miércoles, 1 de mayo de 2019

Al final: Saimadoyi (IV)



Al final: Saimadoyi (IV)

No sé si estaba aún dormido, o ya despierto, pero bien que las recuerdo. Encandiladas con la luz de la linterna, en la oscuridad de la noche, cientos de gordas cucarachas se mueven en el interior del gigantesco bohío motilón. Se confunde el crujido de sus carapachos y el trepidar de sus patas de sierra, con los ronquidos y los suspiros de los indígenas durmiendo en sus chinchorros. Se mezcla todo con un olor efervescente a comida pasada y el hálito que exudan cual gemidos los cuerpos de mujeres y de los niños descansando, y de los ancianos y de los hombres de todas las familias que allí viven, envueltas todas en un vaho sutil, y es humo lo que flota bajo el gran techo. Al remover algunos utensilios de cacería y otros enseres conteniendo alimentos, ellas, luchan por escapar, ellas se apretujan, se miran y rápidas, se van corriendo sobre los petates, algunas son muy hábiles ocultándose en la arena, otras corren furtivas, encaramándose sobre los niños, ellos duermen y las cucarachas parecieran ser de lo más inteligentes, ellas si, las conchudas, corren desaforadas, y nunca jamás se atreven a acercarse a los guácharos, aquellos pájaros de pico bigotudo, que se encuentran en varios sitios del inmenso bohío, amarrados por las patas, ellas frenan y los guácharos súbitamente retroceden, están espantados ante la luz de las linternas nuestras.

Las aves  rucias y veteadas, fueron cazadas en las oscuras cavernas de la montaña azul, utilizando flechas de macana negra de punta roma, aquellos pájaros que encandilados por nosotros, miran con ansiedad hambrienta a las conchudas, han sido sorprendidos mientras ellas se escapan… Los pajarracos bigotudos, son como las gallinas en los corrales de los hombres blancos. Guácharos engordados con cucarachas. Los cazadores han venido preparando sus carnes con proteínas de los insectos rastreros para ser degustadas en un futuro banquete motilón...

Y al examinarlos uno a uno, con la paciencia aprendida cuando estudiábamos Medicina, en la cabeza de los motiloncitos encontramos la tiña circinada, y entre los cabellos vimos los gordos piojos caminando entre bosques de liendres, los animalitos andaban mordisqueando cuanto podían sobre las úlceras producto del rascado y claro está, escuchamos la tos perruna que estertorosa sacude a muchos niños, la tos que en los adultos pide a gritos por rayos x, hay que percibirla áspera, muy ronca, casi metálica, cuando resuena en las cavernas en los ápices fibrosos y uno casi se queda esperando por la hemoptisis de un momento a otro, e imagina como sembrar los tubos de cultivos para reproducir millones de bacilos tuberculosos, y mientras tanto la cámara de fotos chasquea constantemente, mientras José Luis va plasmando en celuloide las imágenes para dejarlas presas. Algunos temen que se les vaya el alma, sus rostros quedan en cada rollo que se llena con las imágenes impresionadas de las lesiones de tan variadas patologías…

Los ojos azules de la monjita me han impresionado. Inolvidable aquella casi niña, una joven, con los rasgos tan finos, delicados, hermosa jovencita, una imagen de yeso, entre aquellos salvajes, la hermanita, más de tres años sin salir de allí, sin regresar a casa, noches y días trabajando duro, sin recursos, en medio de la selva enmarañada, tan solo por amor a Jesucristo… Entretenía a los niños con canciones, por puro amor, enseñándoles a rezar, con ellos, para ellos, por ellos, los olvidados primigenios habitantes de la patria de uno y de aquella monjita, muy joven, casi una niña, de ojos azules, blanca, de mejillas rosadas. Me encontré una virgen de yeso en Saimadoyi, allá en la sexta sierra. Dispara José Luis, quiero una foto de esta imagen sagrada, nadie me va a creer si se lo cuento, una virgen de carne y yeso, joven preciosa, niñita sonrosada, viviendo en Saimadoyi...

Y uno que se sienta a comerse una arepa, porque es la hora del desayuno, recién está asomándose el sol por detrás de la montaña que ha despertado sin una sola nube y tiene uno que salir corriendo, dando brincos, por culpa de una delgada pero mortífera mapanare que dormía aún bajo la mesa, y uno se tranquiliza después, porque  no hubo consecuencias, nada  que lamentar, tan solo el susto y la carrera y la arepa que se enfrió, y un rato después, uno ve a Nerio, con la culebra ya muerta allí en su mano, asustando a los motiloncitos, haciéndolos correr ante la risa de los mayores y el temor indeciso de las mujeres y uno puede ver como algunos adolescentes, se detienen, dubitativos, preguntándose sobre las intenciones del doctor catire, quizás temiendo si será un juego o si renace la maldad del blanco invasor, el agresor, depredador, el de los relatos de los viejos y las ancianas en la oscuridad espesa del bohío cuando cae la noche...

En los ojos opacos por las cicatrices no se reflejó la luz del oftalmoscopio. En la mucosa conjuntival uno no vio las úlceras esperadas. Nerio no encontró el exudado en las cuencas vacías, ni siquiera existía algún discreto signo de uveítis. Eso me dijo. Así se disipó la ilusión del tracoma, como la del cuento aquel del árabe, como la sintieron los doctores de la Salpêtrière ante la lección magistral del professeur Fernandés. No había tracoma y hubo lepra. Tampoco hallamos el tracoma, pero para nosotros el misterio se aclaró en un muy corto plazo.

Los hallamos clavados, eran decenas de pelitos rubios, espinas pequeñísimas, como las que lucen las guasárabas, la sempiterna pringamoza, existían esas finas agujas, cual alfileres naturales, protectores de la piel delicada de los arbustos, la sedosa y urticante pelambre de las hojas aterciopeladas, ellos eran causantes de todas las lesiones oculares, espinas en la córnea provocadoras de aquella gama de lesiones, tan variadas, en tantos ojos de muchos motilones, sin mediación de virus ni de otros gérmenes sofisticados. ¡Nada de virus nuevos!, porque para microbios, ya bastaban el del sarampión, la hepatitis, la gripe y otros virus nefastos, traídos por los blancos hasta las tierras motilonas, estaban más bien como sobrando, demasiados microorganismos pululando entre los compatriotas, y al final uno sintió que fue mejor, ¡no hallar también el famoso tracoma!

Una alegría, es lo menos que puede sentir uno en esta situación. Afloja un poco la garra que me atenazaba del corazón a la garganta, ante el dolor profundo, en aquella perdida soledad, viviendo el desamparo de la selva, y la vida de los indígenas, de esta gente asediada, invadida por nosotros, ¡los hombres blancos! Allá lejos en la sexta sierra, los territorios de nuestros olvidados dueños de la patria, esta nación otrora liberada para todos, ¿y ellos? Uno al final, entonces se convence de que valió la pena haber estado en Saimadoyi. Siempre conviene compartir un poco ese dolor de ser de verdad indígena, sobre todo si uno se siente realmente hispanoamericano, es útil, tal vez ayuda a mitigar el desconsuelo, tanta incapacidad, tanta impotencia, esa desgracia de ser tan sólo un ciudadano.

Ser nada más que un sencillo guarismo en el censo del país, la tierra de uno, esa que sientes tuya, que quieres pero que te desgarra, ese país que te obliga a enfurecerte cuando no encuentras en tu mano el rayo positrónico, la flama que achicharra, descuartiza, desintegra, la que desmiembra y pulveriza, y se te van entre las dendritas las ganas, buscando los epítetos, al pensar en la calaña de esa eterna caterva de políticos. Uno que sueña, uno que piensa en el mañana, ese “algún día”, uno que se imagina quizás el rayo láser, ¿tal vez?, sobre la misma tierra, ya chamuscada y arrasada, ¡tantos depredadores! Uno presiente que después de todo, algo renacerá y tal vez la tierra, todavía esté húmeda por las gotas de una lluvia caída desde un cielo muy limpio, ya sin nubes rojas, sin mostazas, ni sangre, sin precipitaciones ácidas, de un cielo límpido y casi transparente, de un firmamento que llore sobre todos para que retoñe y crezca un mundo donde se haga justicia. Uno confía y espera, ¿tal vez será mañana?
 (Texto ligeramente modificado, de mi novela "La Entropía Tropical"-Ediluz,2003)
Mississauga, Ontario, el miércoles 1 de mayo del año 2019

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