A mis colegas doctoras ( II )
En diciembre del año 1991, recuerdo que tres de mis exalumnas, convertidas ya en queridas colegas
(MariaElena, Mirian y Victoria), me habían escrito una carta un mes antes,
instándome a decir unas palabras en la clausura del evento al cierre de las Jornadas
anuales de la SVAP ese año, y me pedían que
expresaran un mensaje de optimismo. En la Venezuela de hoy, recuerdo que
afirmé, “este pedido es casi una quimera utópica”. ¡Qué podríamos decir ahora!…
Para
preocupación de mis colegas amigos, públicamente dije aquel día, en aquellas
Jornadas, que tras 13 años de estar viviendo en Caracas, debería pensar en
regresar. Cumpliría lo presentido
unos 15 años más tarde, en el 2005, pero sería en otras circunstancias… Puedo
recordar que en ese entonces, en el 91, para tratar de complacer a mis colegas,
hablé pensando en lo que quería y esperaba de nuestros jóvenes patólogos...
Muchas de esas ideas siguen vigentes por lo que puedo, y quiero, reiterar de
nuevo algunas de ellas, para ustedes.
“Yo quiero patólogos que
todo lo indaguen, que entiendan de historia, que aprecien la música, yo quiero
patólogos que todo lo sepan, que sientan el soplo de la poesía”, así les decía;
“que al diagnosticar un tumor muy malo, de esos que no saca cualquier cacha e
palo, tengan siempre en mente que ustedes trabajan para ese paciente, sin
falsos alardes, sin echonerías, estudiando mucho, con tanto tesón y tal
gallardía que en todos sus actos se irradie alegría”. “Quisiera ver a los
patólogos diciendo lo que sienten, gritando lo que quieren, que sean
contestatarios, luchadores sociales, no quiero verlos encerrados en los sótanos
de los hospitales”. “Hay un detalle en el que quiero insistir: al patólogo,
nunca le estará permitido mentir. Debe ser vertical y sin dobleces, sin
verdades a medias, sin mentiras piadosas, y sin titubear ni pensarlo dos veces
si es necesario reconsiderar una opinión juiciosa”.
Pero más que hablar de estos deseos, he venido ahora, de regreso, para
rememorar cosas, sobre muchas jóvenes quienes son ahora mis colegas doctoras
patólogas, de cuando ellas se iniciaban en el estudio y entrenamiento de esta
difícil especialidad.
Antonieta, nos llegó al postgrado con un record personal; venía de ser
representante estudiantil ante varios Consejos de la Facultad de Medicina y de
inmediato pasó a ser la residente miembro del Consejo Técnico del Instituto.
Tuve la oportunidad de respaldarla en sus luchas en defensa de los compañeros
de curso, lo pude hacer siempre, y en ocasiones ante exageradas medidas
punitivas. Nunca me importó ser visto como un “director-encompinchado” dándole apoyo a los argumentos de
Antonieta; de manera tal, que puedo recordar cómo unas cuantas veces logramos defender
y salvar con un voto, a más de uno de sus compañeros. Antonieta, siempre
inseparable de Margarita, fueron ambas un ejemplo de amistad solidaria a todo
prueba, lo que señalaba desde entonces la bondad y perfecta eficiencia de quien
brillaría en su ejercicio profesional al frente por muchos años de un Servicio
de Patología en un famoso hospital oncológico de la capital.
Así como existió aquel “dúo
dinámico” de estas dos famosas residentes, también AnaElia e Ivonne eran
inseparables y al graduarse siguieron trabajando juntas como excelentes
profesionales; AnaElia venía de ser la estrella de su curso en el
ColegioFrancia, según comentario de mi hijo mayor cuando la vio como nuestra
residente, a quien admiraba desde el bachillerato. Como lo hicieran Ivonne y
AnaElia, también se asociarían al salir del postgrado, las doctoras Regalado
(“sinceramente Gracia”) y su compañera Colmenares, quienes juntas instalarían
un eficiente laboratorio de Patología… Pero, ya que hice aparecer aquí algunos
apellidos, quiero relatar una curiosidad sobre los apellidos...
Hubo dos doctoras quienes en
diferentes épocas, ambas se llamaban Ilvia, pero sus apellidos eran, España y
Madrid… ¿Curioso verdad? En lo que ciertamente las dos Ilvias coincidían era en
su carácter pues ambas irradiaban una especial ternura. Ilvia Madrid había
vivido en la Amazonía, y sus historias sobre los indígenas, la fauna y flora de
aquellos espacios salvajes eran de novela; tanto que sus relatos me llevaron a
hacerla copartícipe de los borradores de mis incipientes novelas, ella los leía
con avidez y los discutíamos con gran interés. Por eso, fue para mí una
conmoción, enterarme finalizando su segundo año, que pensaba abandonar el
postgrado. Le rogué que no lo hiciera, que
perderíamos a una gran patóloga y afortunadamente cedió en sus
propósitos; hoy ya es una feliz abuela de ambas, sus dos lindas hijas. La otra
Ilvia, Ilvia España, de sonrisa constante, ejerció en Apure con Yanina, y nos
dejó hace ya unos meses pero el brillo de su sonrisa llena de amabilidad y
cariño, permanecerá en nuestro recuerdo para siempre.
Al nombrar a Yanina, quienes la
conocen saben que siempre ha sido una explosión de risa y simpatía. Ella nació
en “la Atenas de Oriente”, Aragua de Barcelona y tenía una chispa especial para
percibir antes que nadie, todo y más allá, pues como maracucho cuando yo iba
con una idea, ya ella venía de regreso con algún chiste y nos recordaba que
había nacido el día de la nutrición; casada con Héctor de su mismo pueblo, un
gran dermatólogo que escribió un libro sobre su ejercicio en el medio rural;
ambos, serían los reyes del llano en Apure y con ellos, recuerdo una vez
escuchar la música llanera a orillas del río Arauca para luego desayunar arepas
con chigüire…
Mi dermatólogo personal también
era músico, y ¡muy bueno!, ya no está con nosotros pero me resulta inolvidable,
Benjamín. Lo digo porque sé que había sido el novio de Ángela desde que eran
niños y Ángela, con carita de muñeca desde que llegó al postgrado siempre fue
muy aplicada; al terminar se iría a trabajar en el Oncológico y vencería al
virus C de la hepatitis en una larga lucha mediada por interferón que nos
mantuvo en vilo, y ahora con su misma pinta de muñeca rubita, es también una
hermosa abuelita…
Con Ángela, estudiaba Carmen
Cecilia quien siempre estaba pendiente de tener la máxima calificación en los
muchos exámenes a los que eran sometidos en el postgrado. Carmen ahora es
neuropatóloga, y también excelente pintora, ella competía con su compañero
colega, JuanCarlos, un chamo gigante con un corazón inmenso; ellos dos elevaban
el rating de calificaciones de su grupo y de JuanCarlos, quien también nos dejara
hace ya varios años, a quien siempre todos recordaremos con gran cariño, lo
sobrevive su hija, ahora una joven patóloga.
Como ven, se hacen interminables
las historias de mis inolvidables doctoras. Cuantas veces ante el microscopio
pude evaluar la sagacidad de sus mentes, la precisión de su memoria visual
entre el intrincado mundo microscópico para tejer imaginariamente diagnósticos
precisos, a menudo sorprendentemente acertados. Recuerdo la dedicación y el
interés de Sindy quien se ganó conmigo un premio Luis Razetti del Colegio de
Médicos, la risa explosiva de Marilú, y la imagen de Crisaida con su religiosa
constancia y seriedad que no admitía bromas, sin llegar a ser “regañona” como
Luisa, a quien yo trataba de amansar informándole que ese era el nombre de mi
abuela paterna, pero Luisita era “naturalmente contestataria”, todavía dice ser
“peleona”; y ¿qué decir de la acuciosidad de Irma ante el microscopio?, ésta
creo que la llevaría a dedicarse a la citopatología, y es que Irma era parte de
una pléyade de doctoras venidas desde Valencia y sus inmediaciones quienes
descollarían en el ejercicio de la especialidad.
Desde antes, cuando estudiantes, las
valencianas dejaron indeleble huella y aunque sé que se me escaparán unas
cuantas que no podré nombrar, ejemplifico con Milagro “la negra” y su compañera
Manola, quienes serían durante muchos años las reinas de la patología del
Estado Carabobo. Así, como es difícil no recordar a Milagro sin un cigarrillo,
me resulta imposible olvidar las complejas vivencias de Manola durante su
postgrado Manola tenía casos muy curiosos, como el tumor de la polaca doctora
Dabska y de unas células que examinadas con el ME decidimos denominar las “glioperineuromelánicas”,
y que llevábamos a las infaltables Jornadas anuales de la SVAP. Ahora quien da
la hora en Valencia es la sin par Verónica (sorciere)
a quien le cantábamos, con “los caramelos
de cianuro” que despertara al nacer el día; y en Carabobo está también La
Nela, a quien conocíamos antes de tatuarse, como La Catira Regional; ellas con otras patólogas hacen de la ciudad
del lago de límpido azul, un emporio de la patología femenina.
Final de la
segunda parte (continuará).
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