La soledad y Emily Dickinson
A propósito de las cuarentenas
y confinamientos que el mundo está atravesando por la pandemia de Covid-19,
puede ser interesante recordar a la gran
poeta estadounidense Emily Dickinson (1830-1886) ya que ella fue también, una gran solitaria. Emily
pasó los últimos veinte años de su vida recogida en su casa, consciente de que
no se le había perdido nada entre las multitudes. Su poesía apasionada la ha
colocado en el panteón de los poetas fundamentales estadounidenses. Se ha dicho que su poesía tiene un estilo
inimitable y no puede ser confundida con la de ningún otro poeta del mundo. Por
su importancia y trascendencia en las letras de habla inglesa se la ha
comparado con Edgar Allan Poe, Ralph Waldo Emerson, Walt Whitman, Robert Frost, Robert Browning, William Wordsworth y John Keats.
A los dieciséis años, después de abandonar el Seminario Femenino Mount
Holyoke, Emily vivió la opresión de ciertos corsés morales, pero igualmente pudo
estudiar botánica, historia natural, y astronomía. Ya para esa época había
sentido la llamada de la literatura. Emily Dickinson fue ciertamente una mujer
solitaria, pero esto no le impidió ser luminosa, con una tendencia a la sutil
ironía que le daba a lo que escribía una chispa y una gracia etérea. Ella se
recogió en el hogar familiar para preservar su libertad.
La Academia y el Colegio de Amherst disponían de un
claustro de profesores científicos de fama nacional, entre ellos los biólogos Edward Hitchcock y Charles Baker Adams, y el geólogo Charles Upham Shepard, quienes llevaron al colegio sus colecciones de
especímenes. En 1848 cuando Emily Dickinson tenía dieciocho años, ambas
instituciones construyeron un importante observatorio astronómico con un
buen telescopio, y gabinetes para guardar las colecciones lo que estimuló su
interés por las ciencias naturales. Desde temprana edad ella conocía los
nombres de las constelaciones y las estrellas, y se
dedicó con entusiasmo a la botánica. Sabía dónde encontrar cada especie de flor
silvestre que crecía en la región y las clasificaba correctamente según la nomenclatura binomial en latín. Toda esta erudición científica quedó
firmemente guardada en su memoria y fue utilizada para la trama naturalista de
sus poemas muchos años después.
El poeta Lorenzo Oliván,
responsable de la antología “La soledad sonora”, en sus “Pre-Textos”
destaca esa sensación de desapego con la sociedad. El cineasta Terence Davies la resumió en una
escena de su película “Historia de una pasión” (2016), donde el personaje de Emily
dirá: “Desearía sentir lo que sienten los demás, pero no es posible”.
La filóloga Margarita Ardanaz,
experta en la obra de Dickinson, lo explica así: “Ella escogió la soledad. No
tenía un interlocutor válido, y por eso decide aislarse y escribir, y presentar
al mundo su visión a través de la poesía”.
Dickinson fue una prolífica
poeta; sin embargo, curiosamente, en vida no se llegó a publicar ni una docena
de sus casi 1800 poemas. El trabajo publicado durante su vida fue alterado por
los editores, adaptándolos a las reglas y convenciones poéticas de la época. No
obstante, los poemas de Dickinson son únicos en comparación con los de sus
contemporáneos: por lo general carecen de título, contienen líneas cortas, con rimas consonantes imperfectas [half rhyme] y una puntuación
poco convencional. Muchos de sus poemas están relacionados con la muerte y la
inmortalidad, dos temas también recurrentes en las cartas que enviaba a sus
amigos. Un
traductor de su poesía completa, (José Luis Rey), se expresó sobre la poesía de Emily Dickenson así: “Es una poesía coloquial,
cercana pese a ser honda, que nos interpela constantemente, que dialoga con
nosotros”, y añadiría: “es curioso. A mí me gusta compararla con Keats, porque su poesía surge como una
conversación con el lector”.
Se suele achacar el aislamiento de Emily Dickenson a la muerte de sus seres queridos. La
muerte de su padre en 1874, la de su madre en 1882, la de su sobrino Gib a los
ocho años en 1883, pudiese haberle provocado una especie de respuesta o
desquiciamiento con la realidad. Sin embargo, su obra destila un vitalismo
particular, un talento especial para las cosas íntimas donde ella misma decía
que tenía el mundo entero dentro de sí, aun sin salir de su habitación.
“Algunos
guardan el domingo acudiendo a la Iglesia- /Yo lo guardo estando en casa/ Con un pájaro como cantante/ Y con un Huerto
en vez de Cúpula// A mí me
bastan mis alas / Y en vez de doblar
las Campanas en la Iglesia / Nuestro pequeño Sacristán nos canta// Aquí predica Dios,
un clérigo famoso /Y el sermón nunca es tan largo / Así que en vez de llegar al Cielo al fin /Ya estoy yendo
hacia él desde el principio”.
Emily se puso en manos de hombres a los que
consideraba más sabios que ella y que podían indicarle qué libros debía leer,
cómo debía organizar sus conocimientos y allanarle el camino del arte. Los dos
hombres que Dickinson menciona en su carta a Thomas Wentworth Higginson, a quien Emily siempre llamaría Master en sus cartas, son los
protagonistas de sus poemas de amor. En Filadelfia en mayo
de 1854 Emily conoció al reverendo Charles Wadsworth, de 40
años y felizmente casado. La joven poeta de 23, impresionada escribiría: «Él
fue el átomo a quien preferí entre toda la arcilla de que están hechos los
hombres; él era una oscura joya, nacida de las aguas tormentosas y extraviada
en alguna cresta baja».
Benjamin F. Newton, diez años mayor que Dickinson, también
causó profunda impresión en la poeta que, no bien lo hubo conocido en 1848, le escribió
a su amiga, vecina y futura cuñada Susan Gilbert: “He encontrado un nuevo y
hermoso amigo”. Newton permaneció dos años con los Dickinson, y abandonó
Amherst a finales de 1849 para nunca más regresar. No es
seguro que Emily haya sentido una fuerte atracción erótica hacia Newton, pero no
existe duda alguna de que durante toda su vida posterior estuvo también profundamente
enamorada de Wadsworth. Estos dos hombres que Dickinson menciona en su carta a
Higginson son los protagonistas de sus poemas de amor.
De vuelta en su ciudad natal Benjamin F. Newton se
dedicó al derecho y al comercio, en 1851 se casó con Sarah Warner Rugg, 12 años
mayor que él. Newton estaba ya gravemente enfermo de tuberculosis,
dolencia que lo llevó a la muerte a los 33 años de edad, el 24 de marzo de 1853.
Una tarde del verano de 1880, Wadsworth golpeó a la puerta de la casa de los
Dickinson. Ella le preguntó, “¿Y cuánto ha tardado?”. “Veinte años”, susurró el
presbítero. Charles Wadsworth murió dos años después, cuando Emily tenía 51
años, dejándola sumida en la más absoluta desesperación.
Tras las muertes de Newton y Wadsworth, la vida de
Emily Dickinson quedó totalmente vacía y su único camino para evitar la muerte,
según su principal biógrafo ya mencionado, consistió en la poesía. Helen
Jackson, amiga de Emily Dickinson y protegida de Higginson, hizo lo imposible
para conseguir que Emily publicara, al menos, algunas de sus poesías. La
negativa de la poeta fue cerrada e inexpugnable. Cuando murió su sobrino menor,
último hijo de Austin Dickinson y Susan Gilbert, el espíritu de Emily, que
adoraba a el niño, se quebró definitivamente. Pasó todo el verano de 1884 en
una silla, postrada por el mal de Bright, y a principios de 1886 escribió a sus primas su
última carta: “Me llaman”. Emily Dickinson pasó de la inconsciencia a la muerte
el 15 de mayo de 1886.
Maracaibo, viernes 5 de mayo, 2020
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