Te acordáis Nestor de aquel libro de
tapas verdes, el Consejero Médico del Hogar, estaba allá arriba, escondido, en lo
alto del closet de papá. Allí me encontré también aquellos dos volúmenes
amarillentos, sarmentosos, de hojas quebradizas, dos libracos que decían Memorias de un venezolano de la decadencia, Editorial Elite año 1937. Ellos
también estaban ocultos, muy altos, en lo alto, en el closet de papá, pero yo
los había detectado...
Cuando me dejaban solo en casa, me
encaramaba en una silla y los bajaba, los ponía sobre la cama de papá y
cuidadosamente iba hojeándolos. Los volúmenes amarillos tenían en la mitad
fotografías y mostraban lo que fue la Rotunda, un edificio con un plano lleno
de cubículos que lucían pequeños, de paredes muy sucias, empegostadas y los
grillos, que eran montones de hierros, usados en las piernas por unos señores,
casi todos de espaldas, con pantaloncitos cortos.
Allí vi fotografiado al general Gómez y
a un señor que se llamaba Nereo Pacheco, era como el jefe de ese presidio,
además había fotos del Castillo de Puerto Cabello y el libro decía muchas cosas
que ocurrieron en mi patria, relatadas por el autor, un tal José Rafaél
Pocaterra. Yo era solo un niño y sabía que él, José Rafaél, había vivido en
Maracaibo y había sido amigo de mi papá, eso lo supe cuando luego de
preguntarlo insistentemente, al fin mi papá nos relató, en voz baja, las
historias de cuando su amigo había estado confinado en varias prisiones de
Venezuela.
Los cuentos de papá sobre sus amigos de
juventud, me hacían creer que todo cuanto aparecía en aquellos dos volúmenes
sarmentosos tenían que ser cosas rigurosamente ciertas y lo que no comprendía
bien era porqué estaban arriba, en el closet, porque no eran lectura para
niños. Por todo eso, yo me imaginaba que era muy peligroso hablar del general
Gómez, pero entendía que él ya se había muerto, eso ocurrió muchos años atrás,
me decía, ¿y entonces?
Más extraño me resultó el hallar otro
libro, con tapas gruesas y una cubierta protectora, se llamaba, “Una aureola para Gómez”. Las cosas se confundían en mi mente de niño de seis o tal vez de siete
años... ¿Sabéis Nestor lo que decía
sobre la decadencia de nuestra patria? Ahí, estaban unas frases, en una carta,
al comienzo del primer volumen, algo que había escrito el señor Pocaterra el
año 1937, desde el Canadá, esas frases, a mí se me grabaron, sus palabras
impresas, las releí hasta casi aprendérmelas de memoria, eran unas líneas...
“La Patria, andrajosa,
enferma, negada, poseída, abandonada en el fondo de una barranca aragüeña”. Yo nunca pude entender por qué tenía
que ser aragüeña la barranca… Pero, querido Nestor, a mí me parece que aunque
seamos primos, aunque crecimos juntos, no sé por qué pero los dos vemos a la
patria de una manera muy diferente, no lo sé, pero dudo mucho de que vos podáis
imaginártela desbarrancada...
... “Apúñase los pezones
martirizados, estrecha los muslos dilacerados y con la voz rota de angustia y
muy debil y muy tímida, para que no vuelvan sobre ella los que la enmascularon
de asalto; está cantando desde su corazón, en la moza del rancho, en la
obrerita de la alcabala, en “la niña”de la ciudad, el arrullo del porvenir, ese
“duérmete mi niña que tengo que hacer”...
Muy seguro estoy, querido primo, que, a
vos, que te gusta escribir, estas cosas, cuando las leéis, no te agradan. Para
vos la patria es algo menos sensiblero y más pragmático, casi puedo jurar que
en tu opinión, nunca vivió momentos que ameritaran la creación de una prosa
tan, ¿populista? ¿Es así como la llamarías vos?...
...No lava pañales porque
no los hay y si los hay, están sucios de sangre y de lodo; no hace de comer,
porque le dejaron vicio y se llevaron el pan. Pero ella tiene que hacer.
Nutrir, formar y educar el futuro que pernea en la cuna, aún mal lavado de
adherencias placentarias, la boca en queja, los ojitos nublados. Por la
carretera se fueron los truhanes con las armas al cinto, jugando el botín y la
paternidad a cara o cruz”...
¿Verdad Nestor que son muchos? Un
mollejero de truhanes los que han exprimido y saqueado a la patria… A tu
patria, a la mía, a nuestra patria y se han ido, a disfrutar sus usufructos
afuera, o se han quedado para digerir en silencio su botín. ¿Cuantos no viven
de eso? Y como lo disfrutan, con fruicción...
Estoy seguro de que, a vos, estos
comentarios, a lo mejor no te van a gustar, porqué sé, me consta que vos
preferís ver a la patria de otra manera, sin tanto melodrama, sin el populacho,
y yo te entiendo, desde que éramos niños, yo te entiendo. De todas estas cosas,
querido Nestor, te cuento de cuanto hube leído en aquellos dos volúmenes de
hojas quebradizas, donde hay una escena muy especial, una vivencia que guardo
en mi conciencia y que la llamo, la del bravo pueblo.
Cuando tengáis tiempo, revisala Nestor,
está al final de segundo capítulo, leétela y tal vez entenderéis, de niño a
niño, cómo y porqué yo aprendí, bajando esos libros de lo alto del closet de
papá, a querer a una patria maltratada, a sentir amor con dolor por ella,
siguiendo línea tras línea, en la lectura, las palabras escritas por Pocaterra,
con los compases del “Gloria al Bravo Pueblo” sonándome en mi conciencia…
NOTA: este artículo ha sido copiado
textualmente de mi novela “La Entropía Tropical” (EdiLUZ, Maracaibo, 2003) pags
183-185. Previamente fue publicado en este blog lapesteloca hace casi una década, el año 2015, lo que explica el porqué del título de “Otra vez”.
Maracaibo, viernes 14 de junio del año
2024
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