La literatura y la
historia no son lo mismo, ellas persiguen objetivos diferentes. Si bien es
cierto que ambas generalmente buscan la verdad, ellas analizan verdades que son
opuestas. La historia cuenta lo que ya ha sucedido y la novela relata lo que
podría suceder. Esta realidad diferente estaba a la vista desde los tiempos de Aristóteles,
quien de manera general llamaba “poesía” a la creación literaria…
Bartebly, el escribiente de Herman
Melville es un relato que podríamos denominar “kaffkiano” y sobre esta idea, Borges
afirmaba como desde mediados del siglo XIX ya Melville definía todo un género
que iba a necesitar una espera hasta 1919 cuando Kaffka lo reinventa y
profundiza. Todo eso que puede titular estos breves comentarios sobre la novela
y sus formas que representan absolutamente todo lo que se desee, siempre
dependiendo de la manera cómo sean relatadas las cosas.
La novela no es
sencillamente entretenimiento. La novela se transforma en una herramienta de investigación
existencial que puede y tiene que ser utilizada para ampliar nuestro
conocimiento de la naturaleza humana. Por otra parte, la historia no es un
juego sencillo ni puede verse como un pasatiempo. La historia es algo muy serio
y la literatura puede ser utilizada para atreverse a encarar los asuntos
morales y políticos de la historia que deseen los autores. La novela es capaz
de construir grandes realidades ficticias que logran ser tan potentes y persuasivas
como si fuesen historia verdadera.
Borges no vivió
encerrado en una gigantesca biblioteca, ni Kaffka paso su vida sumido en la
vertiginosa lucidez de sus pesadillas; no eran ellos seres de ficción, como
relata el escritor Javier Cercas sobrelo que creía de sus héroes cuando tan
solo tenía 18 años y era un lector compulsivo. Pero la historia nos dice que
Borges tampoco ignoró nunca la vida política de su país Argentina. Borges
siempre la tuvo muy presente en su mente, y tanto como Kaffka, un ser que
pudiese encarnar a “el intelectual”, siempre supo identificar cual era “enemigo
de su pueblo”. Kaffka, Ibsen, o Camus, tuvieron toso ellos la valentía de
pensar con lucidez y decididos actuaron escribiendo según las ideas que tenían
en mente.
Isahiash Berlin
planteo una teoría sobre los valores y el pluralismo basada en el principio de la bivalencia aristotélica.
En este sentido, de acuerdo con la idea, una cosa no puede ser más que
verdadera o falsa. Ninguna pregunta puede tener dos respuestas porque solo puede
existir una respuesta correcta y las demás respuestas serán erróneas. En otro
orden de ideas, Berlin afirmaba la existencia de un método para descubrir esa
ansiada respuesta y adiccionalmente, todas las respuestas deben ser compatibles
entre ellas.
En medio de estos
conciliábulos introspectivo, Berlin sostiene que no todos los valores
perseguidos por la humanidad, ahora y en el pasado, son siempre compatibles. En
otras palabras, aunque existan verdades que son contradictorias, la idea de un
mundo perfecto y armonioso no solo es impracticable, sino que es incoherente y
hasta peligroso. Para Berlin, el monismo-totalizador es una corriente que
dominaba el pensamiento occidental y esta resultaba ser la base de una idea
utópica, que constituirá la justificación ideológica de los totalitarismos de
siglo XX y de todas las carnicerías que estamos presenciando en este siglo XXI.
Todas estas
reflexiones, que iniciamos hablando sobre la novela y la historia, fueron analizadas
por el escritor Javier Cercas en el verano del 2014 en sus “conferencias de
Weidenfell” y en Oxford el año 2015 para insistir en que, en las novelas, el
autor es tan dueño de la obra literaria como el lector y que como en la
anatomía normal del ojo donde existe "un punto ciego”, en las novelas también
hay lo que él denomina “el punto ciego” que no pude nunca desestimarse. Por
ello si regresamos a la historia real y verdadera y la literatura de las
novelas, habrá que atenderle al punto ciego del lector en cada una de las
creaciones literarias.
En este mismo blog y hace ya muchos años, citaba yo a Javier Cercas en noviembre del 2016 (https://bit.ly/2z82wMN) y citaba nuevamente a Javier Cercas a propósito de “El lector soñado” donde decía que: “la literatura no existe por sí misma aislada del lector; aislado del lector, un libro es apenas letra muerta, y sólo cuando el lector lo abre y empieza a leerlo, es decir, a interpretarlo, empieza a operar la magia de la literatura”…
“Es la verdad: un libro es sólo una partitura, y es el lector quien la interpreta; si no hay lector, no hay libro”...
En 2022 dije en
este blog que Javier Cercas
afirmativamente insistía en, que: “en las novelas no deben existir
respuestas claras sino preguntas contundentes, y que esas son como un punto
ciego. ¿Don Quijote estaba loco? ¿Qué buscaba Ahab al perseguir a Moby Dick?
¿De qué se le acusa realmente a K en El Proceso? Las respuestas las debe soñar
el lector”.
En este blog me he referido antes a mis novelas y a sus conexiones con
la historia. Puedo avanzar en ellas, desde la publicación tardía de mi primera
novela La Entropía Tropical (EdiLuz 2003) donde existe la
historia interpuesta de Nabonido el último rey de Babilonia, y
regresar a La Peste Loca (1997) donde serán los presidentes de
Venezuela desde Betancourt hasta Lusichi quienes
son dilacerados en medio de los acontecimientos de la historia del mundo en una
fiesta del lenguaje. En El movedizo encaje de los uveros (2003)
el presidente Cipriano Castro y Rafael Rangel crean
el marco para hablar del país a comienzos del siglo XX.
Si continuamos analizando una de las novelas que fue literariamente
premiadas (Bienal Elías David Curiel 1997) Para subir al cielo… (1998-re
editada en 2016), será la historia de El Bosco-Hyeronimus Bosch-
la que corre en paralelo a un fin de semana en la capital alrededor de muertos
en la Morgue de “Bello Monte” y narcotraficantes. En “Ratones desnudos”(2011)
una historia de médicos e investigadores gira alrededor del doctor Fernández
Morán, y en la novela “El año de la lepra” (2011) citada
en abril de este año (https://bit.ly/3AHXTsk)
es la historia del médico investigador Luis Daniel Beauperthuy la
que se narra en los capítulos impares de la novela.
En mi novela “Vesalio el anatomista” (2016) se
narran los acontecimientos en la vida de Andrés Vesalio durante
el siglo XVI. He dejado por fuera a la primera de mis novelas laureadas (Bienal
José Rafael Pocaterra 1994) muy divulgada (tiene ya 3 ediciones 1994, 1998 y la
edición especial del 2011 con 812 referencias) “Escribir en La Habana”,
recientemente también en Amazon donde
se analiza por medio del cine, la literatura, la música y el sincretismo
religioso, la mal llamada “revolución cubana” y los acontecimientos que se
provocarían en Cuba el año 1989. A
pesar de etas coincidencias, no son “novelas históricas”.
Para finalizar quisiera señalar que los límites entre los distintos
géneros y subgéneros de la novela histórica son tan fluidos que no siempre es
fácil deslindarlos. El diario es un género "íntimo"
como las memorias donde la diferencia más llamativa es su
ordenación cronológica y; fue utilizado como un importante baluarte de “El
año de la lepra”. La biografía y sobre todo la autobiografía,
tanto la real como en la literaria ficticia el autor no tiene que respetar las
exigencias de una autenticidad histórica; en mis novelas esta modalidad de
estilo autobiografico, aparece en mi última novela publicada recientemente
en Amazon “El proyecto opossum” otra novela que tiene mucho que ver con
los rabipelados, como también existen protagonizando “El año de la lepra” .
Maracaibo, martes 11 de junio, del año 2024
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