Primer retazo
“Sentado frente a las cuartillas, otra vez en la penumbra de mi habitación encendí la lámpara. Salí de la cama y me acerqué a la mesita cavilando. Pensé en Natasha de quien casi no he escrito nada todavía y luego me imaginé ante la figura de Anabella quien plácidamente duerme en la planta baja de esta mansión protocolar.
Hace un momento, envuelto aún entre las sábanas, estaba recapitulando mis recientes experiencias en la fiesta, con música de la pequeña pero sonora orquesta de charanga, cuando sentí el frescor del agua. Me desplazaba raudo, yo sumergido como un Tarzán Weismuller en un clásico crawell australiano, pensaba en la lejana Escarpa Mutia.
Siempre presente, mi puñal al cinto, tenerlo a mano porsiacaso para cualquier artero cocodrilo. Bajo el agua, glublublu, podía escuchar los monos chillando allá arriba entre las ramas y la Chita haciendo sus cabriolas y berreando en la orilla. Entretanto yo burbujeaba blublublu, y ella brincaba haciendo morisquetas. Iba ascendiendo, nadaba hacia la superficie braceando a un lado y al otro, ya divisaba el techo reluciente, espejo fulgurante, las burbujas brotaban por mi nariz y las largaba por la boca hasta que finalmente lo astillé en mil pedazos.
Tomé aire y me vi bajo un cielo límpido. Estaba bañado por húmedos fragmentos de luz, chorreando y salpicando en derredor. De pie frente al espejo irisado. Ante la resma de papel, sentado. El espejo ovalado geográficamente pringado de cinabrio, dejaba ver mi figura reflejada de espaldas y de frente, estaba yo multiplicado al infinito, inexorablemente.
La visión del pasillo compactado de florecillas grises me perseguía. Yo miraba las hojas en blanco y logarítmicamente los espejos urdían copias y copias. Era un ser desdoblado en imágenes. Transformado, quizás, ¿cómo La Habana misma? Caleidoscopio de palabras volteadas. Lo pasado y el presente, imagen en espejo. ¿Lo verdadero y lo falso? ¿Sueño o quizás, realidad? Son las letras me dije...”
Segundo retazo
“Así pagamos y nos fuimos del bar y a la salida del hotel en un destartalado Volkswagen (automóvil que yo creí era el escarabajo alemán pero luego supe era una imitación soviética), estaban dos negritos. Lo digo en diminutivo porque me parecieron bastante jóvenes y uno era esmirriado y el otro quizás más corpulento.
Ambos completaban un dúo, (complementario a cuarteto si nos sumábamos nosotros dos), negros como la noche misma y en su jerga habanera nos asediaron con preguntas, con proposiciones, con ofertas y claro, ante Eduardo en su corpulenta humanidad y su jocoso espíritu, (eso que nosotros llamamos una echadera de vaina o tomadera de pelo permanente), muy pronto estábamos en sintonía (no era la permanente lo que tenían en la cabeza nuestros tintos amigos, era natural), muy pronto nos hicimos panas (una burda panadería!).
¿Cómo no hacer amistad con un tipo como Eduardo Imaz? Entre sus risotadas y una botella de ron de cientoquince grados (ocoró lo llamaron ellos), salimos en el Volkswagennoff supuestamente con la intención de regresar al hotel Presidente, pero pocas cuadras después ya estábamos en una conversación sobre la religión, la discriminación racial, el dinero, el poder de los Orishás y su influencia en lo que va a ocurrir con la revolución cubana.
Ellos nos hablaron sobre Fidel con sus palomas en la cabeza y yo traje a la palestra nada menos que a María Lionza e inventé unas historias sobre neblinosas montañas allá lejos en Sorte, temas que resultaban fascinantes para Eduardo, un vasco de Donostia metido en el trópico pintoresco lleno de magia y de sabor.
Así surgió la idea loca de irnos a un sitio de música algo fina, de categoría, (eso nos decían nuestros guías) una de esas buats (¿o boites?), donde quien está al frente de la orquesta (pueden jurarlo) siempre resulta ser un famoso compositor de cientos de boleros muy conocidos.
Terminamos, gracias a la charla impenitente de nuestros amigos y a la malsana curiosidad de Eduardo (y de mí, ni se diga, estimulando todas sus propuestas) rodando calle tras calle hasta detenernos al final ante una casa (ni sé en qué rumbo estábamos, pienso que, en el barrio de Regla, era un caserío oscuro cerca del puerto), con una apariencia externa fantasmagórica. Estábamos en el sitio donde un faculto (un babalao nos dijeron nuestros amigos), nos señalaría la verdad sobre los designios de los Orishás”.
Hasta aquí los “dos retazos”: siempre teniendo presente que “retazo” puede ser un pedazo de una tela, un recorte o sobrante, un “pedazo” que puede ser un fragmento “de cualquier cosa”, lo cual, no obstante, puede incluir también una parte, o un detalle, de un discurso... En este caso, están aquí para recordar textos de una novela…
En este articulo para el blog lapesteloca, he reunido dos muy breves textos tomados al azar de mi novela “Escribir en La Habana”, la que fuera premiada en la Bienal de Literatura José Rafael Pocaterra del año 1994, en Valencia, Estado Carabobo. Hacer este ejercicio, ha sido simplemente “un divertimento literario”, llamémoslo así, con la decidida intención de rememorar algo de aquellos mis primeros intentos de surgir como escritor de literatura, redactando cosas que no estaban relacionada con el ejercicio de la investigación en Anatomía Patológica.
En vista de que han transcurrido 30 largos años desde aquel evento, y a pesar de que existen 3 ediciones de la novela (1-Fundación Gipuzkoa Eds,-1974; 2-ARS Grafica, Maracaaibo 1978, y 3-Cabildo de Fuerteventura-Canarias 2011 (una edición especial con 812 pie de páginas), los avances de la tecnología actual imponen para los futuros lectores, otra oportunidad. Espero que esto sea posible a través de Amazon- Me ha entusiasmado la idea de divulgar una 4ta edición de la novela en esta plataforma que lamentablemente en la actualidad es solo accesible para quienes están afuera de los límites geográficos de Venezuela.
Oportunamente y a través de este blog confio en que les mantendré informados a quienes estén interesados en estos temas de lectura y literatura…
Atentamente:
JGT
En Maracaibo, el lunes 15 de abril del año 2024
No hay comentarios:
Publicar un comentario