Liendo
entrevistado en enero 2018 ( II )
¿Cómo ha cambiado su vida a raíz de la enfermedad
que padece? Primero uno tiene que comprender que toda vida tiene un proceso de
declinación, cuando tenemos el privilegio de llegar a viejos, un privilegio
entre comillas. Yo me siento relativamente bien, escribo y leo mucho todavía.
Eso me sostiene. Ahora en el sentido sobre el que hablamos noto las
limitaciones, es decir no me engaño. Me preocupa más incluso que esta
conversación tenga una parte audiovisual, porque allí se ve todo, las torpezas,
las limitaciones físicas. Ahora esta enfermedad, el Párkinson, es degenerativa,
o sea que ha tenido una progresión. Como lo pudiste ver cuando veníamos hacia
acá, tengo limitaciones de motricidad, pero todavía camino. Es más aquí en Los
Palos Grandes los amigos me dicen “Arriba, Eduardo”, como diciéndome que no me
deje vencer por esto. Pero uno sabe que
ya no es el mismo, además de lo conflictivo que es el país, donde todo te
cuesta trabajo. Ir al automercado, al banco, las cosas más elementales, ir a un
café, todo es un drama. Pagar la luz, pagar la Cantv... Tú dices, bueno, eso se
hace por Internet, aunque yo utilizo poco el Internet para esas cosas. Lo
utilizo para la información y para relacionarme por correo electrónico. Y claro
lo asumí como instrumento muy eficaz para la reescritura. Todavía hago
borradores manuales, es decir no escribo en la pantalla directamente, prefiero
hacer un borrador, en lo cual coincido con escritores notables por sus
capacidades escriturales, como el propio Vargas Llosa. Uno piensa que él, un
periodista insigne, además de un narrador extraordinario, hace tiempo que no ve
un bolígrafo. No, sus cosas están siempre primeramente boceteadas a mano y
después en la pantalla.
En una entrevista usted dijo que le hubiera gustado
ser un escritor más destacado en América Latina. No, no lo dije así, sino que no era
el escritor que había soñado. Uno tiene una imagen de lo que piensa que va a
proyectar, cuando es esencial para ti. Hay escritores que dicen que escriben
para ellos mismos, cosa mentirosa de paso, porque si escribes para ti mismo
deja la vaina en la gaveta. Cuando vas adonde un editor y dices que quieres
publicar eso ya buscas el cómplice, que es el lector. Hay escritores que, por
los valores implícitos en su narración o sus ensayos, abarcan muchos lectores o
logran muchos lectores. Otros son minoritarios, lo que no quiere decir que los
que tienen una audiencia mayor sean mejores. Pero, en el caso mío, ya que me
aludiste en ese sentido, yo, como todo joven, pensé en qué iba a ser de mi
vida, sobre todo después de la derrota política de los años 60. Después de que
estuve en una prisión largo tiempo, en el exilio, regreso y empiezo esta manera
de no perder en los dos tableros, como acostumbro a decir. No se concretó la
cosa del país que queremos, pero no vas a perder todo tú también en lo
personal. Y empecé a escribir con mucho interés, mucho esfuerzo. Tuve la suerte
de tener una buena recepción al comienzo, con El mago de la cara de vidrio,
que fue publicada en la colección El Dorado y comentada desde el principio. A
partir de la segunda edición, que en verdad tardó un poco, la adoptaron los
profesores y empezó a ser como una tarjeta de identidad mía como escritor, lo
que no quiere decir que yo lo considere mi mejor libro, pero indudablemente le
debo eso.
Hay mucha gente que lo lee. ¡Claro, claro! Yo no dudo eso. Lo que
pasa es que la insatisfacción humana es una vaina muy seria, y cada quien se
mide, no por el rasero que te ven los otros, sino con el tuyo mismo. El
round del olvido, por ejemplo, creo que me ha dado muchas satisfacciones.
Sé que es cierto lo que dices, que hay trabajos de profesores muy calificados e
incluso de escritores que han trabajado ese libro. Pero yo digo: el libro no ha
dado el salto al exterior. Uno se pregunta por qué. Porque uno ve autores de
una obra no precisamente gloriosa traducidos a 14 idiomas. ¿Cuándo me tocará a
mí un poquito? Aunque es una cosa poco espléndida de uno decir que no es el que
soñó, es una forma de autenticidad. Uno sabe por qué lo dice. Quizás la vida es
como un acomodo.
Maestro… Fíjate yo ahora acepto que me digan
maestro. Hace un tiempo no. Bueno ya es tan generalizado, lo escriben, lo
dicen. Uno de los primeros que me empezó a decir maestro fue José Balza. Pero
después se ha hecho como una constante. También los años, todas esas cosas
influyen. La vez que más me ha molestado que me digan maestro yo estaba muy
joven, acababa de regresar del exilio. Estaba por La California Norte en una
biblioteca y un muchacho como de 16 años me dijo “Maestro me regala un
cigarrillo”. Me provocó darle un pescozón.
¿Qué edad tenía en ese momento? Yo regresé a los 29, ahí mismo cumplí
los 30. A los 31 salió El mago. Ahora, yo me creía viejo. No me gustaba
ponerme blue jean porque era como disfrazarme de una generación. Yo había sido
carne de cañón de cárcel muy joven y siempre estuve en cosas trascendentes. La
parte divertida de la vida de esos años, que son los mosaicos de la Billo's, el
bonche, eso yo lo pasé por alto. Después me empiezo a recuperar un poco y me
doy cuenta de que no había vivido cosas fundamentales en aras de eso. La
política es castradora en muchos aspectos. En otros no, en otros puede
enriquecer. Pero es castradora, sobre todo cuando implica riesgos.
Hablando de derrotas, el año pasado hubo varias.
Ahora hay una tensa tranquilidad. Bueno es una situación que es más, desde mi punto de vista, común de lo
que aparenta. Porque los pueblos tienen sus ciclos. Después de épocas de
vértigo, de protestas, de alzamientos, vienen épocas de receso, cansancio,
fatiga. Ahora, a nosotros nos está pasando una cosa que yo llamo, con mucho
respeto por el boxeador, el “síndrome de Betulio”, un campeón mundial nuestro.
Hay una pelea famosa de Betulio, creo que por el campeonato. En esa época se
transmitía más por radio que por televisión. El locutor, que era muy conocido,
decía emocionado “¡Pega Betulio, pega Betulio, pega Betulio!”, y de repente
“¡Se cayó!”... Betulio. Creo que nosotros tenemos el “síndrome de Betulio” por
lo que nos pasó: que empezó con eso de que el gobierno se tambalea, que se va,
que los militares civilistas; y cuando lo teníamos flojo de piernas pensamos
que en cualquier momento iba a entregar el poder. Eso estaba metido en las
vísceras de la gente. El Movimiento 16 de Julio: salimos todos a firmar
diciendo “Este hombre tiene que irse para el carajo ahorita”. Pero no se fue.
Después era impedir que se estableciera la fulana constituyente. Todo el mundo
decía “Vamos a darle porque esto no puede ser”. Y entonces “Pega Betulio”... y
se cayó Betulio. Después algunas
personas decían “Me engañaron”. Empezaron a decir que los opositores estaban en
contubernio con el régimen. Porque alguien tiene que pagar y lo están pagando
los líderes de la oposición, que para mí, en su mayoría, son líderes honestos,
guapeadores. Ser diputado en esta época no es mantequilla. No es fácil reunirte
en un lugar donde te pueden tirar un botellazo, donde no tienes protección
oficial, donde te escupen, te encierran. Eso, para mí, es meritorio. Hay que
meterse en el pellejo de esa gente para darse cuenta.
¿Es optimista o pesimista sobre el país? Como dicen: un pesimista es un
optimista bien informado. Claro, en lo que no caigo es en entusiasmos
infantiles, porque ya yo viví la etapa del infantilismo de izquierda. Hay que
ser consecuente con lo que uno piensa.
¿Y la guerrilla? ¿Fue un error? Fue un error gravísimo de la
izquierda. Un error que uno no se lo debe atribuir a uno o dos dirigentes en
particular. Era una atmósfera que existía. Una situación que estaba dada por el
entusiasmo que provocó la caída de Pérez Jiménez, y después por el triunfo de
los cubanos y la radicalización de Fidel hacia el socialismo y el marxismo.
Todo eso influyó. Empezamos a enfrentar un gobierno democrático recién electo
como el de Betancourt, con las diferencias que podíamos tener, pero que indudablemente
había sido electo recientemente. Fue un error grave, políticamente erróneo.
Y en qué momento, luego de la derrota, Eduardo
Liendo dice que se va a dedicar a la narración. Me jugué esa carta. Yo lo que tenía
era una vocación temprana que había sido interferida por la pasión política.
Hay un episodio en el que yo me encuentro, por decisión de ellos, con Eloy
Torres, que era un dirigente político muy importante y querido por nosotros, y
con Jesús Faría, que era el jefe del Partido Comunista y a quien conocí en
Moscú. Me citaron a una reunión y me dijeron que querían que me fuera a Guayana
a fundar partidos. Ya yo sabía que no era un activista político en ese sentido.
Yo les dije: yo lo que quiero es escribir, no dije quiero ser escritor porque
me parecía una fórmula pedante. Ellos respetaron eso, sobre todo el viejo Eloy
(que no era ningún viejo), pues sabía quién era yo, por eso me había llamado.
Sabía que yo era un buen lector, que escribía, conversaba y que había estudiado
en la Unión Soviética. Decidí que en mi vida, de ahí en adelante, todas las
decisiones fundamentales las iba a tomar yo y no el partido. Eso es una
decisión muy importante, fundamental en mi vida. Con el apoyo de mi familia me
puse a escribir . No era un apoyo a la escritura, porque nadie sabía, sino
conmigo en el sentido del lugar donde yo podía bañarme y comer. Sobre todo mi
hermana Zaida. Por eso El mago está dedicado a ella, que lo pasó a
máquina. Hay una frase que tiene Faulkner en unos de sus libros, creo que en Mientras
agonizo, que dice: “Con este libro me salvo o me hundo”. Cuando yo escribí El
mago tenía eso como consigna. Aunque es un libro que tiene mucho humor, yo
sabía que la carta que me estaba jugando era que tuviera receptividad.
Hasta aquí la entrevista y la última noticia que
tuve, hace ya un año y medio, sobre este magnífico escritor venezolano, mi
maestro, Eduardo Liendo Zurita.
Mississauga, Ontario, jueves 20 de junio
2019
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