Pucu tucu pucutucu en el Catatumbo (1)
Para José Esparza: mi amigo, el arbovirólogo.
Fue una decisión bien tomada. En
las tierras húmedas del sur del lago de Maracaibo, es lo que llaman: trabajo de
campo. No todos los días sale uno a buscar los reservorios del virus de la
encefalitis equina venezolana (EEV)... Ancha y turbia, baja la corriente del
río Catatumbo. Desciende desde la Sierra de Perijá, de por allá lejos, de los
Montes de Oca, y serpentea deslizándose en las intrincadas selvas que albergan
a los feroces indios motilones. Luego nos tocará la tarea de detectar los
anticuerpos, ¡que caray!, eso será después. Ahora somos como soldados en la
primera línea, vamos con los tomadores de muestras, los que ponen las trampas y
cazan los animales entre zancudos, y mientras, uno mira como cientos de aves sobrevuelan
sobre los caños y los manglares mientras escucha el pucu tucu, pucu tucu, de la
lancha.
Desde la orilla uno mira el puente
y lo ve lejos, allá arriba y aquí mismito se están escondiendo unos cayucos en
la trémula sombra del que en lo alto, hace un rato, nos permitió pasar sobre el
río... Aquí vinimos para precisar la ubicación de los reservorios del virus,
del agente causal de la encefalitis venezolana, la fiebre equina. Llegamos para
a poner trampas y viviremos una cacería de mosquitos en la tupida selva tropical.
Uno llegó aquí invitado para ayudar cazar, con ellos, quienes desde temprano se
levantaron, como los zancudos que crean nubes ascendiendo desde las charcas,
entre las intrincadas enramadas del manglar, bajo la bora y las pistias, mientras
sus larvas están flotando en el agua que sube y baja, sin chapotear,
sencillamente acariciando las raíces retorcidas del mangle, o bajo las eneas
que uno ve oscilar con el viento desde la lancha.
Aedes Tenorrincus, Aedes Aegipty
con medias de rayas blancas, Culex Melanoconium, Psorósfora que es un poco más
gordo y más negro, Aedes Triserratus, zancudos o mosquitos, la misma miasma te
dicen, algunos con escapulario del Carmen. Mosquitos que pican y dejan ronchas,
mosquitos con sus glándulas salivales repletas de arbovirus, zancudos repletos
de minúsculos parásitos, de Plasmodium Falcíparum, o Vivax, o ¿quizás Malarie?
Para protegernos de ellos nos metimos anoche unas pepas de Aralen.
En un cayuco, dos niños se van
remando río abajo, siguen la misma ruta de los tramperos, los amigos que
esperan cazar rabipelados, ratas de monte, matos de agua, piropiros, cuanto
bicho viviente se meta a curiosear en cada jaula... Los cayucos van y vienen
bajo el puente, repletos de plátanos amarillos y verdes, de guineos quinientos
y de titiaros, de guineos manzanos que cambian de color bajo la sombra del
puente. Nosotros vamos en una lancha de aluminio y la familia entera con sus
cinco tripones viene de frente en una piragüita con toldo rojo. Haciendo pucu
tucu, pucu tucu, todo el tiempo, pucu tucu, el motor fuera de borda, pucu tucu.
Pucu tucu. Uno se siente extraño
en la lancha, con una pata blanca de yeso yaciendo sobre una cava de anime, es como
para hacerle juego, y uno sabe que allí, adentro, están fríos los reactivos.
¡La osmolaridad es de capital importancia! Uno mira a sus compañeros. De caqui
y muy arrugado es el sombrero de Hernando, de jipi japa es el sombrero de Karl.
Henri está impecablemente peinado, pareciera usar Glostora con rubina, tal vez
Brilcream, no será aceite de coco, más bien alguna lavanda, y no es por la manera
de brillar, huele y es que Henri Fossaert es un dechado de elegancia y pulcritud.
Aún en medio de la selva, no es como uno, en fin, uno anda sudando a mares y
con una pierna enyesada. Uno lo recuerda y pucu tucu, pucu tucu, la lancha hace
un giro entre los caños y va dejando una blanca estela de espuma que desaparece
entre las raíces peladas, y casi nos agachamos para meternos entre las sombras
violáceas bajo la ramazón de los mangles.
¡No
ve usted que los mosquitos no tienen sangre!, ellos tienen un líquido… Bueno,
es una especie de líquido, por dentro, como la linfa, algo como linfahemática,
osmóticamente hablando, ¡es diferente a la sangre!, es bien diferente, ¡lo puede
imaginar cualquiera!, las proteínas y los fosfolípidos de las membranas de un
Culex Melanoconium nunca se fijarán igual que las de un vertebrado vulgar y
silvestre. ¿Cómo se fijarían las de un ratón?, o de una rata de campo por
ejemplo, digo yo, porque fíjese no más, para que no diga que la cosa es así
nada más, el caso digo, de la formación de la partícula viral, cuando viene el
nucleocápsido y se va a incorporar en la membrana plasmática de un mosquito,
¡se pega si tiene sus receptores, claro!, y si no lo hace, no hay tu tía, es
decir, no hay EEV, no puede reproducirse el virus, la partícula infectante, se
incorpora, así es ese virus, tiene toga, una capa que es protectora, pero en
los zancudos, la capa será, de origen mosquítico. O sea, vos te tenéis que
imaginar lo que significa un togavirus de origen zancúdico y otro de naturaleza
ratérica y… ¿Cómo será uno de un burro?, y así sucesivamente y llegará una
partícula viral con su envelope, como decían las viejas, si, con su toga, y
quizás esté naciendo en un tachoncito, uno de esos virus que le inoculó un
zancudo y que se multiplican dentro de un tachón que duerme con mucha fiebre en
un chinchorro de un caney guajiro…Pensando
estoy, y los ojos se me van detrás de un montón de garzas blancas que vuelan
rasantes frente a la lancha, pucu tucu, pucu tucu, pucu tucu.
Uno piensa… Anoche en el
campamento. Caja Seca estaba anegada, empapada por la torrencial lluvia de
anteayer. Grandes charcas frente a la casita de Malariología y cuando uno llegó
se pintaban tortuosas con el cielo azul y unas nubes flotando en el barro y
todo el paisaje aparecía patas arriba. Es el ejército de la Sanidad. Uno percibe
una vocación, siente que hay una
especie de devoción secreta, un compromiso extraño que pareciera guiar al
pelotón de soldados de la salud. Los microscopios rudimentarios, las colecciones
de insectos, las cajas llenas de frotis, neveras con tubos de ensayo, los
mapas, las lámparas de kerosene, máquinas fumigadoras, cascos amarillos, botas
de goma. Andan los hombres en yips amarillos, y descansan en chinchorros
multicolores y la sopa que es densa y bien sabrosa... Malariología: una especie
de regimiento de caballeros cruzados, así lo piensa uno y dormita cavilando
sobre el fenómeno de la sobrevivencia de un ejército en un Ministerio ya sin
mística, sin una cabeza visible. Se estremece en estertores la gran Compañía
ante la desaparición de su jefe, el General Gabaldón.
En la
casa de la gente de Malariología, pensar en todo esto, parece una exageración.
Coraje admirable el de estos hombres desasistidos, parcialmente
desincorporados. Sus bases desmanteladas, víctimas en la Venezuela del
modernismo y de la petroleopulencia. Como si ya las enfermedades tropicales se
hubiesen acabado, como si ya no existiesen más mosquitos, ni gusanos, ni
parásitos para ningún pata en el suelo, porque el país es rico… Sería una
vergüenza hablar de parasitosis o de diarreas, o de fiebres, ¡en este país!
Pero uno, está convencido de que tiene que producirse un repunte de la Malaria.
Como las siete plagas de Egipto, un día de estos llegará la reactivación de
todas estas endemias descuidadas, quien sabe dentro de cuantos años y el
paludismo volverá a hacer estragos y vendrán las epidemias pero ya no habrá
nada que hacer. El país, puede que sea muy rico, pero ya para ese momento habrá
desbaratado completamente la estructura preventiva de su ejército, se habrán
desbandado sus soldados, los que habían de salvaguardar la salud, en la primera
línea... Hamacas y chinchorros se cruzan en el pequeño ambiente protegido por
la tela metálica. Mi pierna enyesada sobresale en un chinchorro rojo con borlas
amarillas. Mañana saldremos al amanecer, lo pienso y bostezo cerrando los ojos.
Ahora
las garzas se espantan ante la lancha que avanza entre las aguas verdosas de
los caños, y solo se escucha el pucu tucu, pucu tucu…
(Continuará mañana)
Mississauga,
Ontario, sábado 5 de mayo del 2019.
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