miércoles, 30 de septiembre de 2020

¿Un O V N I?…

 

¿Un O V N I?…

 

Iba manejando en mi camioneta, desde Ciudad Guayana hacia Puerto Píritu, una tarde hace ya unos cuantos años, cuando me sucedieron varias cosas que siempre creí que era mejor no relatarlas ya que me dije, es que quizás no me las van a creer…

 

A pesar de lo dicho antes, finalizando el mes de enero del año pasado (2019) me animé a relatar esta historia como una “Curiosa aventura” y aclaré que le haría modificaciones puntuales para proteger a los protagonistas. No obstante, es decir, a pesar de aquello, -“el jaoever” de quienes “espikean” el idioma de Shakespeare-, pues resulta que hoy, en 2020, el año de la pandemia denominada Covid-19, y estando encerrado en casa, en Maracaibo, voy a nuevamente echar el cuento”. En aquellos días, cuando relaté en 2019 la historia de mis extraterrestres, estábamos sobreviviendo en Mississauga, en las afueras de Toronto, pasando el frío hereje, pero hace un par de días, me he enterado de que, quizás por ese no tan pequeño detalle climatológico, entiendo que el cuento (si algún desapercibido lector lo entendió como tal), pasó como un “foul al stand”. Ayer, virtualmente estaba hablando (es decir, conectados por wasp), mientras me tomaba una cerveza con mis hijos (los afortunados que esperan el triunfo de Trump en Miami) cuando me enteré que mi cuento del OVNI no lo habían leído… Por tales motivos (y no es la rosa pintada de azul de Pizolante) relataré nuevamente la historia.

 

Veníamos viajando desde Puerto Ordaz. Mi camioneta, era una Chevrolet Blazer, que nunca había “dado que hacer”. Manejaba ya enfilando la larga autopista tras cruzar el puente sobre el Orinoco e iba más allá de El Tigre, cuando súbitamente la luz del aceite se encendió. Viajaba con mi mujer y dos hijos y con Maite, una amiga, en el asiento trasero pues traía de copiloto a un compañero voluminoso que lucía el pelo largo amarrado (casi una coleta como la del actual chavista español, cuyo nombre no quiero ni mentar). Aunque el personaje es donostiarra, y buen amigo, llamémoslo Eddy y entendamos que dado su regusto por la música, él cantaba con o sin la radio, de manera que al ver en el tablero la luz (ON), él sencillamente se calló la boca, y yo detuve la marcha de la Blazzer. Me orillé, como dicen y tras abrir la capota comprobé que, el aceite estaba completo. Es una broma. Sacamos una conclusión: debe ser algún bombillo loco que se encendió pero hay aceite para rato… Si fuera de oliva haríamos ensalada dijo él…

 

Comprobamos que según el mapa (acostumbraba a llevarlo siempre que viajaba y eso era muy frecuentemente) estábamos muy cerca de la población de Anaco. Al arrancar de nuevo, la camioneta ya no era la misma, redujo su velocidad y rodaba con una pasmosa lentitud. Estaba yo bastante atemorizado, la máquina fue avanzando lentamente hasta salir hacia la derecha, a la izquierda del mapa, y vimos la señal de que pronto entraríamos en Anaco. Al preguntar por una gasolinera nos indicaron que en la parte más alta del pueblo, había una, la mejor, pero que no esperara hallar por allí un mecánico pues era sábado y todos debían estar bebiendo “desde hacía rato”… La camioneta lentamente se acercó hasta la bomba de gasolina y efectivamente, nos dijeron que el mecánico estaba en el pueblo, pero que seguramente ya andaba borracho.

 

Eran las cuatro y media de la tarde y a las 3 “mataron a Lola” me dije… Todo aquello nos parecía anormal. Afortunadamente desde la gasolinera iríamos bajando, y la Blazer parecía menos torpe pues ya rodaba descendiendo y llegué a pensar que estábamos en lo que prometía ser un “sábado sensacional”, o sea, que, ¡nos tocaría quedarnos a dormir en Anaco! Eso, si acaso hallábamos posada, y la perspectiva de dejar la camioneta abandonada me atemorizaba. Así estábamos, cuando vimos un tipo que a lo lejos parecía estar reparando su auto. Lucía enfundado en un mono de mecánico, grasiento, estaba metido de cabeza en su máquina y allí nos detuvimos. No hermanito, nos dijo, yo uso el mono de mi hermano en los fines de semana porque es muy cómodo. Le pregunté por un taller mecánico… ¿Mecánicos que sepan? Los del pueblo deben estar ya “rascaos”, pero pruebe bajando y cruce por entre aquellas casitas y siga derecho, ruede, y como a medio kilómetro de allí, está la casa del señor Serafín. Él es buena gente y tiene un hijo que, ese si es mecánico de verdad. La Blazer gemía, la luz del aceite en rojo parecía una fresa encendida, yo me atreví a volver a medirle el aceite, y estaba full.

 

Recordé al maracucho en el aeropuerto al preguntar por las maletas en su idioma, cuando le decían “no sé dónde están”… (I dont understand). Nada, nos sale Serafín. Lo dije en voz alta y pensé… No creo que sea Masparrote. Se lo dije a Eddy quien comenzó a entender que yo estaba enloqueciendo. La Blazer rodó lentamente por una tortuosa trilla hasta hallarnos frente a un par de casas en un terreno cercado, rodeadas por frondosos árboles. Eran las 5 y media de la tarde y todavía el sol picaba. No he dicho nada, pero mis hijos menores de edad y mi mujer comenzaban también a preocuparse. Estaban enterados de que venía desde hacía varios días padeciendo por una crisis hemorroidal severa y sabían que aquello que nos sucedía  no era lo mejor para mi salud mental y física. Descendimos de nuestra también enferma camioneta para peguntar por don Serafín y un señor mayor, muy amable apareció para decirnos que teníamos muchísima suerte… ¡Al fin!, me dije, sin saber a qué se refería. Mi hijo el mecánico debe llegar en un ratico, porque hoy le toca visitarnos. Él viene cada dos semanas y lo esperamos con ansiedad…

 

Llegó el hombre. Freddy. Era un tipo joven, quien había estudiado mecánica automotriz en la Universidad y tras hacer las preguntas necesarias: ¿Desde hace cuánto tiempo están en esta situación?¿Cuánto ha rodado la camioneta así?, y mostró su cara de preocupación. Procedió a encender el motor, a medir el aceite y diría: ¡Es el lápiz! La pregunta que vino a mi mente fue: ¿Prismacolor o Mongol? Al decirme Freddy con toda seriedad: El problema será conseguir un sitio donde comprar un lápiz a esta hora. Eddy se imaginó que las librerías estarían cerradas, pero peor nos sentimos al escuchar que el problema era que los dueños de las ventas de repuestos seguramente andaban todos “echándose palos”. Era el consabido sábado sensacional en Anaco. Aprendí entonces que “el lápiz” es: el vástago de la bomba de aceite y que no dejaba bajar el aceite porque se había fracturado. Serían muchas las vueltas que dimos, a que fulano y donde perencejo, por varios botiquines y entre humo, cerveza y aguardiente, llegó la noche. Afortunadamente nos movíamos en el auto del hijo del señor Serafín, porque ya sinceramente mi trasero no daba para más, hasta que al fin, un viejito aceptó abrir su almacén, y nos mostró 2 lápices que nos los cedió para ver cuál podía servirle a la pobre camioneta. 

 

Acortaré el asunto (porque ya estarán pensando que los extraterrestes brillan por su ausencia) señalando que al cambiarle el lápiz, ponerle aceite nuevo y encender el motor, Freddy tomó un vaso lleno de cerveza y lo colocó sobre la máquina. Esperó que el tremor de la capota fuese nivelándose con su ajuste y al estar la superficie de la cerveza como un plato, nos dijo. Ahora hay que probarlo. Lo lógico es que la máquina haya sufrido, así que vamos a correr para ver qué pasa… De nuevo sentado, esta vez, Eddy iba atrás y Freddy era mi copiloto. Salí como un bólido en la Blazer y después de correr unos diez minutos y probar el nivel del vaso de cerveza, el comentario fue: ¡Es un milagro! La Blazer estaba “como una uva”. No quiso aceptar dinero, solo las gracias y el señor Serafín se veía dichoso cuando nos vio partir. Enfilamos rumbo al norte. Puerto La Cruz era nuestro destino más cercano. Eran ya las once y media de la noche y todos estábamos muy cansados. Eddy ya no sentía ganas de cantar. Así fue como enrumbamos por una vía buscando la autopista principal, pero rumbo al norte…

 

 

Ahora que existe Google-earth he visto cual fue nuestro error. Hay una carretera, que cruza Anaco de cabo a rabo de sur a norte, y corre paralela a la autopista, pero solo tiene una conexión con la misma, que si “se pela”, hay que rodar hasta San Mateo por una carretera que es como la del filme de Viggo Mortensen. Una vía estrecha, e íbamos por “una boca de lobo” confiando en retomar la vía rápida. Así fue como en aquella noche sin luna, en una total oscuridad, de repente, encima y delante de nuestra Blazer apareció una luz muy intensa que fue expandiéndose y creciendo en luminosidad, yo reduje la velocidad hasta detenerme. Todos nos mirábamos, medio encandilados y asustados sin saber qué hacer, y así tras varios larguísimos segundos, como había aparecido, un momento después desapareció ascendiendo en segundos hasta dejarnos en la más completa oscuridad…

 

Todos nos miramos, y sí. Aquello no era una alucinación. Coincidimos todos en que lo que nos asombró era lo que llaman “un OVNI” Fue el lógico comentario. Mis hijos no podían creerlo, habíamos sido todos de los pocos seres afortunados que pudieron vivir aquella experiencia. Seguí marchando cada vez más rápido y comenzó a caer en aguacero de los mil demonios que me llevó a detectar la autopista más lejos de lo debido, pero así fue como, en medio de una especie de diluvio universal, llegaríamos a la ansiada salida hacia la autopista y por ella hasta Puerto La Cruz y a nuestro destino final. Aquel sábado cuando arribamos a Puerto Píritu, que estaba sin energía eléctrica, ya era domingo. Sobrevivimos en aquella noche horribilis…

 

Finalizo esta historia ya demasiado larga, recordando que después de regresar aquel domingo a Caracas, el lunes tuve que ser intervenido por complicaciones peores que las vividas por el Martín Romaña de Brice Echenique y padecería un postoperatorio (Setón incluido), de varias semanas de tortura de esas que uno ni es capaz de desearle a su peor enemigo, y supongo debe haber sido la razón de que durante tantos años ocultase lo sucedido por la realidad de haber tenido, la suerte de ver un OVNI, aun en aquellas terribles circunstancias,

 

Maracaibo, miércoles 1ero de octubre el año 2020 durante la pandemia…

martes, 29 de septiembre de 2020

Viena de noche (2)

Viena de noche (2)

Todavía no salimos de las vecindades de la zona vinícola, y ahora nos hemos sentado todos muy juntos en la parte trasera del autobús. Estamos dispuestos a que nos transporten a una típica taberna austriaca. Tajadas de salchichón y embutidos sobre el plato, con una jarra de vino para cada uno. No ceso de escuchar a mi Liz Taylor, en un intercambio apasionado de ideas que prefiero imaginar recíproco. Me dice al notar mis miradas de embeleso que ella es una señora ya de cierta edad, una de sus hijas nació un veintidós de noviembre. ¡Oh las coincidencias! ¿De qué sirven?, ¿A qué se deben? No lo sé, ni me interesa. Siento que mientras estamos conversando floto en el espacio sideral. Me doy cuenta de que no sé su nombre verdadero, pero tampoco eso vale para nada, miro sus ojos, es la mirada que me acompaña desde cuando dejé de ser un niño y se lo digo. Por eso me eres tan familiar, ¿Cómo podrá tomarlo, lo aceptará? Ella enmudece unos instantes…  

No es posible explicarlo. Nos envuelve una irreal aura ambarina y hablo con todo el desenfado que me provoca el vino. Noche estrellada, llena de música, los valses van naciendo de violines gitanos. Uveros plenos de racimos crecen sobre nosotros. Decir las cosas sin saber con certeza de que hablamos, mientras creo que estoy llegando al final de un camino previamente trazado, desde siempre, hace centurias, años luz. ¡La he esperado durante tanto tiempo! Para encontrarla, ¡al fin!... Ahora, somos los únicos habitantes del planeta, entre galaxias y nebulosas, flotamos suspendidos por luminosos quanta de energía radiante que nace desde su mirada de un color indefinible.

Regresamos en el autobús. Las mexicanas cantan en coro, “ese lunar que tienes cielito lindo junto a la boca”... Las españolitas me han fulminado con la mirada al oírme hablando castellano y se han mudado a los asientos delanteros con su gigante holandés. “No se lo des a nadie, cielito lindo”... Ella está a mi lado. Estamos muy juntos. Respiro el mismo aire, y me ilumina su mirada violeta. Súbitamente el autobús se ha detenido en una calle muy estrecha. Un auto rojo, descapotado ha chocado y está volcado en una esquina, las cuatro ruedas están girando aún y la gasolina se escapa sobre el pavimento. Luces rojas intermitentes y sirenas llenan la escena en un instante. Fuera del auto, hay una joven pálida de negros y ondulados cabellos, sangra por la boca y está manchando su vestido de noche que era blanco. Debajo del auto, se divisa el brazo del conductor que está aplastado por la máquina. Una laguna moaré se está formando con el gotear de la gasolina.  

Largos segundos, oscuridad, destellos rojos y azules y amarillos. Nosotros parecemos petrificados. Logro escuchar un murmullo de fondo. Los pasajeros del autobús se han abalanzado sobre las ventanillas. Mi Liz Taylor se me ha prendido del brazo y me lo estruja. Percibo el calor de su respiración anhelante, me toma las manos y siento su cuerpo temblar como una hoja, gime, me mira a los ojos y me suplica que les ayude. Siento que debo hacer algo, ¡soy médico!, al fin y al cabo… Mi sangre se revuelve. Sus ojos claros se humedecen. Chirrían los cauchos del autobús. El chofer grita unas palabrejas que no entiendo, gira el volante, cruza por un instante y la escena comienza a alejarse de nosotros. Escucho el ulular de las sirenas, las luces centelleantes van reduciendo su tamaño y desaparecen en el vidrio trasero. Ella sentada a mi lado, toma mis manos y cierra sus ojos para concentrar su energía vital, así seguramente ha de ayudarles en tan difícil trance. Entretanto, todos regresan a sus puestos. Ella en silencio al fin abre sus párpados sin soltar mis manos.  

El viaje continuará y mientras tanto nosotros no cesamos de mirarnos. Todo en silencio. Habrá de llegar el momento de despedirnos… La gira ha concluido, los viejos panameños seguirán por un trecho, ella me explica: “Mañana volaré hasta Suiza, mi esposo me espera, en Basilea”. Antes del mediodía todos se irán volando, no habrá más Viena. ¿Y yo? Hemos llegado a nuestro hotel, los pasajeros se levantan, y me informan, adiós, adiós… ¿Qué hacer? Después el autobús siguió su curso y ya nada importaba para mí. Finalmente el chofer me pide que descienda. Terminó todo. Estoy solo, los del tour todos, ya se fueron… Íngrimo y solo, me encuentro al otro lado del ring. La una y treinta de la mañana y debo cruzar todo el centro de Viena para llegar hasta mi hotel. El vino y los recuerdos de la mirada azul magenta me transportan a través de la ciudad. Camino. Corro trotando un trecho, luego voy paso a paso, a ratos vuelo, sobrevuelo las torres de la iglesia de San Esteban. Logro atisbar el brillo del Danubio a lo lejos, ondula y gira la ciudad con los compases de Strauss, la música me lleva a través de las callejuelas del ring vienés, va resonando dentro de mi cabeza...


 

He despertado. El sol penetra a raudales por la ventana. Estoy en la habitación de mi hotel. Estaba soñando. ¿Tenía una pesadilla? Quiero repasar uno a uno los eventos de la noche anterior, la gira nocturna, ella, sí... ¿Cómo saber cuánto es verdad y cuanto es solo parte de un sueño? Me levanto rápidamente. Salgo a la calle sin desayunar. Regreso a pie, voy desandando paso a paso el ring, calle por calle. Ante la iglesia de San Esteban me niego a creer que por la noche sobrevolé sus altas torres. Diviso el campanario, altas ojivas medievales. Sé que me llama. Es la mirada clara de ella, la de mi infancia y juventud. Sé que debe estar en alguna parte, en Viena, y yo, no sé qué hacer. Camino, troto, corro, me detengo, ¡ni tan siquiera sé su nombre!

Son ya más de las once de la mañana. ¿Cuál puede ser su hotel? Todos los edificios se parecen. Cruzo la calle, voy de regreso, miro hacia arriba, ¿Será aquí?  No... Otra vez el reloj. Son las once y cuarenta y cinco minutos, sé que ella tiene que irse al aeropuerto, volará a Basilea. La gente en la calle me tropieza. Ahora es mediodía. Quiero llorar. Es una sensación extraña. He perdido algo irrecuperable. Tal vez fue todo un sueño. Siento un sabor amargo y se me ocurre que nada es lógico. No debo tomar las cosas tan a pecho, pero… ¿Cómo evitar esa especie de angustia que me atenaza el cuello? Pensar que jamás he de volver a verla. Así, cabizbajo regreso. Deshecho, voy deambulando por el mismo sendero, entre casas y gentes que ya no veo, no quiero saber de nada más, ahora… ¿Por los destellos malva de su mirada clara? Ella trajo de nuevo hasta mí, lejanos sueños, de imberbe adolescente, o era de veras ella, la de siempre, ¿la de toda la vida y de otras vidas en el pasado? Ha desaparecido ahora, pero, hasta cuando...

NOTA: Este texto, que aquí finaliza, con ligeras modificaciones, es extraído de mi novela “La EntropíaTropical”. 

Maracaibo, martes 29 de septiembre del 2020, año de la pandemia de Covid-19

 

lunes, 28 de septiembre de 2020

Viena de noche (1)

 

Viena de noche (1)

Me atreveré a publicar esta historia que es un cuento escrito hace muuuchos años…

Al descender por la escalera del hotel me encuentro con mis probables compañeros de gira nocturna. Una pareja de ancianos y nueve mujeres poco agraciadas y de edades indefinidas; deduzco por sus cuchicheos que son mexicanas. Inocentemente pienso, que son maestras de escuela, o egresadas de una promoción, tal vez el grupo de las feas fueron premiadas y hoy están paseando, lejos de su patria y van, platicando le dicen ellas, hasta por los codos... Así nos meten en un “autobussete” que nos lleva dando bandazos al propio sitio, el lugar de concentración para los turistas, ¿campo de concentración?, lo pienso… Es un estacionamiento con una decena de grandes autobuses y me introduzco en uno de ellos. Un guía, flaco informa cual será el idioma que usará en el recorrido nocturno; llámelo night-tour si usted quiere. Él hablará en holandés y también en español. Una ola de típicos turistas gringos, desciende precipitadamente, chocando con otra ola, pero de japoneses que quieren salir y van tropezándose con cámaras fotográficas y maletines azules, atropelladamente, todos descendiendo...

Contracorriente ascienden tres jovencitas, típicamente españolas, llenas de salero, riendo, y se han ubicado detrás de mi asiento. Capto la entonación andaluza en una de ellas y recuerdo al gato Jims, el de las comiquitas de la tele… Así, con su tono “andalú”, las niñas se han creío que soy holandés y se han puesto “a decí” la mar de tonteras. Todo un revoloteo risueño y agitado que percibo detrás de mi asiento... Ozú MariCarmen que pa mí, hasta el Esperanto habla este tío. ¿Qué te has creío tú, que no le ves? ¡Que es de Holanda hija! Que sí, pero y... ¿Qué tal si nos está entendiendo? ¡Pili, que yo me muero de la vergüenza! Pongo cara de estúpido y volteo con mirada perdida, mientras reviso... ¿Os fijáis que es majo el holandés? ¡Qué te escucha mujé! ¡Que para mí, este tarao no entiende ni la ache! Es como si fuera sordo y mudo, te lo repito yo María José… ¡Es un pringao!

El autobús se detiene frente a un restaurante húngaro. La primera parada de la noche, nos dice el guía. Descendemos y escucho las notas dulces de violines, hay gente vestida como gitanos. Nos movemos entre las mesas en un recinto con grandes arcos encalados y vigas de madera que sostienen el techo. Sobre las mesas con blancos manteles, colocan platos de un caldo humeante. Sopa de fideos con pollo; pienso que el difunto pollo, debió darse un baño de pasada en aquella agua, tal vez se restregó con un cubito de caldo concentrado. Distraído, y todavía sin hablar con nadie, noto que estoy en la mesa ante una pareja que parecen holandeses, al final terminarán resultando portugueses, pero aunque intento captar su jerigonza no entiendo lo que cuchichean. Ante mí se sienta un joven casi albino, sin duda es holandés. Todos nos atisbamos en silencio. Pienso que debemos tener, ¡una cara de estúpidos! La parejita cuchichea y sonríe. ¿Que se estarán diciendo entre ellos? Miro al catire enfrente y se me ocurre que igual, él pensará en mi cara de imbécil, sentado, sin cruzar palabra. ¡Que estupidez! ¿Qué tal, y si no me da la gana de abrir la boca?

Acepto que todo debe ser producto de esta incurable timidez, tan mía... Las mexicanas en una mesa vecina cantan “cielito lindo”. Los violines zíngaros gimen y lloran. Las tres españolitas le han caído como moscas a un catire gigantón que no habla una papa de español e intenta hacerse entender en un inglés chapuceado que ellas tampoco parecen comprender. Torre de Babel, Arca de la Alianza, Puerta del Cielo... Después de un largo silencio post pollo húmedo y fideítos, nos levantan y cual mansos corderos sin emitir balidos, regresamos al autobús. Con el vino blanco, las españolitas se llevan al catire gigante hacia el asiento trasero. Si este tío de enfrente no fuese tan pelma, también nos lo agarrábamos Maripili. Les oigo decir. ¡Ay como nos mira! Pienso que todo el asunto es anormal y me lo repito. ¡Maldita timidez! El autobús arranca y va girando y circunvalando en ascenso una gran oscura montaña.

Vamos hacia Glizerling, una zona vinícola en lo alto de Viena. La noche es negra con el cielo estrellado. El autobús parece desenrollar un ovillo cuesta arriba, gira, cruza, asciende, tuerce y se retuerce hasta que al fin llegamos a un caserón de paredes muy blancas con un gran patio cubierto de parras y grandes racimos de uvas colgando. Posiblemente era la casona de un gran viñedo, o un Club nocturno, ¿qué sé yo? Amplios ventanales nos muestran un prodigio de luces allá a lo lejos. Es Viena, convertida en chispas de lucecitas, titilando y arriba solo las estrellas y los valses de Strauss, sonado todo el tiempo... ¡Tener Viena a los pies! Bailan y bailan las parejas, tejiendo círculos concéntricos y cuando como atraídos hacia un vórtice, llegan al centro de la pista, se repelen, y a la reversa, cadenciosamente regresan, creando nuevas ondas de música ondulante, hasta la periferia de la pista, siempre girando. Hay vino en abundancia. Viena tiembla vuelta un enjambre de luciérnagas en la distancia.  

Me alejo del grupo. No veo más a las españolitas y ni a una sola de las mexicanas. Con una cierta desesperanza atisbo buscando un prójimo que hable en cristiano. A mis espaldas escucho el castellano de una pareja de edad madura, hablan con un acento que me llena de curiosidad. Son panameños. Han venido desde su tierra a conocer al novio de su hija. Saludo a la pareja de enamorados que les acompaña. Hay otra hija, le doy la mano, mucho gusto me dice. De momento no entiendo que me sucede, más pronto capto que es ella, la imagen de mis sueños de adolescente, reiterados, la conozco desde toda la vida, me lo digo y la miro deslumbrado, y  me sonríe. Es ella, sí, especie de Liz Taylor cuando joven. Está casada con un suizo y vive en Basilea, tiene tres niñas, la menor de un año, la mayor tiene diez. Es ella. La miro y no acabo de creerlo, ¡sin duda alguna! Sus ojos grises de un azul verdoso con suaves tonos índigo violáceos, su rostro, sus labios, su sonrisa, ¡es ella!, la de mis ensoñaciones cuando tenía diez años, la esperada, la imagen de mis sueños imberbes, la inefable, quien me mira y siento que me desnuda el alma. Me habla, y estoy embelesado.

Ella me cuenta sobre los quanta de energía, es un tema que la tiene fascinada, me dice. Tiene una teoría para poder viajar por las galaxias, y es compulsiva lectora de “El Retorno de los Brujos”, devoradora de la obra de los lamas, y del tibetano que inventó el Tercer Ojo. Dice también ser fanática de Teilhard de Chardin. Su viejo padre nos interrumpe, quiere hablarme sobre Ciencias Políticas, pero a ella le interesa más la glándula pineal, la endocrinología, y en mi mente mezclo a Gregorio Marañón y el tercer ojo de los tibetanos, con el de los dinosaurios. Les escucho, rio, bebo vino, pero mis ojos no se separan de ella. Su mirada me confunde, ¿será quizás el vino?, sus palabras se escuchan claras, ¿cómo mis pensamientos?, giran los bailarines, suenan los valses, su mirada, brilla, al fin estamos ella y yo, frente a frente...

 

NOTA: Continuará y finalizará mañana. Este texto, con ligeras modificaciones, es extraído de mi novela “La EntropíaTropical”.

 

Maracaibo, lunes 28 de septiembre del 2020, año de la pandemia de Covid-19

domingo, 27 de septiembre de 2020

Regreso a los “pie de páginas”.

Regreso a los “pie de páginas”.

 

Se supone que «Las notas de pie de página sirven para mejorar la comprensión del texto. Se llama pie de página porque las notas se colocan en la parte inferior, ya que si se colocaran en el texto, implicaría confusión para el lector». Cuando se trata de traducciones, algunos opinan que poner notas de pie de páginas representa un fracaso del traductor. Otros consideran que usarlas en las llamadas «novelas históricas» viene a ser casi una necesidad. El rechazo de las mismas en las novelas es un concepto general que tiene explicaciones sencillas y de una cierta lógica.

 

La tercera edición de la novela “Escribir en La Habana” es una “Edición Especial” ya que tiene 820 notas al pie de página. Los temas que se abordan en esta novela van desde la literatura al cine, de la música y las canciones, hasta la santería y la política, bajo la mirada de quien analiza el conocido fenómeno de la revolución cubana para el año 1989.  Para no cansar al lector con detalles que puedan sonar como excusas, o aclaratorias, señalaré solo un ejemplo demostrativo.

 

Si examinamos las 820 notas a pie de página, y tan solo seleccionamos desde la No 1 a la No 85 (esta muestra es tomada arbitrariamente, para usarla como ejemplo) y decidimos escoger un solo tema entre las 85 citas, como puede ser: la música. Hallaremos en el texto y citados en los 85 pie de páginas, 35 fragmentos de canciones, usualmente boleros que se encuentran intertextualizados, no están destacados con comillas por lo que no es de esperar que sean detectables como retazos de composiciones musicales.

 

Si examinamos los nombres de músicos, cantantes o cantautores, o de conjuntos musicales entre los primeros 85 pie de páginas, encontraremos que hay 10 personas citadas, pero si examinamos el mismo renglón en los breves textos que conforman los pie de las páginas, hallaremos 42 personas o agrupaciones musicales citadas y también 48 títulos de piezas musicales de diversos estilos. Si este ejercicio se realiza con toda la novela en sus 820 citas, es comprensible que exista mucho más de un centenar de personajes, canciones, y referencias musicales, usualmente asociadas con el Caribe, y ellas estarán inmersas en el texto por lo que seguramente pasarán absolutamente desapercibidas para el lector.

 

Si vamos más allá y el ejercicio lo repetimos con algunos otros temas, como pueden ser, la literatura, las obras literarias y sus autores, el cine y sus artistas hombres y mujeres, los directores de cine, la música de las películas, los boleros, la santería y el sincretismo religioso, la política y algunos otros aspectos menores, el resultado puede llegar a ser sorprendente.

 

El resultado de este experimento en la tercera edición de esta novela, con pie de páginas (Edición Especial de “Escribir en La Habana”), señala que los pie de páginas, lejos de distraer la atención de los lectores, debería enriquecer la emoción de vivir la trama a través de hendijas o espacios que se acerquen a la corriente de pensamiento del autor.

Todos estos comentarios antes expuestos, aparecen como “Nota del Autor”, en una especie de prólogo y con el título de “Sobre novelas y notas de pie de páginas” en la tercera edición de la novela “Escribir en La Habana” editada en Fuerteventura, isla Canaria, por la Fundación Tindaya con la colaboración del Cabildo de Fuerteventura. Al final he de parafrasear a una joven personaje de esta misma novela quien casi al final de la misma dice un par de frases: “la literatura no se ha hecho para leerla sino para releerla» y «lo que cada uno encuentre en los libros depende más del lector que del autor, sobre todo del lector que sea capaz de releer”.

 

En enero 2013 Hice una llamada de atención sobre los “pie de páginas” en las novelas (http://bit.ly/1hL30xG), y en julio 2013, propuse en Maracaibo, discutir en la Universidad (LUZ) las varias maneras de abordar el texto de esta 3ra edición  de “Escribir en La Habana”, lamentablemente sin lograr apoyo (http://bit.ly/1O06dDA). Más de 15 ejemplares fueron donados a profesores de La Escuela de Letras de LUZ para propiciar un debate sobre la narrativa, sin que ninguno llegase ni siquiera a acusar, recibo de los mismos.

 

Voy a citar también a un catedrático y politólogo español, Rafael del Águila Tejerina (1953 - 2009), especialista en Teoría Política, quien en una de sus obras más sobresalientes "Sócrates furioso: el pensador y la ciudad", ensayo que fue finalista del premio Anagrama del año 2004, hizo este agudo comentario sobre los pie de páginas. “… Tener que leer un pie de página es como tener que bajar las escaleras para abrir la puerta mientras estás haciendo el amor”. Por estas razones y otras propuse una reunión que pudiese ser denominada “conversatorio” en la cual los lectores que se hayan atrevido a leer la novela, pudiesen escuchar y discutir opiniones sobre la 3ra edición de “Escribir en La Habana. Como ya comenté antes, no fue posible…

 

Con cierta preocupación acepté que el formato para una novela (que incluía los 812 pie de páginas y llevaba un anexo con una detallada “fe de erratas”), pudiese hacer parecer extraña mi sencilla propuesta: se trataba de plantear un debate sobre las varias maneras de abordar el texto de la 3ra edición de lo que podría verse como una antinovela, o como un reto por atrevernos a publicar esta “edición especial” de una obra ya antes premiada por el Ateneo de Valencia en la Bienal José Rafael Pocaterra del año 1994. Para regusto o desagrado de quienes desearan leerlos, fueron separados del texto y serían publicados en 2015 todos, en varias tandas en mi blog  lapesteloca.blogspot.com”. 

 

Hace unos meses conversando virtualmente con una estimada amiga que es Profesor Asociado de Literatura en la Universidad Federal de Santa María en Rio Grande del Sur, en Brasil, le plantee el tema de los “pie de páginas” en la Edición Especial de mi novela premiada en la Bienal José Rafael Pocaterra de 1964 y de las dificultades para abordar su lectura en Maracaibo en 2013, y mostraré aquí sus comentarios sobre este particular.   

Es interesante lo que dices del añadido de las notas (pie de páginas) en “Escribir en La Habana”… Es verdad, en un sentido ellas “incomodan”, pero en otro, cuando son bien colocadas, se tornan muy interesantes y constituyen otro “tipo” de lectura, si no me acuerdo mal uno del que hace uso es Puig en “El beso de la mujer araña”, pero no recuerdo que muchos lo utilicen. De cualquier forma, hay aquí una discusión que le gusta mucho a los teóricos, ¿quién es el lector? ¿Para quién se escribe? Los modernos tenían su idea del lector ideal, el “hypocrite lecteur” de Baudelaire y se contentaban con eso, porque era gente que sabía que estaban rompiendo moldes y que sus lectores eran contados, además de todo el aurea de “malditos’, aunque ya comenzaban a batallar interiormente con esto del mercado que le complicó la vida al escritor pero que no podría haber sido de otra manera en un contexto mercantilista como el del capitalismo”.

 

Sin querer descargar las culpas sobre los posibles lectores, que no se atreviesen a aceptar mi propuesta, quiero recordar a Enrique Vila Matas en “Dublinesca”, quien decía: sueño con un día en que la caída del hechizo del best-seller dé paso a la reaparición del lector con talento y se replanteen los términos del contrato-moral entre el autor y el público”. Vila Matas expresaba su la opinión diciendo que,  “si se le exige talento  a un escritor, también debe exigírsele al lector”. Él insistió en que sin llamarse a engaños, “el viaje de la lectura pasa muchas veces por terrenos difíciles que exigen capacidad de emoción inteligente… finalmente expresó como en su opinión “las mismas habilidades que se necesitan para escribir, se necesitan para leer”.

 

Finalmente he de parafrasear a una joven personaje de esta misma novela quien casi al final de la misma dice un par de frases: “la literatura no se ha hecho para leerla sino para releerla» y «lo que cada uno encuentre en los libros depende más del lector que del autor, sobretodo del lector que sea capaz de releer”.

 

Maracaibo, domingo 27 de septiembre, 2020.