Las hijas de Chelita -3
Tercera parte
Tercera parte
Fuiste tomando color con tanto sol y te
gustaba cantar los boleros tristones de Felipe Pirela y las canciones de puro
despecho de Julio Jaramillo. Te divertía imaginar que tu Julio, lejos, en algún
sitio, quizás también cantaría... “Yo
sufro lo indecible si te entristeces, no quiero que la duda te haga llorar,
hemos jurado amarnos hasta la muerte y si los muertos aman después de muertos amarnos más”... En
las noches y ante la luna que se elevaba rielando en el mar, cantabas imitando
a Blanca Rosa Gil... “Tengo el
corazón hecho pedazos”..: “noches y más noches sin descanso” ... y luego, con lágrimas en los ojos decías para ti... “Más frágil que el cristal fue tu amor por
mí”... Mirabas el astro de la noche para gimotear... “Luna, ruégale que vuelva y dile que lo
quiero, que por ti lo espero a la orilla
del mar... Luna tú que lo conoces”... Seguías amándolo, y
buscabas justificarlo, pero siempre en silencio, mientras sin poder ocultar tu
dolor entonabas... “Estoy sola,
irremediablemente sola... Hoy te has ido
para siempre de mi vida y has abierto una herida, que jamás ha de cerrar”...
¡Ay Julio mío! “A tu amor mi cariño
se aferró desesperadamente y no sé por qué tus labios pronunciaron, el adiós”. En aquella soledad con el viento salobre del
Caribemar pensaste que cada día transcurría como un mes y cada mes ya te
parecía un año... “Un siglo de
ausencia” y cantabas
desgarrada de amor... “Tan separada
de ti, pensar que no he de verte otra vez, fingir que soy feliz sin tu amor,
llorar con mi dolor”...
Pero todo
tiene un final, hasta los dolores nacidos de amores contrariados, se acaban, y
MariaAntonia pareció recapacitar. Con Julimary ya caminando, regresó un día a
su casa del Barrio Obrero en Sabaneta. Allí se encontró otra vez con la sombra
del Julio que ella había amado, un Julio arrepentido, enflaquecido, quien había
sido despedido de su trabajo y vegetaba solo y contrito, en su casa, que
parecía un mudalar de escombros. MariaAntonia volvió para hacer una limpieza
profunda, y para tomar las riendas. En esa oportunidad fue cuando se entrevistó
con el doctor quien estaba a punto de abrir un Instituto de Neurología y
Psiquiatría en la ciudad de fuego, y necesitaba una administradora que le
llevara las cuentas y le organizara todo lo relacionado con el personal que
estaban contratando. MariaAntonia nunca pensó que en aquel cargo habría de
durar más de quince años, y menos aún que sería ella quien en muchas
oportunidades habría de llevar las riendas para guiar y tascarle el freno a
quienes trabajarían y debatirían sus vidas en aquella casa de locos. Una de las
críticas que siempre pesaron sobre la gestión de MariaAntonia, fue la
protección que desde su posición directiva, ejerció sobre su hermana menor.
Cuando la contrataron, ella le consiguió un cargo como secretaria y quizás
afortunadamente, Antonieta decidió casarse varios meses después y se fue a
vivir en la ciudad de los crepúsculos con su marido nuevo, un flamante abogado
más joven que ella con unas agallas de escualo depredador. Después de varios
años y ya con dos hijas habidas del matrimonio, un buen día el sujeto le dijo a
su señora esposa quien ya estaba enterada que las cosas no andaban bien:
“¡muérete que chau!” Ella había dejado de participar en la vida social activa
del pequeño círculo de amigos creado alrededor de las actividades profesionales
de su marido, en parte por qué le parecía que algunas de “sus movidas” no eran
legales. Pero cuando comenzó a notar que la reina María Lionza estaba de por
medio, la cosa comenzó a descomponérsele.
Existía una
vieja leyenda entre las tribus indígenas que habitaban las montañas cercanas,
sobre una doncella de quien se había enamorado el dios de las aguas, el gran
Anaconda. El dios surgió de las profundidades de un lago y la pretendía. Cuando
el padre de la india trató de separarla de la gran Serpiente, esta creció y
desbordó los ríos arrasando con las aldeas y con sus gentes. Desde entonces,
María Lionza, la diosa protectora de las aguas dulces, de los bosques y de los
animales silvestres, aparece en la selva montada sobre una gran danta o
tapir. La hermosa fábula no relata
muchas cosas sobre los poderes actuales de la diosa. Nada dice del control que
ejerce sobre quienes le rinden un extraño culto que parece ser una mezcla de
vudú y de santería. Tampoco habla de ciertos ritos misteriosos que se cumplen
en oscuros parajes de las montañas de Sorte. Antonieta prefirió creer que su
marido era víctima del embrujo de la diosa de las aguas. Le bastó entrar en
conexión con varios personajes facultos, quienes le recomendaron para ejercer
una-contra, que tendría que ser fuerte y luchar contra la diosa con sus mismas
artimañas. Por allí comenzó Antonieta a buscar el desquite de las trastadas de
su marido. Siempre había tenido con que hacerlo. En 1982, con dos hijas, de 5 y
de 3 años, regresó a vivir con su madre, Chela Polanco, en el restaurante de
Los Haticos. Más pronto que tarde, MariaAntonia lograría para su hermanita el
cargo de secretaria en la biblioteca del INP, donde tendría bastante
tranquilidad y además, sobrado margen para incumplir los horarios supervisados
por su propia hermana. Antonieta, comenzaría muy pronto en el Instituto de los
locos, a hacer de las suyas. Nadie hubiese pensado que su conducta disipada
era, ¡casi nada!, el instrumento usado para luchar contra el conjuro de una
diosa que andaba entre tupidas malezas sobre una danta. No obstante, en el
decir de Vitico Chourio, el “office boy” del INP, Antonieta lo que estaba era,
comenzando, “a dar más funciones que El Variedades”.
Por todas
estas circunstancias, durante el intenso período de rebullicio, que giró
alrededor del regreso de Antonieta, la vida ordenada y metódica que
MariaAntonia había consolidado al retomar las riendas de su hogar y alrededor
de su importante posición laboral, comenzó a sufrir un nuevo percance. Julio,
después de una larga temporada, que él denominaba risueño, “de paro forzoso”,
consiguió un nuevo trabajo, como supervisor de planta para el personal en una
conocida fábrica de cerveza de la ciudad de fuego, situada precisamente en Los
Haticos. MariaAntonia no había necesitado hacer de tripas corazón cuando
perdonó a Julio y regresó a vivir con él. No estaba dispuesta a criar a
Julimary sola y las letras de sus boleros la hacían cantar... “Esta vez,
ya no soporto la terrible soledad, ya no te pongo condición, harás conmigo lo
que quieras bien o mal”. Ella volvería a poner todo su empeño
para olvidar los efluvios de la negrota inmensa que le había desquiciado a su
marido, y se repetiría constantemente que tenía que creer en él, que necesitaba
amarlo como antes... “Llévame si quieres hasta el fondo del dolor, hazlo
como quieras por maldad o por amor, pero esta vez, quiero entregarme a ti en
una forma total, no con un beso nada más, quiero ser tuya sea por bien o sea
por mal”. Un año después nacería otra niña, y Julio quería
llamarla Zulay, pero se impuso MariaAntonia para ponerla Yolanda, como la de la
canción de Pablito Milanés. “Si me faltaras no voy a morirme, si
he de morir quiero que sea contigo, mi soledad se siente acompañada por eso sé
que a veces necesito tu mano, tu mano, eternamente tu mano”... Julio trabajando en
la cervecería, tenía la tentación al alcance de la mano... Entonces ella habló
en su trabajo y pidió dos semanas de vacaciones. Sabía que necesitaba
reflexionar y regresó a Cardón. Otra vez se hallaba frente al mar. Con sus dos
hijas pensó que estaba en una nueva disyuntiva con su Julio y de nuevo cantó
cuanto quiso, pero esta vez no lloró como antes lo había hecho. “Me tienes, pero de nada te vale, soy tuya,
porque lo dicta un papel, mi vida la controlan las leyes, pero en mi corazón,
que es el que siente amor tan solo mando yo”...
Miraste el mar hasta que los ojos se te cansaron de otear la línea del
horizonte, y pensaste... “Permíteme igualarme con el cielo, que a ti
te corresponde ser el mar”... No sabías porqué, pero tú no podías
dejarlo de querer. No obstante, Julio ya
se había atrevido a sincerarse. Te lo había dicho, había perdido el interés en
tu vida, y en tus cosas... Aunque ni Julio ni ella se querían
divorciar el distanciamiento entre los dos fue cada día más grande... Ella
confiaba en un milagro, pero sabía que él se sentía muy mal, porque su sueldo
no era ni la mitad del de ella, y la argumentación de ella insistiendo en que
esa era una actitud machista que debía superar, supuestamente era escuchada,
mas no atendida. Ella sabía que sus palabras ya no surtían ningún efecto sobre
Julio.
Al regresar MariaAntonia de Punta
Cardón, Julio comenzó a perderse de la casa por temporadas. A ella no le
interesaba el divorcio, y argumentaba que no quería dejar a sus hijas sin
padre. Antonieta discutiría con su hermana hasta cansarse. Había jurado que la
convencería, y la invitaría reiteradamente, e insistiría en que tenía que
salir, que conocer a otros hombres. Ella al fin aceptaría sus sugerencias y
saldría una noche, y bebería hasta sentirse achispada, y su pareja que sería un
hombre serio que ella bien conocía, un divorciado que sabía lo que buscaba, no
era suficiente, y al final ella no se atrevería, y lo rechazaría, ella no
aceptaría sus propuestas, ¿cómo imaginarlo? En la madrugada habría de regresar
a su habitación y sería un llorar interminable, amargamente, porque definitivamente
ella estaría convencida de que la sombra negra de Julio no le dejaría vida,
nunca más...
Pero de todas aquellas cosas, querida MariaAntonia, lo que más furia te
daba, ciertamente, era pensar en Julio todo el tiempo, constantemente. Era oírte
a ti misma, musitando en las noches, “en la multitud, busco los ojos que me
hicieron tan feliz, y no logro hallar en otros labios la ilusión que ya
perdí”... Era, imaginarte a Julio, con su melodiosa voz de
terciopelo como otrora, diciéndote al oído. “Me da pena que sigas
sufriendo tu amor desesperado, yo quisiera que tú te encontraras de nuevo otro
querer”. Era ya el colmo, y en medio del
trabajo, que era tu único aliciente, peor resultaría tener que enterarte cada
semana de una nueva historia de tu hermanita. Te enervaba saber que la hermosa
Antonieta, día a día, bajo tu control, y tu supuesta supervisión, estaba
cortando en su trabajo, rabo y orejas, o como ella misma descaradamente lo
decía, tumbando las chiritas por el cogote, iba tirándole palo a todo mogote,
dándole por donde era a tutilimundachi, no importándole para nada nadie y
haciendo su personal revolución, y que ninguno se le resbalara si el muñeco
llevaba pantalones, ella iba felizmente cumpliendo con los designios de la
diosa de la danta, dándose jamones, con Raymundo y todo el mundo…
La historia
de las hijas de Chelita no tiene un final pues mientras ambas siguen en la
lucha diaria, su madre y el chino Chón felizmente viven en su casita de Colón.
Me consta que MariaAntonia, está considerando la posibilidad de cantar
profesionalmente y pronto saldrá su primer CD. En cuanto a la menor, la
habilidosa Antonieta tiene embobado a un gordinflón gerente hotelero de una
isla antillana y están los dos a punto de tirarse al agua de nuevo, para surcar
el Caribe, viento en popa, a toda vela…
Fin de la tercera y
última parte.
Publicado originalmente
en "el gusano de luz", es parte del texto de mi novela "Ratones
desnudos" de la Editorial elotro@elmismo (2012)
Mississauga, Ontario, domingo 11 de agosto, 2019
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