FERNANDO C TAMAYO, POETA TACHIRENSE
Fernando Carlos Tamayo fue uno de los poetas
líricos más firmes y expresivos del Táchira. Hijo primogénito de Don Lorenzo
Tamayo de la Madriz
y de Doña Albina García de Tamayo, Fernando, nació en Valencia el año 1890 y
antes de cumplir el año se trasladó con sus padres a San Cristóbal.
Tuve la suerte de conocer
personalmente a mi tío Fernando, en
Maracaibo el año 1947. En aquel entonces yo era un niño de ocho años, pero
recuerdo perfectamente su visita a nuestra casa, “Los Arrayanes”. Mis hermanos
y yo, sabíamos que era el mayor de nuestros tíos, que era poeta y que había
combatido en la guerra del catorce. Estuvo unos meses en Maracaibo, antes
regresar a Los Estados Unidos, donde fallecería al año siguiente, en agosto de
1948. No podía imaginarme, a la edad de
ocho años, la importancia de mi tío como poeta, pero si comprendimos, mis
hermanos y yo, que él era un personaje de esos que solo se encuentran en los
libros de aventuras.
Fue en la revista literaria “La Idea” donde Fernando dio a la
luz pública su primer poema titulado “Parábola”. Esta poesía con un cierto
sabor bíblico, fue reproducida en 1908 en diversas publicaciones de los
círculos literarios de Caracas, Maracaibo y de Quito.
Fernando Tamayo formó parte de un grupo de jóvenes tachirenses, inquietos y
talentosos, muchos de ellos agrupados en torno a la revista “Bloques”,
escritores de poemas y de ensayos quienes mantenían viva la actividad cultural
en la San Cristóbal
de comienzos de siglo. En aquellos duros
días, en una Venezuela rural, acogotada por guerras y dificultades económicas,
Fernando Tamayo, con José Abel Montilla, Ramón Leonidas Torres, Eduardo López
Vivas, y su hermano Francisco Tamayo, comenzaban a descollar en la actividad
literaria del Estado Táchira y del país nacional..
Se vivían los últimos años del régimen
de Cipriano Castro y alboreaba la larga dictadura gomecista. En el año de 1907
tenía Fernando 17 años y un panorama imprevisto se abrió ante él. La posibilidad
de abandonar el suelo nativo agitaría sin duda su corazón de soñador y poeta,
seguramente él sopesaría la idea, posiblemente pensaría en sus padres, en sus
hermanos, en Inés Dávila y decidiría aceptar el reto. A finales de ese mismo
año, a lomo de mulas, en tren y luego embarcándose en varios vapores, marcharía
lejos de su patria, para irse a estudiar en Norteamérica.
En el Colorado College, de Colorado
Springs habría de iniciar Fernando su periplo de personaje novelesco. Fue
estudiante de ingeniería civil, profesor de español, deportista, dibujante, se
fue a la guerra del 14 con sus compañeros y sus discípulos, y ya en el frente
de batalla estuvo dirigiendo una compañía de Infantería siendo condecorado por
servicios de guerra. Regresaría a Norteamérica y en el Colorado College
volvería a ser profesor de español y se graduaría de Filosofía y Letras. Casó
con una norteamericana, fue obrero en molinos para la extracción de oro,
lavaplatos en un restaurante neuyorkino, actor de cine, cowboy, guionista de películas,
director de Publicidad de la Columbia Pictures, asesor de Producción de la Fox, premiado con un Oscar de la Academia de Artes
Cinematográficas en Hollywood por el guión de la película “Sombras de Gloria”
en 1935, ejerciería el periodismo en Nueva York y con una sólida cultura
humanística, se transformaría en un erudito, versado en literatura y filología.
Hablaba y escribía en inglés y en francés con la misma perfección que en
español, colaborador de numerosos periódicos y revistas de América Latina y
España con los seudónimos de “Tom Ayala” y “El Conde de San Javier”, sus
crónicas se titulaban “ Vistazos Neuyorkinos” y “Salpicón Cosmopolita”. Escribía y publicaba poemas en inglés y en
español y fue, en palabras de Cesar Casas Medina
“
Un poeta de alcurnia. Un poeta de la más fina casta. Un poeta con voz propia.
Con sello original. Con sustantiva y definida personalidad.”
Durante sus años de estudio en Colorado
Springs y con los avatares de su existencia, el poeta siempre tuvo presente su
tierra tachirense, las montañas andinas, sus gentes, su familia, y será esa
nostalgia del terruño la que formará la médula de su poesía. “Romance
del camarada muerto”, fue escrita en
un pueblo de Francia tres días después de la firma del armisticio en noviembre
de 1918.
“Romance del camarada muerto”,
Extraño que en mis recuerdos
de esta madrugada fría
no se agiten torvos cuervos
de pasiones agresivas;
sino que en fugaces giros
las alegres golondrinas
de mi añoranza, pincelen
en raudas policromías,
paisajes inolvidables
de mis lejanas campiñas.
La niebla durmió en la selva
y, acre, la humarada pícrica
que a la neblina emponzoña
nos sofoca. Mis pupilas
se esfuerzan por cotejar
los “números” en las filas
con la voz que dice –Aquí
sin el timbre de sonrisa
que en mi mente conectaba
la voz y fisionomía.
La humareda es una bruja
que artera, me tantaliza:
Mañanitas de mi tierra,
escalofríos de neblina,
oh, los cerros de Capacho
en mis montañas andinas!
Ansias de calor de nido...
Dolor de esperanzas idas...
Broncas
las bocas de acero
lanzan
“fuego de cortina”;
los
“Setenta y cinco” ladran
en
bochinchera jauría;
y
silba muerte el aullido
de
granadas enemigas.
Madrugadas
de Capacho...
escalofríos
de neblina...
Hace
frío en Bois-le-Prètre...
No
puede ser cobardía.
Se
han vestido los muchachos
para
un día de revista
un
“rendez vous” con la muerte
amante
a quien no la esquiva.
Sin
delatar la emoción
me
fijo, al pasar revista,
en
cada rostro. Quisiera
grabarlos
en la retina!
Van
en “misión especial”;
son
miembros del “Club Suicida”
que
han de cortar las hiladas
en
la alambrada enemiga
al
punto de la “hora cero”
y
a la señal convenida.”
-Al
removerse y dejar
el
rollo de sus cobijas
-Si
vuelven, aquí estarán
para
quien venga a pedirlas
I
si no, pues... es...muchachos,
que
ya no las necesitan.
Good luck, boys, and give ém hell !
Después,
la orden de partida.
(. . . )
Adjuntos los Ingenieros
de Línea a la
Infantería
vamos en “segunda ola”.
Somos como almas perdidas
en una escena dantesca.
La metralla nos fustiga;
nos doblegamos, intensos;
avanzar es la consigna
y avanzamos... avanzamos...
interrogaciones vívidas
ante el dilema patente
de la Muerte
o de la Vida.
El castigo ineludible
nos va raleando las filas
pero, mecánicamente,
gritamos: -Guardar la línea !
“Keep the line” y proseguimos
la marcha, marcha infinita
torturante, interminable,
puestas el alma y la vista
en una mancha borrosa,
en una línea indecisa
que nos dieron de “objetivo”
de esta “operación sencilla”!
El shrapnel tamborilea
nuestro paso desde arriba
y las granadas regüeldan
insaciables, y vomitan
con horripilantes bascas,
tierras y entrañas y vidas.”
( . . .)
Y fue llegando al camino
chiquillo de la alegría,
que te vi: tenías abierta
desgarrada, la camisa
y rojos hilos de sangre, al respirar, te salían
de un arabesco bermejo
que en tu pecho se encendía.
Con el semblante tranquilo
reposando parecías,
reclinado en el talud
a la vera de la vía...
mientras que hilo tras hilo
se deshilaba tu vida.
Fue un instante, nada más;
un trance de pesadilla,
la impresión fugaz de verte,
camarada, en la agonía;
mas en la mente, quemada,
la llevaré mientras viva.
Y maldije la crueldad,
de la inflexible consigna
de seguir...siempre seguir...
dejándote en la agonía!
Groseras interjecciones,
afiladas, asesinas,
rebosaron en mis labios
al maldecir, expresivas,
la cáfila de vejetes,
tahures de la política,
que así lanzan a los pueblos
y a los hombres a la ruina!
Fue un instante, nada más;
pues cuando la Muerte grita
las impresiones más hondas
en un instante se olvidan.
Al atardecer sangriento,
consolidada la línea,
el relevo nos prestaba
un nuevo jirón de vida.
Regresamos cabizbajos,
dilatadas las pupilas,
hechas guiñapos las ropas
y las almas hechas trizas.
Cuando te hallé, ya no eras.
No había sol en tus pupilas
y el lodo había mancillado
el oro de tus espigas.
La medalla de la Virgen
sobre tu pecho pendía
y, compasiva besaba
un hueco de tus heridas.
Casco en mano, los sollozos
mi oración enronquecían...
Un instante, nada más,
y me sacudió la vida.
Para mí nunca habrás muerto,
chiquillo de la alegría;
había paz en tu semblante
que enmarcaba una sonrisa:
esa tarde, camarada,
rendido por la fatiga,
te habías quedado dormido
diciendo un Ave María.
( En un lugar de Francia, Noviembre de 1918 ).
Con su esposa, el poeta regresará a San Cristóbal
el año 1935. De vuelta al terruño, ha ver a sus padres ya ancianos. A finales
de ese año, morirá su padre Don Lorenzo Tamayo de la Madriz y pocos meses
después en 1939 fallecerá su madre Doña Albina.
Treinta y
dos años después de haber dejado su tierra, para iniciar su vida de aventurero, Fernando, de
vuelta en su casa recibe estos dos golpes del destino y se comporta “como un viejo soldado”, sin claudicar ante la vida y ante las
letras...
Continúa
escribiendo poesía y acepta el cargo de
director de un liceo, el “Rafael María Morantes” en el barrio San Carlos
en las afueras de San Cristóbal. En 1945
Fernando Tamayo, verá coronada una gran aspiración. A través de sus
amigos del Grupo Literario “Yunke” se publicará su libro “Romances de mi
Montaña”,
Un año
después, Katherine se caería accidentalmente sobre un rosal y moriría de
tétanos en San Cristóbal. Con su hermana Mercedes, el poeta estará un tiempo en
Maracaibo, allí deberá ser hospitalizado en el hospital Central varios días por
su enfisema y fibrosis pulmonar. Logró
contactar con un Hospital de Veteranos en EUA. Tenía una gran ilusión para
estar en un desfile de Veteranos de la
II da Guerra que se daría en Miami, pero por motivos de salud
no logró estar presente. El Hospital VE de Miami lo trasladó al Hospital de
Veteranos de Nueva York donde moriría el 22 de agosto del año 1948.
Sus
restos mortales, traídos a Venezuela, reposan con los de sus padres y de su
esposa, en el cementerio de San Cristóbal, ante las montañas de los Andes
Tachirenses que tanto amó.
Jorge García Tamayo
Maracaibo, febrero del año 2013