Fragmento de la Septima parte de "El movedizo encaje de los uveros"
Novela editada por la Facultad de Medicina de la UCV y de LUZ en el año 2003
Detrás de las
cortinas escuchó el tronar de su voz y él se sintió temeroso. Él, sin entender
porqué en ese momento, quizás removiendo viejos temores de su infancia, recordó
a su tierra y a su gente. Él, quien había sido dos veces Rector de la Universidad del Zulia
y tres veces Secretario de Gobierno del Estado Zulia. Ni la Restauración, ni el
General Castro, ni su importante posición frente al Ministerio, ocupaban su
mente. Él se encontró rememorando su regreso a Maracaibo hacía tantísimos años,
en 1880, ostentando orgulloso el Título de Doctor en Ciencias Médicas de la Universidad de París.
Él, ¡caray!, él nunca pensó que pudiera encontrarse un día en tan penosa
situación, detrás de unas cortinas palaciegas... ¡Él temeroso! Él escuchando
tronar aquella voz... En sus cincuenta y siete años, hallarse él mismo
escondido tras unos pliegues de tela, rodeado de trapos, tras bastidores, entre
cortinas... Hasta le estaban dando ya ganas de orinar. Fue entonces cuando
pensó en su próstata que estaba ya bastante grande y en las sondas de Beniquet
para las estrecheces uretrales y las de Raynal para las blenorragias crónicas,
y es que le apremiaban los deseos de orinar,... ¡Carajo! Él las había usado,
las había introducido al país, las puso en uso, de moda, a su llegada, cuando
era aún joven, y le interesaba la urología... Él, un afamado galeno marabino a
su regreso de Europa... Pues sí, él había practicado con la crisoarabina en los
tumores hemorroidales, los mariscos anales, condilomas, pero, ¿porqué este
pujo?, será la próstata... ¡Carajo! Recordó como una vez llevó a cabo el acto
de la dilatación forzada del esfínter anal para tratar las hemorroides, una
dilatación, la dilación, delación... Ahora, él se hallaba detrás de unas
infamantes cortinas del palacio presidencial... ¡Que vejación! Él estaba ya
sintiendo retorcijones en sus tripas y desde hacía mucho rato, con apremios
miccionales ¡Qué vaina tan seria! Contuvo la respiración al oír acercándose el
ruido de las pisadas, y de nuevo comenzó a temblar al escuchar aquella voz que
retumbaba gritando
-¿Dónde está ese otro gran carajo?
Sentía su rostro encendido, tenía las orejas
calientes, sus sienes le latían, transpiraba, hervía, estaba al rojo vivo...
Como el termocauterio de Paquellin, y, ¿la curación algodonosa?, ese había sido
un buen método de antisepsia, lo había propuesto le professeur Guerin... Sí,
era como el guayacol, casi podía percibir su olor, ¿a miedo?, el guayacol, sí,
él lo usó, guayacol-yodoformado, para la tuberculosis pulmonar... Ya en ese
entonces, las denominaban, las inyecciones de Serafón... ¡Cuántas cosas! ¡Que
de vainas, señor! ¡Tantas! Fueron muchas, más que todo en el comienzo, a su
llegada a la ciudad de las palmas y del lago... Tantos esfuerzos, viniendo de
París, se estableció en su tierra, la del lago de Coquivacoa. ¡Que de años! ¿Y
ahora? Cabría preguntarse, ¿qué demonios hacía oculto detrás de un cortinaje?
Él, todo un Señor ministro, escondido, y orinándose... ¿Esperando qué? Las
piernas le dolían, le pesaban como plomo... Años atrás él trataba las
elefantiasis con aceite de Chalmugra... Dos veces Rector, tres veces Secretario
del Gobierno, había sido el médico de cabecera de Señor Presidente, era el
Ministro del Interior, y ahora... ¡Escondiéndose! Como una rata medrosa...
Ocultándose en el Palacio Presidencial capitalino. ¡Infamante desgracia! Él,
detrás de un cortinaje, ¡en un vergonzante desideratum! En esto estaba cuando
la voz retumbó como un trueno nuevamente creando ecos en el salón.
-¿Dónde está ese otro carajo?
Se le confundió el eco con el tropel de las pisadas y
el ruido de los sables. Sentía sus manos sudorosas, y, ¡se orinaba! Estaba
envuelto en las cortinas, y mientras percibía los latidos del corazón en sus
oídos, un escalofrío le recorría el cuerpo. Tenía un incendio en la cabeza y
estaba helado. Trató de ver a través de la tela... Atisbar, husmear... Veía,
sí, veía... Él, quien había operado tantas cataratas... Él, considerado por sus
colegas como un experto en cirugía ocular. Él, quien había probado el óxido
amarillo de hidragirio en las queratitis, y sus pacientes se recuperaron con
éxito, ellos volvieron a ver, mejor de lo que él podía detectar, vislumbrar, en
ese momento, cuando se orinaba, sí, cuando tenía una agitada taquicardia... Él,
quien tan solo escuchaba la atronadora
voz que increpaba.
-¿Dónde anda el otro? ¿Dónde está ese gran carajo?
Entonces encontró un par de hilos fuera de su sitio y
pudo divisar al General Juan Vicente Gómez. Estaba vestido de militar, con sus
largas botas y sus bigotes puntiagudos. Iba y venía y pasó a su lado gritando
otra vez.
-¿Dónde está?
Por el descosido de la tela, vio acercarse a Lorenzo
Carvallo, quien caminó directamente hacia él, y era impresionante, pues parecía
como si él no estuviese escondido detrás de las cortinas, como si fuesen
transparentes. Así ocurrió y vino aproximándose hasta estar muy cerca de él,
quien detrás de la tela pudo ver aquella sonrisa, algo velada, pero evidente.
Carvallo se reía, y sus dientes desiguales no podían ocultar el placer de la
delación... Fue entonces cuando Carvallo abrió de golpe las cortinas y él quedó
expuesto, en evidencia, flagrante.
-¡Anjá!
Como un trueno retumbó el vozarrón en sus oídos,
cuando como una garra, la mano temblorosa de Carvallo, le tomó del brazo y lo
sacó hacia fuera.
Se adelantaron un grupo de soldados, y tomaron al doctor
Rafael López Baralt por ambos brazos, y se lo llevaron a rastras. Cuando pasó
al lado del General Juan Vicente Gómez, éste no resistió la tentación y le
asestó una tremenda patada al depuesto Ministro del Interior, la cual por
acertarle un poco por encima de las posaderas hizo que el galeno de la Restauración pensase
que se le habían desprendido los riñones de su sitio. López Baralt rodó por el
piso de parquet alfombrado. Al levantar la vista, adolorido, vio rostros de
odio, escuchó risas y luego mirando las
armas largas que le apuntaban a la cabeza pudo percibir los insultos de la
soldadera. Se levantó tembloroso el médico, y al llegar a la puerta, recibió
otro empellón. Ahora era Félix Galavís quien le empujaba hacia fuera y a pesar
de todo, aún se pudo voltear el doctor López Baralt y ver al General Gómez
enfrentado al también corpulento doctor Rafael Garbiras quien en ese momento
estaba gritándole imprecaciones. Entonces escuchó cargar las armas. El ruido de
fusiles en manos de los soldados que le llevaban hacia fuera le hizo
estremecerse. Como en contracorriente, vio llegar a otro contingente de hombres
armados. Ellos le detuvieron, y mientras todos gritaban encañonándolo, juntos
volvieron de regreso al salón donde el doctor Rafael Garbiras Guzmán con su
vozarrón le gritaba colérico al nuevo Presidente.
-¡Yo no tengo madera de traidor!
Garbiras
trató de sacar un pañuelo del bolsillo porque su rostro rubicundo sudaba
copiosamente, pero bastó su gesto para que los soldados le clavaran los fusiles
en sus costillas haciéndole gemir de dolor. Un instante después los sacaron a
los dos del salón, y dando tumbos descendieron por las escaleras hacia el patio
del Palacio. Llegaron todos azorados para hacerle compañía a Pedro María
Cárdenas quien de pie y con la frente en alto, soportaba los gritos e insultos
de los guardias mientras esperaba por ellos en el centro del patio del Palacio
Presidencial.
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Este fragmento de la novela fue publicado en "El Gusano de luz" con el título de:
AL FINAL DEL RÉGIMEN
Vale la pena imaginarse . . .
Escenario:el Palacio de Miraflores.
Época: mes de diciembre del año 1908.
Situación: cambio de una a otra
dictadura, de mal a peor.
Referencia musical: “Por la vuelta”de
E, Cadícamo y J. Tinelli.
Canta:
Felipe Pirela.
Corolario: Ojo que “ ...la historia
vuelve a repetirse... ”.
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