De la escritura… (I)
Había redactado algo sobre mi experiencia con la escritura, hasta intentar transformarla para mí en literatura y vivirla como oficio. En marzo del año pasado 2019, algo dije sobre el tema este blog en y hoy quiero repetir algunas cosas…
Comencé a escribir cuentos inventados, cuando era niño. En aquel entonces, es necesario decirlo, leía bastante. Mi padre era comerciante con el negocio en la Plaza Baralt y mi mamá era de San Cristóbal, y ambos nos llenaron la casa de libros. Ella leía de todo, tocaba el piano… Puedo recordar, hace muchos años, niño, escuchándola interpretar La Polonesa de Chopin, en mi casa, Los Arrayanes era su nombre, como si fuese uno de los patios de La Alhambra de Granada. La casa lucía un patio con grama, y existían cuatro grandes pinos en su alrededor. Estoy hablando de 1939, o 1940 en los tiempos cuando la avenida Santa Rita aún era de tierra y desde el pórtico de podía divisar a lo lejos, “la bola del gas”. En la habitación que compartía con mi hermano mayor, existía una biblioteca presidida por los 12 tomos de la Historia Universal de Espasa Calpé, una colección de libros de Monteiro Lobato un escritor brasileño, el libro de Oro de los Niños, y muchos otros libros y novelas, algunas de las que leía mi madre y creo que todas estas cosas despertaron en mí el amor por la lectura.
Entre los 9 y los 15 años escribí muchas cosas y guardé algunos cuentos y esbozos de novelas de aquella época, por eso sé que existieron. Algunos textos estuvieron en unas “agendas” durante muchos años; ya les perdí la pista. Hasta poemas había escrito, y allí estaban, de mi puño y letra. Al revisarlos comprobé que no me traicionaba la mente y todo aquello; ejercicios de cuentos e intentos de novelas fueron producto de mi imaginación; que existían, y sí, era reales... Puedo volver a verme en Maracaibo, en los recuerdos de cuando niño, o casi adolescente, allá sentado en el frente de mi casa, leyendo “Los verdes años” de AJ Cronin, “Miguel Strogoff” de Verne, o “El último de los Mohicanos” de Fenimore Cooper, y “El Corsario Negro” de Emilio Salgari, o releyendo a “David Coperfield” y a “Oliver Twist” de Dickens, y recuerdo, sinceramente, que en esos años, me ilusionaba pensando en que cuando fuese grande, sería escritor. Así creo que el interés por la literatura se afianzó en mi infancia.
Debo añadir que desde antes de los 8 o nueve años iba mucho al cine. A una cuadra de la casa, hacia un lado y al otro existían dos cines, el Landia y el Venecia. Eran cines sin techo, o con medio techo donde si mirabas hacia arriba podías contar las estrellas. El CineLandia se caracterizaba por sus películas mexicanas y también proyectaban las series que teníamos que continuar viendo, semanalmente, cada capítulo sin faltar, y podían ser de El Capitán Maravilla, La invasión de Mongo por Flash Gordon, El Fantasma y otras. Bajo el cielo estrellado del Venecia pude admirar las películas de la Nouvelle vague francesa y buena parte del neorrealismo italiano; películas que sin duda rellenaron muchos recovecos de mi subconsciente. El cine fue un estímulo creativo desde mucho antes de que llegase la televisión y estoy convencido que mucho de lo que he escrito procede del recuerdo de visiones cinematográficas.
Estudié primaria y la secundaria con los jesuitas, y tuve la suerte de tener como profesor de literatura a Mariano Parra León, un obispo siempre combativo, muy recordado por todos en Maracaibo. Crecí teniendo una idea clara aprendida en el colegio, sobre la situación de nuestro pueblo depauperado, siempre ilusionado ante las frustrantes promesas de los políticos de turno y nunca dejé de creer en que podríamos cambiar las injusticias sociales que veíamos; algún día… En el colegio también formé parte del Orfeón y fui ascendiendo desde tiple, a segunda voz y finalmente a una tercera voz que iría con los tonos de barítono. La música siempre ha sido importante en mi escritura y la actividad coral sirvió, tanto como los deportes, para convencerme de que es necesario trabajar en equipo para logar objetivos comunes.
Cuando terminé el 5to año de bachillerato en el Liceo Baralt, pasé a nuestra Universidad del Zulia, donde estudié Medicina entre los 16 y los 21 años para graduarme de médico-cirujano en LUZ el año 1963. Me fui becado a especializarme en Norteamérica. Luego, todo aquello de la literatura pareció nublarse en mi mente; y es por eso que estoy “echando este cuento”... La Medicina, la patología y la investigación sobre la ultraestructura, los tumores y los virus, absorbieron mi mente y espíritu durante muchos años, creo que hasta un grado de fanatismo extremo. Después de cuatro años de pasar fríos inviernos y aprender muchas cosas, regresé a mi ciudad natal y trabajé en el Sanatorio Antituberculoso donde estuve directamente vinculado al genial doctor Pedro Iturbe, quien lograría un microscopio electrónico y de la mano del doctor Fernández Morán me conduciría para instalar un laboratorio que en siete fructíferos años llegaría a publicar más de 25 trabajos de investigación en revistas indexadas. Aquella fue una etapa decisiva en mi carrera como investigador pero lamento tener que señalar que la literatura permanecía para mí en una especie de limbo, circunstancia ésta que relato pues creo puede servir como ejemplo…
En 1975, me vi obligado, digamos que por razones personales, a abandonar el productivo laboratorio creado en mi tierra para irme a la capital del país. En una de mis novelas, “La Entropía Tropical”, me refiero entre otras cosas a la situación que determinó mi prolongado exilio… Nuestro poeta Idelfonso Vásquez, “el príncipe del soneto”, quien era médico y también tuvo que exilarse, escribió algo que aproveché para plasmarlo en la novela: “Adiós, adiós, inculto paraíso do el goce halló mi juventud dichosa! …hoy otro campo más estéril piso por otra senda voy más enojosa. Cruzo el triste sendero de la ausencia, trillo el árido campo de la ciencia.”
Durante más de 25 años estuve trabajando en un Instituto de la UCV formador de patólogos. Me tocó dirigirlo durante más de 12 años mientras me mantuve al frente de un laboratorio de investigación, inventando lo que denominamos la patología ultraestructural y produciendo más de un centenar de publicaciones científicas. Iniciándose la década de los ochenta, con cinco hijos creciendo debí comenzar a re estudiar el bachillerato, y fue, casualmente, ayudándoles, como regresaría a la literatura...
Reincidí en mi pasión por la lectura y hube de entrar en contacto con la escritura del Gabo y sus cien años de soledad, de Vargas Llosa y los perros de su ciudad, y después, tras leer “La Muerte de Artemio Cruz” me entusiasmé con Carlos Fuentes, y luego, Rayuela, y detrás de Cortázar llegarían Borges y Rulfo, Cabrera Infante y Arguedas, Asturias y Donoso, y así regresé a la literatura, especialmente la de Latinoamérica, que además, en aquellos días estaba haciendo, ¡Boom! En ese entonces, a comienzos de los 80, me supe hipertenso y al creer que estaba gravemente enfermo, recordaba mi propia historia y los 7 años en Maracaibo intentando hacer investigación sin ser aceptado por mis colegas, y me mortificaba saber que de aquella situación, para mí crucial, nadie se entraría, y eso me dolía, por lo que pensé que debería escribirla.
Creo que es cierto lo que dice Eduardo Liendo, de que el mayor desafío del escritor “es vencer a la muerte con el filo de la palabra”. Quizás con un deseo larvado de trascender, escribí un manuscrito que por su nombre resumido alguna gente confundía con el extraterrestre i-ti, porque en la portada decía ET, las siglas de La Entropía Tropical, expresión esta, que le escuché al doctor Humberto Fernández Morán quien lo decía para describirme ese desorden tropical que nos caracteriza. El manuscrito de ET, estaba escrito parcialmente en maracucho, me decían que tenía “malas palabras”, y ¡me querían acentuar las esdrújulas!, por lo que cuando intenté publicarlo, fue varias veces rechazado. Esperé 20 años, desde 1983 hasta el año 2003 cuando aprovechando que un compañero de promoción era el Rector de LUZ, me editaron la novela “La Entropía Tropical”, en Ediluz.
Inicialmente me convencieron de que ET en su manuscrito, era una novela, por lo que había decidido seguir escribiendo, de manera que luego de trágicas y muy tristes contingencias personales, en 1998, tuve que jubilarme en la UCV, para aquel entonces ya había escrito, casi cinco novelas. “Escribir en La Habana” galardonada en la Bienal José Rafael Pocaterra 1994 del estado Carabobo, “La Peste Loca” que la editó la Secretaría de Cultura de la Gobernación del Estado Zulia, “Para subir al cielo…” galardonada en la bienal Elías David Curiel 1997 del Estado Falcón. Después de que me publicaran en Ediluz “La Entropía Tropical” y “El movedizo encaje de los uveros” (2003), dejé la capital y regresé a Maracaibo en el año 2005. Luego publicaría tres novelas más, “Ratones desnudos”, “El año de la lepra”, en Mérida y la última publicada en AstroData-Maracaibo, ya en 2015, sobre un personaje histórico del siglo XVI, “Vesalio el anatomista”.
Final de la primera parte de “De la escritura… Continuará y finalizará mañana domingo 1 de noviembre, 2020.
Maracaibo, sábado 31 de octubre del 2020.