domingo, 10 de enero de 2016

Llueve copiosamente en Zakynthos




              Llueve copiosamente en Zakynthos

La popularización del Apocalipsis de San Juan, los dibujos visionarios de Leonardo da Vinci en Italia, y de Alberto Durero en Alemania, y algunas pinturas de El Bosco traídas a España por su majestad imperial don Felipe II, particularmente, “el triunfo de la muerte” de Pieter Brughel, llegaban hasta la mente de Andrés Vesalio en oleadas de imágenes. En Zakynthos no se ha detenido la lluvia desde hace varias horas…“Ars Moriendi”, el arte de morir, era una obra impresa en Alemania y en los Países Bajos, cuya lectura fue muy popularizada entre los devotos católicos, desde el siglo XV. En ese breviario, de Andrés bien conocido, los demonios vigilantes al pie de la cama, se disputaban el alma del moribundo, aunque al final el Ángel del Señor supuestamente triunfaba y el alma parecía ascender hasta el cielo. En realidad los pensamientos de Andrés no iban más allá de revolotear alrededor de las ideas que tenía la gente sencilla sobre los sombríos y tan esperados días, del próximo Juicio Final.
Ahora llueve copiosamente sobre Zakynthos. Él había recordado las escenas de aquella pintura que había visto en el taller de Pieter Brueghel, cuando había tenido la oportunidad de conocer al pintor en Amberes. Pieter nacido en un pueblo de Brabante y más joven que Andrés, era reconocido ya desde el año 1551 como maestro del gremio de pintores de Amberes. La gran amistad y las conexiones que el pintor tenía con los expertos maestros del grabado e impresores de aquella ciudad, había sido determinante para que Pieter Coecke van Aelst, considerado el decano del gremio de artistas, pintores y arquitectos, le fuese presentado en una especial ocasión. El recuerdo de Breughel, el discípulo preferido de Pieter Coeck, lo asociaba con Mayke la hija del maestro Coeck. Pieter siempre estuvo enamorado de Mayke, y terminaría casándose con ella y Andrés conocía la historia de cómo el pintor la amaba desde cuando siendo una niña, la había llevado en sus brazos. Recordó Andrés cuando Pieter vivía en una casa con tejados escalonados de estilo medieval flamenco en el número 132 de la principal rue Haute. Se había trasladado al barrio de Marolles en Bruselas, en el mismo vecindario donde Andrés había vivido con Anne y con su hija durante muchos años. Pieter Brueghel se casaría, en 1563, con Mayken Coecke, la  hija de su maestro Pieter Coecke van Aelst en la iglesia de Notre-Dame de la Chapelle, y Andrés Vesalio, recordó su suerte, al haber podido intimar con el pintor…
Andrés siente la lluvia repiqueteando sobre el tejado de la choza que lo alberga. A pesar de que el sueño lo embarga, todas aquellas remembranzas lo llevaban hacia los lienzos con las pinturas que él había visto personalmente… Sin duda alguna por sus contactos en Amberes… Entonces Andrés pensó en Cornelia y en sus viajes, para verse con ella a la ciudad de los canales… De cierta manera, en los momentos que atravesaba el anatomista, al pensar en Cornelia le remordió la conciencia, más prefirió agitar su cabeza para desterrar culpas y regresar a detallar las pinturas. En los días cuando tuvo la oportunidad de visitar al pintor en su casa de Bruselas, él había visto detalladamente algunas de sus obras. Pieter estaba trabajando en La torre de Babel, y Andrés admiraría en su taller, igualmente los lienzos de “El triunfo de la muerte” y el de “La caída de los Ángeles Rebeldes”. Se estremeció pensando en unas pinturas de Hyeronimus Bosch, otro artista flamenco ya fallecido. Andrés recordó como varias de las obras pictóricas de Hyeronimus a quien los españoles apodaban El Bosco, a pesar de sus apocalípticas escenas, eran muy apreciadas por el rey Felipe II. Él las había visto en el Escorial…
El sueño hacía presa de él. De tantos horrores como los que había presenciado en los tormentosos juicios de la Inquisición, y de sus grandes temores padecidos durante el largo y pesado cautiverio en la prisión de Madrid, Andrés Vesalio regresaba a las escenas en los lienzos de Brueghel y aquellas imágenes le llevaban a recordar a Servet y al doctor Cazalla, hombres que él conociera personalmente y quienes ya no estaban, víctimas del fanatismo religioso. Sus rostros se mezclaban en su mente hasta transformarse en pesadillas que fulguraban ardientes durante el sueño, veía nubes azules sobre la tierra calcinada y valles, montañas y desfiladeros, todo en tonos muy oscuros donde ardían cientos de fuegos chisporroteando sobre los farallones. Eran sin duda las escenas del lienzo de Pieter que llegaban borrosas a su mente, o como fogonazos. Los incendios iluminaban el cielo y se reflejaban creando resplandores en inmensas lagunas burbujeantes. Contra las grandes piedras se estrellan chorros de agua hirviente, salpicaduras de fuego líquido, que originan turbulencias y fantasmagóricas explosiones… 
Andrés despertó, seguro de estar inmerso en una de las pinturas de Brueghel. Había visto las horrendas escenas de, el triunfo de la muerte, y versificados recordaba fragmentos memorizados desde niño, de unos versos que él prefería no haber nunca aprendido y sin embargo los repetía maquinalmente Mors stupebit et Natura, cum resurget creatura, iudicanti responsura... Tal vez ensañándose imaginariamente contra sus captores había visto cientos de hombres desnudos huyendo desesperados, hundiéndose en negros socavones, tratando de ocultarse de sus torturadores, quienes cual caterva de monstruos les perseguían implacables arrastrando a seres desnudos e indefensos hasta los desfiladeros donde muchos otros les aguardan al borde de los acantilados paralizados de terror.
Entonces Andrés, tosiendo nauseoso, ya consciente, interrumpirá sus cuitas, o su ensoñación ante el médico de Kalogherata que le sirve de amanuense. Allí, en la choza que lo alberga, en Zakynthos frente al mar, él pensará... ¿Entenderá alguien lo que este viejo colega está escribiendo por mí, en italiano? ¿Quedará alguna memoria sobre estos tormentosos días, para que mi familia pueda saber dónde van a sepultar mis huesos?…  Más tarde ya Higinio posiblemente se habrá ido, cuando él volverá a buscar refugio a sus padecimientos en el sueño y de nuevo regresará a las pesadillas… Los esqueletos matan a su perseguidos de variadas maneras, cortando gargantas, colgándolos, ahogándolos, e incluso cazándolos con perros esqueléticos. Un perro olisquea la cara de un niño muerto en brazos de su madre, y hay cadáveres que han sido ya amortajados, uno de ellos yace en un ataúd con ruedas… ¡Anda muchacho!, ¡despierta de una buena vez!, el momento ha llegado... No existe ninguna escapatoria, no hay vida, mientras decenas de sujetos caen al agua, y siluetas cubiertas de blanco en un barco posiblemente aguardarán el desenlace de los hechos, mientras son sorprendidas por un ataque feroz de los esqueletos…   
El verdugo, al borde del cadalso, esperaba por mí. Andrés lo dice, es que lo sabe, y está haciendo gestos de negación deseando despertar. Está aterrorizado porque ve como un perro se acerca a un cadáver para olerlo, husmea sin atenderle a los esqueletos descarnados que conducen a la gente a un túnel decorado con cruces. En un caballo, otro descarnado ser, va destruyéndolo todo y decapita a las personas con su guadaña, mientras cientos de hombres desnudos escapan desesperados y se hunden en fosos oscuros tratando de ocultarse. Regresa persistentemente a sus oídos la letra de una canción religiosa que algunas veces él había escuchado cuando era niño. Una terrible cantaleta denominada “Días de Ira”, que se había popularizado desde los años de la peste negra. Era una tonada pegajosa y sobrecogedora, Mors stupebit et Natura, cum resurget creatura, iudicanti responsura. Ella hablaba cantando de los horrores que deberán verse el día que el mundo habría de ser reducido a cenizas Quid sum misentunc dicturus? Quem patronum rogaturus, cum vix iustus sit securus? Rex tremendæ maiestatis, qui salvandos salvas gratis, salva me, fons pietatis...  
Andrés despertó sudoroso. Su amanuense ya había desaparecido.

Fragmento de la novela inédita “Vesalio, el anatomista”

Maracaibo, 9 de diciembre del año 2016.

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