El año de la lepra
Jorge
García Tamayo, 2011
Capítulo 13
En 1841 decidió Luís Daniel quedarse para siempre en el
país donde ya su hermano vivía, en la tierra firme de América. No lo hizo en
Maturín. Razones del corazón le llevaron a decidirse por la ciudad primogénita
de Venezuela. Cumaná descansaba rendida a la sombra de El Castillo de San
Antonio, sobre el cerro Colorado y su gente habitaba plácidamente en casas que
habían crecido en las riberas del Manzanares e iban hasta su desembocadura en
el mar que baña las costas serenas del Golfo de Cariaco. Cumaná, donde tenía su
asiento la casona de la familia de Don Dionisio Sánchez Centeno y doña Inés
Mayz Alcalá, padres de Ignacia Sánchez Mayz. Luís Daniel recordaba
persistentemente a la Ignacia
de su juventud. Era una niña, cuando él la vio por vez primera, y luego durante
sus viajes y en sus sueños, el amor le comenzó a desmigajar el alma. Luís
Daniel quedó prendado de ella desde el primer momento, la tarde de su visita a
la familia Mayz de Cumaná. Había viajado por el país de la tierra firme por
primera vez y lo hacía como “viajero naturalista”. Después de regresar a Europa
para finalizar sus estudios de medicina, volvería al país donde conociera a
Ignacia. Al año siguiente de haber regresado a Cumaná, el diez de noviembre del
año 1842, Luís Daniel de 35 años e Ignacia de 16, contraerían matrimonio, y de
aquella unión nacerían tres hijos hasta que la muerte tuviese a mal separarles
para siempre.
Cuando en el mes de febrero del año
1871 el doctor Beauperthuy tomó la decisión de dejar su casa de Cumaná para
irse a la Guayana
Inglesa, abandonó aquella casona donde habían transcurrido
casi 30 años de su vida. Una casa que él había construido para su esposa
Ignacia Sánchez Mayz, y al irse de viaje, no supo porqué, pero tuvo el extraño
presentimiento de que no volvería a verla. Había aceptado con emoción la
propuesta de los ingleses y se fue de Venezuela ya siendo un hombre mayor.
Tenía sesenta años y se iba fuera de su país para vivir en precarias
condiciones, en una casa de madera a orillas de un río en medio de la selva.
Abandonó su casa, allá donde él y su esposa vieron nacer y crecer a sus tres
hijos Pedro Daniel, Ignacia e Inés, y se fue de Cumaná, ilusionado y a trabajar
en un pequeño hospital, también de paredes de madera, recién creado, en una
isla en medio del río Esequibo, un sitio atestado de enfermos de lepra. Otro
leprosario.
Pensarás en ella haciendo un análisis retrospectivo y no
podrás evitar que el aroma a melaza y a papelón venido desde el trapiche de tus
soñadas haciendas en Cumanacoa llegue hasta ti con el eco de los gritos de los
hijos y de los sobrinos. Recordarás sus travesuras y todas las vicisitudes de
la vida hogareña te llegarán en torrentes. Los recuerdos de los días de
felicidad con Ignacia y de las épocas vividas en tu finca La Rinconada. Piedra
sobre piedra y la argamasa y la pintura blanca, en la resolana de los días de
trabajo sabroso, los emocionantes ratos de tantas vivencias como fueran las que
conllevaron a la construcción de aquella casa de la hacienda, en la vecindad de
las montañas verdes a la sombra de los grandes apamates y desde donde se
divisaban las siembras de café. Una vida entera en compañía de ella y de tus
hijos pequeños, se agolpará en tus ojos como lagrimones y asediará los muros de
tu conciencia. Volverás a ver el verdor de la montaña y a sentir a tus sobrinos
correteando por los sembradíos de caña y de tabaco. El aroma del café llegará
hasta ti. Vivencias estas que alimentarán tu espíritu abatido ante los pobres
resultados de tus intentos por curar el terrible mal que deforma a los
pacientes de la isla Kaow. Rememorarás entonces la muerte de
Inesita, tu hija menor y a pesar de que sientes
profundamente una triste y cristiana resignación, no cesarás de pensar en ella.
Pasarás entonces a relatarle por carta a tu mujer, cuan presente tienes en tu
memoria a tu querida hija, tan jovencita y fallecida tan poco tiempo atrás…
Martes 24 de junio, 1871; 11:00 pm
El rudo trabajo diario se traduce para ti en noches de
insomnio, en un inmenso cansancio que abate tu humanidad. En tu hamaca,
sudoroso, no duermes escuchando el rumor de las aguas del Esequibo y los ruidos
de la selva, graznidos y el ulular de agoreras aves nocturnas, ladridos lejanos
de monos araguatos, y se te hace estridente el chirrido interminable de cientos
de insectos en la oscuridad cambiante. Ellos te acompañan en tu desvelo. Sabes
que lo has dejado todo para vivir entre esos leprosos indigentes, y no cesas de
pensar en tu mujer Ignacia, y en tu casa solariega, lejana, allá en Cumaná…
Piensas también en tus hijos, y los recuerdos del pasado
llegan hasta tu espíritu abatido, piensas especialmente en Inés tu hija menor,
fallecida soltera a los 18 años, y padeces ante los lentos resultados de tus
intentos por curar el mal que deforma a tus pacientes. Te levantas y con la
claridad de la luna, mientras observas acongojado las aguas del río, las ves
correr rumorosas y escuchando lejanos murmullos y gritos sientes como se van
creando ecos en la selva. Atisbas la sombra azul magenta de la isla y tratas de
detectar los techos del pequeño hospital, pero no observas más luces que las de
los cocuyos que aparecen y desaparecen. Tú, Luís Daniel, tú quien estabas tan
seguro de que en esa pequeña isla habrías de hallar la cura para el terrible
mal…
Te levantas de la hamaca y te sientas frente a la mesa.
Después de pensar un rato en tus hijos fijas de nuevo la atención en Inés. Se
nos fue. Lo dices para ti mientras te sientes arrastrado por la nostalgia y la tristeza.
Entonces suspiras e imaginas la figura de tu mujer y quieres recrearte en las
líneas de su rostro cuando hundes la pluma en el tintero, y extiendes el papel
donde le escribes:
“Querida Ignacia: este lugar destinado para vivir con
José y Lorencita, es sano, bien ventilado. La casa es grande, pero no podría
albergar una familia tan grande como la mía”…
Después piensas en el doctor Sheringan y en las
contradicciones que asedian el natural desarrollo de tus actividades laborales
en la isla Kawo, pero tuerces la boca en un gesto amargo y desechas los malos pensamientos
para escribir a continuación.
“Los enfermos están ya en curación. El gobierno de
Demerara y sus habitantes favorecen mi empresa y estaría feliz si no fuera por
la separación de mi familia”.
Estas vivencias eran revisadas por Luís Daniel en su casa
de madera a orillas de río Esequibo para luego regresar a las cosas que se
habían sucedido en el curso de los últimos meses. Como el río lleva sus aguas hasta
la mar, así vería él transcurrir las horas y los días, y sus recuerdos también viajaban hacia el mar, hasta su
tierra tan lejana, su familia allá en Cumaná, y Luís Daniel comenzará a padecer
los efectos de una profunda depresión. Sentirá una gran soledad por la ausencia
de su esposa y de sus gentes. Intentará cada día convencerse a si mismo de que
está viviendo una situación temporal, de que a pesar de todo, él se debe a todos
aquellos infelices que padecen por el horrible y deformante mal de la lepra. Le
escribe nuevamente a su mujer e insiste en que pronto llegará el momento en que
descubrirá la verdadera cura para el mal… Beuperthuy el médico, había nacido en
una isla del Caribe y se formó en Paris. Había tenido la oportunidad de dedicar
parte de su tiempo a viajar por diversas ciudades de Venezuela en la tierra firme
de América por lo que conocía bastante del país. Estuvo en Caracas la primera
vez cuando tras visitar a su hermano en
Maturín, había recorrido los llanos y los valles de Aragua para en su condición
de viajero naturalista, informar al museo de París sus hallazgos sobre la
naturaleza y los habitantes de la tierra de gracia. Ya radicado en Cumaná,
habría de volver a los llanos, y estaría ausente del país unos meses para
visitar a sus padres en su tierra natal, la isla de Guadalupe. Dos años después
de haberse radicado en Cumaná, el 20 de mayo de 1844, Luís Daniel habría de
revalidar su título de Médico en la Universidad de Caracas, y pasaría a formar parte de
Juntas de Sanidad siendo designado con diversos cargos por su desempeño como un
eficiente médico dedicado al cuidado de los enfermos e interesado en temas
sobre la salud pública. Entre 1853 y 1854 ejercería como médico en su ciudad,
Cumaná, cuando esta fue destruida por un violento terremoto y azotada su
población luego por epidemias de fiebre amarilla, de viruela y de cólera. Fue
nombrado Médico de los pobres y Desvalidos en 1865 y en 1867 se le otorgó un
nombramiento de Médico del hospital de Lázaros.
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