Orson Welles y El Quijote
Esta es una historia que
ya relaté en este blog –lapesteloca-
en enero del año 2016. Como ya han trascurrido siete años desde aquel entonces,
creo vale la pena volver sobre el tema de la novela de Cervantes y famoso
director de cine, Orson Wells quien una vez diría: “Don Quijote es la
mitad de España y Sancho la otra mitad. El hidalgo es el sueño español de la
caballerosidad en toda su absurda maravilla. Es la locura llena de nobleza, de
dignidad y de incorruptible galantería que ilumina el carácter español. Su
escudero es la tierra española misma. Es todos los hombres que han vivido sobre
esa tierra desde que se aró por vez primera”.
Si
a algún director de cine se le puede aplicar, el adjetivo de quijotesco es a
Orson Welles. El rodaje de sus películas fue siempre una aventura comparable a
las del ingenioso hidalgo de La Mancha. Si el personaje de Cervantes se
enfrentó con molinos de viento para dejar en alto su honor de caballero
andante, Welles, decidido a hacer arte sin la incómoda supervisión de los
productores de Hollywood; también tuvo que lidiar con obstáculos de todo tipo,
desde inversionistas que le fallaban en el último momento, hasta actrices que
se arrepentían de hacer el papel de Desdémona en su adaptación de Otelo. Así,
en una perenne falta de presupuesto se veía obligado a interrumpir sus
filmaciones y no le quedaba otra alternativa que dirigir algún documental para
la televisión con tal de poder reunir el dinero que le permitiría sacar
adelante su proyecto personal.
Enamorado
de España y de su cultura, Welles soñó siempre con adaptar El Quijote al cine.
Cuando en 1957 el canal de televisión CBS le encargó un documental de media
hora, no dudó en proponer como tema la famosa novela de Cervantes. El rodaje
comenzó en la ciudad de México y las escenas iniciales mostraban al propio
Welles narrándole a una niña americana llamada Dulcie las aventuras del
caballero y su escudero. Por cierto, el papel de Dulcie lo interpretaba
Patricia McCormack, quien en 1956 había dejado perplejo al público al encarnar
a una encantadora niña asesina en el thriller La mala semilla y de ella hablaremos uno de estos días...
Los
pasajes en los que aparecían el Quijote y Sancho fueron concebidos por Welles
en el estilo de las comedias silentes. Para dar vida a los famosos personajes
seleccionó a dos excelentes artistas. Francisco Reiguera, actor nacido en
Madrid, pero enraizado en México, era el hidalgo ideal: alto, enjuto,
demacrado, con una larga barba blanca y un inusitado ímpetu. El rol del
escudero estaba a cargo de Akim Tamiroff, el versátil y carismático actor
estadounidense de origen georgiano que también colaboró con Welles en Sed
de mal, Mr. Arkadin y El proceso.
Cuentan que Welles estaba tan entusiasmado con su
Quijote que no se afectó mucho cuando después de ver las secuencias iniciales, los
productores decidieron cancelar el proyecto. Afortunadamente, el arreglo al que
llegaron le permitiría usar el material filmado en una obra personal. Wells estaba
decidido a prescindir del personaje de la niña y hacer algo más que un simple
documental. El Quijote y Sancho hablarían. Recrearía sus andanzas. Tenía en
mente todo un largometraje inspirado en la obra de
Cervantes. Pero… ¿y el dinero?
Welles se las ingenió para continuar rodando cada
vez que reunía algo de dinero. Los fieles Reiguera y Tamiroff, enamorados
también del proyecto, acudían a su reclamo siempre que el cineasta les avisaba
que podían continuar. De esa manera siguieron filmando distintas escenas, hasta
finales de los años 60, en locaciones de México, Italia y España. Habitualmente
una película tiene un único director de fotografía; pero por la producción del
Quijote de Welles pasaron, sucesivamente, siete. También utilizó cinco editores
diferentes para montar algunas secuencias.
Mientras tanto, Orson Wells filmaría dos de sus
grandes creaciones, también basadas en obras maestras de la literatura: El
proceso (1963), sobre la novela de Franz Kafka, y Campanadas a medianoche
(1966), adaptación de varias obras teatrales de William Shakespeare. La
relación de Orson Wells-director con El Quijote era algo intensamente personal,
una suerte de “psicoanálisis secreto” de sí mismo y así vemos que su versión
dista mucho de ser una adaptación fiel del texto de Cervantes: Alonso Quijano y
Sancho Panza viajarían por la España de Franco, y serían testigos de
procesiones religiosas y de corridas de toros, y se admirarían ante invenciones
como la televisión.
A mediados de los
1960 un grupo de periodistas le hizo en el aeropuerto de Roma la pregunta
“¿Cuándo piensa terminar El Quijote?”, y Welles les explicó que se trataba de
una película experimental, “casera”: el tipo de trabajo que a él le gustaba hacer;
“Cuando la termine, la estrenaré”… Él
aclararía que no tenía apuro por concluirla. Don Quijote y Sancho no son marionetas; son libres, curiosamente
independientes. Lo que me preocupa para poner fin a la película es que quizás
el mundo moderno les destruiría. Y sin embargo no logro ver a Don Quijote
destruido. Ése es mi problema”...
Después de más de
una década de rodaje, la muerte de los dos protagonistas paralizó
definitivamente el proyecto. Reiguera falleció en Ciudad de México, en 1969, y
Tamiroff en California, tres años más tarde. Orson Welles los sobrevivió hasta
1985 y, según parece, poco antes de su muerte estuvo revisando las escenas
editadas del más quijotesco de sus filmes, con la intención de replanteárselo
una vez más y sacarlo a la luz. Hasta entonces El Quijote de Welles
había sido una leyenda, una película de la que todos hablaban, pero sin saber
con certeza de qué se trataba.
Al año siguiente de la muerte de Wells, en el
festival de cine de Cannes 1986 se estrenó una versión de 40 minutos de
duración, preparada por el cineasta griego Costa Gavras con los negativos que
pudo localizar con la ayuda de la Cinemateca Francesa. El público quedó
admirado y sorprendido. Pero no fue hasta 1992, durante la exposición mundial
de Sevilla, cuando se pudo apreciar una versión más extensa, de 116 minutos,
preparada por el español Jess Franco, quien había trabajado con Welles en la
realización de Campanadas a medianoche. Para presentar esta nueva
reconstrucción, hubo que realizar un trabajo de detective, pues los rollos
filmados entre 1957 y 1968 estaban dispersos por distintos países.
Finalmente,
Jess Franco logró reunir decenas de cajas que contenían más de 100 mil
metros de película (un filme común y corriente tiene unos 3 mil metros de
duración) y durante varios meses se dio a la tarea de armar el complejo
rompecabezas. Para hacerlo, se guio por las instrucciones escritas que había
dejado Welles. Aunque este montaje ha sido criticado por algunos, representa un
esfuerzo admirable. Evidentemente no es exactamente la película que Welles
tenía en su cabeza, pero al menos nos permite acercarnos a la originalidad, el
humor y el humanismo de la lectura que hizo el más grande director de cine de
todos los tiempos de una novela que, cuatro siglos después de su primera
edición, sigue fascinando a lectores del mundo entero. Welles no trató de
trasladar El Quijote al cine, sino que, por así decirlo, optó por llevar el
cine al universo de El Quijote. Su aventura fílmica, sorprendente y quijotesca
de principio a fin, es uno de los más sentidos homenajes que jamás se hayan
rendido a la obra cumbre de Cervantes.
Maracaibo,
martes 22 de marzo del año 2022
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