Sor Juana Inés de la Cruz
Juana de
Asbaje o Juana Ramírez, nacida en 1648
(quizás en 1651) en la población mexicana de Nepantla y fallecida en 1695 en la
Ciudad de México, se la conoció como sor
Juana Inés de la Cruz. Fue una
niña prodigio y una mujer de portentoso talento. De madre criolla analfabeta y
padre militar español, aprendió a leer a muy corta edad (cuentan que a los tres
años). En el nada feminista siglo XVII y tuvo la osadía de consagrar su vida al
estudio y a la escritura y no a su marido y a su progenie. Para ello se hizo
monja, primero carmelita y luego jerónima, no tanto por vocación divina como
por la necesidad de encontrar un espacio para sí misma y para dedicarse al
conocimiento.
Sor Juana entró
al convento y ella misma así lo escribió, porque no quería que la casaran, para
tener que pasar sus días atendiendo a un marido y a los hijos: lo que ella
quería era leer y aprender y el único lugar donde la podían dejar en paz para
hacerlo era en un convento. Finalmente, también rompió toda relación con el
tiránico padre Núñez de Miranda en tiempos en que se creía que las mujeres eran
inferiores intelectualmente y que para dar cualquier paso necesitaban del
consejo de un hombre. Infortunadamente, los destinos de algunas mujeres
mexicanas, como el de la poetisa, todavía están en manos de hombres: una hija a
la que su padre no le permite estudiar o una esposa a la que su marido no le
deja trabajar. Son los ejemplos más simples…
Su celda se convirtió en punto de reunión de poetas
e intelectuales, como Carlos de Sigüenza y Góngora,
pariente y admirador del poeta cordobés Luis de Góngora. En su celda también llevó
a cabo experimentos científicos, reunió una nutrida biblioteca, compuso obras
musicales y escribió una extensa obra que abarcó diferentes géneros, desde la
poesía y el teatro (en los que se aprecia, la influencia de Luis de Góngora y Calderón de la Barca), hasta
opúsculos filosóficos y estudios musicales. También fue muy amiga del nuevo
virrey, y su esposa, Luisa Manrique de Lara, condesa de Paredes, con quien le
unió una profunda amistad.
María Luisa Manrique de Lara y Gonzaga (1649 - 1729) fue virreina de Nueva
España de 1680 a 1686 junto con su
esposo Tomás de la Cerda y Aragón, III Marqués de la Laguna
de Camero Viejo. Ella, además, era
princesa de la casa de Mantua Gonzaga-Guastalla y XI condesa de Paredes de Nava.
En 1680, el cabildo encomendó dos arcos triunfales para la llegada a la
Ciudad de México de los nuevos Virreyes - El primero, en Santo Domingo, estuvo
a cargo de Carlos de Sigüenza y Góngora. El segundo, en la catedral, fue el Neptuno alegórico
de Sor Juana Inés de la Cruz. Sor Juana comparó al nuevo Virrey con Neptuno y a su
esposa, María Luisa, con Anfítrite, la diosa del mar. La Virreina María Luisa fue amiga y mecenas de Sor Juana Inés de la Cruz. Sor Juana presentó su obra de teatro "Los
empeños de una casa" para María Luisa y su esposo. En la obra Sor Juana incluye varias
letras en honor a María Luisa como "Divina Lysi". El 5 de
julio de 1683 nació el único hijo de María Luisa, José María de la Cerda y
Gonzaga Manrique de Lara (1683-1728), al que Sor Juana también dedicó poemas.
A la luz del
afecto mutuo que se profesaban la monja y la virreina de México María Luisa
Gonzaga Manrique de Lara, condesa de Paredes, la protectora de la escritora y
promotora de su obra tanto en México como sobre todo en España, muchos estudiosos
han coincidido en que la relación entre la monja y la virreina fue más allá del
“incienso palaciego”. Algunos investigadores se han dedicado a reunir o a
publicar los poemas testimonios de esa relación. Un amar ardiente de la editorial Flores Raras coordinada por
Sergio Téllez-Pon, es una muestra y a partir de la muerte de Antonio Alatorre,
eminente sor-juanista, en su edición de 2009 de la Lírica personal, él informó
que le habría gustado poner todos los poemas que la monja le escribió a la
virreina, pero no se lo permitieron en el Fondo de Cultura Económica (editorial
mexicana).
"Yo adoro a Lisi, pero no
pretendo que Lisi corresponda mi fineza; pues si juzgo posible su belleza, a su
decoro y mi aprehensión ofendo”. Aunque sor Juana deja claro que ama a la condesa,
no quiere ni puede consumar su amor, por una parte, porque obedece sus votos de
castidad y, por la otra, la jerarquía de la condesa no le permitiría mantener
una relación con una plebeya. Al igual que Francisco de las Heras, Octavio Paz
y Antonio Alatorre, creen que fue: una relación intensa pero casta. Téllez-Pon
considera que para enamorarse de alguien no se necesita llegar hasta la cama y
retrospectivamente, él cree que en el caso de sor Juana y María Luisa se
enamoraron intelectualmente.
María Luisa fue
una persona muy importante para la religiosa. Ella la ayudó a quitarse de
encima al odioso padre Núñez de Miranda, quien la estimulaba creativamente, y
con quien compartía muchas cosas en común. Sor Juana dejaría las pistas en su obra de cómo fue de
intensa pero fructífera su relación con la condesa. Octavio Paz opinaría sobre sor
Juan Inés, que ella estaba absorbida por la pasión del conocimiento, y que,
precisamente por ello, "tiene que
neutralizar su sexo para poder acceder al ansia de conocer". Sor Juana
tuvo que hacerse pasar por hombre para ingresar a la universidad y así saciar
su sed de conocimiento, ¡hasta en eso fue muy radical esta monja!
La poesía del Barroco alcanzó con ella su momento
culminante, y al mismo tiempo introdujo elementos analíticos y reflexivos que
anticipaban a los poetas de la Ilustración del siglo XVIII. Sus obras completas
se publicaron en España en tres volúmenes: Inundación
castálida de la única poetisa, musa décima, Sor Juana Inés de la Cruz
(1689), Segundo volumen de las obras
de Sor Juana Inés de la Cruz (1692) y Fama y obras póstumas del Fénix de México (1700), con una
biografía del jesuita P. Calleja.
Perdida gran parte de su obra, entre los escritos
en prosa que se han conservado cabe señalar la Respuesta a Sor Filotea de la Cruz. El obispo de Puebla,
Manuel Fernández de la Cruz, había publicado en 1690 una obra de Sor Juana
Inés, la Carta athenagórica,
en la que la religiosa hacía una dura crítica al “sermón del Mandato” del jesuita portugués António Vieira sobre “las finezas de Cristo”. Pero el obispo
aun reconociendo el talento de Sor Juana Inés, le recomendaba que se dedicara a
la vida monástica, más acorde con su condición de monja y mujer, antes que a la
reflexión teológica, ejercicio reservado a los hombres.
En la Respuesta
a Sor Filotea de la Cruz Sor Juana Inés de la Cruz da cuenta de su vida
al obispo de Puebla, y reivindica el derecho de las mujeres al aprendizaje,
pues el conocimiento “no sólo les es
lícito, sino muy provechoso”. La Respuesta
es además una bella muestra de su prosa y contiene abundantes datos
biográficos, a través de los cuales podemos concretar muchos rasgos
psicológicos de la ilustre religiosa. Pero, a pesar de la contundencia de su
réplica, la crítica del obispo de Puebla la afectó profundamente; tanto que,
poco después, Sor Juana Inés de la Cruz vendió su biblioteca y todo cuanto
poseía, destinó lo obtenido a beneficencia y se consagró por completo a la vida
religiosa. Murió mientras ayudaba a sus compañeras enfermas durante la epidemia
de cólera que asoló México en el año 1695.
Maracaibo, jueves 10 de octubre 2019
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