miércoles, 20 de enero de 2016

Apuntes de viajero. Regreso de Viena por Swissair




   APUNTES DE VIAJERO EN TIERRAS LEJANAS VIII

REGRESAR  DE  VIENA  POR  SWISSAIR

Dormitas en las nubes y te preguntas con un aire de curiosidad… ¿Quién puede pensar que en Hamburgergasse, una calle perdida de un barrio aledaño de Viena, existe un local con el nombre de Macondo? Es un pequeño restaurante visitado por jóvenes de diversas nacionalidades, usualmente con aspecto de estudiantes de pocos recursos. Allí se les puede escuchar hablando en alemán, en inglés, español, francés, papiamento, cuti, o cualquier otra jerigonza. El dueño es un señor chileno quien tiene una hija de ojos negros muy grandes y de mejillas coloradas. Se llama Marisol y sonríe constantemente. Siempre será agradable ver sonreír a una joven en Viena, ella tiene los incisivos postizos, pero sonríe bonito y su mirada le brilla. Hace unos meses enviudó. Su marido era un persa corpulento y bien parecido hasta un día cuando se descuidó un furúnculo en la mano, y le dio mucha fiebre. Murió súbitamente... Posiblemente hizo una endocarditis bacteriana y un shock séptico, eso nos decimos el par de patólogos latinoamericanos reorganizando la triste historia clínica de Hazim. Ahora Marisol vive con sus padres y sus dos hijos, el mayor de año y medio parecido a su padre con la mirada de la madre y el pequeñín tan solo de tres meses. En Macondo, el restaurante del viejo chileno tienen música todas las noches. Hernando y yo llegamos hasta allá atraídos por el nombre del local pero en realidad citados por Claudia Hirsch, la polifacética joven del viaje por el Danubio, quien nunca apareció en Macondo. Conversamos, esperamos, cenamos… Había una guitarra y un joven melenudo concentrado en ella empeñado en improvisar un cante jondo. En otras noches, supimos que se escuchaba la quena y el tamborcito del altiplano andino, eso nos lo dijo Marisol y yo recordé las palabras en quechua escuchadas en boca de la muñequita Claudia Hirsch, quien nos embarcó... Otras veces son ruidosos grupos rockeros, pero según Marisol, no importaba porque siempre encontraríamos algo especial en Macondo. Ella habla como chilenita y nos dice no tener ni idea de quien es nuestra misteriosa rubita que ha faltado a la cita. Conocís a una jovencita y criís que va a venir pues, no seáis bobo, huy no me vengai con cosas, ¡pues!, queriís decir que sois ¿doctores, sí?, uy papito vengai a conocer los señores, que lis hubiera mostrado la guagüita pues, pucha qui honor ¿sí? En este Macondo ubicado en un barrio lejano de la Viena de Johan Strauss, tomamos cerveza por varias horas, sin escuchar una cumbia, ni una quena, tan solo unas cuerdas de guitarra del peludo franchute que intentaba hacerlas sonar para decirnos cosas sobre el Barrio de Santa Cruz con su lunita plateada y del Monte del Olvido...
        Cabeceas. Tal vez te has dormido por unos segundos, o ha sido un minuto, ¿quizás? La aeromoza se ha dirigido a ti en francés. No sabes que te ha dicho y automáticamente has recordado a madame Donné. Elle habite en province, merci beaoucoup, je vous en price, belle... Hace más de tres siglos, en Louisiana, la genética comenzó a funcionar para terminar creando a esta niña mezclada con raíces de indios seminolas, de conquistadores, españoles y franceses, los legítimos dueños de todos aquellos territorios que le arrebataron a los indios al sur del río Grande, por esos predios, en el estuario del Missisipi, se daría la afortunada conjunción y habría de nacer y crecer una jovencita de Nueva Orleáns, quien es gringa, pero no lo parece, quien vive en Lyón y parla en francés pero no es gala, quien posee destellos especiales en el negro de sus pequeños ojos que irradian un poder de simpatía maravilloso y  circunda a toda su persona, traducido en gestos de cariño, ella es, la sin par, madame Donné. En este viaje me he tropezado con un par de gringas al cual más diferentes, una con pinta de latina y la otra con el cielo nórdico en las pupilas, la gringa de Portland, Karen, la de la boca siempre sonreída y sus dientes con una ligera inclinación hacia adentro dejando ver dos pequeños colmillos a través de sus labios, entreabiertos. De nuevo sonríe, Karen y con el destello celeste de su mirada hace un mohín con su respingona nariz para ampliar la sonrisa y dejarnos ver patas de gallo en el ángulo de sus ojos de cervatillo. El cabello castaño en un moño le da el aspecto de maestra de escuela, pero se lo ha soltado y un incendio de puntas rojizas y reflejos castaños la aureola... Tenía que apellidarse Ireland, como el país verde, el de James Joyce, el de la ginebra y de las estrechas calles, Dublin y ¿por qué no?, para que rime, el de Cronin quien aunque es escocés siempre lo pensé irlandés...
       Ahora está finalizando el concierto de Mozart, volamos a una altura de qué sé yo cuantos pies, miles... May I have a beer? Please. Oui, dankz, dankenschen?, biar, beer, bear, el oso y la birra, que chabocha, como en casa, el oso y las polas, un sorbito, está helada, un trago y pienso nuevamente en Karen, una rubia linda, en venezolano le dirían catira, o en maracucho catiramalbañada, o mejor malbañáa, Karen Ireland, gringa, patóloga, treintona, eficiente, pico de oro, muy bien preparada. Una mujer que nació y creció en las montañas de Oregon, hermosa, es como diría una vieja gringa que conocí hace años, is gorgeous and terrific, she is something! Hija de un veterinario, por eso desde niña vivió en el campo. Se iban juntos padre e hija a las fincas, él examinaba las yeguas, ella correteaba jugando en el prado, él se entendía con los granjeros y atendía a las grandes vacas lecheras, Karen corría hasta enrojecer sus mejillas cual manzanas y luego, lentamente se acercaba a él, su padre trabajando, y el becerrito está atascado y uf, su padre sabiamente logra la versión adecuada, y uf, lo vamos a sacar, todo saldrá bien, y aquí viene, y uf, uf! Y sus largos remos se mueven rompiendo la bolsa gigante, y se yergue poco a poco, vacilante, tambalea, y Karen emocionada aplaude palmoteando de felicidad mientras observa con admiración a su padre, ojos azul de cielo como ella y pecas en su cara que se le acerca para decirle al oído, es la naturaleza... Allí quizás nació ese amor de Karen por todo lo que es vida, tal vez por eso decidió estudiar Medicina, pero prefirió irse de Oregon, estuvo en Nueva York, se graduó con honores, se fue a Boston, más al Este, donde está la acción, y demostró calidad, clase, le ofrecieron entonces muy buenas plazas, querían que se quedara, pero ella decidió regresar a Portland. Volvió para casarse con el hombre de su vida, su novio de high school y de toda su carrera médica, y como suele suceder, no eran ya los mismos, no se entendieron, no hubo reencuentro y vino la separación, el trauma, el dolor para Karen, el fracaso de no poder querer a quien tenía que ser para toda la vida, porque así es Karen, aunque todo pasó, y se acabó, ella sigue enamorada. Así como ama a las mariposas y al agua que salta en los riachuelos, como disfruta con la música y el paisaje y con las cosas sencillas de la vida, así Karen encuentra la belleza en la gente común, la que llevan por dentro y ella sabe cómo descubrirla, lo dice ella, le basta con una breve mirada, con una leve sonrisa. Karen es así, y tú tienes que detener el hilo de tus pensamientos porque te han traído la comida, ¡prosaico sí!, pero es almuerzo de avión con menú de primera, ya has pedido otra cerveza y suspiras pensando lo que es volar de Zurich a Caracas por Swissair en un 727, Oh! Karen!, y pensar que hace horas la dejaste en Viena, como imaginar que quizás nunca más volverás a verla!...
         Tú has venido escuchando los Cuentos de Hoffman, de Offembach, en tus audífonos personales, los del 727, sin mucho volumen, has oído cantar a Joan Sutherland y a Plácido Domingo, has cerrado los ojos, pero estabas en otras cosas, andabas viajando sobre el Danubio, pensando en las extrañas circunstancias de la vida, y ahora con la barcarola de Weber estás transportado a tu juventud, épocas de escolar, puedes ver la gran lámpara facetada de vidrio y barras de plomo en el centro del techo de multicolores retazos, puro Art Déco, estás en el Teatro Baralt, y con las notas  musicales de Hoffman vuelves a ver a Zizi JeanMarie, bailando, danza en el escenario y los pensamientos afloran desde lo profundo de tus circunvoluciones cerebrales, en el aire, sobre el océano Atlántico, en un avión suizo, de regreso después de seis días de trabajo, tan solo eres un muchacho con tus audífonos y estás regresando a tu película musical en el Baralt, y Zizi baila ballet vestida de rojo sangre, ella gira, y luego regresa en puntas de pie, Hoffman suena profundamente, y tú quien has culminado con éxito un compromiso internacional, tal vez el más difícil de tu carrera profesional, has vivido esos días creando un canto emocionado a la amistad. Estás convencido de que valió la pena, ni idea tienes de cómo pagarás tu tarjeta de crédito, si te ayudarán con la deuda, si te darán la subvención esperada, pero aunque hay quien dice que música paga no suena, tú sigues confiando, y mientras tanto, vas escuchando música que se te confunde con un chas, tras, tras, chas, chus chas, como el ruido de un tren que te adormece...
        Así vas en tu Swissair 727, rememorando  y queriendo excusarte por esa manía de dejarte flechar platónicamente por las mujeres. ¿Debo ser más, pragmático?, tal vez más avispado, o, ¿menos tímido? Lo dices y te contradices, e imaginas que todo podría quedarse dentro del bolígrafo. Al fin y al cabo, quizás las verás de nuevo, ¿algún día?, es lo último que se pierde, hope?, mantiene la vida de los cautivos, de muchos exiliados, la esperanza es verde, como el color del que espera y el laurel de los poetas... Cuando en el salón inmenso del Palacio de los Hausburgos, el mismo donde la emperatriz María Teresa recibía las delegaciones extranjeras, bajo una treintena de lámparas con millares de lágrimas de cristal de Bohemia, sobre una gruesa alfombra púrpura para proteger la madera del piso, entre columnas de capiteles dorados, nosotros, los profesores invitados presentamos nuestros casos, Karen, Kostianovky, Pepe, y yo, no hicimos otra cosa que darle un espaldarazo a nuestro amigo Hernando y a su vez, él y todos agradeceríamos esa incomparable oportunidad, y los aplausos, y la discusión del aguerrido Harold Fox y las carreras y las ausencias del japonés Okagaki, las felicitaciones de los amigos, el rabiar de los agoreros, la sonrisa de madame Donné, todo aquello en conjunto, no era otra cosa sino una sinfonía que tronaba para reconocer la labor de nuestro genial coordinador, él singular y único, Hernando. Ahora siento crujir el tren de aterrizaje y me veo obligado a buscar el cinturón de seguridad para decirme que pronto he de estar de vuelta en casa. !Oh!, ¡que felicidad!... 


Este octavo relato, realmente el último de los comentados en tweeter o en Facebook, fue extraído de la novela “La Entropía Tropical”, con algunas modificaciones, para ponerle punto final a la serie denominada RELATOS DE VIAJERO publicados en lapesteloca.blogspot.com
Maracaibo, enero, 2016.

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