domingo, 24 de febrero de 2013

Azul y rojo en "La Singarcita"



AZUL Y ROJO EN “LA SINGARCITA"

Dentro del bar “La Singarcita” todo es azul eléctrico. Arsenio decidido cruza las hojas batientes de la media puerta y se acerca a la barra. Se sienta en una silla de madera y mira de frente las botellas ante los espejos, reflejan un par de jamones y unas ristras de ajo plásticas que están colgando sobre las cabezas de un par de sombras sentadas en la barra. El bar La Singarcita, quizás pretendiendo un aire de tasca, luce unos bombillitas rojos que chispean navideños, creando por el contrario un ambiente malsano. Esto lo piensa él mirando al hombre que se ubica dentro de la barra. Es un moreno de ojos biliosos y de momento, se encuentra en el extremo opuesto, cuchicheando con una mujer que va luciendo una peluca rubia llena de crespos. Voltean ambos a mirarlo. Un aura rojiza parece aureolarlos. Arsenio tan solo desea una cerveza. Un tercio Polar bien frío. Esto se lo dice al barman quien se desplaza denotando escaso entusiasmo mientras se aleja de la vieja de los crespos que lo observa con cierto descaro. Arsenio le devuelve la mirada. Ella está cubierta con un polvo rosado y colorete que repella sus líneas de expresión, lo que llaman arrugas, piensa Arsenio quien entiende que no la ha visto nunca. ¡Imposible conocer todas las ficheras de Caracas, n´joda! Lo piensa aceptando que puede que sea por los rones de la tarde a que Migdalia, pero cree que es la primera vez que entra a ese local. El sitio, lo conocía, pero por fuera, por el nombre, sugestivo y el aviso de neón, azul y rojo, azul y rojo, lo tenía ubicado, letras de neón, prendían y apagaban, en rojo y en azul. “La Singarcita”. Arsenio se bebe casi toda la botella de cerveza de un solo tirón y concluye que de verdad está bien fría. Chasquea al final y mientras observa al moreno que le da la espalda y regresa a cotorrear con la vieja, eructa y coloca la botella vacía ante él.
Entonces fue cuando Arsenio se dio vuelta examinando las cuatro mesas de metal sin manteles y las figuras sombreadas de las gentes. Una rockola estaba emitiendo destellos amarillentos y trepidaba con un ritmo colombiano pero él no quiso esforzarse en saber si era “El binomio de oro” u otro vallenato, los cantores repetían con insistencia la historia de un tipo raro a quien “se le mojaba la canoa”. Volvió a mirar, lo hizo a través del espejo de la barra que tenía frente a él y poniéndole más atención y contó tres mesas, y creyó notar que estaban ocupadas por hombres bebiendo cerveza o ron y en dos de ellas se veían también tres mujeres. En la penumbra no se observaban bien sus formas pero una de ellas estaba sentada en las piernas de un cliente, bebedores todos, ya noctámbulos domingueros. Entre todos hablaban, bebían, fumaban y en general gritaban entre ellos. Una de las mujeres reía sin parar. Arsenio encendió un cigarrillo. En otra de las mesas una mujer sola, estaba sentada ante una botella de ron Pampero. Arsenio la detalló. Era una morena alta y  en ese momento bebía en un pequeño vaso. Arsenio vio como se empinaba un trago. Ella era corpulenta. Arsenio pensó, buenaza tal vez, no se divisaban muy bien sus formas ya que todos estaban flotando en una pegajosa oscuridad azul con chispas rojizas de los bombillos rojos centelleantes que en una ristra adornaban el tope de la barra. Arsenio se volteó hacia el barman y le hizo unas señas para solicitarle otra cerveza. A pesar de estar de espaldas a la mujer de la botella, no la perdía de vista a través del espejo situado frente a él. Dos sujetos entraron y se sentaron también en la barra, él los observó emergiendo entre el humo violáceo de su cigarrillo, y después los miró reflejados en el espejo. Así notó que uno era chino. Volvió a mirar a la mujer que se empinaba otro vaso de ron, y en el espejo notó como el cigarrillo creaba una nube azul con trazos plateados. Aspiró una bocanada queriendo aclarar su visión mientras pensaba que sin duda la morena era un hembrón. Eso dijo para sí y luego creyó que era un signo prometedor el verla bebiendo sola. Esa morenota está bien buena. Lo dijo para sí mientras se empinó la nueva botella de cerveza que estaba helada de verdad. Entonces Arsenio volteó hacia la derecha para ver al chino y pensó en Migdalia, ¿por lo feo del chino, sería?, no, recapacitó, es algo, quizás de su aroma, no la del chino, no… Luego pensó, ¿ver a Migdalia china? ¡Sa Yegua! Con ella, estaba fino, certero pana, la entubaría de nuevo, atrinca es... En estas cosas fue en las que se puso a recapacitar entonces, mientras se bebía trago a trago toda la botella. ¡Ay mamita! Tras un pequeño eructo nasal, le pidió otra fría al moreno del bar. No se le iba de la mente Migdalia. La imaginaba ya en cueros, la veía en una cama redonda, la federica ensartada y él… Arsenio notó entonces que la morenota de la botella de ron lo estaba mirando por el espejo, ella lo escrutaba, no le cabía ni un pelín de duda, y Arsenio creyó notar un destello pícaro en sus ojos. La rockola soneaba en ese momento con “el diablo de la salsa”. Buena tripeada me puede salir con esa jevota. Él lo pensó mientras apuraba toda la botella de cerveza imaginando que ya lo del resuelve con Migdalia aunque era preciso no estaba para ese momento a punto. Una machacadita de ajo, ni mal me caería. Eso dijo para sí, mientras a través del espejo le hizo a la morena de la botella de ron una mueca que pretendía ser un guiño. Pensando en el ajo y en el foin en la tripeada, decidido, se volteó para admirarla de frente. Ella nuevamente apuraba un trago, y al instante sacó una lengua gorda muy rosada y la hizo girar por el borde del pequeño vaso. Arsenio observándola ya de frente, a pesar de la oscuridad se dijo que sin duda estaba pudriéndose de buena. Se fijó en su bemba roja imaginándose ver de nuevo su lenguota. Un culazo así a esta hora estará fino, además me lo merezco. Eso dijo para sí mismo y no obstante regresó mentalmente a Migdalia y a su bikinito negro. Lo de su jevita estaba decidido, para después habría de ser. La negrota cruzaba y descruzaba las piernas por lo que él terminó por convencerse de que ante una heavy batatuda así, él era capaz de olvidarse de Migdalia y lo demás, pues era un hecho cierto que en tiempo de guerra cualquier hueco es trinchera. ¡Es que la falda se le está reventando! Arsenio tomaba nota de los detalles e iba recordando a su chama con su batica roja y el bikinito negro, allá cerro arriba, la federica recién bañada, chorreando agua, con sus ojos de susto... Que vainas tan raras las de uno, tan federica que es esa coñita y me sigue gustando burda, pero quien quita, de repente y tal nos empatamos en serio, pero yo este boche no lo pelo. Se acomodó mejor llevándose la mano a la entrepierna y  musitó para sí mismo. ¡A esta negrota me la raspillo esta misma noche! Descaradamente se removió en su banqueta mientras lo acomodaba de manera que la morenaza en la mesa frente a él pudiese morbosearlo a su antojo. Se bebió los últimos tragos de la botella de cerveza sintiéndose ya rijoso sin saber si era por el recuerdo de Migdalia, por la jeva de la botella o porque las cervezas lo estaban apremiando ya en las ganas de orinar. Le pidió otra cerveza al barman y mientras la esperaba, con parsimonia se levantó. La rockola en ese momento retumbaba el coro de una salsa de Blades. Decisiones/ cada día alguien pierde/ alguien gana/ Ave María! Lentamente se acercó como una sombra azul a la mesa frente a él.  Decisiones/ todo cuesta/ salgan y hagan sus apuestas/ de cada día!... Arsenio trató de no atenderle a la música y tomó la botella de cerveza en su mano. /Que…sus reflejos son mucho más claros/ y tiene más control. Arsenio acercó una silla y se sentó en la mesa sin dejar de mirar a los ojos de la morena... /Por eso hunde bien el acelerador/ sube el volumen de la radio/ para sentirse mejor/ bien chévere!... Arsenio decidido tomó la mano de la morena. Era grande y pesada, así la sintió él... La rockola proseguía. …/y cuando la luz cambia a amarilla/ las ruedas del carro chillan/ y el tipo se cree James Bond… El barman de los ojos biliosos llegó con otra botella de cerveza, y la colocó sobre la mesa mientras la música proseguía en las decisiones. …/ la luz del semáforo comerse/ y no ve el camión aparecerse/ en la oscuridad... Arsenio comenzó a decirle cosas en el oído y ella se reía. …/Digo yo que la pregunta para la eternidad es... La morenota puso su manaza sobre la pierna de Arsenio… ¡Persígnate men! Amén... Arsenio mismo lo pensó, ¡persignarse no!, ¡pa lante es que brinca el sapo! Esto fue lo que él se dijo en aquel momento, se trataba de tomar decisiones.

En el instante cuando le asestaron la primera puñalada a Arsenio Matos en el flanco derecho por debajo de la novena costilla, él estaba a punto de acabar o de correrse, se le iba escurriendo la vida en un paroxismo seminal, había llegado al mero tope, al clímax de la bulla de los plátanos, se venía, estaba explotando en un orgasmo de antología, apoteósico, espeluznante, él allí, de pie, separando un tanto las piernas, impertérrito, totalmente vestido, repleto de cervezas no orinadas, de espaldas a la bocacalle oscura que dejaba ver intermitentes azul y rojos los destellos del aviso de neón sobre la puerta, al cruzar la esquina, él allí, entre las negras bolsas plásticas del aseo urbano, al lado del depósito metálico de basura del “Bar La Singarcita” que exudaba un acre aroma a detritus, él, allí se encontraba, en aquel instante preciso, aferrado a la pelambre crespa y grasienta de una anaconda humana ya sin peluca, él, enhiesto y estertoroso, Arsenio, apodado Blackaman, mal llamado Blackamatos, estaba allí, en el propio sitio, vivenciando una muerte chiquita, y ya había comenzado a bizquear, gimoteante, electrizado, enchufado en una caverna de vibricias y desquiciantes latigazos, allí dentro de un acolchado laberinto de lengüetas enloquecedoras, él sentía derretírsele la espina dorsal. En eso mismo estaba Arsenio Matos, cuando sintió aquel golpe seco y por un momento no pudo entender el como ni el porqué del aire que penetraba silbando con la hoja de acero en su cavidad pleural, tampoco pudo imaginar que su pulmón derecho se colapsaba retrayéndose con dolorosa violencia y menos aún que todo estuviese aconteciendo en el instante sublime de escapársele el ser nublándole la conciencia del ya no ser...

Mutatis mutandi. El travesti demostraba ante él la magia subyugante del vampiro. El felino al acecho, su rival por culpa de la federiquísima Migdalia, lo venía cazando desde hacía varios días, el Gato felino finalmente lo había detectado. Su mirada de perro azul lo ubicó entre la vaharada ácida del callejón, en el oculto socavón trasero del bar. Vengador, el Gato, sigiloso avanzó, acompasado y silencioso se acercó a él, dispuesto a asestarle el zarpazo final. Dos por una sola paga, la doble matanza, doubleplay, estrockados y estocados, pero quebrados, así habrán de quedar, ambos dos. Todos estos pensamientos en deliciosa febril y rápida cadencia, las disfrutó el Gato unos segundos antes de usar su hoja de doble filo. Desde hacía ya un rato había visteado a Blackaman quien se encontraba enredado en una especie de telaraña maldita. Luego de trasponer el umbral de la calle Arsenio quedó envuelto por una capa roja y negra, la noche los acogotó, azul y rojo, pestañeaba y él estaba inmovilizado por su mirada, negra y fulgurante, la lenguota gorda y rosada, él obnubilado por la cerveza y el deseo, en la oscuridad azul, afloró rojo y tambaleante, al meterse en el callejón vacilaba tropezando, pero sí, él había tomado una firme determinación, e iba guiado por el aura de aquel perfume barato, acicateado por breves habilidades táctiles, obsceno obseso, obcecado había cedido, obstinado, había accedido, asediado, y presintió ser yugulado por la angustia de aquel ser a quien comenzaba a ver disfrazado de deseperanzadora soledad, sin importarle mucho, así, con certera determinación él sabiéndose ya conocedor del secreto del vampiro, se dejó conducir de su mano, con una precisa intención en su alma. Arsenio llegó al basurero en la callejuela detrás del bar cuando había calculado ya como habría de matarlo, ¿tal vez luego?, al terminar lo haría, acabaría con su perra vida, lo merecía aquella rata, sarna asquerosa, quien lo había engatusado, el engaño era una afrenta a sus semejantes, mas sin embargo Arsenio se dejaba ir, y por un momento de arrebato se olvidó de sus intenciones, quizás el escozor de las papilas gustativas, sialagogo humor del vampiro empecinado, ya sin peluca, desaparecida casi su feminoide corpulencia, ante él, a los pies de su próximo verdugo, lloroso, y suplicante, desplegando sus habilidades, rojo y azul, se había postrado ante él, y ocultos ambos bajo la capa del vampiro, azul y roja, Arsenio cedió. No le importó, después será, lo dijo y se dejó envolver, quedó listo en la vida, oficiaría su ritual, la mirada bovina suplicante se trocó  en un instante y brillaron los colmillos con ácida sialorrea, todavía sin haber arribado a la hora del aquelarre, sin llegar aún la media noche, tan solo azul y rojo, Arsenio flaqueó ante los colmillos romos y la succión, e intermitentes hilillos de sangre correrían, e iba ahogándose el vampiro, rojo y azul, dientes desgarrando venas pletóricas, azul y rojo, mientras él no lograba ni pensar, bizqueante, o no quería desprenderse de la grasienta pelambre, y sentía como todo giraba en un sorbérselo y absorberle toda la existencia misma, y así ruidosamente, provocándole espasmos incoercibles, se le desprendía la vida, ya casi explotando mientras se regodeaba en la muerte chiquita y el otro lo devoraba, incorporándose ambos dos en un intercambio antropofágico, en el preciso instante de la verdad, cuando la hoja filosa, hiende, desgarra, penetra casi hasta la aorta en la línea media del tórax, y azul y roja toda su sangre habrá de escapársele a borbotones con su vida...

Arsenio se halló súbitamente ante una tribu de antropófagos vegetarianos, legión de enanos deformes quienes desnudos saltaban contorsionándose, encima de él, aullando y riendo con chillidos desquiciantes. Los demonios metamorfoseados en pequeñas bestezuelas habían descendido reptando entre los troncos de las palmeras que brotaban del vertedero de basura, y rasgaban los bolsones de negro hule, mientras habían comenzado por lamerle las palmas de sus manos, sudorosas, oleaginosas por el aceite, de los frutos moriches, o quizás de la encrespada cabellera ya sin peluca, el cráneo que brillaba con el aceite de coco oliendo a rancio, aparecían flotando entre el aroma de los desperdicios eructados desde las bolsas plásticas, sobre lechugas marchitas, y restos filamentosos de una ensalada de repollo ya demasiado agria, a él nada le importaba mientras apretaba las mandíbulas y se aferraba estertoroso, pues tenía los ojos cerrados y ya casi que se iba, pero los caníbales vegetarianos se encaramaban por encima de él, y él con los ojos muy apretados se venía, acababa, y los pigmeos endemoniados iban masticando, machacando en fragmentos blandos y ensalivando todo su cuerpo, mientras él, Arsenio, sudaba, entendiendo que que ellos, los antropófagos vegetarianos, se comerían todas las matas, las plantas, firme en el piso, hasta las plantas de sus pies, acabarían mordisqueadas por la horda de contrahechos enanos, las plantas carnívoras, se abrían y se cerraban, sedosas, como guantes, venían las moscas, volaban girando, él se venía cuando el pulmón colapsado por la entrada del aire era solo un muñón terriblemente doloroso, y ellos como locos iban mordisqueándole con finas dentelladas, palmas y plantas, que ya no sudaban, ellos saltarines le roían sus gomas, goteaba goma arábiga, hule, árbol de caucho, euforbiaceas, gota lechosa, él enraizado en el piso, raicillas, rizófagos, pelos absorbentes, rizomas hirsutos, crespos oleosos, se le resbalaban, mientras el dolor hacía que aflojara sus garras, cedían las tenazas y surgían más pequeñas, diminutas efigies demoníacas que se aferraban a sus piernas, y salían y emergían, y correteaban desde los pipotes de basura, y lo empujaban...

Arsenio terminará por caerse, rodará entre el humus, en medio de la tribu de vociferantes salvajes, aquellos pigmeos antropófagos, caníbales vegetarianos que roían desesperadamente las raíces del árbol de su vida, el leño caído, desgajado, cediendo ya, hasta verle flaquear en sus cimientos. Se tambaleará y caerá, él los escuchará chillar aullando, ¡fuera!, ya viene, ¡abajo! Él estaba aferrado a la raíz de los cabellos y ellos, los demoníacos pigmeos aparecieron disputándoselo, en el instante mismo cuando el Gato felino emergió de la noche azul y roja para darle el toque final a su vida. Ahí donde los engendros luchaban saltando entre los humeantes detritus del socavón azul y rojo, allí do se pelearon para comerle el tronco, la médula, el tuétano del palo, mástil leñoso, arbusto ramificado, ahí se le fracturó su arbolito genealógico, su tallo de la felicidad, la filigrana del paraíso, su tronco troncho tronzado, árbol de la vida que se le escapaba en un hilo de savia bruta, allí su sapiencia quedaría ida, elaborada, y cual savia derramada, su vida, ya frustrada, quedaría perdida, para siempre jamás...


Con algunas modificaciones, este es un fragmento de “Para subir al cielo…”, novela ganadora del Premio “Bienal de Narrativa Elías David Curiel”, Edo. Falcón, 1997 

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