El aprendizaje de la escritura… (II)
Cuando terminé el 5to año de bachillerato
en el Liceo Baralt, luego pasé a nuestra Universidad del Zulia, donde estudié
Medicina entre los 16 y los 21 años para graduarme de médico-cirujano en LUZ el
año 1963. Me fui becado a especializarme en Norteamérica. Luego, todo aquello
de la literatura pareció nublarse en mi mente; por eso estoy “echando este
cuento”... La Medicina, la patología y la investigación sobre la
ultraestructura, los tumores y los virus, absorbieron mi mente y espíritu
durante muchos años, creo que hasta un grado de fanatismo extremo. Después de
cuatro años de pasar fríos
inviernos y aprender muchas cosas, regresé a mi ciudad natal y trabajé en el
Sanatorio Antituberculoso donde estuve directamente vinculado al genial doctor
Pedro Iturbe, quien lograría un microscopio electrónico y de la mano del doctor
Fernández Morán me conduciría para instalar un laboratorio que en siete
fructíferos años llegaría a publicar más de 25 trabajos de investigación en
revistas indexadas. Aquella fue una etapa decisiva en mi carrera como
investigador pero lamento tener que señalar que la literatura permanecía para
mí en una especie de limbo.
En 1975, me vi obligado, digamos que por razones
personales, a abandonar el productivo laboratorio creado en mi tierra para irme
a la capital del país. En una de mis novelas, “La Entropía Tropical”, me refiero entre otras cosas a la situación
que determinó mi prolongado exilio… Nuestro poeta Idelfonso Vásquez, “el
príncipe del soneto”, quien era médico y también tuvo que exilarse, escribió
algo que aproveché para plasmarlo en mi novela: “Adiós, adiós, inculto paraíso do
el goce halló mi juventud dichosa! …hoy
otro campo más estéril piso por otra
senda voy más enojosa. Cruzo el
triste sendero de la ausencia, trillo el árido campo de la ciencia.” Durante
más de 25 años estuve trabajando en un Instituto de la UCV formador de
patólogos. Me tocó dirigirlo durante más de 12 años mientras me mantuve al
frente de un laboratorio de investigación, inventando lo que denominamos la
patología ultraestructural y produciendo más de un centenar de publicaciones.
Iniciándose la década de los ochenta, con cinco hijos creciendo debí comenzar a
re estudiar el bachillerato, y fue, ayudándoles, como regresaría a la
literatura...
Reincidí en mi pasión por la lectura y hube de entrar
en contacto con la escritura del Gabo y sus cien años de soledad, de Vargas
Llosa y los perros de su ciudad, y después, tras leer La Muerte de Artemio Cruz
me entusiasmé con Carlos Fuentes, y luego, Rayuela, y detrás de Cortázar
llegarían Borges y Rulfo, Cabrera Infante y Arguedas, Asturias y Donoso, y así
regresé a la literatura, especialmente a la de Latinoamérica, que además, en
aquellos días estaba haciendo, ¡boom! En ese entonces, a comienzos de los
80, me supe hipertenso y al creer que
estaba gravemente enfermo, recordaba mi historia de los 7 años en Maracaibo
intentando hacer investigación sin ser aceptado por mis colegas, y veía que
aquella situación nadie habría de conocerla, y eso me dolía, por lo que pensé
que debería escribirla. Creo que es cierto lo que
dice Eduardo Liendo, de que el mayor desafío del escritor “es vencer a la muerte con el filo de la palabra”. Quizás con un
deseo larvado de trascender, escribí un manuscrito que por su nombre resumido
alguna gente confundía con el extraterrestre i-ti, porque en la portada decía
ET, las siglas de La Entropía Tropical.
Expresión, que le escuché al Dr Humberto Fernández Morán quien lo decía
para describirme ese desorden tropical que nos caracteriza. El manuscrito de
ET, estaba escrito parcialmente en maracucho, me decían que tenía “malas
palabras”, y ¡me querían acentuar las esdrújulas!, por lo que cuando intenté
publicarlo, fue varias veces rechazado. Esperé 20 años, desde 1983 hasta el año
2003 cuando aprovechando que un compañero de promoción era el Rector de LUZ, me
editaron la novela “La Entropía Tropical”, en Ediluz.
Inicialmente me convencieron de que ET en su
manuscrito, era una novela, por lo que había decidido seguir escribiendo, de
manera que luego de trágicas y muy tristes contingencias personales, en 1998,
tuve que jubilarme en la UCV. Para ese entonces ya había escrito, casi cinco
novelas. “Escribir en La Habana” galardonada
en la Bienal José Rafael Pocaterra 1994 del estado Carabobo, “La Peste Loca” que la editó la Secretaría
de Cultura de la Gobernación del Estado Zulia, “Para subir al cielo…” galardonada en la bienal Elías David Curiel
1997 del Estado Facón, y “El movedizo
encaje de los uveros”. Cuando regresé a Maracaibo en 2005 y logré que me
publicaran “La Entropía Tropical”,
luego publicaría tres novelas más, “Ratones
desnudos”, “El año de la lepra”, y la última ya en el 2015, sobre un
personaje histórico del siglo XVI, “Vesalio
el anatomista”.
Escribo en español, y me gusta saber que así lo
hago, pues mis novelas son prácticamente todas sobre mi gente. Un tema presente
en la mayoría de ellas es la investigación científica y sus dificultades. Por
eso he dicho, que yo escribo sobre lo que mejor conozco. También he afirmado
que escribo como zuliano. Siento que la lectura de mis novelas puede ser
comprensible por españoles e hispanoamericanos, ya que es el mismo idioma que usan
en la península Ibérica, en Canarias y en cualquier nación de nuestra América,
con todo y esa diversidad cultural que caracteriza a nuestros pueblos, desde el
Río Grande hasta la Patagonia. El idioma
español o castellano, nacido como una lengua romance
del grupo ibérico, es la segunda lengua del mundo por el número de personas que
la tienen como su idioma
materno, con 420 millones de hablantes nativos. Esta
razón, me parece que debe valer
para apreciar más, defender y preservar nuestro lenguaje. Tenemos que darle
apoyo a nuestra creación literaria, pues una cosa es muy cierta: al perder la
palabra se pierde la memoria.
(Fin de la parte II)
Mississauga,
Ontario, 20 de marzo, 2019
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