Silda
Cordoliani escribió sobre José Balza -quien en estos días cumplió 85 años- un
hermoso artículo titulado “El escritor enamorado de la luz” y me he atrevido, o he intentado, hacer
una síntesis del mismo, para este mi blog, lapesteloca,
con el debido respeto a su autora al modificar la transcripción de variados
fragmentos de su publicación original.
José Balza una vez tuvo ocho años, y ya
para entonces las aventuras de Oliver Twist o Scaramouche habían hecho su
efecto: lo literario había creado “como
un prestigio abstracto de un mundo que desconocía”. La importancia de la aparición
de la radio en la vida de aquel niño (para entonces con once años) fue tal que
muchos años después habría de convertirse en la columna vertical de su
cuarta novela ( “D” ).
Balza diría que su inclinación hacia
los libros y la música “hizo que el mundo
lleno de soberbia de la naturaleza palideciera”, y ese niño, que
sentado en un barranco frente al río, en la novela “Medianoche en
video: 1/5”, se imaginaba una fiesta en un barco, había sido dotado por
algún extraño dios de los confines del Delta del Orinoco de una sensibilidad
particular. “No existe el arte, existen los artistas”.
Por eso, diría el propio Balza: “Podríamos pensar en los dramaturgos griegos, cuya creación hilaba
simultáneamente la forma verbal, o
podríamos aludir a Leonardo: dibujante,
pintor, diseñador, escritor, político discreto, inventor. Su genio —aunque aborde áreas diferentes—
converge hacia una misma dimensión. “El gran arte, la soberana magnitud de las
revelaciones sociales y estéticas”, como dijera Julio
Ortega en “José
Balza: La escritura como ejercicio de la imaginación”.
Entre los escritores sobran ejemplos: desde William Blake en
quien gráfica y literatura se complementan, hasta el Kafka que dibuja escenas
de sus novelas. En 2015 la Sala Mendoza de la Universidad Metropolitana
inauguraba una exposición de la gran cantidad de dibujos que atesoraba José Balza en una serie de
cuadernos de diferentes formatos. Lo hecho en el caballete, en cambio, se debe de haber perdido para
siempre. Esas muchas aristas vinculantes con el arte: obsesión por la música, exactos
dibujos y luminosas acuarelas y, en la adolescencia, ejercicios de pintor en un
caballete armado en el zaguán de la casa…
Cuenta Balza que sus primeras
“creaciones” no fueron cuentos ni dibujos. Con-el barro del barranco-, daba forma a unos pequeños animales, las figuritas ocres secadas al sol pasaron
a convertirse en níveos conejitos, protagonistas seguramente, de unas cuantas
historias en la cabeza de su creador. Con diecisiete años abandona la famosa aldea, de su obra narrativa, para
establecerse en Caracas. Durante
esos años de formación inicia una extensa novela que nunca vio la luz, pero que no se perdió del todo y surgió el relato más largo de su
narrativa breve, que es “Alexis, el frecuente”, cuyo personaje Praxíteles el
escultor de la Grecia clásica por excelencia, y su interlocutor, Alexis, retomarán su conversación al inicio
de “Setecientas palmeras
plantadas en el mismo lugar”, la novela que Balza publicaría
en 1974.
“Todos sus niveles textuales están
permeados por una textura estallante de color, de forma, de sonido, provocando una experiencia plástica y
sensorial en el ojo que la persigue”, así lo afirmaría acertadamente Carlos
Noguera en “La convergencia múltiple”. En 1983, Balza escribe uno de los más sagaces ensayos, sobre el pintor de El Castillete, “Reverón traspasó la barrera
cromática y destruyó el arcoíris y el prisma, alcanzando en el blanco, con el
blanco y por el blanco, todo el resumen de lo que podía decirse sobre el color”.
La luz (o su ausencia) ocupa un lugar fundamental en la narrativa
de Balza, a veces de una manera evidente, como en “La sombra de oro” o en “Las dos” filtrándose
en los intersticios del relato para crear atmósferas subyugantes y casi
palpables, porque la evocación del resplandor consigue, en efecto, iluminar
esa emoción donde debe detenerse el
lector. En este escritor que una vez quiso ser pintor, los efectos y cualidades
de la luz sobrepasan su presencia constante para arropar a toda una propuesta literaria
donde los contornos se desvanecen.
Ya se ha dicho, que Alejandro Otero y Jesús Soto ocupan un lugar
relevante en la obra ensayística de José Balza. Famosas son las ocho páginas
que les dedica en “D”. Con evidentes visos autobiográficos,
la visita a Alejandro Otero de la mano de Aromaia, da lugar a un resumido, pero
agudo recorrido por la obra (y también vida) de ambos artistas plásticos. La transición a Soto y su obra, sondeada asimismo en sus diferentes
etapas por el narrador, se realiza a partir de esa recurrente alquimia donde
los personajes se funden y confunden para terminar mostrándose como las dos
caras de Jano.
El primer libro de relatos publicado por José Balza en 1969 se tituló Ejercicios
narrativos. en 1986 decide dar
una pequeña vuelta de tuerca y subtitula la colección de cuentos reunidos
en La mujer de espaldas, son sus “ejercicios holográficos”. Existe una
“atmósfera lumínica” que se respira en la mayor parte de ellos, no en
vano el libro se inicia con “La
sombra de oro”. Dice Julio Ortega que “el lenguaje de Balza es una suerte de lección de las artes; viene de
la música tanto como de la pintura”
Afirmar que leer a Balza puede equivaler muchas veces a una
experiencia semejante al recorrido de la mirada sobre un cuadro pleno de detalles
no encierra ninguna exageración. No vamos a ver figurar en
sus cuentos y novelas los nombres de pintores admirados, pero tal vez es
posible reconocer a William Turner en sus fulgores (el “pintor de la luz”, como
nuestro Reverón), a Antoine Watteau en sus frondas y riqueza de matices
cromáticos o a Rembrandt en sus constantes claroscuros.
“El saludo del árbol” nos lleva a preguntarnos dónde están los
límites entre el arte y la realidad o, si se prefiere, ¿en qué punto exacto se
confunden? No menos sucede con “Dilución”, escrito en 2003, cuando los
estragos de un nuevo régimen comenzaban a hacer mella y a crear profundas
grietas en la sociedad venezolana, este cuento, que puede ser visto como una
historia presagiada por la pintura, es a su vez presagio literario de lo que
aún estaba por venir en Venezuela.
Que “José Balza ha escrito algunos de los textos más brillantes
que hayan concebido en el castellano de estas tierras” es un hecho conocido.
Tal vez lo que se ignore es que ellos son producto de “una incesante
contemplación de lo visible, y lo visible se ha ido destilando en la mano que
lo escribe y lo enmudece de su viva voz, haciéndose, con palabras, también
dibujos, imágenes, reflejos, palimpsestos…”, esto bien lo dice Pérez-Oramas en
el catálogo que acompañó a la primera exposición de Balza.
Tuve la fortuna de haber sido un
asiduo lector de las novelas de José Balza (Tucupita
1939) desde su primera su primera novela, Marzo anterior (1965), a Medianoche en vídeo: 1/5 (1988). Balza ha sido ensayista,
editor, narrador y crítico, todo esto como afluentes de un mismo río que busca
y encuentra su desenlace natural en el vasto mar de las historias y las
narraciones… Fue profesor de la Universidad
Central de Venezuela y de la Universidad Católica Andrés Bello.
Recibió el Premio Nacional de Literatura en
1991. Balza califica a el conjunto de su obra como "ejercicios
narrativos", como si se tratara de un aprendizaje continuo y sin
fin. Paralelamente a su obra literaria, Balza no ha dejado nunca de
escribir ensayos críticos. La labor de rescate de autores venezolanos poco
apreciados o valorados en su juventud es uno de los tesoros que ha legado a la
crítica y a los lectores venezolanos.
Silda Cordoliani (Ciudad Bolívar, Venezuela, 1953) es cuentista, ensayista, y
editora, estudió Letras en la Universidad Central de Venezuela,
con estudios de postgrado en cine y literatura en la Universidad de Barcelona.
Fue gerente editorial de Monte Ávila Editores. Su
inclusión en la antología Vindictas: cuentistas
latinoamericanas (Madrid, 2020) confirma su lugar en el panorama narrativo
actual. Relatos suyos han aparecido en antologías dentro y fuera de Venezuela,
y han sido traducidos al inglés, francés y esloveno. Esta sinopsis sobre José
Balza es una muestra de su sensibilidad artística.
En Maracaibo, el jueves 26 de diciembre del año
2024
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