En 1988, la película Rain Man, con Dustin Hoffman,
sobre un autista prodigio, hizo que calara entre el público la idea de que el
autismo era tanto una incapacidad como una forma muy peculiar de inteligencia. “El Espectro Autista” ha sido
clasificado como una forma de retraso mental debido a un defecto genético,
por lo que la mayoría de los investigadores han estado siempre buscando
evidencias disfuncionales en las proteínas, en las sinapsis y en los circuitos
neuronales. La Teoría del Mundo Intenso, afirma que el Espectro Autista es
producto de un cerebro sobrecargado que crea un mundo dolorosamente intenso,
donde los síntomas se deben en gran medida a que los autistas se ven obligados
a desarrollar estrategias para evitar activamente la intensidad y el dolor de
esa sobrecarga. Esta teoría se originó a partir de descubrimientos sobre un
modelo animal el cual predice que “un/a niño/a en el Espectro Autista se está
refugiando en una burbuja controlable y predecible para protegerse”.
La Teoría del
Mundo Intenso se centra en los microcircuitos neuronales considerándolos
como el ecosistema más pequeño de neuronas que pueden apoyarse mutuamente para
llevar a cabo funciones. Se propone que los microcircuitos más afectados
dependerán de la genética, de insultos tóxicos durante el embarazo y del tipo
de exposición ambiental después del nacimiento. Cada niño/a en el Espectro
Autista será por lo tanto único porque sus microcircuitos hiper-funcionales
dominarán un patrón idiosincrásico muy personal que emergerá en cada caso.
Estos microcircuitos hiperreactivos e hiper-plásticos reaccionan procesando la
información mucho más rápido y más intensamente, por
lo que los pacientes pueden aprender mucho más, recordar mucho más, y con
muchos más detalles.
Henry Markram es uno de los neurocientíficos más reconocidos del
mundo, es israelí y director del Proyecto Cerebro que busca
crear una red colaborativa de investigación vinculada a supercomputadoras con
el fin de escudriñar en el cerebro humano, la neurociencia cognitiva. El
autismo cambió la vida de la familia de Henry Markram y de su mujer, Kamila,
quienes creen que el comportamiento de los autistas no obedece, a carencias
cognitivas -como cree la mayoría de estudiosos del autismo-, sino más bien, por
el contrario, lejos de ser distraídos, los autistas asimilan demasiadas cosas y
aprenden demasiado rápido. Aunque pueda parecer que carecen de emociones, los
Markram insisten en que los autistas viven abrumados por sus propias emociones
y por las de los demás.
Aunque
la mayoría de los síntomas en el Espectro Autista están relacionados con
alteraciones en la percepción, la atención y la memoria, y tales funciones
avanzadas sabemos que dependen en gran medida del neocortex normal, muy pocos
investigadores sobre el autismo se habían esforzado en examinar las
alteraciones neocorticales. El neocórtex,
neopalio o isocórtex es la denominación que reciben las áreas más
evolucionadas de la corteza cerebral. En el
neocórtex las neuronas están estratificadas en
seis capas horizontales (de I a VI),
diferenciables según el área cerebral, el tipo neuronal y las conexiones que ellas
presentan.
En 1998, mientras Henry Markram y Kamila estaban en
el Instituto Weizmann, tienen un hijo autista (ahora con más de 20 años de
edad) y motivados para entenderlo, sería en el laboratorio de Michael Merzenich
en UCSF, donde Henry Markram propuso que tal
vez el equilibrio excitatorio-inhibitorio fuese el afectado. Para precisar
cómo funciona el sistema inhibitorio en el cerebro normal, recibió una
subvención de la Alianza Nacional de Investigación del Autismo y Markram se
trasladó al Instituto Federal Suizo de Tecnología en Lausana. Su estudiante Tania
Rinaldi usó el modelo animal valpróico del Espectro Autista, y al no detectar fallas en las sinapsis
inhibitorias, empezaron a buscar
directamente las conexiones excitatorias para
determinar que habían demasiadas conexiones excitatorias formándose en el
neocórtex de animales con Espectro Autista. Antes de considerar los animales con espectro
autista, conviene recordar que desde hace varios años se conoce sobre las
mutaciones genéticas de los niños autistas; estas se han confirmado en más de
60 genes, con una predicción de más de 500 genes involucrados. Además de las
mutaciones, se sabe también que la exposición del feto a virus como el de la
rubeola o el contacto con agentes químicos como el fármaco antiepiléptico ácido
valproico produce autismo.
Se ha logrado inducir autismo en
diferentes animales con la manipulación de genes o por la administración de
fármacos. Hay grupos de roedores, entre los que se encuentra el ratón BTBR,
producto de la reproducción entre hermanos, que pasan mucho tiempo limpiándose
a sí mismos, lo que constituye una conducta repetitiva, y tienen una
interacción social disminuida. Tales conductas son similares a las mostradas
por niños con autismo, lo que ha permitido utilizar a estos ratones como un
modelo de estudio adecuado. También se sabe que el ácido valproico administrado
durante el embarazo en periodos críticos tiene potencial para inducir autismo
en humanos. En ratas de laboratorio, la
aplicación de este fármaco en determinados momentos del embarazo o en crías
recién nacidas, produce conductas autistas.
Recientemente se publicó un extenso artículo en la
revista Nature, donde después
de varios intentos por crear un modelo de macaco autista, lograron el resultado
en monos con una mutación inducida del gen SHANK3.
En Julio del 2019, investigadores
del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), desarrollaron un modelo de
autismo en macacos modificados con CRISPR bloqueando la actividad de SHANK3,
un gen relacionado con los trastornos del espectro autista, con el que los
animales muestran comportamiento atípico y alteraciones en la conectividad
cerebral. En una
instalación en China, más avanzada en el desarrollo de macacos con mutaciones,
se generaron macacos mutantes para SHANK3 mediante la tecnología
CRISPR de edición del genoma los cuales posteriormente fueron evaluados en el
MIT, donde se demostró que los macacos presentaban niveles reducidos de
proteína SHANK3. Los investigadores
observaron el comportamiento de los animales y encontraron que ellos mostraban síntomas similares a los de pacientes con
trastornos del espectro autista, alteraciones en el sueño y
comportamientos repetitivos.
El análisis mediante resonancia magnética reveló
que al igual que los pacientes con trastornos del espectro autista, los macacos
presentaban una reducción en la
conectividad funcional en algunas regiones cerebrales, como por ejemplo,
aquellas relacionadas con la regulación del sueño, y un aumento en la
conectividad de otras regiones. Robert
Desimone, director del Instituto Mc Govern de Investigación en Cerebro del MIT
y profesor de Neurociencias, así como uno de los autores del trabajo afirmó: “Aunque
la investigación en ratón sigue siendo importante, creemos que los modelos
genéticos en primates nos ayudarán a desarrollar mejores medicinas y
posiblemente incluso terapias génicas para algunas formas graves de autismo”.
REF: .Yang Zhou,
Jitendra Sharma, Shihua Yang. Nature 2019, 570:326–331.
Mañana, martes continuaré
conversando sobre este tema y finalizaré para hablar de las células responsables
en el cerebro, las neuronas del neocortex.
Maracaibo, martes 16 de junio, 2020
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