sábado, 19 de marzo de 2022

La peste, en la Historia

 La peste, en la Historia

La peste siempre ha sido un azote de la humanidad. Sófocles, que murió en el año 406 antes de Jesucristo, se inspiró para escribir su “Edipo rey” en la epidemia que masacró a los habitantes de la ciudad de Atenas durante la guerra con los espartanos. El historiador Tucídides contó con detalles los sufrimientos de la población. En «Edipo rey» la peste no sólo era vista como un castigo divino, era además, una demostración de la imposibilidad de evitar el destino que nos habían impuesto los dioses.

En el año 165, el Imperio Romano, bajo la dinastía Antonina ocupaba los territorios de casi la totalidad de la actual Europa, el norte de África, incluyendo Egipto, y gran parte de Medio Oriente. La peste “Antonina” fue la primera peste que afectó globalmente al mundo occidental. Perturbó todas las dimensiones de vida del género humano en el Imperio Romano, su economía y política, así como la religión y la cultura. Se menciona que la mortalidad alcanzó un 10% de la población, pero también se afirma que el Imperio Romano perdió un tercio de su población por la viruela, llamada peste antonina.

La idea del castigo divino seguía latiendo en la Edad Media cuanto estalló la peste negra o bubónica en 1347, coincidiendo con la Guerra de los Cien años. Bocaccio se inspiró en la devastación de aquella epidemia que afectó a Europa para escribir su “Decamerón”, en el que un grupo de jóvenes florentinos huyó del contagio en una casa de campo. Durante el Medievo, Europa fue azotada por terribles enfermedades entre ellas la Muerte Negra, la lepra, la sífilis y el tifus, las cuales, por fortuna para la ciencia, perduraron hasta la era bacteriológica de tal manera que se pudo descifrar sus aspectos bioetiológicos (https://bit.ly/3CHU0CM). Sin embargo, no todas corrieron igual suerte porque algunas desaparecieron sorpresivamente después de las epidemias sin dejar rastros.

La peste bubónica recibida como un castigo de Dios por los pecados de la aristocracia y del clero, era igualmente una sanción a la impiedad de los ricos y poderosos. La peste tenía un sentido religioso y moral, expresado en los capiteles de los claustros en los monasterios y en las representaciones pictóricas de la época en las que se presenta asociada a la figura del diablo. El sudor inglés, fue otra epidemia que saltó de país en país con un comportamiento extraño, pues no se había conocido antes de 1485 ni volvió a conocerse después de 1552. También llamado “sudor anglicus” o “pestis sudorosa”, “la enfermedad Inglesa del Sudor” que no atacaba a los bebés ni a los niños pequeños, sus víctimas eran, mayormente, varones jóvenes, sanos fuertes y de buena posición económica. Los síntomas podían confundirse con un proceso gripal  y pasados solamente uno o dos días: el sujeto o moría o mejoraba de forma casi inmediata La enfermedad estuvo estrechamente vinculada a Inglaterra, lugar de su origen y donde se registraron cinco oleadas durante los siglos XV y XVI, antes de desaparecer sin dejar rastro.



El sudor inglés mató al príncipe Arturo Tudor en 1502, era el hombre llamado a reinar en Inglaterra junto a la española Catalina de Aragón, que se casó años después con el hermano del fallecido, Enrique VIII. Además, al posterior matrimonio, dificultoso hasta el punto de causar la escisión de la Iglesia Católica, la española sobrevivió a la misteriosa enfermedad que fulminó a su marido adolescente y que los médicos nunca supieron identificar. Los primeros brotes de la enfermedad del sudor se registraron en Londres, el 19 de septiembre, o dos días más tarde, dando inicio a cinco epidemias, con duración de dos a seis meses cada una, en un período de 66 años.

El médico Thomas Forrestier, aportó la primera descripción de esta novedosa epidemia. En un manuscrito publicado en 1490 hizo énfasis sobre la brevedad, la intensidad y la letalidad de la enfermedad, y sobre su impacto demográfico y perfil epidemiológico. “El sudor” provocó una estampida general de profesores y estudiantes de la Universidad de Oxford que estuvo cerrada por seis semanas, por el deceso de numerosos miembros de su comunidad. Polidoro Virgilio, historiador de la corte de Enrique VII, hizo constar la tasa de mortalidad de esta enfermedad (99%), la ''violencia de la fiebre'', los dolores de cabeza y de estómago, el malestar de los enfermos y su necesidad de calmar la sed con bebidas frías. El segundo brote, entre los meses de julio y agosto de 1508, se extendió hasta Chester donde causó la muerte de 91 personas en tres días. El tercer episodio, acaecido entre julio y diciembre de 1517, fue más serio sobre todo por su duración, producía la muerte en dos o tres horas, diez mil personas fallecieron en Londres en 10 a12 días. En esta ocasión, el estadista Thomas More exclamó que ''era más seguro estar en el campo de batalla que en la ciudad''. Entre junio y agosto de 1528, Inglaterra fue visitada por cuarta vez por el mismo azote que mostró como de costumbre cierta predilección por las corporaciones religiosas. Hubo 40.000 casos en Londres, con unos 2.000 muertos; se pospuso la boda de Enrique VIII y el Rey se apresuró a abandonar la ciudad cuando se dio cuenta de que su prometida Ana Bolena estaba enferma de ''sudor'', aunque se recuperó más tarde. Esta cuarta epidemia tuvo un alcance continental, lo que derrumbó el supuesto mito inglés. Ingresó a Hamburgo por vía marítima el 25 de julio de 1529 en un barco alemán procedente de Inglaterra que transportaba ''doce hombres, casi muertos o a punto de morir'', y al cabo de seis meses se había instalado en Prusia, Dinamarca, Suecia y Suiza, entre otros países.  

La enfermedad del sudor estuvo estrechamente vinculada a Inglaterra, lugar de su origen y donde se registraron las cinco oleadas mencionadas durante los siglos XV y XVI, antes de desaparecer sin dejar rastro. Lejos de propagarse entre los más débiles y mal alimentados, la enfermedad se focalizó en las clases sociales altas y medias, y se llegó a sostener que ningún extranjero residente en Inglaterra fue contagiado por el extraño sudor, que persiguió a los ingleses hasta Francia como si se tratara de una plaga bíblica teledirigida contra ellos. En el año 1485 afectó a la flota que transportaba a las tropas del Duque de Richmond en el contexto de la guerra de las Dos Rosas. La epidemia se extendió por toda la flota y después a su llegada a los puertos ingleses contagió pueblos y ciudades.

Muchos años más tarde, en 1722 el escritor irlandés Daniel Defoe escribió el “Diario del año de la peste en el que relata el azote de la plaga que causó una terrible mortandad en Londres en 1655. Con la visión de un periodista, Defoe describió la peste (https://bit.ly/3rsDAIN)  contando lo que veía, y recurriría a los datos e intentó buscar una explicación racional. Heredero del empirismo inglés, representado por Bacon y Locke, Defoe sostenía que sólo la observación de los hechos podía cimentar el desarrollo de la ciencia y del pensamiento y así fue como el “Diario del año de la peste” sería el primer gran reportaje periodístico de la modernidad. El escritor irlandés abandonaría cualquier intento de analizar la peste desde el punto de vista moral y metafísico y Charles Dickens, que sobrevivió a varias epidemias de cólera, adoptaría el mismo enfoque.

Thomas Mann, nacido cinco años después del fallecimiento de Dickens, retomó el tema de la peste en Muerte en Venecia”, una novela corta escrita en 1912. La obra de Mann extraordinariamente ambigua parece asociar la peste al castigo por el deseo homosexual, lo que confiere a la obra un carácter esencialmente moral y ejemplificador. La visión de Mann es moralista, pero veremos como la narración de Edgar Alan Poe utiliza la epidemia para reavivar los temores enterrados en el inconsciente colectivo. Jack London, autor de La peste escarlata, publicada el mismo año que “Muerte en Venecia” tiene un carácter futurista y casi profético porque la trama parte de una epidemia que mata a casi toda la humanidad en 2013, un siglo después de su publicación. EnLa peste escarlataLondon apunta que la letal enfermedad teñía la piel de color rojo, lo que ha sido interpretado como una referencia y un homenaje a Edgar Allan Poe, fallecido en 1849 cuando sólo tenía 40 años. Poe también había escrito su célebre cuento titulado La máscara de la muerte roja”, en el que existe una peste que mata en medio de horribles sufrimientos y en pocos minutos.

“La peste” de Albert Camus, representa la concepción moderna de la fragilidad del hombre ante las enfermedades contagiosas, donde el escritor francés se plantea unos dilemas que son profundamente actuales. Camus considera que la peste es un absurdo, un hecho sin sentido, dictado por el azar, que mata a las personas en función de una lotería siniestra. Rieux es un médico que ha asumido sus responsabilidades y da un alto ejemplo moral. El autor argelino pone a Rieux como ejemplo de que la existencia puede tener sentido si sirve para ayudar a los demás.

A todas estas obras de la literatura les podríamos añadir interesantes contribuciones en ocasiones del cine, y sus autores: El último hombre”, de Mary Shelley (1787-1851); “El velo pintado”, de William Somerset Maugham (1864-1925); “Ensayo sobre la ceguera”, de José Saramago (1922-2010); “Epidemia”de Robin Cook (1940), “La plaga”, de Ann Benson (1949), y otros libros como “La amenaza Andromeda, de Michael Crichton (1942-2008);  y la “Guerra Mundial Z: Una historia oral de la guerra zombi”, de Max Brooks (1972).

Hay que destacar que muchas de las epidemias descritas, sucedieron en épocas de confusión y de agitación religiosa, marcada por el rompimiento de Inglaterra con la Iglesia Católica, y el cierre de sus monasterios y la protesta de Martín Lutero en 1517 que desencadenó la Reforma. Con ese telón de fondo, estos episodios, en el sentir de la gente, eran una retribución divina para los católicos por haber perseguido la Palabra de Dios, y para los Evangélicos, por su desobediencia y por haber abandonado la iglesia tradicional.

Se conocían los motes de la peste negra y de questo influsso y sudoreillo en la Inglaterra medieval para el sudor inglés y la influenza, respectivamente, luego la influenza recibió el nombre nueva fiebre por Sydenham. La medicina italiana especuló que la epidemia de influenza en la década de 1840 suponiéndola era una variante del sudor inglés. Finalmente, con el diagnóstico definitivo de que la influenza es una enfermedad viral en la década de 1930, se fortaleció aquella sinonimia al menos hasta el año 1965 cuando Roberts se inclinó por la teoría gripal, rechazando la tesis ''facilista'' de intoxicación alimentaria. Habría de llegar el momento de las pandemias virales.

Asumiendo que el sudor inglés era una enfermedad infecciosa, se elaboró una lista de posibles candidatos etiológicos, tales como Rickettsia prowazekii, Yersinia pestis y Neisseria meningitidis, lo que remite dicha enfermedad a una forma de tifus, peste negra o meningitis cerebroespinal, respectivamente, a pesar de que no concuerdan totalmente sus rasgos sintomatológicos y epidemiológicos con los del sudor. McSweegan dibujó un caso de salud ocupacional en la Inglaterra medieval y asimiló el sudor anglicus a una forma de ántrax respiratorio por Bacillus anthracis. Hoy día viviendo en la pandemia viral del Covid19 por el SARSCov2 hay mayor seguridad sobre la etiopatogenia de todas estas enfermedades.

Maracaibo, sábado 19 de marzo del año 2022

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