domingo, 18 de agosto de 2013

... de la novela "El movedizo encaje de los uveros"

Una muestra de la"Quinta Parte"de la novela "El movedizo encaje de los uveros", editada por la Facultad de Medicina de la UCV y la Facultad de Medicina de LUZ, en diciembre del año 2003.

...


El aire era tenue y en el cielo nubes veloces escapaban del fulgurante resplandor del mediodía.  Martina salió del encaje azul y tembloroso bajo el matapalo y caminó por la calle de arena hasta la puerta de la casa de Juancho. Estaba segura de que su Juancho se encontraría mucho mejor, se lo había dicho a sí misma tantas veces!, pero en el fondo de su alma todavía no terminaba de creer que aquello fuese cierto.  Había decidido verlo con sus propios ojos. Cuando Don Vicente acudió al llamado, la miró en el quicio de la puerta y pensó en una aparición, un hermoso ángel moreno que traía un aliento de salud, quizás el requerido por su pobre ahijado, o era acaso el ángel de la muerte en su vestido mortaja de algodón que se apersonaba ya para llevárselo?  No lo consideró dos veces al ver los dientes blancos y parejos de la muchacha. Entonces le permitió pasar sin hacer ningún comentario.  La alcoba mostraba una apariencia árida, la luz se filtraba por las ventanas mal ceñidas.  En la cama, Juancho abrió los ojos y la miró inexpresivo.  Tenía la piel de la cara achicharrada por la fiebre y sus labios resecos y escaldados mostraban costras blanquecinas. Súbitamente parecía no soportar el escalofrío en los huesos y temblaba a pesar de estar en el infernal mediodía del litoral guaireño. Martina emitió un gemido y pronto se arrodilló acurrucándose en la cabecera del lecho.  Bajo las sábanas su cuerpo desmedrado y tiritante parecía presentir la fantasmal cercanía del tenebroso más allá.  Una especie de temor larvado latía creciendo dentro de él y provocándole una rara congoja.  Junto a su amado, Martina había comenzado a llorar a raudales en un silencio estremecedor.  Fue entonces cuando Vicente se le acercó a la joven y en voz baja le relató los últimos acontecimientos. Le explicó que su mujer no estaba porque andaba en las gestiones para trasladar a Juancho al hospital. Le contó que el doctor Gómez Peraza quien lo conocía personalmente, había venido en la mañana y como él les dijo, que ahora sí se iban a ocupar los médicos del caso. Le habló de la seguridad y de la confianza en los médicos y le aseveró que Juancho pronto mejoraría.  Don Vicente conversó con ella sobre doctores y le dió nombres y apellidos, asegurándole que esa misma tarde comenzaría a mejorar con el nuevo tratamiento, eso le había dicho el doctor Gómez Peraza. La voz de su padrino hería los tímpanos de Juancho, la conversación era incomprensible, entre los sollozos de Martina y el tufo a muerto que había comenzado a exudar la casa, eran como un murmullo afilado las palabras, parecían estiletes en medio del silencio lúgubre de la habitación.

Rosendo caminaba presuroso pensando en el joven Juancho Cabrera.  Lo había visto tan mal cuando fue a visitarlo temprano en la mañana!  A su lado Rafael Rangel igualaba el ritmo de sus pasos rápidos, era casi un trote desde que salieron del Lazareto y a pesar de la carrera, Rafael no cesaba de mirar hacia las callejuelas.  Parecían descolgarse hacia abajo o guindarse calle arriba con sus balcones y ventanales, otras trepaban hacia el cerro empinándose, con sus terrones de arena húmeda, apisonada, ascendiendo tortuosas, descendiendo empedradas. Ambos, Rosendo y Rafael se dirigían hacia la casa de Don Vicente González.  El calor parecía hacer hervir el aire a borbotones.  Desde el mar distante no llegaba ni un soplo de brisa y a ratos el aire era tan denso que se podía tocar y amasar con las manos.  Rafael pensó que sin duda era posible cortarlo como tocino, en trozos blandos y tibios con un cuchillo de buen filo.  En medio del sofoco y el apurado recorrido, se le hacía evidente a Rafael que las ratas iban aumentando en número y en medio del muladar de callejuelas que ascendían hacia las montañas a cada instante le salían al paso.  Muchas de ellas parecían gatos, desplazándose lentas, gordas, onnubiladas por el calor. Algunas se arrastraban boqueando atontadas, otras fenecidas ya, lucían panzarriba, cubiertas por las moscas o flotando en la edentina cursienta que los albañales vertían hacia el sol.  Estando en la casa, penetraron en el aposento umbrío, donde Juancho luchaba por no sucumbir entre la calentura y el escalofrío. En ese momento estaba ensopado, ahogado casi en un pantano de sudor.  El bebedizo que le diera Martina lo estaba sacando de la fiebre y anegando su humanidad en viscosos humores. Cuando Rosendo le habló, él lo miró sin verlo. Todo se le había tornado un hielo brumoso y parecía transpirar la incertidumbre de su ineluctable cercano final. Rangel miró preocupado al doctor Rosendo Gómez comentándole sobre su temor a una complicación neumónica y sobre la circunstancia favorable de poseer un solo gran bubón en la región inguinal. Rangel esperaba a su amigo, el bachiller Francisco Mendoza quien llegaría esa tarde. Estaba convencido de que podían intentar la cirugía como una medida salvadora para el muchacho. Podríamos trasladarlo hoy al Degredo para operarlo esta misma noche... Decidirán hacerlo y en la penumbra de la habitación, los ojos llorosos de Martina brillarán esperanzados.

Los Rivero, vecinos de Don Vicente y Rosarito González ayudaron en el proceso que significó el traslado de Juancho desde su casa hasta la puerta del Leprocomio en Cabo Blanco.  Lo trajeron en un catre de lona con dos listones de madera. Guindando en aquella parihuela, parecía un difunto, pobre de solemnidad en el camino a su última morada. Allí fueron detenidos, familiares y amigos, por la hermana Cleotilde en persona, quien les aseguró que el enfermo estaría en estricto aislamiento. Así pues le echaron una última mirada al joven Juancho quien con los bandazos del viaje se veía francamente mal y parecía haber perdido completamente el sentido. El bachiller Mendoza fue avisado cuando ya tenía al paciente esperando en la sala de primeros auxilios. No hacía ni una hora que había llegado al Lazareto y ya estaba enfrascado en diseñar la estrategia de su lucha contra la peste.  Juancho deliraba hablando del mar y de veleros y a ratos se incorporaba llamando a Martina. Cuando Francisco Mendoza se acercó hasta la sala ya estaba advertido sobre la llegada del muchacho.  Rangel le había adelantado que ese probablemente podía ser el primer intento quirúrgico de atacar al demonio de la peste y la noche se les venía encima por lo que la tranquilidad nocturnal debería ser el mejor momento para operarlo. Lo examinó concienzudamente, cuando descubrió su abdomen se asomó por la cortinilla la hermana Cleotilde.  Entonces Francisco le pidió que por favor le avisase al bachiller Rangel quien estaba en el laboratorio, para que viniera a ver al paciente. Tomando a Juancho por la barbilla le pidió que sacara la lengua y él cerró los ojos en sus cuencas ojerosas y sacó un trozo de carne roja, hendida en el centro y cubierta por una capa de sarro amarillento. Lo auscultó con detenimiento y con la alegría de no oir crepitaciones que le hablaran de neumonía.  Palpó cuidadosamente el nódulo que tenía en la ingle derecha, le pareció un huevo de gallina, pero era tenso y rojo vinoso.  En ese instante llegaron Rangel y el doctor Gómez Peraza. Estuvieron de acuerdo todos en que nada resolverían con esperar y en consecuencia decidieron operar cuanto antes. El doctor Gómez dió instrucciones a Sor Casilda y a la hermana Cleotilde para que prepararan el quirófano. Rangel deprimió el párpado inferior de uno de los ojos de Juancho exponiendo su edematosa y congestionada esclerótica.  Estaban solos los dos bachilleres, el estudiante de Medicina y el investigador, su maestro ante la lesión que aparecía como un huevo de paloma, o más grande, un huevo de pata y estaba justamente en el vértice del triángulo de Scarpa.

El día jueves 16 de abril de 1908, a las 5:30 minutos de la mañana, Juancho duerme profundamente. Ha sido operado la noche anterior. Al amanecer de ese jueves santo, es visitado por los tres jóvenes bachilleres, Francisco Mendoza, Landaeta Sojo y Acosta Bravo.  Todavía no sale el sol. Ellos se han tomado a pecho la lucha de Rafael Rangel contra la peste bubónica y se sienten soldados en la primera línea de un frente de batalla cuyos límites son imprecisos. Hace fresco y los tres avanzan por las salas del Degredo luciendo sus batolas blancas. Ellos se han entregado a una guerra sin cuartel y piensan que recién está comenzando la batalla, sin saber cuándo ni cómo va a concluir. Al tomarle la temperatura al enfermo, ellos se miran sorprendidos. Son tan solo treinta y siete grados centígrados con dos décimas y les parece un signo tan favorable en la mañana del primer día del postoperatorio que casi toca los dinteles del milagro.  ¿Será por ser un jueves santo?  El paciente duerme tranquilamente. Tendrá que ver algo la mano del Señor, de Dios Todopoderoso?  Parece un hecho milagroso. Es el milagro del tratamiento quirúrgico de la peste bubónica.  Lo piensa Francisco Mendoza y se los dice entusiasmado. Ellos asienten. Con Landaeta y Acosta prosigue su visita matutina a los enfermos para registrar los signos vitales.

Desde muy temprano, ya el doctor Rosendo Gómez Peraza se encontraba en la sala de curas conversando con el bachiller Rafael Rangel, ambos observaban al bachiller Landaeta Soto en su temprana labor de rasurar y pintar con yodo las áreas del cuerpo de los pacientes apestados seleccionados para una próxima intervención quirúrgica.  Dos hermanitas se movían entre ellos con palanganas de agua jabonosa y apósitos.  En el pabellón de cirugía anexo, Francisco Mendoza preparaba los instrumentos. Dos ayudantes jóvenes, novicias eran supervisadas por la hermana Cleotilde, experta en el procedimiento de la anestesia con cloroformo.  Unos minutos después Francisco luchará con la disección del paquete vasculonervioso de la axila, hasta retirar una masa compacta de ganglios sin lesionar la cápsula y envueltos en una gasa húmeda los bubones serán pasados diligentemente por Sor Petrica al laboratorio de Rangel para su cultivo. Todos visten inmaculadas batas blancas. Todos sin excepción están confinados en el Lazareto.  Se han residenciado en un ala del hospital anexa a la sala de curas.  Presos, en cuarentena, ya se han habituado al olor del pus.  Todos sienten en el aire la peste, están consustanciados con su responsabilidad, tienen un deber que cumplir y están convencidos de su tarea.  Todos ellos, mujeres y hombres, luchan contra la muerte. Rosendo Gómez dirige el hospital pero el alma, el estratega de la batalla, es el bachiller Rafael Rangel.

Rosendo toma del brazo al bachiller Rangel y lo lleva hasta la habitación que han escogido como oficina y sitio de reunión, un verdadero cuartel general.  Allí sobre una mesa está el mapa que revisaron la noche anterior.  Las marcas de los enfermos en sus casas tienen una banderita roja en el extremo de agujas que señalan los pacientes que han sido hospitalizados, cuentan hasta doce.  La mirada de Rosendo tiene esa mañana un verdor poco usual, Rangel lo observa de reojo y piensa en su prisión injusta, pero a su vez ese castigo, se dice,  ha sido lo que lo ha conducido a la situación que viven, a su posición relevante al frente del hospital en el combate ante la epidemia. Ese papel parece ser disfrutado por el médico como el que más!  Ahora atiende a las palabras de Rangel, es la cabeza pensante, el planificador y Rosendo quien ha sido nombrado Director del Lazareto, fue quien trasladó a los leprosos de tres salas y logró con una celeridad increíble el tener las condiciones para aislar a los pacientes y crear un quirófano especial, organizar la sala de curas, todo eso, se ha hecho en un santiamén, con una voluntad admirable, todo es producto de Rosendo a quien ahora Rafael escucha hablar entusiamado de como el Prefectoo Moros, se encargará del desalojo de algunas viviendas infectas para trasladar a cada sitio las máquinas de gas sulfuroso... Rangel las había solicitado con urgencia y seguramente llegarían en el primer tren de la mañana. Rafael le pide personalmente con Francisco Mendoza encargarse de desinfectar las casuchas que estén contaminadas, puede que Landaeta les ayude...

Eran las ocho de la mañana cuando el bachiller Rangel le impartió sus instrucciones a los empleados del Degredo y aprovechó para comentarle a su jefe, el doctor Gómez Peraza sobre la compra de algunas cosas indispensables, sublimado, escobas, cepillos de mano y cepillos largos de cerda firme, bastante papel, engrudo y todo el azufre que puedan reunir en la Guaira y en Maiquetía. La lucha para desinfectar unos tugurios infames era a fondo pues estaban convencidos de que eran los principales focos de infección. En la lavandería están preparando pailas y leña para desinfectar la ropa de cama.  Rosendo escuchó complacido el despliegue energético de Rafael.

En la madrugada del viernes santo, brillan las lozas del piso en la improvisada sala de los apestados. Los contagiosos descansan bañados por chorros de luz espectral. La luna de un viernes santo madruga esplendorosa. Bajo las sábanas blancas los cuerpos de los enfermos lucen fosforescentes, cubiertos por raudales de luz serena que penetra por las ventanas abiertas hacia los copudos geranios, los nardos y las enredaderas de trinitarias. Toda la noche ha sido salpicado el jardín por un polvillo luminoso, transformado ahora en chispas de azul índigo y de cadmio perla hasta cubrir granulado las figuras escuálidas de los enfermos.  Opalinas crisálidas de dolor laten envueltas en capullos de hilo amarillento. Juancho con sus ojos abiertos totalmente, contempla los matices del reflejo lunar sobre el liencillo que lo cubre.  Se le antoja que su mortaja es el raído velamen de un viejo galeón al pairo, él quisiera soñarlo bergantín, raudo velero singlando entre flamígeras turmalinas en un mar que pespuntea carneritos sobre el añil verdeante. Martina y él a ratos suspendidos y luego hendiendo el azul inmenso de cama oceánica, bajo el cielo pulverizado de constelaciones brillantes, desde más allá de la luna... Con la reverberación nocturnal se crean valles, quebradas y vertientes, hay ríos y cascadas en las cordilleras de lienzo naciendo desde sus pies, con sombras de montes, de cañadas, con desfiladeros y abruptas hondonadas...  Súbitamente cruza una estrella fugaz el firmamento, roja como una llama incandescente y desaparece en el extremo de la ventana. ¡Un augurio!  Sin duda...  Por primera vez en muchos días se atreve a pensar que saldrá con vida del atolladero donde sin querer venía estando enlazado con la muerte, en una especie de conciliábulo interminable, por obra y gracia de la peste bubónica.

martes, 13 de agosto de 2013

Ella no era Kim Novack



ELLA NO ERA KIM NOVACK

Ella descansaba en el jardín sentada en una silla de extensión. Humeante, una taza de café negro esperaba por ella sobre la mesa. A un lado hay una rosa roja recién cortada y un plato con galletas cubiertas de azúcar. En el fondo del patio, el hombre se ocupaba diligentemente de rastrillar las hojas. Se había quitado la franelilla y sudoroso se detuvo un instante para secarse la frente con el dorso de la mano. Ella le miró de reojo y re­cordó a Bill Holden en una escena de “Picnic”. El torso desnudo y sudoroso... ¡Inolvidable!, dijo para si… Pero ella no era Kim Novack y quien barría la hojarasca no estaba dirigido por Joshua Logan. Él no era una ficción, era de carne y hueso y no sudaba en brillante technicolor, y ella se sorprendió a si misma al rememorar la imagen de un William Holden semidesnudo, joven, con su franelilla empapada...  Entonces pensó que, así son las cosas de la vida...
-Como dice aquella vieja canción, ay, pero que te parece... ¡Que pequeño detalle, yo la Novack! Jajá… Tan sólo un par de años después de “Picnic” el mismo Logan dirigió nada menos que una de mis películas musicales favoritas, ”South Pacific”. Maizales de Arkansas en Agosto y pastel de blueberries, una novia de punta en blanco y la luz de la luna brillando en las dunas... Claro que después de Kim Novack, fue Marylin, ya destacaba su clase en “Bus Stop”. Es que el tipo era un tremen­do director, ¡especializado en rubias! Suscessful Logan! Golden blondies, monas, güeritas, catirrucias, rubias platinadas, catiras... Just like me! Guao! Ay pero que te parece, enamorarme de ti, es lo que tantas veces... Muchas películas después el mismo Logan hizo nacer a Jane Fonda, sí, en “Tall Story”... La Fonda no me gusta. Será la hija del largo y seco vaquero Henry, el adusto señor de los doce hombres en pugna, pero, ella no es santa de mi devoción... ¿Será tal vez por ser un tanto huesuda y angulosa, como la Nancy Sinatra?, o quizás ¿será por lo contestataria? No lo sé, puede que este rechazo mío hacia la Fonda venga de su figura... Durante los últimos años Jane se ha dedicado a mortificarme la vida recordán­dome su slim trim figure! Con el bendito casette de los ejerci­cios aeróbicos que mis amigas, ¡vaya con ellas!, me regalaron en mi cumpleaños... En realidad yo les había prometido practicarlos... ¿Mentirosa? ¡Bah! La Fonda siempre fue la “Barbarella” de Vadim. Diós creó a Brigitte y Roger las juntó a todas. Se arrejuntó con todas, sin dejar afuera ni a la seductora Catherine... Todas ellas, listas para hacer sus papeles, bellas de día, bichas de noche... Actuaciones seductoras, siempre bordeando el tema del sexo, chicas morbosas, jajá, como decían en la tele, en realidad eran papeles de mujeres ociosas, siempre ansiadas por los hombres... Morboseadores... Ummm… Some enchanted evening... Uhumm, mis musicales predilectos… Sí... La pareja de músicos… Some enchanted evening... Esa canción es significativa, ¡tiene sentido! Él, un isleño francés, romántico y maduro, en los mares del Sur, eraaaa… ¿deBeque? ¿Como era el otro?... Liutenent Cable. Soñando con Liat, la jovencita tonkinesa... Younger than spring time are you... Jovencitas. Wonder how I feel... La isla llena de cocoteros, isla preciosa. Bali Hai... Living on an island, living on…
Ella se había aficionado a la música de George Gershwin y Cole Porter, le encantaban los arreglos y las composiciones de Henry Mancini, de Andre Kostelanetz, y tenía muchísimos discos de Percy Faith, pero quizás sus gustos mu­sicales más placenteros estaban asociados a la fusión de imágenes visuales con las melodías. En el cine, los musicales y especialmente cualquier obra de Broadway llevada a la pantalla eran sus favoritas y de todas ellas ninguna como las del dúo de Richard Rogers y Oscar Hammerstein. Era su secreto íntimo, le traían remembranzas de su niñez y juventud. Escuchaba su misma voz, su propio canto en sonetos de Oklahoma o las canciones de su recordada South Pacific. Podía transformarse en Ana la institutriz de los príncipes hijos del rey de Siam y por allí cantando, llegar hasta Salzburgo con el sin par sonido de la música. Ella durante años se soñó Deborah Kerr y le gustaba imaginar que estaba danzando sin parar en el set palaciego de The King and I, en los brazos musculosos de Yul Brinner. Se le ponía la carne de gallina al pensar que él le preguntaría: Shall we dance?,  y ella mirándolo, casi orinándose ante el pelón felino, escuchándolo decir displicentemente etcétera etcétera etcétera. A pesar de que las monjas no fueron nunca su debilidad, pues a ella no le gustaban las carmelitas por descalzas ni las hermanas de la caridad por pobretonas, “La novicia rebelde” era uno de esos filmes que había visto hasta la saciedad. Al recordar sus tiempos del Colegio de las hermanas Teresianas, la memoria la catapultaba a la odiosa figura de sor Julieta Buenaventura y las desavenencias que rodearon su rebeldía adolescente, conduciéndola casi a su expulsión del colegio, con enfado de las monjas y casi una tragedia familiar de sus tías beatas y su madrina, estupefactas ante la fractura de las tradiciones y de todo lo establecido. ¡Que remedio! Ella tuvo que ceder muerta de rabia y verle brillar las prótesis dentales a sor Julieta. No obstante bajo la regadera, ella se transmutaba en Julie Andrews y se decía a si misma. How do you solve a problem like Maria? Revivida en sus quince murmuraba: I am sixteen going on seventeen, imaginándose bajo la luz de la luna con un jovencito rubio, aunque fuese un nazi. ¡Un teutón bien le cuadraría a la reina de los Nibelungos! Ella se sentía cual valquiria catirrucia, puede que tetónica, mas que teutónica, pero nunca catiramalbañada... Así era, y ella en la ducha desplegaba sus dotes vocalistas y podrían haberla escuchado cantar desde afuera, I have confidence and confidence in me I have confidence in me! Con todo y ser la primera película de Rogers and Hammerstein que había visto, South Pacific era su favorita. Puede que la razón fuese haber leído el libro de James A Michener's en una colección de los premios Pulitzer que tenía su hermana Nora, o por poseer un viejo disco de la versión original en Broadway con Ezio Pinza a quien ella imaginaba como al italiano Rossano Brazzi interpretando al hacendado francés Emile deBeque. ¡Que contrasentido! La voz de Mary Martin, salía de los labios de Mitzi Gaynor, ¡todo el tiempo debajo de una ducha!, como ella, cantando bajo una regadera, I'm gona wash that man right out of my hair. Ella después se regodeaba figurándose tan rubia como Arkansas en Agosto o tan normal como un blueberry pai. No more smart little girl with no heart I have found me a wonderfull guy! ¿Lo habré hallado en esta isla encantada? Entonces adormilada en su silla de extensión ni sintió como el libro que había tenido abierto se deslizaba de sus manos…
Se encontró agitada, ante unas escalinatas de mármol y su amiga la tomó del brazo mientras le decía. No seas sata, arriba viven los mellizos Tweedledee y Tweedledum y ellos te esperan. Recuerda que uno vive arriba y el otro vive abajo. Dime si son de fiar, dímelo, le preguntó ella nerviosa y su amiga le respondió dubitativa.  Bueno uno es chulo y el otro cundango, pero a los dos les encanta el relajo, entran y salen del espejo a su antojo y cuando no te lo esperas, se disfrazan de reina, a veces, uno es la roja y otras veces es la blanca, pero es igual. Entonces ella suspiró al musitarle. Ay Mirian, yo veo estas escaleras sumamente empinadas… Seguramente que ella estaba buscando una excusa ante el interminable zaguán que se veía oscuro como boca de lobo, cuando Mirian le apretó el brazo y con su mano derecha señaló hacia arriba y le informó. Debes subir aunque encuentres tan sólo una colmena humana o una madriguera, y es que arriba los vas a encontrar. Ella percibió un intenso olor a huevo frito en aceite rancio que parecía descender por el túnel desde el primer piso, y no obstante se armó de valor y comenzó a ascender por la escalinata de mármol. Pronto comprendió que durante un trecho la madriguera se continuaba recta como un túnel pero luego... ¿Se bifurcaba? Ella detuvo su ascenso ante una escalera de caracol. Entonces sintió como poco a poco se hundía y antes de caer en un pozo profundo vio a Mirian escaleras abajo iluminada por el sol de la calle, pero ya no había nada que hacer, ella se iba hacia abajo, abajo y pensó que sería ridiculísimo encontrarse con un conejo que usara chaleco y reloj con leontina... Súbitamente se percató de que estaba en un pasillo lleno de puertas y de espejos. Es el que conduce a mi habitación se dijo, mientras escuchaba lejana la voz de Mirian dándole instrucciones. Creyó entenderle algo sobre el relajo y la singueta, pero las florecitas grises que separaban los espejos de las puertas la mareaban sin darle una oportunidad para comprender. Trató de darse ánimos cantando en voz baja una de sus canciones preferidas, pero lo que vino a su mente fue… Humpty Dumpty sat on a wall Humpty Dumpty fall from the wall. De espaldas se cayó, ella pensó, y al percatarse de que se refería a un hombre huevo, y no a su pelón felino, ella se abochornó… ¡Que le corten la cabeza! La orden retumbó en el pasillo y el eco del mandato de la reina roja se confundió con un nuevo rugido estridente. ¡Que le corten la cabeza! Fue entonces cuando le musitaron al oído, -como no despiertes nunca de este largo sueño, voy a perder la cabeza por tu amor... Ella pensó en él y sonrió, pero poco a poco se fue aclarando su mente… 
Abrió los ojos y todavía demoró unos segundos en enterarse el que estaba aún sentada en el jardín y que había una brisa ligera que le refrescaba el rostro. De tal modo que suspiró, y cerró nuevamente sus párpados…
Los rusos, ya llegan. La música de un violín suspiraba. Si yo fuera rico, si yo fuera rico... El hombre estaba sentado en el tejado y dentro de la habitación se aspiraba un aroma de ajos y de albahaca. The rusians are coming. Eso estaban diciéndole... Los rusos ya están aquí para ayudarnos le dijo Mirian y ella volteó y sí, era su amiga. Luego detrás de ella, pudo ver a Alexis vestido con una sotana y estaba abriendo una puerta. El crujido de los goznes se prolongó en el espacio y se mantuvo como un diapasón. Ella sabía que él venía a pedirle los diez mil rublos a su padre, el viejo Karamazov. Conozco muy bien la historia, pensó… Le dirá que son para la iglesia, insistirá en que los necesita para pagar diezmos y primicias, a la iglesia de Dios. En realidad ella sabía que él se los daría a Dimitri... Puede que el viejo acceda, al fin y al cabo será a cuenta de lo que les dejó su madre... Súbitamente Mirian interrumpió sus pensamientos para decirle. Que vacilón Alicia, tu soñando con el hombre de tus años verdes y deseando al camarada Dimitri de nuestros años rojos. Entonces, ella decidida, volteó a mirarlo. Su cabeza le brillaba reluciente. ¿Humpty Dumpty? Le preguntó mortificada a su amiga y de inmediato añadió… Es que Mirian, entiéndeme, the rusians are coming. Tras repetirlo, su amiga le tomó del brazo, avanzaron unos pasos y penetraron en la taberna. Un mujic bailaba con un oso y a pesar de las risotadas y de la música, ella percibió como se escuchaban los dados rodando sobre el tapete. Les debo cuatrocientos treintaicinco rublos, le dijo Yul Brinner impávido a su fraternal hermano el cura Alexei Baseheart. Entonces ella captó con emoción entre el sonido de las balalaikas y las voces de los parroquianos, seguramente marinos del Volga, la brillante y cantarina risa de la otra. Pudo verla, era una María Schell rubia como ella, pero mucho más joven y muy hermosa. Mirian la tomó nuevamente por el brazo y le dijo. Atiéndeme, quiero decirte algo, escúchame aunque te duela el alma, chica, tu sabes muy bien que Dimitri, el camarada cocopelao es muy tiposo pero, ¡coñoo!, he is not cuban! Deja que yo te lo presente... ¿En inglés o en ruso? Meiai introdusky yuskitroski koskitelo meloyou? El pelón que las observaba riéndose de ellas, levantó en alto un vaso repleto de vodka. Sentados en una mesa estaban los mellizos Tweedledee y Tweedledum, quienes al instante lanzaron sus copas hacia atrás y se hicieron añicos contra la pared de piedra y madera. Salgamos de aquí Mirian, le dijo ella a su amiga, pues estaba sintiéndose muy agitada. La música de las balalaikas se hacía cada vez más ensordecedora, pero al abrir la puerta, se comenzó a escuchar suavemente el tema de Lara, y ella notó complacida que la tonada le traía remembranzas e imaginó la cara de Juri Zhivago y su sonrisa... Las amigas salieron pero igual la música sonaba afuera… Ella se quedó extasiada. Un campo infinito de girasoles se extendía ante sus ojos. Notó como cabeceaban los tallos y las flores acompasadamente con el viento y se sintió muy emocionada y con unas ganas horribles de llorar. Entonces buscó con la mirada a su amiga Mirian quien tan sólo le dijo pausadamente. La reina roja era la Catalina y era ella quien pedía que te cortaran la cabeza. Óyeme compañera, creo que así como están las cosas, ni Alexei ni Dimitri te podrán salvar. Tú necesitas un apoyo irrestricto de nuestra gente, los compañeros cedreristas o los milicianos, ¿tú me entiendes? Ella cada vez mas acongojada sentía que todo se le estaba complicando y le preguntó con inocencia. ¿Esa reina roja, acaso es Catalina la O? Entonces Mirian comenzó a reírse con todas sus ganas. Esa Cata elareina delguaguancó, reina del son, esa mulata pide bachata, ¡esa morena pide sabor! Óyeme tú, escucha el repique de la tumbadora, óyelo, ¡coñooo! ¡Pero, si es el tema de Lara!, dijo ella toda confundida. No niña, queva, es el requinto y son las claves, ¡esto es el güiro chica! ¿Como es el güiro? ¡Compañera! ¡Vámonos de rumba! La orquesta de Tito Rodriguez en el fondo, cambió el tono... Si pudiera expresarte como es de inmenso... Era ella otra vez, Kim Novack y quiso sentirse como la propia reencarnación rubia de la Guillot, una Carmen Delia Dipini de oro, y quiso cantar con el corazón en la mano, pero se asustó al imaginarse transformada en una Celia Cruz enharinada, e hizo un esfuerzo… Así fue como prefirió despertarse rotundamente y con gran sobresalto.
Ella tenía la mente en blanco. Entonces ya conciente de no estar envuelta en las brumas de un sueño, se dijo intentando serenarse:
-Que murmuren, no me importa que murmuren, ese no es mi problema. Si dicen que es después de vieja, que se vayan a freír monos, jajaja! ¿Hasta cuando dármelas de estricta?, ¿a costa de lo que yo misma deseo? No puedo ser obtusa, ¿obtrusa?, alcuza, como el aceite sí, aceite y agua, eso decían, ¡jaja!, niveles, meniscos, pensarán que ilusa soy, ¡boba no!, seré una funny girl, yo toda una señora, dama, yo más bien una fair lady y él tendrá que ser mi Henry Higgins, ¿un caduco Rex Harrison? Un sólo orgasmo, ¡jajajá! ¡yo haciendo de la Hepburn! Yo una Kim Novack, ¡de esa flaca!... ¡Sauna de eternidad! ¿Audrey yo? Un imposible. ¿Como podría él tratar de moldearme a mi?, con sus manos enérgicas, ay mija… ¡A estas alturas! ¿Será capaz? Ni me lo quiero imaginar. Pero existe esa chiquilla y yo intuyo que lo tiene atarantado... El divino tesoro, ¿y yo?, ¿a veces llorando sin querer? No mija, eso no va conmigo. Él me diría, repítelo mil veces. Él me dirá, quiero oírtelo cantado, oírme a mi cantando… The rain in Spain stays mainly in the plains. Ese papel tan Pigmaliónico, a él no le cuadra… Yo le diría, direin inspein steismainli indipleins, pero ni sueño con encarnar a la flaca Audrey, ¿por exceso de carnes? Está bien, no la encarno, ¡que ironía! Pero eso si, yo juego limpio, un juego fair, no es un fairplace, chimeneas, donde fuego hubo, fair play, ¿cenizas quedan? Pero es fair el punto y yo una dama, como en el film. I could have dance all night... Lástima que él  ha sido siempre un asco como pareja de baile. Es algo incuestionable, ¿bailando?, siempre fue lo peor, cualquiera en realidad lo haría mejor. ¿Cómo querer hacer de él un Gene Kelly?, ¡No juegue!, ¡Que singing in the rain ni que carrizo!… La verdad es que todo es un teatro y cada quien se la pasa actuando, aparentando, igual que los actores, como en las películas, como en las tablas... Vivir en esta fantasía y quizás la ficción es lo real y lo fingido es cada día más verdadero, cada quien es la protagonista de su propio destino, eso lo sé y yo y voy a llegar hasta el final, poqui­to a poco hasta el final, y caerá el telón. Como si me estuviese dirigiendo el mismo Stanislawsky, como si fuese yo Lee Strasberg tutelada por un Elia Kazán, yo se que soy una Kim Novack seductora, o como Marylin ante el gran Joshua Logan dirigiéndome en el set de Bus Stop, yo de pié, gigante Marylin, en una balsa, ante un río crecido, y yo cantando metida en mis bluyines... Across the river, the river of no return... Necesito un Fellini, un maestro que me lleve de la mano dirigiéndome, como a su piccola donna, la diminuta Giulietta Massina, sentirme yo como Cabiria en sus noches romanas para finalizar llena de amor y de felicidad... No como una Giullietta Gelsomina porque ya es suficiente con un sólo Zampanó, no me calo otro más. Tremendo director era Fellini y claro está, también en el actor está el secreto. ¡Anthony Queen de Zampanó!.. Que diferente en La Hora Veinticinco, ¡cuanto sufrir!, era con Virna Lisi, creo, otra catira...
Entonces fue cuando ella les vio acercándose y quiso incorporarse en la silla y en eso estaba cuando se le ocurrió pensar…
¿Y que hago yo pensando tonterías mientras ellos andan de su cuenta?, tal vez ahoritica mismo son capaces de tomarse de las manos, ya sólo faltaría que se escapasen juntos... ¿Estaré exagerando? Ya vamos a aclarar este asuntito. Hey, ven acá. Chist, psst, ¡hey!, si tú mijo, sí, ven acá. Si sólo un momento, acércate un instante...


Modificado de “Escribir en La Habana” premio de Bienal de Literatura José Rafael Pocaterra 1994.

martes, 6 de agosto de 2013

Viena de noche



Viena de noche
Jorge García Tamayo
Al descender por la escalera del hotel me encuentro con mis probables compañeros de la gira nocturna. Una pareja de ancianos y nueve mujeres de edades indefinidas, increíblemente feas, indudablemente mexicanas, lo deduzco por sus cuchicheos e inocentemente pienso. Seguramente son de una escuela, maestras o egresadas de una promoción especial, tal vez el grupo de las feas fueron premiadas y están aquí, paseando, tan lejos de su patria y parloteando, platicando como le dicen ellas, hasta por los codos. Así pensé cuando casi sin preguntarnos nos meten rápidamente en un “autobússette” y nos llevan dando bandazos al sitio de reunión, el lugar de concentración para los turistas, un campo, ¿de concentración?, donde una decena de grandes autobuses nos esperan, y yo me introduzco en uno de ellos para escuchar lo que dice el guía, un flaco desleído quien informa presto por su parlante cual será el idioma que usará en el recorrido nocturno. Llámelo usted “night-tour” si quiere, pero él hablará en holandés y ya me largaba del sitio cuando, claro está, también habló en español. Una ola de gringos con típica apariencia de turistas procedió a descender entonces precipitadamente del bus, seguidamente viene otra ola, pero de japoneses tropezándose entre ellos, con cámaras fotográficas y maletines azules, primero entraron y de nuevo, ahora van descendiendo. Contracorriente ascienden tres jovencitas, evidentemente españolas, pues se les ve llenas de salero y percibo un dejo madrileño en el hablar, entran riéndose, y se han ubicado detrás de mi asiento. Entonces capto una entonación andaluza en la voz de una de ellas y recuerdo al gato Jins, el de las comiquitas de la tele, y ¡que bien!, me digo. Pues dale que te pego, dice una de ellas y ¡con un tono andaluuú! Comprendo al punto que las niñas se han creío que soy del equipo holandés y se han puesto a decí la mar de tonteras, mil locuras con un revoloteo risueño y agitado que percibo detrás de mi asiento... Ozú MariCarmen que pa mí, que hasta el Esperanto habla este tío. ¿Que te has creío tú, andá, ¿Qué no le ves? ¡Que es de Holanda hija! Que sí, pero... ¿Que tal si nos está entendiendo? ¡Ay Pili, que yo me muero de la vergüenza! Tranquilamente yo pongo cara de estúpido y volteo con una mirada perdida mientras reviso la mercancía. “Artículos para caballeros”. Eso llega a mi mente mientras escucho, ¿Os fijáis que es majo el holandés? ¡Que te escucha mujé! ¡Que para mí, este tarao no entiende ni la ache! Es como si fuera sordo y mudo, te lo repito yo Maria José, ¡es un pringao!

El autobúsette, se detiene frente a un restaurante húngaro. Esta será la primera parada de la noche, dice el guía. Descendemos y a tropezones nos colamos entre las mesas y entre las notas dulces de violines y entre gentes vestidas como gitanos, nos movemos en un recinto de aspecto austero con grandes arcos encalados y vigas de madera negra que sostienen el techo. Sobre las mesas con manteles rojos, colocan platos de sopa. Es un caldo humeante. Atisbo y me digo que solo son fideos con pollo, y se me antoja pensar en el difunto pollo, debió darse un baño de pasada en aquellas aguas termales, tal vez se restregó con un cubito de caldo concentrado. Me siento en un puesto al azar. Ando como distraído, todavía sin hablar con nadie y noto un instante después que estoy en una mesa ante una pareja que me parecen holandeses, pero al final terminarían resultando portugueses. No les entiendo lo que cuchichean, por más que intento captar su jerigonza, y repito que para mi, ¡ni papa!. Ante mí aparece y se sienta un joven rubio. Este sin duda es holandés. Eso me digo, mientras todos nos curioseamos en silencio. Los cuatro debemos tener ¡una cara de estúpidos! La parejita cuchichea, se miran y sonríen. ¿Qué cosas se estarán diciendo entre ellos? Miro al catire de frente y se me ocurre que igual, él pensará de mí, e imagino mi cara de imbécil, allí sentado, sin cruzar palabra. ¡Que estupidez! Eso me digo y me pregunto a mi mismo, como para darme ánimos. ¿Que tal? ¿Y si no me da la gana de abrir la boca? Después acepto que todo cuanto sucede debe ser el producto de esta incurable timidez, tan mía... Las mexicanas en la mesa vecina y cantan “cielito lindo”. Los violines zíngaros gimen y lloran. Las tres españolitas le han caído como moscas a un catire gigantón que no habla una palabra de español e intenta hacerse entender en un inglés chapuceado que ellas tampoco parecen comprender. Torre de Babel, Arca de la Alianza, Puerta del Cielo... Después de un largo silencio post pollo húmedo y fideitos, nos levantan cual mansos corderos y sin emitir balidos, trotandito, regresamos al autobús. El vino blanco ha comenzado a actuar, me digo cuando veo que las españolitas se llevan al catire gigante hacia el asiento trasero. Se van para la cocina, esto lo pienso medio soriendo cuando escucho a una de ellas. Si este tío de enfrente no fuese tan pelma, también nos lo agarrábamos, ¿verdad Maripili? Oigo decir. ¡Ay!, ¡y como nos mira! Pienso que todo el asunto es definitivamente anormal y me repito, ¡maldita timidez, esta la mía!
El autobús arranca y va girando y circunvalando en ascenso hacia una gran oscura montaña. Vamos hacia Glizerling, una zona vinícola en lo alto de Viena. Esto le apunta nuestro guía quien nos da la espalda. La noche es negra con un cielo estrellado. El autobús parece desenrollar un ovillo cuesta arriba, gira, cruza, asciende, tuerce y se retuerce hasta que al fin siento que llegamos a nuestro destino. En un caserón de paredes muy blancas y hay un gran patio cubierto de parras con grandes racimos de uvas colgando. Posiblemente es la casona de un gran viñedo, o un Club nocturno, ¿que sé yo? Los amplios ventanales muestran un prodigio de luces allá lejos. Es Viena, abajo, miles de lucecitas titilando y arriba las estrellas y los valses de Strauss sonado todo el tiempo.

¡Tener a Viena a los pies! Bailan y bailan las parejas, tejiendo círculos concéntricos y cuando llegan al centro de la pista, como atraídos hacia un vórtice, se repelen y a la reversa, cadenciosamente regresan, creando nuevas ondas de música ondulante, hasta la periferia de la pista, siempre girando. Hay vino en abundancia. Viena tiembla vuelta un enjambre de luciérnagas en la distancia. Me alejo del grupo un momento, no veo más a las españolitas y a Dios gracias me dogo que ya no diviso ni a una sola de las espantosas mexicanas. Con una cierta desesperanza aguzo el oído buscando un prójimo que hable en cristiano. A mis espaldas escucho hablar en castellano. Una pareja de edad madura dice cosas con un acento que me llena de curiosidad, me es familiar. Decido averiguar de donde son.

Han venido desde su tierra a conocer al novio de su hija. Son panameños. Saludo a la pareja de enamorados que les acompaña. Hay otra hija, le doy la mano, mucho gusto me dice, de momento no entiendo lo que me sucede, mas de pronto lo capto. Ella es. Es ella. La imagen de mis reiterados sueños de adolescente,. La conozco desde toda la vida. La miro deslumbrado, me sonríe, es ella, especie de Liz Taylor cuando joven. Está casada con un suizo y vive en Basilea, y tiene tres niñas, la menor de un año, la mayor tiene diez. Es ella, y yo la miro y no acabo de creerlo. ¡Sin duda alguna! Sus ojos grises de un azul verdoso con suaves tonos indigovioláceos. Su rostro fino, sus labios, su sonrisa. ¡Es ella! La de mis ensoñaciones cuando solo contaba los diez años, ella de mis amores locos de los diez a los quince, ella, la esperada, una imagen en mis sueños imberbes, quizá algún film visto en el teatro Baralt, Louisa May Alcott, la pienso, ¿porqué en mi mente?, pero sí, estoy muy seguro, es ella, la inefable, y mi Liz Taylor me mira y yo siento que me desnuda el alma. Asombrado la escucho, ella me habla. Estoy embelesado. Me relata un asunto sobre los quanta de energía, es un tema que la tiene fascinada, eso me dice y tiene una teoría para poder viajar por las galaxias. Ella es lectora de “El Retorno de lo Brujos”, devoradora de la obra de los lamas, del tibetano que inventó el Tercer Ojo, me dice ser fanática de Teilhard de Chardin. Su viejo padre nos interrumpe, me quiere hablar sobre Ciencias Políticas. A ella le interesa más la glándula pineal, la endocrinología, Don Gregorio Marañón, el tercer ojo de los tibetanos y yo recuerdo que es el mismo de los dinosaurios, el que usaban para mirar los pterodáctilos que graznan en un cielo azul pizarra.

Les escucho conversar, me río, bebo vino, mis ojos no se separan de mi Liz Taylor, su mirada me confunde, ¿será quizás el vino?, sus palabras se escuchan bastante claras, ¿como mis pensamientos? Giran los bailarines, suenan los valses, su mirada de unos tonos magenta brilla, al fin estamos ella y yo, frente a frente...  Todo sucede en las vecindades de una  zona vinícola, me dijeron que estábamos en una típica taberna austriaca. Tajadas de salchichón y embutidos con mechas agrias de col reposan sobre un plato. Ante nosotros hay una jarra de vino, una para cada uno. No ceso de escuchar a mi Liz Taylor. Es un intercambio apasionado de ideas que prefiero imaginar recíproco. Me dice, supongo que tras notar mis miradas de embeleso, que ella es una señora, ya de cierta edad, insiste, me informa que una de sus hijas nació un veintidós de noviembre, ¡oh las coincidencias! ¿Para que sirven? ¿A que se deben? Pues no lo sé, ni me interesan pero siento como floto en el espacio sideral mientras seguímos conversando. Me doy cuenta de que no sé su nombre verdadero, pero eso tampoco me vale para nada, miro sus ojos, y es la mirada que me acompaña desde cuando dejé de ser un niño y se lo digo, por eso me eres tan familiar, puedo jurártelo, yo insisto. ¿Como habrá de tomarlo? ¿Lo aceptará? Ella enmudece unos instantes. No es posible explicarlo. Hay cosas tan extrañas… Nos envuelve una irreal aura ambarina y hablo con todo el desenfado que me provoca el vino. Noche estrellada, llena de música naciendo de violines gitanos, uveros plenos de racimos crecen sobre nosotros. Creo decir las cosas sin saber con certeza de que hablamos, siento que estoy llegando al final de un camino previamente trazado, desde siempre, centurias, años luz, ¡he esperado tanto tiempo para encontrarla!, y ahora, somos los únicos habitantes del planeta, entre galaxias y nebulosas, flotamos suspendidos por luminosos quantas de energía radiante que nacen desde su mirada de un color indefinible.

Regresamos en el autobús. Las mexicanas cantan en coro, “ese lunar que tienes cielito lindo junto a la boca”... Las españolitas me han fulminado con la mirada al oírme hablando castellano y se han mudado a los asientos delanteros con su gigante holandés. “No se lo des a nadie, cielito lindo”...  Ella está a mi lado. Estamos muy juntos. Respiro el mismo aire, me ilumina su mirada violeta. Súbitamente el autobús se ha detenido en una calle muy estrecha. Un auto rojo, descapotado ha chocado en una esquina, las cuatro ruedas están girando aún y la gasolina se escapa sobre el pavimento. Luces rojas intermitentes y sirenas llenan la escena en un instante. Fuera del auto, hay una joven pálida de negros y ondulados cabellos, sangra por la boca y está manchando su vestido de noche que era blanco. Debajo del auto, se divisa el brazo del conductor que está aplastado por la máquina. Una laguna moaré se está formando con el gotear de la gasolina. Largos segundos, oscuridad, destellos rojos y azules y amarillos. Nosotros parecemos estar petrificados. Logro escuchar un murmullo desde el fondo. Los pasajeros del autobús se han abalanzado sobre las ventanillas. Mi Liz Taylor se me ha prendido del brazo y me lo estruja, percibo el calor de su respiración anhelante, me toma las manos, siento su cuerpo temblar como una hoja, gime, me mira a los ojos y me suplica que los ayude. Siento que debo hacer algo, al fin y al cabo eso es lo que estudié, ¡soy médico! Mi sangre se revuelve. Sus ojos claros se humedecen. Chirrían los cauchos del autobús. El chofer grita unas palabrejas que no entiendo, me tropiezo intentando avanzar entre los pasajeros, gira el volante, el autobús cruza por un instante y la escena comienza a alejarse de nosotros. Escucho el ulular de las sirenas, las luces centelleantes van reduciendo su tamaño y desaparecen en el vidrio trasero.

Ella está sentada a mi lado, ha tomado mis manos y cierra sus ojos para concentrar su energía vital, así seguramente ha de ayudarles en tan difícil trance. Todos regresan a sus puestos, Ella en silencio abre sus párpados sin soltar mis manos. Yo no se que decirle. El viaje continuará y mientras tanto nosotros no cesaremos de mirarnos, en silencio. Ha llegado el momento de despedirnos, la gira nocturna ha concluido, los viejos panameños, sus padres seguirán por un trecho, ella me explica todo en un susurro. Mañana volaré hasta Suiza, mi esposo me espera, en Basilea… Estoy mudo, capto que antes del mediodía todos se irán volando, no más Viena. ¿Y yo? Hemos llegado a nuestro hotel, ellos me informan, aquí estamos, y  se levantan, adiós, adiós, ¿que puedo hacer? Después el autobús siguió su curso y ya nada importaba para mí. Abrí los ojos. Me encuentro solo. El chofer me pide que descienda. Terminó todo. Los pasajeros ya se fueron. Estoy íngrimo y solo. Capto entonces que me encuentro al otro lado de la ciudad. Debo penetrar en el ring. La una y treinta de la mañana y debo cruzar todo el centro de Viena para llegar hasta mi hotel. El vino y los recuerdos de la mirada azul magenta me transportan a través de la ciudad. Camino, corro, voy paso a paso, a ratos vuelo, sobrevuelo las torres de la iglesia de San Esteban, logro atisbar el brillo del Danubio a lo lejos, ondula y gira con los compases de Strauss, la música  me lleva a través de las callejuelas del ring vienés, va resonando dentro de mi cabeza...
  
He despertado. El sol penetra a raudales por la ventana. Estoy en la habitación de mi hotel. Estaba soñando. Seguramente. ¿Tenía una pesadilla? Quiero repasar uno a uno los eventos de la noche anterior, la gira, y estaba ella, sí... ¿Cómo saber cuanto es verdad y cuanto es solo parte de un sueño? Me levanto rápidamente. Salgo a la calle sin desayunar. Regreso a pie, desandando paso a paso el ring, calle por calle. Ante la iglesia de San Esteban me niego a creer que por la noche sobrevolé sus altas torres, diviso el campanario, ojivas medievales. Sé que me llama. Lo percibo. Es la mirada clara de la Liz Taylor de mi adolescencia, es ella y está en alguna parte de Viena y yo… No sé que hacer.

Camino, troto, corro, me detengo, ¡ni tan siquiera sé su nombre! Son ya más de las once de la mañana. ¿Cuál puede ser su hotel? Todos los edificios se parecen. Cruzo las calles, me regreso, miro hacia arriba. ¿Será aquí?  No. Otra vez el reloj. Son las once y cuarenta y cinco minutos. Sé que ella tiene que irse al aeropuerto, volará a Basilea. Su marido y sus hijas. La gente en la calle me tropieza. Ahora ya es mediodía. Quiero llorar. Es una sensación de lo más extraña. He perdido algo irrecuperable. Estoy seguro. ¿Tal vez fue todo un sueño? Siento un sabor amargo y se me ocurre que no resulta lógico tomarse las cosas tan a pechos, pero, ¿como puedo evitar esa especie de angustia que me atenaza el cuello? Pensar que jamás he de volver a verla. Me provoca gritar, tal vez llorar. Así, me veo, ya de regreso. Deshecho, cabizbajo, deambulando por el mismo sendero, entre casas y gentes que ya no veo, no escucho lo que dicen, no quiero saber nada, de nada más, ahora. ¿Por los destellos malva de su mirada clara? Ella trajo de nuevo hasta mí, lejanos sueños, de imberbe adolescente, es muy probable. ¿Era de veras ella, la de siempre, la de toda la vida y de otras vidas en el pasado? Ha desaparecido. ¿Como saber hasta cuando?

viernes, 2 de agosto de 2013

HUMBERTO FERNÁNDEZ MORÁN



HUMBERTO FERNÁNDEZ MORAN. Legado científico de Venezuela invaluable para el mundo.
http://caibco.ucv.ve/Vitae/VitaeCatorce/Portada/homevitae.htm www.caibco.ucv.ve/Vitae/catorce/
Escrito para:  VITAE Academia Biomédica Digital, UCV.

Por  Jorge García Tamayo

Honor y deber

Recordar al Dr. Humberto Fernández Morán, es evocar la investigación con el microscopio electrónico, tema este al que he dedicado casi cuarenta años de mi vida, desde que me gradué de médico en la Universidad del Zulia, en julio del año 1963. Sin embargo, debo confesar que la figura emblemática de Fernández Morán ilumina los recuerdos de mi infancia, pues revivo un fenómeno que se producía a través de las palabras de mi padre, Jesús García Nebot, quien era un comerciante marabino, muy conocido en la ciudad del lago y las palmeras, siempre en la casa MacGregor en la Plaza Baralt, buen amigo de Don Rodolfo Auvert y de muchísima gente.
Además, considero que hablar sobre este hacedor de ciencia venezolano, es casi un deber de quienes le conocimos y supimos de sus esfuerzos y de sus desventuras. Sobre todo, pienso que hablarle a los jóvenes sobre él y su trayectoria, es casi una obligación. No obstante, es preciso recordarle con un enfoque personal, en vez de hacer una lista de sus inventos o de destacar sus descubrimientos científicos, porque considero que es importante ir más allá, hasta llegar al ser humano.
Por esta razón, en las siguientes líneas me pasearé por su infancia y su juventud; la creación del Instituto Venezolano de Neurología e Investigaciones Cerebrales (IVNIC), hoy Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC) desde 1959; así como también sobre la Cátedra de Biofísica de la Universidad Central de Venezuela (UCV) en los Altos de Pipe.
También haré referencia a cómo fue vilipendiado y execrado de Venezuela por motivos políticos y, de esta manera, tratar de entender cómo todas estas tristes circunstancias desembocaron en su genial "ostracismo creador", citando a mi colega y coterráneo, el doctor Roberto Jiménez Maggiolo, quien escribió una excelente biografía sobre la vida y pasión de Fernández Morán, obra esta fundamental en el repaso de los avatares del científico y del hombre, y en la cual me he apoyado para hilvanar parte de esta retrospectiva con retazos de mis recuerdos del pasado cercano.
Espíritu de acero con sello alemán
Corría el año 1924, el Presidente del Estado era el General Santos Matute Gómez y en Maracaibo se vivía bajo la dictadura del General Juan Vicente Gómez, pero la ciudad estaba experimentando grandes cambios, era una época de gran actividad comercial y cultural, pues comenzaba la explotación petrolera. En el hospital Chiquinquirá, el día 19 de febrero nacía el hijo de Luis Fernández Morán y de Elena Villalobos, Humberto, quien contaría muchos años después como nació, en el hospitalito, "…cerca del Puente España y mi familia viene de un pueblo humilde llamado La Cañada".(1)
En 1929, por desavenencias con el gobierno de Gómez, la familia Fernández Morán se trasladaría a los Estados Unidos. En Nueva York, el niño Humberto haría sus estudios de primaria en la Wiitt Junior High School hasta el año 1936, cuando regresarían a Maracaibo, después del fallecimiento del General Juan Vicente Gómez en diciembre del año 1935.
Recuerdo haber escuchado a mi padre, Jesús García Nebot, un sinfín de veces, relatarnos una anécdota vivida el año 1936, en los tiempos cuando el hijo de Luis Fernández Morán, Humberto, estudiaba en el Colegio Alemán que para la época estaba situado en la Casa de Morales y era un niño de 12 años que todavía usaba pantalón corto. Mi padre nos explicaba en detalle, como le habían dado al muchacho los planos - en alemán - de una máquina que estaba paralizada en una cervecería de Maracaibo, para ver si él podía entenderlos, y nos contaba que al día siguiente, el muchachito había puesto a funcionar la maquinaria. Seguidamente, mi padre excitaba nuestra imaginación infantil destacando las dotes de políglota del científico. "Quien habla dos idiomas, vale por dos personas", eso nos decía para informarnos de inmediato que el sabio zuliano hablaba más de catorce. Son estas vivencias de mi infancia y adolescencia, enseñanzas en casa, las que me dieron a conocer que existía un genio, que era zuliano y maracaibero y que era un personaje del mundo, en aquellos años cuando yo estudiaba primaria y bachillerato en Maracaibo y creo que todas estas cosas, de una u otra forma, contribuyeron a hacer de mi un fanático buscador de la verdad de todas las cosas.
El año 1937, Luís Fernández Morán enviaba a su hijo Humberto, de 13 años, a estudiar en Alemania, en un Liceo Monástico-Militar en un pueblecito llamado Saldfelds enclavado en las montañas de Turingia. Allí era difícil la adaptación, pero el joven relatará como su padre con quien mantenía una intensa correspondencia, le daba ánimos para soportar la soledad y la lejanía de su familia.
Con los años su espíritu se fue templando como el acero y era un decidido deportista, campeón de boxeo y tan estudioso, que ya el año 1939, decidió, a los 15 años, irse a la Universidad de Munich para estudiar Medicina. Ese mismo año comenzó la segunda guerra mundial y, para todos, la situación se tornó muy difícil en Alemania. Los estudiantes de Medicina tenían que adaptarse a las condiciones de un país en guerra; a la vez, el mundo no lo sabía, pero existía entre los investigadores en diversos países una carrera para desarrollar la energía atómica con fines no totalmente pacíficos.
En Berlín, Heisemberg dirigía el Instituto Kaiser Wilhelm e intentaba fisionar los átomos y, en los Estados Unidos, Enrico Fermi, premio Nóbel de Física del año 1938, había descubierto que bombardeando átomos de Uranio con neutrones libres se podía obtener Plutonio y se gestaba, en diversos laboratorios, el llamado "Proyecto Manhattan", que desembocaría en la creación de la bomba atómica.
El año 1944, en la Escuela de Medicina de la Universidad de Munich, a la edad de 20 años, a la espera de un ataque aéreo y de manos de un Rector "austero y enlutado", Humberto Fernández Morán recibía el título de doctor en Medicina Summa Cum Laude. Un año después, en 1945, finalizaba la guerra en Europa y el joven regresaba a su tierra, para el 4 de julio de ese mismo año revalidar su título de Médico Summa Cum Laude en la Universidad Central de Venezuela.
Se traslada a Maracaibo y trabaja en el hospital Psiquiátrico, donde hacía leucotomías e inyecciones en los lóbulos prefrontales por vía transorbitaria en 25 pacientes, estudio publicado en el Volumen 4 de la Revista Archivos de la Sociedad Venezolana de ORL, Oftalmología y Neurología en 1946. Al finalizar ese año, ya estaba decidido y se marcha a Washington en los Estados Unidos para estudiar Neurología y Neuropatología con el Profesor Walter Freeman.
A mediados de 1946, se acerca hasta la Universidad de Princeton, donde estaba Albert Einstein. Será el famoso científico quien le recomendará al joven venezolano de 22 años, que estudie en Suecia. Así, desde 1946, el joven Humberto estaría en el Instituto Karolinska trabajando con el Profesor Tobjorn Caspersson y en el hospital Serafirmerlasseratet con el Profesor Heberto Olivercrona. Allí pronto obtiene la Licenciatura en Biofísica y una Maestría en Biología Celular y Genética, para graduarse de PhD en Biofísica de la Universidad de Estocolmo en 1951, cuando ya era Profesor Asociado del Instituto Karolinska, y condecorado al año siguiente, 1952, con la Orden de "Caballero de la Estrella Polar" por el Rey Gustavo Adolfo de Suecia. Para esa época, le escribiría a su amigo, Matos Romero: "…continuaré desafiando el destino y buscando lo que me pertenece, que es mi patria."(1)

Visionario incomprendido
En 1953, regresa a Venezuela y el 27 de mayo se incorpora a la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales. El 25 de abril del año 1954, en Los Altos de Pipe, en el Estado Miranda, se va a fundar el Instituto Venezolano de Neurología e Investigaciones Cerebrales (IVNIC), hoy Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC), con más de 70 laboratorios de investigación proyectados para 27 edificios que ya el año siguiente, en 1955, estaban construidos y en 1956 se instalaría el Reactor Nuclear, un avance en Latinoamérica que atrajo hasta Venezuela al año siguiente, bajo el auspicio de la Fundación Nóbel y la Sociedad Internacional de Neurología y Neurociencias, a muchos grandes científicos del mundo, varios premios Nóbel entre ellos.
El gobierno de Pérez Jiménez se tambaleaba y el presidente buscó al hombre de mayor prestigio científico en el país para nombrarlo Ministro de Educación. El 16 de enero de 1958, Fernández Morán se dirigió a los jóvenes para decirles:
"Vivimos en la era atómica y de la conquista del espacio; ésta no es una hipótesis si no una realidad que absorbe la atención de todos los pueblos…La consigna para nuestra juventud es categórica; prepararse mediante el adiestramiento adecuado para cumplir su misión en nuestra era".(1)
No le entendieron el lenguaje y apenas duró 12 días en el cargo. Parafraseando al Dr. Roberto Jiménez Maggiolo, diré que Fernández Morán, debió irse de Venezuela: "…entre los insultos de un pueblo que no sabía de su valor y la envidia de los que si saben…".(1)
El 23 de enero del año 1958, estábamos cursando el segundo año de Medicina, cuando cayó Pérez Jiménez. Ante el alborozo de la naciente democracia, volví a escuchar a mi padre en su firme y acongojada defensa de nuestro joven sabio. Le habían endilgado, por culpa de la malhadada política, el remoquete de "El Brujo de Pipe". Se había visto obligado a abandonar el país y se decían horrores de él. Defendía simultáneamente mi padre a un tisiólogo discípulo del doctor Baldó, el doctor Pedro Iturbe, conocido por haber acabado con la tuberculosis que diezmaba a nuestros indígenas guajiros y quién en aquellos días era perseguido también pues le acusaban de perezjimenista y de loco. Ambos personajes eran perseguidos políticos, su reputación estaba en boca de todos por el pecado de haber cosechado éxitos en sus labores en ciencia y medicina, durante la dictadura del General Marcos Pérez Jiménez.

Brillante exilio
Años más tarde, en 1963, Fernández Morán viviendo en el exilio, ya había sido profesor de la Universidad de Harvard y había creado los Laboratorios de Microscopía Electrónica del Instituto Tecnológico de Massachussets (MIT), donde había descrito la estructura de la membrana mitocondrial. En aquel entonces brillaba en la Universidad de Chicago como una estrella rutilante ocupando el sitial del fallecido sabio y premio Nóbel de Física, Enrico Fermi.
En esa época, julio de 1963, me tocó graduarme de médico-cirujano a los 23 años y decidir dedicarme a estudiar las causas y las consecuencias de las enfermedades a través de la Anatomía Patológica. El doctor Pedro Iturbe no aceptó nuestra solicitud para que fuese el padrino de la promoción de médicos del ´63, pero nos pidió que llevásemos el nombre de su más querida institución, el Sanatorio Antituberculoso de Maracaibo. Éramos pues los ahijados de la promoción del doctor Iturbe y nos tocó escuchar muchas veces sus enseñanzas y divagaciones sobre la labor social del médico y los comentarios sobre su admiración y amistad con nuestro lejano sabio zuliano, el doctor Fernández Morán. En interminables pláticas en su oficina, absortos ante "el abanderado", un gran cuadro en carboncillo del pintor zuliano Gabriel Bracho, me consta que muchos soñamos con ser los portadores de la alabarda y envueltos en ella, como "el abanderado", marchar adelante para enfrentar nuestro destino.
Me atrevo a confiarles todas estas remembranzas para intentar explicarles porqué decidí dedicarme a estudiar las causas y las consecuencias de las enfermedades utilizando el cuchillo de diamante inventado por Fernández Morán y el microscopio electrónico. En ese entonces, quería creer que también yo podía dedicarme por entero a la investigación científica, como los jóvenes que rodeaban a Américo Negrette.
Américo era un profesor de Semiología del Sistema Nervioso en nuestra Universidad del Zulia, quien cuando era médico rural había denunciado epidemias de encefalitis y había señalado el problema de un foco de Corea de Huntington en la región zuliana; esto, y sobre todo haber escrito y publicado sus hallazgos, habían hecho de él un individuo problema para los jerarcas de la Sanidad.
Negrette supo rodearse de un grupo de jóvenes médicos y estudiantes apasionados por la investigación. Así, fundó un Centro de Investigación y una revista que es todavía la publicación médico-científica más antigua e importante del país, Investigación Clínica. Puso a Orlando Castejón al frente de un microscopio electrónico, y contra viento y marea, y contra el fuego - una vez le incendiaron casi todos sus laboratorios-, creó el Instituto de Investigaciones Clínicas, que hoy lleva su nombre.Perdonen si les relato algunas de estas cosas del pasado, pero ellas sirven para destacar como en nuestra tierra, siempre han existido dificultades para hacer investigación, y de paso, les cuento como se inició la microscopía electrónica en la misma ciudad donde años antes, el año 1924, naciera Humberto Fernández Morán, el hombre de ciencia más importante en la historia de nuestro país.
Por todas estas cosas, he querido escribir sobre Fernández Morán, pero sin hacer un inventario de sus importantes descubrimientos, sin enumerar sus valiosos aportes a la ciencia y a la tecnología universal; ellos son de todos conocidos. Estoy intentando abordar al hombre, con un enfoque diferente, desde un plano más personal para de esta manera escudriñar sobre algunos aspectos humanos en la vida de nuestro genial sabio.
De vuelta a la patria
He tenido la fortuna de trabajar durante casi 35 años haciendo investigación en el área de patología ultraestructural en nuestro país. Esta circunstancia me llevó a convivir con situaciones que me acercaron y se cruzaron con la vida de nuestro genial científico. Me tocó percibir muy de cerca sus esfuerzos para llevar adelante el sueño de regresar y hacer investigación y de formar gente joven en su patria y especialmente en la región occidental del país. Pudiera en este momento intentar un análisis sobre las incontables dificultades que surgieron para impedir que Fernández Morán, después de haber creado el Instituto Venezolano de Neurología e Investigaciones Cerebrales (IVNIC) y de su infortunado exilio político, pudiese volver para desarrollar sus proyectos en nuestro medio.
La amnesia política, es y siempre ha sido, una característica relevante del pueblo venezolano. No obstante, ella no se manifestó en el caso de Fernández Morán y, ciertamente, esto no puede verse como un hecho fortuito. Durante su triunfante y productivo exilio, pudiese haberse creado una matriz de opinión favorable en Venezuela, debería haberse dado esta situación en los años de la opulenta y petróleo-dependiente Venezuela Saudita. Desgraciadamente, esto no ocurrió. En medio del vórtice de aquellos años de consumismo desquiciante y falsos valores, le vimos acercarse, buscar nexos, avanzar y retroceder, ir y volver para desencantado intentar de nuevo otra aproximación en sus esfuerzos por regresar a la patria y ser escuchado como científico por sus compatriotas. Innumerables obstáculos, culpas por omisión y deleznables mezquindades, muchas de ellas germinadas en la oscuridad y a sotto-voce desde el alma de muchos, algunos quienes eran sus herederos directos, descendientes de su primer gran proyecto científico, el Instituto Venezolano de Neurología e Investigaciones Cerebrales (IVNIC).
El sabio generoso, quien le donara al IVIC y al país la patente para la comercialización mundial de su primer gran invento, el cuchillo de diamante, volvió reiteradamente para vivir la desesperanzadora angustia de las promesas fallidas, los proyectos que no cuajaban, los compromisos incumplidos. Así, sus sueños se fueron tornando en pesadilla y con un curso tórpido. El Ulises luchador parecía condenado a no poder llegar nunca a Itaca mientras su vida se le iba deshilachando, hilo a hilo hasta el final. Cualquiera que haya intentado en nuestro medio, dedicarse por entero a la investigación científica, seria y productiva, sabe que este, el de Humberto como el de Rafael Rangel, ha sido el fatal desideratum de los científicos soñadores en nuestro entrópico paraíso tropical.
Recuerdos Imperecederos
Después de graduarme de médico, ingresé a trabajar en Anatomía Patológica en el hospital Universitario de Maracaibo. En seis meses, ya había hecho más de 60 autopsias en un cargo sin remuneración alguna, médico-pasante me decían, por lo que gracias a las gestiones del jefe de patología, el doctor Franz Wenger ante la Liga Anticancerosa y el Club Rotario, fui a parar al Departamento de Patología de la Universidad de Wisconsin en los Estados Unidos.
Unos meses más tarde, ya en 1964, era uno de los usuarios del microscopio electrónico RCA del Departamento de Patología, siendo incorporado a un proyecto de investigación sobre la ultraestructura del alveolo pulmonar de acures sometidos a hipoxia crónica. En ese entonces, el profesor David Green de la Universidad de Wisconsin, era un experto en ultraestructura y curiosamente, sostenía una controversial polémica con Fernández Morán sobre la estructura de la membrana mitocondrial, desde los días cuando en el Instituto Tecnológico de Massachussets (MIT) nuestro genial sabio había descubierto las partículas elementales.
En 1964, Fernández Morán era Profesor de Biofísica en la Universidad de Chicago y estaba desarrollando microscopios electrónicos de alta resolución con lentes fabricados con metales superconductores usando temperaturas ultrabajas. Mientras, yo había ido a parar a la Universidad de Wisconsin en Madison y en aquella época, decir Wisconsin era como decir Berkeley en California, ambas universidades con música de Beatles de fondo, hippies y el lío de la guerra en Vietnam eran símbolos de la rebeldía de los sesenta.
El Departamento de Patología del hospital universitario estaba al lado del Mac Ardle Cancer Resarch Center, donde comenzaba a desarrollarse la investigación sobre drogas para la quimioterapia antineoplásica; sus investigadores iban a las reuniones de nuestro Departamento y nos acostumbramos a escuchar a Pitot, Hartman, o a Temin quien años después recibiera el Premio Nóbel de Medicina por descubrir los retrovirus. Estuve un año y medio en Madison, me fui un año a Filadelfia para trabajar en un hospital de 2.000 autopsias (el PGH) y regresé a la Universidad de Wisconsin para hacer el tercer y cuarto año de residencia. Quería aprender neuropatología con Gabreille ZuRhein y Sam Chao, dos neuropatólogos quienes acababan de descubrir con el microscopio electrónico el virus de la Leucoencefalopatía Multifocal Progresiva (PML) y examinaban el misterio de la Panencefalitis Esclerosante Subaguda, encefalitis de Dawson, le decían en esos tiempos a esta rara enfermedad provocada por una mutación del virus del sarampión.
Durante aquella etapa de aprendizaje de patología y microscopía electrónica, entre la biblioteca, las autopsias y los casos clinicopatológicos, permanentemente mantuve una correspondencia escrita con el doctor Iturbe. Así fue como una noche, el doctor Iturbe me sorprendió por teléfono con la proposición de que regresara a trabajar en su Sanatorio Antituberculoso, pues él iba a conseguir un microscopio electrónico, a través de una donación. Me pidió entonces el doctor Iturbe, que me acercase a la vecina ciudad de Chicago para visitar al doctor Fernández Morán. Debería intentar en mi visita, crear vínculos para lograr su asesoramiento en lo referente a la instalación y el funcionamiento de futuro microscopio electrónico en Venezuela.
En la primavera del año 1967, todavía había montañas de nieve y hielo cuando viajé desde Madison a Chicago en compañía de un compadre estudiante de Ciencias Económicas, Narciso Hernández, evidentemente maracucho. De la entrevista que duró un día entero, mientras admirábamos los increíbles laboratorios con potentes microscopios electrónicos flotando entre nubes de nitrógeno líquido, mi compadre y yo, quedamos asombrados por todo cuanto vimos en el Instituto Fermi de la Universidad de Chicago. Nuestro sabio ya estaba comenzando a trabajar para la NASA en la conquista del espacio extraterrestre y sus laboratorios eran un portento.
De aquella entrevista y de todo cuanto conversamos con nuestro famoso coterráneo, quien nos dispensó especial atención con gran sencillez y deferencia, como si fuésemos viejos conocidos, guardo imperecederos recuerdos. Allí escuche por vez primera, hablar de "la entropía tropical", expresión de nuestro genial sabio para la desorganización que nos caracteriza. Titulé así mi primera novela, "La Entropía Tropical", aún inédita.
Con amable paciencia, Humberto Fernández Morán nos habló de la Segunda Ley de la Termodinámica y de cómo era necesario luchar contra la entropía, esa tendencia a la desorganización de los sistemas que pareciera incrementarse en las latitudes del trópico.
Desde entonces, me he hallado muchas veces repitiendo sus ideas que coincidían en todo y reforzaban los planteamientos de Pedro Iturbe. ¡Cuánto hay que luchar para que las cosas más sencillas no se transformen en los mayores obstáculos a cualquier proyecto en nuestro medio! Este era un tema recurrente del doctor Iturbe, y cito a Negrette en ese mismo sentido: "Hay peleas que hay que darlas aunque se pierdan, no siempre se puede ganar, pero se lucha y hay que convencerse de que mientras más ardua es la lucha, más meritorio es el triunfo". Bien nos decía Pedro Iturbe que: "En nuestro medio, en necesario soñar mucho, para lograr, tan solo, algunas cosas."
Para aquel entonces, el mundo estaba dividido en dos grandes bloques que parecían irreconciliables, eran el este y el oeste. Consciente de las tensiones de la guerra fría, nuestro sabio nos expresó sus temores sobre el poder letal de la energía atómica. Nos habló de cómo años antes, frente al Proyecto Manhattan habían estado Einstein y Oppenheimer, quienes también estaban preocupados, pues conocía los peligros que asechaban a la humanidad por el manejo imprudente o ambicioso del átomo en manos de los políticos o de los militares. De todas estas cosas y más, conversó ese día con nosotros, jóvenes imberbes maracuchos quienes escuchamos atónitos sus conceptos sobre las emergentes naciones del Asia, sobre Mao y los millones de chinos y sobre el futuro de la humanidad ante las posibilidades de desarrollo de la ciencia en la carrera espacial.
Con pesar, tocamos el tema de su paraíso perdido entre las neblinosas montañas plenas de eucaliptos en los Altos de Pipe, y como una constante afloró su esperanzado deseo de poder servirle a su patria, nuevamente, de poder de alguna manera regresar a su tierra.

Solitario misionero
El 14 de julio de ese mismo año 1967, Fernández Morán cumpliría seis años como Profesor de la Universidad de Chicago y recibiría el Premio John Scott por su invento, el cuchillo de diamante. Este galardón tan solo había sido otorgado antes a Tomás Alva Edison, Maria Curie, Edward Salk, Thomas Fleming y John Gibbon. Era un reconocimiento universal al genial venezolano quien todavía tenía que vivir en el exilio.
En 1968, el mismo año que regresé a Venezuela, Fernández Morán volverá a su patria. Durante los meses de junio y julio dictará algunas conferencias en Caracas, en la Academia de Medicina del Zulia, en Mérida, San Cristóbal, Coro y Cumaná. Desde ese año dará inicio Fernández Morán a una prédica in vivo, con la intención de convencer al país de la necesidad de crear un Complejo Politécnico de avanzada para la formación científica y tecnológica de nuestros jóvenes.
A finales de ese año, como una dependencia del Servicio de Patología, instalamos el microscopio electrónico en el Sanatorio Antituberculoso de Maracaibo. Tres años después del regreso al país de Fernández, en 1971, el sabio visitaría el Laboratorio de Microscopía Electrónica de su amigo Pedro Iturbe. Ya habíamos hecho el Primer Simposio Venezolano de Patología Ultraestructural y, en el marco del VIII Congreso Latinoamericano de Patología, habíamos dictado cursos, presentado y publicado trabajos sobre la rabia, la encefalitis equina, las amibas, tricomonas, el cáncer del cuello uterino, sobre patología tumoral y demás.
El interés de nuestro sabio por todos estos temas fue grande, como fue también la complacencia del doctor Iturbe. En el curso de esta visita del año 1971, Fernández Morán estuvo en San Cristóbal y en Valera, donde dictó una charla titulada "Las oportunidades y retos de la Ciencia y la Tecnología", en la que insistiría en sus sueños y lo haría señalando como durante 18 años había tratado por todos los medios a su alcance de interesar al Gobierno Nacional en proyectos de interés Científico y Tecnológico, sin obtener ninguna respuesta.
En esos días escribió:

"…Soy un misionero y un solitario en mi propia tierra, como lo fue Miranda y como lo fue Bolívar... ...Persistiré en mi firme empeño de cumplir callado mi misión, como investigador científico y educador, ocultando con la jovialidad de Sancho mi tristeza neta de Quijote."(1)
Un hombre con su capacidad intelectual, quizás presentía que los molinos de viento eran más reales que aquellos de Alonso Quijano. ¡Como habría de sentirse luchando contra la adversidad!
Durante el año 1974, Fernández Morán presentará un Proyecto Global ante la Academia Nacional de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales, sin obtener respuesta alguna. En esos días estuvo en Maracaibo y volvimos a vernos personalmente. Conversé con él en el Centro Médico de Occidente y le confié mis preocupaciones. El Sanatorio Antituberculoso se había transformado en el Hospital General de Sur. En el curso de siete años desde la creación del Laboratorio de Microscopía Electrónica no había logrado interesar a los patólogos sobre la utilidad diagnóstica de nuestro trabajo. Por el contrario, a pesar de tener numerosas publicaciones existían desavenencias con el jefe de Patología y los recursos para hacer investigación eran absorbidos por las obligaciones del nuevo hospital general.
El doctor Iturbe estaba dejando la dirección del hospital entusiasmado con la Medicina Familiar y en esta situación me estaban proponiendo que me fuese a Caracas a trabajar en Neuropatología. Conservo una tarjeta personal de Fernández Morán fechada el 29 de octubre de ese año 1974. La recibí unos días después de nuestra entrevista. En ella con su minúscula caligrafía me decía:
"He estado pendiente de sus trabajos y le felicito por sus recientes trabajos sobre virus neurotrópicos, especialmente rabies; yo puedo asegurarle que próximamente instalaremos parte de mi laboratorio de electromicroscopía en esta región. Desearía mucho hablar con usted, para considerar que podamos lograr una colaboración satisfactoria sin necesidad de trasladarse a Caracas. Perdóneme si sugiero que nos veamos en el Hotel del Lago, cuarto 468, si es posible a las 5.00pm. Reciba un cordial saludo extensivo a su apreciada familia. Humberto Fernández Morán."
Esta es la parte más dolorosa de mi historia, en lo personal así me parece. Ya estaba yo convencido de que nuestro sabio Quijote estaba, como el Libertador, destinado a arar en el mar. Esta percepción la había visto venir in crescendo a medida que las dificultades para hacer investigación se multiplicaban en nuestro laboratorio. Los problemas surgían paralelamente a la bonanza petrolera que ya mostraba destellos de lo que habría de ser la llamada "Gran Venezuela". En el año 73, Carlos Andrés Pérez ya era el nuevo presidente y la Venezuela Saudita del derroche y del consumismo delirante, emergía plena de proyectos faraónicos, en los que todo hacía pensar que los sueños del científico más importante que había existido en el país, estarían excluidos por razones obvias.
Asistí a la cita en el Hotel del Lago. En su habitación, hablamos un largo rato. Me pidió que no cometiese el mismo error en el que él había incurrido años atrás, que no saliese de mi terruño, que irme a la capital era un disparate, pues él estaba convencido, y creo que me hablaba con toda sinceridad, estaba seguro de que a más tardar en dos años ya sus laboratorios estarían instalados y marchando en el occidente del país. A pesar de mi incredulidad no quise ser drástico, callé sobre mis temores y acepté esperar, uno o dos años serían suficientes, eso le dije, pero internamente tenía el doloroso convencimiento de que otra vez le estaban engañando con falsas promesas.
Esta conversación, muy sentida, me estrujó el corazón. Busqué con la ayuda del doctor Iturbe una salida Salomónica. Esperé meses durante la tramitación de un año sabático de mi universidad para hacerlo en Caracas. Propuse a un investigador, el doctor Etanislao del Conte para que me supliera al frente de mi laboratorio. Esperé impaciente por los sueños del sabio sin escuchar más noticias.
Sueños son, parecían decirme las semanas y los meses. A comienzos del año 1975, ya el Rubicón estaba cruzado. Después de trabajar un año como Neuropatólogo en el hospital Vargas de Caracas, pasé al Instituto Anatomopatológico de la Universidad Central de Venezuela y logramos con el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONICIT) un microscopio electrónico para desarrollar, entre otros, mis proyectos de investigación con el virus de la encefalitis equina venezolana. Estaba en un Instituto de Investigación de la Universidad Central y, finalmente, interactuaba con patólogos que entendían que la patología ultraestructural era importante.
En el año 1978 tuve la oportunidad de conversar de nuevo con el doctor Fernández Morán. Él, otra vez visitaba a Venezuela. Había estado en Maracaibo en el Primer Congreso de Neurociencias y sus brillantes conferencias eran destacadas en la prensa nacional. Parafraseando a nuestro colega el neurólogo Humberto Gutiérrez, ya estábamos ante un "…lamentable resultado, el que prácticamente hayamos perdido las enseñanzas y la ilustración de este auténtico valor científico nacional…".(1) Como dijera Acosta Sainges del Libertador, Fernández Morán parecía ser en su tiempo "el hombre de las dificultades."
En esos días, supe que estaba en Caracas y me acerqué hasta el hotel Ávila para conversar con él. Fernández Morán seguía dictando conferencias. "Es de hacer notar, que no es el IVIC quien lo invita", dice Jiménez Maggiolo. En Pequiven y en el Centro Médico Docente La Trinidad, hablará sobre Virus Oncogénicos, Biología Molecular, Microscopía Electrónica y la Medicina Clínica y sobre los Bancos de datos, computadoras y satélites. Cuando conversamos, yo le conté sobre la ayuda lograda con el CONICIT y le hablé del nuevo microscopio electrónico, de mis colegas del Instituto en la Universidad Central de Venezuela (UCV) y de los trabajos que estábamos publicando. Sin mucha convicción, le ofrecí de nuevo regresar con él si algo se concretaba en el Occidente del país. Fue un mero formulismo.
Era impresionante, pues a pesar de la importante y privilegiada posición de nuestro científico en el mundo, su destino de Ulises irredento parecía perseguirle. El genial investigador de la NASA, el inventor del cuchillo de diamante, el descubridor de las partículas elementales de las mitocondrias, persistía en sus esperanzados sueños e insistía en que yo debería regresar a mi tierra, pues todo estaba ya dispuesto para él, casi a punto. Pleno de respeto y de admiración ante aquel hombre genial, asentí ante sus planteamientos, confundiendo la tristeza con la desesperación y sentí furia contra quienes desde las sombras maquinaban e impedirían para siempre sus ilusionados proyectos.
En el curso de los años que siguieron a esta conversación, llegaría a saber que el microscopio electrónico del laboratorio del hospital General del Sur de Maracaibo sería abandonado e impunemente destruido, pero esa es otra historia, también lamentable.
Siete años más tarde, de nuevo visitando a su ciudad natal, Maracaibo, Fernández Morán hablaría ante los investigadores médicos de la Universidad del Zulia y sobre esta plática, citaré las impresiones de Américo Negrette quien consideró que la ocasión memorable pareció ser "un momento de magia":
"... Escuchando a este hombre en esa noche, viendo el entusiasmo por la ciencia, cualquiera puede ser mezquino, pero solamente los grandes saben ser generosos a tal grado, - el hombre que descubrió las partículas elementales de las mitocondrias... que ha desarrollado adelantos de la tecnología científica que son utilizados por científicos en todo el orbe, bajó del pedestal que le han forjado sus propios méritos, tan llanamente, tan espontáneamente, para estimular a unos hombres simples, - que su grandeza se hizo mayor... Esa será una noche inolvidable, increíble. Ver aplaudiendo a sus científicos, un pueblo que ha sido entrenado para aplaudir solamente a deportistas, políticos y faranduleros, es increíble. Esa es otra Venezuela. Una Venezuela que aunque fuera una noche, hizo posible la magia de un científico grande, la generosa magia de Humberto Fernández Morán."
En 1986, Fernández Morán regresaría a Venezuela con nuevos proyectos. Esperaba lograr apoyo de la Universidad del Zulia y de la Universidad de Los Andes para crear un Laboratorio de Astronomía que debería estar situado al sur del lago de Maracaibo. Todo era retórica pues la situación política del país no se había modificado.
Malquerida herencia


En 1989, en la oportunidad de estar dictando un Curso sobre Ultraestructura de Tumores en un Congreso Iberoameroamericano de Biología Celular en La Habana, me enteré a través de la doctora Haydée de Castejón de la enfermedad que aquejaba a nuestro sabio. Un accidente cerebrovascular en diciembre del año 1988 había revelado una malformación vascular en el cerebro medio y casi nadie sabía mucho sobre su salud. Sus compromisos en la Universidad de Chicago ya habían concluido y Humberto Fernández Morán había decidido regresar a Suecia con su mujer y sus hijas.
En 1992, a pesar de sus dolencias que progresivamente iban incapacitándolo para cumplir algunas funciones, volvería al país y en Mérida durante el Primer Congreso Atlántico de Microscopía Electrónica hablaría sobre sus inquietudes de toda la vida.
Cito sus palabras:
"…La Microscopía Electrónica ha sido y será siempre una disciplina fundamental de todos los ramos del saber humano en este planeta y en el espacio extraterrestre…" (1)
"He tenido la suerte de trabajar en varios continentes y de conocer a casi todos los protagonistas a lo largo de los cinco decenios transcurridos desde los comienzos de estas pesquisas... "(1)
"La obra inmortal de Cajal ha sido continuada por los descubrimientos del argentino Eduardo De Robertis, y por nuestra propia descripción de las fibras nerviosas submicroscópicas, de las vesículas sinápticas, las partículas elementales de las mitocondrias y de otros complejos macromoleculares."(1)
Dos años después, el 19 de julio de 1995, desde su casa en Suecia le escribiría una carta a Enrique Auvert, su condiscípulo del Colegio Alemán de Maracaibo.En ella le cuenta: "los inviernos aquí son muy largos, oscuros y fríos". Le comentará luego sobre sus dificultades para escribir a mano, cada vez mayores. En esta misiva de dos páginas escritas a máquina, el sabio nuevamente se muestra visionario sobre el futuro de la ciencia y de la humanidad.
Quisiera concluir, citando algunos párrafos de la carta del científico a su amigo de la infancia. Estos han sido tomados del libro del doctor Roberto Jiménez Maggiolo y no guardan la secuencia original, pero creo que pueden ayudarnos a cerrar esta sucesión de trágicas vivencias que he enumerado sobre la vida del gran venezolano que fue el doctor Humberto Fernández Morán.
"…Si sabiduría radica en conocer lo vasto de la ignorancia, entonces yo soy bastante sabio, pues soy ignorante experto…"(1)
"…Yo si me he equivocado y eso garrafalmente, pero al darme cuenta he reaccionado; y hasta el final de mis días trataré de rectificar, corrigiendo entuertos…."(1)
"…Yo soy optimista, y aunque esta era semi-oscura e inclemente parece negar todo lo positivo del pasado, la especie humana seguirá evolucionando con la ayuda de Dios y pese a los cataclismos planetarios. Lejos de una visión apocalíptica - tan popular en nuestro siglo - creo que el futuro nos reserva desarrollos insospechados. El milenio que se avecina contará con grandes dolores, pero también con profundas alegrías, pues apenas experimentamos un principio en esta expansión cósmica."(1)
"…El haber pasado por este valle de lágrimas, no me ha dejado confuso y desamparado, pues intuyo límites incandescentes donde otros ven barreras…".(1)
Estas palabras plenas de optimismo en medio de tanta adversidad, expresadas al final de su vida por nuestro genial científico, quizás pueden servir para darle fin a esta sucesión de trágicas vivencias padecidas por un gran venezolano, un hombre de ciencia para toda la humanidad, el doctor Humberto Fernández Morán. El 17 de marzo de 1999, fallecería en Estocolmo.
Lo que ocurrió después de su muerte, con sus pertenencias, manuscritos, trabajos inéditos y hasta microscopios electrónicos legados por él a su querida patria Venezuela es también una tragedia. Su herencia fue rechazada sistemáticamente, porque nadie quería hacerse cargo de los costos del traslado, hasta que por fin pudieron llegar sus bienes a manos de la Universidad del Zulia. La verdadera historia es insólita. Estuvieron olvidados en unos "containers" en la Aduana de Maracaibo, expuestos al sol y la lluvia durante meses.
En la actualidad, en la Universidad del Zulia, se intenta recuperar parte de la malquerida herencia del sabio, deteriorada por la indiferencia de sus conciudadanos. Es algo ciertamente triste, pero, quisiera creer que sus palabras podrán, de alguna manera servir para mitigar el dolor de lo pasado y para que nunca más olvidemos las crueles realidades de nuestra historia. Ojalá podamos enfrentar, atreviéndonos a aceptar la realidad histórica de nuestro pasado cercano, los retos que el desarrollo científico y tecnológico del país nos depara hacia el futuro, el cual deberá estar, como lo veía nuestro brillante científico, lleno de esperanzas.

Bibliografía
Roberto Jiménez Maggiolo:Humberto Fernández Morán Vida y pasión de un sabio Venezolano. Fundacite Zulia Ediciones. 1998
El texto original utilizado para la realización de este documento, fue presentado en:
  • Primeras Jornadas de Actualización Citohistológicas y de Ciencias de la Salud en la Facultad de Ciencias Veterinarias y Agronomía de la Universidad Central de Venezuela, del 21 al 23 de junio del año 2000, en Maracay, Edo. Aragua, Venezuela.
  • Jornadas Nacionales de la Sociedad Venezolana de Anatomía Patológica en Puerto Ordaz, Estado Bolívar, con apoyo audiovisual, en octubre del año 2001.
  • En el auditórium del Instituto de Investigaciones Clínicas en Maracaibo en febrero del año 2002.
  • Festival Juvenil de la Ciencia de ASOVAC en el año 2002, en Maracaibo.