Detalles
sobre el “ojo clínico”
El diagnóstico de las
enfermedades dependió, hasta hace no mucho tiempo, de la agudeza sensorial del
médico. Lejos de sentir nostalgia, Francisco
González Crussí en
Septiembre 2019 recordaba en un ensayo, la relación que los doctores solían
tener con el paciente, antes de que ésta fuera desplazada por la actual
tecnología. El autor es un prominente patólogo mexicano y sintiendo tener que fragmentar
y perder partes de su maravilloso texto, me he tomado la libertad de copiar detalles
de su ensayo “Reminiscencias sobre “el
ojo clínico”, para ofrecérselo a ustedes en mi blog.
“Hace ya casi seis décadas que mis compañeros y yo asistíamos, aturdidos
y no poco intimidados, pero desbordantes de ilusión juvenil, a las
demostraciones que médicos experimentados ofrecían para nosotros los humildes,
insignificantes aprendices del arte de curar, en las salas de un antiguo
hospital de la Ciudad de México… Las salas de enfermos recordaban las
descripciones de hospitales salidas de la pluma de Zola, de Pirandello, de
Pérez Galdós, y quizá de George Orwell… Las camas estaban separadas entre sí
por tenues cortinajes suspendidos de argollas que podían deslizarse sobre un
armazón que rodeaba cada cama individual… El sufriente que rehusaba contemplar
la miseria de al lado era impotente para detener el sonido de los carraspeos,
las toses, los quejidos o los estertores agónicos del vecino…Por nuestro
comportamiento y actitudes, los médicos y estudiantes de entonces bien
hubiéramos podido figurar como protagonistas en las novelas de los autores
antes mencionados.
He aquí un hecho comprobado, digno de reflexión y
causa de maravilla: la medicina que se practicaba entre nosotros en las décadas
de 1940 y 1950 estaba mucho más cerca de la medicina que enseñaban los médicos
europeos más de cien años antes
que de la medicina actual… La causa del desfase fue la poca injerencia de la
tecnología diagnóstica. No había tomografía computarizada, ni resonancia
magnética, ni ultrasonido, ni exámenes de biología molecular... Así pues, para
colectar la información que conduce al diagnóstico, los médicos estaban
obligados a depender en buena parte de su propia capacidad sensorial. Tenían
que mirar al paciente con esmero, escuchar con extremada atención los sonidos
provenientes del interior del cuerpo enfermo, palpar cuidadosamente su
superficie exterior y a través de esta sus planos profundos, y luego, venciendo
todo sentimiento de repugnancia, oler cuanto del cuerpo emanaba. En una
palabra, el médico debía sentir al paciente.
“Pasar visita” es una añeja tradición, de la cual sin duda todos los
estudiantes de medicina guardamos imborrables recuerdos.-“A ver, muchacho ¿qué me puedes decir, sin conocer la historia y antes
de hacer el examen físico, sobre este pacientito?”…La idea era
refinar la capacidad sensorial del diagnosticador empezando por la vista, cuyo
prestigio heurístico nadie ha disputado nunca. Desde los antiguos griegos, la
vista es “el más noble de los sentidos” y el más apto para alcanzar nuevos
conocimientos. De ahí que el primer paso en el examen físico de los enfermos
sea la inspección... El observador atento, se nos enseñaba, es capaz de
detectar sutiles indicios diagnósticos en detalles aparentemente triviales que
escapan al común de las gentes… La postura, la actitud, los gestos, la
actividad del paciente: todo debe notarse con atención. Las personas con
intenso dolor abdominal tienden a adoptar posiciones características útiles
para el diagnóstico: las rodillas flexionadas hacia el tórax (posición “fetal”)
cuando hay irritación peritoneal; recostados sobre el vientre si el dolor se
origina en alguna víscera, o inquietos y de pie cuando hay obstrucción
intestinal o presencia de un cálculo en las vías urinarias.
Toda una mitología del “ojo clínico” se formó durante lo que podríamos
llamar la época heroica de la medicina. El gran Joseph Bell (1837-1911),
profesor de la afamada escuela de medicina de Edimburgo, interrogando a un
paciente que veía por primera vez, dejó atónitos a los estudiantes que
presenciaban la entrevista con comentarios que implicaban que sabía cuál camino
había tomado el paciente para llegar a la consulta, que sabía dónde trabajaba y
que tenía un hijo menor que había dejado al cuidado de alguien... Hazañas
deductivas de tenor “detectivesco” son parte de la tradición médica. No es
ocioso señalar que sir Arthur Conan Doyle (1859-1930)… también fue médico,
escocés y alumno del doctor Joseph Bell en su nativo Edimburgo…gracias a estas
enseñanzas pudo crear a Sherlock Holmes… El buen diagnosticador era
manifiestamente un exquisito oyente. El cardiólogo experto escuchaba los ruidos
cardiacos y podía distinguir sutilísimos soplos, chasquidos, crujidos y
fenómenos vibratorios que le permitían, por su carácter y posición, determinar
la clase de padecimiento que afectaba al corazón.
Es un hecho que el virtuosismo auditivo en la medicina data de la
invención del estetoscopio por René-Théophile-Hyacinthe Laënnec (1781-1826)…
Los antiguos griegos tuvieron esa curiosidad. Hipócrates habló de la “sucusión”
(del latín succutere, arrojar desde abajo, de sub, abajo, + quatere,
sacudir vigorosamente), procedimiento que consistía en sentarse junto al
paciente, tomarlo por los hombros, sacudirlo violentamente… e inmediatamente
aplicar el oído directamente al tórax del sacudido: en caso de haber líquido en
la cavidad torácica, se escuchará un chapoteo. …No bastaba conocer la anatomía
normal (cosa que no se logró cabalmente antes del siglo XVI y Vesalio) sino
que, además, había que construir una anatomía patológica, una
descripción pormenorizada de las alteraciones estructurales que las
enfermedades producen en las diversas partes del cuerpo.
Esto último fue lo que construyeron los clínicos franceses del siglo XIX
mediante la práctica rutinaria de autopsias en aquellos enfermos fallecidos que
habían estudiado en vida. El paradigma diagnóstico decimonónico era sobre todo
anatomopatológico, y este mismo paradigma se nos enseñaba a los estudiantes de
medicina todavía durante la primera mitad del siglo XX. Debíamos representarnos
mentalmente, mediante las percepciones de los sentidos, el estado en que se
encontraban los órganos.... Los tratados médicos del decimonónico se extienden
en toda clase de detalles: el aliento de los diabéticos no controlados es
comparable al olor de manzanas maduras o descompuestas; el de los niños con
gusanos intestinales (Ascaris) recuerda el ajo (lo mismo el
envenenamiento por arsénico); el de los diftéricos es dulzón, pútrido; los
pacientes con escrófula despiden un olor a cerveza rancia; el olor de enfermos
con fiebre tifoidea se comparó con el del pan recién horneado; los niños con
fenilcetonuria emiten un peculiar olor “mohoso” que las madres reconocen
tempranamente; en los envenenados con cianuro el olor es altamente
característico, de “almendras agrias”; y así con muchos otros padecimientos.
¿Cómo será “pasar visita” en el hospital del futuro? …el instructor
junto con sus alumnos se recogen en un recinto apartado, cada uno con su
computadora portátil, su laptop; y todos, con la mirada fija sobre la
pantalla luminosa del respectivo aparato, discuten los datos que ahí se
exhiben. Así es “la visita”. ¿Y el enfermo? El paciente es el ausente... Todo
está ahí y todo es recuperable con un clic. Al final de la sesión, el
instructor y sus alumnos irán a saludar –muy brevemente– al enfermo. Apenas
como concesión pro forma a la vieja tradición de “pasar visita”.
El paradigma médico moderno ya no es anatomopatológico. Ahora es
molecular y bioquímico. Para descubrir qué ocurre a un nivel tan exquisitamente
básico, no es necesario ir a palpar y percutir el abdomen del paciente, pues
está demostrado que su fiabilidad diagnóstica es inferior a una imagen obtenida
por ultrasonido. No insistiré más. Que la tecnología aleja al médico del
paciente es tema trillado hasta el exceso. La primera placa radiográfica desvió
la atención del médico hacia el nuevo invento; desde entonces, cada nueva
técnica es un obstáculo más interpuesto entre médico y paciente; la distancia
entre ambos no ha dejado de crecer.
Confío en que “la visita” en el hospital del futuro no seguirá el
derrotero que parece estar empezando a tomar en algunos países. Hay suficientes
médicos juiciosos y experimentados que saben que la presencia concreta del
médico y su sana relación con el paciente son parte esencial del tratamiento.
El paradigma médico moderno será molecular, pero, “no hay molécula que
sustituya a la voz”. …Hablar tal vez no cura el dolor, pero “el dolor hablado
duele menos”. No hay evidencia científica que compruebe que la visita personal
del médico conlleva beneficios reproducibles, pero “en gran parte de los casos,
el médico cura por placebo”.
Maracaibo, martes 22 de octubre, 2019
Francisco González Crussí nació en la Ciudad de México en 1936. Realizó sus estudios en
la Facultad de Medicina en la Universidad Nacional Autónoma de México. Luego de recibirse, emigró a Estados Unidos donde ejerció como médico en Colorado, Lansing y
Florida. Se especializó en Patología pediátrica en la Universidad de Florida.
Desde entonces, ha ejercido su carrera en Kingston, Ontario, Indiana y Chicago.
Durante muchos años se desempeñó como profesor y médico en Chicago; como
profesor de patología, en la Northwestern University y como Jefe de la División
de anatomía patológica en el hospital Children´s memorial. Fue Editor en jefe
de la revista “Pediatric Pathology”. Dentro de su especialidad –la patología
pediátrica- ha publicado más de 200 artículos. Se le reconoce como una
autoridad en la investigación de los tumores conocidos como teratomas
extragonadales. Ha publicado artículos en "The New York Times",
"The Washington Post",
"Commonweal" y "The
New Yorker". En
México, sus ensayos se han publicado en "Letras Libres", "Paréntesis", "Reforma" y "Cambio". En sus ensayos se da una mezcla de erudición
y observación muy singular. No sólo trata de temas médicos, sino también de
cuestiones relacionadas con las culturas orientales y con la historia de la
ciencia. Por "Notes of an anatomist" ganó en 1985 el premio de ensayo
otorgado por la Society of Midland Authors. Muchos de sus ensayos han sido
reconocidos por la prensa y la crítica norteamericanas, e incluso han inspirado
guiones televisivos y obras teatrales Ha sido residente de la Rockefeller
Foundation y becario de la Simon Guggenheim Foundation.
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