El año de la lepra
Jorge García Tamayo, 2011
Capítulo 21
Con delicada claridad le avisaste a tus colegas sobre la
profundidad y la trascendencia de tus originales planteamientos. Hasta allí
debería haber llegado el dogma científico que para la época dominaba todo
cuanto se sabía sobre muchas enfermedades tropicales y su transmisión. Tus
planteamientos arrasaban con la teoría miasmática. Suponer que aquellos
efluvios que parecían originarse de las materias vegeto–animales en
descomposición, esos que se creía flotaban en las charcas y penetraban por el
olfato, eran los culpables de los males, y que esos humores eran los que iban a
enfermar a los seres humanos, claramente te sonaba como algo disparatado. Para
ti, los miasmas dejaban de existir al aparecer ciertos y determinados insectos,
que tú bien los habías estudiado y sabías sobre su capacidad para transmitir
las enfermedades. Podías intuir que otros elementos tenían que existir para que
los zancudos pudiesen transmitir los males, sabías que serían ellos, los
agentes externos, los denominados animáculos por el genial italiano
Spallanzani, la causa de todos esos males. Unos pequeños gérmenes que
seguramente transportaban los mosquitos, incluyendo seguramente al responsable
de la lepra. Cuando captaste la realidad de lo que parecía una inverosímil
idea, e insististe en que era un mosquito, uno especialmente, el de las patas
rayadas de blanco, el elemento responsable de la transmisión de la fiebre
amarilla, y hasta de la malaria, afirmaste enfáticamente que era éste, al
introducir su aguijón en la piel humana y bombear parte de la sangre que ya
traía en su interior, sangre que venía siendo infectada con un germen
desconocido, era él, sin duda, el responsable de dichas fiebres que en
ocasiones inducían al vómito negro. Tú señalaste que tenía que ser la mezcla de
aquella sangre infectada con la de la persona sana a quien el zancudo patas
blancas decidiese picar, la razón de ser para que a la postre se diese la
enfermedad conocida como la fiebre amarilla…
En tu microscopio observabas y tomabas notas. También
habías venido cuidando y tratando muchos pacientes leprosos durante largos años
de ejercicio. Extraías de las semillas verdes de merey un aceite cáustico y
habías ensayado su poder destructivo sobre aquellas lesiones en la piel de los
enfermos e ibas controlando su efecto gracias a las mezclas oleosas que
fabricabas. Las mejorías que lograbas eran impresionantes.
Enviaste toda la información y tus conclusiones con una
detallada explicación escrita a los médicos de la Academia de Ciencias de
París. El año 1861 había sido publicada en los Comptes Rendus. Estos datos se
sumarían, a tus escritos sobre la lepra. Parecía que nadie se atrevía a creer
en los resultados de tus investigaciones. Escribiste muchos detalles sobre el
tratamiento de las distintas lesiones infiltrativas y exudativas de los
leprosos. Quizás pensaste que con la lepra no sucedería como con aquellas
exhaustivas memorias sobre los tipularios desatendidas por los académicos
franceses. Pero algunas de tus publicaciones, afortunadamente fueron
antendidas, aunque al final, los papeles escritos de tu puño y letra, aquellos
que guardabas en la casa de madera de Demerara, frente al Esequibo, también
terminarían perdiéndose en el olvido.
Transcurrirán lentos, densos, lerdos, los días y las
semanas, mientras tú viviendo en la isla Kaow regresarás todas las tardes a la
casa de madera en la ribera del Esequibo, de manera tal que el trabajo se te
habría ido transformando en un obsesionante apostolado y con frecuencia
sentirías que este iba más allá de tus fuerzas. Escribirás constantemente y en
legajos de papeles en los cuales habrías comenzado a plasmar en letras tus
experiencias sobre el tratamiento de los pacientes leprosos de la isla, tus
angustiantes estudios clínicos y los resultados de las unciones oleosas, fueron
quedando, caso tras caso, detalladamente descritos, mientras en largas noches
de insomnio, volverás a revivir tu pasado. Con el pensamiento retornarás a
recrearte en tiempos más felices que parecen desdibujarse en la soledad de
tantos estudios e investigaciones sobre la curación de la lepra…
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