El año de la lepra
Jorge
García Tamayo, 2011
Capítulo 18
( primera parte )
Pinilla se acerca a la puerta, e introduce la llave en la
cerradura. Gira, abre y sigilosamente penetra en la casa de Omar Yagüe. En un morral
a su espalda, lleva un barretón metálico que sobresale por encima de su cabeza
cual si fuese un guerrero Ninja. El ambiente se siente pesado. En la sala
existe un sofá y un par de sillas forradas con plástico azul. Hay una alfombra
y sobre ella una mesa ante los muebles. En la pared frente a él, hay un par de
cuadros, reproducciones de óleos con clásicas escenas de un París lluvioso con personas
que van de paraguas por las calles. En uno de ellos, a lo lejos, se divisa la
iglesia del Sacre Coeur. La ventana luce una cortina aluminizada parcialmente
abierta y la luz del sol se cuela hacia adentro creando en el piso una banda de
luz que cruza la habitación en diagonal. El gordo avanza mirando a los lados
hasta un sitio más allá de la sala desde donde él divisa la cocina, la puerta
de una habitación que luce cerrada y la puerta entreabierta de un baño. De un
bolsillo extrae un papel con el plano de la casa y se detiene para analizar la
situación. Se dirige al baño y calcula cual es la esquina señalada. Marca un área
de menos de un metro con el barretón, y comienza de inmediato a romper en
cemento pulido que es de color verde oscuro. Un cuarto de hora después, el
agujero tiene ya un metro de profundidad por otro metro de ancho y no pareciera
haber sido nunca utilizado para enterrar nada. Pinilla entiende que ese no es el
sitio para buscar su paquete envuelto en plástico negro. Patea la tierra y los
escombros hacia el área de la regadera y sale. Abre la habitación contigua,
donde hay una cama, un sillón, y una biblioteca de madera con muchos libros.
Remueve la ropa de la cama, estruja las almohadas, las lanza al piso, palpa el
colchón, siente algo y va hasta la cocina, busca un cuchillo con filo y regresa
al colchón para tasajearlo sacándole masas de goma espuma sin hallar nada
sólido. Tumba los libros de la biblioteca al piso, palpa el mueble golpeándolo,
después lo retira de la pared y lo tumba en el suelo y sale de la habitación
hacia la cocina. Saca los platos, al final termina destrozándolos contra el
piso, arranca los armarios, golpea las paredes, sobre la cerámica va dándole
golpes con los nudillos y le parece sentir un sonido hueco en un sector de la
pared. Toma el barretón y golpea con fuerza para ver como sale un chorro de agua
al reventar un tubo. La cocina comienza a inundarse. Él regresa a la
habitación. Hay un armario con ropa que no ha revisado, saca toda la ropa y la
riega sobre el piso, encuentra unas botellas de vino tinto y vino blanco
“Terracota”, también un par de botellas de whisky “Something Special”. Toma una
de las botellas de whisky y la abre antes de volver a la cocina. Camina sobre
el piso inundado de agua y sobre los platos rotos que en el suelo ofrecen muy
mal aspecto. Saca de la nevera hielo y se sirve un vaso que llena de whisky
hasta el borde. Lo maraquea para enfriarlo mirando en derredor. Patea la parte
baja del lavaplatos. Rompe la madera. Se bebe un trago, se acerca a la sala y
mira los cuadros en la pared, rápidamente los arroja al suelo. No hay nada
detrás de ellos. Mira su reloj, ya son las seis de la tarde. Se pregunta si no
le quedará otro remedio, tendrá necesariamente que llamar a Don Cheo.
***
Ya había oscurecido y todavía Silvester conversaba con la
intención de desviar el interés del teniente Yakolev por regresar a los
laboratorios donde estaban los animales y poder ver las zonas de peligro que
antes no habían penetrado por razones de seguridad. Estaba sintiendo más temor
que desazón, por lo que Silvester creyó que valía la pena regresar a los
antecedentes históricos de los estudios para explicarle a Dimitri, dándole larga,
como se había creado la idea del bunker y del porqué al trabajar con los
cachicamos era imprescindible hacerlo guardando exageradas precauciones.
–Tengo en esto muchos años, mi estimado Dimitri. Cuando
llegué a Venezuela, la lepra se trataba todavía con aceite de chalmougra y
aliviábamos el dolor con derivados de la morfina. El doctor Convicit ha
comentado recientemente en la prensa como para aquellos días, en el país, ese
aceite, lo refinaba un danés, Jorge Jorgesën, quien era un químico experto, un
hombre que había peleado en la primera guerra mundial. Aquellos tratamientos
con la chalmougra eran parecidos a los ungüentos oleosos del buen doctor
Beauperthuy, “el médico de Cumaná”. Quizás por eso en su leprosario de la isla
Kaow en medio del río Esequibo, algunos de sus pacientes de lepra, no se
curaban. Cuando el doctor Convicit pasó a la Universidad Central,
en Caracas, se iniciaron sus trabajos de investigación y esto lo logró, al
convencer a varios estudiantes de Medicina para que se fuesen con él. Convicit
ha relatado como en aquellos tiempos difíciles, contó especialmente con tres
personas que le ayudaron mucho en los estudios e investigaciones que
terminarían por llegar hasta la creación de la vacuna. La doctora Elena
Blumenfeld, una farmaceuta, Alberto Granado, un laboratorista argentino que
había llegado con el Che Guevara a ver la leprosería de Cabo Blanco y se quedó
un año con ellos antes de irse a Cuba y la tercera persona fue el doctor
Antonio Wasilkouski, un farmacólogo polaco, quien montó un pequeño laboratorio
para producir medicamentos en aquella leprosería... ¿Cual crees tú, Dimitri
Yakolev que puede ser la relación entre Wasilkouski y yo? Apartando la
distancia, entre Wasilkouski y Korzeniowski, yo mismo me digo que puede que
existan pocas diferencias. Ambos somos o fuimos judeopolacos y ambos luchamos
en este país para hacer investigación con el bacilo de la lepra. Ambos nos
movíamos con la intención de lograr un tratamiento para ese terrible mal, y
dime Dimitri… ¿Qué esperas tú lograr de nosotros al estar tan interesado en todo
esto? En lo que hacemos aquí… Me puedes hablar con toda sinceridad, como yo lo
estoy haciendo contigo. Es evidente que algo quieres en este asunto que tiene
que ver con nuestro trabajo, pero no se que será… ¿Me lo puedes decir acaso? Dimitri
Yakolev permanecía inmutable. Sonreía, moviendo la cabeza hacia los lados y
luego hizo gestos como si negase cuando decidió exponerle al profesor
Korzeniowski sus razones.
–Necesito saber cual puede ser logarítimicamente hablando
la expansión infectiva de las bacterias mutadas. Me has explicado que ratones y
hámsteres se enfermaban en el lapso de unas horas al infectarse, y me interesa,
quiero saber, ¿hasta que punto la vía respiratoria es la puerta de entrada de
los bacilos? Me has dado a entender que sí, y que por eso fue que se tuvieron
que crear esos ambientes estancos, aislados, con presión negativa… ¿Es eso una
realidad, o es una exageración?
–Ninguna exageración mi estimado Yakolev, la infección
con estas bacterias mutadas es muy grave, al nebulizar los bacilos, su
dispersión es brutal, mata en horas por neumonía y si sobreviven, los animales,
mamíferos, se transforman rápidamente en leprosos de la peor condición. La
diseminación tisular es sistémica y los brotes se dan en la piel. Los bacilos
se van por los nervios a todo el cuerpo, cual si fuese lepra tuberculoide, pero
con bacterias tan agresivas como las de los casos de lepra lepromatosa. Algo
realmente terrible.
– ¿Así de grave puede ser la infección?
– Sí, mucho más de lo que te puedes imaginar tú, pero,
vuelvo a preguntarte Dimitri. ¿Por qué de pronto te estás interesando en este tema?
No entiendo que necesidad puedes tener en conocer sobre nuestros experimentos,
¿acaso vas a meterte en un proyecto para producir vacunas en tu país?, ¡vacunas
biolorusas para lepra lepromatosa de cachicamos enfermos!, ¡Ohjjj!
–No, estimado Silvester. Es algo más complejo, más
difícil de explicártelo… Pero te lo voy a decir…
***
Retazos del diario de Ruth
5 de enero 2005. Eusebio cae en lagos de tristeza. Mi
pobre padre sufre por mi ausencia y mis problemas conyugales y yo todavía estoy
en casa, por la Navidad,
pero desde ya, queriendo volver a mi trabajo en la capital. Algo que me
preocupa en mi interior y es que vivimos todos con una gran tensión. En mi casa
al llegar yo para las fiestas, faltaba Rubén, quien estaba en Colombia y no
pudo regresar para el 24, pero el 31 si llegó. En Colombia le han hecho muy
buenas ofertas de trabajo pero él todavía sigue sin decidirse, todavía sin
querer aceptar un cargo en el exterior. Fueron unos días de aparente felicidad
pero me hizo falta sentir que Alejo todavía me quiere. No lo se, pero mucho me
temo que he comenzado a perderlo.
20 de Enero 2005: Regresamos a Caracas y ya estoy de
lleno metida en el laboratorio con el profesor Balda. Ayer regresó Alejo a
Caracas, me dijo que decidió volver, que acepta dejar a Maracaibo, tan solo
para estar conmigo. No sé, yo creo que ya ni me interesan sus argumentaciones.
¡Hemos peleado tanto! Dice haber tenido que renunciar a varios cargos que había
logrado creyendo que yo me quedaría en nuestra tierra. No se si creerle. Víctor
está trabajando en Maracaibo. Creo que por eso Alejo se vino y aquí parece
estar más tranquilo, pero ha vuelto con el tema de que necesitamos más dinero y
quiere volver a su actividad como taxista por las noches, cosa que, le digo es
de locos, correr ese riesgo sin mucho sentido.
10 de Marzo 2005: Desde febrero Alejo regresó a su
trabajo nocturno en su Chevy Nova. Ya no le digo nada. En realidad se enteró de
que Víctor viene con frecuencia a Caracas, y está molesto. Alejo ya casi no me
habla. También Víctor ha decidido portarse silente, sabe de nuestros problemas
y casi diría que me saca el cuerpo. Él prefiere tratarme de lejitos, así de
bueno es él, ¡Qué broma! Pobre mi tía Eloisa que también tiene que padecer por
estos pleitos. Alejo de día, se va a las bibliotecas y escribe, creo que tiene
muy adelantada su novela sobre el médico de Cumaná. Algunos días de menos
tensión, cuando estoy en casa, algún sábado o domingo, hemos conversado. Él con
muchas indirectas, yo tratando de no sentirme herida con sus insinuaciones, ya no
discuto como antes. Algunas veces me cuenta las aventuras de su ejercicio
nocturno de taxista, y son cosas espeluznantes. Solo pienso en como decirle lo
del viaje al Esequibo.
NOTA:
no hay nada escrito en el diario de Ruth sobre su viaje al Esequibo en compañía
de Víctor Pitaluga y de otros investigadores del grupo del doctor Balda,
durante los últimos días del mes de marzo del año 2005. El 26 de abril del
2005, Alejo será atracado en su taxi, lo recogerán en la calle, y lo llevarán
al hospital Vargas. Con varios impactos de bala, será operado de emergencia,
estará varios días en coma y no se sabrá si volverá a caminar. En realidad quedará
con un proyectil alojado en la columna. En el mes de julio del año 2005, Alejo
todavía estaba en cama en el hospital. Lo habían operado un par de veces y
estaba recuperando paulatinamente la sensibilidad en las piernas. Necesitaba urgentemente
de rehabilitación.
***
El atardecer de aquel sábado de diciembre fue llegando
paulatinamente a Los Puertos de Altagracia. El sol parecía descender perezoso
en un cielo uniformemente rosado que recién comenzaba a salpicarse con unas
nubecillas grises transformadas hacia el sur en nimbostratus violáceos. Mientras
los amigos que bebían cerveza se despedían de Ábrego Jota quien debía marcharse
en un Jeep con rumbo al norte por la vía de Quisiro, la esfera hirviente se
hundía creando sombras chinescas tras los edificios de la “ciudad de fuego”.
Momentáneamente las aguas del Coquivacoa simularon sobre las olas un
chisporrotear sangriento que se apagaba como una hoguera, extinguiéndose.
Arrulladas por el chapotear de los marullos, en la orilla del lago las sombras
de la noche se compactaban en el momento cuando Víctor volteó rápidamente para mirar
hacia el oeste y notó como la isla, su isla, se fundía también en la oscurana.
En el Bar La Providencia,
bajo la luz amarillenta de dos bombillos se hizo presente el pescador
contratado por Rubén. Caronte
Fernández era un anciano flaco y desgarbado aunque
nervudo, quien lucía un sombrerito de paja y fumaba un corto tabaco en un
ángulo de su boca sin dientes. Rubén se adelantó a saludarle y se lo presentó a
sus amigos, quienes se acercaron interesados en saber quien era el hombre que
habría de guiarlos hasta la isla esa misma noche. Le extendieron la mano y
Víctor no resistió la tentación de decirle a Brinolfo en voz baja.
–¡Nombre si tiene! … ¿Caronte?, ¡vaya al carajo!
Rubén se acercó al individuo y le planteó una situación
que le preocupaba. Le explicó que quería pagarle de una vez por el trabajo que iba
a realizar esa noche.
–Habíamos hablado de una parte después, pero creo que
mejor será ahora, no sea que después nos pase una vaina y te quedéis sin los cobres.
El viejo se rió de buena gana y le dijo que sí, que mejor
sería que le pagara de una vez. Después añadió…
–Plata en mano y culo en tierra.
***
El profesor Korzeniowski esperaba con ansiedad las
explicaciones que prometía ofrecerle el teniente Dimitri Yakolev para
justificar su interés por conocer la gravedad de las lesiones que las
micobacterias mutadas producían en los dasypus. Él le había explicado ya, que
era por la vía aérea, que no era ciertamente la usual, como en especie de
nebulizaciones penetraban las bacterias en los animales. Le había hablado de
hamsters, de ratones y de acures y de cómo todos ellos en contacto con el aire
donde estaban las cepas infecciosas, se enfermaban y rápidamente se morían. Le
había comentado sobre como habían tenido que preparar compartimientos estancos
en el bioterio al entender que esta era la vía de infección, y hubo que crear
sistemas de presión negativa con filtros especiales entre las múltiples
precauciones, señalándole que afortunadamente no habían tenido ningún caso de
contaminación humana. Debió relatarle igualmente como expertos investigadores
gringos les habían pronosticado una tragedia puesto que debido a los niveles de
infectividad y peligro de diseminación de la infección, habían tenido que
preparar áreas de aislamiento en el bioterio. La patogenia de las lesiones
inducidas por las bacterias mutadas era diferente a lo que se conocía sobre la
lepra clásica. Las explicaciones de cómo los cachicamos se transformaban en
monstruos que recordaban el aspecto de leprosos en fase lepromatosa, realmente
era para atemorizarse y sin embargo Dimitri persistió en su deseo de penetrar
en las áreas donde pudiese ver si todo aquello que Silvester le contaba era
realmente cierto.
–¿Así de grave puede ser la infección?
Volvió a preguntarle Dimitri e insistió en que poder ver
todo aquello sería para él de una importancia tal que casi podría decirle
realmente sus razones, pero si él tenía algunas motivaciones personales y estas
deberían responder a datos seguros y precisos.
–Ya me has dicho sobre el peligro de infectarse, por eso
quiero visitar los laboratorios de tu mano, contigo, para poder admirar los
resultados de las investigaciones de ustedes, algo nunca visto en el país,
algo…
–¡Pero bueno Dimitri! Podemos ir si quieres y ver desde
áreas protegidas a las camadas de cachicamos. Estamos logrando la reproducción de
ellos en cautiverio. Todo un largo proceso, un trabajo que se lo debemos sobretodo
a la doctora Ruth Romero, ella ha sido quizás la persona que más ha trabajado
con los dasypus y deberías conocerla, ha sido una genial colaboradora. Vayamos
de una vez, sígueme…
***
Omar Yagüe Oliva ha tratado de localizar a Cheo Ortega
desde que salió de su casa. Pero él no le responde por sus dos teléfonos
celulares, ni da señal alguna por su Blackberry. Yagüe está decidido a contarle
su visita al profesor Sarmiento. Desde entonces, después de la madrugada de ese
día sábado, él ha estado muy intranquilo y siente que no puede mentirle a su
compañero. Omar quiere imaginar que ya se buscará un arreglo entre los dos. Que
no todo está perdido y hasta llega a creerse capaz de ofrecerle la otra mitad
del dinero… Si Cheo se lo pidiese, a él, de cierta manera… Eso piensa mientras
conduce su pequeño auto “FiatUno” hacia el Centro Comercial Las Galeras. Sabe
que es posible que Cheo esté reunido allí con su amigote, el que llaman “El
Manú”, un tuerto que se ocupa de distribuir las drogas en la parte baja de la
ciudad y quien actúa desde Las Galeras como si el Mall fuese su cuartel
General. Es uno de los malandros amigos de Cheito y él sabe que “el tuerto”
es incondicional. Desde el estacionamiento decide
insistir llamando a su amigo y uno de los celulares, el Nokia de Cheo le
responde.
– ¿Si?, ¿Quién me llama?
–Soy yo, Cheo, yo. ¡Mijo, me he pasado todo el día
buscándote! ¿Dónde estás?
– ¡Coño Omar!, eso te pregunto yo, ¿Dónde coños estáis en
este momento?
– ¿Porqué me lo preguntas? Soy yo quien necesita hablar
urgentemente contigo, me vine hasta Las Galeras y ya me iba a bajar a buscarte a
que Manú, cuando te encontré por el teléfono. ¿Como hacemos para hablar?
Necesito contarte algunas cosas, algo que sucedió ayer en la noche. Algo que es
muy importante y yo quiero que tú lo sepas.
–Mirá Omar, yo no tengo ahorita tiempo para oírte hablar
pendejadas. Lo que tenías que decirme ya vos mismo lo dejaste bien claro ayer.
Me parece que por esa decisión tuya tendrás que atenerte a las consecuencias. Yo
ya lo hablé con Alcides y entre los dos resolveremos. Está visto que ya no
quieres participar en el asunto, y bueno, ¡nadie te obliga!
–Pero, ¡ya va! Espérate Cheo, ¡que angustia!, tenemos que
hablar, podemos llegar a un arreglo, si tu quisieras, podemos ponernos de acuerdo
y conversar, ¿Qué tal el lunes? Te digo el lunes porsiacaso, pero si quieres
podemos hacerlo hoy, ¿me entiendes?
–Hagamos una vaina Omar. Podemos hablar en tu casa. Nos
podremos ver en El Naranjal, a eso de las siete y media, a las ocho a más tardar.
¿En menos de una hora?
–Si. Lo que digas Cheo, lo que tú digas, yo estoy de
acuerdo. Ya regreso a la casa. Te esperaré allá y fíjate que siento que vamos a
llegar a un acuerdo favorable. Ya verás. Chau Cheito.
–Adiós Omar,
nos veremos.
***
Pinilla se sienta en casi el único sitio indemne de la
casa, uno de los sillones forrados en plástico azul que no ha sido
despanzurrado por el cuchillo de cocina en la afanosa búsqueda del paquete
envuelto en plástico que nunca logró encontrar. Se sirve más whisky de la
botella de “Something Special” en el vaso con hielo y saca un paquetito de la faldriquera
de su pantalón. Lo coloca sobre la mesa, vacía una parte de su contenido en el
vidrio que protege la mesa y se restriega un poco en las encías, antes de
devolverlo a su sitio, luego se agacha sobre el polvillo blanco y lo aspira
primero por una fosa nasal y luego por la otra con estridor. Después, se sacude
y parece decidirse. Llamará a Don Cheo por su teléfono celular.
–Señor Don Cheo, soy yo Germán Pinilla y le tengo malas
noticias. El paquete no está una mielda aonde me dijo usté y no está en ninguna
parte. Puse la casa patas arriba y no encuentro un sebillo. Dígame que debo
hacer…
–¡Gordo marico! Yo me temía que eso podría pasar. ¡Que
verga!, De seguro Omar lo escondió en otro sitio, pero tendréis que esperarte, solo
es un rato. En menos de media hora el pájaro llegará al nido. ¡Ese coño va pa
llá! Vos tenéis que esperarlo y averiguar donde carajo puso el paquete. A lo
mejor vais a tener que sacarle la mierda, lo que sea pero que te diga donde
está, que hable, y mirá, atendeme.Vos ni sabéis que yo existo, ¿okey? Tenemos
que tener esa “boloña” para esta noche. La están esperando para el trueque, así
que vos, esperá por él y resolveme rápido este peo.
***
Avanzaban por un estrecho pasillo con paredes de vidrio,
que eran dobles y permitían divisar en un área, un par de metros por debajo de ellos,
el sitio donde en compartimentos separados se encontraban las parejas de
cachicamos sobre camas de paja seca. Avisos en letras rojas señalaban diversas
instrucciones de precaución. El techo del pasillo y de los espacios que se
observaban a ambos lados estaba surcado por tubos de diferente color y por
ductos de ventilación aluminizados. La temperatura del ambiente era de unos 15°C y el aire se respiraba
con un cierto aroma antiséptico. Silvester le explicó a su amigo que deberían ponerse
máscaras protectoras para acercarse hasta el sitio donde estaban los dasypus
enfermos. Descendieron por una escalera de caracol y en una pequeña habitación
muy iluminada y de paredes blancas muy brillantes tomaron las máscaras y se las
colocaron sobre el rostro. Atravesaron dos puertas muy gruesas que se cerraron
herméticamente antes de hallarse ante varios compartimentos iluminados por luz
blanca y donde se encontraban casi inmóviles unos diez animales cuyo aspecto no
era el habitual. Los cachicamos de nueve bandas presentaban una apariencia muy
diferente a los que habían admirado previamente en los otros espacios
visitados. Parecían algunos haber sido revestidos por una cubierta gelatinosa
de color amarillo parduzco, húmeda como una sanguaza filante y mucoide. Dimitri
se detuvo y a través de su máscara insistió ante Silvester…
–¿Donde están los bacilos? ¿Los guardan en tubos? ¿Están
en suspensión?
El profesor Korzeniowski le hizo señales a Dimitri para
que lo siguiera y descendieron por una estrecha escalera hasta una puerta con
la parte superior protegida por doble vidrio. Desde afuera al oprimir un botón
en la pared, se encendieron luces blancas dentro del recinto y fue posible
admirar sin que pudiese percibir olor alguno, una cantidad de jaulas con
ratones, ratas blancas y acures. Entonces Silvester le señaló un área aislada
dentro de la habitación con varios aparatos con aspecto de congeladores y de
neveras en su interior.
–No entraremos, pero allí en los freezers y en las
neveras están las corinebacterias mutadas, la hemos tipificado con siglas de la A a la H, ya un grupo está siendo
evaluado el comportamiento y la agresividad en mamíferos pequeños y en los
cachicamos que están en el primer laboratorio que visitamos.
–Es algo increíble.
Silvester comenzó a regresar por donde habían venido y
Dimitri le siguió. Hasta llegar al sitio donde se quitaron las máscaras no
había podido hacer ningún comentario, pero en ese momento el profesor le propuso
que regresasen a su oficina para terminar de conversar. Después le dijo.
–Espero que habiendo visto ya todo lo que querías puedas
explicarme el real interés de tu curiosidad por estas cuestiones de la
investigación microbiológica.
***
Pinilla en la oscuridad se sacó su Beretta 92 de la parte
trasera del pantalón y la puso sobre la mesa. Se quedó pensando que él nunca
había matado a un cura y luego reflexivo (…pinga!, niuna mielda e cura…) se
dijo mentalmente que él no era un asesino, porque siempre había tenido sus
métodos para convencer a la gente. “En lo que no eres bueno un coño gordomarico
es buscando bojotes ni boloñas”… Esto pareció decirle un diablillo burlón por
encima de su hombro izquierdo y él reaccionó molesto, espantándolo con un gesto
y dio un manotazo hacia atrás (…zape bicho!...). Tomó de nuevo la pistola y
revisó el cargador (…veinte balas, SEBIN si quesbueno, jeje…). Volvió a su
faltriquera y aspiró otro polvillo chupándose los dedos (… voyaestarpericúo,
jeje…). De repente sintió el murmullo del motor del “FiatUno” de Omar Yagüe que
se estacionaba en la calle frente a la casa. El gordo se puso de pie, tomó la Beretta y se ubicó detrás
de la puerta. La impresión de Omar al encender la luz le impidió hablar. Su
casa era un muladar encharcado, el agua llegaba hasta la sala y el estropicio,
hasta donde se podía ver, era un horror. El gordo le presionó con la pistola en
la nuca y le pidió en voz baja que se sentara, cosa que el cura hizo en el
sofá, temblando y muy pálido. Luego se quedó observando al hombre y escuchó
cuando le dijo que estaba ya dispuesto a acelerar las acciones para terminar exitosamente
el cometido que le fue encomendado. Pinilla comenzó explicándole al cura que
había venido a buscar la mitad de “su boloña”, y que “no se le hiciera el
güevón ni el loco”. Le confirmó que no estaba en el baño y que había desarmado
casi toda su casa para hallarlo, sin éxito, por lo que estaba bastante cansado.
Realmente estoy arrecho. Eso le dijo, e insistió en que no quería perder más
tiempo. Le sugirió que “por las buenas” hablara, pero que lo hiciera de una
vez, porque no iba a esperar más por él y le advirtió que no iba a tener
contemplaciones. Se bebió el vaso de whisky y le preguntó a Omar si no quería
un trago y ante su negativa, él volvió a servirse hasta llenar el vaso y
comenzó a restregarle la
Beretta en las narices. Un rato después ya Omar había recibido
varios golpes con la cacha y sangraba por la nariz, pero todavía se negaba a
hablar. Pinilla lo levantó por los hombros y lo sacudió arrojándolo al piso
para patearlo, pero en la caída, la frente de Omar se golpeó con el filo de la
mesa y comenzó a sangrar copiosamente. Sintió desvanecerse y vio como el hombre
le daba de cachetadas sin dejar de preguntarle, donde, ¿dónde?, ¿dónde está? En
medio de una nube roja que le impedía ver, Omar quien aceptaba que estaba en
una situación complicada, inicialmente se imaginó que con su labia sería capaz
de disuadir al hombre, pero a la vez sintió como si lo que estaba viviendo era
algo que ya había sucedido antes, era como una especie de deja–vu, como un
recuerdo lejano y comprendió que si continuaba terqueando iba seguramente a
perder la vida, así que en medio del mareo y sangrando por la herida en la
frente, comenzó a balbucear algo, pero un castañeteo de los dientes inducido
por el terror le impedía hablar. Entonces Pinilla lo agarró por el cuello.
–¡Pero piazocoño! ¡Hablá de una vez malparío!
Un susurro salía de la boca de Omar y su agresor creyó
entenderle algo, así que decidió limpiarle la sangre de la cara, y comenzó a
sacudirlo como un fardo, para tratar de entender que quería decirle. Le preguntó
entonces…
– ¿Cómo?, ¿que decís?, ¿en la nevera?, ¡en la nevera, no
joda!, si esa mierda ya la vacié. Vamos pallá!
Lo arrastró por la correa del pantalón hasta la cocina
donde el chorro de agua no paraba de salir de la pared por lo que aprovechó
para tomarlo por el cuello y le puso la cara contra el agua que lavó de
inmediato la sangre con lo que quedó al descubierto una brecha que se había hecho
en la frente. La herida seguía sangrando. Entonces el gordo volvió a
restregarle la Beretta
en la cara. Su paciencia parecía estar llegando al límite cuando nuevamente le
dijo.
– ¡Me mostráis donde coños en la nevera stáesamielda
trimardito, porque lo que soy yo, ya me cansé!
Yagüe con cara de dolor notó como la vista comenzaba de
nuevo a ocultarse por el rojo de la sangre y gimoteó negándose a hablar. Eso bastó
para que Pinilla le asestara una par de patadas al cuerpo. Omar cayó boca
arriba y trató de protegerse la cara de los golpes que con la pistola le
propinaría el hombre cuando dio un grito aterrador mientras señalaba hacia la
pared con una mano.
–¡Atrás!, Atrás de la nevera.
Pinilla se dirigió al refrigerador y abrazándolo logró
moverlo de su sitio, finalmente de un empujón lo tumbó al suelo dejando ver una
tapa de madera que cubría la pared en un área menor de un metro de diámetro. De
inmediato tomó el barretón y golpeó la madera hasta romperla para dejar ver
envuelto en plástico negro un bulto de lo que tendría que ser “la boloña”, o lo
que antes fuera una parte de “las lechugas” del padre Yagüe. Sangrando todavía
por la frente, Omar yacía en el suelo, seguramente esperando su final. Pinilla
revisó su “boloña” rompiendo el plástico en una esquina y pudo ver muchos
paquetes con billetes verdes, eran dólares de los del Tio Sam y él pensó que de
veras eran verdes, “del verde, verde limón”. Después mirando al remojado cuerpo
sangrante de Omar, de espaldas echado en el suelo, pensó que era mejor
preguntarle a Don Cheo que hacer con el dueño de la casa. Así que lo llamó a su
teléfono Nokia para darle, al fin, buenas noticias.
***
El teniente Dimitri Yakolev luego de visitar los
laboratorios, había tomado la determinación de sincerarse con el profesor
Silvester Korzeniowski. Momentáneamente había disminuido la insistencia del profesor
judeo–polaco en saber porqué su amigo bieloruso estaba tan interesado en el
poder letal de sus coriebacterium leprae sobretodo
y precisamente cuando los bacilos habían mutado. Dimitri le había prometido explicárselo
de una manera sencilla. Entonces, con mucha sangre fría y sin más preámbulos,
Yakolev comenzó a relatarle a su amigo sobre su búsqueda a través de una larga
historia, su sueño, una especie de esperanza, la de poder contar con un tesoro,
un regalo que él aspiraba tener para ofrecérselo a su presidente y que habría
de sellar la unión de Belarus con la Madre Rusia. Un presente que sería apreciado y
serviría para diferenciar a Blarus como una potencia, y a la vez, distanciaría
a su país cada vez más de la vecina Ucrania y de sus burócratas y sus políticos
occidentalistas. Entonces sin reparo alguno regresó a su vieja historia para relatarle
las vivencias de sus años mozos, cuando Rusia estaba presente en Afganistán y
su amigo, casi pariente, Viktor Vladimirovich Sheiman era comandante del
ejército ruso en aquella nación, mientras que él iniciaba sus acciones como un
bisoño en la KGB. Tras
un viaje por tierra desde Kabul hasta Peshawar, el destino le proporcionó un
accidente en la carretera que le provocó una lesión del fémur y le obligó a
hospitalizarse en Peshawar. En esa ciudad de Pakistán donde la lepra es una
enfermedad endémica, existen un par de hospitales, el Lady Reading y el
Peshawar–Kai, donde él tuvo la suerte de conocer a un par de investigadores
japoneses quienes habían detectado mutaciones en las muestras de bacilos de
lepra provenientes de ambos hospitales. Le relató a Silvester como Shinji e
Hiroaki le explicaron como las mutaciones alteraban las secuencias en diversos
genes de las micobacterias, específicamente ellos le hablaron sobre los genes folP1,
rpo B y gyrA de
los bacilos de la lepra, y, como estos al mutar habían provocado modifi
caciones de la estructura de la cubierta bacteriana que las transformaba en
gérmenes resistentes a los tratamientos. Silvester no salía de su
asombro oyendo como el amigo bieloruso conocía hasta los genes de sus
micobacterias y sin terminar de comprender hasta donde iba a llegar, continuó
escuchándolo con gran atención. Entonces el teniente Yakolev le comentó sobre
las reuniones de la cúpula del Ejército Rojo en Kabul y de cómo él, como un
bisoño funcionario de la KGB,
estuvo presente en las decisiones sobre el uso de armas químicas y de la
posibilidad de usar armas biológicas en los combates.
–Desde ese entonces he venido con una idea fija que he
ido madurando con el correr de los años. Las características ideales de las
armas biológicas tienen que ser primeramente poseer siempre una infectividad grande,
una alta potencia, y el lanzamiento de ellas debe ser dispersado como un
aerosol. También sabemos que es necesario al usarlas, tener a la mano o al
menos contar con la disponibilidad de vacunas, y en eso, puede ser que caigamos
en otra controversia, pues si de vacunas hablamos, nos podemos referir al
ejemplo de la llamada vacuna creada en este país. No todo el mundo la acepta
como tal. Eso usted debe saberlo, puesto que todos sabemos que una vacuna no es
lo mismo que crear reforzamientos del sistema inmune para protegerse contra
ciertos agentes infecciosos y menos aún pensar en llamar vacuna a ciertos
estimuladores del sistema inmune para protegerse contra la aparición de mutaciones
que puedan conducir al cáncer. Usted, estoy seguro que me entiende muy bien
porque usted es un experto en estas cosas, mi estimado profesor Korzeniowski. Silvester
estaba boquiabierto, no podía en medio de su asombro articular palabra alguna.
De manera que Dimitri prosiguió su perorata sin inmutarse.
–Yo les he propuesto que usemos los agentes infecciosos,
en este caso, los bacilos de la lepra mutados utilizando la tecnología de las llamadas
bombas en racimo, puesto que de esa manera lograremos la necesaria amplitud,
sobre todo si utilizamos un gran número de sub– municiones bacilares. Así pues
que las bombas en racimo, de bacilos mutados, estarán concebidas de tal modo
que cada una habrá de contar con cientos de “bombitas” que se deben dispersar
desde el aire y que por no estallar todas terminarán convirtiéndose en una
especie de minas para poder provocar daños permanentes. Debo informarle
estimado amigo, que estoy muy claro y soy consciente de que este tipo de
armamentos fue prohibido desde el año 1997 en la Convención de Ottawa y
se también que fue ratificada su prohibición en Oslo a finales del año
2008. Pero, venga y le cuento algo mi amigo Silvester,
pues parece estar usted sorprendido de todo lo que le estoy explicando y ¿sabe
una cosa? En aquella ratificación que se dio en Oslo, ni los Estados Unidos, ni
China, ni Israel, ni la India,
ni Pakistán, y como era lógico esperar, ni la misma Rusia estuvieron presentes.
Así que ¿dígame usted si yo soy un monstruo cuando me atrevo a hablar sobre
estas cosas con usted? Las naciones del mundo hacen fríamente la tarea que
estoy cumpliendo yo, crean armas biológicas, pero lo hacen silenciosamente,
ocultas, falseando la verdad. Ellas si pueden hacerlo. ¿Entonces, ellas no son
tan malas como yo? Yo, para que usted me entienda, me he atrevido a hablarle
con toda claridad, con sinceridad buscando su opinión, para que vea que mi amistad
para con usted es sincera…
( continuará )
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