lunes, 12 de mayo de 2014

Capitulo 17 "El año de la lepra" (novela)



El año de la lepra
 Jorge García Tamayo, 2011

Capítulo 17
El amigo de Luís Daniel, apodado “el concha”, monsieur “coquille”, conocido también como “Papillón”, había ingresado a la Marina Francesa el año 1801 en tiempos del emperador Napoleón Bonaparte. Desde muy joven sirvió a su país en el mar. En su primera expedición visitó la isla de Santo Domingo y desde allí estuvo también en otras islas del Mar Caribe donde se familiarizó con sus montañas y sus costas de playas soleadas. Como joven estudioso, monsieur “Papillón” se interesó por aprender la biología de las especies marinas y profundizó sobre la vida de los insectos de las colonias tropicales francesas. En un brusco cambio ambiental, el año 1806 fue designado para navegar en una flota que habría de enfrentar a los temibles balleneros ingleses en el Mar del Norte. En aquellas procelosas y heladas aguas, el joven oficial tuvo que entrar varias veces en combate y se distinguió por su valor y coraje. De vuelta al Mar Caribe, en 1815 hallamos a Cristofe Paulin de Freminiville en La Guadalupe como suboficial de la fragata “Nereida”, durante una época cuando vista inicialmente la necesidad de calafatear la nave, su estadía en aquella isla se prolongaría luego durante muchos meses. Sería esa la oportunidad cuando floreciera su amistad con el doctor Pedro Beauperthuy y su familia. Esta sería también la ocasión cuando conocería a Luís Daniel, el hijo del doctor. Anclada La “Nereida” en la bahía de Santa Rosa, habían transcurrido muchos meses y un domingo 25 de agosto, el caballero Cristofe se encontraba presente en la nave central de la iglesia del puerto, cuando le llamó la atención el perfil de una joven criada que atendía diligente a los niños de una pudiente familia isleña. Asistían todos a la celebración dominical de la misa ceremonial en homenaje a San Luís patrono de Francia. En medio de la ceremonia religiosa, no entendía Cristofe el motivo de su momentánea desazón, pero lo cierto era que el joven oficial “coquille” de Freminiville mirando a la hermosa muchacha, sintió una imperiosa necesidad de hablar con ella y atisbaba desde lejos su figura cuando ya al final de la misa, la aglomeración de los feligreses le impidió acercarse hasta la familia atareada con los niños. Tras un momento de inquieta curiosidad perdió de vista a la jovencita mientras era saludado efusivamente por el doctor Beauperthuy, su esposa y sus hijos. Luís Daniel tendría nueve años en esos días. Cristofe sin ocultar su turbación al no ver a la joven que le había cautivado, le preguntó a su amigo el doctor Pedro Daniel por ella. El médico isleño, sonriente le informó que Carolina vivía con la familia Le Tourneau y cuidaba a cinco niños, en una casa muy grande que estaba situada cerca de la escollera en las afueras del pueblo. Aceptó entonces Cristofe la invitación del doctor Beauperthuy para almorzar en su casa donde vería algunos especimenes que el niño Luís Daniel tenía que mostrarle. Una caja con varios coleópteros recientemente recogidos para que su amigo “coquille” le ayudase con los nombres de cada uno de ellos y luego para poder clasificarlos y ampliar su nueva colección.
A través del doctor Pedro Beauperthuy, se pudo enterar Cristofe tras su insistente interrogatorio aquel domingo día de San Luís Rey de Francia, que la hermosa criada de la familia Le Tourneau, Carolina era una joven muy especial. No se habló más de ella durante el almuerzo y después del mismo, tras escanciar un par de botellas de Bordeaux, se despidieron los Beauperthuy del joven oficial quien en vez de dirigirse a su fragata, se fue a pie por el muelle y luego continuó por la orilla de la playa hacia la escollera del arrecife y los acantilados donde el mar rompía creando nubes de espuma. El día estaba soleado y sin nubes por lo que Cristofe aprovechó el momento para recoger conchuelas, las que posiblemente pensó obsequiarle al niño Luís Daniel. Inadvertidamente fue avanzando en los bajos hacia las esponjosas piedras del arrecife coralino, guardando los especimenes más curiosos en el bolso de tela que llevaba terciado. Papillón confiaba en regalarle a Luís Daniel algunos caracoles multicolores, y en esto se distrajo durante un par de horas sin percatarse del ascenso de la marea. Se despojó de la camisa que guardó en el bolso cuando se lanzó a nado para llegar desde el arrecife hasta la orilla y estuvo nadando un rato, luego lo hizo afanosamente sin poder acercarse pues las corrientes y la resaca le arrastraban mar adentro. Decidió entonces aferrarse a las porosas piedras del arrecife tratando de protegerse contra el embate del oleaje vespertino. Esperó llenándose  de paciencia hasta que trascurridas unas horas el golpe de una ola le tomó desprevenido y su cabeza chocó contra las rocas. Se abrazó adolorido a las irregulares protrusiones coralinas y las olas le arrastraron sobre las piedras golpeando su cuerpo hasta que pensó que lo mejor sería dejarse ir y flotar a sabiendas de que corría el riesgo de que las corrientes lo sacaran arrastrándolo mar adentro. Cuando pensó que sería transportado lejos de la escollera, en un instante una gran ola lo trajo de vuelta estrellándolo contra las pierdas del arrecife. Estaba casi inconsciente cuando creyó verla. Como en un sueño él imaginó que era el preludio de su final. Era ella, la joven de la iglesia, y él la veía acercándose, nadaba como un pez y comenzaba a tironear de él, quien ya había decidido entregarse y abandonar la lucha. Se dejó llevar. Le pareció salir de las rompientes llevado por una sirena y flotó hacia aguas más tranquilas. No sin grandes esfuerzos, ella le arrastró hasta la orilla arenosa y allí fue donde se enteró monsieur Papillón de que la sirenita realmente era Carolina.
Necesitaría varios días Cristofe, en su camarote de la fragata “Nereida” para recuperarse. Ya repuesto, monsieur Papillón, alias coquille o realmente Cristofe llegó hasta la casa de la familia Le Tourneau para visitar a su joven sirena salvadora. Juntos pasarían horas mirándose sin mediar muchas palabras pues ambos parecían estar seguros de que era un amor muy grande lo que estaba naciendo entre ambos y ella pensó ilusionada que era tan hermoso todo aquello que habría de durar para siempre. Cristofe le prometió visitarla al día siguiente mas esa misma noche, el capitán de la “Nereida” recibió la orden de zarpar para ir en persecución de una flotilla de naves inglesas. Habían escapado luego de practicar actos de piratería contra un convoy francés y al parecer los piratas se habían refugiado en la isla de San Bartolomé. Papillón zarpó antes del amanecer sin poder despedirse de Carolina y antes de que saliera el sol la fragata “Nereida” había desaparecido en el horizonte. En el puerto nadie sabía que rumbo llevaban ni cuando regresarían. Trascurrirían varios días y la joven iba al puerto y regresaba a la casa de los Le Tourneau siempre indagando sin obtener noticias. Al comienzo ella angustiada pensó que no volvería a ver a Cristofe, después le dieron esperanzas al decirle alguien que la fragata se había ido tras unos piratas y que regresarían triunfantes. Carolina muy preocupada no dormía, comía poco y todas las tardes se iba a un risco sobre el acantilado, especie de atalaya desde donde divisaba el horizonte a la espera de ver aparecer la ansiada nao. Iba al puerto y regresaba a diario sin noticias, triste y desencantada. Transcurrirían más de tres semanas y la niña comenzó a perder la esperanza. Se convenció a si misma de que Cristofe no volvería, y que se había marchado para siempre. Un día le trajeron noticias de que la fragata “Nereida” había naufragado, otro día alentaban sus deseos de volverle a ver a su amado con vagas promesas, y le decían que tarde o temprano, él regresaría. Otros le aseguraron que la fragata se había hundido luego que unos piratas la cañonearon. Una mañana, la niña entró en el mar de frente al sol y avanzó caminando, luego nadando y más nunca se supo de ella. Dos semanas más tarde, la fragata “Nereida” entraba en la bahía de Santa Rosa en la Guadalupe y Cristofe, de Carolina solo halló las malas nuevas, que le relataron algunos amigos y una lápida en el cementerio que le había hecho colocar la familia Le Tourneau. La historia de aquella niña y de su amor imposible trastornó a Papillón de Freminiville. No quiso dar más órdenes y se encerró en su camarote donde no comía ni se aseaba hasta que decidieron trasladarlo a Francia. Se dice que él se quedó en tierra para siempre tras jurar no volver más nunca a la mar. En ratos de lucidez, antes de ser envuelto por la niebla de los años, escribió un libro que fue titulado “Sobre el viaje a la búsqueda de La Perousse”. Si bien es posible que el niño Luís Daniel se enterase a través de las habladurías de la gente, o por boca de su padre sobre el trágico final del oficial francés, no hay evidencia alguna de que ya adulto supiese algo más sobre su viejo amigo Papillón o coquille el concha, a quien él siempre recordaría como un joven que había despertado en su niñez el interés por las ciencias de la naturaleza.

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