Cuando tuve la suerte
de conocer a Natascha
Esa noche serena conversaría allí
con Natasha, y Anabella quien había decidido llamarla, la rusa, o más
despectivamente, la funcionaria, le dedicaría unas cuantas indirectas sobre la
base de su supuesta coquetería, inadmisible para ella en una señora que ya era
abuela. Ese detalle, no sé por qué, pareció impactarla. Una abuelita linda e
inteligente, eso pareció provocarle un corto circuito neuronal...
Simultáneamente, yo me entusiasmaría más y más atendiéndole a su charla de
ametralladora checa y a sus ojos de gacela y asimilando sus ideas drásticas
pero prístinas sobre un comunismo radical. Decía las cosas con un mohín en el
lunar sobre su labio, sus colmillos superiores eran algo prominentes, ¡uf!, ¿y
qué tal la arañita vascular sobre la ceja? Pequeño vestigio de un Gorbachow en
ciernes, eso le dije y le causó bastante risa... Era un hecho evidente que
Eduardo Imaz estaba en la misma onda, zumbando como un abejorro en el panal de
los encantos de la bella Natasha. Pronto llegó Anabella y se situó a mi lado.
Alicia para mi tranquilidad se mantuvo sentada en el salón, cerca de los
mesones de comida y entonces fue cuando hablamos interminablemente,
ininterrumpidamente y más que nadie, Eduardo y Natasha quienes como dementes no
cesaban de cotorrear sobre todas y cada una de las cosas de este y del otro
mundo, al este y al oeste del telón de acero, tan cerca y a la vez tan lejos de
Mayami, desde aquí, desde la tierra de Martí. Escuchándola hablar sobre la
política y el proletariado mundial, sobre la importancia del internacionalismo
activo y militante, yo pensé nuevamente en el paquete y me volví a sentir como
si fuese una especie de espía de medio pelo, ignorante del rol que desempeñaba,
¿en una supuesta conspiración?, ¿un plan urdido por el narcotráfico
internacional?, o quizás, ¿por una legión de gusanos?, o probablemente era sólo
mi imaginación... ¿Cómo saberlo? Anabella estaba enviándome mensajes
codificados desde el verdor de sus hermosos ojos y no podía dejar de
preocuparme, pensando en que probablemente nos habíamos metido en un berenjenal
y saltábamos haciendo cabriolas, como peleles, ante Natasha. ¿Qué peligro
corríamos?, quizás tener que enfrentarnos con la KGB o con los servicios de
inteligencia cubanos. ¿Transmutados en una hermosa mujer? Natasha, la rusa.
Entretanto la luna había ascendido y asomada entre las nubes se reflejaba
cabrilleando en el mar. Desde dentro, el sonsonete del montuno repicaba en los
cristales de puertas y ventanales. Natasha entornó sus párpados. Romy Schneider
me dije recordando a Sissi la emperatriz que habitaba en el palacio de
Schombrun. En ese instante ella miraba a Eduardo inquisitivamente y luego con aire
de misterio nos dijo quedamente.
-El tiempo es Krisna, pero para
los chinos es el yiking y el iching. El tiempo mueve todos los ejes, pero es
inmutable. El tiempo es el que le da sentido a nuestras vidas...
Yo estaba más que anonadado, en
realidad vivía un estado temporal de extasiada idolatría. Quizás notando mi
embeleso por la escultural funcionaria cubana, Anabella decidió interrumpirla y
con aplomo sentenció.
-Ay mija, Albert Einstein ya definió
la dimensión desconocida desde hace añales, y con fórmulas matemáticas él ya precisó
todas esas cuestiones del tiempo y del espacio...
Yo me preguntaba si era el hecho
de parecer una diosa de alabastro el motivo que provocaba el embeleso de
Eduardo Imaz. ¡Rayos! Definitivamente ella le coqueteaba. Él sonreído, tan sólo
murmuraba, un qué se yo sobre la masa, sobre la luz y su velocidad al cuadrado
mientras Natasha sin inmutarse continuaba ante él, frente a todos su plática
embriagante.
-Cada una de nosotras, quizás
somos sólo las facetas, como los lados de extrañas figuras geométricas,
poliedros construidos con el tiempo y las vidas de cada quien y al mirarnos en
ellas reflejados, concienciamos como son esas facetas donde todos estamos,
muchos en una, atrapados. Somos partes de un todo, trozos, reflejos o quizás
fragmentos de un sistema imperfecto, que tiende permanentemente a la
desorganización y todo esto a pesar de la física y de las leyes que controlan
el Universo, porque vaya, si la vida existe es porque hay muerte, la
entropía...
Anabella trató de interrumpirla y
ella le dijo.
-Espera Anabella, espera, porque
la vida, la tuya y la mía también están reflejadas en este sistema geométrico.
Están cautivas, presas, como partes de un todo cosmogónico. Las vidas son como
líneas entrecruzadas, la imbricación de unos triángulos, los hilos entrelazados,
el ovillo hasta llegar al mandala.
Entonces fríamente le respondió
Anabella.
-¿Te refieres a la Stella del
Universo? ¿Al ombligo del mundo? ¿Tú quieres decir que cada quien es el ónfalos
de su propio cosmos?
Yo tuve que reírme sorprendido
ante las preguntas de Anabella e intervine diciendo algo así como...
-Pienso que las cosas dependen de
cada quien, y de donde tú estés. Claro está que también cada uno mira a su
propio universo de un modo muy personal...
-¿El color del cristal con que se
miren las cosas? ¿Es eso lo que dices tú Marcelo?
-Sí, más o menos es eso, Anabella
querida, pero en cierto sentido más que un cristal que colorea el entorno,
dependerá del ángulo de tu visión, de ese sitio que en ocasiones existe en el
espacio de un instante, como el Aleph de Borges, pero no todos tendrán la
suerte de encontrar ese rincón y mirar desde allí. Es algo que puede
perseguirse de por vida, es como el punto vélico, ese que logra equilibrar
todas las fuerzas que tironean del velamen de una goleta en alta mar. Ese cruce
de todos los caminos tiene mucho que ver con el tiempo, bien lo decía Natasha,
o, ¿quizás con los espejos?, puede que sea con eso que denominan, ¿el destino?
Anabella parecía extasiada y como
noté que me miraba queriendo interrumpirme, yo la deje acotar.
-Hablas de Borges, pero existe
otro escritor, otro argentino a quien yo admiro emocionadamente, ¿cómo te
digo?, ahora lo estoy pensando con todo esto del tiempo y de los hilos enredando
el mandala, ¿te digo?, es Julio Cortázar.
Eduardo con aire pensativo le
preguntó a Natasha.
-¿Es cierto que Cortázar siempre
fue muy amigo de la revolución cubana?
-Y de todos los movimientos
progresistas.
Le respondí yo interrumpiendo la
afirmación de ella. Luego volteando a mirar a la hermosa Anabella, le comenté.
-Cuanto me alegro que coincidamos
nuevamente compañera maracaibera, debo decirte que Cortázar es uno de mis
escritores preferidos.
Natasha acercó su rostro a
Eduardo Imaz, ella tenía un cigarrillo en la boca y le entregó su pequeño
yesquero mientras decía entre labios, insinuante.
-Ese enredo de Oliveira en
Rayuela es exactamente lo mismo que estamos discutiendo en este instante, yo
insisto en que la vida tiene un profundo sentido cosmogónico.
-Sí Natascha.
Anabella lo dijo rápidamente
aprovechando cuando "la rusa" aspiraba su cigarrillo turco y
prosiguió.
-Yo me pregunto si tú conoces un
cuento que vincula a Cortázar con el Che y con Fidel. ¿Tú has leído "La
Reunión"?
Natasha le respondió prontamente.
-Si querida, es un relato
hermoso, lleno de imágenes reales y a la vez de una insensatez tal, que los
hechos sólo pueden explicarse porque fueron así, es la verdad presentada por Cortázar
como una pieza surrealista.
Anabella pareció no estar
complacida con su respuesta y terció.
-Más bien yo diría que el cuento
de Cortázar es un relato homérico. ¿No te parece a ti Natasha que toda la
revolución es como una epopeya?
Yo notaba la pugna de mi joven
amiga literata enfrentada a una Diana cazadora, que tomaba las riendas con un
dechado de embrujadora destreza.
-Para quienes la hemos vivido, es
difícil asumir la revolución como un poema.
Natasha se detuvo un instante,
exhaló por su linda nariz dos nubes de humo y continuó.
-En ocasiones tenemos que vivir
situaciones que son muy difíciles, pero son, como te dije sobre el cuento de
Cortázar, son esas cosas que nos ocurren, que sabiéndolas reales nos resultan
tan kafkianas que tú te dices, ¡vaya esto parece un cuento!
Entonces volvió Anabella a la
carga.
-Es la metamorfosis de todo un
pueblo, facilitada por estar en una isla, es como vivir en el cuarto de
Gregorio Samsa, aquí mismito, adentro, aisladas, se protegen la cucarachas,
pero ustedes son adversados por el peor Calibán de la historia, ¡nada menos que
por el imperialismo yanqui!
Decidí intervenir rápidamente y les
pedí que regresásemos a Cortázar. Eduardo estaba ya totalmente hipnotizado por
Natasha, no sabía yo si era el efecto del humo de su cigarrillo de tabaco negro
o era algo embrujador que prefería creer producto de los mojitos o de la
yerbabuena con zapote mamey. Dije entonces, creo que comenté algo así...
-Quizás una de las cosas que más
me gustan de Cortázar es lo elaborado de sus juegos mentales, juegos que están
escritos, dentro de esa obsesión por perseguir lo inaccesible, el aroma de
misterio que exudan sus relatos, el claroscuro de su gramática
transformacional, llena de anagramas y de palindromas, con esa propensión a
cosificar a cualquier individuo.
Anabella me interrumpió para
decir dictando cátedra.
-Opuesto totalmente a Felisberto
Hernández quien siempre vivificó las cosas, ¿es o no es cierto?
Dejó la pregunta en el aire con
erudita picardía. Pensé que ella estudiaba el efecto que sus palabras, una a
una, lograrían sobre la dama rusa. Ante tal situación decidí adoptar una pose
parsimoniosa y le respondí a mi joven amiga, como si fuese yo un viejo
catedrático de lengua, ¿o de chachachá? ¿Tal vez el profesor Ruiz Ras?
-Blá, blá, blá, en realidad son
estilos diferentes, aunque ambos autores sean unos expertos en eso de escribir
un cuento. Es cierto lo que tú dices sobre las cosas cuando son vistas por el
escritor uruguayo, pero los personajes de Cortázar a mi modo de ver, viven en
un plano más universal, son como el tiempo mismo, son infinitos. Puede que duren
tan sólo un instante, quizás el de estrellarse contra un árbol en el camino de
Kinderberg, o la prolongada obsesión de Johnny el negro saxofonista
persiguiendo el tiempo, ¿o el jazz?, asediado por la droga y por los años, o el
mágico momento cuando Alina Reyes, sobre el puente de los leones entre Buda y
Pest, allá sobre el Danubio, es abrazada por la mendiga y entonces se
identifica con ella, se consustancia con ella para siempre jamás...
Me interrumpió Anabella
aplaudiéndome y diciendo, ¡bravo, bravo!, bien por mi dóctor, y yo, me sentí
más que cortado, sorprendido por su explosiva expresividad, espontanea,
estentórea, ¿juvenil?, ¡vaya con la muchacha maracucha! Sólo atiné decirle que
quizás cuando llegase a tener mi edad, vería lo necesario de perseguir siempre
un Aleph y no sé qué estupideces dije porque me sentí viejo, balbuceando
sandeces, queriendo alternar con jóvenes, quizás demasiado capacitados para
aceptar mis disparatadas disquisiciones culturosas. Hice silencio y de reojo
observé la sonrisa de Natasha, noté su mano sobre el brazo de Eduardo y
entonces ella me miró con ese impresionante parecido a Romy Schneider. El humo
de su cigarrillo hacia volutas de un azul blanquecino, plateado por efecto de
la luz de la luna, arqueó la ceja y noté el arabesco bermejo palideciendo,
¿Gorbi?, seiscientos sesenta y seis, el signo del anticristo, ¿la mancha
rebelde? El resplandor de sus pupilas de gacela estaba cuajado de misteriosa
simpatía, ellas despedían un extraño fulgor con tonos grises y destellos magenta,
tal vez de un malva indefinido...
Entonces me sonrió, ¡a mí solo!, y me sentí su cómplice, ella y yo como
si no existiese más nadie en todo el universo. Sentí un susto, casi un miedo
interior, porque solo quería en ese instante arrojarme a sus pies, adorarla,
contemplarla así con esa velada y hechicera sonrisa bajo el resplandor plateado
de la luna. En ese instante apareció, como era de esperarse, Alicia, la
inefable guardiana de mi destino preconcebido en este viaje singular. ¡Nos
vamos ya! Lo dijo autoritariamente y en menos de media hora, ya estaba aquí,
sentado, cuartillas por delante, sintiéndome obligado a escribir como si fuese
Pedro Camacho el boliviano fabricante de folletines radiales, y me inclino a
creer que muchas de estas cosas que relato no son reales y que tal vez todo lo
vivido lo he soñado... Sueño que estuve en esa reunión, cabeceo durmiéndome
sentado y sueño que estoy aquí, de estas prisiones cargado y pienso que son
cadenas las que me han de pesar en una mazmorra del Castillo del Morro, pues me
temo he servido de correo a planes subversivos, los desconozco pero seguramente
se relacionan con el narcotráfico, con alguna incierta conspiración, tal vez
con una sombría intención desestabilizadora... Yo no quise hacerlo, me digo que
no soy culpable, yo no fui... Cerré los ojos y soñé que existía en otro estado
más lisonjero, al fin y al cabo que, ¡rayos! ¿Una ilusión? Una sombra, una
ficción y el mayor bien es pequeño, que toda la vida es sueño y los sueños,
¿sueños son? Casi me duermo escribiendo y no obstante creo que puedo revivir
escenas de los minutos finales, cuando veníamos regresando, Natasha al volante.
Algunas de las cosas que conversamos hace un rato... La fiesta suspendida por
real mandato de mi estimada doctora Barrera... Quizás, posiblemente esa suspensión
fue una correcta decisión. Mañana me corresponde hablar ante una audiencia de
expertos. A las once dictaré mi ponencia sobre los leucocitos asesinos en el
SIDA. Lo cierto es que en su cochecito polaco, íbamos como sardinas en lata
Alicia y Anabella en el asiento trasero y yo disfrutando del perfil de Natasha,
cuando mi joven compañera volvió a la carga con el tema de lo real e imaginario
y el barroco. Me sorprendió la Romy Schneider comentando con todo aplomo entre
un cambio de velocidad y otro algo así como...
-Lo imaginario puede que sea real
y en la literatura no es necesario que lo real sea críptico para que te logre
cautivar. Algo escrito por Nietzsche o por Jorge Luis Borges no es tan
complicado y no obstante puede encerrar profundidades difíciles de bucear,
simples en su estilo pero complejas para descifrar. Más allá del juego de las
apariencias y del reflejo de las imágenes en los espejos, de lo invisible, de
eso que Marcelo dice está oculto en un rincón oscuro, más allá de todo eso,
está la esencia de cada autor, lo que cada quien quiere significar y el
escritor puede ir y regresar de lo real maravilloso a lo irreal y humano,
quizás diciéndonos con su trabajo como el alma de un poeta puede vivir eternamente.
Un poeta o un escritor de verdad pueden lograr eso. La aspiración de cada
artista siempre ha sido una sola, vencer a la muerte.
Yo estaba espabilado, había
calculado que nuestra hermosa abuelita, funcionaria, erudita, pasionaria,
comunista poco ortodoxa, adoradora de Fidel, era todo eso y más, pero no
imaginaba que poseía esa pasión para defender la poesía y la autoría
intelectual de cualquier ente. Estas reveladoras expresiones, señalaban que mi
funcionaria, mi rusa, mi estatua alabastrina, mi Diana cazadora, pudiera ser no
tan sectaria como ella misma decía ser. Tal vez ella solo trata de ofrecernos
la imagen de una mujer estricta, parece estar preñada de ideales y al final como
que se nos vuelve, ¿pura prosopopeya bolchevique? Ella con su propaganda
comunista y su fanatismo internacionalista explayado ante nosotros quienes la
estábamos conociendo por primera vez... Una esperanza parecía existir de qué
ella fuese accesible, eso me dije yo, ¿podría ser vulnerable? Si ama la poesía,
me dije, puede ser ella el ser humano que me ayude en el trance de este lío que
pareciera estar naciendo alrededor del paquete bendito y los pequeños trozos
del misterioso microfilm. ¿Atreverme con ella a hablar? La funcionaria, resulta
que tiene alma de poeta. ¿Qué me puede ocurrir? Pensé estremecido en los
horrores de la Siberia y el archipiélago de Gulag, imaginé a la KGB en el
tropical ambiente caribeño. Anabella le hablaba desde el asiento trasero…
-Lo que tú dices es muy cierto,
tú te refieres a la otredad, ese ser otro y ser uno a la vez y ser todos, eso
que posee el escritor, que es parte de cada artista, eso que tiene cada autor,
una especie de poder transformarse en otro ser, una segunda naturaleza, como la
creada por Lezama. Las obras de arte son... Mira te lo voy a decir parafraseándote
a José Martí: "el arte, decía el apóstol, no es más que la naturaleza
creada por el hombre.
-¡Vaya niña!, que buena está la
cosa, está muy bien que tú me respondas con una cita de Martí. ¡Óigame
caballero! Esta jovencita de tu tierra, Marcelo, ¡es pura candela! Entonces yo
traté de regresar al tema central.
-El hombre, es un animal de
costumbres, el hombre, crea, pinta, escribe y hace todas esas cosas que
llamamos el arte, pero está obligado a adoptar una posición en el devenir
histórico y la historia se hace sobre los restos de lo que va dejando el
hombre, sobre las ruinas de sus ciudades, de sus creaciones suplantadas por la
acción devastadora del hombre mismo. Crear y destruir, hasta ir acabando con
este planeta tierra. Así es la historia, cíclicamente registra muerte y destrucción.
Sobre estas crudas realidades, como una rosa en el desierto, lo único que se
alza, es la poesía, es el arte, es la creación de la mente...
Anabella me interrumpió, afortunadamente,
porque no sé qué derroteros pensaba yo tomar, con los dislates que decía en mi
locura, mirando el perfil de aquella bella criatura al volante. Creo que en el
fondo, pensé en Alicia, hundida en el asiento de aquella lata de sardinas
polaca, su silencio me preocupaba un tanto, pero no quería voltearme a mirarla
para no tropezarme con algún guiño fuera de tono o para no verla como creía
debía estar, la mismísima bella durmiente del bosque esperando el beso de su
príncipe azul que ella soñó... En ese momento Anabella expresó su opinión
contundente.
-Eso de la destrucción y la
creación humana trae a colación el tema de la revolución cubana. Sin duda,
-prosiguió Anabella, -este sistema está fundado, asentado, sobre la dialéctica
marxista del castrocomunismo en América, sobreviviendo en estos días gracias a
la ayuda soviética, paño de lágrimas de los cubanos habitantes de esta isla cercada
por el imperialismo yanqui. Pero, chica, ¿dime por qué no terminas de aceptar
la cruda realidad de que los beneficiarios de este sistema político están
pasando las de Caín? Yo siento como si fuesen nuestras, todas las privaciones y
las necesidades que soportan los compañeros cubanos. A mí me impresiona tu
tranquilidad. ¿Por qué no las ves tú? Aquí estamos sobre las ruinas de La
Habana, ciudad que representa un sistema diferente, pero yo te pregunto de
nuevo, Natasha. ¿Esto es el máximo de la felicidad que el nuevo orden de
ustedes le ofrece a tu gente? Bien están las conquistas sociales y la educación
y la asistencia hospitalaria gratuita, pero dime, ¿podemos discutir ahora el
tema de la libertad? Yo por ejemplo quisiera hablar la verdad de cada quien, de
la oportunidad que cada cubano pueda tener para disentir.
En silencio, yo no salía de mi
asombro ante la descarga de Anabella, no era la brigada ligera a la carga, ¡era
plomo del grueso lo que lanzaba la carricita! Natasha con seriedad y muy
pausadamente le respondió.
-Esos individualismos, que no
tienen nada que ver con la poesía, ni con el arte, que era el tema del que
hablábamos, esos resabios reaccionarios que se perciben en tus preguntas son
los que nosotras hemos superado. Tú no lo entiendes chiquita, porque eres de
otro mundo, tú eres parte de un sistema cruel, capitalista, individualista,
burgués y explotador que sólo sirve para que cada quien se beneficie a
costillas de los demás. Un grupito que vive mientras la mayoría padece.
Anabella volvió a interrumpirla.
-Pero Natasha por favor. ¿Tú no
has oído hablar del libre albedrío? ¡Cómo te explico lo que significa la
libertad de cada individuo, por separado! Tú hablas del arte y de la creación,
pero ¿cómo puede florecer la creatividad en un sistema que restringe el
pensamiento?
Yo le atendía los dos puntos de
vista, pero estaba sorprendido. Me parecía extraño escuchar a Anabella, la
misma de las canciones de Silvio y de Pablito, con sus lecturas de Martí,
Guillén, Lezama y Carpentier, con el fidelismo de su padre el guajiro zuliano
Antonio Julio, en su más plena e ilusionada juventud, planteándole a nuestra
recién conocida belleza cubana una defensa de la libertad y del libertinaje de
nuestro mundo capitalista, y era tal el énfasis que estaba desplegando en su
argumentación que no quería yo saber cuán lejos iba a llegar. Todavía el
silencio de Alicia me crispaba los nervios mientras miraba los ojos fulgurantes
de Anabella, quizás por ello decidí como un árbitro, o como un referí en el
ring, mediar con una salvadora ocurrencia.
-¿No será que todo esto no es
real? ¿Que todo es una cosa imaginaria y que somos víctimas de un sueño? ¿No
será que todo esto es una broma mental cuyo asiento, no son las ruinas de La
Habana, sino nuestro intelecto que no encuentra asidero para el frágil
principio de la verdad?
Natasha entonces pausadamente
contestó mis preguntas.
-¡Quien sabe Marcelo! La verdad...
Óyeme tú, para que algo bello se produzca, para crear algo que valga la pena,
es necesario soñar y apartarse de la realidad, porque primero siempre estarán
los ideales y la verdad siempre es amarga. Por eso es que a ustedes les impacta
esta sociedad nuestra, les parece extraña, esta ciudad, para ustedes es
kafkiana y surrealista, por eso, no terminan de entendernos, somos
latinoamericanos como ustedes pero pienso que hemos logrado tener una
concepción de la vida diferente...
Ya el sueño me impide continuar
escribiendo, es demasiado para un día. Cuando cesó la discusión, Anabella se
paseó por el romanticismo y la poesía, se refirió a la economía de los medios
de expresión que utilizan los poetas, curioso comentario en la tesista del
barroco, más por allí, nos condujo sin parar a Vallejos, a Neruda, a Octavio
Paz y a Vicente Huidobro. El exceso de poesía en un instante pasó a ser de un
barroquismo total. En la madrugada, enlatados en aquella especie de Fiat
polaco, llegamos con el frenazo final ante la casa de protocolo y despertó
Alicia, quien seguramente ya iba en un tercer plano de la anestesia onírica,
tal vez descendiendo por una madriguera de conejos o discutiendo con reyes de
barajas, por lo que se había perdido de nuestra comidilla sobre política y
literatura, sobre la vida y los pesares de los habitantes del país de las
maravillas, de los sufridos isleños de la tierra donde nace la palma, todo esto
que he tratado de escribir sobre todo aquello que conversáramos la noche de la
fiesta en el Club de los Trabajadores, cuando tuve la suerte de conocer a
Natascha.
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Jorge García Tamayo
Texto extraído del Capítulo VII de la novela “Escribir en La Habana”
Premiada en la Bienal de Literatura José Rafael Pocaterra del Ateneo de
Valencia el año 1994.