sábado, 18 de febrero de 2023

Asunthemot (4)


Cuando las sacerdotisas del templo de Ur se percataron de la ausencia de Astaned la buscaron afanosamente y con gran preocupación pues ya el sumo sacerdote había puesto en ella sus ojos con especial beneplácito. Los siervos y varias mujeres del templo trajeron de vuelta a la joven casi una semana después en un taciturno y lamentable estado, por lo que fue trasladada a las cámaras más profundas del santuario de la diosa Ishtar para ungirla con aceites y mirra, para bañarla en las fuentes purificadoras y exponer en las noches a la luz de la luna su oleosa piel cubierta con polvillo de antimonio y perfumadas esencias provenientes de los más apartados rincones del mundo. Sus labios no se abrieron para nadie y sus ojos de malaquita nunca cesaron de llorar.

Así transcurrieron muchas noches hasta que no se pudo inventar una excusa más ante el sumo sacerdote y la jovencita fue presentada frente a él, y Asunthemoth quien solo la había visto de lejos, instantáneamente quedó prendado de su extraña nostálgica belleza. Desde ese momento el sacerdote tomó la firme determinación de contraer matrimonio con ella, a sabiendas que eso significaría una pugna con el otro mundo, el del más allá. No se doblegó el hombre religioso ante los códices, tal era su deslumbramiento por la jovencita del llanto triste, pues él estaba convencido de haber hallado en ella la reencarnación de la diosa Ishtar e insistía en que no cejaría en su empeño hasta respirar a toda hora el mismo aire que rodeaba a la hermosa Astaned.

Revisó Asunthemoth el código de Hamurabi, y aquel hombre dedicado desde su infancia a servir a sus dioses prefirió olvidarse de todo y se liberó de sus votos, más demostró que escrito estaba como las sacerdotisas podían casarse siempre y cuando no tuviesen descendencia. Grande fue el asombro del sumo sacerdote al comprobar poco tiempo después que su ya apaciguada y hermosa esposa iba a ser madre, pues él mejor que nadie sabía cuáles eran las leyes. Desesperado aceptó el hecho cruel de que tendría que renunciar a ella si su mujer realmente amenazaba con darle un hijo. El estricto, fiel, y siempre recto religioso, apartó entonces a su esposa de la vista de todos los hombres y mujeres del templo, la escondió en las más secretas y confortables cámaras del palacio y esperó el momento del parto.

Y hete aquí que nacieron dos hijos de una sola vez, uno blanco como la leche con los ojos de un verde profundo como los de su madre y el otro moreno con las mismas facciones, pero con los ojos negros como las alas de los cuervos. Y el sumo sacerdote se sintió feliz porque tenía dos hijos que habrían de sucederle en su ya avanzada vida y sintió una inmediata preferencia por el niño de piel más clara y lo llamó Nabonido y ofrendó a los dioses para que hicieran de él un hombre justo, sabio y afortunado.

Zedequias… El año 858 antes de Cristo, las tropas del faraón invadieron las tierras de Judá y sitiaron la ciudad santa. Mas hete aquí que Psamético III no fue generoso con los habitantes de Jerusalem como otrora lo fuera el gran Nabucodonosor. El asedio de la ciudad de Yavé fue prolongado y sus consecuencias terribles. 

Las madres se comían a sus hijos y los hombres luchaban por devorar las entrañas de los que fallecían. Por una brecha abierta en la pared, escapó el rey que dejaran los babilonios en el poder y finalmente Jerusalem caería en manos de los egipcios. Zedequias huyó a través del desierto, y pronto lo supo su rey Nabucodonosor quien lo esperaba impaciente. Transcurrió un largo mes y al tenerlo ante él, en presencia de todos, con sus propias manos le sacó los ojos y lo envió hasta Babel cargado de cadenas.

Nabonido: Con el correr de los años, el sumo sacerdote del templo de Marduck, el adusto Asunthemoth, fue viendo cómo iba creciendo a su lado Nabonido, el hijo de sus desvelos. Crecía también su hermano, el moreno Azurlazar quien prefería los deportes, la compañía de los pastores y las rudas faenas del campo. Aunque ninguno se parecía físicamente a su padre, Nabonido sentía haber heredado el amor de su padre por las ciencias y la religión. El pálido adolescente tenía un carácter huraño y acostumbraba a pasar largas horas sumido en hondas meditaciones, o escribía incansablemente, también solía entristecer durante días enteros pensando en su madre a quien se sentía muy unido a pesar de que ella había fallecido cuando él era solo un niño. Estudioso de la astronomía, Nabonido era capaz de sostener discusiones con sus maestros expresando originales teorías que con frecuencia escandalizaban a los religiosos. Interesado por la Arqueología, dedicaba horas al estudio del origen de las más diversas expresiones culturales de sus coterráneos, comparando a las tribus caldeas, con los asirios, los aremeos y con la escasa información acumulada sobre los nómadas del desierto.

Fruto de profundas cavilaciones eran algunas de sus aseveraciones sobre estos temas. En ocasiones Nabonido se iba al campo y se reunía con su hermano a quien quería entrañablemente y de quien admiraba la destreza en el manejo de las armas, envidiando su cuerpo atlético, fuerte y corpulento. Con Azurlazar intentaba en ocasiones el discutir sobre temas religiosos, sobre el significado de los dioses y el futuro de Babilonia ante los principios filosóficos y religiosos que regían el reino. Entonces Nabonido le hablaba a su hermano de visiones, de la importancia de la religión y del poder que de ella derivaba hasta los hombres y como ambos podrían algún día dirigir los destinos de Babilonia.

Anel Marduck… En el año 562 ac, cumplieron veinticinco años de edad Nabonido y Azurlazar. Ambos hermanos se hallaban en una de las posesiones de su padre en las afueras de Babilonia cuando recibieron la infausta noticia sobre la muerte del rey Nabucodonosor. Si honda fue la tristeza del sumo sacerdote Asunthemoth, mayor fue su desilusión al saber que el sucesor sería su hijo Anel Marduck, su público adversario, príncipe a quien el sumo sacerdote no había tenido reparo en tachar de irreverente, derrochador y corrupto, de cínico canalla, considerado por todos los sacerdotes como una verdadera calamidad.

Anel Marduck se jactaba ante su padre de no tener más religión que la que le dictaba su conciencia y por ello, había decidido no acatar los designios de ningún Dios, ni creer en las leyes señaladas por el código de Hammurabi. Grandes festejos comenzaron a prepararse en Babilonia para la coronación del nuevo soberano. El pueblo se alegró con los anuncios del venidero período de jolgorio donde todo estaría permitido y pronto el desenfreno y el libertinaje comenzó a hacer presa de las gentes. Trajeron de Persia, de Lidia y de Egipto las más bellas cortesanas, caravanas venidas de Nubia llegaban a la ciudad con los más hermosos ejemplares de mujeres y de hombres de tersa y brillante piel negra, corrió el vino en torrentes y los poderosos parecieron darle beligerancia al pueblo por cuanto se multiplicaron las casas de placer y llegaban cargamentos de viandas con exóticas frutas y licores y extraños animales acompañados por magos y volatineros y mientras arribaban más y más extranjeros a Babilonia, la ciudad toda parecía hervir en una efervescencia de vicios y de disolutas pasiones, el comercio carnal se trasladaba desde los palaciegos aposentos hasta las más oscuras covachas de la ciudad y era ejercido por quienes poseían las más cuantiosas riquezas, en palacetes hasta las más humildes moradas, donde pobres y miserables, acuchillaban a cualquier potentado arrastrándolo hasta hacerlo desaparecer en las gredosas orillas del Eufrates.

Maracaibo, sábado 18 de febrero, del año 2023

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