APUNTES DE VIAJERO EN TIERRAS LEJANAS VIII
REGRESAR DE VIENA
POR SWISSAIR
Dormitas en las nubes y te preguntas
con un aire de curiosidad… ¿Quién puede pensar que en Hamburgergasse, una calle
perdida de un barrio aledaño de Viena, existe un local con el nombre de
Macondo? Es un pequeño restaurante visitado por jóvenes de diversas
nacionalidades, usualmente con aspecto de estudiantes de pocos recursos. Allí
se les puede escuchar hablando en alemán, en inglés, español, francés, papiamento,
cuti, o cualquier otra jerigonza. El dueño es un señor chileno quien tiene una
hija de ojos negros muy grandes y de mejillas coloradas. Se llama Marisol y
sonríe constantemente. Siempre será agradable ver sonreír a una joven en Viena,
ella tiene los incisivos postizos, pero sonríe bonito y su mirada le brilla.
Hace unos meses enviudó. Su marido era un persa corpulento y bien parecido hasta
un día cuando se descuidó un furúnculo en la mano, y le dio mucha fiebre. Murió
súbitamente... Posiblemente hizo una endocarditis bacteriana y un shock
séptico, eso nos decimos el par de patólogos latinoamericanos reorganizando la
triste historia clínica de Hazim. Ahora Marisol vive con sus padres y sus dos
hijos, el mayor de año y medio parecido a su padre con la mirada de la madre y
el pequeñín tan solo de tres meses. En Macondo, el restaurante del viejo
chileno tienen música todas las noches. Hernando y yo llegamos hasta allá
atraídos por el nombre del local pero en realidad citados por Claudia Hirsch, la
polifacética joven del viaje por el Danubio, quien nunca apareció en Macondo.
Conversamos, esperamos, cenamos… Había una guitarra y un joven melenudo
concentrado en ella empeñado en improvisar un cante jondo. En otras noches,
supimos que se escuchaba la quena y el tamborcito del altiplano andino, eso nos
lo dijo Marisol y yo recordé las palabras en quechua escuchadas en boca de la
muñequita Claudia Hirsch, quien nos embarcó... Otras veces son ruidosos grupos
rockeros, pero según Marisol, no importaba porque siempre encontraríamos algo
especial en Macondo. Ella habla como chilenita y nos dice no tener ni idea de
quien es nuestra misteriosa rubita que ha faltado a la cita. Conocís a una jovencita y criís que va a
venir pues, no seáis bobo, huy no me vengai con cosas, ¡pues!, queriís decir
que sois ¿doctores, sí?, uy papito vengai a conocer los señores, que lis
hubiera mostrado la guagüita pues, pucha qui honor ¿sí? En este Macondo
ubicado en un barrio lejano de la Viena de Johan Strauss, tomamos cerveza por varias
horas, sin escuchar una cumbia, ni una quena, tan solo unas cuerdas de guitarra
del peludo franchute que intentaba hacerlas sonar para decirnos cosas sobre el
Barrio de Santa Cruz con su lunita plateada y del Monte del Olvido...
Cabeceas. Tal vez te has dormido por
unos segundos, o ha sido un minuto, ¿quizás? La aeromoza se ha dirigido a ti en
francés. No sabes que te ha dicho y automáticamente has recordado a madame
Donné. Elle habite en province, merci beaoucoup, je vous en price, belle...
Hace más de tres siglos, en Louisiana, la genética comenzó a funcionar para
terminar creando a esta niña mezclada con raíces de indios seminolas, de
conquistadores, españoles y franceses, los legítimos dueños de todos aquellos
territorios que le arrebataron a los indios al sur del río Grande, por esos
predios, en el estuario del Missisipi, se daría la afortunada conjunción y
habría de nacer y crecer una jovencita de Nueva Orleáns, quien es gringa, pero
no lo parece, quien vive en Lyón y parla en francés pero no es gala, quien
posee destellos especiales en el negro de sus pequeños ojos que irradian un
poder de simpatía maravilloso y circunda
a toda su persona, traducido en gestos de cariño, ella es, la sin par, madame
Donné. En este viaje me he tropezado con un par de gringas al cual más
diferentes, una con pinta de latina y la otra con el cielo nórdico en las
pupilas, la gringa de Portland, Karen, la de la boca siempre sonreída y sus
dientes con una ligera inclinación hacia adentro dejando ver dos pequeños
colmillos a través de sus labios, entreabiertos. De nuevo sonríe, Karen y con
el destello celeste de su mirada hace un mohín con su respingona nariz para
ampliar la sonrisa y dejarnos ver patas de gallo en el ángulo de sus ojos de
cervatillo. El cabello castaño en un moño le da el aspecto de maestra de
escuela, pero se lo ha soltado y un incendio de puntas rojizas y reflejos
castaños la aureola... Tenía que apellidarse Ireland, como el país verde, el de
James Joyce, el de la ginebra y de las estrechas calles, Dublin y ¿por qué no?,
para que rime, el de Cronin quien aunque es escocés siempre lo pensé
irlandés...
Ahora está finalizando el concierto de Mozart,
volamos a una altura de qué sé yo cuantos pies, miles... May I have a beer? Please.
Oui, dankz, dankenschen?, biar, beer, bear, el oso y la birra, que chabocha,
como en casa, el oso y las polas, un sorbito, está helada, un trago y pienso nuevamente
en Karen, una rubia linda, en venezolano le dirían catira, o en maracucho
catiramalbañada, o mejor malbañáa, Karen Ireland, gringa, patóloga, treintona,
eficiente, pico de oro, muy bien preparada. Una mujer que nació y creció en las
montañas de Oregon, hermosa, es como diría una vieja gringa que conocí hace
años, is gorgeous and terrific, she is something! Hija de un veterinario, por
eso desde niña vivió en el campo. Se iban juntos padre e hija a las fincas, él
examinaba las yeguas, ella correteaba jugando en el prado, él se entendía con
los granjeros y atendía a las grandes vacas lecheras, Karen corría hasta
enrojecer sus mejillas cual manzanas y luego, lentamente se acercaba a él, su
padre trabajando, y el becerrito está atascado y uf, su padre sabiamente logra
la versión adecuada, y uf, lo vamos a sacar, todo saldrá bien, y aquí viene, y
uf, uf! Y sus largos remos se mueven rompiendo la bolsa gigante, y se yergue
poco a poco, vacilante, tambalea, y Karen emocionada aplaude palmoteando de
felicidad mientras observa con admiración a su padre, ojos azul de cielo como
ella y pecas en su cara que se le acerca para decirle al oído, es la
naturaleza... Allí quizás nació ese amor de Karen por todo lo que es vida, tal
vez por eso decidió estudiar Medicina, pero prefirió irse de Oregon, estuvo en
Nueva York, se graduó con honores, se fue a Boston, más al Este, donde está la
acción, y demostró calidad, clase, le ofrecieron entonces muy buenas plazas,
querían que se quedara, pero ella decidió regresar a Portland. Volvió para
casarse con el hombre de su vida, su novio de high school y de toda su carrera
médica, y como suele suceder, no eran ya los mismos, no se entendieron, no hubo
reencuentro y vino la separación, el trauma, el dolor para Karen, el fracaso de
no poder querer a quien tenía que ser para toda la vida, porque así es Karen,
aunque todo pasó, y se acabó, ella sigue enamorada. Así como ama a las
mariposas y al agua que salta en los riachuelos, como disfruta con la música y
el paisaje y con las cosas sencillas de la vida, así Karen encuentra la belleza
en la gente común, la que llevan por dentro y ella sabe cómo descubrirla, lo
dice ella, le basta con una breve mirada, con una leve sonrisa. Karen es así, y
tú tienes que detener el hilo de tus pensamientos porque te han traído la
comida, ¡prosaico sí!, pero es almuerzo de avión con menú de primera, ya has
pedido otra cerveza y suspiras pensando lo que es volar de Zurich a Caracas por
Swissair en un 727, Oh! Karen!, y pensar que hace horas la dejaste en Viena,
como imaginar que quizás nunca más volverás a verla!...
Tú has venido escuchando los Cuentos de
Hoffman, de Offembach, en tus audífonos personales, los del 727, sin mucho
volumen, has oído cantar a Joan Sutherland y a Plácido Domingo, has cerrado los
ojos, pero estabas en otras cosas, andabas viajando sobre el Danubio, pensando
en las extrañas circunstancias de la vida, y ahora con la barcarola de Weber
estás transportado a tu juventud, épocas de escolar, puedes ver la gran lámpara
facetada de vidrio y barras de plomo en el centro del techo de multicolores
retazos, puro Art Déco, estás en el Teatro Baralt, y con las notas musicales de Hoffman vuelves a ver a Zizi
JeanMarie, bailando, danza en el escenario y los pensamientos afloran desde lo
profundo de tus circunvoluciones cerebrales, en el aire, sobre el océano
Atlántico, en un avión suizo, de regreso después de seis días de trabajo, tan
solo eres un muchacho con tus audífonos y estás regresando a tu película
musical en el Baralt, y Zizi baila ballet vestida de rojo sangre, ella gira, y
luego regresa en puntas de pie, Hoffman suena profundamente, y tú quien has
culminado con éxito un compromiso internacional, tal vez el más difícil de tu
carrera profesional, has vivido esos días creando un canto emocionado a la
amistad. Estás convencido de que valió la pena, ni idea tienes de cómo pagarás
tu tarjeta de crédito, si te ayudarán con la deuda, si te darán la subvención
esperada, pero aunque hay quien dice que música paga no suena, tú sigues
confiando, y mientras tanto, vas escuchando música que se te confunde con un
chas, tras, tras, chas, chus chas, como el ruido de un tren que te adormece...
Así vas en tu Swissair 727,
rememorando y queriendo excusarte por
esa manía de dejarte flechar platónicamente por las mujeres. ¿Debo ser más,
pragmático?, tal vez más avispado, o, ¿menos tímido? Lo dices y te contradices,
e imaginas que todo podría quedarse dentro del bolígrafo. Al fin y al cabo,
quizás las verás de nuevo, ¿algún día?, es lo último que se pierde, hope?,
mantiene la vida de los cautivos, de muchos exiliados, la esperanza es verde,
como el color del que espera y el laurel de los poetas... Cuando en el salón
inmenso del Palacio de los Hausburgos, el mismo donde la emperatriz María
Teresa recibía las delegaciones extranjeras, bajo una treintena de lámparas con
millares de lágrimas de cristal de Bohemia, sobre una gruesa alfombra púrpura
para proteger la madera del piso, entre columnas de capiteles dorados,
nosotros, los profesores invitados presentamos nuestros casos, Karen, Kostianovky,
Pepe, y yo, no hicimos otra cosa que darle un espaldarazo a nuestro amigo
Hernando y a su vez, él y todos agradeceríamos esa incomparable oportunidad, y
los aplausos, y la discusión del aguerrido Harold Fox y las carreras y las
ausencias del japonés Okagaki, las felicitaciones de los amigos, el rabiar de
los agoreros, la sonrisa de madame Donné, todo aquello en conjunto, no era otra
cosa sino una sinfonía que tronaba para reconocer la labor de nuestro genial
coordinador, él singular y único, Hernando. Ahora siento crujir el tren de
aterrizaje y me veo obligado a buscar el cinturón de seguridad para decirme que
pronto he de estar de vuelta en casa. !Oh!, ¡que felicidad!...
Este octavo relato, realmente el último de los comentados
en tweeter o en Facebook, fue extraído de la novela “La Entropía Tropical”, con
algunas modificaciones, para ponerle punto final a la serie denominada RELATOS
DE VIAJERO publicados en lapesteloca.blogspot.com
Maracaibo,
enero, 2016.
No hay comentarios:
Publicar un comentario