Kafka y Pessoa
Fernando Pessoa (Lisboa
1888-1935), fue el poeta, traductor y ensayista más representativo de la poesía
portuguesa del siglo XX, y Franz Kafka
(Praga 1883-1924) fue el escritor checo en lengua alemana cuya obra renovaría
la novelística europea en las primeras décadas del siglo XX. Para hablar de estos dos personajes de la literatura
universal, me he tomado la libertad de hacer una síntesis parcial de un
artículo titulado “Cuando nosotros
somos la crisis. Kafka y Pessoa”, publicado en “Letralia”, el pasado
Jueves 23 de mayo de 2019 por Esther Domínguez Soto (1953) (escritora española, de Galicia)
quien hace una interesante comparación entre ambos escritores.
“Mientras Wilfred Owen describía en sus poemas
los horrores de la Primera Guerra Mundial y ponía en tela de juicio valores
tradicionales como el heroísmo o el patriotismo -Dulce et decorum est pro patria mori-, Stefan Zweig partía hacia el exilio en Brasil, Peter Englund y
Robert Graves ponían por escrito sus vivencias en el frente, Franz Kafka -que
intentó alistarse en el ejército austrohúngaro, pero fue rechazado- y Fernando Pessoa,
libraban su particular batalla contra sus propios fantasmas. En palabras de
Octavio Paz, “los poetas no tienen biografía. Su obra es su biografía” (Fernando
Pessoa: el desconocido de sí mismo). Si a poetas les añadimos novelistas,
no necesitaremos ninguna guía de lectura, corpus crítico o trabajos
especializados para adentrarnos en la obra de estos dos autores. Una verdadera
zona de guerra donde nunca se vislumbra el armisticio”.
“El checo Franz Kafka (1883-1924)
y el portugués Fernando Pessoa (1888-1935) son dos personas que vivieron vidas
paralelas, irremisiblemente inmersos en sus crisis personales. Se definieron
con adjetivos muy parecidos: solitario, fracasado, taciturno, hipocondríaco o
insociable. Fueron trashumantes en sus propias ciudades: Pessoa vivió en casas
de familiares y en un buen número de pisos alquilados. Kafka - a quien el ruido
desconcentraba totalmente a la hora de escribir- residió en el hogar familiar,
en las viviendas de sus hermanas, en pisos de alquiler e incluso arrendó una
casita en el Callejón de los Alquimistas de Praga. Y para ambos la literatura
se convirtió en su razón de ser, llegando a considerarse una especie de seres
predestinados a escribir. Incluso contraviniendo los deseos divinos”.
Cuando en 1916, el escritor Franz Kafka se trasladó
a vivir en la casa número 22 del “Callejón del oro” junto con su hermana Ottla,
donde escribió el relato Un médico rural, su estancia allí duraría
apenas un año. La calle le debe su nombre a los orfebres que vivieron en dicho
lugar, y también se le conoce como “la calle de los alquimistas”, por una
leyenda que cuenta como en ese callejón se alojaron unos alquimistas que intentaron
transformar el hierro en oro, producir la piedra filosofal y el elixir de la
vida para el rey Rodolfo II.
“Dios no quiere que escriba, pero
yo debo hacerlo (Kafka a Oskar Pollak.
Praga, 9 de noviembre de 1903). Para mí, escribir equivale a despreciarme;
pero no puedo dejar de escribir (Bernardo
Soares. Libro del desasosiego).
Esta necesidad los lleva a un punto en que ambos identifican la escritura, no
con una válvula de escape, sino con la vida misma. Gracias a que escribo, me
mantengo con vida (Kafka. Escritos sobre el arte de escribir).
Porque no penséis que yo escribo para publicar, o para escribir, ni siquiera
para hacer arte. Escribo porque ese es el fin, la perfección suprema (Libro
del desasosiego). Los dos arrastraban malos recuerdos de su infancia. Un
padre autoritario en el caso de Kafka, quien intentó zanjar su incapacidad para
superar las diferencias entre ambos en su vitriólica y autocomplaciente Carta
al padre. La machaconería que impregna el escrito justifica sin lugar a
dudas el título de la biografía de Peter André-Alt, El hijo eterno (2005).
Las muertes de su padre y su hermano de un año junto a la convivencia con una
abuela demente en el de Pessoa lastraron la vida del autor, que arrastró el
temor a haber heredado la esquizofrenia familiar hasta el día de su muerte”.
Pessoa, al igual que Van Gogh y Kafka, se encuadran
dentro de los innovadores cuya obra no fue reconocida en vida, puesto que su
producción literaria, prácticamente sólo la conocían unos pocos amigos. Es
decir, no llegó a esa posible malversación que se establece entre las
relaciones comerciales y el autor, cuando éste alcanza fama en vida. Pessoa
estaría dentro de los llamados por Vila-Matas, portadores del Síndrome de
Bartleby. (“La fascinación de Pessoa por
su enfermedad mental”. Tiburcio
Angosto Saura).
“Así, ambos pueden dar salida a
esos demonios que no les permiten vivir en paz consigo mismos. Escriben de
forma incansables. Kafka dejó miles de notas, textos y dibujos. Gracias a ese
desordenado frenesí creador, la obra de ambos presenta una característica
común: dejaron muchos de sus escritos sin terminar. Algunos son meros esbozos,
puñados de palabras. Como si temieran no tener tiempo suficiente para plasmar
en una cuartilla todos los pensamientos que pasaban por sus cabezas a un ritmo
vertiginoso. Debían poner por escrito sus ideas aun a costa de dejar otras
incompletas. Con un concepto tan elevado de su actividad literaria, ambos
decidieron sacrificar lo que para el común de los mortales es una parte muy
importante de la vida. Kafka -que huía de cualquier cosa que lo distrajera de
sus escritos- renunció a formar una familia pese a tener cinco relaciones
“serias” y Pessoa nunca llegó a casarse con Ofélia Queiroz, con quien mantuvo
un noviazgo un tanto extraño -ya que también la cortejaban sus heterónimos para
sorpresa de la joven-, relación que acabó por agotarse, tras años de altibajos
y separaciones”.
Mississauga, Ontario. Aún en el
vecindario de Toronto, el Jueves 13 de
junio del año 2019
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