AZUL Y ROJO EN “LA SINGARCITA"
Dentro
del bar “La Singarcita”
todo es azul eléctrico. Arsenio decidido cruza las hojas batientes de la media
puerta y se acerca a la barra. Se sienta en una silla de madera y mira de
frente las botellas ante los espejos, reflejan un par de jamones y unas ristras
de ajo plásticas que están colgando sobre las cabezas de un par de sombras
sentadas en la barra. El bar La
Singarcita, quizás pretendiendo un aire de tasca, luce unos
bombillitas rojos que chispean navideños, creando por el contrario un ambiente
malsano. Esto lo piensa él mirando al hombre que se ubica dentro de la barra. Es
un moreno de ojos biliosos y de momento, se encuentra en el extremo opuesto,
cuchicheando con una mujer que va luciendo una peluca rubia llena de crespos.
Voltean ambos a mirarlo. Un aura rojiza parece aureolarlos. Arsenio tan solo
desea una cerveza. Un tercio Polar bien frío. Esto se lo dice al barman quien
se desplaza denotando escaso entusiasmo mientras se aleja de la vieja de los
crespos que lo observa con cierto descaro. Arsenio le devuelve la mirada. Ella
está cubierta con un polvo rosado y colorete que repella sus líneas de
expresión, lo que llaman arrugas, piensa Arsenio quien entiende que no la ha visto
nunca. ¡Imposible conocer todas las ficheras de Caracas, n´joda! Lo piensa
aceptando que puede que sea por los rones de la tarde a que Migdalia, pero cree
que es la primera vez que entra a ese local. El sitio, lo conocía, pero por
fuera, por el nombre, sugestivo y el aviso de neón, azul y rojo, azul y rojo, lo
tenía ubicado, letras de neón, prendían y apagaban, en rojo y en azul. “La Singarcita”. Arsenio se
bebe casi toda la botella de cerveza de un solo tirón y concluye que de verdad
está bien fría. Chasquea al final y mientras observa al moreno que le da la
espalda y regresa a cotorrear con la vieja, eructa y coloca la botella vacía
ante él.
Entonces
fue cuando Arsenio se dio vuelta examinando las cuatro mesas de metal sin
manteles y las figuras sombreadas de las gentes. Una rockola estaba emitiendo
destellos amarillentos y trepidaba con un ritmo colombiano pero él no quiso
esforzarse en saber si era “El binomio de oro” u otro vallenato, los cantores
repetían con insistencia la historia de un tipo raro a quien “se le mojaba la
canoa”. Volvió a mirar, lo hizo a través del espejo de la barra que tenía
frente a él y poniéndole más atención y contó tres mesas, y creyó notar que estaban
ocupadas por hombres bebiendo cerveza o ron y en dos de ellas se veían también
tres mujeres. En la penumbra no se observaban bien sus formas pero una de ellas
estaba sentada en las piernas de un cliente, bebedores todos, ya noctámbulos
domingueros. Entre todos hablaban, bebían, fumaban y en general gritaban entre
ellos. Una de las mujeres reía sin parar. Arsenio encendió un cigarrillo. En otra
de las mesas una mujer sola, estaba sentada ante una botella de ron Pampero. Arsenio
la detalló. Era una morena alta y en ese
momento bebía en un pequeño vaso. Arsenio vio como se empinaba un trago. Ella era
corpulenta. Arsenio pensó, buenaza tal vez, no se divisaban muy bien sus formas
ya que todos estaban flotando en una pegajosa oscuridad azul con chispas
rojizas de los bombillos rojos centelleantes que en una ristra adornaban el
tope de la barra. Arsenio se volteó hacia el barman y le hizo unas señas para
solicitarle otra cerveza. A pesar de estar de espaldas a la mujer de la botella,
no la perdía de vista a través del espejo situado frente a él. Dos sujetos
entraron y se sentaron también en la barra, él los observó emergiendo entre el
humo violáceo de su cigarrillo, y después los miró reflejados en el espejo. Así
notó que uno era chino. Volvió a mirar a la mujer que se empinaba otro vaso de
ron, y en el espejo notó como el cigarrillo creaba una nube azul con trazos
plateados. Aspiró una bocanada queriendo aclarar su visión mientras pensaba que
sin duda la morena era un hembrón. Eso dijo para sí y luego creyó que era un
signo prometedor el verla bebiendo sola. Esa morenota está bien buena. Lo dijo
para sí mientras se empinó la nueva botella de cerveza que estaba helada de
verdad. Entonces Arsenio volteó hacia la derecha para ver al chino y pensó en
Migdalia, ¿por lo feo del chino, sería?, no, recapacitó, es algo, quizás de su
aroma, no la del chino, no… Luego pensó, ¿ver a Migdalia china? ¡Sa Yegua! Con
ella, estaba fino, certero pana, la entubaría de nuevo, atrinca es... En estas
cosas fue en las que se puso a recapacitar entonces, mientras se bebía trago a
trago toda la botella. ¡Ay mamita! Tras un pequeño eructo nasal, le pidió otra
fría al moreno del bar. No se le iba de la mente Migdalia. La imaginaba ya en
cueros, la veía en una cama redonda, la federica ensartada y él… Arsenio notó
entonces que la morenota de la botella de ron lo estaba mirando por el espejo,
ella lo escrutaba, no le cabía ni un pelín de duda, y Arsenio creyó notar un
destello pícaro en sus ojos. La rockola soneaba en ese momento con “el diablo
de la salsa”. Buena tripeada me puede salir con esa jevota. Él lo pensó
mientras apuraba toda la botella de cerveza imaginando que ya lo del resuelve
con Migdalia aunque era preciso no estaba para ese momento a punto. Una machacadita
de ajo, ni mal me caería. Eso dijo para sí, mientras a través del espejo le
hizo a la morena de la botella de ron una mueca que pretendía ser un guiño.
Pensando en el ajo y en el foin en la tripeada, decidido, se volteó para
admirarla de frente. Ella nuevamente apuraba un trago, y al instante sacó una
lengua gorda muy rosada y la hizo girar por el borde del pequeño vaso. Arsenio
observándola ya de frente, a pesar de la oscuridad se dijo que sin duda estaba
pudriéndose de buena. Se fijó en su bemba roja imaginándose ver de nuevo su
lenguota. Un culazo así a esta hora estará fino, además me lo merezco. Eso dijo
para sí mismo y no obstante regresó mentalmente a Migdalia y a su bikinito
negro. Lo de su jevita estaba decidido, para después habría de ser. La negrota
cruzaba y descruzaba las piernas por lo que él terminó por convencerse de que
ante una heavy batatuda así, él era capaz de olvidarse de Migdalia y lo demás,
pues era un hecho cierto que en tiempo de guerra cualquier hueco es trinchera.
¡Es que la falda se le está reventando! Arsenio tomaba nota de los detalles e
iba recordando a su chama con su batica roja y el bikinito negro, allá cerro
arriba, la federica recién bañada, chorreando agua, con sus ojos de susto... Que
vainas tan raras las de uno, tan federica que es esa coñita y me sigue gustando
burda, pero quien quita, de repente y tal nos empatamos en serio, pero yo este
boche no lo pelo. Se acomodó mejor llevándose la mano a la entrepierna y musitó para sí mismo. ¡A esta negrota me la
raspillo esta misma noche! Descaradamente se removió en su banqueta mientras lo
acomodaba de manera que la morenaza en la mesa frente a él pudiese morbosearlo
a su antojo. Se bebió los últimos tragos de la botella de cerveza sintiéndose ya
rijoso sin saber si era por el recuerdo de Migdalia, por la jeva de la botella
o porque las cervezas lo estaban apremiando ya en las ganas de orinar. Le pidió
otra cerveza al barman y mientras la esperaba, con parsimonia se levantó. La
rockola en ese momento retumbaba el coro de una salsa de Blades. Decisiones/ cada día alguien pierde/ alguien
gana/ Ave María! Lentamente se acercó como una sombra azul a la mesa
frente a él. Decisiones/ todo cuesta/ salgan y
hagan sus apuestas/ de cada día!... Arsenio trató de no
atenderle a la música y tomó la botella de cerveza en su mano. /Que…sus
reflejos son mucho más claros/ y tiene más control. Arsenio acercó una silla y se sentó en
la mesa sin dejar de mirar a los ojos de la morena... /Por
eso hunde bien el acelerador/ sube el volumen de la radio/ para sentirse mejor/
bien chévere!... Arsenio decidido tomó la mano de la morena. Era
grande y pesada, así la sintió él... La rockola proseguía. …/y
cuando la luz cambia a amarilla/ las ruedas del carro chillan/ y el tipo se
cree James Bond… El barman de los ojos biliosos llegó con
otra botella de cerveza, y la colocó sobre la mesa mientras la música proseguía
en las decisiones. …/ la luz del semáforo comerse/ y no ve el camión
aparecerse/ en la oscuridad... Arsenio comenzó a decirle
cosas en el oído y ella se reía. …/Digo yo que la pregunta para la eternidad
es... La morenota puso su manaza sobre la pierna de Arsenio… ¡Persígnate
men! Amén... Arsenio mismo
lo pensó, ¡persignarse no!, ¡pa lante es que brinca el sapo! Esto fue lo que él
se dijo en aquel momento, se trataba de tomar decisiones.
En
el instante cuando le asestaron la primera puñalada a Arsenio Matos en el
flanco derecho por debajo de la novena costilla, él estaba a punto de acabar o
de correrse, se le iba escurriendo la vida en un paroxismo seminal, había
llegado al mero tope, al clímax de la bulla de los plátanos, se venía, estaba
explotando en un orgasmo de antología, apoteósico, espeluznante, él allí, de
pie, separando un tanto las piernas, impertérrito, totalmente vestido, repleto
de cervezas no orinadas, de espaldas a la bocacalle oscura que dejaba ver
intermitentes azul y rojos los destellos del aviso de neón sobre la puerta, al
cruzar la esquina, él allí, entre las negras bolsas plásticas del aseo urbano,
al lado del depósito metálico de basura del “Bar La Singarcita” que exudaba
un acre aroma a detritus, él, allí se encontraba, en aquel instante preciso,
aferrado a la pelambre crespa y grasienta de una anaconda humana ya sin peluca,
él, enhiesto y estertoroso, Arsenio, apodado Blackaman, mal llamado
Blackamatos, estaba allí, en el propio sitio, vivenciando una muerte chiquita,
y ya había comenzado a bizquear, gimoteante, electrizado, enchufado en una
caverna de vibricias y desquiciantes latigazos, allí dentro de un acolchado laberinto
de lengüetas enloquecedoras, él sentía derretírsele la espina dorsal. En eso
mismo estaba Arsenio Matos, cuando sintió aquel golpe seco y por un momento no
pudo entender el como ni el porqué del aire que penetraba silbando con la hoja
de acero en su cavidad pleural, tampoco pudo imaginar que su pulmón derecho se
colapsaba retrayéndose con dolorosa violencia y menos aún que todo estuviese
aconteciendo en el instante sublime de escapársele el ser nublándole la
conciencia del ya no ser...
Mutatis
mutandi. El travesti demostraba ante él la magia subyugante del vampiro. El
felino al acecho, su rival por culpa de la federiquísima Migdalia, lo venía cazando
desde hacía varios días, el Gato felino finalmente lo había detectado. Su
mirada de perro azul lo ubicó entre la vaharada ácida del callejón, en el
oculto socavón trasero del bar. Vengador, el Gato, sigiloso avanzó, acompasado
y silencioso se acercó a él, dispuesto a asestarle el zarpazo final. Dos por
una sola paga, la doble matanza, doubleplay, estrockados y estocados, pero
quebrados, así habrán de quedar, ambos dos. Todos estos pensamientos en
deliciosa febril y rápida cadencia, las disfrutó el Gato unos segundos antes de
usar su hoja de doble filo. Desde hacía ya un rato había visteado a Blackaman quien
se encontraba enredado en una especie de telaraña maldita. Luego de trasponer
el umbral de la calle Arsenio quedó envuelto por una capa roja y negra, la
noche los acogotó, azul y rojo, pestañeaba y él estaba inmovilizado por su
mirada, negra y fulgurante, la lenguota gorda y rosada, él obnubilado por la
cerveza y el deseo, en la oscuridad azul, afloró rojo y tambaleante, al meterse
en el callejón vacilaba tropezando, pero sí, él había tomado una firme
determinación, e iba guiado por el aura de aquel perfume barato, acicateado por
breves habilidades táctiles, obsceno obseso, obcecado había cedido, obstinado,
había accedido, asediado, y presintió ser yugulado por la angustia de aquel ser
a quien comenzaba a ver disfrazado de deseperanzadora soledad, sin importarle mucho,
así, con certera determinación él sabiéndose ya conocedor del secreto del vampiro,
se dejó conducir de su mano, con una precisa intención en su alma. Arsenio
llegó al basurero en la callejuela detrás del bar cuando había calculado ya como
habría de matarlo, ¿tal vez luego?, al terminar lo haría, acabaría con su perra
vida, lo merecía aquella rata, sarna asquerosa, quien lo había engatusado, el
engaño era una afrenta a sus semejantes, mas sin embargo Arsenio se dejaba ir,
y por un momento de arrebato se olvidó de sus intenciones, quizás el escozor de
las papilas gustativas, sialagogo humor del vampiro empecinado, ya sin peluca, desaparecida
casi su feminoide corpulencia, ante él, a los pies de su próximo verdugo,
lloroso, y suplicante, desplegando sus habilidades, rojo y azul, se había postrado
ante él, y ocultos ambos bajo la capa del vampiro, azul y roja, Arsenio cedió.
No le importó, después será, lo dijo y se dejó envolver, quedó listo en la
vida, oficiaría su ritual, la mirada bovina suplicante se trocó en un instante y brillaron los colmillos con
ácida sialorrea, todavía sin haber arribado a la hora del aquelarre, sin llegar
aún la media noche, tan solo azul y rojo, Arsenio flaqueó ante los colmillos
romos y la succión, e intermitentes hilillos de sangre correrían, e iba ahogándose
el vampiro, rojo y azul, dientes desgarrando venas pletóricas, azul y rojo, mientras
él no lograba ni pensar, bizqueante, o no quería desprenderse de la grasienta
pelambre, y sentía como todo giraba en un sorbérselo y absorberle toda la
existencia misma, y así ruidosamente, provocándole espasmos incoercibles, se le
desprendía la vida, ya casi explotando mientras se regodeaba en la muerte
chiquita y el otro lo devoraba, incorporándose ambos dos en un intercambio
antropofágico, en el preciso instante de la verdad, cuando la hoja filosa,
hiende, desgarra, penetra casi hasta la aorta en la línea media del tórax, y
azul y roja toda su sangre habrá de escapársele a borbotones con su vida...
Arsenio
se halló súbitamente ante una tribu de antropófagos vegetarianos, legión de
enanos deformes quienes desnudos saltaban contorsionándose, encima de él, aullando
y riendo con chillidos desquiciantes. Los demonios metamorfoseados en pequeñas
bestezuelas habían descendido reptando entre los troncos de las palmeras que
brotaban del vertedero de basura, y rasgaban los bolsones de negro hule, mientras
habían comenzado por lamerle las palmas de sus manos, sudorosas, oleaginosas
por el aceite, de los frutos moriches, o quizás de la encrespada cabellera ya
sin peluca, el cráneo que brillaba con el aceite de coco oliendo a rancio, aparecían
flotando entre el aroma de los desperdicios eructados desde las bolsas
plásticas, sobre lechugas marchitas, y restos filamentosos de una ensalada de
repollo ya demasiado agria, a él nada le importaba mientras apretaba las
mandíbulas y se aferraba estertoroso, pues tenía los ojos cerrados y ya casi
que se iba, pero los caníbales vegetarianos se encaramaban por encima de él, y
él con los ojos muy apretados se venía, acababa, y los pigmeos endemoniados
iban masticando, machacando en fragmentos blandos y ensalivando todo su cuerpo,
mientras él, Arsenio, sudaba, entendiendo que que ellos, los antropófagos
vegetarianos, se comerían todas las matas, las plantas, firme en el piso, hasta
las plantas de sus pies, acabarían mordisqueadas por la horda de contrahechos
enanos, las plantas carnívoras, se abrían y se cerraban, sedosas, como guantes,
venían las moscas, volaban girando, él se venía cuando el pulmón colapsado por
la entrada del aire era solo un muñón terriblemente doloroso, y ellos como
locos iban mordisqueándole con finas dentelladas, palmas y plantas, que ya no sudaban,
ellos saltarines le roían sus gomas, goteaba goma arábiga, hule, árbol de
caucho, euforbiaceas, gota lechosa, él enraizado en el piso, raicillas, rizófagos,
pelos absorbentes, rizomas hirsutos, crespos oleosos, se le resbalaban, mientras
el dolor hacía que aflojara sus garras, cedían las tenazas y surgían más
pequeñas, diminutas efigies demoníacas que se aferraban a sus piernas, y salían
y emergían, y correteaban desde los pipotes de basura, y lo empujaban...
Arsenio
terminará por caerse, rodará entre el humus, en medio de la tribu de
vociferantes salvajes, aquellos pigmeos antropófagos, caníbales vegetarianos
que roían desesperadamente las raíces del árbol de su vida, el leño caído,
desgajado, cediendo ya, hasta verle flaquear en sus cimientos. Se tambaleará y
caerá, él los escuchará chillar aullando, ¡fuera!, ya viene, ¡abajo! Él estaba
aferrado a la raíz de los cabellos y ellos, los demoníacos pigmeos aparecieron disputándoselo,
en el instante mismo cuando el Gato felino emergió de la noche azul y roja para
darle el toque final a su vida. Ahí donde los engendros luchaban saltando entre
los humeantes detritus del socavón azul y rojo, allí do se pelearon para
comerle el tronco, la médula, el tuétano del palo, mástil leñoso, arbusto
ramificado, ahí se le fracturó su arbolito genealógico, su tallo de la
felicidad, la filigrana del paraíso, su tronco troncho tronzado, árbol de la
vida que se le escapaba en un hilo de savia bruta, allí su sapiencia quedaría
ida, elaborada, y cual savia derramada, su vida, ya frustrada, quedaría
perdida, para siempre jamás...
Con algunas modificaciones, este es un fragmento de
“Para subir al cielo…”, novela ganadora del Premio “Bienal de Narrativa
Elías David Curiel”, Edo. Falcón, 1997
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