sábado, 24 de mayo de 2014

Primera parte del Capítulo 20 de "El año de la lepra"



El año de la lepra
Jorge García Tamayo, 2011

Capítulo 20
El gordo Pinilla se encuentra mal, está periqueao y se ha bebido toda la botella de “Something Special”. No suelta su Beretta y mira desconcertado al cura. Tiene un humor de perros (…que clase evaina me ha echado el coñoemadre de Don Cheo…). La cara desencajada de Omar quien ya ha dejado de sangrar por la brecha en la frente está muy pálida. Él, está tembloroso, con las magulladuras en nariz y pómulos(…este güón, creo questácagao…) producidas por los cachazos y su cuerpo se estremece adolorido por las patadas (…parece un machorro…). El gordo piensa en lo que le ha comunicado Don Cheo (…¡que bolas!, que se lo lleve a Goncalves, nojoda!...). Él sabe que sería más fácil “despachar” al curita. Con meterlo en la maleta del auto “FiatUno” y hacerlo desparecer bastaría (…¡auf!, ya lo tendría resuelto…), una chatarra ahumada en “palito Blanco” o en la vía de La Paz, y fuera cacho, pero ¡mielda no!, (que ladilla DonCheo, en vez de apurar lo de “su boloña” ponerme a mi en estagüevonáa…). Las instrucciones fueron muy certeras y él, casi prefiere hablar con su cautivo golpeado (…stácagao el mardito este…) para pedirle una colaboración mínima, puesto que es lo menos que puede exigirle. Al fin y al cabo, no lo va a mandar para el otro mundo. Mira a Omar y golpeándolo en la pierna con la Beretta le dice exigente…
–A ver malparío, te estáis salvando de verguita, pero tenéis que pararte, ya, porque vamos a salir.
Omar comenzaba a enderezar su cuerpo y los dolores lo obligaron a replegarse quejándose. Mientras gime y se lleva las manos a la cabeza, mira como el gordo da un brinco, se pone de pie y pistola en mano sale rápidamente de la sala, para un momento después estar de vuelta. Ha ido hasta el dormitorio y le trae un pantalón y una franela, negras.
–Ponéte esta mierda que está seca, porque tenemos que dar unas vueltas para visitar a unos amigos.
Omar se levantó y tembloroso comenzó a vestirse, y cuando ya se había puesto la franela, el gordo sacó su gorra de pelotero del bolsillo de atrás y se la encasquetó hasta los ojos. Después lo miró y se rió a carcajadas, señalándolo, con la mano derecha sin soltar la pistola
–Te veis como un carajo fino y casi que ni se te notan los coñazos. Atendeme. Ve güevon, vamos a salir en mi carro y vos vais a conocer a unos coños amigos míos, pero tenéis que tener la jeta cerrada. Vos solo actuá como si fueras mi pana. Si te portáis bien, puede que salgáis vivo de esta. ¿Comprinfais?
Omar hizo gestos afirmativos y el gordo tomó su paquete bajo el brazo. Apagó la luz y fue abriendo la puerta de la casa.
–Vámonos rápido pues– le dijo y sin soltar la Beretta lo llevó delante de sí, clavándosela en las costillas hasta su auto “Ford Fiesta”.

***
Rubén y Víctor se despidieron silenciosamente de sus amigos quienes ya habían iniciado el proceso de buscar unas palmas secas y unos rastrojos para ocultar la lancha. Desaparecieron en la oscuridad dirigiéndose hacia el norte. Iban en dirección al sector donde antes estuvieron los edificios del leprocomio. Dando traspiés sortearon una maleza de arbustos y cujíes cuyo piso estaba remplazado por una sucesión de raíces multitentaculares y de piedras, o escombros que hacía difícil avanzar entre las sombras. Después de un rato de sentirse perdidos y desorientados en la soledad de la noche, lograron detectar las sombras de algunas paredes que se divisaban en un área con escasa vegetación. Hacia el sur, más lejos, creyeron ver entre las oquedades de la noche vestigios de paredes aún erguidas e imaginaron que deberían corresponder a lo que había sido el hospital del derruido leprocomio. Se acercaron sigilosamente y pronto resultaron atraídos por un hilo de luz, muy fino y vertical que parecía nacer del suelo y se elevaba casi a un metro de altura, sin proyectar luz en derredor. Decidieron acercarse más hasta notar que la línea de luz provenía de una hendidura vertical que brillaba en la base de una amplia superficie de unos trescientos metros de ancho, cubierta de arena y de escombros rodeada por cuatro paredes parcialmente derruidas y cuya altura no superaba los cuatro metros. Rubén tomo por el brazo a Víctor quien parecía hipnotizado por la línea vertical de luz, tan blanca, que parecía casi azul, y muy quedamente le habló al oído.
–Es de allí de donde sale, de las ruinas del hospital, pero tenemos que acercarnos más.
Víctor solo musitó que lo hicieran poco a poco, y con el pecho en tierra ambos comenzaron a arrastrarse hacia las ruinas. Rubén se detuvo y poniéndose de rodillas atisbó cuidadosamente lo que estaba ante él.
–Hay una especie de platabanda bien disimulada, es como de un metro de altura y de allí sale la luz.
Víctor vio a su amigo acercarse reptando hasta el sitio y pensó. Allí va el ingeniero petrolero, el hermano mayor de Ruth y de Brino, el marido de Mayra, él, quien tiene tres hijos, mi amigo, él es el hijo de Eusebio, ¡coño!, quizás no hemos debido meternos en esto, ¿que le diré a Ruth si algo le sucede?, y yo aquí, pensando que decir y quien sabe si acaso salimos de esta con vida… Él comenzó a arrastrase también detrás de Rubén, quien se había detenido frente al filo de luz. Tocando los bordes de la platabanda, su mano se iluminó y entonces le dijo a Víctor una sola palabra.
–Frío.
Le miró sonriente y musitó.
–Sale frío desde allá abajo… Después, ante el reflejo que emitía el hilo de luz, quedamente habló para explicarle.
–Es un frío que sale de debajo de la tierra y sale con la luz. Han fabricado una platabanda para que no se vea nada desde arriba, lo que existe allá abajo está camuflado con piedras y tierra. Fíjate que es como un gran encofrado que se halla encuadrado por esas paredes en ruinas. No llega a tener ni un metro de alto, pero hacia abajo, si que tiene que existir algo, luminoso y refrigerado.
Víctor lo miró murmurando quedamente.
–Es como si lo que está abajo formara parte de un túnel. Lo hicieron disimulado, pero dejaron ese fi lo de luz y se jodieron. Creo que hallamos lo que estábamos buscando.
Rubén hizo signos afirmativos y con un gesto de silencio, murmuró en el oído de Víctor…
–No hagamos ruido, pero tiene que existir una puerta para entrar a ese hueco frío, y la hallaremos.
Ambos amigos comenzaron a arrastrarse sobre la platabanda procurando ser silenciosos. Rubén puso una oreja en la tierra y le hizo gestos a Víctor para que le imitase.
–¿Sientes la vibración?, se escucha un run rum como de motores lejanos, ¿lo percibes?
Víctor hizo señales afirmativas y Rubén se puso de pie sobre la platabanda para decirle a su amigo que él se dejaría ya de pendejeras, que para que cuidarse si aparentemente no había “moros en la costa”.
–Voy a buscar una linterna en mi morral y vamos a hallar la manera de bajar. Aquí arriba no hay nadie, así que, ¿que importa si tenemos luz?, la necesitamos para buscar la puerta.


***

Pinilla silencioso, conducía velozmente su auto. A su lado Omar Yagüe con la gorra de los Yankees de Nueva York encajada hasta las cejas no decía una palabra mientras repasaba un calidoscopio de imágenes contradictorias que se sucedían dentro de su maltratada cabeza. Pensó en abrir la puerta y lanzarse del auto en marcha. Miraba la Beretta que reposaba apuntándolo debajo de la panza del chofer y no se atrevía a moverse. La imagen de Cheo se le aparecía como un flash y podía escuchar su risa transformándose en carcajadas. A su lado, sobre el asiento, entre Pinilla y él, descansaba el paquete forrado en plástico negro. Omar lo miraba de soslayo y casi podía ver el ángulo roto por donde se divisaban apretados los billetes verdes. Mis lechugas pensó el, e imaginó la cara del profesor Sarmiento con una expresión de reproche, el bigote poblado del General Henares y el flash seguía iluminando al sonriente José Luís, su Cheito Ortega con un rictus burlón. Pinilla ingresó raudo y veloz en la autopista No 1 que se dirige al sur, rumbo al puente sobre el lago, cuando finalmente decidió hablarle al cura.
–Vamos a llegar hasta Sabaneta para visitar a un amigo. El carajo es un portu que tiene un hotel donde vais a poder descansar hasta que llegue la hora.
Casi como un susurro y mirándolo fijamente Omar le preguntó a su captor.
– ¿Hasta que me llegue la hora de que?
– Yo solo sigo las instrucciones que me han dado, nojoda, así que no te me vayáis a alebrestar otra vez porque no quiero tener que volverte a coñacear.
Omar no dijo nada y comenzó de nuevo a castañetear los dientes y a estremecerse como si tuviese mucho frío sin poder articular una palabra. Prefirió cerrar los ojos y sintió que todo giraba en derredor por lo que volvió a mirar hacia adelante con una sensación nauseosa y pensó que iba a vomitar. Entonces gimió...
–Tengo nauseas, creo que vomitaré.
El gordo sin mirarlo tan solo dijo con un tono francamente amenazador.
–Si me vomitáis el carro, te mato aquí de una vez, piazoecoño. Así que ¡tené mucho cuidao con lo que hacéis!
Omar creyó que iba a ponerse a llorar, pero se contuvo. El “FordFiesta” se estacionó frente a una casa de tres pisos con un letrero en luces de neón que decía “Pensión–hotel–Taormin”. El gordo Pinilla descendió del auto con la Beretta en la derecha, el paquete negro bajo el brazo, e iba empujando a Omar hacia la puerta de entrada cuado esta se abrió. Joao Golcalves, un viejo amigo de Cheo Ortega quien también conocía a Omar, apareció con los brazos extendidos para recibirlo. El portugués abrazó afectuosamente al cura.
–Ay padre Omareyagüe, padre mío, ¡que clase de vaina la que se ha echado usted!
Continuó diciéndole atropelladamente cuanto sentía la mala hora que estaba viviendo y jurándole que lo desagradable ya había pasado, podía asegurárselo. Luego insistió en que a partir de ese momento se tenía que sentir como en su casa. Le aseguró que ya nada malo le sucedería. Omar estaba tan mal que prefirió no responderle una sola palabra. Había visto a Joao un par de veces, en compañía de Cheo Ortega e imaginándose cualquier barbaridad que hubiesen planificado en su contra, decidió que era mejor no preguntar ni decir una sola palabra. Se quitó la gorra y lo llevaron a una habitación donde Joao le propuso curarle la herida de la frente. Un momento después regresó con gasa, algodón, mercurocromo y adhesivo. Pinilla sonreído estaba vigilante y no soltaba ni la pistola ni el paquete que apretaba debajo del brazo. Joao le dijo a Omar que seguramente en un hospital le hubieran suturado unos tres puntos, pero que ya la herida no sangraba y el no sabía coser. Se rió él mismo de su chiste, y le dijo que se la iba a cerrar con el adhesivo. Al final, le vendó la cabeza creándole una especie de turbante con la gasa y se retiró para mirar como había quedado. Omar con su cabeza vendada y un adhesivo sobre el ojo izquierdo no decía nada. Antes de salir de la habitación el portugués le dijo que se acostara en la cama que él le traería algo de beber.
–Has perdido bastante sangre y eso siempre da mucha sed, ¿te traigo una frescolita?, ¿si?
Pinilla tomó su gorra de los Yankees y se dirigió a Joao antes de que saliera de la habitación.
–Como la cachucha es mía, es mejor que le busquéis un gorrito al curita porque con la cabeza tapada así se va a ver más feo quercoño.
El portugués regreso con el refresco y una gorra anaranjada de Las Águilas del Zulia. Omar se bebió toda la frescolita y de inmediato se recostó en la cama y se durmió profundamente. Pinilla le pidió una bolsa plástica a Joao para guardar en ella su paquete forrado en plástico negro. Miró el reloj. Eran las diez y media. El portugués regresó con una bolsa negra grande. El gordo Pinilla introdujo en ella su “boloña”, y antes de salir le preguntó al portugués.
– ¿Burundanga?
– Seguimos las indicaciones. La escopolamina es efectiva por pequeña que sea la dosis. En menos de una hora estarán aquí Jairo y Dioves con las dos mujeres, y se lo llevarán al Aladin. Después de la coñiza que le diste, me parece que el pobre Omar se merece pasarla bien en “la alfombra mágica”.
– ¡Me voy par coño!
Lo dijo Pinilla volteándose para salir de la habitación, pero Joao lo detuvo…
– Epa gordo, no te me vayáis sin bajarte de la mula. No se te olviden los tres palos para cubrir los gastos.
Pinilla quien ya casi se marchaba, maldijo por lo bajo a Don Cheo y sus locas ocurrencias. Extrajo de su bolsillo unos billetes de cien. Los contó hasta llegar a treinta y se los extendió a Golcalves.
– Aquí tenéis los cobres, yo tengo que irme. Si puedo, al salir de Las Galeras en la madrugada te aseguro que pasaré por El Aladín, no voy a pelar ese bonche, ¿vos no váis?
Joao riéndose y mirando a Omar quien roncaba como un bendito, le dijo.
– ¡Paloebonche!, ellos estarán en la habitación 28. Yo no podré ir, porque tengo que quedarme cuidando el negocio. Pinilla tan solo dijo sin voltear la cabeza.
–Chao chao Joao. Nos vemos…

***

Brinolfo y Sergio se dirigieron por la orilla hacia el norte de la isla, y en menos de cinco minutos se encontraron en una pequeña península boscosa detrás de la cual se podían divisar las luces de Maracaibo. Sergio que había estudiado en detalle la topografía de la isla, le dijo a Brinolfo.
–Estamos en una punta que forma una de las patas chuecas de la tortuga aplastada, ¿ves a los lejos las luces de la ciudad?… Si regresamos y subimos por esa ladera, caeremos derechito en el cementerio.
–Parecen cocuyos,– le dijo Brinolfo quien avanzó hasta el borde de la ladera y comenzó a subir aferrándose a las raíces de mangles que finalmente se hundían en el lago. Era más de la una y media de la mañana cuando sintieron una trepidación y luego continuó como en un ronroneo que parecía lejano. Sergio se volteó y le dijo a Brino que le parecía como si el murmullo viniese del centro de la tierra.
–Son quizás unos motores que han arrancado, y ahora van más lentos, estoy casi seguro…
Al llegar a cementerio, se hallaron ante una explanada rectangular cubierta de arbustos y de ruinosos montones de piedras, donde sobresalían todavía algunas cruces. Brinolfo le propuso a Sergio que esperasen por sus amigos porque ya no deberían seguir buscando nada más.
– Creo que es mejor que no nos movamos de aquí, no vaya a resultar que regresen Rubén y Víctor. Vamos a esperar y hasta creo que vale la pena que descansemos un rato…
Sergio aceptó la propuesta y ambos tomaron asiento debajo de un cují oteando en los alrededores, donde solo había noche y soledad. Por debajo en la tierra aún se percibía una leve vibración…

***

Silvester Korzeniowski, el investigador judeo–polaco estaba que no salía de su asombro y a la vez muy molesto, pero después de reflexionar por unos instantes se dirigió a su interlocutor hasta aquel momento su aparente amigo bieloruso, e imponiéndose una dosis de calma que a él mismo lograba sorprenderle le dijo.
–Tengo que informarte sobre algunos pequeños detalles que pareces desconocer. Estimado Dimitri, la lepra, ese mal bíblico que es provocado por bacilos normales, las corinebacterias o los micobacterium leprae, es una enfermedad muy antigua pero muy particular y creo que tú ignoras algunos detalles sobre la misma. Los bacilos de la lepra están en muchos sitios del medio ambiente, pero solo un 25% de las personas que entran en contacto con ellos resultan enfermas, así que el contacto con estos gérmenes no asegura la infección. Esto sucede por que existe el sistema inmune que nos protege. Así que te voy a explicar la razón de porqué esa idea tuya, la del regalito que te ha obsesionado durante años, es un soberano disparate. Si es verdad que el ADN de los bacilos de la lepra que infectan a los humanos es igual al que infecta y no enferma a los cachicamos, Eso lo sabes tú y lo sabemos nosotros, pero te informaré que cuando los bacilos han mutado, el ADN sigue siendo el mismo aunque tenga cambios en las secuencias de las proteínas que codifican ciertas peculiaridades de esos bacilos, y esas características no tienen nada que ver con la supuesta maldad de los bacilos, ellos no excretan exotoxinas, porque las micobacterias no poseen ni exo ni endotoxinas, así que tú estas obligado a aprender en este momento, por si no lo sabes, o a entender, como y porqué se producen los daños durante la infección con esos bacilos mutados. Yakolev tenía una ceja levantada y miraba al profesor con una expresión escéptica, aunque evidentemente se mostraba bastante tenso, tanto que hizo un gesto para interrumpirle y le dijo.
– ¿Usted que cree? Yo no he venido estudiando todo eso que me dice desde hace años en balde. No me diga tonterías que toda la gente conoce, ustedes tienen unos bacilos que han mutado y esos ya no son los mismos que no logran infectar ni al 75% de los seres sanos, esos son los porcentajes de los que me habló, pero cuando mutan, esos bacilos de la lepra ya son diferentes…
– Dimitri, estás equivocado y yo te lo voy a repetir. Te diré porqué. Las micobacterias de la lepra actúan cuando se hacen intracelulares, así que tienen que ingresar en el organismo y el cuerpo para poder eliminarlas tiene que actuar a través de sus sistemas de defensa con los macrófagos y con la producción de linfokinas que inducen los fenómenos inflamatorios para que se produzca el daño tisular. Estos cambios que representan una lucha entre el sistema inmune de cada animal o individuo enfermo, representan la enfermedad, son lesiones que nacen de la persona y no las puedes crear con tus “bombitas”. Así que te adelanto que tu idea es un soberano disparate y cualquier investigador médico en Belarus, en Pakistán o en Timboctú, puede explicarte que tu regalito para tu presi Lukashenko, si se lo llevas en un frasquito, no pasará de ser una broma pesada que quizás termine por asegurarte un boleto para la mera Siberia, jajajá.


***

Los amigos se acomodaron en tierra como pudieron, un rato más tarde Brinolfo se había dormido. Sergio abrió los ojos. Él sabía que estaba dormido pero no le importaba, suponía que había despertado, y decía para sí. “A ñoña me sabe que yo mismo me crea dormido”. Al aceptar que lo que tiene ante sus ojos es algo real, ni intenta explicárselo. “Con los cantos se me ocurre…”. Eso dice mentalmente, dándoselas de escéptico, mientras insiste dentro de su cabeza en que él sabe, que jura y perjura que todo cuanto le sucede “es una vaina extraña pero que ya se veía venir”. Algo buscado por ellos mismos, por él y por su amigo, una situación casi premeditada. I es todo esto y más lo que le viene y se regresa precipitadamente de su cabeza. “Puedo probarlo, seguro estoy de que sí”... Lo piensa y como él está alerta, “despiertísmo estoy”, lo repite en su mente y enfatiza, murmurando “estoy despierto e bola”. Él sabe bien que nadie le hará creer que todo es parte de un sueño. “Esto que me está pasando, es algo especial, es una vaina rara, pero pa mis cojones, yo voy a aprovecharla; sí, no me chorriaré, le sacaré punta no sea que en un instante vaya todo a explotar par coño… Mira las lápidas rotas, la tierra en túmulos y un zarzal creciendo ante ellos y entonces, mira la gelatina aérea y se dice… “Si esto es así, ya veremos como es la verga”... La figura flotante está ante él, pero parece no haberle visto. Es verde, translúcida, y él puede oler un vaho de pudrición que la circunda mientras la ve aletear sobre su amigo. Brino su compañero descansa como un bello durmiente. Al mirarlo allí echado se le ocurre que él mismo debería estar también durmiendo. “Ni pasando una pea me ha sucedido una verga así”, lo piensa y se pregunta si lo que le está ocurriendo será acaso una especie de delirio. “¡Un delirium tremens, o una alucinación, de seguro!” Eso es lo que le viene a su cabeza además imaginándose en una pea piensa en aquello de “arcohol marditoarcol”, para luego recordar que no han bebido más que las cervezas del día anterior y que por lo tanto no puede ser… No es posible. Lo dice para sí, enfático, mientras atisba de reojo la figura que flota, y la detalla. “Verga si es que es feo par coño, y no se a quien se parece”. “Es un carajo transparentón y mucilaginoso. ¡Pero como hiede el mardito!”… Esto lo piensa Sergio mientras no puede explicarse porqué será que no siente nada de miedo. En aquel momento nota como Brinolfo abre un ojo. Está tumbado en el suelo con un ojo abierto. “¡No me jodan!”, dice Sergio para si, mientras no le quita la vista. De repente logra ver como parpadea y luego Brino abre el otro ojo. Entonces Sergio acepta que su compañero está despierto, tan alerta como él, y por lo tanto, él tiene también que estar mirando al bicho flotante. De nuevo mira a la figura que parece ser de puro moco transparente, flotante y hediondo, pero es ahora Brino, quien lo mira a él, como si no lograra percatarse de nada, le sonríe y parece querer volver a dormirse, cierra los ojos y se estira como un gato. “Con la pepa e Billy Queen me calo esta verga yo solo”. Esto es lo que de inmediato piensa Sergio que estira su mano hasta agarrar a Brinolfo por el hombro, lo mueve, lo estremece, lo jamaquea. “¿Qué pasa?” Es Brino quien le contesta, pero muy quedo, como si estuviese tratando de no despertar a los muertos. “¿Estáis viendo esa verga?” Sergio le pregunta mientras señala con el índice de su mano derecha hacia la masa que flota sobre las piedras del cementerio. Brinolfo achica sus ojos, los abre luego y arruga la frente, entonces sonríe y se vuelve hacia Sergio para decirle en voz baja. “Sí, seguro que es un fantasma”. “¡Veeeerga!” Es la expresión que espeta Sergio y entonces Brinolfo le susurra. “No joda, ni te preocupéis, que de repente y tal, es solo el ectoplasma de algún difunto leproso”. “¿Coño Brino y te parece que esa verga es normal?” Sergio se lo pregunta también en voz baja pero con una palidez inusual en su rostro. De pronto sucede que comienza a difuminarse el personaje y pareciera transformarse en burbujas de gas de un tono azul verdoso. “¿Estáis viendo lo que le sucede?” Brinolfo se ríe. Sergio está boquiabierto.“ !Se está borrando par coño!” “¿Véis?” Es lo único que le responde Brinolfo, quien tranquilamente añade. “Te aseguro que eso solo es lo que llaman un fuego fatuo, una vaina de esas que se ven normalmente en los cementerios, ya vos sabéis”. Sergio busca la figura y ya no la ve, entonces mira a su amigo y le dice queriendo tranquilizarse. “No, ¡pinga!, yo no se ni sabía nada de eso, ¡cementerios, con la verga!, y no creo que haya sido una alucinación, no estoy loco, todavía”. Brinolfo sonríe y de nuevo le pide que se calme. “Quedate tranquilo Sergio. Tratá de dormir un rato más, ve que tenemos que estar listos antes de que amanezca. Victor y Rubén deben estar ya afuera, ya van a ser las tres y a lo mejor ya están esperando por nosotros para regresar.” Sergio atisba entre las dunas a los lejos sin ver ni una luz. Se voltea y le dice a su amigo. “Mirá Brino es mejor que vayamos a buscarlos en las ruinas del hospital. ¿Porqué no dejamos la lancha amarrada aquí, y nos vamos ya de este cementerio del coño?” Brino afirmativo, le responde. “Si, es como demasiado tarde, quizás es mejor que salgamos a buscarlos”…


***

Pinilla acariciaba “la boloña” dentro de una bolsa de plástico negra, que reposaba a su lado mientras iba manejando su Fordcito, enrumbado hacia la autopista nuevamente y pensando que pronto su trabajo del día culminaría cuando ya casi era la media noche. Con seguridad Don Cheo, ante el magistral cumplimiento de sus obligaciones le premiaría con una ya prometida jugosa mesada. Ingresó en la autopista número 2, con rumbo a Las Galeras y decidió llamarlo por su celular para reportarse. Él sabía que la entrega de las lechugas del curita tenían que cerrar la operación de Alcides Henares y Cheo Ortega con el cartel de la Guajira, y que tendría que darse antes de la medianoche, pero ignoraba si la operación se haría a través del tuerto Manú, o con unos paisas enviados desde el Envigado con escala en Paraguachón, pero él estaba radiante de felicidad puesto que iba a cobrar antes que nadie y ya se imaginaba a la vuelta, estar de paso por “la alfombra mágica” quizás con Diove y con Jairo y seguramente que con un par de putas buenas. Iban a gozar “una y parte de la otra”.
–Aló, aló, ¿Don Cheo?, si, Don Cheo, soy yo, Germán y le tengo buenas noticias… Sí, ya voy embalao pa llá. Listo Don Cheo, sí, todo salió bien. Aquí lo tengo. Tranquilo. Sí, también está resuelto ya. Le pagué a Joao y con Diove y Jairo lo pondrán en El Aladín “como bolsillo e polero”, jejeje. Le llego a Las Galeras por detrás, ¡upa!, y lo veo a que Yolanda en menos de diez minutos… Si como quedamos, sí, en el naitclub ChiquitaNais. Okay okey jefe, si voy en camino. Nos vemos…


***

Víctor y Rubén después de buscar un rato una puerta que los condujera hacia el sitio bajo tierra desde donde salía el hilo de luz y el chorro de frío, se alejaron del terraplén. Rubén sin disimular alumbraba con su linterna hacia todos lados tratando se imaginar donde pudiese existir una entrada escondida hacia lo que fuera que existiese bajo tierra. Caminando entre las ruinas de lo que posiblemente había sido años atrás el hospital, hallarán algunas paredes todavía en pie y les llamará la atención una puerta cerrada en lo que pareciera haber sido antes un baño. Un detalle curioso, notarán que tiene techo. Forzarán la puerta y dentro, en el piso, se toparán con una puerta de madera, de casi un metro cuadrado con una abrazadera metálica para poder abrirla. La puerta posee cinco grandes bisagras nuevas que permiten que esta se abra suave y silenciosamente. Miran hacia abajo y detectan una escalera de metal que desciende unos diez escalones hasta un espacio circular muy iluminado. Al descender, se encuentran ambos ante un túnel de paredes muy brillantes que parecen estar revestidas por pintura plástica de color blanco. El ambiente se percibe frío y los amigos notan que el aire acondicionado fluye desde rejillas en un largo ducto de aluminio que corre por el techo. Aproximadamente cada cuatro metros observan como adheridos al ducto, hay cilindros de neón que alumbran linealmente el túnel. Hay un silencio absoluto. Rubén y Víctor avanzan paso a paso, tratando de no hacer ruido, con temor pues saben que están sin armas y en un terreno desconocido donde cualquier cosa puede acontecerles. Cuando han caminado unos diez metros el túnel se bifurca y miran hacia una de sus vías donde la luz titila oscureciéndose en algunos sectores hasta que se les pierde a lo lejos al cruzar a una distancia de cerca de veinte metros, el otro túnel se trifurca y parece ensancharse. Aquí los amigos se detienen. Se miran y sin pensar en nada más, ambos deciden regresar…


***

El teniente Dimitri Yakolev se había molestado por el tono burlón  con el que Silvester le había hablado. Estaba comenzando a crearse dentro de él una de esas preocupantes rabietas, conocidas por quienes le trataban personalmente y le temían por sus arranques de cólera. No obstante, él tragó grueso y decidió insistir ante el profesor Korzeniowski sobre sus elucubradas teorías relativas a la capacidad de diseminación de las bacterias mutadas y de cómo las bombas en racimo podrían conllevar otros elementos que hiciesen mucho más efectivas sus necesarias acciones.
–Ocurre amigo Silvester que usted de estos temas de bombas, de armamentos, y de posibilidades de hacer la guerra, poco sabe, y es por eso mismo que sus opiniones no tienen ningún valor, ni aquí, ni en ninguna parte del mundo. Debe dejar esas cosas para quienes estamos en esto desde siempre.
El profesor Korzeniowski se puso de pie, y sonrió mirando su reloj. Parecía decidido a dar por terminada la entrevista y se dirigió a su amigo bieloruso.
–Se ha hecho ya demasiado tarde Dimitri, y es mejor que nos marchemos. Mañana será otro día y si quieres, podremos volver a discutir esas disparatadas ideas tuyas, aunque preferiría creer que todo cuanto me has dicho es tan solo un asunto teórico y que con toda seguridad, resultaría sumamente impráctico si a alguien se le ocurre ensayarlo.
Dimitri apretaba los dientes cuando con una voz casi inaudible y mirándole a los ojos, murmuró.
–Usted no se va, profesor. Esta noche, nosotros no nos vamos. De aquí no va a salir. Sepa que ya no debemos, no podemos hacerlo. Todo ya se encuentra encaminado a dar por concluida mi larga espera y mañana domingo es el día señalado. Me iré de este país y comenzará el regreso triunfal a mi patria. Mis proyectos tan meditados y muchas veces revisados, se harán realidad a partir de esta noche, o en esta madrugada si se quiere…
Silvester, todavía de pie, comenzó a sentirse preocupado cuando insistió.
–No digas estupideces Dimitri Yakolev. Con este tipo de cosas no se juega. ¿Acaso no sabes el peligro que corremos si se diseminan las bacterias mutadas? ¿No te he mostrado la cantidad de mecanismos de bioseguridad que hemos tenido que diseñar para mantener este laboratorio funcionando sin accidentes?
Le hizo un gesto negando con la cabeza, como diciéndole que deberían partir y tomó un libro en sus manos cuando observó con asombro que Dimitri se colocaba frente a él y levantaba su mano que debía sostener algo pesado pues el golpe le hizo ver estrellas y sintió que todo giraba alrededor de él hasta que se oscureció la oficina en medio de un zumbido cuando cayó sin sentido al suelo.

***

Sergio y Brinolfo han descendido hasta la orilla de la playa por una ladera desde donde está el cementerio abandonado. Notan que el viento ha comenzado a soplar y se siente humedad en el ambiente. Se detienen por un momento y escuchan una trepidación debajo de la tierra. Se percibe en los pies, como una especie de rum run run, y se les antoja que en algún sitio de la isla hay un motor funcionando. Lo comentan en voz muy baja y continúan de manera que en medio de la oscuridad llegan hasta la orilla. Sergio saca del morral una linterna pequeña, de color amarillo. Se la muestra a Brino y le explica.
–Es contra agua.
Se lo dijo mientras le entregaba la linterna impermeable que Brinolfo tomó encendiéndola y de inmediato alumbró hacia todos lados para aceptar que definitivamente así las cosas cambiaban. Él pensó que ya se estaba acostumbrando a la oscuridad absoluta de la noche sin luna y al apagarla creyó notar de momento que el cielo comenzaba a encapotarse. Cuando iluminaron hacia la orilla notaron ante ellos una ramazón de mangles que interrumpía el camino. Las raíces y las ramas del mangle crecían hacia arriba por un talud de arena y piedras. Los amigos se acercaron hasta el sitio donde las raices se entrelazaban creando una intrincada barrera. Se quitaron los zapatos de goma y los anudaron con sus cordones al cuello para introducirse en el agua. Con el escaso oleaje que silencioso llegaba hasta la orilla, a Brino le pareció que el agua estaba curiosamente tibia. Sergio se hizo cargo de la linterna y ya con el agua a la cintura, comenzó a rodear la ramazón del mangle. Con Brinolfo siguiéndolo llegaron hasta un sitio donde las ramas y las raíces les dejaron entrever una oscura boca tapiada por una hojarasca donde el agua parecía entrar y salir chapoteando. Sergio se acercó y con la linterna alumbró hacia la densa oquedad. Pronto notaron como tras las ramas existía una depresión en el talud de tierra y piedras, lo que parecía ser una cueva. Sergio volteó y le hizo señas a Brino quien nadaba flotando en el agua. Sergio esperó que su amigo estuviese a su lado para decirle muy quedo.
–Vamos a entrar, pero será nadando porque es como una caverna y parece estar llena de agua.
Ambos penetraron apartando la ramazón y pronto notarían que había arena donde posar sus pies, y que podían caminar con el agua hasta la cintura de manera que más que una cueva, lo que estaban descubriendo era la entrada, o la salida, de un túnel. Sergio iluminó el techo y las paredes con su linterna amarilla y notó como se extendía hacia adentro en la oscuridad. Entonces, sonriendo le dijo a Brino.
–Palante es que brinca el sapo.
Brinolfo mirando como la luz brillaba a lo lejos en el agua del túnel cuyas paredes se perdían de vista, tan solo le respondió.
–Palante la lagartija…

***

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