La peste, en la Historia
La peste siempre ha sido
un azote de la humanidad. Sófocles,
que murió en el año 406 antes de Jesucristo, se inspiró para escribir su “Edipo
rey” en la epidemia que masacró a los habitantes de la ciudad de Atenas durante
la guerra con los espartanos. El historiador Tucídides contó
con detalles los sufrimientos de la población. En «Edipo rey» la peste no sólo
era vista como un castigo divino,
era además, una demostración de la imposibilidad de evitar el destino que nos
habían impuesto los dioses.
En el
año 165, el Imperio Romano, bajo la dinastía Antonina ocupaba los territorios de casi la totalidad de la
actual Europa, el norte de África, incluyendo Egipto, y gran parte de Medio
Oriente. La peste “Antonina” fue la primera peste que afectó globalmente
al mundo occidental. Perturbó todas las dimensiones de vida del género humano
en el Imperio Romano, su economía y política, así como la religión y la
cultura. Se menciona que la mortalidad alcanzó un 10% de la población, pero también
se afirma que el Imperio Romano perdió un tercio de su población por la viruela, llamada peste antonina.
La idea del castigo divino seguía
latiendo en la Edad Media cuanto estalló la peste
negra o bubónica en 1347, coincidiendo con la Guerra de los Cien
años. Bocaccio se inspiró en la devastación de aquella epidemia que afectó a
Europa para escribir su “Decamerón”, en el que un grupo de jóvenes florentinos
huyó del contagio en una casa de campo. Durante el
Medievo, Europa fue azotada por terribles enfermedades entre ellas la Muerte
Negra, la lepra, la sífilis y el tifus, las cuales, por fortuna para la
ciencia, perduraron hasta la era bacteriológica de tal manera que se pudo
descifrar sus aspectos bioetiológicos (https://bit.ly/3CHU0CM). Sin embargo, no todas corrieron igual
suerte porque algunas desaparecieron sorpresivamente después de las epidemias
sin dejar rastros.
La peste bubónica recibida como
un castigo de Dios por los pecados de la
aristocracia y del clero, era igualmente una sanción a la impiedad de
los ricos y poderosos. La peste tenía un sentido religioso y moral, expresado
en los capiteles de los claustros en los monasterios y en las representaciones
pictóricas de la época en las que se presenta asociada a la figura del diablo. El sudor inglés, fue otra epidemia que saltó de país en país con un
comportamiento extraño, pues no se había conocido antes de 1485 ni volvió a
conocerse después de 1552. También llamado “sudor anglicus” o “pestis sudorosa”,
“la enfermedad Inglesa del Sudor” que no atacaba a los bebés ni a los niños
pequeños, sus víctimas eran, mayormente, varones jóvenes, sanos fuertes y de
buena posición económica. Los síntomas podían confundirse con un proceso
gripal y pasados solamente uno o dos días: el
sujeto o moría o mejoraba de forma casi inmediata La enfermedad estuvo
estrechamente vinculada a Inglaterra, lugar de su origen y donde se registraron
cinco oleadas durante los siglos XV y XVI, antes de desaparecer sin dejar
rastro.
El sudor inglés mató
al príncipe Arturo Tudor en 1502, era el hombre llamado a reinar en Inglaterra
junto a la española Catalina de
Aragón, que se casó años después con el hermano del
fallecido, Enrique
VIII. Además, al
posterior matrimonio, dificultoso hasta el punto de causar la escisión de la Iglesia Católica, la española sobrevivió a la
misteriosa enfermedad que fulminó a su marido adolescente y que los médicos
nunca supieron identificar. Los primeros
brotes de la enfermedad del sudor se registraron en Londres, el 19 de
septiembre, o dos días más tarde, dando inicio a cinco epidemias, con duración
de dos a seis meses cada una, en un período de 66 años.
El médico Thomas Forrestier, aportó la
primera descripción de esta novedosa epidemia. En un manuscrito publicado en
1490 hizo énfasis sobre la brevedad, la intensidad y la letalidad de la
enfermedad, y sobre su impacto demográfico y perfil epidemiológico. “El
sudor” provocó una estampida general de profesores y estudiantes de la
Universidad de Oxford que estuvo cerrada por seis semanas, por el deceso de
numerosos miembros de su comunidad. Polidoro Virgilio, historiador de la corte
de Enrique VII, hizo constar la tasa de mortalidad de esta enfermedad (99%), la
''violencia de la fiebre'', los dolores de cabeza y de estómago, el malestar de
los enfermos y su necesidad de calmar la sed con bebidas frías. El segundo
brote, entre los meses de julio y agosto de 1508, se extendió hasta Chester
donde causó la muerte de 91 personas en tres días. El tercer episodio, acaecido
entre julio y diciembre de 1517, fue más serio sobre todo por su duración,
producía la muerte en dos o tres horas, diez mil personas fallecieron en
Londres en 10 a12 días. En esta ocasión, el estadista Thomas More exclamó que ''era más seguro estar en el campo de
batalla que en la ciudad''. Entre junio y agosto de 1528, Inglaterra fue
visitada por cuarta vez por el mismo azote que mostró como de costumbre cierta
predilección por las corporaciones religiosas. Hubo 40.000 casos en Londres,
con unos 2.000 muertos; se pospuso la boda de Enrique VIII y el Rey se apresuró
a abandonar la ciudad cuando se dio cuenta de que su prometida Ana Bolena
estaba enferma de ''sudor'', aunque se recuperó más tarde. Esta cuarta epidemia
tuvo un alcance continental, lo que derrumbó el supuesto mito inglés. Ingresó a
Hamburgo por vía marítima el 25 de julio de 1529 en un barco alemán procedente
de Inglaterra que transportaba ''doce hombres, casi muertos o a punto de
morir'', y al cabo de seis meses se había instalado en Prusia, Dinamarca,
Suecia y Suiza, entre otros países.
La enfermedad del sudor estuvo
estrechamente vinculada a Inglaterra, lugar de su origen y donde se registraron
las cinco oleadas mencionadas durante los siglos XV y XVI, antes de desaparecer
sin dejar rastro. Lejos de propagarse entre los más débiles y mal alimentados,
la enfermedad se focalizó en las clases sociales altas y medias, y se llegó a
sostener que ningún extranjero residente en Inglaterra fue contagiado por el
extraño sudor, que persiguió a los ingleses hasta Francia como si se tratara
de una plaga bíblica teledirigida
contra ellos. En el año 1485 afectó a la flota que transportaba a las tropas
del Duque de Richmond en el
contexto de la guerra de las Dos Rosas. La
epidemia se extendió por toda la flota y después a su llegada a los puertos
ingleses contagió pueblos y ciudades.
Muchos años más tarde, en 1722 el
escritor irlandés Daniel Defoe escribió el “Diario del año de la peste” en
el que relata el azote de la plaga que causó una terrible mortandad en Londres
en 1655. Con la visión de un periodista, Defoe describió la peste (https://bit.ly/3rsDAIN) contando lo que veía, y
recurriría a los datos e intentó buscar una explicación racional. Heredero del
empirismo inglés, representado por Bacon y Locke, Defoe sostenía que sólo la
observación de los hechos podía cimentar el desarrollo de la ciencia y del
pensamiento y así fue como el “Diario del
año de la peste” sería el primer gran
reportaje periodístico de la modernidad. El escritor irlandés
abandonaría cualquier intento de analizar la peste desde el punto de vista
moral y metafísico y Charles Dickens,
que sobrevivió a varias epidemias de cólera, adoptaría el mismo enfoque.
Thomas Mann, nacido
cinco años después del fallecimiento de Dickens, retomó el tema de la peste
en “Muerte
en Venecia”, una novela corta escrita en 1912. La obra de Mann
extraordinariamente ambigua parece asociar la peste al castigo por el deseo homosexual, lo que confiere
a la obra un carácter esencialmente moral y ejemplificador. La visión de Mann
es moralista, pero veremos como la narración de Edgar Alan Poe utiliza la
epidemia para reavivar los temores enterrados en el inconsciente colectivo. Jack London, autor de “La
peste escarlata”, publicada el mismo año que “Muerte en Venecia” tiene un carácter futurista y casi profético
porque la trama parte de una epidemia que mata a casi toda la humanidad en
2013, un siglo después de su publicación. En “La peste
escarlata” London apunta que la letal
enfermedad teñía la piel de color rojo, lo
que ha sido interpretado como una referencia y un homenaje a Edgar Allan Poe,
fallecido en 1849 cuando sólo tenía 40 años. Poe también había escrito su
célebre cuento titulado “La máscara de la muerte roja”, en
el que existe una peste que mata en medio de horribles sufrimientos y en pocos
minutos.
“La peste” de Albert Camus, representa la
concepción moderna de la fragilidad del hombre ante las enfermedades
contagiosas, donde el escritor francés se plantea unos dilemas que son
profundamente actuales. Camus considera que la peste es un absurdo, un hecho
sin sentido, dictado por el azar, que mata a las personas en función de
una lotería siniestra. Rieux es un
médico que ha asumido sus responsabilidades y da un alto ejemplo moral. El
autor argelino pone a Rieux como ejemplo de que la existencia puede tener
sentido si sirve para ayudar a los demás.
A todas estas obras de la literatura les podríamos añadir
interesantes contribuciones en ocasiones del cine, y sus autores: “El último hombre”, de Mary Shelley (1787-1851); “El velo pintado”, de William Somerset Maugham (1864-1925); “Ensayo sobre la ceguera”, de José
Saramago (1922-2010); “Epidemia”, de Robin Cook (1940), “La plaga”, de Ann Benson (1949),
y otros libros como “La amenaza
Andromeda, de Michael
Crichton (1942-2008); y la “Guerra
Mundial Z: Una historia oral de la guerra zombi”, de Max Brooks (1972).
Hay que destacar que muchas de las
epidemias descritas, sucedieron en épocas de confusión y de agitación religiosa,
marcada por el rompimiento de Inglaterra con la Iglesia Católica, y el
cierre de sus monasterios y la protesta de Martín Lutero en 1517 que
desencadenó la Reforma. Con ese telón de fondo, estos episodios, en el
sentir de la gente, eran una retribución divina para los católicos por haber
perseguido la Palabra de Dios, y para los Evangélicos, por su desobediencia y
por haber abandonado la iglesia tradicional.
Se conocían los motes de la peste negra y de questo influsso y
sudoreillo en la Inglaterra medieval para el sudor inglés y la
influenza, respectivamente, luego la influenza recibió el nombre nueva
fiebre por Sydenham. La medicina italiana especuló que la epidemia de
influenza en la década de 1840 suponiéndola era una variante del sudor inglés.
Finalmente, con el diagnóstico definitivo de que la influenza es una enfermedad
viral en la década de 1930, se fortaleció aquella sinonimia al menos hasta el
año 1965 cuando Roberts se inclinó por la teoría gripal, rechazando la
tesis ''facilista'' de intoxicación alimentaria. Habría de llegar el momento de
las pandemias virales.
Asumiendo que el sudor inglés era una
enfermedad infecciosa, se elaboró una lista de posibles candidatos etiológicos,
tales como Rickettsia prowazekii, Yersinia pestis y Neisseria
meningitidis, lo que remite dicha enfermedad a una forma de tifus,
peste negra o meningitis cerebroespinal, respectivamente, a pesar de que no
concuerdan totalmente sus rasgos sintomatológicos y epidemiológicos con los del
sudor. McSweegan dibujó un caso de salud ocupacional en la Inglaterra
medieval y asimiló el sudor anglicus a una forma de ántrax
respiratorio por Bacillus anthracis. Hoy día viviendo en la pandemia viral del Covid19 por el SARSCov2 hay mayor seguridad sobre la etiopatogenia
de todas estas enfermedades.
Maracaibo,
sábado 19 de marzo del año 2022
No hay comentarios:
Publicar un comentario