( I ) La Retórica, en 1997…
Traigo aquí, para repasar mi propia
historia, de cuando comenzaba a creerme “escribidor de oficio”, varios retazos
de una charla, dictada a los patólogos del Estado Carabobo-Capítulo Carabobo de
la Sociedad Venezolana de Anatomía Patológica (SVAP), en Valencia, el 28 de
junio de 1997:
PRIMERA PARTE:
. . . “Me he atrevido a compartir con ustedes estas vivencias a riesgo de
parecer pedante o fastidioso, porque francamente, he creído que les puede
interesar escuchar el porqué, para qué y cómo, he venido durante casi catorce
años ininterrumpidos escribiendo novelas; como me las he planteado, como las he
ensamblado y las he borroneado, hasta considerarlas listas luego de escribir y
corregir hasta el cansancio, como un oficio. Enfrentarse a la página en blanco
y escribir, diariamente, durante años. El escribir literatura, para mí no ha
significado abandonar el trabajo que representa la redacción, corrección y
publicación de manuscritos de carácter científico, de trabajos de
investigación. Indudablemente que pueden establecerse paralelismos y puntos de
contacto entre el oficio de escribir ciencia y literatura, pero hoy quiero
crear un hiato, una división formal entre estas dos maneras de escribir. Lo
hago exprofeso. Pienso que escribir literatura es otra cosa, es algo totalmente
diferente a esa pasión por la verdad que implica el ejercicio de nuestra mi
especialidad. Don Pío Baroja, quien también era médico señaló una vez: “Soy un aficionado a la Biología;
naturalmente sin un rigor completo, porque en literatura, el rigor científico
no puede existir”.
Escribir
novelas es un reto a la imaginación, es un querer ser invencionero y escribidor
de todas las cosas que asedian los muros de nuestra conciencia. Pienso que este
proceso de escribir novelas, en mi propia aunque modesta experiencia, debe
tener un significado importante en mi vida y pienso que el tratar de
explicárselo a ustedes, tal vez me ayude a comprenderlo mejor. Así, al hablar
sobre estas cosas, sobre el proceso de creación en la narrativa, ayudará sin
duda a comprender mejor las razones de cada cual tenga para escribir…
Las novelas,
como los cuentos, son ejemplos de narrativa en prosa. Debo decirles que,
escribir cuentos, bien logrados, para mí, es algo muy difícil. El cuento, real
o imaginario tiene un comienzo, un meollo y un final y como todos saben es
mucho más breve que la novela. Escribir un cuento brillantemente, siento que es
una verdadera proeza. La novela es diferente. Sin duda alguna, es uno de los
géneros más sensibles y más complejos de la literatura. “Multiforme y proteica” decía Don Pio Baroja, “la novela lo abarca todo”. Podría definirse la novela como la vida
reinventada. Escribir una novela puede parecerse a componer música. La novela
debe poseer un tono y un ritmo y el instrumento de cada obra, no es otro que el
lenguaje.
Pero no
quisiera teorizar más, pues les dije, les prometí, que iba a hablarles de mis
vivencias y eso es lo que trataré de hacer. Comencé a escribir relatos
inventados cuando era niño. En aquel entonces, es bueno decirlo, leía bastante.
Entre los 10 y los 16 años escribí muchas cosas y si no fuese porque aún guardo
algunas poesías, cuentos y esbozos de novelas de esa época, les juro que ahora
creería que todo fue un invento o que me traiciona mi imaginación. Puedo verme,
en mi casa, en Maracaibo, sentado, muy joven, leyendo a “Valle Verde” y “Alegre”
de Hugo Wast, a “Miguel Strogoff” de
Verne y “El último de los Mohicanos”
de Fenimore Cooper, o “Los verdes años” y “La ciudadela” de AJ Cronin, releyendo a “David Coperfield” y “Oliver
Twist” de Dickens, y puedo asegurarles que en esos años, me ilusionaba
pensando en que cuando fuese grande, sería escritor.
Después se me
pasó todo aquello. La Medicina, la Patología y la investigación sobre la
ultraestructura y los virus, absorbieron mi espíritu durante muchos años, creo
que hasta el fanatismo. Quisiera ser breve para poder contarles cómo, en 1983, a los cuarenta y tres
años, me supe hipertenso y calculé como el espesor de mi ventrículo izquierdo
sería inversamente proporcional a la vida que me restaba y, en ese momento,
sentí que una de las cosas más lamentables para mí, sería el que nadie se
enterara de tantísimas vivencias sobre una ardua lucha, que había librado
durante siete años en mi propia tierra, tratando de hacer investigación. En
aquella época, estuve al frente de un microscopio electrónico sin lograr
convencer a los patólogos de mi terruño, de que valía la pena dedicarse a esos
menesteres.
Durante una
semana de darle vueltas a la idea en mi cabeza, decidí que la mejor manera de
relatar estos hechos, sería “echando un cuento”… Tal vez crear una novela, al
fin y al cabo, todo iba a parecer producto de una calenturienta imaginación, ya
que todo cuanto había acontecido en aquellos años, entre los sesenta y los
setenta, era, ¡increíblemente surrealista! Así comencé a escribir y a escribir
y así nació “La Entropía Tropical”.
Cuando decidí escribir mi primera novela, no sabía que cosa estaba escribiendo;
no sabía si era un relato autobiográfico, o una jerigonza apocalíptica (así la
denominaba), mientras intentaba relatar cosas que me ocurrieron durante 8 años
en mi tierra al regresar de 4 años de especialización en unas tierras heladas y
de cómo estuve luchando por tratar de hacer investigación científica…
Así se fue
fraguando “La Entropía Tropical”, un
monstruo de casi 400 páginas llenas de personajes, con nombres diferentes a los
reales, intertextualizado, lúdico, fragmentario, con una historia mesopotámica
intercalada, de la cual no era muy difícil deducir que parangonaba a mi tierra
natal con Babilonia. Cuando creí terminarlo, acudí a gente tan seria como el
doctor Ildemaro Torres, quien era el director de Cultura de la UCV, o la
Licenciada Mariela Sánchez Urdaneta y unos años más tarde, le di a leer “La
Entropía...” al escritor Eduardo Liendo; ellos me hicieron creer que aquello
que había escrito, era, una novela. Así fue cómo después de eso, me dediqué a
escribir y a escribir y luego a releer cuartillas para corregirlas y desde
entonces he tratado de concienciar algo que dijera no sé quién, “el compromiso primordial del escritor es,
escribir”.
En 1986 y ya
dándole los últimos toques a “La
Entropía Tropical”, me metí de lleno en un proyecto acariciado desde hacía
varios años. Quería escribir una novela sobre Rafael Rangel, y deseaba usar al
presidente Cipriano Castro como contrafigura. Habría de ser una novela que
transcurriera durante los tres últimos años de la dictadura castrista, la cual
culminaría con la peste bubónica en La Guaira, el suicidio de Rangel y el
exilio para siempre de Cipriano Castro. Esos tres años de sucesos a comienzos
de este siglo debían ir corriendo paralelos a varias historias vivenciadas en
los treinta años de nuestro sistema democrático. Después de cuatro años de
escribir y corregir “La Peste Loca”
se me había transformado en un hipertrófico manuscrito de más de 700 páginas.
Acepté entonces
los sabios consejos de quienes me explicaron la imposibilidad para un autor desconocido,
de publicar algo tan voluminoso, así que decidí separar la historia del pasado
con Rangel y Castro, de la del presente en el marco del período democrático, y
nacieron entre 1989 y en 1990 “La peste
loca” y “Bajo la sombra de los uveros”,
que después titularía como “El movedizo
encaje de los uveros”. Ambas novelas, con la “La Entropía Tropical”, permanecen inéditas. La Secretaría de
Cultura de la Gobernación del Estado Zulia ha aceptado para publicación a “La Peste loca”, y actualmente está en
la imprenta. Creí que nadie se atrevería a publicarla... Les aseguro que
levantará un polvero. Esperaremos, tal vez antes de noviembre de este año
1997...
En realidad,
más que contarles sobre el contenido de mis novelas, yo quería hablarles sobre
el oficio de escribir y relatarles cómo fue que caí en la trampa de las letras.
En una de mis novelas más recientes “Escribir
en La Habana”, uno de los personajes, interesado en la literatura dice: “En
eso de escribir, lo más importante es querer hacerlo. Sentarse a escribir.
Claro está que no es ir escribiendo allí lo que a cada cual se le ocurra.
Sartre decía que en la literatura, el asunto no es decir las cosas, sino
decirlas de cierta manera. Pienso que en el lenguaje que usa el escritor reside
el éxito de su obra. No es solo el fondo del cuento, el secreto está en el
tratamiento de excelencia que se le dé a las letras, porque el tema, bueno ya
probablemente todo está dicho. Hay una cita, creo que de Goethe sobre eso de
que no hay nada que no se haya escrito, lo difícil es decir las cosas por
segunda vez”.
Uno de los
aspectos singulares de la escritura literaria como oficio, es que es una
especie de tarea que implica leer y releer lo escrito hasta lograr el tono y el
ritmo adecuados a la acción. No creo que la creación literaria pueda ser vista
como un proceso sencillo. Un artículo para un periódico, podría tal vez
escribirse naturalmente, con un espontaneo desenfado, pero el fenómeno de la
literatura, les aseguro que exige mucho más.
En 1853, Gustave Flaubert se refirió en varias cartas al oficio de
escribir. Él hablaba sobre la creación de su gran novela “Madame Bovary”. En ella, según cuenta Flaubert, el escribir tan
solo treinta páginas de un episodio, le llevó más de tres meses para lograr,
según sus propias palabras “tratar de trasladar los valores de una
sinfonía a la literatura”. Julio Cortázar dijo sobre su breve relato “Continuidad de los parques”...“Ese
lo he escrito quince veces y todavía no estoy satisfecho. Creo que le faltan
aún elementos de ritmo y de tensión para que pueda llegar a ser diminutamente
perfecto”.
Luego de pasar
varios años asistiendo a Talleres de Narrativa del CONAC dirigidos por Eduardo
Liendo, aprendí muchas cosas sobre los escritores y su trabajo como oficio;
mucho de lo que les estoy comentándoles hoy es fruto de esos talleres. Sin
lugar a dudas, si algo es crucial en el oficio de escribir, es hacerlo desde el
fondo de cada quien; lograrlo desnudando el alma, sin afanes de pedagogía, sin
ideales políticos, sin proclamas reformistas, sin ser rebasado por lo
sociológico o por sus propios conflictos y esto es difícil, es muy complejo,
porque además de las vivencias de cada quien, existe lo que cada escritor haya
ido incorporando a su intelecto como lector de muchos autores.
El escritor
puede ser un testigo de su tiempo, o puede bucear investigando en otras épocas,
pero es factible que él mismo se transforme en un espejo de todo lo aprendido y
como dice Eduardo Liendo citando a Federico Amiel, resulta que todos no somos
más que “copia de copias reflejo de reflejos”. Por ello, debe el
escritor evitar transformarse en exégeta de admirados literatos. En realidad un
autor puede ser muchos autores a la vez y cada cual debe buscar su estilo, el
cual vendrá dado por el tono y el ritmo de las palabras. El uso polifónico del
lenguaje como instrumento, es desde los tiempos de don Alonso Quijano creado
por Miguel de Cervantes, un hermoso proceso que se produce en la mente del
escritor y que se plasma en palabras, mientras él trata de reinventar
realidades sobre la vida misma. Bien lo dijo Kundera al afirmar “el
novelista solo tiene que rendir cuentas a Cervantes”. Por otra parte,
parafraseando a Oswaldo Trejo, es importante señalar que “lo menos que se le puede pedir a un escritor es que escriba bien”.
Evidentemente
hay que cuidar la ortografía, la sintaxis y la prosodia. El estilo puede ser
hiperbólico como el barroco, puede ser desmesurado como los textos de Lezama
Lima o de Sarduy, puede ser de una erudición apabullante cual “Palinuro” de Fernando del Paso, o como
a veces pareciera querer impresionarnos nuestro Denzil Romero, pero en
ocasiones, más importante que una copiosa erudición, densa como la de “Terra Nostra” de Fuentes, puede
resultar la economía de los medios de expresión, en ella puede residir el
secreto de la difícil sencillez que nos legara Tolstoi, o la diáfana claridad
de Borges quien sin circunloquios verbales siempre nos demostró que no es lo
mismo ser simple que sencillo. Un lenguaje críptico, con frecuencia entorpece la
lectura, el lenguaje debe ser claro y preciso. Al escribir, ¡cuán problemático
puede en ocasiones ser lo obvio! Es impresionante como los lugares comunes
pueden degradar considerablemente un texto literario, no obstante, pueden ser
usados como muletillas por el autor o buscando exagerar situaciones. Los
riesgos que se corren al escribir, son numerosos y como le escuchara comentar a
Eduardo Liendo, puede citarse a Santa Teresa como ejemplo, por aquello que, “de
buenas intenciones está empedrado el camino del infierno”.
(Mañana compartiré con Uds, una
segunda parte de este ejercicio retórico del año 97)
Mississauga, Ontario, vecindario de Toronto en Canadá, el martes 25 de
Junio, 2019.
1 comentario:
General.
Me encanta conocer de esos inicios precoces y de su capacidad y tenacidad científica y literaria.
Me identifico con algunas de sus consideraciones y lo admiro como Buzz Lightyear....(hasta el infinito y más allá)
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