Llueve copiosamente en Zakynthos
La popularización del Apocalipsis de San Juan, los
dibujos visionarios de Leonardo da Vinci en Italia, y de Alberto Durero en
Alemania, y algunas pinturas de El Bosco traídas a España por su majestad
imperial don Felipe II, particularmente, “el triunfo de la muerte” de Pieter
Brughel, llegaban hasta la mente de Andrés Vesalio en oleadas de imágenes. En
Zakynthos no se ha detenido la lluvia desde hace varias horas…“Ars Moriendi”,
el arte de morir, era una obra impresa en Alemania y en los Países Bajos, cuya
lectura fue muy popularizada entre los devotos católicos, desde el siglo XV. En
ese breviario, de Andrés bien conocido, los demonios vigilantes al pie de la cama, se disputaban el alma
del moribundo, aunque al final el Ángel del Señor supuestamente triunfaba y el
alma parecía ascender hasta el cielo. En realidad los pensamientos de Andrés no
iban más allá de revolotear alrededor de las ideas que tenía la gente sencilla
sobre los sombríos y tan esperados días, del próximo Juicio Final.
Ahora llueve copiosamente sobre Zakynthos. Él había
recordado las escenas de aquella pintura que había visto en el taller de Pieter
Brueghel, cuando había tenido la oportunidad de conocer al pintor en Amberes. Pieter
nacido en un pueblo de Brabante y más joven que Andrés, era reconocido ya desde
el año 1551 como maestro del gremio de pintores de Amberes. La gran amistad y
las conexiones que el pintor tenía con los expertos maestros del grabado e
impresores de aquella ciudad, había sido determinante para que Pieter Coecke
van Aelst, considerado el decano del gremio de artistas, pintores y arquitectos,
le fuese presentado en una especial ocasión. El recuerdo de Breughel, el
discípulo preferido de Pieter Coeck, lo asociaba con Mayke la hija del maestro
Coeck. Pieter siempre estuvo enamorado de Mayke, y terminaría casándose con
ella y Andrés conocía la historia de cómo el pintor la amaba desde cuando
siendo una niña, la había llevado en sus brazos. Recordó Andrés cuando Pieter vivía
en una casa con tejados escalonados de estilo medieval flamenco en el número 132
de la principal rue Haute. Se había trasladado al barrio de Marolles en
Bruselas, en el mismo vecindario donde Andrés había vivido con Anne y con su
hija durante muchos años. Pieter Brueghel se casaría, en 1563, con Mayken Coecke,
la hija de su maestro Pieter Coecke van
Aelst en la iglesia de Notre-Dame de la Chapelle, y Andrés Vesalio, recordó su
suerte, al haber podido intimar con el pintor…
Andrés siente la lluvia repiqueteando sobre el tejado
de la choza que lo alberga. A pesar de que el sueño lo embarga, todas aquellas
remembranzas lo llevaban hacia los lienzos con las pinturas que él había visto
personalmente… Sin duda alguna por sus contactos en Amberes… Entonces Andrés
pensó en Cornelia y en sus viajes, para verse con ella a la ciudad de los
canales… De cierta manera, en los momentos que atravesaba el anatomista, al
pensar en Cornelia le remordió la conciencia, más prefirió agitar su cabeza
para desterrar culpas y regresar a detallar las pinturas. En los días cuando
tuvo la oportunidad de visitar al pintor en su casa de Bruselas, él había visto
detalladamente algunas de sus obras. Pieter estaba trabajando en La torre de
Babel, y Andrés admiraría en su taller, igualmente los lienzos de “El triunfo
de la muerte” y el de “La caída de los Ángeles Rebeldes”. Se estremeció
pensando en unas pinturas de Hyeronimus Bosch, otro artista flamenco ya
fallecido. Andrés recordó como varias de las obras pictóricas de Hyeronimus a
quien los españoles apodaban El Bosco, a pesar de sus apocalípticas escenas,
eran muy apreciadas por el rey Felipe II. Él las había visto en el Escorial…
El sueño hacía presa de él. De tantos horrores como los
que había presenciado en los tormentosos juicios de la Inquisición, y de sus
grandes temores padecidos durante el largo y pesado cautiverio en la prisión de
Madrid, Andrés Vesalio regresaba a las escenas en los lienzos de Brueghel y
aquellas imágenes le llevaban a recordar a Servet y al doctor Cazalla, hombres
que él conociera personalmente y quienes ya no estaban, víctimas del fanatismo
religioso. Sus rostros se mezclaban en su mente hasta transformarse en
pesadillas que fulguraban ardientes durante el sueño, veía nubes azules sobre
la tierra calcinada y valles, montañas y desfiladeros, todo en tonos muy
oscuros donde ardían cientos de fuegos chisporroteando sobre los farallones.
Eran sin duda las escenas del lienzo de Pieter que llegaban borrosas a su mente,
o como fogonazos. Los incendios iluminaban el cielo y se reflejaban creando
resplandores en inmensas lagunas burbujeantes. Contra las grandes piedras se
estrellan chorros de agua hirviente, salpicaduras de fuego líquido, que
originan turbulencias y fantasmagóricas explosiones…
Andrés despertó, seguro de estar inmerso en una de las
pinturas de Brueghel. Había visto las horrendas escenas de, el triunfo de la
muerte, y versificados recordaba fragmentos memorizados desde niño, de unos versos
que él prefería no haber nunca aprendido y sin embargo los repetía
maquinalmente Mors stupebit et Natura,
cum resurget creatura, iudicanti responsura... Tal vez ensañándose
imaginariamente contra sus captores había visto cientos de hombres desnudos
huyendo desesperados, hundiéndose en negros socavones, tratando de ocultarse de
sus torturadores, quienes cual caterva de monstruos les perseguían implacables arrastrando
a seres desnudos e indefensos hasta los desfiladeros donde muchos otros les
aguardan al borde de los acantilados paralizados de terror.
Entonces Andrés, tosiendo nauseoso, ya consciente, interrumpirá
sus cuitas, o su ensoñación ante el médico de Kalogherata que le sirve de
amanuense. Allí, en la choza que lo alberga, en Zakynthos frente al mar, él pensará...
¿Entenderá alguien lo que este viejo colega está escribiendo por mí, en
italiano? ¿Quedará alguna memoria sobre estos tormentosos días, para que mi
familia pueda saber dónde van a sepultar mis huesos?… Más tarde ya Higinio posiblemente se habrá
ido, cuando él volverá a buscar refugio a sus padecimientos en el sueño y de
nuevo regresará a las pesadillas… Los esqueletos matan a su perseguidos de
variadas maneras, cortando gargantas, colgándolos, ahogándolos, e incluso
cazándolos con perros esqueléticos. Un perro olisquea la cara de un niño muerto
en brazos de su madre, y hay cadáveres que han sido ya amortajados, uno de ellos
yace en un ataúd con ruedas… ¡Anda muchacho!, ¡despierta de una buena vez!, el
momento ha llegado... No existe ninguna escapatoria, no hay vida, mientras
decenas de sujetos caen al agua, y siluetas cubiertas de blanco en un barco posiblemente
aguardarán el desenlace de los hechos, mientras son sorprendidas por un ataque
feroz de los esqueletos…
El verdugo, al
borde del cadalso, esperaba por mí. Andrés lo dice, es que lo sabe, y está haciendo gestos
de negación deseando despertar. Está aterrorizado porque ve como un perro se
acerca a un cadáver para olerlo, husmea sin atenderle a los esqueletos
descarnados que conducen a la gente a un túnel decorado con cruces. En un caballo,
otro descarnado ser, va destruyéndolo todo y decapita a las personas con su guadaña,
mientras cientos de hombres desnudos escapan desesperados y se hunden en fosos
oscuros tratando de ocultarse. Regresa persistentemente a sus oídos la letra
de una canción religiosa que algunas veces él había escuchado cuando era niño. Una terrible cantaleta denominada “Días de Ira”, que se había popularizado
desde los años de la peste negra. Era una tonada pegajosa y sobrecogedora, Mors stupebit et Natura, cum resurget
creatura, iudicanti responsura. Ella hablaba cantando de los horrores que
deberán verse el día que el mundo habría de ser reducido a cenizas Quid sum misentunc dicturus? Quem patronum rogaturus, cum vix iustus sit
securus? Rex tremendæ maiestatis, qui salvandos salvas gratis, salva me, fons
pietatis...
Andrés despertó sudoroso. Su amanuense ya había desaparecido.
Fragmento de la novela inédita “Vesalio, el anatomista”
Maracaibo, 9 de diciembre del año 2016.
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