Llegando a
Saimadoyi (III)
Tampoco logro olvidar el brillo
de los cañones aceitados. La escopeta estaba siempre en el armero, las armas no
osábamos tantearlas, cajas repletas de cartuchos rojos con la tapa dorada, la
espoleta, y ¡ojo!, ni soñar con tocarla, el rifle veintidós, la escopeta con un
solo cañón cuajada de arabescos, las armas, relucientes por el aceite de la
alcuza y también el cuchillo de caza, allí llenando las cajitas verdes, balas
del veintidós y debajo, los utensilios para la limpieza. Más abajo aún, está la
crema de un marrón rojizo, el trapo y el cepillo para lustrar las botas y
brillantes dejarlas. Así, en la bruma de todas las cavilaciones con las
rugientes oleadas de recuerdos, preciso la vigencia de aquella vieja historia
asimilada para nunca olvidarla, de cuando flecharon a fray Primitivo, de la
campaña pacificadora de los capuchinos, de las avionetas que estuvieron
lanzando aquellas cajas… Comida y utensilios para los fieros motilones…
¿Y la aventura de fray Saturnino
por el río de Oro?, ¿Y la guerra implacable que iniciaron contra los indios
Motilones los peones del hato Santa Rosa? Aquella lucha terca de los indios por
defender sus territorios y los intentos, cuando uno dice intento es un acto
fallido, y eso algunas veces desencanta, pero en fin, ¡que carrizo!, vanos
intentos fueron los de mi padre, trató de convencer a sus amigos los frailes
capuchinos, y yo pensé en el gesto del hermano Francisco de Asís, por convencerlos,
él les decía a los capuchinos, la
importancia que podría resultar si construyeran un hotel de turismo en la
Sierra, uno que estuviese ubicado en la zona fresca del río Negro, creo que fue
una especie de alegría de tísico, perdida prédica convenciendo al hermano
Francisco, no funcionó con sus discípulos.
Fueron intentos fallidos, resultaría
en permanente y persistentes negativas, un no rotundo. Habría de ser negada la
injerencia del blanco corruptor. Fuera los colonizadores. Se me ocurrió pensar
que aquello había sido mejor así. Mientras voy descendiendo en mi mula regreso
a los recuerdos de una historia que varias veces me relataron. Un cuento sobre
una noche oscura, cuando no había ni luz de luna, al grupo le tocaría vivir un
pavoroso escape, huyendo sobre el lomo de sus mulas, dos mujeres y cinco
hombres blancos, ellos eran intrusos, los invasores de la motilonía, y descendieron
trotando en sus mulas, resbalando por tortuosos senderos, en la oscuridad de la
montaña, iban siendo perseguidos por los motilones, los indígenas azuzados por
quienes se decían defenderlos de los hombres blancos, las órdenes eran sacarlos
fuera, ellos representaban el asqueroso mundo civilizado, maldad del
aguardiente y de las putas, cosas malas que llevarían la destrucción moral de
los motiloncitos, aspirantes a encontrar el camino en el reino de Dios, serían
contaminados.
¡Fuera colonos!, esa era la
consigna, y en medio de la noche, aquel terrible miedo, de poder morir
flechados como otros hombres blancos, flechados en la sierra, en aquel que parecía
un viaje sin regreso... Las mulas venían bajando, mientras trotaban casi
desbocadas, y en la oscuridad de mis lucubraciones, recordé aquella historia en
la voz de mi padre. Escaparon dejando atrás la sierra, y abandonaron los proyectos,
ilusiones perdidas. Ahora, voy descendiendo más lentamente, llevo el cabestro
apretado en una mano, todo es rojizo, quizás un poco anaranjado, el sol nos
ilumina, el sol de los venados. Las mulas ya caminan al fin, en tierra llana, ya
no trotan ni se hunden en lodazales, creo que hemos llegado.
¡Al fin!, he logrado descender de
la silla y me tiemblan las piernas cual si fuesen machorros asustados, y es que
no puedo más, y me parece lógico, uno casi se abraza con aquellas bestias,
sudando, aún ensilladas, fieles cabalgaduras, ¡hermosa está mi mula!, desde tan
temprano en la mañana de aquel interminable día, ella y yo encima, como un
centauro. Agotamiento físico extremoso, y es que el cansancio resulta ser tan
grande que he olvidado el miedo, ya no recuerdo historias sobre blancos
flechados, ni pensar en mi primo y en mi padre, no quiero recordar aquel famoso
viaje endemoniado, aquel escape y el no volver jamás a las montañas, ¡hace ya
tantos años!
Ahora uno no puede, ni quiere
recordar la fiereza de los motilones, ciertamente que es tradicional pero,
supongo que por el cansancio, ya, en el atardecer de los venados, con la esfera
que se hunde tras la sierra y enciende los bohíos, aquella tarde, ya entrando
en Saimadoyi, finalmente lo he averiguado. Saimadoyi es el nombre de los primeros
habitantes que llegaron del sol, eso creen los nativos, ellos descienden de los
propios “tesmadoyis”, vinieron mucho tiempo atrás hasta la tierra, llegaron a
través de una larga liana, y descendieron para colonizar los Montes de Oca. Así
lograron darle origen a las indómitas tribus de los motilones. Sé que llegaron
para fundar un pueblo, este de nombre musical, la aldea de Saimadoyi.
( Continuará mañana el día que cesará la usurpación...)
Mississauga, Ontario Canadá, martes 30 de abril
del año 2019