Azarquiel (Toledo1029
- Sevilla
1087) de nombre completo Abū
Isḥāq Ibrāhīm ibn Yaḥyā al-Naqqāsh az-Zarqālī, fue un astrónomo y
geógrafo de Al-Ándalus y cuyo nombre era una especie de apodo debido a sus
intensos ojos azules. Vivió en Toledo hasta que en 1085 cuando la
conquista castellana de la ciudad lo llevó a emigrar
a Sevilla,
donde murió.
Hijo
de un cincelador, experto en el trabajo en hierro delicado, Azarquiel siguió
sus pasos y fue herrero y orfebre. Pero su trabajo le llevó a codearse con
numerosos astrónomos de la época, que acudían a su taller para reparar sus
aparatos de medición lo que le propició unos extensos conocimientos en la
materia. Azarquiel trabajando como herrero u orfebre, destacó
por su destreza en el trabajo de los metales y comenzó a elaborar instrumentos
científicos de precisión, como astrolabios,
probablemente a petición de astrónomos árabes y hebreos del reino taifa de
Toledo.
La comunicación con estos eruditos pudo llevarle a
una notable comprensión de la ciencia astronómica de forma autodidacta, lo que
le llevó a crear innovaciones a partir del astrolabio,
como un instrumento de observación astronómica además de ser un computador analógico útil para la
resolución de problemas de astronomía esférica y astrología,
denominado la azafea.
La mayor aportación de Azarquiel a la astronomía sin
lugar a dudas la constituye el desarrollo de la azafea,
una variedad del astrolabio que permitía que el observador no necesitara
encontrarse en un lugar determinado para desarrollar los cómputos astronómicos,
sino que podía ser usado en cualquier latitud terrestre,
lo que le convertía en un instrumento ideal para ser usado en la navegación.
Mientras
que el astrolabio está diseñado para observaciones y cómputos
desde una latitud específica,
la azafea permitia hacer
observaciones en cualquier latitud terrestre. Azarquiel creó
dos variedades distintas de este instrumento astronómico, la denominada ma‘müniyya (dedicada al
rey al-Mamun de Toledo)
y la abba-diyya (ofrecida a al-Mutamid
ben Abbad de Sevilla).
Este instrumento permitía calcular la relación entre horas
temporarias y horas iguales (horas
equinociales), la altura del sol sobre
el horizonte, la posición del sol en las casas
astrológicas (declinación solar), la latitud geográfica del
lugar de observación -un instrumento útil para la orientación y navegación-
la ascensión recta de un astro y la longitud
del arco diurno de
un día dado.
Una de las contribuciones de Azarquiel fue la
compilación de las Tablas Astronómicas de Toledo en su
versión árabe de un trabajo realizado por Al-Juarismi y Al-Battani.
Azarquiel estaba en disposición de realizar predicciones de suma importancia
dentro de la Astronomía. Las Tablas le
ofrecían a los astrónomos las posiciones en el cielo de ciertos astros y las
fechas en las que tenían lugar determinados fenómenos cósmicos que eran
empleados para poder concretar la situación exacta de un cuerpo celeste en
épocas futuras. Azarquiel, que tenía en su poder datos precisos sobre multitud
de fenómenos y gracias a la labor de sus ayudantes, pudo emplear las Tablas para predecir
los eclipses solares
que sucederían años, e incluso siglos, más tarde.
Al parecer, Azarquiel también fue capaz, mediante
el análisis detallado de los datos recabados, de predecir la aparición de cometas.
Si esto fuera cierto, Azarquiel aventajaría en casi 700 años a Edmund Halley (1656-1742),
quien comprendió que el cometa que lleva su nombre y que se había observado en
1681 era el mismo que otros astrónomos vieron en 1604, y que retornaría a las
proximidades del Sol en 1757. Halley sentó las bases para poder determinar el
año aproximado de retorno del cometa empleando unas pocas observaciones del
mismo.
Azarquiel fue capaz de encontrar cuál era el
movimiento del apogeo solar (la distancia máxima entre la Tierra y el
Sol). Azarquiel pudo determinar con una gran precisión que el punto del apogeo
solar variaba en 1 grado cada 299 años, analizando las observaciones que se
disponían al respecto durante los últimos 25 años. También tuvo Azarquiel
interés en el tema de la precesión de
los equinoccios.
Escribió un trabajo sobre ello, en el que describe de qué manera podría
explicarse este hecho.
Como la Tierra es un astro que recibe la influencia
básica del Sol y de la Luna y, en menor medida, de los otros planetas del Sistema Solar,
su movimiento de rotación presenta una
ligera variación a lo largo del tiempo. En grandes periodos de tiempo, los
polos del planeta no se dirigen siempre al mismo sitio, sino que van
modificando la dirección a la que apuntan debido al movimiento de
rotación terrestre; esto es lo que se denomina precesión de los equinoccios. En el fondo,
es como si la Tierra se comportara como una peonza;
su eje, a medida que gira, cambia ligeramente.
Por encargo de su protector, el rey Al-Mamún de Toledo, construyó la famosa Clepsidra,
situada entre “Bab al-dabbagin” y el río Tajo, en el paraje
conocido como Huerta de la Alcurnia, que tenía la virtud de señalar
las horas y las fases lunares tanto de día como de noche.
La clepsidra de Azarquiel fue un reloj que funcionaba
de manera hidráulica construido por Azarquiel, astrónomo y geógrafo andalusí,
en Toledo en el siglo XI.
Azarquiel oyó hablar de un aparato de Arín, en la India,
que indicaba la hora durante el día por medio de un mecanismo basado en aspas.
Azarquiel construyó estanques de gran tamaño en una casa a las afueras de
Toledo, a orillas del río Tajo,
cerca de Puerta de los Curtidores.
Las aspas del mecanismo se llenaban o se vaciaban con la crecida o mengua de la
Luna. El rey Alfonso VII quiso saber
cómo funcionaba y desmontó una de las clepsidras en el año 1134, pero luego no
supo volver a montarla. El reciente hallazgo en la zona de las Tenerías de un
manantial de ciclo hidrológico alterno, sugiere la posibilidad de que las
clepsidras se abastecieran de este acuífero.
Hay
quien piensa que hablar de “la magia de Toledo” es sólo una forma de hablar, de
rodear la ciudad de un halo de misterio y de energía positiva de cara al
turismo o como «mantra» de buenas vibraciones, pero la realidad es que Toledo
siempre ha sido una ciudad mágica por sus historias, sus edificios, sus calles,
sus jardines…y por supuesto sus gentes.
Uno de esos personajes que hacen Toledo mágico fue sin duda Abu Isahq Ibrahim Ibv Yahya al-Naqqash al-Zaqali. Dicho así puede parecer un personaje de las mil y una noches, o extraído de las muchas leyendas toledanas, pero lo cierto es que es un personaje real, nacido en Toledo en el año 1029 al que todo el mundo conocía y aún hoy conocen por su apodo, propiciado por el color zarco o azul de sus grandes ojos y de ahí su nombre AZARQUIEL, el astrónomo y geógrafo toledano del Al-andalus -aunque haya quien se empeñe en fijar su nacimiento en la ciudad andaluza de Córdoba- los documentos conservados dejan ver que Azarquiel nació en Toledo, aunque la Reconquista de Alfonso VI le obligó a viajar a Córdoba en 1085, donde algunos dicen que murió –otros creen fue en Sevilla- poco antes del año 1.100.
No
hay que olvidar que los trabajos de Azarquiel presentaron
discrepancias con los de Ptolomeo y no obstante, fueron base indispensable para
los trabajos de Copérnico, Galileo y de Keppler, todos ellos bien conocidos hoy
como los “padres de la astronomía”. El cráter lunar Arzachel lleva este nombre en
su memoria.
Azarquiel
escribió sobre astronomía teórica, tablas e instrumentos astronómicos. También
es autor de una obra de magia talismánica y un tratado sobre el movimiento de
las estrellas fijas escrito hacia el 1084-1085, del cual existe una traducción
hebrea; el Tratado sobre la invalidez del método de Ptolomeo para
obtener el apogeo de Mercurio; hay una obra perdida
titulada Sobre el año solar (Fī sanat al-šams) o Epístola
comprehensiva sobre el Sol (al-Risāla al-Ŷāmi’a fī al-šams),
probablemente escrita entre el 1075 y el 1080, finalmente, existe otra obra
perdida donde según afirma Ibn al-Ha’im, es autógrafa,
en la que Azarquiel propone una corrección al cálculo de la longitud de la Luna
en el modelo lunar ptolemaico.
En Maracaibo, el jueves 6 de
junio del año 2024
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