jueves, 13 de junio de 2019

Kafka y Pessoa


Kafka y Pessoa

Fernando Pessoa (Lisboa 1888-1935), fue el poeta, traductor y ensayista más representativo de la poesía portuguesa del siglo XX, y Franz Kafka (Praga 1883-1924) fue el escritor checo en lengua alemana cuya obra renovaría la novelística europea en las primeras décadas del siglo XX. Para hablar de estos dos personajes de la literatura universal, me he tomado la libertad de hacer una síntesis parcial de un artículo tituladoCuando nosotros somos la crisis. Kafka y Pessoa”, publicado en “Letralia”, el pasado Jueves 23 de mayo de 2019 por Esther Domínguez Soto (1953) (escritora española, de Galicia) quien hace una interesante comparación entre ambos escritores.  

 “Mientras Wilfred Owen describía en sus poemas los horrores de la Primera Guerra Mundial y ponía en tela de juicio valores tradicionales como el heroísmo o el patriotismo -Dulce et decorum est pro patria mori-, Stefan Zweig partía hacia el exilio en Brasil, Peter Englund y Robert Graves ponían por escrito sus vivencias en el frente, Franz Kafka -que intentó alistarse en el ejército austrohúngaro, pero fue rechazado- y Fernando Pessoa, libraban su particular batalla contra sus propios fantasmas. En palabras de Octavio Paz, “los poetas no tienen biografía. Su obra es su biografía” (Fernando Pessoa: el desconocido de sí mismo). Si a poetas les añadimos novelistas, no necesitaremos ninguna guía de lectura, corpus crítico o trabajos especializados para adentrarnos en la obra de estos dos autores. Una verdadera zona de guerra donde nunca se vislumbra el armisticio”.

“El checo Franz Kafka (1883-1924) y el portugués Fernando Pessoa (1888-1935) son dos personas que vivieron vidas paralelas, irremisiblemente inmersos en sus crisis personales. Se definieron con adjetivos muy parecidos: solitario, fracasado, taciturno, hipocondríaco o insociable. Fueron trashumantes en sus propias ciudades: Pessoa vivió en casas de familiares y en un buen número de pisos alquilados. Kafka - a quien el ruido desconcentraba totalmente a la hora de escribir- residió en el hogar familiar, en las viviendas de sus hermanas, en pisos de alquiler e incluso arrendó una casita en el Callejón de los Alquimistas de Praga. Y para ambos la literatura se convirtió en su razón de ser, llegando a considerarse una especie de seres predestinados a escribir. Incluso contraviniendo los deseos divinos”.

Cuando en 1916, el escritor Franz Kafka se trasladó a vivir en la casa número 22 del “Callejón del oro” junto con su hermana Ottla, donde escribió el relato Un médico rural, su estancia allí duraría apenas un año. La calle le debe su nombre a los orfebres que vivieron en dicho lugar, y también se le conoce como “la calle de los alquimistas”, por una leyenda que cuenta como en ese callejón se alojaron unos alquimistas que intentaron transformar el hierro en oro, producir la piedra filosofal y el elixir de la vida para el rey Rodolfo II.

“Dios no quiere que escriba, pero yo debo hacerlo (Kafka a Oskar Pollak. Praga, 9 de noviembre de 1903). Para mí, escribir equivale a despreciarme; pero no puedo dejar de escribir (Bernardo Soares. Libro del desasosiego). Esta necesidad los lleva a un punto en que ambos identifican la escritura, no con una válvula de escape, sino con la vida misma. Gracias a que escribo, me mantengo con vida (Kafka. Escritos sobre el arte de escribir). Porque no penséis que yo escribo para publicar, o para escribir, ni siquiera para hacer arte. Escribo porque ese es el fin, la perfección suprema (Libro del desasosiego). Los dos arrastraban malos recuerdos de su infancia. Un padre autoritario en el caso de Kafka, quien intentó zanjar su incapacidad para superar las diferencias entre ambos en su vitriólica y autocomplaciente Carta al padre. La machaconería que impregna el escrito justifica sin lugar a dudas el título de la biografía de Peter André-Alt, El hijo eterno (2005). Las muertes de su padre y su hermano de un año junto a la convivencia con una abuela demente en el de Pessoa lastraron la vida del autor, que arrastró el temor a haber heredado la esquizofrenia familiar hasta el día de su muerte”.

Pessoa, al igual que Van Gogh y Kafka, se encuadran dentro de los innovadores cuya obra no fue reconocida en vida, puesto que su producción literaria, prácticamente sólo la conocían unos pocos amigos. Es decir, no llegó a esa posible malversación que se establece entre las relaciones comerciales y el autor, cuando éste alcanza fama en vida. Pessoa estaría dentro de los llamados por Vila-Matas, portadores del Síndrome de Bartleby. (“La fascinación de Pessoa por su enfermedad mental”. Tiburcio Angosto Saura).

“Así, ambos pueden dar salida a esos demonios que no les permiten vivir en paz consigo mismos. Escriben de forma incansables. Kafka dejó miles de notas, textos y dibujos. Gracias a ese desordenado frenesí creador, la obra de ambos presenta una característica común: dejaron muchos de sus escritos sin terminar. Algunos son meros esbozos, puñados de palabras. Como si temieran no tener tiempo suficiente para plasmar en una cuartilla todos los pensamientos que pasaban por sus cabezas a un ritmo vertiginoso. Debían poner por escrito sus ideas aun a costa de dejar otras incompletas. Con un concepto tan elevado de su actividad literaria, ambos decidieron sacrificar lo que para el común de los mortales es una parte muy importante de la vida. Kafka -que huía de cualquier cosa que lo distrajera de sus escritos- renunció a formar una familia pese a tener cinco relaciones “serias” y Pessoa nunca llegó a casarse con Ofélia Queiroz, con quien mantuvo un noviazgo un tanto extraño -ya que también la cortejaban sus heterónimos para sorpresa de la joven-, relación que acabó por agotarse, tras años de altibajos y separaciones”.

Mississauga, Ontario. Aún en el vecindario de Toronto, el Jueves  13 de junio del año 2019

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