Mario Armando en Viena
Quisiera
regresar a la década de los ochenta, cuando me tocó la suerte de asistir un par
de veces a Congresos de la International Academy of Pathology, en 1980 al XIII
Congreso en París, y en 1986 al XVI Congreso de la IAP en Viena. De ambos
eventos tengo recuerdos muy especiales de dos grandes amigos patólogos,
Hernando Salazar y Mario Armando Luna. Tan importantes fueron para mí que
algunos episodios de estos eventos han quedado plasmados en una de mis novelas,
“La Entropía Tropical”. Pero, sin
duda alguna, lo impactante de todos estos encuentros era reactivar mis lazos de
amistad, en particular con Mario Armando, pues cuando no lo teníamos invitado a
nuestras Jornadas de la SociedadVenezolana de Anatomía Patológica, nos veíamos
en los Congresos bianuales de la SLAP.
Inolvidables
peripecias fueron las del año 1981 en el XIII Congreso SLAP en La Paz, Bolivia,
donde nuestro amigo con los demás patólogos mexicanos quienes no parecían haber
padecido por “el soroche” de la
altura, se agruparon en una candente reunión a orillas del Lago Titicaca para
establecer su peso en la Sociedad imponiendo sus criterios ante una propuesta
para mover alguna de las reuniones más al sur, postulado por Hernando, siempre en
los límites entre el Río Grande y La
Patagonia. Luego, nos vimos en 1985 durante el XV Congreso de la SLAP que tuvo
lugar en Costa Rica, donde como en los otros países de Centroamérica Mario
Armando siempre fue admirado y querido por todos.
Al intentar
mantener un cierto orden cronológico en mis recuerdos ochenteros, me veo en la
necesidad de hablar en este momento del año 1986 y de la oportunidad que me
ofreció el Seminario de Patología Ginecológica coordinado por Hernando durante
el XVI Congreso de la Academia Internacional de Patología en Viena. Siento que
es más fácil trasladar a esta crónica, a los ya publicados en “La Entropía Tropical”, fragmentos de
algunas situaciones, años atrás las que ahora me atrevo a repetir con la
verdadera identidad de los personajes.…
…“Andaban por
allí, todos mirando la voluminosa figura de Hernando cual si fuese una ballena
leprosa, el propio Lázaro, y vinieron con Pelayo otros compatriotas y se le
acercaron, y tú les veías cual si estuvieses en barrera de sombra, de lejitos,
y ellos le saludaban, tal parecía que algunos se alegraban sinceramente de su
reactivación. De pronto, está ante ti, ¡es él!, ¡es el propio Mario Armando en
carne y hueso!, y tú sientes esa gran alegría de ver a otro gran amigo, de esos
de verdad verdad, y el abrazo hace que
se bañen de vino blanco y de vino tinto, y están en mitad de un gentío, y les
empujan y los tropiezan, y tienen que hablarse a gritos, ¡pos que bueno que
pudiste venir!, si qué bueno verte, y otro abrazo y el vino salpica y moja a la
gente alrededor, y a ti eso te importa un comino, es tu amigo, y que gusto que
estés aquí, y ¿a poco no que te quedabas en tu tierra?, y saltan fragmentos de
comida sobre quienes les rodean, y tú ves a Hernando en la distancia, está
entre los pibes, y el abrazo del oso de Mario Armando te aplasta mientras le
escuchas que te dice, ¡jíjole cuate!, y tú le respondes, ¡hermanazo querido!,
¿cómo viniste?, ¡a poco me dijiste que no podías venir?, y pues sí, le dices,
sí, ¡me vine dejando el pelero!, y ¡ah chirrión!, pues luego luego me cuentas
no más, fue una decisión de última hora,
pos a mí me pagaron también pero me lo descuentan de las vacaciones, a mí no, y
él te dice, pues conmigo no más apareció el jefe Batsakis y me dijo, se me va
para que muestre en Viena el poster de María Eugenia ¡es que está rebueno!,
¿el poster?, ¡ah, pos ambos!, ¿no?, pues
te cuento que yo tiré un fiao, es decir me vine a las costillas de una tarjeta
de crédito y puede que me paguen algo a regresar, pero si no es así, ni venía,
¡ah no!, pos ni modo, vamos a celebrar esto, ¡pos sí, que bueno que viniste! …
Unas horas
después…
… es el vino
vienés, sin duda alguna, estoy disparatero, y sonreíste al verle recordando que
quienes le conocen dice que es buen tercio, pero ¿qué podías hacerle?, era esa
tu impresión, ¿tal vez por su pinta de parecer demasiado importante?, también
un poco así es el cuate de los ademanes y los codos al desnudo, lo pensaste al
verle regresar hacia ti, él se acercaba con entusiasmo, apurando una copa de
vino blanco, líquido denso y dorado, debe ser liebefraumilk, obviamente, lo
pensante al instante cuando él ya te interpelaba.- ¿Te llamas Jorge, cierto?,
pero dime, ¿es que siempre has sido así, tan solemne, tú? –¡Pos para solemne tú
mismo mano!,¡a poco tú!, ¿dizque sufres de encefalitis litúrgica? Había llegado
Mario Armando, su compatriota y tu amigo, a salvarte justo en la raya, y tú de
veras pensaste que de veras el cuate parecía la mera mamá de Tarzán envuelta en
huevo, y en flagrante maracucho tendrías que imaginarlo en la Plaza Baralt al
mediodía envuelto en una media de nylon, ¡es el vino vienés!, y Hernando
regresó para sacarte de tus alucinaciones personales…
Más tarde…
… Con Paco anda
Gregorio, el patólogo de Innsbruck, es calvo, con mirada de sabio, quizás por
su sonrisa detrás de una barba a lo Louis Pasteur, ma Goyo e un sabio culto,
parla italiano, francés, tirolés, inglés y hablando entre todos se acabó el
vino, y la gente comenzó a irse, y Mario Armando se te acercó para decirte,
óyeme manito ahora sí que vamos a celebrar este encuentro, y Paco y Gregorio
marcharon adelante, y tu ibas con Hernando y Mario Armando, cuando Luís corrió
detrás de ustedes, ¡no me dejen atrás! Y Paco con Gregorio parecían conducirles
a todos por las estrechas calles del ring, en el centro de Viena, hasta una
pequeña, antiquísima taberna en la vecindad de la iglesia de san Esteban, ¡más
vino!,…
Es imposible
que deje sin relatar el final de esta jornada pues siempre sería ella un motivo
de bromas y de risas por parte de Mario Armando. Hernando se jactaba ante
nosotros por haber subido a un escenario ¡en la mera Scala de Milán!, antes de
comenzar una ópera y cantado una breve cancioncilla sobre “una mula rucia de la sabana de Maturín” que “tenía una peladurita de la cola hasta la crin”, pero en aquel
viaje a Viena… ¡En esta vuelta, le ganamos mano!, me decía siempre Mario
Armando, cuando recordaba como habíamos, ¡orinado, nada menos que contra las
paredes externas del Teatro de La Ópera de Viena!... Siempre preferí creer que
todo aquello fue producto del vino vienés, pero era una de esas anécdotas que
frecuentemente repasaba mí amigo, el famoso doctor Luna, para reírnos con él.
Además, y como prueba irrefutable de que estas cosas sucedieron en alguna
ocasión, existe una foto que nos tomó Hernando, donde aparecemos en una taberna
vienesa, Mario Armando y yo, con Carlos Bedrossian, a quien él apodaba
cariñosamente “Charly The Wolf”, y quien fuera testigo de algunas de nuestras
andanzas por la inolvidable ciudad del Danubio azul.
Maracaibo, 34 años después, para el blog lapesteloca.blogspot.com, el martes 9 de octubre 2019
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