El año de la lepra
Jorge García Tamayo, 2011
Capítulo 14
Segunda
parte
***
El sol caía ya casi verticalmente cuando Víctor de pie en
la orilla de la playa escuchaba la canción de la rockola, mientras miraba a los
lejos con fingida indiferencia hacia “su isla”. Silenciosa cubierta de
vegetación rala, sobrevolada por algunas gaviotas, la isla de Providencia, era
el objetivo inmediato de Víctor Pitaluga. Él estaba rememorando su última
visita, hacía ya varios años, cuando estaban interesados en tomar muestras de
diversas arenas para investigar sobre la hipótesis surgida en un país de la América Central.
Una teoría sobre la sílice en las arenas de algunos volcanes y su calentamiento
para el tratamiento de la
Lehismaniasis cutánea y, ¿por que no de la lepra? Aunque
aquellos resultados no habían ofrecido ninguna respuesta, la visita a la isla
en compañía de Ruth había resultado para él una experiencia inolvidable, por
eso tal vez, en aquel momento, él creyó haber logrado un resurgir del pasado ya
para ambos casi pisado, aunque siempre existía una esperanza en el fondo de sus
recuerdos. Ahora, cuando estaba decidido a volver, se repetía “es lo último que
se pierde” y prefería no retornar sobre sus sentimientos personales, por el contrario,
pensaba que mejor estarían allí sin Ruth, preferiría protegerla, y
entrecerrando los ojos creyó detectar tras la maraña verde de mangles y cujíes
que crecían en la costa oriental de su isla el brillo de algunas paredes
encaladas en lo que él calculaba eran los terrenos del antiguo cementerio. En
aquel momento sin duda alguna, sus motivaciones para acercarse de nuevo hasta
el antiguo leprosario, eran diferentes. “ … Haberse
muerto papá y mamá que me quería, que mala
suerte la mía, que mala suerte la mía, no hay más que
conformidad”. Al otro lado, en la margen opuesta
del lago, sin vestigios de sombra alguna, los edificios y las casas de la urbe
de fuego parecen refulgir bruñidos por un ígneo resplandor. Entre palmeras
enanas cargadas de cocos dorados, bajo la filigrana azul y trémula de las
grandes hojas de los uveros de playa, Víctor percibió la brisa que soplaba leda
y le traía por el aire las palabras del cantor. “Ya
véis hermano querido te estáis portando tirano,
acordate de tu hermano que en la isla está metido, él se
encuentra dolorido, todo lleno de pesar”… Estaban
los amigos charlando y Víctor cada vez más ensimismado en sus pensamientos,
cuando tras el chirrido de un frenazo levantando una polvareda apareció Rubén
en su auto y descendió de el saludando a gritos. Venía acompañado por un desconocido.
Abrazó a su hermano Brinolfo y palmoteó efusivo a Sergio y a Víctor quien se
acercó desde la orilla, mientras Rubén les informaba a todos que quería
presentarle el visitante.
–Es Ábrego Jota Soto.
Esto les dijo y aclaró.
–Además de guionista cinematográfico es escritor, y
sobretodo es mi amigo. Sí señores, éste que se llama Ábrego, ¡casi nada!, es un
verdadero artista de la cinematografía…
El hombre, barbudo y de ojos claros, replicó pausado y
sonriente.
–Soy un camarógrafo, sencillamente, eso es lo que soy.
Lo dijo el hombre rascándose su barba entrecana mientras
volteaba al escuchar la exclamación y la pregunta de Brinolfo.
–¡Vergación!, ¿y vos te llamáis Ábrego?, ¿de verdad?
El barbudo asintió en silencio y tras atrapar sendas
botellas heladas, los recién llegados se sentaron todos en las sillas de madera
y cuero de chivo. De inmediato comenzó Brinolfo a hacer chistes a propósito de
Ábrego, y sobre el nombre raro de alguna gente, una bien conocida peculiaridad
regional.
–¡Miércoles, con ese nombre, vos tenéis que ser de por
aquí!
Rubén respondió por él.
–¡Si, este tremendo cineasta, mis amigo, es de esta
tierra caliente!
Sergio se volteó para dirigirse a él.
–Es que vos, ni parecéis maracucho, sois medio catire, de
ojos claros y con esa barba, te digo que a mi vos no me cuadráis…
Por un momento hicieron silencio para escuchar la voz del
cantor que salía desde la rockola finalizando la carta al hermano.
”Hermano mandá a decir si
es que temor me tenéis, y yo lo paso a creer cuando no
queréis venir. Ya yo me voy a morir, solo me falta
expirar. No me queréis visitar ni por la última vez, a Dios yo le encargo pues,
a Dios yo le encargo pues que no me vayáis a llorar”.
Hubo un momento de silencio y de nuevo, Ábrego retomó la
conversación y como queriendo afianzar su vinculación con los recién conocidos regionalistas
amigos y compadres. Entonces les dijo riendo.
–Pues sepan que yo soy criollo, soy un macho vernáculo,
como decía Rómulón, soy nativo de la ciudad del lago y las palmeras, paque se
lo cepillen, ja jaja...
Con esta respuesta, Ábrego Jota pareció aclarar su
situación y se sintió incorporado al círculo de los degustadores de la cerveza
helada en la taguara favorita de Los Puertos de Altagracia.
***
El gordo moreno emergió lentamente de su “Ford Fiesta”,
un auto pequeño de color gris ratón. Desde muy temprano en la mañana cuando el
serbio Nicolai Martinovic lo despertó por el teléfono, Germán Pinilla no dejaba de pensar en su jefe
inmediato (…si el hijoeputa e Nicola no me paga hoy tendremos otro verguero…).
Se había estacionado en el Centro Comercial Las Galeras y cerraba la puerta de
su auto rememorando la reunión de la noche anterior entre Martinovic y el señor
José Luís Ortega. Él también estaba presente y recién estaba conociendo a Don
Cheo, un empresario con importantes conexiones (…eso dijo Nicola y al parecer
no eran güevonadas…). Al final y como una consecuencia directa de esa reunión,
él iba ahora a contactar al tuerto Manuel, un viejo malandrín muy bien enterado
de cualquier situación relacionada con el movimiento de la cocaína en la “ciudad
de fuego”. El gordo miró hacia los lados frunciendo el ceño (…en esta movida
como que me va a ir mejor que con el mielda e Nicola…). Eran las once de la
mañana del sábado 4 de diciembre y el sol brillaba incandescente sobre su
cabeza (…mielda e calor!...), se caló su gorra de pelotero con la insignia NY,
presionó el botón del control del seguro del auto y esperó por el clic–clack
(…seguro mató a confi ao…) antes de avanzar hacia “Las Galeras Mall”. Iba
tarareando un reguetón (…lo que pasó pasó, ay y pasó…) desplazándose hacia el
gran edificio de tres plantas y lo hacía entre los automóviles que estacionados
llenaban el “parking lot”. Empujó una de las grandes puertas de vidrio que
lucía un letrero de “empuje–push” y percibió al entrar una onda densa de calor y
de humedad (…stoscoñoemadres como que solo prenden los aires cuando les
saledelforroeloscojones!...). Con paso firme se dirigió por un pasillo lateral
entre la gente que iba y venía percibiendo el frescor que emergía a las puertas
de cada establecimiento comercial. Al final y en el otro extremo del “Mall” vio
el aviso del negocio de “el tuerto Manuel”. Caminó entre el gentío vocinglero
(…esto está hastaerpapoegente, ¡viirga!...) pensando que sus contactos ya
precisados por el señor Ortega no se le “echarían pa atrás” (…todavía no es
mediodía, pero ya el tuerto Manuel debe estar en su chamba…). Un cilindro de
neón parpadeante en rojo le hacía marco al aviso: “Terminales Manú” cuando
el gordo Pinilla recordó “la pinta” del Manú (…más feo que un camión por debajo,
el coñoemadre…). Llegó hasta el local, le dijo “holachama” a Yajaira, la
jovencita que estaba detrás del mostrador y de inmediato se dirigió a una
puerta trasera donde decía “Privado–Private” (…vamos a ver dijo un ciego y
paltuerto voy…). La abrió sin tocar. “El Manú” era un individuo corpulento con
nariz de boxeador retirado y la cara picada de viruela y de acné quien lucía un
gran bigote que le tapaba la boca. Estaba sentado de frente a la puerta, ante
una mesa con una botella de “Old Parr”, unos vasos y un envase de plástico
amarillo lleno con cubos de hielo. “El Chicho” sentado a su lado, era un flaco
paliducho que no llegaría a los 20 años, lucía su pelo lacio, largo y pintado
de azul. El gordo Pinilla impertérrito tomó un vaso, le colocó hielo y mientras
escanció el whisky, le preguntó al tuerto.
–¿I como te amaneció la verga hoy?, mi estimado mano
Manú…
“El Chicho” se restregó la nariz con furia mientras no
dejaba de mirar al gordo moreno con cara de asombro, todo en el mismo momento cuando
Manú soltó una carcajada y con su vozarrón muy ronco le respondió a Germán
Pinilla como si fuesen viejos amigos.
–¡Gordo marico!, aquí estamos volviendo verga al “viejo
Parra”, desde antes de la hora que abren los botiquines, jája, pa que vos
veáis!
Pinilla chasqueó la lengua tras beberse todo el contenido
de su vaso y le respondió al tuerto.
–¡Así me gusta!, pero decime una vaina Manú, ¿quien coños
es este vergajito?
Pinilla miraba a “El Chicho” con desconfianza (…stegüón
es “una aspiradora” y lo que está es bebiéndose al tuerto, no joda!...), y
mientras el muchacho inspiraba ruidoso dándose en la nariz con la palma de la mano,
observaba como “el tuerto” le señalaba una silla al gordo Pinilla y decidió
avisarle que ya Don Cheo le había dicho que él llegaría en la mañana. Luego
completó su información diciéndole.
–¡Pa cobrar si venís espitao, como una bala, gordomarico!
–¡Diez palos ahora, y eso es solo un adelanto porque esta
noche ya está cuadrá la mielda de Don Cheo, y pa la madrugada de seguro que les
arrimo toda “la boloña” que es verde. Si iñol, “vegde” como dice un amigo, un
mardito cubano que no es ningún güevonsón.
–¡Ay Diosito!
“El Chicho” lo dijo con un gritito y se quedó parpadeando
y dándose de nuevo en la nariz. Pinilla nuevamente “lo miró feo” y se sirvió el
whisky llenando su vaso sin quitarle la vista, le puso un par de hielos y
volteando hacia el tuerto le preguntó.
–¿Cómo es la verga Manú?, ¿Qué pitos toca este mariquito
en el negocio?
“El tuerto” sonrió y trató de explicarle al molesto gordo
Pinilla, en su lenguaje gutural, que el muchacho era solo un “güón” que “no andaba
en nada” y lo acompañaba para no beberse solo al “viejo Parra”. Después le
confió con un ronco murmullo, que con toda seguridad si esa noche les conseguía
la otra parte de los “biyuyos verdes”, cerrarían el trato porque “los cucos”
del “cartel” ya tenían todo precisado con “la Guardia”, aunque “en ese
tipo de vergas” era mejor no “envolatarse”, pero que había que estar tranquilo
ya que todo iba a salir bien porque no era la primera “movida” que cuadraban
con “mi General Henares”.
–Los negocios con él nunca fallan, así que tranculo güón,
no hay porque preocuparse… ¡Que vamos sobre seguros, gordo marico!
***
Víctor Pitaluga nuevamente se encontró atisbando de reojo
la isla, su isla, y quiso indagar sobre si acaso Ábrego Jota quería
acompañarles en la noche, pero Rubén intervino sin darle tiempo a responder y
excusó a su amigo el cineasta explicándoles que él tendría que irse antes del
anochecer.
–Vendrán a buscarlo en un jeep para llevárselo hasta
Quisiro… Ábrego quiere investigar unas locaciones al amanecer de mañana, serán unos
sitios en los arrozales y ya se imaginarán en la mañana, los colores y la luz
en las casas del pueblo, frente al mar, ya saben cuanto puede sacarle un
cineasta bueno como Ábrego a esa región… Terminará de seguro, haciendo una
película fantástica…
Sergio intervino para expresar cuanto le gustaba el cine
y como desde muy joven había sentido un gran interés por el cine europeo.
–Todo ese cine en blanco y negro, me gusta por las
posibilidades de expresión plástica. En esto, me parece que el cine francés
llenó toda una época, la de la nouvelle vague, con un realismo que nunca más
creo que se ha vuelto a ver.
–Si, es cierto, – le respondió Ábrego. –Films como “Rifi
fí entre los hombres”, o “Celui qui doit mourir”, ambos de Jules Dasin, son de
la época de oro del cine francés, pero no te creas, también el Neorrealismo Italiano
marcó toda una época…
–¿Y qué tal “las Diabólicas”?
La pregunta vino de Brinolfo quien también era
aficionado, como su amigo, al cine francés.
– “Fanfan La
Tulipe”, “Gervaise”, “Los cuatrocientos golpes”, “Casque d´or”,
y otros films hermosos, como “Hiroshima mon amour”…
Era el mismo Ábrego quien le respondía a Brinolfo, y
seguidamente le dijo.
– Sin embargo no hay para mi, nada tan importante en la
evolución de la cinematografía europea como el Neorrealismo italiano.
Sergio volvió a tomar la palabra.
–¡Ah el Neorrealismo! A mi me gustaban los films de Totó,
hablando napolitano, y “Ladrones de bicicletas”, “Ana” con Silvana Mangano, o
“Roma cuidad abierta”, después aquella películas de Antonini y su desierto
rojo, de Zefirelli con su Romeo y Julieta, y todo el cine de Vitorio De Sica, y
especialmente el de Federico Fellini, fueron unas películas fenomenales...
Sergio hablaba entusiasmado ante la oportunidad de
conversar sobre uno de los temas que le apasionaban, cuando Víctor intervino
regresando a su preocupación fundamental sobre los planes para la noche y lo
que podrían esperar de su isla de los leprosos.
–Pues es una lástima Ábrego que no puedas acompañarnos
esta noche, me hubiese gustado mucho que vinieras con nosotros. Quizás allí, en
la isla, te hubieses inspirado para realizar una nueva película, como estoy
seguro lo harás ante el amanecer hermoso que te tocará ver en Quisiro….
Ábrego entonces pareció querer decirles también algo
sobre la isla, esa que él no habría de visitar en la noche.
–Hace un par de años me tocó participar en la filmación
de un documental sobre la isla. Sí, sobre esa que tenemos allá al frente, la de
la divina providencia, o la de los lázaros. Yo estuve allí y aprendí muchas cosas
sobre la lepra. Terrible enfermedad. Las cosas que supe tenían más relación con
los enfermos y sus problemas personales y los de sus familiares y no tanto con
lo que estudian ustedes, que según me ha contado Rubén es sobre los cachicamos
y los bacilos. Me involucré en el terrible problema del mal de Lázaro por culpa
de una jovencita cineasta, una niña brillante que me enseñó cómo mirar a través
del lente de la cámara para captar algunas de las tragedias que se derivaban de
haber arrasado con todo lo que había en la isla, una acción que había provocado
el desarraigo de muchas familias y había hecho de la vida de algunos enfermos una
verdadera tragedia. Fue como haber pulverizado muchas historias de años y años,
una tragedia donde fue destruido todo lo que era una institución que había sido
fundada por El Libertador Simón Bolívar. Con Priscila Arteaga, me tocó ver
situaciones muy tristes, personajes patéticos y ella con pericia nos dirigió para que
filmásemos muchas secuencias de los enfermos y sus familiares creando una
espectacular película. A partir de esa experiencia, seguí interesándome no solo
en el uso de la cámara, sino en como hablar con las imágenes, como captar en
detalle muchas cosas que me abrieron la mente hacia todo lo que es dirección y
producción fílmica. Ahora que han pasado unos años, ya Priscila es famosa. Yo
no la he vuelto a ver. Estuve una temporada larga en Centroamérica filmando
varios documentales sobre los templos mayas,
con National Geographic. Pero ahora, que ya estoy de vuelta en mi tierra,
quizás la busque, porque me han contado que ella está haciendo cosas muy
interesantes. Es una chica lista, de escuela, tiene gran oficio de cineasta.
Priscila se formó en Francia y en San Antonio de los Baños, la escuela de cine
que creó García Márquez en Cuba, pero yo diría que lo mejor es que Priscila
finalmente se está deslastrando del horror de la política que ha llegado a contaminar
hasta en el ejercicio de la profesión a algunos de los cineastas nacionales.
***
José Luis Ortega a través de su “buen amigo”, ahora
“dilecto socio”, como se atrevía a llamarle él mismo al General Alcides
Henares, durante los últimos meses del año 2011, había logrado organizar todo un
tinglado de conexiones, seguras, de lo más precisas y por ende no muy
diversificadas, las cuales le valieron para conectarse con ciertos y determinados
personajes claves de “El Cartel de La Guajira”. Así fue como el binomio “Ortega &
Henares”, en la intimidad el mismo de Cheo y Alcides, entraron “en una
conchupancia tal”, (así decía Omar Yagüe) que los negocios de Omar y de Cheo,
léase de “Yagüe & Ortega”, sólidos y productivos otrora, basados todos en
una larga y sentida amistad, fueron reconsiderados por el mismo “Don Cheo” a la
luz de sus nuevas y efectivas conexiones con diversos personeros de “El
Régimen”. Tras una breve y descarnada exploración, “el Cheito” hubo de llegar
al convencimiento de que aquellos negocios en los que ambos se habían metido
con relativo éxito, eran todos a mediano o a largo plazo, y que todos ellos
fueron tan solo “negocitos”, y ninguno con una tan prolongada espera como el
proyecto de “la isla de la fantasía” en el cual actualmente parecía que
comenzaban a verse destellos de productividad. Pero tan solo ahora, justamente
tras más de una década de gobierno socialista, podrían decir que “poco queso se
le veía a la tostada”. Una tontería como esa, que justificaba para el mismo
Cheo, la razón de ser de sus actuales acciones, donde él, con seguridad no iba
nunca a dejar a Omarcito como la guayabera, por fuera; pero sin lugar a dudas, para
él, no habría de ser nunca la satisfacción personal de su amigo, la primera
prioridad. Había venido a ser ahora, cuando Omar aceptando sus consejos,
parecía comenzar a comprender que toda aquella ridícula parafernalia del
regionalismo, y otras ancestrales y aberrantes costumbres que marcaban a los
habitantes de la llamada “tierra del sol amada” tenían que pasar a ser lejanos
recuerdos de un pasado de colonialismo y de perversión capitalista,
afortunadamente ya superados por el nuevo orden imperante en el país nacional.
***
El tuerto Manuel se levantó de su silla y ronroneante le
informó a Pinilla que iba a pagarle lo convenido con Don Cheo.
–Voy a traerte tu verga de aquí al lado, así que mejor
será que me esperéis sentao echándote el palo.
El gordo moreno le vio salir y se bebió de un trago todo
el whisky de su vaso mientras se quedó mirando a “El Chicho” quien organizaba con
una tarjeta, una raya de polvo blanco sobre el linóleo de la mesa (… está
güelío el pericúo este…). Manú dejó la puerta entreabierta de manera que
Pinilla le escuchó murmurar desde afuera algo y sintió hablar a Yajaira, sonó
el timbre de una caja registradora y entonces se distrajo viendo como el del
pelo azul aspiraba la raya utilizando como tubo un billete sepia de 100
bolívares. Pinilla le pasó un dedo al polvillo que quedaba sobre la mesa y se
lo llevó a la boca (…stá fina la nieve del mariquito…). Regresó Manú con una
nueva botella de whisky que colocó sobre la mesa y se dispuso a encender un
tabaco provocando una espesa nube de humo. Sin prestarle atención a “El
Chicho”, el tuerto le lanzó
un paquete al gordo diciéndole.
–Contá esa verga gordomarico, diez palos, mientras
desvirgo esta nueva botellita paque le sigamos dándole “medio palo” al “viejo
Parra”.
Pinilla rompió el papel y comenzó a contar uno tras otro,
billetes de cien bolívares.
***
Rubén interrumpió la perorata de ÁbregoJota quien hablaba
animadamente sobre Priscila Arteaga su admirada joven cineasta, para
señalar algo puntual.
–Esto de los cineastas y los escritores y sus
claudicaciones por motivos políticos en una historia de larga data. Yo la he
conversado con mi cuñado, Alejo que es escritor, y lo del cine viene a cuenta
también para los escritores, desde Solyenitzin y Pasternak hasta Heberto
Padilla. Julio Cortazar también se metió en la política, les digo que la
política amargó la vida a varios escritores cubanos como a Reynaldo Arenas y a
Cabrera Infante, el infante difunto... Sergio quiso acotar de nuevo y se puso
de pie para decir ante sus amigos lo que pensaba.
–¡Ya va!, un momento… Porque con los cineastas la cosa
también tiene su lado muy triste, el caso de Elia Kazan fue emblemático, en los
tiempos del maccarthysmo en Hollywood, pero las claudicaciones son algo que
sigue sucediendo, fíjense en que más recientemente, Coppola, Lynch, Catherine
Deneuve y Jeanne Moureau estuvieron invitados todos a cenar con el rey de
Marruecos, Mohamev VI, un dictador criminal y corrupto, y quizás por ser
español y por conocer mejor la historia, Almodóvar se negó a asistir a ese
banquete. Por esas cosas hay que conocer bien la historia, que además, se repite
y se repite…
–Sin querer hacer comparaciones, –dijo Brinolfo, quien
intervino para acotar enfático. –¿Podríamos hablar de la bochornosa postración ante
la bota militar del cineasta preferido de nuestra ya lejana democracia? Román
cediendo su dignidad por dinero… ¿No han visto el film, Zamora? ¡Ufa!
–Ah ¿y que decir de la versión tergiversada del Caracazo?
¡Que triste papel!
Rubén decidió regresar a tomar el hilo de la discusión
para destacar cosas más recientes, las cuales a él particularmente le
enervaban...
–La preocupación de nuestro señor presidente, y sabemos
que aquí ni una hoja se mueve sin su venia, por crear un cine supuestamente revolucionario,
se ha hecho con una inversión millonaria y no en “simones”, ¡ha sido en dólares
norteamericanos!, muchos millones para la llamada Villa del Cine para unos
cuantos que se han bañado en eso chorro. ¿No recuerdan a Oliver Stone y la
alfombra roja en Venecia?
–¿Qué me dicen de los dólares que se les dio a Sam Penn y
Danny Glover? Sergio les recordó algo más para ampliar sus preguntas. –A Glover
le dieron 18 millones de dólares para hacer un film sobre Toussaint–Louverture.
Nunca veremos esa película…
Ábrego pareció de pronto querer cerrar el tema, al
insistir en hablar sobre la joven cineasta local que él admiraba.
–Priscila ya ha dejado esas poses politiqueras,
afortunadamente y tal pareciera que al fin ha entendido hacia donde va el país
en las manos de una cáfila de ladrones uniformados…
Hubo un silencio momentáneo y después Ábrego retomó su
plática.
–Tengo planes para filmar en Costa Rica una película, y
ya las gestiones económicas están bastante avanzadas. Ojala pudiese entusiasmar
a Priscila. Por todo esto de lo que hablamos, de verdad siento que debo hablar
con ella.
Entonces Víctor decidió conversar fríamente sobre
cuestiones relacionadas con la isla, su isla. Enfiló su conversación hacia el
cineasta pensando explicarle cuales eran los objetivos que perseguían a
cortísmo plazo. Le contó sobre el trabajo en La Cañada de Urdaneta, dándole
detalles específicos sobre el curioso bioterio, de cómo habían iniciado la cría
de cachicamos, y en particular y con decidido entusiasmo le habló de la doctora
Ruth Romero, la hermana de Rubén y de Brino. Le comentó algunas anécdotas que
hablaban de su dedicación al proyecto. Rubén con Sergio y Brinolfo se habían
alejado y caminaron juntos por la ribera del lago mientras Víctor proseguía en
voz baja conversando con Ábrego. Se sinceró con él relatándole los curiosos
fenómenos de las alteraciones de los cachicamos, lo sorprendente de la
emergencia de las lesiones y de la impresión que ellos tenían de que se
había producido una mutación en los bacilos, un fenómeno que científicamente
pronto habrían de presentar ante el mundo. Le expuso someramente al cineasta algunos
de los alcances de ese descubrimiento. Ábrego escuchaba interesado pero
silencioso todas las explicaciones que le ofrecía Víctor hasta el momento
cuando Rubén se acercó hasta donde estaban ellos. Lo hizo en compañía de Sergio
y de Brinolfo pues todos querían indagar directamente ante Víctor sobre algunos
detalles de la visita que previamente hiciera él a la isla unos años atrás.
¿Cómo habrán cambiado las cosas? Rubén habló.
–¿Habrá cambiado mucho topográficamente el islote?, o
quizás tan solo hallaremos ruinas y la misma tierra arrasada, quien sabe,
quizás… ¿Sin túneles ni edificios subterráneos? Coño Víctor, en el fondo, creo
que esto es lo que más deseo…
Víctor conversó entonces sobre el tema de la teoría de
las arenas, la sílice y el calor, y les relató la relación entre el sol y las
arenas y del fenómeno del regreso de las tortugas a las playas con las arenas
donde habían nacido, tal vez quince o más años después, un fenómeno de energía
solar y de física quántica. Le dijo que por todas esas cosas era que ellos
buscaron muestras, las que deberían ser las más adecuadas, unas recogidas en
algunos volcanes de Centroamérica y hasta en el río Esequibo, arenas de la isla
de los leprosos en medio de aquel río. De nuevo Víctor habló in extenso sobre
la hermana de Brinolfo y de Rubén con emocionada admiración. Les comentó como
Ruth y él habían tomado muestras de las arenas de la isla donde el doctor
Beauperthuy había trabajado durante meses buscando una curación para la lepra,
pero, concluyó, al final todos los experimentos habían resultado esfuerzos en vano.
Víctor terminó diciéndoles….
–Ni idea tengo de si lo que dicen sobre los túneles y los
edificios subterráneos o submarinos sea verdad, pero algo si creo que es muy cierto,
lo que hicimos sobre arenas y cachicamos, todos estos trabajos, han servido para
que comprendiésemos que en nuestros experimentos, la temperatura era un factor
crucial…
Les confió a todos como cuando estuvo en la isla, no
existían las sospechas actuales, no había ninguna restricción para acceder a
sus costas y para husmear en las ruinas de los edificios del viejo leprocomio. Entonces,
insistió Víctor, para aquellos días no había nada, solo ruinas y soledad, pero
ahora, en realidad, les dijo que él estaba muy preocupado por las cosas que
decía saber Rubén, aunque de ellas ni él, ni Rubén tenían evidencia alguna.
–Solo sospechas y además son colaterales. Esto les dijo,
y continuó.
–Fíjense en lo difícil que fue tramitar un permiso para
ir hasta la isla. Debo informarte Ábrego, que la autorización nos fue negada.
En realidad desde hace ya casi dos años, nadie puede acercarse a la isla…
Finalmente Víctor comentó con sus amigos que esa noche
aclararían que cosa era lo que sucedía, e insistió en que, en la noche de ese
día sábado, con seguridad lo que fuese, lo iban a resolver. El pescador amigo
de Genívero y de Diógenes quien estaba dispuesto a ayudarles se llamaba Caronte
Fernández y ya estaba contratado. Él y sus lanchas…