-“Si vos queréis que de verdad yo te cuente sobre mi vida y la de Cheo Carloni, te la puedo resumir en dos platos. Todo comenzó antes de que existiera el INP. Inmaginate vos lo que sería el mundo en esos tiempos, cuando yo comencé a trabajar en el Manicomio de esta ciudad. Calculá no más que todavía la gente hablaba del Sabio Brujo que había curado a los locos del hospital psiquiátrico con un bisturí de brillantes con los que él les operaba el coco.
Cheo era un carajito recién graduado, y yo era nada más que una coñita que llegaba de las serranías de San Luis… Yo nací en un pueblito tan metido en las montañas, que lo más cercano que teníamos era La Cruz de Taratara y lo que más recuerdo de los años de mi infancia, es la lluvia y ver bajar la neblina todas las tardes. Pero no te voy a hablar de cosas tristes. Más bien, ¿por qué no te cuento todo desde la época cuando Cheo Carloni regresó de hacer sus cursos en Europa? Como que es mejor.
Te puedo hablar de cuando él se asoció con la negra Dickson, la trinitaria y de cuando se dispuso a echarle bola, a sacar palante su Instituto. Esa fue una época mejor. Por lo menos para él si lo fue, estoy segura. Ya me había casado con el capitán Salazar. ¡Oh mi capitán! Eso le decía yo, que era amiga de leer poemas, y él ni la puta idea tenía de nada de poesía, ¡de Whitman!, ¿de leer libros?, nada de esas cosas, pero era un buen marido, sí, que lo era.
Bueno, te iba a contar que cuando Cheo regresó, me buscó como palito de romero. Él quería contratarme para que yo le dirigiera todo lo que tenía que ver con sus pacientes, sobre todo para que le llevara la consulta externa, pero yo en esa época tenía también mis ocupaciones. Yo, ganaba un buen sueldo, le trabajaba a varias casas de salud, privadas, es decir, era una enfermera bien pagada. Además estaba Eutimio, mi marido, el capitán Salazar, y él me dejaba en libertad plena, puesto que se ausentaba de a cada rato y por largos períodos de tiempo, hasta el punto que llegamos a preocuparnos porque a pesar de que le hacíamos la lucha, él no me preñaba. Yo ya presentía que no podía tener hijos, pero nunca teníamos tiempo ni disposición de ánimo para ir a ver un buen doctor.
Mientras tanto, yo me había dedicado fuertemente a ejercitar mis poderes. Vos sabéis que cuando una sabe que es faculta, es por demás que le saquéis el cuerpo a ese don, porque es como una… ¿Cómo te digo?, es como una vaina de responsabilidad, una ayuda que yo sabía podía prestarle a los demás. No sé si me entenderéis. Bueno, yo me la pasaba íngrima y sola en mi quintica del Nuevo Mundo, y me ganaba mis realitos, pero eran pendejaitas, que si leyendo las cartas y haciendo sanaciones pa los vecinos, ejercitando la clarividencia, vos sabéis, y en eso estaba apareció nuevamente Cheo.
En esos días yo solo tenía como treinta años, ¡te podéis imaginar! Bueno, me convenció y le acepté su propuesta. ¿Cómo iba a rechazar ese lomito? Pero dejame decirte que yo no quise tener nada con él, ¡puro negocio mijo! Además yo estaba al tanto de lo que le estaba pasando; él estaba emperrao con una carajita que se le había metido por los ojos. Ella lo tenía chupaito… Trastornaito estaba el pobre, y yo me dije, pues ¡que se joda! Él le había montado un apartamento de lujo y después le compró una casa por San Francisco, y hasta la madre de ella salió favorecida porque cuando se desligó de su hija, se arrejuntó con un tipo rialúo y se largó a vivir bien lejos. Para nada, porque allí fue cuando a la linda querida de Cheo le cayó encima la mosquita muerta de su prima. Bueno, chico, para hacerte la vaina corta, la estudiante de Medicina se las tiraba de queso duro y no era más que una lambucia y además medio putica.
Yo creo que ella fue la que perdió a su prima, y cuando Cheo comenzó a tirárselas a las dos juntas, te juro por lo que vos queráis, él andaba como loco, como volantín sin rabo. Lo embrujaron fácilmente. Yo que lo vi, con estos dos ojos que se han de comer los gusanos, te puedo garantizar que lo que te digo, es la pura verdad. Bueno, pero ¡Fuera! Cancelado y transmutado está. Acepté el puesto en el INP. Me hice cargo de la consulta, y durante varios largos años le trabajé a la institución como solo yo sé hacerlo, en cuerpo y alma, con devoción.
Te puedo asegurar que fue el esfuerzo mío, por ayudar a Cheo, lo que sirvió para que, cumpliendo sus instrucciones, hiciéramos su santa voluntad y el INP se transformara en lo que fue para la época, el mejor Instituto de Neurología y Psiquiatría del país. Contrataron buenos investigadores, daban clases de psiquiatría, compraron equipos increíbles, hasta la gorda Micaela tenía mística en aquella época, ella era la secretaria del Señor Director y no había caído todavía en la marisquera de la santería. ¡Epa! No es que los yorubas sean bolsas, ¡no!, pero Micaela quería joder a María Antonia Polanco a punta de matar gallinas negras, y de otras estupideces, y esas vainas no son así.
Pero vos ni me entenderéis de lo que te estoy contando. En otra ocasión si queréis podemos hablar de Micaela o de la jefa del ienepé. La jefa era la negra Dickson, es decir, la directora, pero llegó una mujer que terminaría sabiendo todo sobre el INP, supervisando toda vaina, llegaría a saber más del INP que el mismo Cheo Carloni. La Polanco apareció para controlar la vida de todos y para manejar los cobres de la Institución, pero eso se daría con el paso de los años, por eso, ahorita no voy a tocarte ese tema. Además, te digo, para cuando esas cosas pasaron yo ya me había ido, bien lejos de allí.
Más bien dejame que te termine el cuento de los relajos del segundo frente de Cheo en el barrio San Francisco. La zorrita Eurídice, que así se llama la doctorcita, agarró viaje cuando la Minerva salió preñada. Ella ya no era la misma, con la barriga se había dejado engordar y sin que llegara a los treinta años estaba escoñetaita, te lo digo yo que la llegué a ver varias veces. Me imagino que usaba a su prima para que la relevara en la cama. ¡No sé, véis! Así que Cheo tenía en San Francisco su harem particular y yo en El Nuevo Mundo vivía prácticamente sola. Mi capitán de repente no regresó más nunca. Un par de años después, alguien me contó que se había quedado a vivir en Puerto Rico y que se había casado. Yo me imagino que se consiguió una Iris Chacón que seguramente le daría lo que a él le gustaba. ¡Vai pues!
Al primer carajito de la Minerva, Cheo decidió ponerle el nombre de Teofilacto. ¡Inmaginate esa vaina! En esos días, por María Antonia Polanco supe que Cheo, sin ningún reparo, había metido a la Eurídice a trabajar en el INP. Desde ese momento, ya yo sabía que no tenía vuelta patrás con Cheo Carloni. Él me tenía miedo, eso me consta, y no sé si era por mis poderes, o por temor a las fuerzas de lo oculto que él sabía que yo era capaz de desatar, pero el caso es que casi ni nos veíamos porque ya yo andaba arrecha de verdad.
Una vez, Cheo se me metió en la casa. Esa si fue la gota que rebasó el vaso. En la madrugada, como un mismísimo ladrón, y con más palos que una caja de fósforos, dizque él quería que hiciéramos el amor. ¡No joda! Por poco le pego un tiro. Mi marido me había dejado su arma de reglamento y así, a punta de pistola lo saqué de la casa. Nunca más regresé al instituto. Me fui definitivamente…
NOTA: este breve artículo, mostrado hoy 14, dia de los enamorados o de la amistad fue textualmente extraído del Capitulo 22- Es Agatha quien habla- de mi novela “Ratones desnudos” ( elotro@elmismo Edit. Mérida, 2011).
Maracaibo, martes 14 de febrero de 2023
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