatura en nuestro Estado Zulia, pero creo que se hará muy largo el discurso, por lo que al tropezármelo hoy, decidí contarles tan solo la última parte, quizás para corroborar para mí lo que en aquella época ni intuía, y que finalmente sería el terminar mi existencia regresando al terruño, cosa que hice desde el año 2005, hace ya 11 años… Me cito, entonces:

“Por estas razones he querido secuenciar, parcialmente, sin duda con muchas involuntarias omisiones, de lo que ha sido un breve recuento de una verdadera gesta literaria, protagonizada en nuestra región durante el curso del siglo XX por muchas personas, a quienes no he nombrado, pues la lista sería interminable. Esta fructífera producción literaria, crecerá y se depurará en la medida que gestiones como la emprendida por el Departamento de Literatura de la Secretaría de Cultura sigan dando sus frutos transformados en obras publicadas.

Quizás  el cielo límpido de nuestra la “Ciudad de Fuego”, la de Américo Negrette, continuará brillando en el próximo siglo, o en las noches cuando la luna “se encumbra y un cielo azul de porcelana alumbra, y en el lago sin brumas, la onda medio caliente, entumecida, coronada de espumas, soñando melancólica” siga recordándonos a Yépez, pero en verdad después del holocausto ecológico a que lo hemos sometido, el “lago de los poetas”, ya no es el mismo, no es el que soñara Lossada cuando escribió: “ Siglos yo pasara bordando quimeras, cual monje que escucha celestes bandolas, bajo tus paraguas de azules palmeras, con la desmayada canción de tus olas”... Ahora quizás la ciudad de las palmas está ante el lago del poeta Guillermo Ferrer... Más contemporáneo... “Hoy las torres de acero, forman tu cielo oscuro y el lodo de las piedras palpita desde el fondo, el alcatraz ha muerto, las gaviotas se fueron, en las palmeras sube la savia del petróleo”, y ciertamente nos duele repetir con Ismael Urdaneta que “la alberca de zafiro se hizo tina de aceite”. Quizás pronto nosotros, los escritores y los poetas de esta región del occidente venezolano, podremos volver a sentir que era cierto, aquello que decía Udón, de los zulianos y del lago, aquella historia,  de que... “és fama que le basta, ya encinta, a la madre futura, somorgujar sus formas en la corriente pura, para que luzca el hijo sobre su sien de esteta, la aureola que anuncia la gloria del poeta 
Muchas gracias.
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Maracaibo, 28 de enero del año 2016

lunes, 25 de enero de 2016

Cide Hamete Benegali y Don Quijote de La Mancha





Cide Hamete Benengeli

Hace unos días conversábamos sobre  el recurso literario de mezclar historias dentro historias como parte de la trama original de las novelas, así como también lo de proponer, o de suponer, que las mismas novelas están escritas por un personaje irreal pero concreto quien puede aparecer dentro de la trama de las mismas y quien puede hasta hacerle llegar finalmente sus notas manuscritas al autor, quien terminaría por hacerlas suyas y llegar hasta publicarlas como si fuese su propia novela. Miguel de Cervantes a todo lo largo del Quijote, repite una y otra vez que la novela no es más que la traducción al castellano del manuscrito de un autor árabe  que relataría unos hechos supuestamente verídicos. Cide Hamete Benengeli el supuesto historiador musulmán en su novela Don Quijote de la Mancha resulta ser una habilidosa pirueta literaria de Miguel de Cervantes para hacernos creer que don Quijote fue un personaje real.

Cide Hamete es morisco, y dice Cervantes que es «arábigo y manchego»,  o sea un musulmán español de lengua árabe. Sobre el nombre «Cide», es el propio don Quijote quien aclara que significa «señor» en árabe y el nombre «Hamete» puede corresponder a tres nombres de varón muy parecidos y etimológicamente afines, H̣amāda,  H̣āmid, o  Amad. El apellido de «Benengeli» puede significar «hijo del ciervo», con lo que Cervantes aludiría a su propio apellido, y es Sancho Panza en la novela, quien hizo proceder el nombre de «Benengeli» de berenjena, o quizá pudo estar inspirado en el apellido de una conocida familia andalusí los Beni Burungal, o Berenguel, apellido de origen catalán.  Cabe aquí recordar que Cervantes pasó cinco años cautivo en Argel y se le permitía moverse por la ciudad y relacionarse con sus habitantes. Finalmente, La Mancha, así como la mitad sur de la Península, estaba en aquel tiempo densamente poblada por moriscos.

¿Quién era realmente Cide Hamete Benengeli? Don Quijote mientras da a su escudero una peculiar clase magistral sobre los arabismos del castellano, le explicará. "Tú no debes, Sancho, errarte en el sobrenombre de ese Cide, que en árabe quiere decir señor", "Y este nombre albogues es morisco, como lo son todos aquellos que en nuestra lengua castellana comienzan en ál, conviene saber: almohaza, almorzar[no es arabismo, sino de origen latino admorsus del verbo admordere]alfombra, alguacil [al-wazir, que ha dado otro arabismo: visir], alhucema, almacén, alcancía y otros semejantes, que deben ser pocos más; y sólo tres tiene nuestra lengua que son moriscos y acaban en í, y son borceguí[no es arabismo, sino de la lengua brosekin: borceguí], zaquizamí y maravedí, nombre de moneda de los al-Murabitun [Almorávides], alhelí y alfaquí , tanto por el al primero como por el í en que acaban, son conocidos por arábigos". Con todo, Don Quijote dice conocer bien una jerga que podría llamarse mediterránea, y que resulta ser una mezcla de todas las lenguas del Mare Nostrum, al que los árabes llaman mar Blanco, porque, al igual que ese color es una fusión de todos los del arco iris, el mar es una síntesis de las siete culturas de sus cuatro orillas. En alguna ocasión el mismo Don Quijote se refiere a esa lengua "que en toda la Bebería y aun en Constantinopla se habla entre cautivos y moros, que ni es morisca ni castellana ni de otra nación alguna, sino una mezcla con la cual todos nos entendemos".

Aunque el recurso de inventarse un autor ficticio tiene una larga tradición, y no nos debe caber duda sobre el carácter imaginario del personaje morisco Hamete Benengeli, siempre puede existir la pregunta de, ¿por qué Cervantes eligió concretamente ese nombre? ¿Quién era Cide Hamete Benengeli, el supuesto autor arábigo de Don Quijote de La Mancha? Será el mismo Cervantes quien pone en boca de Sancho la jocosa relación entre el apellido del sabio moro y las berenjenas, por cierto que a los toledanos se les llama también berenjeneros, berenjenas a las que eran aficionados los moriscos: "Yo no descarto la posibilidad", continúa, "de que Cervantes, en sus andanzas por Levante y por su vecina La Mancha, se hubiera topado con un morisco, personaje real, llamado Berengeli, cuyo apellido le habría servido como fuente de inspiración para, entre bromas y veras, atribuir la autoría de su Quijote a un sabio morisco. Por otra parte, sabemos que en tiempo de Cervantes las regiones de Levante y La Mancha -lo mismo que Toledo, donde pretende haber encontrado los cartapacios con los originales de su novela- estaban pobladas de moriscos".

Mahmud Sobh, un catedrático de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad Complutense de Madrid, consideró que “la presencia en el Quijote de autores ficticios es parte de un sistema autorial meramente retórico y estilístico donde el Narrador, es la voz anónima que organiza, prologa, edita el texto completo, y rige el sistema discursivo que engloba recursivamente el enunciado de los autores ficticios, y obedece a una parodia de los cronistas o historiadores fabulosos que solían citarse en las novelas de caballería”. Así pues, Cide Hamete, el morisco aljamiado como los poetas de Argamasilla, constituyen versiones ficticias o textuales del autor real, pues él es responsable último del acto de escribir, pero no del acto enunciativo de narrar desde dentro de la inmanencia discursiva lo que acontece a cada uno de los protagonistas, actividad que hace corresponder a los personajes, bien con nombre propio (Dulcinea, Cide Hamete, Sansón Carrasco), o con un nombre común que funcione como propio (el cura, el barbero, la duquesa), bien sea anónimo, entre los cuales ha de figurar como el primero, el narrador del Quijote. Quien realmente existe, es quien escribe la novela empíricamente (Miguel de Cervantes), y no se presenta nunca como responsable inmanente de la organización del discurso (Narrador-editor anónimo), y menos aún como narrador directo. Estas deliberaciones las hizo María de los Campos Sáez el año 2012 en un trabajo titulado: ¿Por qué Cervantes se inventa la figura de Cide Hamete Benengeli? Recalcando el hecho de que tanto Cide Hamete como Alonso Quijano son otra cosa que personajes de ficción creados por Miguel de Cervantes.

Maracaibo, 27 de enero de 2016