sábado, 31 de octubre de 2020

De la escritura… (I)

De la escritura… (I)

Había redactado algo sobre mi experiencia con la escritura, hasta intentar transformarla para mí en literatura y vivirla como oficio. En marzo del año pasado 2019, algo dije sobre el tema este blog en y hoy quiero repetir algunas cosas…

 

Comencé a escribir cuentos inventados, cuando era niño. En aquel entonces, es necesario decirlo, leía bastante. Mi padre era comerciante con el negocio en la Plaza Baralt y mi mamá era de San Cristóbal, y ambos nos llenaron la casa de libros. Ella leía de todo, tocaba el piano… Puedo recordar, hace muchos años, niño, escuchándola interpretar La Polonesa de Chopin, en mi casa, Los Arrayanes era su nombre, como si fuese uno de los patios de La Alhambra de Granada. La casa lucía un patio con grama, y existían cuatro grandes pinos en su alrededor. Estoy hablando de 1939, o 1940 en los tiempos cuando la avenida Santa Rita aún era de tierra y desde el pórtico de podía divisar a lo lejos, “la bola del gas”. En la habitación que compartía con mi hermano mayor, existía una biblioteca presidida por los 12 tomos de la Historia Universal de Espasa Calpé, una colección de libros de Monteiro Lobato un escritor brasileño, el libro de Oro de los Niños, y muchos otros libros y novelas, algunas de las que leía mi madre y creo que todas estas cosas despertaron en mí el amor por la lectura.

 

Entre los 9 y los 15 años escribí muchas cosas y guardé algunos cuentos y esbozos de novelas de aquella época, por eso sé que existieron. Algunos textos estuvieron en unas “agendas” durante muchos años; ya les perdí la pista. Hasta poemas había escrito, y allí estaban, de mi puño y letra. Al revisarlos comprobé que no me traicionaba la mente y todo aquello; ejercicios de cuentos e intentos de novelas fueron producto de mi imaginación; que existían, y sí, era reales... Puedo volver a verme en Maracaibo,  en los recuerdos de cuando niño, o casi adolescente, allá sentado en el frente de mi casa, leyendo “Los verdes años” de AJ Cronin, “Miguel Strogoff” de Verne, o “El último de los Mohicanos” de Fenimore Cooper, y “El Corsario Negro” de Emilio Salgari, o releyendo a “David Coperfield” y a “Oliver Twist” de Dickens, y recuerdo, sinceramente, que en esos años, me ilusionaba pensando en que cuando fuese grande, sería escritor. Así creo que el interés por la literatura se afianzó en mi infancia.

 

Debo añadir que desde antes de los 8 o nueve años iba mucho al cine. A una cuadra de la casa, hacia un lado y al otro existían dos cines, el Landia y el Venecia. Eran cines sin techo, o con medio techo donde si mirabas hacia arriba podías contar las estrellas. El CineLandia se caracterizaba por sus películas mexicanas y también proyectaban las series que teníamos que continuar viendo, semanalmente, cada capítulo sin faltar, y podían ser de El Capitán Maravilla, La invasión de Mongo por Flash Gordon, El Fantasma y otras. Bajo el cielo estrellado del Venecia pude admirar las películas de la Nouvelle vague francesa y buena parte del neorrealismo italiano; películas que sin duda rellenaron muchos recovecos de mi subconsciente. El cine fue un estímulo creativo desde mucho antes de que llegase la televisión y estoy convencido que mucho de lo que he escrito procede del recuerdo de visiones cinematográficas. 

 

Estudié primaria y la secundaria con los jesuitas, y tuve la suerte de tener como profesor de literatura a Mariano Parra León, un obispo siempre combativo, muy recordado por todos en Maracaibo. Crecí teniendo una idea clara aprendida en el colegio, sobre la situación de nuestro pueblo depauperado, siempre ilusionado ante las frustrantes promesas de los políticos de turno y nunca dejé de creer en que podríamos cambiar las injusticias sociales que veíamos; algún día… En el colegio también formé parte del Orfeón y fui ascendiendo desde tiple, a segunda voz y finalmente a una tercera voz que iría con los tonos de barítono. La música siempre ha sido importante en mi escritura y la actividad coral sirvió, tanto como los deportes, para convencerme de que es necesario trabajar en equipo para logar objetivos comunes.

 

Cuando terminé el 5to año de bachillerato en el Liceo Baralt, pasé a nuestra Universidad del Zulia, donde estudié Medicina entre los 16 y los 21 años para graduarme de médico-cirujano en LUZ el año 1963. Me fui becado a especializarme en Norteamérica. Luego, todo aquello de la literatura pareció nublarse en mi mente; y es por eso que estoy “echando este cuento”... La Medicina, la patología y la investigación sobre la ultraestructura, los tumores y los virus, absorbieron mi mente y espíritu durante muchos años, creo que hasta un grado de fanatismo extremo. Después de cuatro años de pasar fríos inviernos y aprender muchas cosas, regresé a mi ciudad natal y trabajé en el Sanatorio Antituberculoso donde estuve directamente vinculado al genial doctor Pedro Iturbe, quien lograría un microscopio electrónico y de la mano del doctor Fernández Morán me conduciría para instalar un laboratorio que en siete fructíferos años llegaría a publicar más de 25 trabajos de investigación en revistas indexadas. Aquella fue una etapa decisiva en mi carrera como investigador pero lamento tener que señalar que la literatura permanecía para mí en una especie de limbo, circunstancia ésta que relato pues creo puede servir como ejemplo…

 

En 1975, me vi obligado, digamos que por razones personales, a abandonar el productivo laboratorio creado en mi tierra para irme a la capital del país. En una de mis novelas, “La Entropía Tropical”, me refiero entre otras cosas a la situación que determinó mi prolongado exilio… Nuestro poeta Idelfonso Vásquez, “el príncipe del soneto”, quien era médico y también tuvo que exilarse, escribió algo que aproveché para plasmarlo en la novela: “Adiós, adiós, inculto paraíso do el goce halló mi juventud dichosa! …hoy otro campo más estéril piso por otra senda voy más enojosa. Cruzo el triste sendero de la ausencia, trillo el árido campo de la ciencia.”

 

Durante más de 25 años estuve trabajando en un Instituto de la UCV formador de patólogos. Me tocó dirigirlo durante más de 12 años mientras me mantuve al frente de un laboratorio de investigación, inventando lo que denominamos la patología ultraestructural y produciendo más de un centenar de publicaciones científicas. Iniciándose la década de los ochenta, con cinco hijos creciendo debí comenzar a re estudiar el bachillerato, y fue, casualmente, ayudándoles, como regresaría a la literatura...

 

Reincidí en mi pasión por la lectura y hube de entrar en contacto con la escritura del Gabo y sus cien años de soledad, de Vargas Llosa y los perros de su ciudad, y después, tras leer “La Muerte de Artemio Cruz” me entusiasmé con Carlos Fuentes, y luego, Rayuela, y detrás de Cortázar llegarían Borges y Rulfo, Cabrera Infante y Arguedas, Asturias y Donoso, y así regresé a la literatura, especialmente la de Latinoamérica, que además, en aquellos días estaba haciendo, ¡Boom! En ese entonces, a comienzos de los 80, me supe hipertenso y al creer que estaba gravemente enfermo, recordaba mi propia historia  y los 7 años en Maracaibo intentando hacer investigación sin ser aceptado por mis colegas, y me mortificaba saber que de aquella situación, para mí crucial, nadie se entraría, y eso me dolía, por lo que pensé que debería escribirla.

 

Creo que es cierto lo que dice Eduardo Liendo, de que el mayor desafío del escritor “es vencer a la muerte con el filo de la palabra”. Quizás con un deseo larvado de trascender, escribí un manuscrito que por su nombre resumido alguna gente confundía con el extraterrestre i-ti, porque en la portada decía ET, las siglas de La Entropía Tropical, expresión esta, que le escuché al doctor Humberto Fernández Morán quien lo decía para describirme ese desorden tropical que nos caracteriza. El manuscrito de ET, estaba escrito parcialmente en maracucho, me decían que tenía “malas palabras”, y ¡me querían acentuar las esdrújulas!, por lo que cuando intenté publicarlo, fue varias veces rechazado. Esperé 20 años, desde 1983 hasta el año 2003 cuando aprovechando que un compañero de promoción era el Rector de LUZ, me editaron la novela “La Entropía Tropical”, en Ediluz.  

 

 

Inicialmente me convencieron de que ET en su manuscrito, era una novela, por lo que había decidido seguir escribiendo, de manera que luego de trágicas y muy tristes contingencias personales, en 1998, tuve que jubilarme en la UCV, para aquel entonces ya había escrito, casi cinco novelas. “Escribir en La Habana” galardonada en la Bienal José Rafael Pocaterra 1994 del estado Carabobo, “La Peste Loca” que la editó la Secretaría de Cultura de la Gobernación del Estado Zulia, “Para subir al cielo…” galardonada en la bienal Elías David Curiel 1997 del Estado Falcón. Después de que me publicaran en Ediluz “La Entropía Tropical” y “El movedizo encaje de los uveros (2003), dejé la capital y regresé a Maracaibo en el año 2005. Luego publicaría tres novelas más, “Ratones desnudos”, “El año de la lepra”, en Mérida y la última publicada en AstroData-Maracaibo, ya en 2015, sobre un personaje histórico del siglo XVI, “Vesalio el anatomista”.

 

Final de la primera parte de “De la escrituraContinuará y finalizará mañana domingo 1 de noviembre, 2020.

 

Maracaibo, sábado 31 de octubre del 2020.

 

¿Ciencia y tecnología?

¿Ciencia y tecnología?

Gioconda de San Blas, el 29 de este mes de octubre, 2020, opinaba en “El exigente proceso de la investigación científica, por Gioconda Cunto de San Blas” sobre la necesidad imperiosa de comunicar los avances filosóficos y del conocimiento, cuando se obtienen; concepto bien definido según la muy antigua revista Philosophical Transactions(1665), órgano de la Royal Society de Londres.

La manera de comunicar estos avances es publicándolos… Publicar, decía  Gioconda, es la piedra angular del trabajo de los científicos en cualquier parte del mundo”.

La ministra de Ciencia y Tecnología Gabriela Jiménez, recientemente informó que en el Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC) se habría descubierto una sustancia extraída de una planta no identificada, capaz de inhibir la multiplicación del coronavirus SARS-CoV-2. La prensa nacional se hizo partícipe del descubrimiento, divulgando la noticia,  con la excitación que el hallazgo produciría en nuestra depauperada y escuálida población…

 

Es algo bien sabido, nos decía la profesora Gioconda, que para que un compuesto químico sea aceptado como medicamento, debe cumplir con un largo proceso de pruebas preclínicas en animales, seguido por otro aún más largo, de pruebas clínicas en voluntarios humanos, en tres fases de complejidad creciente; algo similar al requerido para las vacunas. Evidentemente, los resultados no han sido publicados hasta la fecha en ninguna revista de la especialidad o en repositorios digitales científicos, por lo que no es posible por ahora su validación por expertos.

 

La ministra es su noticia sobre el descubrimiento, tampoco dijo que este largo proceso que consume meses y años, tiene que cumplirse para darle visto bueno, solo si se comprueba que es eficaz y no es tóxica la sustancia bajo estudio.  Gioconda Cunto de San Blas (1943) quien es bióloga molecular y bioquímico venezolana, presidenta de la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales de Venezuela e investigadora emérita del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC), nos recordó como la literatura científica está llena de sustancias que han sido efectivas in vitro (en placas o en células) pero que han resultado inútiles in vivo (en animales experimentales o en voluntarios humanos).

 

En el IVIC se está estudiando un derivado de ácido ursólico que parece inhibir la multiplicación del coronavirus SARS-CoV-2 in vitro y lógicamente, la pregunta que surge es: ¿Estaremos a las puertas de disponer de un medicamento universal para el tratamiento de la covid-19? Evidentemente no… Sabiendo que todos los equipos de RMN (resonancia magnética nuclear) en el país están dañados, la ministra se ufanó en decir que con espectros de RMN se ha obtenido la completa elucidación de la molécula en cuestión…

 

Este “prematuro anuncio” resulta ser, sencillamente  producto del juego político (¡como si estuviésemos para juegos!), en el cual los colegas científicos quienes resisten heroicamente en el país que vive en condiciones extremadamente precarias, se ven tristemente arrastrados sin piedad por la maquinaria comunicacional del régimen.  Mientras tanto, sigue el circo, sin pan y sin medicinas…

Maracaibo, sábado 31 de octubre del año 2020

 

viernes, 30 de octubre de 2020

Vincent otra vez

Vincent otra vez

Quisiera comentar sobre algo que creo nunca había revelado. Hace unos días, volví a ver la película “Lust of Life”. Este es un filme que conservo en un DVD y aunque no está subtitulado, lo reviso cada cierto tiempo, porque creo que así como he dicho que “la literatura se hizo para releerse”, también creo que se puede disfrutar volviendo a ver películas que me hayan gustado y que conservo con cariño. En lo personal, puede que algunos de Uds sepan que yo pinté y expuse mis pinturas y he vendido mis pinturas. En ocasiones hace años, ellas me sacaron de apuros económicos por lo que he podido afirmar que “he vivido de mi-arte”. La decisión formal de pintar al óleo comenzó a finales del bachillerato y tuvo que ver con la mencionada película. Esa quizás es la explicación de porqué me gusta re-verla…

El domingo, 22 de noviembre del año 2015, en este blog escribí un artículo con el título de “El loco del pelo rojo” pues es una de los varios nombres en español de la película estadounidense de 1956 “Lust for Life”, sobre la vida del pintor Vincent van Gogh. La película dirigida por Vincente Minnelli, con guión de Norman Corwin contó con la actuación protagónica de Kirk Douglas, y con Anthony Quinn en el rol de Paul Gaugin quien fue premiado con el Óscar para actor de reparto. Gauguin había conocido a Vincent y a Theo Van Gogh en París en 1886, y había quedado impresionado por la expresividad de Vincent. Amigos, juntos pintarían la serie de vistas de Alyscamps, pero la convivencia en Arles resultó muy difícil, ambos con un carácter muy temperamental, hasta que Gauguin se cansó de Vincent. Su amistad se deterioraba y acabaría con el famoso episodio de la oreja cortada de Van Gogh.

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En 1945, Warner Bros., casi pone a marchar un viejo proyecto para hacer una película sobre la vida del pintor holandés Vincent van Gogh. Se había seleccionado a Paul Muni y a John Garfield para encarnar a los protagonistas, pero abandonaron la idea. En 1946, el productor Arthur Freed le encargó al novelista Irving Stone, para que escribiese el guion. Ya en la década de 1950 el guion paso a manos del productor Richard Brooks, quien tampoco logó hacer nada. Irving Stone había aprovechado sus investigaciones sobre la vida del pintor para escribir Lust for Life”, y ya estaba casi listo en la primera mitad de la década de los 50.

John Huston, en 1952, dirigiría un filme, sobre la vida del pintor impresionista Toulouse Lautrec titulado “Moulin Rouge” que fue un gran éxito. Estimulados ante este triunfo, la Metro Goldwyn Mayer compró los derechos cinematográficos de la obra de Irving Stone; Cuando el director Vincente Minnelli se enteró, le confió a Dore Schary vicepresidente de la MGM que le interesaba dirigir la adaptación de Stone. Schary le puso un par de condiciones para aceptar su propuesta. Primero debería rodar el musical Extraño en el paraísoy luego tendría que estar finalizada la biografía de van Gogh antes del 31 de diciembre de 1955. 

Minnelli todavía entusiasmado se comprometió a rodar de inmediato “Un Extraño en el paraíso” (Kismet -en inglés-1955) pero el escritor Irving Stone estaba cansado pues venía arrastrando el proyecto ya durante casi diez años y decidió presionar para que se iniciases el rodaje de la película basada en su obra. Él y Minnelli esperaban acabar con la película sobre van Gogh antes que finalizase el año pero solicitarían a John Houseman como el productor ejecutivo, y a Kirk Douglas como el protagonista. Ambos eran viejos colaboradores con los que siempre había trabajado a la perfección.

John Houseman se tomó las cosas con extrema seriedad y puso como condición que las reproducciones de los cuadros de Van Gogh se hicieran a la perfección. De manera que los cuadros originales se fotografiaron en placas de gran tamaño, de 8 x 10 pulgadas y se proyectaron por debajo de mesas especiales con el tablero traslúcido de manera que personal especializado pudo copiarlos, pincelada a pincelada, con gran minuciosidad y perfectos resultados. De allí la impresionante riqueza pictórica del filme. Houseman y Minnelli no querían rodarla en CinemaScope, porque su formato les parecía opuesto al de los cuadros, pero Arthur Loewe les convenció de lo contrario. Al aceptarlo, exigieron un completo control sobre el negativo y su posterior tratamiento. Sobre el colorido de la pintura de Vincent algo he escrito previamente en este blog(https://bit.ly/2XVKE5C).  

Cuando Minnelli llegó a Arles a principios de agosto de 1955 para comenzar el rodaje, ni Houseman ni él estaban conformes con el guion, pero ambos ya eran “expertos en van Gogh”. Durante el rodaje modificaron el guion según iban descubriendo la verdad histórica y los escenarios reales, donde vivió el pintor los últimos años de su vida. Variaron muchas de las escenas entre Vincent y Paul Gauguin para reflejar la verdad de las relaciones entre ambos ya que además de sus discrepancias en el terreno puramente artístico, Gauguin sentía celos de la obra pictórica de van Gogh y éste de la facilidad con que su amigo se relaciona con las mujeres. Visitarían el manicomio donde estuvo internado van Gogh; hablaron con el director y éste les dejaría leer el historial clínico del pintor.

Kirk Douglas, (Issur Danilovich Demsky) nació en Ámsterdam, ciudad del Estado de Nueva York, el 9 de diciembre de 1916, y falleció el 5 de febrero de 2020, a los 103 años. Fue siempre un actor y productor de cine clásico estadounidense. Entre sus numerosos papeles en el cine destacan su interpretación de Espartaco, de Stanley Kubrick, pero Kirk Douglas consideró el papel de su vida, la historia de Vincent van Gogh y su compañía Bryna Productions había comprado los derechos de una historia sobre el pintor para protagonizarla él. Por eso cuando Minnelli y Houseman le ofrecieron el papel, él lo aceptó encantado. Para adecuarse lo más posible al personaje sólo tuvo que dejarse crecer la barba y dar un tono rojizo a su pelo. Anthony Quinn interpretaría al extravertido Paul Gauguin, y le modificaron la nariz para que se pareciera más al personaje. 

El film “Lust of Life” habría de relatar la trayectoria de Vincent van Gogh desde sus tanteos pictóricos iniciales, con la predicación religiosa entre los pobres mineros belgas, hasta su primer contacto con los impresionistas en París. Sus pinturas de campesinos realizando tareas cotidianas, sus complejas relaciones amorosas y amistosas, y el vínculo afectivo con su hermano Theo, quien le ayudó durante toda su vida con su apoyo emocional, y económico para que Vincent lograse sobrevivir en Holanda, en Arlés o en París, están detalladamente presentes en la película. El viaje al sur de Francia con su mejor amigo Paul Gauguin y la caracterización de los personajes como el cartero Roulin y el doctor Gachet forman parte del esfuerzo por acercarse a la realidad histórica.

Maracaibo, viernes 30 de octubre, 2020