APUNTES DE VIAJERO EN TIERRAS LEJANAS
VIENA
Mis
pasos resuenan en los corredores del palacio de los Habsburgos. Avanzo con un
mapa y una pequeña guía turística en tus manos, y penetro en el Palacio
Imperial del Hofburg. Desciendo hasta las cámaras que guardan el tesoro
imperial y me detengo extrañado. Me sorprendo al no hallarme ante la opulencia
barroca que unos días antes me impresionó en los salones del Palacio Real en
Madrid, ni la vistosidad de las joyas de la Corona Real de Inglaterra. Esto en
Viena me parece otra cosa. Me ha impactado el austero carácter del recinto,
cuasi monacal, con un aura de religiosidad medieval que parece flotar en el
ambiente, de manera tal que sin querer, me encontré pensando en el Duque de
Alba y luego en Don Juan de Austria, y siglos de historia desfilarían por mi
mente imaginando las figuras de reyes y de emperadores, confundiéndolas con
nombres de Papas y de caballeros feudales que terminaban por fundirse todos en
la sota caballo y rey de las barajas españolas…
En la
escuela de equitación española, ante los majestuosos percherones, él vuelve a
pensar en personajes de los países bajos, en flamencos ante techos de pizarra
inclinados, canales y puentes, con tonos grises y azules, algunos destellos de
un amarillo siena con un punto blanco, brillante, cual si le recordase la
filigrana de encajes en un lienzo de Franz Hals, o de Vermer... Él necesita
unos segundos para recapacitar y repetirse que está en Viena, la de los valses,
sí, en Viena, la de Strauss. Se encuentra allí, solo de paso, para presentar
unos trabajos de Neuropatología en un Congreso Internacional que se dará unos
días más tarde en Budapest. Pensar en estas cosas reales tiene más sentido que estar
imaginando interiores ambarinos, con pisos de mosaicos blancos y negros como
tableros de ajedrez, o vitrales emplomados y altas ojivas sostenidas por
arbotantes y contrafuertes que ascienden hacia el cielo y los ve cuajados de
demonios de piedra, diablillos y gárgolas con cachos, gárgaras bajo el cielo de
otra ciudad, y él se imagina a Brujas,
tal vez es Lovaina o, ¿quizás Amberes? Él no logra entender por qué el
palacio vienés, lo pone a pensar en Brabante y en Hertogenbosch, en Felipe II y
en la Santa Inquisición. Tiene que ser algo que ha leído o tal vez lo ha vivido,
en otra época, pasada, puede que en una lejana existencia...
La
blancura sedosa de los caballos de paso quedará atrás y la rígida sencillez de
los aposentos de los emperadores se borrará de mi mente al hallarme ante la
increíble riqueza documental de la Biblioteca Nacional. Enfrenté los libros y
vetustos manuscritos hasta sentirme
apabullado. Al mediodía, emergí de la sombre del Hofburg al sol radiante y a la
luz.
Te
hallarás en medio de los jardines que parecerán
difuminar en tu espíritu las sombras del imperio austrohúngaro. Te sientas
entonces a descansar envuelto en el verdor de los pinos que rodean el palacio y
observarás curiosamente que te encuentras entre las estatuas de Schiller y de
Goethe. Cuando un poco más allá divisas a Wolfang Amadeus en mármol, llegarán a
tu mente acompasadas cadencias musicales, y no requieres de mucha imaginación,
la flauta mágica terminará por silenciarse envuelta en las alas del murciélago
de Johann Strauss. Después inmutable, El Danubio Azul. Viena siempre ha sido
para vos un hilo musical nacido de tantísimos discos de pasta, muy gruesos, de
aquellos que tus padres trajeron una vez desde norte américa, luego de un largo
viaje en la época de la segunda guerra, los discos con los valses de Strauss
sonando desde niño, regresan, y allí sentado entre estatuas, recordarás estar
en un teatro escuchando a Los niños cantores de Viena y luego al cerrar los
ojos, estarás aspirando el aroma de un applestrudell maracucho, eso y más… Ahora,
finalmente, estáis allí, y vos lo sabéis. Te encontráis en la Viena imperial,
sentado en los jardines del Hofburg, ante el trío de estatuas de mármol que
voltean a mirarte, sonrientes...
Momentos
más tarde estarás de pie ante la gigantesca estatua de María Teresa rodeada por
sus cancilleres y frente a dos grandes edificios de arquitectura clásica.
Entonces no dudaréis ni un instante y te pondréis de pie ya decidido, y te
iréis hacia el Museo de Arte. Allí será el sitio donde vos perderéis la noción
del tiempo, hasta finalizar el día. Fran Hals, Vermer, van der Hoogh y van
Ostade te hablarán de viejas figuras conocidas a través de hermosos calendarios
de las casas comerciales holandesas, que le regalaban a tu padre en las
navidades, y te acordaréis como vos te las llevabas para atesorarlas,
soñando... Dejándote transportar en el tiempo, transitaréis paso a paso por Gante
en la casa de van der Goes, por el taller donde pintaba Rogelio van der Vayden
a quien le decían Rogier de la Pasture, por Brujas la de van Eyck, y sobre todo
te extasiaréis ante Pieter Brughel el viejo, el que pintaba como el gran
Hyeronimus, el discípulo de Pieter Coecke van Aelst, en Amberes, el maestro y
su hija, el viejo pintor y ella… Algo llegó a tu mente…
Él
retrocede, ¡ahora sí!, se ha introducido en ese mundo apasionante, se ha
sumergido en esa aura ambarina de finales del medioevo que excita su
imaginación desde niño. Un corredor envuelve su figura en una bruma amostazada
y desaparece. Se ha margullido en el aire denso de un patio interior flamenco,
con mosaicos de cuadros, y estará avanzando paso a paso hasta llegar ante un
portalón, en los Países Bajos, ¿tal vez en Flandes?, ¿serán los albores del
Renacimiento?
Ahora lo
hueles, sí, y es incienso, lo percibes en el ambiente, tal vez de la Reforma, o
la Contrarreforma, todo se agolpa en la misma vivencia y van las pinturas como
en una película desfilando ante vos, y abres mucho sus ojos, te asombran las
expresiones de los mendigos, te interesan las caras de los campesinos, las
risas de los aldeanos llegarás a escucharlas con claridad, tal vez se ríen de
vos mismo, ellas, las emocionadas mujeres y aquel, el del jubón en banderola, y
el de las calzas de cuero, y miras al de la bragueta con rayas verdes y sombrero
de fieltro con una pluma de ganso. Están tristes unos ancianos y chillan los
niños, sobre todo los niños, sí, hay muchos niños que corretean jugando,
haciendo travesuras, unos van patinando en el hielo, aguas heladas de una
laguna, otros son los niños inocentes arrancados de los brazos de sus madres,
ellas lloran desconsoladas, vigila la escena la magra y negra figura del Duque de
Alba. Pordioseros, lisiados, los ciegos cayéndose en el arroyuelo hacia donde
los arrastró el mendigo que les sirve de guía, se ríen de vos, y todos te
rodean, y quieren conversarte de sus cosas…
Vos te
alejáis caminando lentamente, más allá, caminando, despacio y después de mirar
de reojo a Lucas Cranach, joven o viejo, son las mismas figuras desnudas de
Adán y Eva, y te detenéis. Estáis ante las pinturas de Gerónimus, llegaste al
esperado Hyeronimus van Aken, Hyeronimus Bosch, el Bosco de los españoles, el
gran maestro, ¿el precursor del surrealismo?, el misterioso fantaseador de Bois
le Duc… Te veréis en ese momento obligado
a sobrevolar por el largo, casi infinito pasillo, un corredor que te deja
avanzar flotando mientras dejáis pasar figuras retorcidas que atisban tu vuelo entre
gárgolas y demonios lucífugos. ¿Volará tu imaginación?, y revoloteando llegaréis
a situarte sobre El Escorial, estáis más allá de la sierra de Guadarrama, abajo
lo veréis y descenderéis ahora, inicialmente en picada, luego con suavidad,
aleteas lentamente, y lo vais a hallar sobre un sillón de cuero, está vestido
de negro destaca su figura prognática inconfundible, el hijo del emperador
Carlos, es él, sí, es Felipe II quien se voltea, parsimoniosamente, y te guiñará
un ojo. Vos que ni supiste como llegaste a su alcoba, veréis sus ojillos
brillantes entre sus párpados legañosos, y pensaréis ante aquel extraño guiño que
todo es irreal y hasta contradictorio, como si quisieras aceptar la realidad
plena, de haber llegado hasta allá, tan lejos, y recapacitaréis para decirte
que estáis viviendo en pleno siglo XX, al comienzo de la década de los setenta,
y que estáis en Viena, sin entender por qué se te ha transformado todo en un
revolotear de figuras de la llamada Madre Patria, ¿porqué de España?
Él
cuestionará sus propias lucubraciones, ¡una torpeza!, dirá para sí. Es cierto,
pero fue antes, estuve allí, sí… En aquel país de los viajeros que poblaron Las
Indias y que tras una cruenta
guerra civil, se te presentó como una Nación-Estado que padece ahora una por horrenda
y prolongada dictadura. Tan solo la voz del Caudillo manda y lo decide todo,
¿cómo si pudiera nuevamente zarpar la Invencible Armada? El pasado… Son muchos años viviendo en una sangrienta
dictadura, épocas crueles, ¿las de antes?, la humanidad era entonces
despiadada, pero, ¿y ahora? La España ultramarina, de aquel imperio que
abarcaba el mundo conocido, y vos no lográis entender por qué de estas
evocaciones trágicas, tal vez tu condición de iberoamericano, pero, ¡en Viena!,
¿mezclar tu vida criolla con extrañas raíces hispánicas? ¡Es bien raro el
asunto! Sentir todo esto, por estos lares, aquí en Viena, ante las ruinas del
imperio austrohúngaro...
Años
después alguien llegará a sus oídos para contarle algo que él desconocía, y le
dijo que su bisabuela paterna había
estado casada con un oficial vienés. Él quien ni idea tenía de ese hecho, al
punto diría, ¡nada que ver! Así responderá él, ipsofacto. Es que no creo en reencarnaciones, aunque,
francamente hablando, todos sabemos que de que vuelan-vuelan. Pero los valses
suenan y la música le acompaña y él se irá de paseo, de turisteo, y tomará un viaje en autobús, un tour le dirán,
uno que vaya por los bosques de Viena, lo preferirá él, y así, girando, casi
danzando entre montañas llenas de pinos, cabezeando despertará al llegar a
Mayerling. Horas después, al visitar el palacio de Schombrum se hallará ante un
nuevo Versalles, más pequeño, pero lleno de historias, de cuentos sobre la
emperatriz María Teresa y sus dieciséis hijas, las diligentes princesas que
pintaban y bordaban y cantaban y en la medida que crecían, cada una iba
moldeando su real destino, de manera irreal, de una forma muy peculiar... Creyó
él entonces escuchar, en el silencioso eco de los amplios salones del palacio,
el clavicordio y vio pequeñín a Wolfang Amadeus, de seis años, interpretando un
concierto, y detectó erguido detrás de él, a la figura de su padre, mirando
atento al niño. Después le dio por imaginar al débil aguilucho, el hijo del
pequeño gran corso, el retoño del emperador Bonaparte, preso en aquella jaula
de oro, el hijo de Napoleón, nieto de Josefina, no volaría lejos, no así su
madre Hortensia, antes de que el temido general muriese en el destierro, tal
vez envenenado, ¿por una úlcera?, esa
mano allí, dolor en el epigastrio, ¿padecería por un cáncer de estómago?, y la
madre del débil aguilucho cuando aún ni estaba en plumones, ella dando
funciones, se desquitaría con creces, ¿de su marido?, escandalizaría a media
Europa y estremecería a la corona imperial con su conducta, después… Él la escuchará.
Ella está llorando, la tuberculosis aniquilará al pequeño vástago de Napoleón. Cést
la vie.
Avanzarás,
paso a paso por los recintos de Schombrum y ante la figura de Maximiliano
recordarás el humo en la boca de los fusiles de Édouard Manet, en Querétaro,
frente al muro... Habrás de finalizar el día visitando el castillo de
Belvedere. Desde lo alto, Viena se te ofrece amplia, explayada en ocres y en
chispas de naranja y oro, la verás rodeada por el ring, bruñendo techos de
pizarra, salpicando los rescoldos del Danubio con destellos de lapislázuli, con
sombras de un malaquita tenue entre las casas que divisarás desde tu atalaya en
los jardines de Belvedere, y creerás reconocer la torre aguda de la iglesia de
San Esteban y tu vista se perderá entre la bruma que borra el Danubio y punto
tras punto lo verás rielar, como azogue...
Entonces
él pensará casi con envidia en Eugenio, el emperador que derrotó al ejército
turco. Ya no es azul el río Danubio, ciertamente, mas sin embargo él no opondrá
más resistencia ni lucubrará ideas locas ni pensamientos negativos y por el
contrario, permitirá que el embrujo de la vieja ciudad lo envolviese en aquel
atardecer de bronce y gualda penetrándole hasta los tuétanos y por un rato,
breve sí, logrará olvidar quien era, de donde venía y hacia donde lo llevaba la
vida...
… … …
Modificado de "La entropía tropical" novela, Ediluz 2003
Maracaibo, diciembre 2015