APUNTES DE VIAJERO EN TIERRAS LEJANAS III
UNO EN BUDAPEST
Uno
allí, todo nervioso, mirando a la gente, pensando que si… ¿Puede que unos
gringos en la fila, también vayan al Congreso de Neuropatología?, Corre este
año setenta y tres, y tener uno que ir hasta Budapest, ¡para ver gringos
haciendo una cola!, ¿cómo explicárselo uno? También hay unos hindúes y hasta
negros africanos con toda una indumentaria extraña, con trapos a rayas de
múltiples colores, luciendo una pinta de lo más folclórica y todos, curiosos
personajes, estamos haciendo la fila, y uno allí, sin poder entender qué
diablos irían a hacer tantas gentes, y ¡tan raras!, y ¡a Hungría! ¿Qué papel
jugará cada cual por allá?, y ¿qué pensará cada uno para sí mismo cuando esté sentado
en el asiento del avión?, uno va haciéndose preguntas hasta el momento cuando
le llega el turno de subir por la escalerilla, y al rato, ya en el aire, con las
ruedas metidas en su panza, va uno viajando, ¡con las Aerolíneas Austriacas¡ Tan
solo para hablar un rato sobre unas amibas!, amibas que son de vida libre, que
no es lo mismo que decir, ¡amigas de vida alegre!, y también uno recuerda que
deberá hablar sobre unos virus, unos microbios que tienen forma de bala, son
los virus de la rabia, la que usualmente se ve en perros, y uno debe mostrarlos
con la electronmicroscopía, pero en las neuronas del cerebro de humanos… Así va
uno, volandito en el DC 9 de AA, y sabe que en las nubes serán solo veinte
minutos, un brinquito no más, lo que dura el paseo aéreo entre Viena y
Budapest. Uno notará que se le va a ir el tiempo, por el aire, en un suspiro. Será
acaso suficiente para tratar de entender cuál es el significado, para captar la
relevancia, o si quieren, la trascendencia, de haber penetrado, uno, ¡casi
nada!, uno mismo, que es maracucho, cruzando, atravesando, ¡y por el aire!, la
famosa “cortina de hierro”.
Uno
allí, estará sentado pero se sabe rompiendo “el telón de acero”, por primera
vez. Uno rasgando el cielo, AA se ha vuelto un puñal de plata, ir a parar como
en la serenata, ¡al mundo socialista! Tal vez por eso, uno es asediado, casi bombardeado
por imágenes del pasado, el anticomunismo ancestral de mi tío y el fanatismo de
algunos de mis caros amigos estudiantes de Medicina. Eran las dos versiones,
pin pom, como cuando cayó Berlín, y luego el Japón, eso decían los versitos y
uno era bien pequeñito en ese entonces, pero los oía, cantados, pom pom claudicación…
¿Como la de mis compañeros?, mis admirados camaradas febriles de la Facultad,
transformados a corto plazo en burguesitos del nuevoriquismo. Jeje… Algunos, ¡por obra y gracia de una beca disfrutada en
los Estados Unidos!, otros sin beca, adaptándose, ¿y el comunismo burgués de nuestros dirigentes políticos?, ¿y el
de los sindicaleros?, le viene a la
cabeza todo ese mollejero… Primero fue parado en un rin y luego un molde de
hielo hasta lograr nalgas azules en la Seguridad Nacional, mi inocente compañero
de clase sin poder confesar nada pues todo lo ignoraba mientras Gumersindo escapaba
por las trochas, ¿y ahora?, el Gumer se comió las lentejas de su plato en
London… ¡Miércoles! ¿Cómo entenderlos?, tal vez porque el dinero todo lo
tuerce, ¿hasta el izquierdismo?, ¿lo
tuerce a la derecha?, sobre todo si es de blablablá, todo se puede, hasta llegar
a tener, el viejo aforismo de la bolsa, ¿para bolsas?, el que no ha tenido y
llega a tener, ¿y las fotografías de la revista LIFE en español?, loco se
quiere volver, nos mostraban los tanques en las calles y los jóvenes cargados
de piedras con caras de consternación… Aquella era la Hungría de mí viaje, sí,
la del golpe reformista de Irme Nagy, y luego llegaría Kadar, y con los tanques
la represión. ¡Por los bigotes de Stalin! ¿Y dónde dejáis el zapato de Nikita?,
era la ley del todo o nada… Pero uno allí, iba flotando entre nubes de algodón.
Uno va cavilando, con hindúes, con africanos, hasta hay gringos… Uno va volando
entre Viena y Budapest, una singladura aérea oscilante, quizás cruzamos sobre
el Danubio azul. Comienza el descenso...
Aeropuerto,
pasaporte, vacunas, la visa, y uno, ahí, de pie, ante un viejito de amable
sonrisa, ¡venezolano!, ¡desde tan lejos!, bienvenido, pase, pase, y uno ahí,
mirando a los demás, todos tratados así, con tan buenos modales, sin presiones,
buenas maneras, por encimita así, pase pase, sin revisiones, también los otros
así, pase pase, y uno ahí, medio extrañado, pensando en que algo raro estaba
sucediendo, que tal vez no era el país como uno lo esperaba, como se lo habían
pintado, o planteado, el país pobre que uno creía, el que le contaron, y uno
ahí con su maleta, esperando una requisa que no llega, si no tiene nada que
declarar, pues pase pase, y uno entonces comienza a preguntarse cuál era la
cortina, ¿dónde estaba el telón?, uno, ¿por dónde lo cruzó?, y uno se pregunta desconcertado,
cuantas sorpresas habrá de vivir en los próximos días. Todavía anda medio
aturdido uno y va por ahí, preguntando cómo hacer para irse hasta el hotel,
pues tome un taxi, ¿sí? Claro está, eso le dicen en la información y uno ahí,
sintiéndose tonto, pues es lógico, debe funcionar, ¿un taxi?, ¿cualquier taxi?,
pues sí, pues claro y pase pase, y todavía el recelo de pensar y ¿cómo le
hago?, y va hasta una taquilla, y uno dice que quiere cambiar unos cheques de
viajero, que es lo que trae, y pues sí, ¿cuánto necesita?, deme usted, lo que
desee, ¿en efectivo?, ¡cuánto usted quiera señor!, y uno ahí es cuando empieza
a creer que el país tras la famosa cortina no es como le pronosticaron, que no
es un misterio, que es un país machete, o es chévere, o quizás de pinga, o que
se yo como, pero a uno le parece que es todo tan diferente a lo esperado, y uno
se atreve a pensar si será un poquito como la patria entrópica y tropical de
uno, y al salir a la calle y no ver lluvia, ni nada gris, sino todo tan brillante,
con verdor de esperanza, uno ahí mismo, acariciado por una fresca brisa, en la
calle, toma un taxi y arrebujado de emoción pide ir al hotel y decide
enfrascarse en el paisaje...
La
tierra es muy negra, los pastos son muy verdes, se ve poca gente, seguramente
por ser domingo, uno lo piensa, o a uno, ¿se lo explica el chofer?, y uno sin
saber en cual idioma le habla, pero uno le entiende. Conversamos. Nos acercamos
a la ciudad, ya se ven más personajes y uno con admiración detalla a las
gentes, van bien vestidas, pasean grupos de adultos y llevan niños, familias
seguramente, una cosa es evidente, resalta, destacan las jovencitas, rubias o
morenas, terriblemente atractivas, sus ojos como almendras, a veces claros, las
faldas muy cortas, las aceras húmedas, las
piernas torneadas, ellas caminan por las calles de Budapest y uno va en el
taxi, silencioso, y las ve pasar y sigue diciéndose que Hungría debe ser un
país subyugante, esta nación, este país, el de los viejos Magiares, a uno le
impresiona, y cada vez hay más colorido, y hay plazas y parques llenos de
árboles, y uno piensa que ya tiene que estar acercándose al hotel, el Duna, un
intercontinental, y uno dice para sí, que no será de pollo y fideos, como la
sopa, ¡disparates pues!
De
pronto desembocamos en una plazoleta y uno lo detecta por vez primera. Allí, de
frente, está el río Danubio, el famoso Danubio Azul, y al preguntarle al
chofer, tal vez en húngaro, él lo corrobora. Uno desde el taxi ve los puentes
cruzando sobre el río y detalla en la otra ribera el Castillo Real y el
Monumento a la Liberación y más allá, a lo lejos y sobre un pequeño monte,
divisa el Bastión de los Pescadores y la Iglesia de San Matías y después uno se
enterará que no le dicen San, simplemente Matías. Ya casi cae la noche, y en
ese preciso momento se encienden las luces, y toda la ribera queda iluminada. Se estremecen los reflejos en las aguas del
río y uno allí dentro del taxi mira como ascienden las luces por los puentes y
como se multiplican en el Castillo y van
creando destellos en las sombras espliego-magenta de la ribera opuesta,
y el cielo detrás y arriba, aún es azul jaspeado por trazos purpurinos. Va a
caer la noche, muere el día y entonces uno siente como si se le pusiera la
carne de gallina, uno, allí mismo, en el taxi, así lo piensa, y dice, ¡gación!,
maracucho con pelos verticalizados tras la cortina de hierro, ¡bicho!, uno es
raro ejemplar, curioso espécimen, un fenómeno extraño, y uno no sabe que debe
hacer, si reírse de sí mismo, o pensar en la suerte de vivir esos momentos. En
el río hay muchos barcos, uno ve especie de ferrys, otros parecen remolcadores
y algunas barcazas ancladas en la ribera y parecen restoranes, están llenos de
gente, todos repletos de comensales, uno detalla los personajes, ¡no tiene cara
de turistas, ¡tienen que ser húngaros!, ¡y están cantando!, suenan violines, se
abrazan amorosas algunas parejas, la gente sonríe, y uno, ¡pues claro está!,
uno no puede creer que las cosas sean así. ¡Detrás de la cortina de hierro!, y
busca uno con afán ver cosas negativas, hay edificios grises, es evidente que algunos
bombillos alumbran poco, ¡horror!, en la orilla opuesta, uno logra divisar ¡un
gran aviso de Pepsi Cola! Uno repite para sí mismo, esto tiene que verse para
poder creerse, o mejor aún, debe vivirse, o vivenciarse, ¿así se dice? Uno
percibe, con emoción y rubor como el mundo socialista del año mil novecientos
setenta y tres, lo ha impresionado favorablemente, y a uno, puede que le cueste
aceptarlo, pero allí está todo, ante las meras narices de uno, quien además no
cesa de repetirse que, ¿cómo puede ser cierto? Uno sabe que durante la guerra
derribaron todos los puentes sobre el Danubio, uno ha visto las fotos, uno está
consciente de que los húngaros han vivido desde entonces pisados por los rusos,
uno sabe que es verdad que los alemanes desbastaron la hermosa ciudad, esa que
en ese instante y ante uno mismo, se esconde entre las sombras en el primer
anochecer de uno tras el telón de acero, y uno está allí, ante el Danubio,
escuchando el eco del gemido triste de los violines gitanos y siente que todo
se le está transformando en algo maravilloso, estupendo. Era que uno creía otra
cosa, se lo dice a sí mismo, como excusándose, uno esperaba otra cosa pero está
en el sitio, allí mismo, en Budapest, por vez primera, para afirmar sin atisbo
alguno de vergüenza, que está en la ciudad más hermosa del mundo, y se imagina
uno lo que sería con un poco de mantenimiento, de pintura, de cariño, la ciudad
luz se te ha quedado atrás, sinceramente, eso es lo que uno piensa frente al
río que corre bajo los grandes puentes...
Maracaibo, 1 de enero del año 2016
1 comentario:
Muy agradable
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